Suplemento Letras 25 septiembre 2015

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[ Letras ] DE CAMBIO

SUPLEMENTO DE CULTURA DE CAMBIO DE MICHOACÁN | NUEVA ÉPOCA | COORDINADOR: VÍCTOR RODRÍGUEZ MÉNDEZ | 25 DE SEPTIEMBRE DE 2015 |

Las tres elegías del sepulturero Martínez Ocaranza De bárbaros amores / y 4 CENTENARIO. POR SERGIO J. MONREAL | PÁG. 2

Tierra de cárteles: La ignominia de la corrupción RESEÑA RESEÑA. POR ALEJANDRO DELGADO | PÁG. 4

Santa cáscara

Filmar la migración

A LA SAZÓN SAZÓN. POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS | PÁG. 5

CINE CINE. POR SYLVAIN PROVILLARD | PÁG. 7

Lectores anónimos

Aguas con la mentira

CREACIÓN. POR SERGIO YEYO

CARTAS APÓCRIFAS APÓCRIFAS. POR ESTEBAN MARTÍNEZ | PÁG. 8

PIMENTEL | PÁG. 6


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Las tres elegías del sepulturero Centenario Martínez Ocaranza De bárbaros amores. Entrega IV y última :: POR SERGIO J. MONREAL Porque morir es darse en abundancia de bárbaros amores. Ramón Martínez Ocaranza, Elegía de los triángulos

L

a década que va de la segunda mitad de los años cincuenta a la primera mitad de los años sesenta, y cuyo periplo iniciático queda parcialmente registrado (si bien suficientemente delineado) de manera póstuma en El libro de los días (1993), marca el ciclo de los oficios preparatorios de Martínez Ocaranza para una misión que ya ha intuido y acatado a plenitud. Sabe para entonces que no bastarán ni las vociferaciones viscerales ni las domésticas indignaciones del día a día —en que tantos hacedores de versos se contentan conformarse— y que deberá madurar hacia la blasfemia y el anticanto los atributos y destrezas ya consolidados por su oficio de poeta. Hacia 1965, dentro de la propensión al cataclismo característica de su temperamento creativo y humano, Ramón pareciera haber encontrado al fin cierto punto de equilibrio, integración y sosiego. Es un escritor con un reconocimiento fruto tanto del rigor y el empeño consagrados al cultivo de su obra literaria, como de su más bien escaso cuidado por publicitarse y verse socialmente distinguido. Su azarosa vida laboral ha encontrado establecimiento al parecer definitivo con las clases que imparte en el Colegio de San Nicolás. Ha alcanzado medio siglo de vida, consolidándose como notable personaje para la vida cultural, académica, intelectual y política de la capital michoacana. ¿Será que las potencias de la Patología, que tempranamente lo reclamaran para sí en términos de encomienda vital y poética, se han al cabo apiadado de él y lo dejarán a partir de ahora en paz? ¿Será que la muerte va a dispensarlo de la faena para la cual había venido preparándolo? ¿El Arcángel Gabriel deteniendo en el último instante el puñal que Abraham ya abatía contra el cuello de Isaac, y manifestando que nadie tiene que morir, que Jehová aprecia en lo que valen el esfuerzo y la fe verdaderos, se da por satisfecho con ellos y dispensa la atroz consumación del sacrificio? El octavo soneto de Otoño encarcelado (poemario publicado en 1968, pero escrito durante la estancia penitenciaria del poeta en 1966) parece aludir juguetonamente a dicho espejismo de duda. Ramón le pregunta a la muerte si a final de cuentas, luego de tanto y tamaño preparativo, la cita acabará por no consumarse. ¿Será que la pálida dama va a dejarlo plantado? “Señora de mi amor: ¿en qué quedamos?” parafrasea en endecasílabos la octosílaba sentencia de una popular canción mexicana; “¿en qué quedamos, pelona, / me llevas o no me llevas?”. Y aborda así, con acentos de comedia, lo que En una copa de ceniza (apartado final de El libro de los días) signará desde franca perspectiva de solemnidad trágica. Se trata del mismo “aparta de mí este cáliz” enunciado por Jesús durante la oración de Getsemaní, en vísperas de la Pasión. La postrera solicitud de indulgencia que el cordero se consiente, advirtiendo con absoluta claridad la magnitud del holocausto por acometer. Y la

ulterior aceptación de un destino en que él voluntariamente se ha elegido. Pues Jehová, quien no otorga a Jesús la misma indulgencia que a Abraham, no ofrendará para Ramón tampoco el consuelo de una resurrección inevitable, ni el paliativo de un puesto garantizado a la derecha del Padre tras el (hipotético) ascenso a los cielos. Job no obtendrá en este caso duplicados rebaños como compensación por los muchos padecimientos recibidos. Ninguna reparación justiciera para restañar el dolor de tus trabajos, Ramón. Los sucesos del otoño de 1966 restituyen en el entorno circunstancial más inmediato del poeta inequívocos signos de destrucción y de patología. Pero caracterizarlo a partir de ellos como un emblemático ejemplo de persecución política y escritura encarcelada, entraña una desmesura que la sola proximidad literaria y circunstancial de José Revueltas debería acotar. Sin atenuar el dramatismo que dicho episodio adquiere dentro de su específico contexto personal, y sin magnificarlo ante ejemplos infinitamente más oprobiosos en sus procederes, y más devastadores en sus consecuencias y efectos, acaso lo adecuado sea dimensionarlo a la luz de la travesía creadora y el legado poético resultantes. El cáliz no fue apartado, sino dispuesto ante los labios mismos de Ramón para que supiera ratificado el mandato de apurarlo hasta las heces. Los últimos conjuntos de poemas de El libro de los días testimonian el acatamiento final de su tarea. Dinamitar el universo. Dinamitar la poesía. Dinamitar la conciencia. Patología integral del ser, capaz de prepararlo para una hipotética, anhelada (pero de ningún modo garantizada fatalmente) aurora, donde otros pudieran materializar su florecido renacimiento. Convertirse en el fuego que devasta la tierra de rastrojo y hierba mala, preparándola así para la siembra futura. Y ello desde la doliente

Ramón Martínez Ocaranza leyendo una carta a José Revueltas en la tumba del panteón.

