La Utopía de Mariana

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Soledad Vislumbra la estrella polar en la orilla de la noche La armonía se bifurca entre la oscura penumbra. Dos pasos hacia el fin del día me inclinan hacia la cumbre. -La distancia- tres parpadeos entre la superficie y lo imperceptible. Ese espíritu que deambula, se sujeta a lo incoloro, a lo intangible. Abrazar la luz, entonces, es fragmentar la ausencia, es volver a “ser”. Palabrerías , escuetos satélites, que pululan letras y agonía. Falsos lienzos de misticismo, encapsulan las caricias, que son heridas. Espirales vagabundean. La sombra atrapa mi cuerpo. La noche nuevamente dilata su poesía en mis manos. El dolor y sus desencuentros de media noche, se escapan de esa jaula donde la reminiscencia es vida. En la orilla de la noche, está la impaciencia, esa que evapora las estrellas, que liquida la lluvia y que arroja sobre la piel un ácido e impenetrable silencio. Paralelo Y esa incipiente ausencia hace que te respire cada noche en el silencio de lo innombrable. Luego de verte entre el texto y el discurso, estás acá entre la piel y el susurro. No quiero abandonar la tibieza de mi almohada que no se satura de tus atenuantes y disparatados deseos de tenerme contigo. Este corazón solo coquetea con vos y tus alter egos. Mientras, tú disfrazas el pecado, lo enfrascas en un par de palabras impecables, una sonrisa pulcra y un argumento, que aunque yo le dé por perdido, siempre salva la forma de volver a aletear en este océano. Sin principios, ni finales, no entorpeceré en una letra sobrante este intangible y volátil anhelo de sentir. Dejaré que el candente sonido de tu tacto se traslade de nuevo a tus manos y que ellas, sin previo aviso, retomen la ruta de llegada hacia este puerto de entrada que se relativiza en el anhelo. Carta I

LA UTOPÍA DE MARIANA

Enajenados Cuántas veces tendré que irme de mí para volver a esa parte de vos que se enclaustra en la noche. Tentación y virtud (vos) Tus labios no dejan de arrojar esas frases que sin sentido pernoctan la trama de nuestra historia. Turbulencia y veneno (yo) Un pequeño cuerpo silente intenta sumergirse en tu conciencia. Desafío la sensualidad del silencio, a la noche y a la ausencia. Estás acá. Te embistes contra mis letras, mis dolores y mis delirios. Estoy allá. Una vez más, en tu tinta, en tu piel y en tu quimera. Seguiremos prolongando eternamente este desencuentro que nos asfixia en las noches y que nos vacía el alma en el último beso.

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La Utopía de Mariana.


Utopía Violeta

A diario dibujo tantas rutas en tus manos, tu capacidad de conducir tantos horizontes es infinita De un tiempo para acá no abandona mi cabeza un susurro que agradece en cuantiosas formas el tenerte acá. No sé qué tienes hombre, pero enloqueces con tu amor. Sabes de qué te hablo por qué no soy la primera que te lo ha dicho. Te lo he dicho mil veces y aun insisto en la idea de explicarte de veinte mil maneras este afecto que es semilla y que florece siempre sin tener fin. Gracias por llenar mi alma de este no sé qué, por compartirme tu camino, tomarme de la mano, llevarme con tu amor a navegar otros lindes. No te alcanzas a imaginar la necesidad de escucharte y de contemplarte en silencio que recae sobre mi cuerpo esta noche. Hasta un nuevo sueño. CÉFIRO DE AURORA La intrépida necedad me lleva a aniquilar estas afables ideas que atrapan sortilegios disfrazados de caos pintoresco El fatalismo despierta un demonio volátil que enajena el silbido del céfiro de aurora. Qué vandálico es el silencio que pausa el recoveco que cabalga el sonido de la transparencia. Cárceles y guaridas confinan cicatrices de antiguos amuletos. La brisa y su respiración taquicardica avecinan final del ensueño. Fenecerá la aurora, mientras el llanto desnuda prenda a prenda el coraje. Oh coraza de inalterable sauce evita acariciar de nuevo esas manos ávidas de deseo que avasallan sin acato lo sacro de mi libertad. Abril "El mes de Abril es el mes más cruel pone juntos la memoria y el deseo" Eliot Detrás de cada ligero suspiro subyace la telaraña que juega a tejer una manta reminiscente, En sus hilos acopla un mar de signos sin fondo y sin forma. En cada cruce vuelve el tormento de sentido Esa afanosa red suicida que interpela el fin de la algarabía y la poesía. En cada parpadeo se subliman los temores evocando los recuerdos desvanecidos en las demás estaciones. El alma del caminante contempla los misterios de las noches sin luna, permeando cada sentido con gotas traslúcidas de enajenación. Abril. El que desequilibra razones, desconecta emociones y funge letras como aceite en cada palmo. En un Claro Oscuro Cosmos paralelos Almas de vértices invertidos Sombras y desastres Labios diluidos Tardes sórdidas Llantos amarillos Huellas corroídas y desgastadas

