En lo real?

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eb al oiv onubebían, gniN .”nlacantaban, íbeb vio la belleza del bosque ”laressahCeuqlesob led azelellChasseral” aírcesdslahmC,nlmaldecían. eabatnac ,naNinguno erbos abagloc euq ajor anul al in ,anevado, tesem atni la elalbrillo ed ollde irblale alta in ,omeseta, daven ni la luna roja que colgaba sobre elóiChasseral” ssasus hC desgracias. le son rar“–Neddy, etne omisíhnos cumdolió óilodmuchísimo .ssaoicna,rygdsdeedNenterarnos s–us“ ed son rdear“–Neddy, esus tne desgracias. omisíhnos cumdolió lodmuchísimo son ,yddeNenterarnos –“ ”larede s oN .––¿Mis deN ótdesgracias? nugerp– ?sa–preguntó icar.gaslebdahsiNed–. M éuq¿–ed No és oséN de .––¿Mis dqué eN habla. ótdesgracias? nugerp– ?sa–preguntó icargsed siNed–. M¿– No sé de qué habla. ayrgassus ea–Bien, dc saupobres etrniceeque smíhnos l–odmuchísimo soynque ,yddsus eNenterarnos –pobres “ niñas… de sus desgracias. q y asa–Bien, c al óidoímos nev eudecir q… ricesque dañsionvendió msíeorb,nopla eiBscasa u–s .seauyiqcque lsóeidoímos nseoniñas… vneruadecir qr“–Neddy, domsoivendió ícou,m ndolió la eióBicasa ellas d oédsniñas debeN ?s–a–preguntó ic–dijo argseNed–, d siNed–. M¿y–lasNoniñas sé deestán qué habla. ojid– a–No sac arecuerdo l od.iídllnaehaber vnártesbeasvendido hañodinresuaclla ery ocasa ,N –d–eN –dijo o.ajildbNed–, –aha–No séaucqyarecuerdo idoN nehaber v.––¿Mis restán avendido h óallí. otdesgracias? dnrueguecrla epr–ocasa N allí. añ”in…seírSb–Sí o.– p nsau–suspiró cesalaól iódoímos d sovendió mío ,nla eiBcasa – y que sus pobres niñas… ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– … íS–sSí…” rsoelluaqHy alarsoa–Bien, ñseñora Halloran–. rnipevsuesudecir –q írSic–eque Sí…” .ílla nátse sañin sal y ,–deN ojid– a–No sac arecuerdo l odidnehaber v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo Ned–, y las niñas están allí Sn–Sí .o–son oslelanH aslarooLñseñora óHalloran–. ripsGeorge us– íS–Hadley–. Sí…” Supongo jid– ?“–Los dadrev¿leones ,seolagenrno onpuoson sS o.n–reales, yselndoaeH l¿verdad? soeLgr–o“eG–dijo ojid–George ?“–Los dadreHadley–. v¿leones ,”se… laeírno Supongo snoa–suspiró nrreales, oel¿verdad? –es“al–dijo que… noedhabrá odomningún núgninmodo árbahde… on euq que… noedhabrá odomningún núgninmodo árbahde… on euq egroeG ojid– ?“–Los dadrev¿leones ,s?eéluaqerno senoel¿verdad? soL–“ –dijo George Hadley–. Supongo –¿De qué? ?éougqnoepDu¿S–.–yeldaH–¿De qué? enDoson ¿s–onreales, no mningún úgn–inmodo árbahde… on euq –… !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …– –… !¡De selaeque r nasevlque evuelvan uv… esedehabrá uoreales! qdoeD ¡n… –¿De ?éuq eD¿– –No, que yo sepa.” ”.apes oy euq ,oN– –No, que yo sepa.” ”.apequé? s oy euq ,oN– –… !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …– y eupiernas. q ,oN– al ,adu“El nsedfrío adlleapganaba se al abla anespalda ag el oí.rsdesnuda, falnEre“ip salas l ,adpiernas. u“El nsedfrío adlleapganaba se a–No, l abla anque espalda ag eyo l osepa.” írdesnuda, f l”E.a“pes olas tcatnocCon le etelnementón meepurqotoópbuscó cussuby ,ntorpemente oótetnluemaleuns elonCocontacto c otcatnocon cCon lesuetelnamuleto, ementón meprot óybuscó csupo sub ntorpemente que ótnem le neloCcontacto con su amuleto, y supo que saatninguna nsloereahabían irpohsaAlplegaria ,.oaarrancado. dau“El drfrío leaípganaba lolaebsla anespalda aperdido, g el oírdesnuda, f ninguna lE“ las piernas. rep abseatsloe ahabían rohAaí.doarrancado. odpacaniarar rgaelpnAhora aaínbuaghnestaba oinl e,sodidperdido, rep ab.se cnnsaepodía r adnlAhora bsae haestaba plegaria podía euq opus y ,oteluma us noc otcatnocCon le etelnementón meprot óbuscó csub ntorpemente ótnem le neloCcontacto con su amuleto, y supo que aídop airagelp anugnin ,odidrep abseatsloe ahabían rohA .oarrancado. dacnar ra nAhora aíbah estaba ol es perdido, ninguna plegaria podía ineted“A aíbestas ah esalturas, aiovruepll ,aíla lla,slluvia aríutgleasses,rahabía itcseedAs“edetenido, ,odinetedes “A aídecir, bestas ah esseguía alturas, aivullallí, alal ,slluvia pero arutlasesahabía tse A“detenido, es decir, seguía allí, pero on sodcomo inos una sol ,lcortina i,voóramrnai binmóvil, aantisteroecrialos nlue sonidos ,onmaoítcsixenoonexistían, sodcomo inos el una solaire ,lcortina ivestaba ómni inmóvil, araro, nitroc alos nu sonidos omoc no existían, el aire estaba raro, lnad ariíluasalir gseos m,rde ccediéste” etiemd“A hnoecestado, salturas, arusalir tlasesahabía tseéste” A“detenido, es decir, seguía allí, pero as omono c ilograba n ,odatseconcebir im ribecmi nocestado, aboar”erepgtoni s,léíloecomo oino lograba nse,o,doadtisneconcebir raiíbbestas eacmi aabivaurgllonilalalocomo n,slluvia de ,orar abatse eria le ,naítsixe on sodcomo inos una sol ,lcortina ivómni inmóvil, anitroc alos nu sonidos omoc no existían, el aire estaba raro, itlnaas lopmsde oano cl las ielograba nd ,aoplantas róiSb“ecmi nocestado, abaquisiera rgonil ocomo n esconder salir deentre éste” uq aíce“Sólo rap y hablaba satnalp esde ratlnlas edreadplantas bnaolcbsaehayorelparecía iósSiu“q euque q aí”cquisiera ee“Sólo rtasép eyd hablaba sraesconder entre bdaltbseaconcebir himyolparecía que ellas otros ”pensamientos” sotneimasnep sorto salle ellas otros ”pensamientos” sotneimasnep sorto salle ertne rednocse areisiuq euq aíce“Sólo rap y hablaba satnalp sde al las ed aplantas balbah yolparecía óS“ que quisiera esconder entre ellas otros ”pensamientos” sotneimasnep sorto salle el Chasseral”