Los últimos conjuntos de poemas de El libro de los días testimonian el acatamiento final de su tarea. Dinamitar el universo. Dinamitar la poesía. Dinamitar la conciencia

aceptación de que, en caso de que llegue, el poeta no estará ahí para verla; menos aun por supuesto la —de momento inimaginable— cosecha. Hay todavía tres incendios preparatorios que Ramón Martínez Ocaranza debe afrontar antes de encarar los términos metafísicos de esa incineración del absoluto. Dos de ellos previstos y agendados. El otro inesperado, sorpresivo, aunque al cabo reconocido como igual de fatal e indispensable. Tres incendios, tres elegías, tres cantos de despedida, antes de que el poeta llegue a diluir por completo su voz en las titánicas corrientes del anticanto. Por principio de cuentas, Ramón debe despedirse de sí mismo. Otoño encarcelado representa dicha elegía personal. El responso del poeta a su sustancia individual más íntima. Siendo la suya una obra pautada por desmedidas magnitudes épicas y trágicas, cuando por ineludibles imperativos de circunstancia debe retraerse anecdóticamente a su esfera doméstica, transmuta las cóncavas sonoridades y las elegidas violencias en prendas de transparencia fragilísima, acento confesional y anómala dulzura. Río de llanto (1955) constituye en tal sentido un ejemplo emblemático, al que deben añadirse Ávido amor (1944), Cartas de invierno (1965, en El libro de los días) y en especial De la vida encantada (1952-53). Otras veces, la intensidad de la vivencia, la convicción o la urgencia, acaba por operar en directo detrimento de la lucidez y el alcance estrictamente poéticos, dando lugar a piezas menores, como su Corrido a Emiliano Zapata o los muy difundidos sonetos de su exilio nicolaita (Del verbo encadenado, 1967, en El libro de los días). Otoño encarcelado ofrece las últimas muestras del poeta que a Martínez Ocaranza le hubiera gustado ser, y que sólo De la vida encantada pudo fugazmente cristalizar como plena libertad y largo aliento, más allá del estrecho espacio de una plaquette o un poema suelto, y más allá del apremio de opresivas coyunturas de vida. Vemos aquí a un poeta de la ternura, de la fragilidad, de las musicalidades armoniosas y de las prendas sutiles. En Otoño encarcelado, inicia Ramón disculpándose por el empleo de sonoridades e inflexiones que no son los que le han sido dispuestos por el destino, pero que en todo caso quizá sean los de su más natural propensión y su más secreta predilección. “Un canto de encendidas amapolas / sería mi corazón si tú quisieras” le había insinuado en Muros de soledad (1955) a la poesía y a la existencia misma. Ahora, más de


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diez años después, recupera el aliento de esa vocación no consumada para entonar su propia elegía con amorosa, paternal y masculina ternura. Se trata del definitivo adiós a lo doméstico, antes de extraviarse en los terrenos de metafísica demolición para los que ha venido preparándose. Pero antes de empuñar sin miramientos la blasfemia, Ramón ha de acometer también la elegía ritual de todo lo que le es sagrado, ya no frente a su inmediato entorno y su íntimo horizonte individual, sino frente a cuanto legitima, posibilita y demanda en términos históricos la patología a punto de iniciarse. Es ahí donde nace Elegía de los triángulos, ofrenda propiciatoria para el inminente sacrificio. Ramón se postra ante sus dioses y actualiza la vigencia de su potestad, haciéndose eco de gemelos momentos de consagración fúnebre en el pasado mítico de México. Lo que canta y vela ahí es la específica porción de sustrato cósmico que por haber nacido mexicano le corresponde. No precisa decir Zapata, Hidalgo, Juárez o Morelos, porque esos y todos los demás demiurgos se retraen hasta el atavío primigenio del sacerdote en las escalinatas de Tzintzuntzan, Tenochtitlan, Tula o Teotihuacan. En términos de manufactura lírica, posiblemente Elegía de los triángulos represente el punto más alto y depurado del corpus ocaranziano. Como obra central y punto culminante de dicho corpus, debe señalarse sin disputa Patología del ser; pero Patología del ser es un monstruoso poema escrito ya más allá de la poesía, donde el tumulto versicular de las blasfemias exige que nos dejemos arrastrar por él como totalidad, y en el que por tanto resulta difícil, si no imposible, hablar de piezas individualmente legibles, de poemas específicos y de figuras particulares. Elegía de los triángulos, dada su peculiar equidistancia entre trabajos preparatorios y encomienda final, armoniza como ningún otro libro de Martínez Ocaranza al poeta del canto que quiso ser con el poeta del anticanto que entendió que debía ser. Las dimensiones míticas, heroicas y metafísicas que afronta, se focalizan mediante una desnuda transparencia que en este caso convive con una enunciación frontal de la solidaridad, la postración devota y la ternura. “Porque mi corazón es un camino / de espadas y de espumas: / para que cada quien encuentre su ventana / donde llorar”. Ramón nos hace identificarnos partícipes, herederos y continuadores de otras elegías y patologías necesarias; una sucesión de llantos sin mesura y destrucciones radicales, a través de las cuales ya supieron antes los nuestros resguardar el margen y la esperanza de la luz. Muchos son los poemas memorables de Elegía de los triángulos, muchos los versos subrayables, muchas las específicas fulguraciones de dilatada perdurabilidad. Pero no asalta al poeta en momento alguno la tentación de abismarse narcisista en semejantes hallazgos. Sabe que estas dolientes armonías, por más prodigios de hermosura que consigan

Cumplido el elegíaco ciclo que depura el triangular designio de su soledad, Ramón está listo para la plena consumación de su destino humano, espiritual y poético

Secuencia fotográfica de Alejandro Delgado.

madurar, constituyen sólo una estancia de tránsito indispensable en el camino a la devastación. Será quizá por ello que las dominantes cadencias endecasílabas y heptasílabas se comprimen y engrosan como a capricho, lo mismo en versos de arte menor (a menudo solo un monosílabo) o en frases que ya incorporan plenamente la versicular norma por venir. La sinfonía coral de elegiacos caracoles con que remata el poemario, es uno de los momentos más hondos y conmovedores de nuestra poesía con inflexiones patrias, analogable a los ensayados por Rubén Bonifaz Nuño en Fuego de pobres, José Carlos Becerra en La Venta, José Emilio Pacheco en El reposo del fuego o Efraín Huerta en Los hombres del alba. Otoño encarcelado y Elegía de los triángulos deben tomarse pues como dos oficios preparatorios, de alguna suerte previstos por el poeta en el camino a la consumación de sus altos designios patológicos. Previstos, porque los respectivos cometidos que cada uno completa, ha venido ensayándolos ya (matizados y entremezclados, pero al mismo tiempo inconfundibles) a lo largo de toda su travesía creadora. Cumplidos ambos oficios, le aguarda como decíamos antes otra elegía, para la que no se hallaba quizá tan nítidamente prevenido, pero al cabo terminará por revelársele tan necesaria y tan inevitable como las otras dos. Porque ofrendadas ya tanto las sustancias de su más íntima biografía individual, como las del margen mítico en que lo sagrado vino a confiarle el sentido y el valor de la genuina venerabilidad, pudiera seducir al poeta el espejismo de marcharse en compañía adonde es menester que arribe y ponga manos a la obra desde la más rigurosa de las soledades. Nadie acompaña a Job, a David, a Abraham y a Jesús en la hora de la consumación de sus designios. Nadie acompañará a Ramón en la hora de la consumación de los suyos. La muerte de Pablo Neruda viene a completar el triple muro de la soledad desde donde habrá Ramón de afrontar un Ars Magna que en su caso es también un Opus Nigrum. Calcinación y disolución llevadas a su término radical, y en las cuales al poeta no le está permitido llevar sino como eco y enseñanza asimilada la presencia de sus maestros y cofrades. Con su desaparición física, Pablo Neruda primero y José Revueltas después dejan a Ramón completamente solo; o en todo caso le hacen palpar con material evidencia la real amplitud de la soledad madurada, así como situar en una perspectiva ya por completo transparente el escenario de una inmolación que deberá colocar en primer término sobre la piedra sacrificial a la propia poesía. En Patología del ser, Dostoievsky, Sófocles, Rimbaud, Rilque, Shakespeare y Joyce no servirán sólo de ejemplos ilustrativos o de referentes genealógicos. Serán la mecha de la dinamita con que el poeta pondrá en práctica su violencia redentora, y al mismo tiempo — como todo lo demás— serán también escombro a desintegrar hasta el polvo, hasta el silen-