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Caos intermitente Días de delirio, de hedor a muerte De ilusiones en descomposición, de cielos planos, ideas rotas y suspiros ácidos Retorno Deshojar cada beso hasta encontrar la raíz Renovar la semilla atenuante en cada parpadeo Jugar a ser viento y derramar un salvaje espejismo delator Ser el agua que acopia los secretos Arrojar un par de piedras para recordar el sendero Guardar un silencio estéril que controle el atisbo de luz y el renacer infinito del retorno Los amantes (cuento) En esta noche llena de recuerdos, sólo soy una silueta, una pequeña tira de papel que viaja de ventana en ventana, intentando llegar a aquel puerto al que en alguna vida pertenecí. Estoy segura que antes de ser este trozo violeta de papel, fui la colilla de un cigarro que fue arrojado por un marinero a la infinidad del mar, ese que antes de nadar entre sales y corales, agasajó los labios hostiles de aquel cobarde que jamás intentó pronunciar un verso luego de besar. Desde entonces sólo viajo de puerto en puerto, de entrada en salida, siendo el refugio de los amantes, el secreto de los mortales, el susurro de los dioses que se esconden tras las nubes a mofarse de los humanos. En mí se escribió una historia inconclusa, un refugio de letras, un nido de gotas de lluvia, un jarrón de besos, un puzle sin consistencia. Ella era Lucia una chica alta, de cabello negro, de ojos carmesí, de labios gruesos y de contextura delgada que vivía a las afueras de la ciudad. Tenía 19 años, 120 escritos en su libreta, 45 canciones favoritas, dos colores de su preferencia y 1 solo amor. No estudiaba en la ciudad la contaminaban las personas hostiles que caminaban, o mejor como ella lo decía, la encolerizaban aquellos personajes que levitaban con sus aires de grandeza en los emporios y en los campos de cemento. En aquel escenario que parecía ser la obra de arte de un matemático frustrado, en los que sillas de madera, remplazaban el pasto verde que acompañado de flores amarillas, solía ser para ella, el mejor espacio para ver la forma de las nubes. Él era Joaquín, un antropólogo, con 500 libros en su cabeza, 13 bandas sonoras en sus oídos, mas de 500 besos en sus labios, y al contrario de Lucia, ni siquiera espacio para un amor entre pecho y espalda de su parte izquierda. Tenía sólo seis años más que aquella chica que amaba la noche y ver la luna en su espalda mientras hacía el amor. Se conocieron en una de las inconfundibles fiestas de fin de año en que las familias entrecruzan el afecto, la melancolía pagana, un montón de atmósferas para consumar los siete pecados capitales a cabalidad y la ridiculez en ocasiones. Los dos, cada uno por su lado, se acercaron al centro del bosque, allí donde la noche parecía jamás llegar, dónde el sol era una enorme fuente de energía naranja en el atardecer y dónde las luciérnagas avivaban la efusión. Ella con sus grandes ojos, se acercó, después de todo no había porqué temer. Él ensimismado en sus notas sólo pestañeó tres veces y volvió a uno de sus textos de Oscar Lewis que tenía subrayadas más de la mitad de la totalidad de las frases con un lápiz