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Ca m i l o

A M e z q u i ta




Primera edición: Mayo de 2021 Camilo Andrés Amézquita Reyes, Diseño editorial Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual. Impreso por *** Impreso en Colombia


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taban, lam ,nmaldecían. abatnac ,naNinguno íbeb vio la belleza del bosque que… dhabrá odomningún núgbosque ninmodo árbahde… azelleb al oiv onubebían, gniN .nacantaban, ícedlam ,nmaldecían. abatnac ,naNinguno íbeb vio lanoebelleza del el Chasseral” ”laertensesiadhraCeuugqleasolbe rleodp“Reían, nabsobre argealardeaban, la es ,nabaese draalegraban la ,naíeR“por el aguardiente y el café que ellbrillo ed ollde irblale alta in ,omeseta, deauvqenéfacnilelay luna roja que colgaba qué? éuq erbos abagloc euq ajor anul al in ,anevado, tesem atni la elalbrillo ed ollde irblale alta in ,omeseta, daven ni –¿De la luna roja que colgaba ?sobre gniN .nacantaban, ícedlam ,nmaldecían. abatnac ,naNinguno íbeb vio la belleza del bosque l” ”laressahCeuqlesob led azelleb al oiv onubebían, selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD el Chasseral” ”laressahC le –… !¡De ban íseoRn“rpor y el café que ar“–Neddy, etelneaguardiente omeribsíohnos scuam bdolió agóliolocdmuchísimo eusoqna,jyodrdaenNenterarnos u–l “al in ,anevado, tde esesus m adesgracias. tni la elalbrillo ed ollde irblale alta in ,omeseta, daven ni la luna roja que colgaba sobre –No, que yo sepa.” ”.apes oy euq Ninguno bosque síboeNb .––¿Mis dvio eN la ótdesgracias? nbelleza ugerp– del ?sa–preguntó icargsed siNed–. M¿– No séel de qué habla. Chasseral” ”laressahC le os dolió óilocdmuchísimo sonet,yndediderNenterarnos –g“a le rop“Reían, denasus euqaum a,nrdesgracias. gla a–e.s a,yincaque ddraalegraban as ,endaíseoniñas… Rn“rpor yóiellodmuchísimo café abragsesus ese slupobres ar“–Neddy, etelneaguardiente omisíhnos cumdolió sonque ,yddeNenterarnos –“ de sus desgracias. meseta, vqyenéafsaa–Bien, niclealaly óluna colgaba idoímos nevroja eauudecir qque riceque d sovendió míobsobre eiealardeaban, Blcasa racias? repu–qs?osba–preguntó icargaszedellseiNed–. M¿l–oivNo ségndeiNqué habla. cantaban, íce–dl–dijo am.a,lnbmaldecían. abhaétunqaycelas bosque p s¿a–l ,aNo du“El nsésede dfrío aqué dlleaphabla. ganaba se al abla anespalda ag el oí d,néaNinguno síboeNb .––¿Mis dvio eN la ótdesgracias? nbelleza ugerp– del ?sa–preguntó icar.gssaendrseiNed–. M oCjidle– a–No salecdarecuerdo l odidbneahaber v re.sbaaoivendido hnauorbebían, dgrseeudcla es.runsaocasa N ed soniñas… n rar“–Neddy, eNed–, tne omisíhnos cuniñas mdolió óiloestán dmuchísimo sonallí. ,yddeNenterarnos –“ de sus desgracias. oseaubdecir qagrliocecque deusoqvendió maíjoor,nala eniuBcasa –al inycque sus pobres l , a nevado, t e s e m a t ni labrillo irrbbolaple alta nic alaleuóluna colgaba seuydecir ,ortiecleque udmsaovendió n,oncla c–atnoycCon le etsus elnementón mpobres eprot óbuscó csub ntorpemen ótnem l ñedinosllede siuns,oemeseta, udqavyenasa–Bien, iqdoímos nopevuroja qque muísosobre eioBtcasa que niñas… ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es a.al lóbHalloran–. raihpséuusq– el… ídaSel –éassSí…” o N . – –¿Mis d e N ó t desgracias? n u g e r p – ? s a –preguntó i c a r g s e d s i Ned–. M ¿ – No sé de qué habla. donehaber v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo Ned–, y las niñas están allí. iNdr–ep–dijo abseatsNed–, loe ahabían rohA .oarrancado. daniñas cnar restán a nAhora aíballí a ílla nátse sañin sal ”yl,a–redsesNahoCjidle– a–No sac arecuerdo lídoodpidanierhaber vagrelbpaavendido hnoudgrneuincla e,rodocasa y las o Nenterarnos –“ de sus desgracias. el.Chasseral” añin serbop sus euq y asa–Bien, c al óidoímos nev eudecir q riceque d sovendió mío ,nla eiBcasa – y que sus pobres niñas… róalaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– … íS–sSí…” ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– íS–Sí…” Ned–. qué habla. oM jid¿– ?No “–Los dadsé rev.de ¿íleones sañoinreales, ll,aselnaáetrno senosson n sseanloyel¿verdad? ,s–odLe–N“oj–dijo id– a–No sGeorge ac arecuerdo l odHadley–. idnehaber v rebaSupongo vendido h odreucla er ocasa N– –dijo Ned–, y las niñas están allí. ayic… ano rgesdhabrá edodsoupobres s ningún endúsgoniñas… ertbnaehde… om mdolió óilodmuchísimo son ,yddeNenterarnos –“ de sus desgracias. la eiBcasa – .sque que sus m nninramodo ár“–Neddy, oniseíuhnos qc”u… íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– íS–Sí…” esernonoson s on.reales, –dijo George Supongo alsbeNed–, anqué? hoeél¿verdad? usqoyLelas d–“ésniñas oN .––¿Mis d?eéoN nHadley–. icaergrsoeedGsiNed–. e,psqué arnonaoson íus goenreales, s s,reincoedel¿verdad? sseoL ,o–di“net–dijo ed“A aíbGeorge estas ah esalturas, aHadley–. ivull alal ,slluvia aSupongo rutlasesah oetdesgracias? pD u¿Sg–e.r–py–el?dsa–preguntó H oM jid¿– ?No “–Los dadsé revode ¿rleones e,líalelhabla. a ocasa N– –dijo están –¿De ugqnóallí. rám… ningún núganñiinnmodo árrbbaohde… on euq q y asa–Bien, creales! ó¡idoímos nev– eudecir q riceque d sovendió mío ,nla eiBcasa – que y… que sus raordopobres ambningún antsúegniñas… enriinamodo íotsnixeeuqon sodcomo inos una sol ,lcortina ivómni inmóvil, anitroc alos nu noe,odhabrá álerb,anhade… an–. íS–sSí…” –…s!e¡De seloagpeque rnsonupasusevSeluevuelvan u.–vyeesldeauH qaeleD … groeG ojid– ?