cio, hasta la ceniza. Elegías en la muerte de Pablo Neruda (1977), aun cuando en buena medida ostenta ya inequívocos rasgos correspondientes a la fisonomía de ese libro culminante, es todavía una pieza propiciatoria. Ninguna tentación tan grande y tan peligrosa para un poeta llamado a reducir a tiniebla inmaterial y primigenia el universo, que la palabra poética. Ramón, que ha sido capaz ya de renunciar a sí mismo y a sus dioses, ¿será sin embargo capaz de renunciar a las metáforas y los poetas que ayudaron a transparentar su trágico sino? ¿No será que en el último instante vaya a sentirse tentado a conservar aunque sea un verso de Poeta en Nueva York o de Residencia en la tierra? Un pedacito de digna raíz negra rescatado entre la indignidad de un mundo y un tiempo indignos. Pero los términos de la empresa no condescienden en este caso enmiendas, excepciones ni paliativos. Conservar cualquier prenda, así sea la más insignificante y virtuosa del gangrenado mundo precedente, implica el riesgo de consentirle continuidad a la gangrena entera. El poeta deberá llevar su trágico heroísmo hasta el absoluto silencio, hasta la negrura total, hasta la radical y genuina demolición. ¿Así que también sin mis poetas?, habrá podido preguntarse Ramón. ¿Así que también sin mis maestros, mis guías, mis camaradas y confidentes de sueño y pesadilla he de quedarme? En efecto. Elegías en la muerte de Pablo Neruda es el testimonio de dicho entendimiento y de dicha aceptación. Por eso en él las figuras de David y de Caín tienden perturbadoramente a confundirse. Ramón es al mismo tiempo el rapsoda que quiebra “todas las arpas de la tierra /para llorar de rabia”, y el asesino que a golpes de quijada le da fin a su hermano para que la Historia pueda dar inicio. “Caín mató a David / en el misterio / de /la / Teología”. “Lo mató por mandato de las herrumbres de las estructuras”. Cumplido el elegíaco ciclo que depura el triangular designio de su soledad, Ramón está listo para la plena consumación de su destino humano, espiritual y poético. Patología del ser es un título literal, sin sombra de alegoría. A lo largo de una vida y una obra con quizá un único proporcional parangón en la tradición lírica michoacana (Concha Urquiza), y digna de situarse junto a los más notables ejemplos del conjunto de las letras mexicanas del siglo XX, Ramón Martínez Ocaranza fue capaz de descifrar, acatar, acometer y consumar designios que siguen aludiéndonos con implacable hondura y brutal pertinencia, así en lo literario como en lo histórico, así en lo espiritual como en lo político. Por eso lo celebramos. Por eso lo veneramos. Por eso no cesamos (ni cesaremos) de leerlo y releerlo, de ensordecernos con sus despiadadas transparencias y de asediarlo sin fin. Contribuir a duplicar con justicia los rebaños de este Job blasfemo, pasa primero que nada por retribuirle lecturas que sean proporcionales en rigor y hondura a los de su poesía y su sacrificio.


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La ignominia de la corrupción RESEÑA ::Tierra de cárteles, documental de Matthew Heineman. POR ALEJANDRO DELGADO “…una historia que se ocultó a los michoacanos y a los mexicanos.” Arturo Herrera Cornejo

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ás que un documental, Cartel Land propone una más amplia y profunda visión del fenómeno de la narco violencia que prevalece y se incrementa en México y Estados Unidos, violencia y conflicto con la población civil la que sufre los estragos a todo nivel. “Las cosas son más terribles y complicadas de lo que podemos ver” dice una de las personas protagónicas en medio de acciones violentas de todo tipo. Matthew Heineman, el director, da voz y presencia a los ciudadanos campesinos no solo víctimas de los cárteles narco traficantes establecidos en la región sino además víctimas de la corrupción y complicidad gubernamental con el crimen organizado. La narrativa y visión fotográfica directa del film no se concentra en la violencia en sí y apunta hacia el fondo que subyace tras las acciones, un subsuelo denunciado que nadie quiere tocar influido por el temor generalizado o por una psicología autojustificatoria que permea el sentimiento de la generalidad. Heineman evita la personificación de los hombres y mujeres frente a su lente; no les dota un carácter dramático o una apología tan usuales en el cine y el documentalismo convencional; deja que los hechos sucedan frente a la cámara tal y como fueron en la realidad. La edición sigue un orden cronológico evidente sin desapego a lo que el mismo Heineman vivió, junto al periodista Daniel Fernández durante todos los acontecimientos registrados. Con todo, es la figura de José Manuel Mireles Valverde, la que resurge ya emblemática en documental. Heineman resalta también por omisión la evidente omisión en la práctica real del gobierno en sus tres niveles, no se retratan ni entrevistan políticos y gobernantes más que en pequeños fragmentos de secuencias como si el verdadero telón de fondo fuera un gobierno abyecto y deliberadamente ausente. La historia nos muestra un paralelismo entre el surgimiento y desarrollo de los Autodefensas en Michoacán y los Vigilantes fronterizos en el lado anglo del sur de Arizona; ambos movimientos enfocados a la lucha de ciudadanos comunes y corrientes contra las maniobras y el asedio de los narco traficantes. El primer plano de la narrativa lo ocupa el surgimiento de los que primeramente conocidos como “Guardias comunitarios” (nombre tomado del movimiento de defensa indígena de Cherán, Michoacán), para después autodefinirse con el término que caracteriza el fundamento civil de Autodefensas. Los grupos de Autodefensas surgen tras años de dominación de sus labores y vidas por parte del cártel de los caballeros Templarios y su complicidad con el gobierno. Por al menos dos décadas los habitantes del sur michoacano sufrieron despojo, extorsión y violación de sus vidas y propiedades de una franca complicidad de criminales y gobernantes, de una burda y cínica tergiversación de la información por parte de los medios estatales y nacionales adheridos o bajo las indicaciones de los gobernantes en sus prácticas corruptas conocidas de siempre. La complicidad –si no es que la dirección y liderazgo- de los gobernantes con los principales medios de información es una doble cara de un gobierno que en los medios aparece cumplidor de su responsabilidad para con la seguridad civil cuando en el terreno de los hechos, en el diario acontecer de los municipios infectados se