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negro. Ella, sin pensarlo le saludó y con una sonrisa le dijo su nombre, mientras intentaba abrazar a una de las mariposas que se escondían tras el árbol que apoyaba la espalda del joven. Su voz era dulce, y le era familiar, quizá de una de sus cuántas líricas accidentales, de esas ilusiones racionalistas que ensordecían su cabeza, de aquellos cúmulos filosofales que cobraban vida en su subconsciente, de aquellos viajes oníricos de los que siempre despertaba con una sonrisa. Dejo su libro en el césped y contestó con cortesía el saludo, aún sin rechazar la importancia que le demandaba su lectura, creía que era justo darle un descanso a su pensamiento y qué mejor forma de hacerlo, mientras concordaba la voz y la mirada de Lucia. Unas cuantas palabras bastaron para encajar como compañeros de planeta, de nube, de árbol, de libro y unas noches después de alma. Mientras una, prefería vivir en la quietud de un paraíso amish, una libreta violeta, y un montón de libros de poesía y literatura, aquel hombre vivía de la aventura de los viajes, la investigación social y la racionalización de la mas mínima emoción, de la conceptualización de sentir, del esquema y la moral. Entre bebidas aromáticas, el paso circular imparable del reloj, dejaron que algunas palabras se entonaran, que algunos secretos jamás revelados flotaran en el aire y que una ligera atracción, empezará a acompañar a las luciérnagas y las mariposas silvestres. Acordaron encontrarse al día siguiente en la mañana, para difuminar sobre un lienzo, tonos evocadores de respuestas, pinceles que dibujarían compañía, anhelos y quizá vida. En la mañana, antes de encontrarse de frente, ella ya estaba en el pasto, apuntando en su libreta lila, algunas letras que si bien ignoraba Joaquín, más adelante aprehendería a su alma y discurso. Pasaron unos minutos entre el silbido de las aves y el cortante y despacioso expandir de la neblina, antes de que de bueno pasearan sus ojos en las pupilas del otro. Ella giro el torso y con su mirada tranquila y llena de regocijo le invito a acercarse, él sin ninguna opción de más, le acompaño. Jugaron con el aceite, los colores y el telar blanco, que esperaba virginal, la pasión de aquellos desconocidos que en el arte de sentir eran uno solo, tomaban cada pincel y en cada brochazo, el espíritu andariego encontraba una nueva paradoja, él sentía libertad aún ausente de sus libros, de sus teoremas, de sus posibles atisbos de salvación académica. Allí no era más que carne adherida a la tierra, sus dedos no eran más que pequeños trozos de aire trazando tranquilidad. Ella acostumbraba a dejarse sorprender por el día a día, desvirtuaba sus creencias, sus espacios, en el día a día se desataba de los mapas, las reglas y los vértices. Le causaba impresión ver a aquel sujeto, que el día anterior con seriedad y adustez había dejado sus libros para compartir un par de frases, ese mismo que ahora se perdía entre una libertad efímera, emanando con su cuerpo figuras infinitas en la tela; era sorprenderte configurar un nuevo ciclo para él, que aunque fuere sólo por un par de horas, le bastaría a Lucia para dibujar una sonrisa sincera al retroceder sus reminiscencias al blanco telón. Al final del día, se celebraría la última noche del año, entre luces, alcohol, rituales y demás creencias populares se devenía ese jueves naranja. Lucia estaba con su hermana mayor, sus sobrinos y sus padres, quienes solían ser los más creyentes y adeptos a dichas festividades; por el lado de Joaquín , se encontraban sus tíos, dueños de la finca a dónde él había elegido pasar sus últimos días de vacaciones, más como mecanismo de escape de la ciudad y su automatismo, que por amor a ellos.