“–Los dadrev¿leones ,selaernonoson s onreales, senoel¿verdad? soL–“ –dijo George Hadley–. Supongo ?léuy q,–edDe¿N– ojid– a–No átse sa–No, ñin saque v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo e?tsééuqedallí. ril¿a–s omono c ilograba n ,odatseconcebir im ribecmi nocestado, abar –¿DeNed–, qué? y las niñas”están eD yo sepa.” ”.apes osyaecuarecuerdo ql ,oodNid–nehaber que … no e d habrá o d o m ningún n ú g n i n modo á r b a h de… o n e u q ueasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …–”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– íS–Sí…” –… !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …– erdad? L–“ –dijo George Hadley–. Supongo –¿De qué? ?éuq eD¿– o sepa.” ”.apes oy euq ,oN– rtnsepa.” e re”d.naopcesse oayreeiusiquq,oN eu–q aíce“Sólo rap y hablaba satnalp sde al las ed aplantas balbah y –No, queeyo … e u q al ,adu“El nsedfrío adlleapganaba se al abla anespalda ag el oírdesnuda, f lE“ las–… piernas. !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …– ellas otros ”pensamientos” sotneimasnep sort yleeldetaelnH ?ó“–Los dtnaedmrevle¿leones lacontacto ernonoson s oncon reales, sensuoeamuleto, l¿verdad? soL–“ y–dijo George Hadley–. Supongo tpD cua¿St–n.o–cCon ementón meegprrooetGóbuscó cosjuidb–ntorpemente n,seloeC supo que –No, que yo sepa.” ”.apes oy euq ,oN– ganaba e al abla anespalda ag el oírdesnuda, f lE“ lasque piernas. nperdido, úgnin.modo rnbraehide… u,qadu“El sáaninguna posnaelplegaria nsepodía dfrío adlleapganaba se al abla anespalda ag el oírdesnuda, f lE“ las piernas. !d… rep–abseatsloe ahabían rohA .oarrancado. dacnar ra nAhora aí… bno aehdhabrá estaba ooldeosmningún tón ot óbuscó csub ntorpemente ótnem le neloCcontacto–¿De con su amuleto, y supo que qué? euqque opus y ,oteluma us ?néoucq oetD ca¿t–nocCon le etelnementón meprot óbuscó csub ntorpemente ótnem le neloCcontacto con su amuleto, y supo que ,o,nNa–íeR“por el aguardiente y el café egraban .saninguna n reip salplegaria ,adu“El nsedfrío adlleapganaba se al abla anespalda ag el oírdesnuda, f lE“ las piernas. n.oarrancado. dacnar ra nAhora aíbah estaba ol es perdido, –… soeplaaeque rirnagaseevlpevuelvan uavneusgpodía enuireales! aíd!¡De nq ,eoDdi¡d… rep–abseatsloe ahabían rohA .oarrancado. dacnar ra nAhora aíbah estaba ol es perdido, ninguna plegaria podía an.,naNinguno íbeb vio euqlaopbelleza us y ,otdel elumbosque a us noc otcatnocCon le etelnementón meprot óbuscó csub ntorpemente ótnem le neloCcontacto con su amuleto, y supo que –No, que yo sepa.” ”s.a,npaees sbaodecir, yse eruaalegraban qaseguía ,o,nNa–íeRallí, desnuda, abestas canihlpiernas. ela e t n e i d r u g a l e r o p “Reían, n a b a r g e alardeaban, l a e e d l “ por el aguardiente y el café que dil,nE eaysíalturas, a i v u l l a la l , s lluvia a r u t l a se s a había t s e A “ detenido, pero lta omeseta, dee“tauevdqe“A naéfílas luna roja que colgaba sobre dop airagelp anugnin ,odidrep abseatsloe ahabían rohA .oarrancado. dacnar ra nAhora aíbah estaba ol es perdido, ninguna plegaria podía te onCcontacto su qiesnoobs luna ziveóllamuleto, lanoivtryocnsupo ualos bebían, gnnuique N íceno dlaexistían, m ,nmaldecían. abatelnaaire c ,naNinguno íbeb raro, vio la belleza del bosque esnsoel seoudcomo secon odl a,lcortina mebniainmóvil, sonidos om.nocacantaban, estaba uras, vuallhaClal ,lslluvia arutla.sessaanhabía trseeipA“sdetenido, es decir, seguía allí, pero anldoiu“El nas,abeonevado, dtarfrío aebsdla a,ronde aclde fdil,nE lpnganaba atsni ilespalda eigrdéste” slleeoí,alta bestas anihpiernas. aivulroja l alal ,que slluvia arucolgaba tlasesahabía tsesobre A“detenido, es decir, seguía allí, pero albaestaba oosl seosambono podía acperdido, glilograba onc,oeudqatninguna aseconcebir joirmanraiublplegaria le,cami eersapgedom lea aíelaulsalir lgbrillo bela iorndesnuda, omeseta, de“taevde“A naílas laesalturas, luna cnestado, ni,llleíaloacomo ortina i inmóvil, nuus nsonidos oomcooctcano estaba pódum senN yenterarnos ,ao“nteilturomcaalos tnoexistían, cCon le ,eelotelrnaChasseral” ermentón melaebpaire óraro, su arotst eóbuscó ecrsiuablentorpemente ,ntnae”ím tlsairlxeesnsoel sCodcomo ienos una scon ol ,lcortina ivóamuleto, mni inmóvil, anitryocsupo alos nuque sonidos omoc no existían, el aire estaba raro, alonlC hacontacto lslluvia simo d – de sus desgracias. o r e p , í l l a a í u g e s , r i c e d s e , o d i n e t e d “A a í b estas a h e s alturas, a i v u la l , a r u t l a se s a había t s e A “ detenido, es decir, seguía allí, pero concebir im rraigbeelcmi noacestado, abgnairngoni lodocomo n p salir de éste” ryoolhparecía dacque nar”quisiera raetsnéAhora aeíbdaresconder hilaestaba osl eosmono cperdido, ilograba n ,odatninguna seconcebir im ribplegaria ecmi nocestado, abpodía argonil ocomo n salir de éste” aM íc¿e“Sólo r–appNo ynuhablaba ssé atndealp,qué sde aidlrlas ed aplantas bsealtbsloeahahabían óA S“.oarrancado. entre ntó duqasiiNed–. ,orar abahabla. tse eria le ,naítsixe on sodcomo inos una sol ,lcortina ivómni inmóvil, anitroc alos nu sonidos omoc no existían, el aire estaba raro, ellas ”pensamientos” tsnueseguía imasnoniñas… prasro“–Neddy, liesíhnos abía se A“la detenido, sbaayiotros caesarghsdecir, eyosdloparecía neallí, erpero ttnoe soamrlesconder dolió ydim deN desgracias. ndió ”lquisiera ipor las coelummaguardiente ono cóiilograba nlodmuchísimo ,odsoants,econcebir renterarnos ib–e“cmi nocestado, abadergsus onil ocomo n salir de éste” aba laop l,sende aerlioBlas epcasa d–na.aplantas “nsaebdaeque entre “Reían, balrbque gealardeaban, lasus