ha continuado mostrando como un descarado protector de los delincuentes. En una de las secuencias se muestra cómo el ejército intenta confiscar las armas de los autodefensas y cómo la comunidad de éstos interviene frustrando la acción de los soldados que simplemente “seguían órdenes”. Una mujer de entre varias les grita a los militares que: “si a ustedes les pasara lo que nos pasó a nosotros: estuvieran con nosostros” Lo que estaba fuera de cuadro. Por años la situación había permanecido “estable” bajo control del crimen organizado y del gobierno estatal. Pobladores de la región Tierra Caliente se alzaron en armas desde el 24 febrero de 2013 para hacerse con el control de la seguridad pública en sus poblaciones y combatir la presencia de delincuentes, principalmente los integrantes del grupo delictivo Los Caballeros Templarios. En pocos meses los grupos de Autodefensas logran liberar 27 de los 113 municipios de manos del crimen organizado, convirtiéndose, además, en un muy visible movimiento armado tendiente a ser organizado social y políticamente rodeado de un enviciado sistema, fenómeno que no tardó en ser visto como “ilegal” por el gobierno federal. Pronto el movimiento Autodefensa apareció en las principales ciudades del estado y es cuando el gobierno federal despliega numerosos efectivos policiales, a el ejército y la armada por todo el territorio estatal. Fueron los Autodefensas quienes efectuaban enfrentamientos contra los criminales, en tanto las fuerzas federales hacían un papel de refuerzo en la retaguardia. Los Autodefensas entregaban criminales capturados que el gobierno liberaba tres días después. La superioridad de los Autodefensas no fue en tanto armamento sino numérica y estratégica (por ser nativos conocedores del terreno en la lucha). Fue 2014 el año en que el Presidente de la República

designa a un personaje de pésima reputación como Procurador del estado de México como “Comisionado para la Paz y Desarrollo de Michoacán”. Tildado por la ciudadanía como “el Virrey”, el comisionado Alfredo Castillo entra de inmediato en funciones con una práctica y real usurpación de los Poderes Constitucionales en Michoacán. Muy alejado de los protocolos y procedimientos legales el comisionado empleó las más rancias perversiones no contra el crimen organizado sino contra los grupos Autodefensas que ya habían tomado el Puerto Lázaro Cárdenas y anunciaron su próxima entrada a Morelia, la capital del estado. Con el apoyo de fuerzas federales y con un total sometimiento de las instituciones públicas, Castillo efectuó presiones para “institucionalizar” el movimiento Autodefensa, bajo la figura de Guardias Rurales ya existente dependiendo de la Secretaría de la Defensa Nacional desde los años 30. Así “el virrey” formó grupos selectos, unos integrados por Autodefensas que creyeron en la institucionalidad y otros conformados por narcos sicarios en activo o ex Templarios “arrepentidos”. La sucia maniobra de Castillo fue entendida por los ciudadanos quienes no tuvieron y no tienen voz ni voto gubernamental. El acoso, encarcelamiento o asesinato de Autodefensas fue en aumento, lo que castillo justificaba como “rencillas y conflicto entre particulares”. A finales de junio de 2014, Castillo tiende la trampa al Dr. Mireles, Propaga el rumor anzuelo de que los sicarios Templarios asaltarían el poblado de La Mira, a donde de inmediato se traslada Mireles y su grupo Autodefensa para proteger ese lugar. Todo estaba previsto, incluso el acta de apresamiento había sido redactada días antes en otro poblado. En el lugar ejército y fuerzas federales apresan a Mireles y sus Autodefensas mientras comían pollo frito. En el automóvil de Mireles


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son implantadas armas y drogas y es inmediatamente acusado de posesión de armas de uso exclusivo del ejército y de daños contra la salud por portar enervantes. Todo ha sido desmentido con pruebas de diversa naturaleza por los abogados defensores del caso Mireles. Los videos y fotografías del arresto conspirado, que el comisionado llamo “in fraganti” han circulado por las redes sociales en Internet. Todos vimos la falsedad de una verdadera conspiración para deshacerse del Dr. Mireles. Esto último no se ve en el documental pero es mencionado al cierre de la película. Todo el documental fue registrado en vivo y sin actores. Es la gente común y en movimiento y no personajes lo que destaca el guión y edición del trabajo de Heineman. Aún así Tim Foley el vigilante fronterizo independiente en Arizona y José Manuel Mireles, encarnan lo protagónico de las historias. “La verdad es mucho más complicada de lo que se ve” coinciden ambos. Tim Foley el “Nailer” (“El Clavero”) inicia su historia narrando su expectativa de detener localmente el flujo de migrantes ilegales hacia los USA. Conforme se va adentrando al problema va tomando consciencia de las causas que provocan la inmigración y que los inmigrantes pobres son víctimas de los traficantes de humanos que ponen al servicio de los narco traficantes. “No hay nadie que los ayude o defienda” dice respondón a lo que difunde un noticiero televisivo; pregunta a sus compañero “¿y Ustedes qué harían sin no hay ley?”. Mireles, por su parte, completa la pregunta “¿Ustedes que harían, espera a que vengan y los asesinen?”. La clave del documental está ahí, en un continuo intento por responder las preguntas que finalmente quedan en la mente del público. Es una pregunta que surca los cielos atravesando fronteras en todo el orbe donde el poder de las armas parece el único posible. Los gobiernos tienen armas, los delincuentes tienen armas y son éstas el instrumento de sometimiento de los ciudadanos desamados. Una pregunta nos lleva a otras preguntas. Ese es uno de los méritos del Heineman. Tierra de cárteles nos sitúa en los campos de la muerte (Los gritos del silencio de Roland Joffé) en una Cambodia de Michoacán. Donde se asesina a todo aquel que no se someta, donde la clase gobernante usa al crimen organizado para expulsar poblaciones enteras de tierras que ya han sido pre vistas para ser explotadas por grandes corporaciones multinacionales. ¿Es realmente el narcotráfico el motor de esta carnicería? ¿No son realmente mercenarios autorizados los asesinos sicarios de narcotraficantes en una guerra tan sucia como oculta en regiones como Michoacán, Guerrero y Oaxaca? El principal dilema del documental no es cómo terminar ese insondable conflicto entre la población y la recua de intereses respaldados por las armas sino a dónde continuará llevándonos ese conflicto. ¿qué planes y programa tienen los poderosos para todos nosotros? Es la pregunta que yace para ser descubierta en el fondo del documental. “No nos vamos a convertir en los criminales que andamos combatiendo” es un diálogo de Mireles donde se cuestiona a qué forma de cualidad se dirigía el movimiento de los Autodefensas. “Si ustedes lo están viendo es porque yo ya dejé de existir” es otro diálogo de conclusión de Mireles. Cartel land, 2015. Guión y dirección: Matthew Heineman. Producción: Kathryn Bigelow y Matthew Heineman. The Orchard.