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Casualmente las dos familias se conocían de años atrás, por lo cual decidieron realizar la cena de la noche a la par. Mientras la tarde se prestaba como escenario de organización, comidas, trajes nuevos y uno que otro agûero, tanto Lucía como Joaquín observaban con detenimiento las acciones del otro. Ella empezaba a rebasarse con su mirada frígida, su impoluta forma de abstraer la esencia de las cosas; él desde la noche anterior hasta este momento, ya había narrado múltiples formas de amarle en un instante, pero qué va, su abstención emocional era más perenne que su libertinaje; sin embargo unas sonrisas se escapaban, mientras oscurecía la tarde. A la hora de la cena las dos familias lucían ocurrentes, entre historias del mismo pueblo, anécdotas del pasado, e incluso una que otra jocosidad sobre el fin del mundo esperaban la llegada de las 12 am para despedir el año. Lucía llevaba un vestido blanco con flores amarillas que le llegaba debajo de la rodilla, su cabello estaba ondulado y sus labios tenían un color carmín. Sus ojos estaban iluminados por un poco de polvillo blanco y su cintura estaba contoneada por un listón amarillo. Joaquín al verla quedó anestesiado, no por su belleza, si no porque creyó vivir un deja vú, en ese momento sintió un vacío extraño que atravesó su tórax hasta bajar al dedo pulgar de su pie. Se sintió frente a alguien que ya había amado; sintió que aquel encuentro, era alguna puerta que se entreabría para volver a una cándida experiencia, a alguna, que sus sueños había dejado a medio hacer. Joaquín llevaba un traje oscuro, de pies a cabeza. Lo único extraño que le acompañaba era un antiguo sombrero, que había querido utilizar en su niñez, pero que por no ser lo suficientemente grande, nunca le fue prestado por su abuelo; ahora poder vestir aquel objeto, era signo de que no seguía siendo un niño, pese a ello, aún viendo cumplido su deseo volvería a ser uno, al dejarlo de nuevo en el perchero. Ambos se sentían bien. Aunque eran poco expresivos con eventualidades tan naturales como el inicio de un año, esta vez era distinto, había un anhelo distraído que hacía que cada minuto fuera más agradable. Luego de la cena, sin pensarlo, terminaron bailando algunas canciones que no paraban de sonar en las emisoras del pueblo por aquello de las festividades. Entre cervezas y canciones, acercaron sus labios, ella evadió con una carcajada, el primer torpe encuentro, debido a que toda su familia se encontraba alrededor. Fingió ir a la cocina por un poco de agua, mientras todos disfrutaban el jolgorio. Entró a casa, de inmediato el joven la siguió y antes de que llegará al primer pasillo, la arrinconó contra la pared de madera y la besó. Ella cedió a sus impulsos y mientras todos celebraban la llegada del nuevo año, su cuerpo se cristalizaba, se entrecortaba entre el sonido de la pólvora, entre los gritos de los acompañantes, Joaquín paseaba las manos por la espalda de Lucía, ella lo acercaba dirigiendo el rumbo de sus dedos. los dos volvieron al ahora, sonrieron como dos amantes que se esconden de la multitud, y dieron paso a la celebración, salieron a abrazar a cada uno de sus familiares, que en medio de la algarabía ,ni siquiera se habían detenido a preguntarse ni por el uno ni por la otra. Continuó el baile, la fiesta, la celebración. Los dos se dirigieron hacia aquel árbol que les había servido como intersección, el telón lleno de figuras, estaba seco, a ojos de cualquiera era sólo una fracción de tela con amalgamas de color. Para ellos era un constructo un orgasmo literal, la fascinación y el éxtasis del alma misma colisión.