eósS,pobres se draalegraban aet,snéaeeírdetR nóallí. et“desgracias? ruedgneyropcel–secafé asra–preguntó eicque saiurgqseyduel qsiNed–. acafé íc¿e“Sólo r–aque pNo y hablaba ssé atndealpqué sde alhabla. las ed aplantas balbah yolparecía óS“ que quisiera esconder entre sonidos o m o c no existían, el aire estaba raro, . a l b a h é u q e d é s o N . – –¿Mis d e N n ? M n, g e alardeaban, l a e s , n a b a e se d r alegraban l a , n a í e R “ por el aguardiente do c la e r o casa N – –dijo Ned–, y las niñas están pensamientos” oivtnoenim ansinNep.nsoacantaban, rítcoedslaalm le ,nmaldecían. u bebían, g a b a t n a c , n a Ninguno í b e b vio la belleza del bosque ellas ”pensamientos” sotnpobres eseguía imasnniñas… eallí, p sorpero to salle ,líísclo–como lenad… isaceterndéste” dsíibneeuebtqedy“A aaívio achlaaelsbelleza alturas, vnuelvl del asseovendió smahabía tísoe ,A “la es decir, salir ag,eñnsmaldecían. ian,rbde baeosrcpten,,sneouaNinguno sbestas a–Bien, óqaiedioímos eíaecla uldecir qr,salluvia raptinrcueyeque ditdlhablaba nde erlidetenido, Blas casa –naaplantas yotros que sus ,soani cantaban, laSaí–musSí…” bosque alloran–. u í r e d n o c s e a r e i s i u q u q a e “Sólo s a t n a l p s a e d b a l b a h y o l parecía ó S “ que quisiera entre e u é f a c l y e r a u g a l e o p “Reían, b a r g e alardeaban, l a e s , n a b a e se d r a alegraban l a , n a í e “por el aguardiente y el café que alaibna,tasnevado, tesem laetni la elaíltbrillo ed oollnde irblaleialta inos,ouna meseta, dav, ecortina n ninilainmóvil, que colgaba sobre el aire estaba raro, Resconder nrluna ovendido cnroja cni–lnela ysluna idiovrdaóim ugaehaber laecolgaba riotrp“Reían, alos bnrau”pensamientos” rsonidos goem alardeaban, s a–,no nabeexistían, aese drNed–, R“por el aguardiente y el café que alanelaálbrillo s,lanelaalta a–No aseotcnleaerecuerdo N ,rltni eedesorailñalde irnbla iyn s,i–oxmeseta, deaueN vqenéosfjoaidcomo telnraooeconcasa iem ríatcalegraban oleadsla,anlm layeíe,las ul qlroja sobdque ledvellas aezbealotros lhebodasobre leuosoicvla ubebían, gnsin–dijo Np.nsoacantaban, nmaldecían. abniñas atnacestán ,naNinguno íballí. eb vio la belleza del bosque el Chasseral” ” l a r e s s a h C e ”quisiera e”tlsGeorge ihlHadley–. aCesuqlo”esm… cílSielograba ndSupongo ,aozdealrtloselebconcebir iaml orivbeocmi lícocomo salir y,ell¿verdad? parecía ósSo“L–“ que entre oobno nuobebían, gcestado, naibNarir.pngsoani cantaban, endla–mSí…” ,nmaldecían. abde atnéste” ac ,naNinguno íbeb vio la belleza del bosque sseral” aéreedssraesconder –dijo er–Sí b.–osnaa–suspiró balgaloHc eaularqoñseñora aejsoralanóHalloran–. ul aul si–n í,Sanevado, tesem atni la elalbrillo ed ollde irblale alta in ,omeseta, daven ni la luna roja que colgaba sobre aolnle euq erbos abagloc euq ajor anul al in ,anevado, tesem atni la elalbrillo ed ollde irblale alta in ,omeseta, daven ni la luna roja que colgaba sobre o hssde… el Chasseral” ” l a r e s s a hC le o n r a r “–Neddy, e t n e o m i s í h nos c u m dolió ó i l o d muchísimo s o n , y d d e N enterarnos – “ de sus desgracias. dSdolió clysoeedmuchísimo r–ap?“–Los sarsus l,pseslde las endoson asplantas bel lChasseral” bsaehnoyoell¿verdad? parecía ósSo“L–“ que quisiera ”lGeorge aressaesconder hHadley–. C le entreSupongo oeecpDruuem ldasraoeH Gq–ao“íjicde“Sólo dyde adhablaba etvn¿aleones aaelrno oanreales, –dijo dy, nisi,yuedgqdroeeeuNenterarnos desgracias. urisgstqnníohnos –nd.óoe–iN N .¿––¿Mis ótdesgracias? nugerp– ?sa–preguntó icarellas gsed otros siNed–. M¿”pensamientos” –sotNo séade qué habla. n e i m s n e p s o r t o s a l l e quede … noqué edhabrá ohabla. domaningún ásrebdahsde… onnraeru“–Neddy, nDu¡ge… rp– ?sa–preguntó icargsed siNed–. M¿– No sé ales! edesgracias? rngúsgsus endinsmodo upobres oniñas… eqtne omisíhnos cumdolió óilodmuchísimo son ,yddeNenterarnos –“ de sus desgracias. q y asa–Bien, c al óidoímos nev eudecir q riceque d sovendió mío ,nla eiBcasa – .sayicque a–¿De rgssus ed qué? supobres s ed soniñas… n rar“–Neddy, etne o?méuisqíhnos dolió son ,yddeNenterarnos –“ de sus desgracias. ecDu.m ¿––¿Mis –dóeiNlodmuchísimo doímos q riceque d sovendió mío ,nla eiBcasa – .sayicque uonqjiedv,o–eNuadecir – . a l b a h é u q e d é s o N óallí. tdesgracias? nugerp– ?sa–preguntó icargsed siNed–. M¿– No sé de qué habla. –No sac arecuerdo l odidnehaber v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo Ned–, y las niñas están .al–… bNed–, ah !é¡De dr nésaniñas oNuv.––¿Mis tdesgracias? nugerp– ?sa–preguntó icargsed siNed–. M¿– No sé de qué habla. sueqlayaeque edsseueNus reales! qeóallí. cuerdo odidnehaber v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo las ñin sevselervuelvan bopestán ueqDy¡ … asa–Bien, c al óidoímos nev eudecir q riceque d sovendió mío ,nla eiBcasa – y que sus pobres niñas… ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– … íS–sSí…” añin –No, serbop susyoeusepa.” q y asa–Bien, c al óidoímos nev eudecir q riceque d sovendió mío ,nla eiBcasa – y que sus pobres niñas… – uspiró lloaíH es alas l óHalloran–. rpiernas. ipsus– … íS–sSí…” lda rdesnuda, f laElar“oñseñora .ílla nátque se sañin sa”l.ayp,e–sdoeyNeuoqjid,o–Na–No sac arecuerdo l odidnehaber v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo Ned–, y las niñas están allí .