Santa cáscara A LA SAZÓN :: POR NETZAHUALCÓYOTL ÁVALOS ROSAS

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reo que el desperdicio de comida más célebre en el mundo es la cáscara de papa. De niño, escuchaba historias acerca de que era menú habitual en las prisiones de todo el orbe. Y mientras había quienes ponían cara de tubérculo, intuía que se trataba de una sabrosa fibra de gusto penetrante y vetas minerales y, por ende, plenamente rica. Siempre se me ha antojado ponerme el delantal para echarle ingenio a un guiso con confeccionado con la piel del robusto tubérculo. Me parece un gesto culinario de carácter bizarro y espléndido; en conclusión, virtuoso. Es guisar un manjar con lo más humilde de lo humilde. A los hombres de poca fe les parecerá como querer sacar agua de las piedras o encontrarle gracia al vinagre, pero a los piadosos cocineros; aquellos que se deslindan de arrogancias gourmet y que hurgan riquezas en los estratos de la tierra, les ha brindado la oportunidad de obsequiar a la humanidad un entremés económico de carácter firme y una prodigiosa disposición al realce. De posible textura crocante y condición absorbente, la cáscara de papa posee los arrestos del hombre sencillo y esbelto, aquel que se acomoda con dignidad en este u otro traje. De hecho, el jaspeado y tranparente vestido, al que nos referimos, da cuerpo y combina de maravilla con casi cualquier ingrediente. Más allá de virtudes teologales, la cáscara de papa tiene integridad caritativa en su sabor. Es protectora: evita la absorción de colesterol y sustancias dañinas. Es digestiva: ayuda a ralentizar la absorción de nutrientes, limpia el estómago y da la sensación de satisfacción.

También es prudente y equilibrada: nivela los niveles de azúcar, regula el metabolismo y abastece, convenientemente, de energía electrolítica. Es aliada de corazón: reduce el riesgo de trastornos cardiovasculares. Alivia: su riqueza en químicos bondadosos protege a los órganos del cuerpo contra el estrés químico. Finalmente, otorga calma al flujo sanguíneo gracias a una sustancia blanda y resbaladiza llamada peptina. Así como las cáscaras de papa, existen varias partes de alimentos que representan el lado “b” de la cocina: los tallos de coliflor o de zanahoria serían componentes de carácter para ensaladas distintivas; las hojas de betabel, puede ser ingrediente de un pesto; el exoesqueleto del camarón daría consistencia a un buen recaudo para potenciar el sabor de un arroz a la marinera; la ralladura de limón podría integrarse a cubitos de hielo para cocteles; la peladura de naranja en espiral maceraría dentro de una botella con tequila para redimensionar un gusto. Así es que aprovechar al máximo cada partícula de los alimentos es un acto de gracia plena.

LA NOTA, LA RECETA, EL SECRETO Fritas: saltéalas y sazona en aceite caliente junto con ajo, cebolla, champiñones y chiles secos, cola de rata, cortados en aros longitudinales. Tortilla española: primero las fríes con lo que anteriormente se indica y luego agregas huevos antes de voltear (una sola ocasión) como la tradición amerita. Horneadas: colócalas en un recipiente. Revuélcalas con tocino, queso mozzarella, sal de mar, pimienta, aceite de olivo y una punta de romero. Déjalas 20 minutos a todo calor.


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CREACIÓN

Lectores anónimos Sergio Yeyo Pimentel

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uenas noches. Poco antes de que muriera, me di cuenta que mi abuela vivía leyendo. Nunca la vi frente a un libro, pero siempre estaba leyendo. Cuando la acompañaba a misa, pasaba un camión y yo la escuchaba decir: Cuitláhuac, Chapultepec, Glorieta de Camarones hasta Reforma. Cuando viajaba con nosotros, desde el asiento trasero salían frases tipo Seguros Bancomer, siempre contigo. Refaccionaria La Huerta. Ayuntamiento por próximo retorno a cien metros. Ella nació y cultivó a sus once hijos en un rancho bastante pobre. Quizá sea por eso que no la imagino obteniendo novelas o librillos, ni siquiera periódicos. Esa es otra vida. Pero leía, a su manera, yo diría que fue una lectora. Bien, platico esto por dos razones. ¿Puedo un vaso de agua?... Gracias. Les decía que platico esto por dos razones, la primera es porque sé, compañeros, que porto el virus de la lectura, y la segunda porque soy del tipo de lectores que no puede con la manía de estar preguntándose cosas. Subrayo, releo. Así que, bueno, creo que el recuerdo de mi abuela me da la posibilidad de explicarme esta parte de mí, tan obsesionada, que ya me agobia, más aún en estos días de celulares y computadoras que son como ventanas, o no, cómo pájaros que pasan por encima de uno arrojándonos el mundo, el mundo que antes sólo se conseguía impreso y lentamente, en fascículos coleccionables o en libros obtenidos con penas, contando las moneditas, robándolos. El caso, compañeros, es que yo me recuerdo leyendo hasta en la banca del futbol cuando el entrenador no me escogía. Puedo leer, traigo mi libro, pensaba inmediatamente. Mi padre me regañó por eso: Tienes que estar en el partido, no irte lejos. Pero yo me las arreglaba para esconderme y poder leer, y para leer y poder esconderme. En la escuela, por ejemplo. Me acomodaba tras los botes de basura con mi novela de Zola para esquivar la estúpida ceremonia cívica de los lunes. Y no me daba cuenta, pero estaba cultivando esto que me hoy me ahoga. Leí en los momentos cumbres de un adolescente: antes del primer beso y durante el viaje del primer churro. Leí en el baño de la fiesta de mi boda y en el velorio de mi madre. No me alegro, claro. Hoy me abruma lo que sacrifiqué por la lectura. Paisajes en la ventanilla del autobús, salidas de noche, cariño, momentos, y algunos, no, demasiados besos. ¿No vino tu amigo? No, se quedó leyendo. Era un ñoño pura sangre. Ya desde entonces, cuando mis maestras presumían mi “habito de lectura” yo lo consideraba una enfermedad. Nunca amaré a nadie, pensaba. Un día caí de un camión por bajar leyendo, y otro, con la ansiedad encima de una novela que ya no recuerdo, volteé al lado equivocado de la calle para saber si venían coches. Crucé rápido para seguir la historia y de milagro no pasó ningún coche y hoy puedo contar esto. Esa fue la primera vez que casi muero por andar leyendo, la otra, es por la que estoy aquí y se las la contaré más adelante. Miren… mi madre me decía: Sal tantito, convive un rato con la gente. Pero en ese entonces yo prefería los libros a la gente. Aún ahora, pero menos que antes, porque a pesar de mi enfermedad (honestamente no sé cómo lo hice) logré enamorar a una mujer y aprendí a esperar a que ella cerrara los ojos para sacar mi libro del cajón de la cama. Ahora soy prudente. Me da miedo que un día me vuelva a decir: ¿Estás leyendo o estás conmigo? Por supuesto, heredé de mi abuela, la manía de leer los letreros de la calle. Si en el camino a casa cambia uno, me entero antes que nadie. Soy experto en leer lo que la gente trae puesto. Cada ser es un párrafo que