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La brisa adornaba sus cuerpos. La noche se apoderó de sus cuerpos que con alevosía desataron sin más ínfimos deseos en el otro. En medio de la niebla de aquel bosque, pactaron su jauría, sellaron el apetito en la miel de su sudor, mientras las luces detonaban a lo lejos. Su respiración rugía necesidad, su piel se deslizaba con la suavidad de las hojas del árbol. Cada oleada de corriente hacía que los amantes se sujetaran con ligereza en los brazos del otro. Pronto tomaron sus vestidos y aceleradamente volvieron a la casa. Primero Lucía, luego él. Continuaban la celebración, se sentaron a beber unas copas de vino. Él viajaría en la tarde siguiente, porque había planeado viajar a Montevideo el 3 de Enero y aún no tenía todo listo, ella, ella nunca planeaba nada. Sujeto la copa de vino y mirándole a los ojos, brindó por su escueto affaire, él aún no dilucidaba algo que se escondía en los ojos de aquella mujer, sin embargo, luego de tomar un sorbo de vino, le beso. Sus destierros eran tan parecidos, ni siquiera se trataba de un temor por el otro, era un temor propio, existencial, que alteraba el ritmo del calor, de las emociones. Pese a que la noche chocando sus cuerpos y arrojando sobre su piel cadáveres de luz los adosaba, la luz del sol arruinaría todo, el reloj con su tic tac, desvanecería la analogía de sus almas, convirtiéndolas en una inerte masa silente de infinito. Aún sabiendo el futuro próximo y efímero de su encuentro, no dejaban de extasiarse entre besos y caricias, entre unas copas de licor. Luego solo se observaban y cerraban sus labios, como si la avidez por el otro, se esfumara en cada suspiro. Él preguntaba dónde había aguardado su complaciente prudencia esa noche. Para ella la prudencia, podría irse al diablo, no hacían falta repentinos auxilios de conciencia para saciar la demencia. En la mañana estuvieron en aquel árbol, leyendo un poco de poesía y retomando la literatura que a él le producía dolor de cabeza, porque era sensiblera, sin embargo, ella la exponía con sensualidad y melancolía, sin dejarle otro camino que explorar y divagar entre sus labios. No se quisieron despedir, ninguno de los dos creía en las distancias, tampoco en las cercanías. Se besaron torpemente como en el primer intento… Lucía se encargo de describir cada letra, cada verso y cada beso en su libreta con hojas de papel violeta. La misma que perdió un día y la misma que alguien encontró y desojó. Ahora cada página, se encuentra desnuda, derrochada y abandonada en las manos de un iletrado o peor aún de un inexorable ser, cada una, anhela ser de nuevo infértil, para volver a los labios del marinero que prefirió el beso y el suicidio del verso. Secreto La ciudad está rota, la lluvia se desploma, deambulan en el aire los restos de fósiles acuáticos que desde el cielo escapan para anidar en el corazón de la tierra. Tú en mis pensamientos, en mi piel, en el paraíso, en el infierno, en todo lado, pero nunca a mi lado. Esta noche sólo quiero contemplarte, ver cómo te transfiguras en las gotas de lluvia que se suman a mi ventana y que dilatan la luz de luna. Cuando amanezca, ataré mis labios a los tuyos, en un insostenible bemol de melodías lujuriosas que acariciaran tu alma y las harán vivir en pecado sonoro eternamente.

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N OVIEMBRE Las hojas se desprenden del árbol de la esperanza La brisa violeta empalma los fragmentos del arco iris Las aves divagan en la superficie naranja del cielo Yo… Pisoteo los restos marchitos que se esconden en el concreto Rechinan, gruñen, se desintegran y descomponen, como las horas que no corren en el reloj Se cierran los círculos, se empatan los circuitos, se abren puertas, se destruyen abismos. Se vuelve a ser semilla. AMANECER Sus intuiciones no eran más que un mar de soledad y miedo Él se ataba poco a poco a las puerilidades que el viento le otorgaba Como por ejemplo, aquel castillo de piezas amorfas, que creía, le hacían sentir vivo. Tocar, era tan importante tocar. Mientras, ignoraba a la mariposa. Ella, llana e intrascendente, más bien larva, al otro lado de su vértice, Aleteaba y exploraba en el aire, el cadáver de aquel ausente y pasajero ser, de ojos de piedra, brazos de cataratas y taciturno matiz; al que sigilosamente cuidaba en las noches de luna llena queriendo atenuar, en vuelos afines al parpadeo de su llanto, la confusión de tener que percibir un nuevo amanecer. Círculo Cuando quise dejar que mis pies se elevaran y abandonaran ese inalterable pavimento, decidí someterme al aire, libertarme en él, acariciar su brisa con mis dedos, dejar que su ventarrón residiera en las plantas de mis pies. Luego aventarme en el vacío, en ese hoyo que no tenía profundidad, ni fondo. Pasaba el tiempo y yo seguía buscando el final del túnel, pero éste, no existía. A quién engaño, yo quería ir más allá del fondo, pero éste, sencillamente, no existía. Ahora era yo quién sumergida en la nada, no podía definir el cimiento de los sentimientos; vertiginosidad, manantial y una suma de piezas que no encajaban y nuevamente el vacio que parecía ser el único escenario para seguir viviendo. Poco a poco, mi cuerpo empezó a descomponerse, mis brazos yacían en las ramas punzantes que anidaban a las aves, mis manos acariciaban la furia de la velocidad de la caída. Luego eran mis piernas las que adornaban los acantilados donde lo buitres acechaban para saciar su apetencia. Mis ojos, mis ojos se volvieron el alimento sacro de un par de larvas que viajaban como un espiral a través de ellos, mientras los insignificantes gusanos jugaban a ser cómplices de los dos círculos, veían escapar el color creado durante años, veía volar las frases más valiosas que abría leído, y las miradas, esas que delataban mis secretos. 7