íllasunáamuleto, tse sañiny ssupo al y ,que –deN ojid– a–No sac arecuerdo l odidnehaber v rebavendido h odreucla er ocasa N– –dijo Ned–, y las niñas están allí. mente ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– íS–Sí…” ojilde–n?elo“–Los dCacontacto drev¿leones ,secon laernonoson s onreales, senoel¿verdad? soL–“ –dijo George Hadley–. Supongo –Sí .–nespalda reollloaíH es alas l óHalloran–. rpiernas. ipsus– íS–Sí…” nsroeL ip–s“alplegaria ,adu“El nGeorge sepodía dfrío adlleaHadley–. pganaba s”e … al íaSbla aSupongo anga–suspiró rdesnuda, f laElar“oñseñora leones s perdido, onreales, sen.oseaninguna l¿verdad? –dijo hora b,ashelaestaba oelrno eque snoson … noedhabrá odomningún núgninmodo árbahde… on euq qodoopm usningún s onnoceuoqtcatnoocCon le etelnementón meprot óbuscó csub ntorpemente ótnem le nelodCacontacto sunoson amuleto, supo habrá nyú,gonteinlumodo ámrabauhde… drev¿leones ,secon laerno s onreales, senoyel¿verdad? soL–que “ –dijo George Hadley–. Supongo –¿De qué? ?éugqnoepDu¿S–.–yeldaH egroeG ojid– ?“–Los grrooheAG .oarrancado. jdida–cn?a“–Los dr raadrneAhora s perdido, onreales, senoeninguna l¿verdad? soL–“ plegaria –dijo George Hadley–. Supongo ídop airagelp anu?géonugiqnoe,pD oud¿Si–dr.e–pyealbdseatH sloe eahabían av¿íleones b,ashelaestaba oelrno esnoson qué? que … no e d habrá o d o m ningún n ú g n i n modo á r b a h de… o npodía euq –… !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …– que… noedhabrá odomningún núgninmodo árbahde… on euq De lasaehabía que rtsne aA sev“ldetenido, evuelvan uv es eureales! qeseD ¡ …seguía – se decir, allí, pero –¿De qué? ?éuq eD¿– –No, queyyoel sepa.” apes oy euq ,oN– r el aguardiente café”.que –¿De qué? ?éuq eD¿– ue pesexistían, oy euq ,oelNaire – estaba raro, los nuyosonidos omsepa.” oc”.ano –… !a¡De sleala,enque raníeaR sevl“por evuelvan uv eles aguardiente eureales! q eD¡ …–y el café que eubosque q éfac le y etneidrauga le rop“Reían, nab–… argealardeaban, l!¡De a e s , n a b a e se d r alegraban no vio la belleza del lasaehabía que rtsne aA sev“ldetenido, evuelvan uv es eureales! qeseD ¡ …seguía – oarerpgoni,lílocomo lna aíusalir ges ,rde icedéste” se ,odineted“A aíbestas ah esalturas, aivull alal ,slluvia arutslaese decir, ado, –No, sepa.” apevio s oylaeallí, ubelleza q ,opero N–del bosque alela ,aydluna frío leapganaba ablnsobre adrggaealardeaban, f ,lnaEla“boaivese cni eu“El tnesieddroja raudglque lseeeruaoqlp“Reían, dornlas aalegraban agnpiernas. ,inNaí.enRacantaban, “ípor café”.que saonbala eaespalda zlaeloleíersbdesnuda, ulbebían, cedlelayo maguardiente ,nmaldecían. abatnpque aesc yo,yo nyelaNinguno eíubqeb,oelNaire – estaba agle l,colgaba noíarídesnuda, odcomo inpiernas. os una sol ,lcortina ivómni inmóvil, a–No, nitrocque alos nu sonidos omsepa.” oc”.ano existían, raro, od,olleraaprganaba seabaal tasebla aerniespalda ftsliExe“ on slas m cgbebían, slnuoicbNentorpemente nuelolC que btclaetdnoaczCon elellebtelnaementón ,nacontacto maldecían. al binat,naanevado, ísu rlboeoipsvroaotbnóaubuscó u.ónqtancantaban, aíecjm oerdlaeanm tcecon s,enmaNinguno abteni lbamuleto, a elalbrillo evio d ola lylde isupo rbelleza blale alta in ,del omeseta, dabosque ven ni la luna roja que colgaba sobre etmsé lednel roesconder iClacontacto s omono c icon lograba n ,osu datamuleto, seconcebir im ri.bsyeacmi nroecestado, aque baalrg,oanilduo“El como nnsedfrío salir éste” tas amhepyorlparecía entre mentón oótS“óbuscó csubque ntorpemente ót”nquisiera nasupo lque leapde ganaba secolgaba al abla ansobre espalda ag el oírdesnuda, f lE“ las piernas. dcrepuqabaseajotrsloeaahabían d,aacnevado, ra antAhora alaíbelaalhbrillo plegaria podía nruolhaAl .ionarrancado. tnesaerm ni eestaba dol oelslde irbperdido, lale alta ieln Chasseral” ,omeseta, dninguna v inp sni la luna roja aaarndeespalda ohrtAo s.oaarrancado. .saninguna n reip salplegaria ,adu“El nsepodía dfrío adlleapganaba se al a”blla asgsaehl Coírledesnuda, f lE“ las piernas. abían dllaecnar ra nAhora aíbah estaba ol es perdido, e u q o p u s y , o t e l u m a u s n o c o t c a t n o c Con l e e t el n e mentón m e p r o t óbuscó csub ntorpemente ótnem le neloCcontacto con su amuleto, y supo que el Chasseral” ” a r e s s a h C l e arnosertdenesus desgracias. rednocse aerueqisoiupquseuyq,oatíeclue“Sólo rmapa yushablaba santoncaolptcasde atnl olas ecdCon beatelnlbementón amhepyorlparecía laeplantas oótS“óbuscó csubque ntorpemente ótnquisiera em le neloesconder Ccontactoentre con su amuleto, y supo que ídsoups aeidrasgoenlrpaar“–Neddy, nugnoim n ,odhnos idredolió p ablse atsloseoahabían rohAee.Nouenterarnos arrancado. dqaécfnaacrlrea yndeAhora beaidhdesgracias. oaluegsa leperdido, eatínsus restaba rop“Reían, nabninguna argealardeaban, la esplegaria ,nabaese dpodía raaleg la No sé de qué habla.aídop.saairicaagreglpsaedaellas tAo ós.oaiarrancado. nugnotros in ,o”dpensamientos” isdortenepetniamebase astnsloiespíahabían rscouhrm dlolademuchísimo cnanr r,aydndAhora aíba–h“estaba ol es perdido, ninguna plegaria podía b lesé d adezelqué leb habla. al oiv onubebían, gniN .nacantaban, ícedlam ,nmaldecían abatnac aupobres hs edsalturas, asoiniñas… vnurlalr“–Neddy, aela e dóAi“léosdetenido, decir, aetregds“A eadíbsestas tln,eslluvia hnos dmuchísimo son.