Ninguna parte de esta obra incluido el diseño de la cubierta, puede serreproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, mecánico óptico, de grabación o de fotocopias, sin permiso previo del autor. Noviembre 2015 Autor: Camila Antequera Ilustración: Camila Bominio Impreso en Chile
Bajo la bufanda Camila Bominio
A los abrazos, las plantas y la sonrisa de mi abuela
El primer diente... la ma帽ana cuando muri贸 su madre, cay贸 el primero, luego de meses de llantos y cansancio. El diente estaba en su mano, su madre lejos y la confianza con ella se hab铆a ido.
Meses después, luego de una discusión con su ex marido, ella perdió otro diente... pero le sacó a él dos.
Guard贸 los dientes, el amor de su vida y su labial favorito color borgo帽a en el velador.
Otro lo perdió el día de su cumpleaños, cuando sopló la vela de los 60 años. Luego de recordar una travesura de pequeña y no poder parar de reír, el diente salió volando. Temió desde ese día que si volvía a contar otra historia, volvería a perder algo.
Dejó las oncesitas conversadas con las amigas de los días jueves. Había perdido confianza y temía sonreír, comenzó poco a poco con actividades y rutinas solitarias. Había dedicado la vida a sus hijos, pero ellos estaban dedicando la suya a sus nietos, así que pasaba la mayor parte de los días cuidando sus plantitas.
Creía que sus dientes crecerían fuertes como las hortensias, indudablemente saludables, pero no fue así y debió asumirlo.
Decidió por insistencia de su familia ir al dentista, con mucho miedo, porque había perdido ya cuatro dientes, y los dos últimos de forma dolorosa. Luego de pensar en las causas de las caídas, asumió que había guardado en el velador la confianza amarrada a esos dientes.
Fue al dentista, bien arreglada y mientras esperaba se encontró con un señor más o menos de su misma edad. Él era tímido, escondía igual que ella su boca en la bufanda, pero era de esas personas que sonríen con los ojos.
Se armó de confianza y se sentó al lado de él. Fingió una leve tos para así no asomar su boca y le comenzó hablar, hablaron de sus hijos y nietos... al rato hasta de los amoríos de juventud, ella separada y él viudo, ambos tristes pero superados. Tenían muchas cosas en común, más allá del tango y los boleros típicos.
Él era jubilado y pasaba el tiempo en su casa construyendo cosas, habĂa dejado de beber la caĂąita de los jueves con sus amigos hace mucho tiempo, llevaba una vida mĂĄs bien solitaria.
Conversaron en confianza y divertidos mucho tiempo, cuando ella sin darse cuenta le contó una historia graciosa de la infancia, ambos rieron a carcajadas y sus sonrisas salieron por sobre sus bufandas, les faltaban cuatro cosas en común. El doctor lo llamo a él, pero antes de ir agendó una cita con ella, beberían una cañita de vino y la visitaría con la excusa de construirle una terraza para sus plantitas.