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Mi espalda, pecho, vientre y corazón se desangraban, el espesor del aire lucia más agresivo, más lastimero, más visceral. Allí quedarían todos los altibajos, incertidumbres, sensaciones, pasiones, misterios y visiones. El resto de mi cabeza, está perdido. -Estoy perdida-. Aún vive una conciencia que narra, que viaja en el vacío hacía la nada, pero que difumina entre margaritas y violetas, la soledad que ahuyenta cualquier especie que quisiera hacer compañía. Es ella, la Soledad, la única bandera, que aún mantiene la incoherente razón excitada intentando cerrar el círculo, cuando choque de nuevo contra el pavimento. PLACEBO La agonía se disfraza de sonrisa. Es la entrada a la cena de la perdición, al juego del horror donde las máscaras contemplan los rostros inmutados. Sus ojos tan sólo son un cúmulo de plegarias invidentes Y Su piel, la jaula de fuego en la que se disuelven sus lamentos. En su vientre, habitan larvas fétidas e incoloras, que un día, ahuyentadas por el caos, escaparon rebasando sus labios. Mariposas, que recuperaron el sacro perdón de la luz lunar y lograron libertarse. Lograr vivir, para luego volar entre flores envejecidas, flores de cementerio que ya no se distinguen la una de la otra. PENTAGRAMA El eco ensordece su alma… Su Voz no tiene sonido Se ahoga en sus palabras Sólo cúmulos inciertos que configuran el laberinto violeta La neblina asesina los signos. Efímeros constructos que la brisa aniquila El pentagrama sigue vacío

Abril de adioses Mis pétalos derraman la tristeza que se acopla como lluvia de mis pensamientos, siento como mi alma quiere huir de mi cuerpo, està devastada y cansada de querer concordar con las tonalidades de este caótico, pero inescapable e inolvidable mundo. Un verso escrito, se ha escapado en el grisáceo cielo, se ha elevado hasta donde llega la estrella que contiene el polvo, la ceniza de la que estoy compuesta. Una vez más volátil y perdida entre letras, entre signos de puntuación que no me dejan respirar, que me hacen continuar, pero que no me dejan darle fin a la incertidumbre imperdonable del olvido.

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El guerrero se ha ido, a mi lado sólo corrió con la suerte de batallar una vez. Luego de innumerables encuentros nocturnos, donde su guerra daba fin en mis manos, donde su paz era una mezcla sutil de liricas y sonetos, todo se rompe, pequeños trozos de magia se fragmentan por el viento. Los discursos se disecaron, como las canciones que se hicieron mudas. El rescate no fue más que otra forma de encarcelar utopías y dejarlas tambaleando en surcos que se derrumban en medio de la noche. Mis manos, esas manos que construían esperanza y fe que elaboraban lanzas y apologías en tu nombre, esas mismas manos que ligaste y con las que sanabas tus impaciencias y malestares, están solitarias y yacen en la quietud. Ellas saben que nunca más tendrán la serenidad de volver a sentirte. Al mar y al vacío se han ido todas aquellas frases alegóricas del mes de abril, con ellas se han ido las flores de primavera, las lluvias de invierno, la brisa de otoño y la luz que no era de verano, sino de tus ojos carmesí. Saldré a matar confusiones, a remar por los charquitos de lluvia que dibujan arcoíris, mientras las noctilucas se acopian en su regazo. Atraparé luciérnagas violetas que me narcoticen, que sosieguen mi estado vago y vulgar, mientras tú te perderás en el silencio, reparando tus alas desleídas. De vuelta en MELOdías En la ausencia de mi habitación, me enclaustro oyendo melodiosas voces que evocan su sonrisa, todas ellas a través de cantos armoniosos me empujan al abismo de sus labios, de esos labios recubiertos de cenizas y llenos de polvo en los que quise habitar, en los que quise depositar la miel de los míos, en los que sequé mi alma… Lo pienso, luego existo. Siento como mi corazón se aprieta a un atisbo de su aire; su aliento esgrime los ínfimos recuerdos de aquella rota canción que un día hizo para mí, pero que prefirió guardar para sí. Sin pronósticos me voy desligando de sus lindes, sin una gota de narcótico que de suerte me quitara la vida, para no verle partir. Ah- sus ojos- esos ojos brujos que alucinaron y encandilaron mi conciencia para manipularla a su antojo. Mientras las letras que veo toman vida para enloquecerme, tú sigues aquí, siento tu calor en medio de este gélido espacio abandonado por todos, te has quedado atrapado, inmerso en el color de la luz, en el sabor a canela del aire, al olor de las estrellas y los pequeños golpes que se sujetan a mi pecho en cada palpitación. Regresa amado mío, que aún en la mudez de está silenciosa constelación, estaré aguardando para recuperar la forma en que tu boca se desdibujaba en la mía y tu lengua emergía su aridez en la catarata de mis ansias. Capítulo Inconmensurable A su lado han germinado todos aquellos cristales tornasoles que se escondían en la noche para mitigar el miedo a ser expuestos ante el sol. Ha sumergido de rocío místico mis labios que estaban ávidos de paz y misterio. La soledad, esa soledad que amo y que alimenta mi cabeza, se rehúsa a que se marche de este lugar que entre grises y violetas ya se estaba sembrando para él. Llevaba vidas, años, esperándole, tratando de que recordara que mis ojos le habían pertenecido en otro lugar, en otro momento. Quiero dar pasos altos y bajos, jugar con sus sentidos, con su memoria, con su concordia, con su desvelo. Desbordarle, verle alucinar, sofocarle de paz y extasiarle de besos ínfimos en noches sin luna.