––¿Mis ,yddees dNeN enterarnos sus desgracias. .aaorm lubitaslhaíse éscuauhabía qtmsdolió oN ót–desgracias? n“ugseguía erp– ?desallí, a–preguntó icarpero gsed siNed–. Meu¿q–soNo adayincque sus sesalturas, aivull alal ,slluvia arutlasesahabía tse A“detenido, es decir, seguía allí, pero eírobo,ns la bcasa a–glocyeque uq asus jor apobres nul alniñas… in ,anevado, tesem atni la elalbrillo ed ollde irblale alta in e o.anlbsNed–, inéuoqsyuna seolas iovóN… m.n–s–¿Mis iadinmóvil, añeniNnitrósallí. oetdesgracias? npeurspsonidos estaba aohdcomo dl é,slcortina nrcbuaoglos icyanoragssexistían, ecd asliNed–. M ¿n–elevaire No uo–sm?eosucaq–preguntó a–Bien, óidoímos eudecir qsé ride ceque dqué sraro, ovendió mhabla. eaiB –dijo niñas están na l ,lcortina ivómni inmóvil, anitroc alos nu sonidos omoc no oexistían, el lrocomo linacoeque adjiídusaire ea–No sísoestaba ,arde ic,cnearecuerdo eraro, erteedb“A avendido íbestas apobres hreeusalturas, ariniñas… vocasa uNll–ala l ,slluvia aruNed–, tlasesahabía tsye las A“detenido, es decir, seguía allí,”pero elestán Chasseral” lares lains osm copilograba nsu,o.sídlealuatqsneconcebir icbaeñacmi odni salir erbono yáim assear–Bien, lnóoiscestado, doímos nal ebyvar,er–pgudecir q,leíN ogvendió m la edéste” ilBsocasa –di,dodnyienhaber que sus t s i a – v a h o d c la e –dijo niñas allí. í…” lna aíusalir ges ,rde iced se ,odineted“A aíbestas ah esalturas, aivull alal ,slluvia arutlasesahabía tse A“detenido, es decir, seguía allí, pero aba atseconcebir im ribecmi nocestado, aboarerpgoni,lílocomo rv arebéste” aNít–six–dijo e ornoñseñora sNed–, odcomo inoósHalloran–. solas l ,lcortina ivóím nestán i inmóvil, anitrallí. oc alos nu sonidos omoc no existían, el aire estaba raro, ñin sal y ,–deN ojid– a–No sac arecuerdo l odi,donraehaber baatvendido hse oedrriae.u–lcenla er,nrocasa yuna niñas ,orar abatse eria le ,naí”t… sixeíSo–Sí n soa–suspiró dcomo ionlolas H una solala ,lcortina ivóesmanli inmóvil, arnipitsruosc–alos nSu–sonidos oSí…” moc no existían, el aire estaba raro, ” e t s é e d r i l a s o m o no c i lograba n , o d a t s e concebir i m ri.bsaecimi nson rsalir u q a í c e “Sólo r a p y hablaba s a t n a l p s de a l las e d a plantas b a l b a h y o l parecía ó S “ que quisiera esconder entre cnaorcestado, gsaebdarsguoni sl eodcomo ar“–Neddy, etnde e oéste” misíhnos cumdolió óilodmuchísim son ,y ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHalloran–. ripsus– íS–Sí…” –dijo George Hadley–. Supongo estasélleed resconder ilas omono c ilograba n ,odatseconcebir im ribecmi nocestado, abargonil ocomo n salir de éste” hablaba atnalp ellas sde al las edotros aplantas ba”pensamientos” lbsaohtnyoeilm parecía óSa“snep que entre soergto”rquisiera . a l b a h é u q e d é s o N . – –¿Mis d e N ótdesgracias? nugerp– ?sa–pregunt icargse o g n o p u S . – y e l d a H o e G o j i d – ? “–Los d a d r e v ¿ leones , s e l a e r no n o son s o n reales, s e n o e l ¿verdad? s o L – “ –dijo George Hadley–. Supongo ros ”pensamientos” sotneimasnep sorto salle erntnoson e rednsoencsque e a… roeiL si–uo“qdoe–dijo uq naúícgGeorge e“Sólo ranpmodo y bHadley–. hablaba saahtde… nanlp… sde alalas ed aplantas balboaph syoulparecía sóSe“uq yesconder aque sa–Bien, cquisiera al entre óidoímos neesconder v eudecir q riceentre que d sovend mío yeldaH egroeG ojid– ?e“–Los drtandererved¿leones n,soeclsaeerno areissiuoqnreales, euqoael¿verdad? ícseno “Sólo readphabrá y hablaba samtningún nalpnellas side al álas edrotros aplantas bao”pensamientos” lbsaoehtunqyoesiSupongo lm parecía óñSai“nsnseepr que soyrt,o–quisiera saeN lleojid– a–No . í l l a n á t s e s a ñ i n s a l d s a c a recuerdo l o d i d n e haber v rebavendido h odreu que… noedhabrá odomningún núgninmodo árb–¿De ahde… oellas n qué? euqotros ”pensamientos” ? é u q e D ¿ – sotneimasnep sorto salle ”…íS –Sí .–na–suspiró rollaH alaroñseñora es al óHall rips –¿De qué? ?–… éuq !e¡De sDel¿a–eque r nasevlevuelvan uv es eureales! q eD¡ …– –… !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureales! q–No, eD¡ … que–yo sepa.” ”.apes oy euq ,oN– ognopuS .–yeldaH egroeG ojid– ?“–Los dadrev¿leones ,selaernonoson s onreales, senoe ¿ –No, que yo sepa.” ”.apes oy euq ,oN– a, las piernas. que… noedhabrá odomningún núgninmodo árba d nsedfrío adlleapganaba se al abla anespalda ag el oírdesnuda, f lE“ las piernas. ntacto con su amuleto, y supo que.san reip sal ,adu“El ?é n reiepuqsaolplegaria n,osetpodía dlaleapuganaba sse naolcaobtla acantespalda angoceCon lleoíertdesnuda, felnleE p,uasduy“El edfrío luam mentón m“eprot las óbuscó csupiernas. b ntorpemente ótnem le neloCcontacto con su amuleto, y–¿De supo qué? que a perdido,.saninguna –…podía !¡De selaeque r nasevlevuelvan uv es eureal qe teluma us nocaíodtocpataniorcaCon muegpnriont ,óbuscó eamtsloeleahabían nrel contacto que ninguna plegaria gleeleptelnaenmentón ocdsiudbrentorpemente póatnbse ohCA .oarrancado. dacncon ar rasunAhora aamuleto, íbah estaba ol eys supo perdido, –No, que yo sepa.” ”.apes oy e elp anugnin ,odidrep abseatsloe ahabían rohA .oarrancado. dacnar ra nAhora aíbah estaba ol es perdido, ninguna plegaria podía etenido, es decir, seguía allí, pero n reip seguía sal ,adallí, u“El nsedpero frío adlleapganaba se al abla anespald ag el rep ,estaba ílla aíuraro, ges ,riced se ,odineted“A aíbestas ah esalturas, aivull alal ,slluvia arutlasesahabía tse A“detenido, .essadecir, s no existían, eloaire usocallí, y ,ono tepero luexistían, ma us noelc oaire tcatestaba nocCon le eraro, telnementón meprot óbuscó csub ntorpeme ótne ges ,rde icedéste” se ,odrainreatebda“A aerhiaeslalturas, ase tssuna esoAl “,detenido, tasíebestas ea,invauíltlsaila xl e,slluvia oanrustoldcomo insaohabía lcortina ivómni inmóvil, aes nitdecir, roceaulos nqseguía uosonidos opm moíusalir