busco estructurar para que sea más o menos legible. Por ejemplo: De esta bolsa floreada emana un olor a shampoo barato. Cada tercer día, aproximadamente, recuerdo lo que decía Borges: la biblioteca de mi padre ha sido el acontecimiento capital de mi vida. Pero mi padre nunca tuvo una biblioteca, y me siento miserable por ambos. Tuvo sí, la fuerza para conseguir con su trabajo de vendedor de andamios, varias de esas enciclopedias que se pagaban a plazos. La Larousse, la Tematica, El México a Través de los Siglos, diccionarios, lo que fuera para que no termináramos siendo el perro bravo de la

calle que a mordidas logró ser él. Amo a mi padre. Es mi Ulises. Mi primer libro fue Corazón, diario de un niño, de Edmundo de Amicis. Me lo regaló mi madre para incitarme a la lectura, pero me pareció aburrido. A mí lo que me gustaba leer era la fachada del puesto de periódicos de la esquina. A tal grado fui un estorbo en la banqueta que el señor que los vendía, del que ya me es tarde para reconstruir su nombre, comenzó a juntarme Capulinitas y Condoritos viejos que traía de no sé dónde. El segundo me gustaba, el primero me parecía bobo. A través de ese puesto de metal, cual si fuese cápsula, y siempre como migajas que me guardaba el señor del puesto de periódicos, ingresé a la Segunda Guerra Mundial, a la Historia de Los Beatles y a la de la Ópera, viajando suavemente a bordo de hermosos fascículos semanales. Y así aceleré hacia este abismo del que no logró salir, ni mirar, ni sentir, y por el que estoy parado aquí frente a ustedes, que espero me comprendan. Devoré las enciclopedias que llevó mi padre a la casa y tiemblo al ver libros apilados. No puedo parar de leer. No sé si fue mi abuela, porque (lo aprendí leyendo), uno nunca sabe nada de nada.

(...) me están acorralando esos letreros, no sé si alguien pueda quitarlos. No fumar, Círculo de Lectores de Morelia, Salida de emergencia. Sé que leer proviene de legere que significa algo así como cosechar los frutos que uno cultiva, sé que los teóricos dicen que leer es un acto mediante el cual dos espíritus se ponen en contacto y etcétera, pero es que para mí no ha sido bueno, pues de tantas lecturas, de tanto escuchar a los otros, me he perdido a mí mismo, como en un laberinto en el que sé dónde están los demás, pero no yo. Algunos de ustedes me dirán, pues escribe. Pero es que he leído tanto que me paraliza el terror de no lograr decir nada como lo maravillas que he leído. Dios, si pudiera escribir un soneto, no sería esta mirada experta en la textura de las banquetas. Por ejemplo, me están acorralando esos letreros, no sé si alguien pueda quitarlos. No fumar, Círculo de Lectores de Morelia, Salida de emergencia. Los he visto cientos de veces y empiezo a mimetizarlos como Círculo de salida para fumar de emergencia. No lectores. No sé. Estoy perdido. Por eso he venido. No sé si esto es una clínica porque yo entré apenas vi afuera un letrero que si no mal recuerdo decía: Hospital de lectores. Emergencias. Siento que no he aprendido nada y he tirado mi vida a la basura, no, al laberinto del minotauro. He leído, pero no he vivido. No sé si algunos de ustedes se sientan como yo. Escucho a todos nuestros ancestros hablándome y sus palabras suenan como si estuviéramos dentro de una cueva habitada por recolectores, y el fuego arde al centro de nosotros y entonces recuerdo a los misioneros españoles quemando códices y a los alemanes quemando miles de libros. No sé, anhelo el vientre de mi madre y volver a empezar de nuevo porque… no sé, de verdad no sé. En realidad, estoy aquí porque anoche me sorprendí pensando que si mi esposa dejara de amarme, antes que nada, debo proteger mi biblioteca. Y yo la amo, y creo que le estoy fallando. Esta es la segunda vez que siento que leer me puede costar la vida. No sé, eso es todo... buenas noches.


LETRAS ~ CAMBIO DE MICHOACAN | 7

SÁBADO 25 DE SEPTIEMBRE DE 2015

Filmar la migración ENSAYO :: Las recientes llegadas masivas de refugiados a Europa exponen la complejidad de los fenómenos migratorios humanos. La amplitud y las causas de las migraciones en este principio de siglo son un tema preocupante que el cine evidencia a través de películas cada vez más numerosas. POR SYLVAIN PROVILLARD sprovillard@hotmail.com