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No puedo creer que todo haya sido producto de un sueño largo, de un recorrido puro, pero fugaz, no quiero ausentarme de èl, no quiero que sea ausencia, si es él quien repele contra el olvido. Me niego a renunciar a su sonrisa noctiluca que dirime el espesor de todo mi invierno natural, o lo peor no tener frente a mi sus ojos, quienes se tornan de chispas virtuosas para alienar los míos, para entrar, abarcar, conquistar y esculpir la obra de su energía en mí. Para jugar a dibujar sonidos en el aire, para otorgar la quintaesencia a cada una de las frases sueltas, de los clichés que se componían al compás de una tonada, a una bocanada de café, a lo plausible de un beso. No quiero despertar, no quiero recoger trozos ni fragmentos de dolor, no quiero sentir el vacío premonitorio de un implacable adiós. Temo renunciar a construir, pero más que eso se hace fatídico e imposible, apaciguar el resguardo donde yace ese pequeño trozo de él, no le puedo tirar, ni romper, ni desconocer, porque parece que hubiese habitado en mí antes de que yo misma tuviera conciencia de mi sonrisa. Me pierdo en este laberinto incierto de vicisitudes, las lágrimas limpian y hacen más ligero el recorrido, pero ¿qué pasará con él, con sus labios dueños de alguien más? De esta parte de la historia sí quisiera despertar. La tormenta no puede ser el asesinato causado por nosotros mismos, no puede ser antípoda de mis suspiros, ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? Quiero desarmarte y aprender a reconstruirte bajo la quietud de mi sonrisa y frente a la ambigüedad de tu mirada. El Puerto Entre sonatas mágicas, miradas enajenantes y suspiros silenciosos, Mariana caminaba por las calles encharcadas y llenas de mierda, para recibir siquiera un gesto de amabilidad de parte de aquel joven de ojos expresivos, mirada traviesa y sonrisa furtiva. Mientras la peste sumía el ambiente ; el cargo de conciencia de la noche anterior, reflejaba vestigios de espesor en los rostros humanos. él apaciguaba cada clamor con su alevoso caminar y se suspendía como luz vietnamita en mis pupilas desequilibradas, entre pasos cortos y aglutinados de pensamientos corredizos y dispersos, la divergencia entre la superflua atención de Mariana, que circunda ba como el viento, en contraste con la solidez y unión de cada signo hecho palabra, hecho sentido de aquel caballero de sonidos, arremetían los instintos, sometían los miedos y alivianaban el alma de aquella dócil y perdida mujer. Todas las mañanas bajo aquel cielo que fermentaba partículas de olvido y que atosigaba a quien se posase debajo de él de un trivial hedor a soledad, se situaba como marinero esperando a que llegase su embarcación de ensueño, que en cortos minutos le permitía transgredir su mundo ajedrezado, para emprender un escapismo, que en la inmediatez tenía fin, cuando ese capitán de altamar cruzaba la mirada de otra alma desolada en espera de una irrupción en el bote de los abismos.

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