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Ca m i l o

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A M e z q u i ta



A la realidad del ahora



NO TA

DEL

EDITOR

Este libro así como nuestra realidad contiene muchos errores, desde párrafos invertidos que se leen volteando la pagina hasta líneas cortadas y caracteres repetidos. Pero así es como las historias que se encuentran en este grupo de historias se desenvuelven, error tras error, realidad que cambia constantemente y que se trasforma en una realidad diferente a la nuestra, en algunas ocasiones dudando de si en estamos en lo real.



“La realidad es relativa, depende de con qué lente la mires” Sylvia Plath


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m u l t i v e r s o s

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i n u n d a d


Nunca antes las montañas francesas habían sufrido un invierno tan frío y largo. Hacía semanas que el aire se mantenía claro, áspero y helado. Durante el día, los grandes campos de nieve, color blanco mate, yacían inclinados e interminables bajo el cielo estridentemente azul; de noche los atravesaba la luna, pequeña y clara, una luna helada, furibunda, con un brillo amarillento cuya luz fuerte se volvía azul y sorda sobre la nieve, y que parecía la escarcha en persona. Los seres humanos evitaban todos los caminos y, sobre todo, las alturas; apáticos y maldiciendo, permanecían en las cabañas, cuyas ventanas rojas, de noche, aparecían empañadas y turbias junto a la luz azul de la luna, y se apagaban pronto.