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igrare humanum est. Desde el alba de la humanidad, los mamíferos que somos hemos abandonado nuestras tierras natales para buscar un hogar más hospitalario y mejores condiciones de vida para nosotros y nuestra progenie. El filme de aventuras prehistóricas La guerra del fuego nos muestra aspectos de estos primeros desplazamientos humanos, causados principalmente por necesidades alimenticias y cambios climáticos, más que por la necesidad de conquistar el fuego. Cien mil años después de las grandes migraciones del homo sapiens de África hacia Asia y Europa, las cosas no han cambiado mucho: los humanos seguimos moviéndonos en busca de una mejor vida. La migración, fenómeno ligado intrínsecamente a la humanidad, es un asunto tan complejo que existen carreras universitarias dedicadas al tema. Para tener un entendimiento global de la migración humana, es necesario poseer conocimientos avanzados en historia, geografía, economía, ecología, sociología, antropología y estadística, por lo menos. El geógrafo alemán Ernst Ravenstein fue el primero en intentar establecer “leyes” para entender los fenómenos migratorios modernos a finales del siglo XIX, a esta época corresponde la tercera gran ola de inmigración desde Europa hacia Estados Unidos: en apenas cuatro años, entre 1881 y 1885, un millón de los compatriotas de Ravenstein llegaron al Nuevo Mundo para instalarse en su mayoría en el Medio Oeste. Entre 1880 y 1920, casi 25 millones de europeos desembarcaron en Nueva Inglaterra para intentar vivir el sueño americano. Además de los británicos, irlandeses y alemanes, gran parte de estos inmigrantes provenían del sur, centro y este de Europa: italianos, griegos, húngaros y polacos que se quedaron sin empleo debido a la mecanización del sector agrícola; entre ellos se encontraban también alrededor de tres millones de judíos que huyeron de las represiones religiosas. El final del siglo XIX y principio del XX coiniciden también con los primeros balbuceos del séptimo arte, de tal suerte que la migración fue retratada por los directores de la época: The immigrant es el título de un cortometraje de Charlie Chaplin de 1917, el cual, a pesar de su dimensión cómica, describe las árduas condiciones de los inmigrantes durante su viaje de dos semanas en barco y su llegada a los Estados Unidos. Numerosas películas actuales retratan ese capítulo de la historia estadounidense. La película también titulada The immigrant (Sueños de libertad) de James Gray cuenta la llegada de una joven polaca (Marion Cotillard) a Nueva York en 1921, quien busca formas de sobrevivir mientras su hermana tuberculosa está en cuarentena en la famosa isla Ellis. Para ella, la supuesta tierra de leche y miel se transforma en un mundo de ilusiones, cuando la joven Eva encuentra un aliado en la persona de un prestidigitador (Jeremy Renner), y desilusiones, al ser manipulada por un hombre del mundo del espectáculo (Joaquín Phoenix) que la obliga a prostituirse. Una de las cintas más memorables sobre la adaptación de los recién llegados es sin duda El Padrino II, obra maestra en la cual seguimos al joven Vito Corleone (Robert De Niro), desde su vida en Sicilia hasta la fundación de su mafiosa familia en los años 20. Al igual que el italoamericano Francis Ford Coppola en El Padrino II, muchos directores se dedicaron a filmar las historias migratorias de sus

Charlie Chaplin en The immigrant.

antepasados. En 1963, Elia Kazan, quien nació en Constantinopla de un padre griego de origen armenio y emigró con su familia a los cuatro años, narra en América, América la historia de su infancia, desde la miseria y la opresión de los turcos musulmanes hacia los armenios, hasta su llegada al Nuevo Mundo en 1911. Fue en alrededor de ese año cuando empezó el genocidio del pueblo armenio por parte del gobierno otomano, cuyos sobrevivientes tuvieron que huir a otros países. El tema de la identidad armenia está representado de forma compleja y brillante en Ararat, obra del director canadiense Atom Egoyan, quien despierta los fantasmas del pasado y evoca las consecuencias de tal trauma, en quienes lo vivieron y en las siguientes generaciones. Para dar más carga emocional a su filme, el director de origen armenio escogió actores que también son hijos de la diáspora armenia: el cantante francés Charles Aznavour y Simon Abkarian, quien interpreta al ilustre pintor Arshile Gorky. Siempre me ha fascinado la riqueza cultural de los migrantes que he conocido. En mi entorno cercano y moreliano se encuentran Alma, una neoyorquina de padre ucraniano y de madre mexicana, y Yacine, un anglo-marroquí que estudió en Gales y trabajó nueve años en Japón. Nunca

me había dado cuenta de que ellos, como yo, forman parte de un privilegiado grupo llamado migrantes voluntarios. Ya que tenemos diplomas universitarios, podríamos incluso considerar nuestra emigración como una fuga de cerebros o, más modestamente y en términos económicos, fuga de capital humano. Sin embargo, la inmensa mayoría de quienes emigran lo hace de manera obligada. El desarraigo forzado, inexorablemente doloroso, lo entendí por primera vez cuando Arash –amigo que también conocí en Morelia- me contó su historia familiar: él nació en Teherán pero su familia tuvo que huir después de la Revolución Islámica de 1979. Vivió 13 años en Alemania, hasta que el racismo hacia los iranís obligó a sus padres a mudarse por segunda vez, hacia un país donde los emigrantes eran mejor aceptados, en su caso, Canadá. Persépolis, de Marjane Satrapi, me ayudó a entender la terrible situación vivida en Irán en los años 80. Esta película de animación cuenta la juventud de la autora, quien creció en la capital persa durante los cambios políticos y fue enviada por sus padres a una preparatoria francesa para evitar que viviera las persecuciones del régimen fundamentalista. Directores contemporáneos de todos horizontes han abordado el tema de la inmigración proveniente de África, Asia y América hacia Europa. Biutiful, del mexicano Alejandro González Iñarritú, es un melodrama angustiante que tiene los bajos fondos barceloneses como tela de fondo: Uxbal (Javier Bardem) negocia con la explotación de obreros clandestinos chinos y africanos. Rabia, otra película ambientada en España, cuenta la tortuosa historia de amor de dos inmigrantes suramericanos. Incluso el excéntrico realizador finlandés Aki Kaurismäki cuenta en su más reciente obra cómo un bolero trata de ayudar a un niño africano que acaba de desembarcar en el puerto francés de Le Havre, ciudad que da el nombre al filme. Dirty pretty things (Negocios ocultos) de Stephen Frears explora las circunstancias trágicas de dos inmigrantes, un nigeriano y una turca, que tratan de sobrevivir en Londres inter-

La jaula de oro retrata el peligroso viaje en tren de jóvenes migrantes centroamericanos hacia la frontera México-Estados Unidos.


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cambiando riñones por pasaportes. Los migrantes procedentes de otros continentes no son los únicos en buscar fortuna en Europa del Oeste, los residentes de los países del este y sur de Europa también buscan formas de trabajar en Francia, Alemania o Inglaterra, y sueñan con la posibilidad de obtener el pasaporte de una de estas naciones. En Alemania, el director de origen turco Fatih Akin presenta la migración como condición intrínseca de muchos de sus personajes: A la orilla del cielo, historia de amistad entre un anciano y una prostituta turcos, es sin duda su más bella obra, ganadora del Premio al Mejor Guión en Cannes. El mismo premio recibieron los hermanos Dardenne por El silencio de Lorna, cinta que narra las peripecias de una joven albanesa para conseguir la nacionalidad belga y poder abrir un negocio. También Giuseppe Tornatore, director de Cinema Paradiso, abordó el tema en La desconocida, que relata la llegada de una mujer ucraniana a Italia cuando huye de una vida llena de humillaciones pero que tiene que enfrentarse a nuevas ignominias. El Festival de Cannes de este año mostró la preocupación del mundo del séptimo arte hacia los problemas migratorios al recompensar con el galardón supremo a Dheepan, una película francesa de Jacques Audiard (Un profeta, metal y hueso), cuya trama se basa en la historia de un refugiado tamil en Francia. Dheepan es un combatiente de los Tigres tamiles que decide huir cuando se acerca la derrota durante la Guerra Civil de Sri Lanka. El filme describe una nueva guerra que empieza para él y su familia en territorio galo. Otra obra francesa sobre el tema, la cual se proyectó en el útimo Tour de Cine Francés, es Samba, drama con tintes de comedia que describe las difíciles condiciones de existencia de los clandestinos parisinos, en particular de Samba, inmigrante senegalés, y Walid, su amigo argelino. Para ellos y millones más, se trata de sobrevivir, encontrar un trabajo para comer y poder mandar dinero a la familia, luchar para obtener papeles (verdaderos o falsos) y evitar los controles policiacos. Esta vida de miedo le suena seguramente familiar a millones de mexicanos que viven en Estados Unidos. El cine nacional también ha relatado de diversas formas la vida de los que se atreven a cruzar la frontera. Sin nombre y La jaula de oro retratan el peligroso viaje en tren de jóvenes migrantes centroamericanos hacia la frontera México-Estados Unidos. Ambas cintas denuncian el racismo hacia los grupos indígenas y la violencia inhumana a la cual se enfrentan estos seres desamparados. Una vida mejor, Aquí y allá y Al otro lado son otros ejemplos de películas recientes que desarrollan la problemática migratoria. Los documentales sobre el tema tampoco faltan: Los que se quedan de Carlos Hagerman y Juan Carlos Rulfo refleja el punto de vista de las mujeres, niños y niñas que permanecen en sus pueblos, esperando el retorno de sus hijos, esposos y hermanos. Aunque las principales razones de la migración sigan siendo económicas y políticas, cada vez más personas tienen que desplazarse por razones ecológicas. Sube el nivel del mar y países están a punto de desaparecer: el presidente de las Islas Kiribati ya pidió asilo a las islas Fiyi, Australia y Nueva Zelanda para él y toda su población. El sismo ocurrido en Nepal este año obligó a decenas de miles de ecorefugiados a buscar asilo en India. Nosotros, los más pesimistas, pensamos que el daño hecho a nuestro planeta es irreversible. Nuestra última esperanza quedaría entonces en la migración última: irnos a vivir a otro planeta. Para los que creen en este triste guión, les propongo volver a ver Interestelar.

SÁBADO 25 DE SEPTIEMBRE DE 2015

Aguas con la mentira CARTAS APÓCRIFAS :: POR ESTEBAN MARTÍNEZ

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rustrados vivientes: reciban mi más sentido pésame por el estado de ánimo general en que se mueven, pero servidor cree que en gran medida es culpa de ustedes; lo digo porque hace más de un siglo, en 1906, es-cribí un pequeño libro advirtiéndoles el gran riesgo que corrían si, como lo hacíamos los de mi generación, continuaban mintiendo al prójimo, pues ello podía llevarlos a ser hipócritas, librito al que poco o en nada han tenido en cuenta. Y así les va. Por supuesto, servidor no fue ni tan ignorante ni tan inconsciente que no distinguiera que puede haber mentiras que son necesarias, como las llamadas mentiras piadosas, la que tratan de dar ánimo a la personas enfermas, a los que están en su espíritu por los suelos, o las que se dicen para estimular a los que están haciendo algo, mientras obedecen, por lo general, a la piedad o al afecto por el prójimo. Otras mentiras, otras hipocresías hay, que son como la calderilla o monedas chicas, que usamos todos los días y a todas horas y casi instintivamente casi obligadas para la vida en sociedad, son, por decirlo así, una cuenta corriente de nuestras cortesías necesarias, tan corrientes, que se califica de extravagante, descortés y mal educado a quien no rinde tributo a la hipocresía conveniente al vivir civilizado. Por todo lo anterior escribí que la mentira, la hipocresía, eran la medida proporcional de todos los elementos humanos, de los buenos y de los malos, de los grotescos y de los sublimes, que eran adoptadas por la fuerza, por los tiranos y por los oprimidos, los grandes y los pequeños, pero que las mismas, la mentira y la hipocresía, debían ser vigiladas, que constituyen un riesgo serio, pues se inclinan al polo del mal, mucho más fácilmente que al del bien, por ser un mal en sí mismas y porque su naturaleza proteiforme las hace capaces de todo engaño, de toda maldad, de toda traición. Siempre ha sido así. Es decir lo contrario de lo que se siente y se piensa en realidad, se ha ejercido y se ejerce porque da la posibilidad de satisfacer todos los caprichos, hasta los más pecaminosos mientras se disfracen con sutiles palabras que la hipocresía del

hombre ha sabido inventar, pues esas palabras le han servido y sirven para garantizar la impunidad de las nueve décimas de bribonadas que el hombre puede cometer en este valle de hipócritas. Consciente de ello, el autor de la presente, al reflexionar, consideró por experiencia propia, que lo tolerable del uso del engaño, de la mentira, había pasado al abuso en el siglo que le tocó vivir (el XIX), por lo que lo bautizó de hipócrita, pues en él, el vinatero que vendía el vino el tahonero que vendía el pan, el escritor que vendía libros las mujeres con sus afeites y vestidos, los pequeños y grandes industriales, los gerentes de la oficina social y el legislador que ofrecía una justicia injusta con aspecto de igualdad decente, no elaboraban y nos vendían productos hipócritas. En cuanto se refería a las mentiras, a los engaños y manipulaciones religiosas, eran tan infinitas en mi época como variadísimas en las formas, por lo que servidor siempre fue de la opinión de Federico II, que dejaba a sus súbditos en la más absoluta libertad de escoger el camino que mejor les pareciera para ir al paraíso. Por otra parte, las leyes de mi tiempo reconozco que eran menos injustas que en otros anteriores, eran progresistas y estaban también llenas de buenas intenciones; pero ¡Cuanta impostura, cuanta mentira nos escondía entre los pliegues profundos de los códigos y de los reglamentos¡ Ejemplo: se prometía al oprimido, al pobre, una justicia igual para todos: ¿Pero quién podía comprar la justicia, cuando ésta cuesta tanto tiempo y tanto dinero? Estos hechos y otros parecidos, llevaron a servidor a escribir el ensayo EL SIGLO HIPÓCRITA, con la esperanza de que las generaciones futuras lo leyeran y fueran desterrando a la hipocresía, tanto en lo personal como en lo social; y algún otro escritor pudiera bautizar al siglo XX como sincero y esforzado, para mi frustración, por lo que he visto, no ha sido así… y por lo que veo que está pasando en el siglo XXI de ustedes, tampoco da luz en ese sentido. ¿Podrán rectificar? ¿Qué me responden? PABLO MANTEGAZZA


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