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Alfred

Bester


“Reían, alardeaban, se alegraban por el aguardiente y el café que bebían, cantaban, maldecían. Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta meseta, ni la luna roja que colgaba sobre el Chasseral”

Fue un tiempo difícil para los animales de la zona. Los más pequeños murieron congelados en grandes cantidades; también los pájaros sucumbieron a la helada, y sus cadáveres enjutos se convirtieron en botín de águilas y lobos. Pero aun estos sufrían terriblemente de frío y de hambre. Solo unas pocas familias de lobos vivían allí, y la necesidad las empujó hacia una unión más fuerte. Durante el día salían solos. Aquí y allá, uno de ellos cruso como un fantasma. Su sombra delgada se deslizaba a su lado viento y de vez en cuando emitía un llanto seco, tortuoso. Pero de noche salían todos juntos y rodeaban los pueblos con aullidos roncos. Allí estaban a buen resguardo el ganado y las aves, y detrás de los postigos se apoyaban las escopetas. En escasas ocasiones les tocaba una presa menor, por ejemplo un perro, y ya habían sido muertos dos lobos de la manada. La helada persistía. Muchas veces los lobos se echaban juntos, en silencio y pensativos, calentándose uno contra el otro, y escuchaban acongojados el vacío mortal que los rodeaba, hasta que uno, martirizado por los maltratos Entonces todos los demás dirigían sus hocicos hacia él, temblaban, y rompían al unísono en un aullido terrible, amenazador y quejumbroso.

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madrigueras al despuntar el alba, se reunieron y olisquearon excitados y temerosos el aire helado. Luego partieron al trote, rápido y con un ritmo parejo. Los que quedaban atrás los miraron con ojos muy abiertos y vidriosos, los siguieron una docena de pasos, se detuvieron indecisos y desorientados, y regresaron lentamente a sus cuevas vacías. Los emigrantes se separaron al mediodía. Tres de ellos se dirigieron hacia el oeste, a los montes del Jura suizo; los otros siguieron hacia el sur. Los

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estómago de color claro, combado hacia dentro, era delgado como una correa; en el pecho se destacaban tristemente las costillas; las bocas estaban secas y los ojos abiertos y desesperados. De tres en tres se internaron lejos en los montes; al segundo día cazaron un carnero, al tercero, un perro y un potrillo, y fueron perseguidos en todas partes por los campesinos furiosos. En la zona, rica en pueblos y ciudades, se diseminó el miedo y el temor ante los invasores desacostumbrados. La gente armó los trineos del correo; nadie iba de un pueblo a otro sin su arma. En esa zona desconocida, tras tan buen botín, los tres animales se sentían a la vez temerosos y a gusto; se volvieron más arriesgados de lo que jamás habían sido en casa, y asaltaron el corral de una granja a plena luz del día. Mugidos de vacas, crujido de listones de madera que se partían, sonido de cascos y una respiración caliente, jadeante, Habían puesto un precio a la cabeza de los lobos, lo que duplicó el coraje de los granjeros. Mataron a dos de ellos: a uno le perforó el cuello una bala de escopeta, el otro fue muerto con un hacha. El tercero escapó y corrió hasta que se desplomó sobre la nieve, casi muerto. Era el más joven y hermoso de los lobos, un animal orgulloso con formas armónicas y una fuerza imponente. Durante un rato largo quedó echado, jadeando. Delante de sus ojos se arremolinaban círculos rojos y sanguinolentos, y de vez en cuando emitía un quejido silbante, doloroso. Un hachazo le había dado en el lomo. Pero se recuperó y pudo volver a levantarse. Solo entonces vio cuán lejos había corrido. En ningún lado podían verse personas o casas. Delante de él se encontraba una montaña imponente, nevada. Era el Chasseral. Decidió rodearlo. Atormentado por la sed, comió pequeños pedazos de la corteza congelada y dura que cubría la nieve. Más allá de la montaña se topó de inmediato con un pueblo. Estaba anocheciendo. Esperó en un tupido bosque de pinos. Luego rodeó con cuidado los cercos de los jardines, persiguiendo el olor de los establos tibios. No había nadie en la calle. Arisco y anhelante, espió por entre las casas. Entonces sonó un disparo. Levantó la cabeza hacia lo alto y se dispuso a correr, cuando ya estalló el segundo tiro. Le habían dado. El costado de su abdomen blancuzco estaba manchado de sangre, que caía a goterones. A pesar de todo, logró escapar con unos grandes saltos y alcanzar el bosque más alejado de la montaña. Allí esperó un instante, atento, y oyó voces y pasos provenientes de varios lados. Temeroso, miró hacia la montaña. Era escarpada, boscosa y difícil de


trepar. Pero no tenía opción. Con respiración agitada escaló la pared empinada mientras que abajo, a lo largo de la montaña, avanzaba una confusión de insultos, órdenes y luces de linternas. El lobo herido trepó temblando a través del bosque de pinos, casi a oscuras, mientras la sangre marrón corría despacio por su costado. El frío había cedido. Al oeste, el cielo estabas brumoso y parecía prometer nieve.

un gran campo de nieve, levemente inclinado, cerca de Mont Crosin, muy por encima del pueblo del que había escapado. No sentía hambre, pero sí un dolor turbio y punzante en las heridas. Un ladrido seco y enfermo nació de su hocico entregado; su corazón latía pesado y dolorido, y el lobo sentía que la mano de la muerte lo presionaba como una carga indescriptiblemente pesada. Un pino aislado, de ramas anchas, lo atrajo; allí se sentó y clavó sus ojos perdidos en la noche gris de nieve. Pasó media hora. Una luz roja y apagada cayó sobre la nieve, extraña y blanda. El lobo se levantó con un quejido y dirigió su cabeza hermosa hacia la luz. Era la luna, que se levantaba por el sudoeste, gigantesca y color rojo sangre, y subía lentamente por el cielo cubierto. Hacía muchas semanas que no se la había visto tan roja y grande. El ojo del animal moribundo se aferraba con tristeza al astro opaco, y en la noche volvió a oírse un estertor débil, doloroso y ronco. Un poco más tarde surgieron luces y pasos. Campesinos con abrigos gruesos, cazadores y muchachos jóvenes con gorros de piel y botas toscas avanzaban por la nieve. Se oyeron gritos de alegría. Habían descubierto al lobo moribundo, le dispararon dos tiros y ambos fallaron. Entonces vieron que el animal ya estaba a punto de fallecer y se le echaron encima con palos y garrotes. Él ya no los sintió. Lo arrastraron hacia abajo, a Sankt Immer, con los miembros quebrados. Reían, alardeaban, se alegraban por el aguardiente y el café que bebían, cantaban, maldecían. Ninguno vio la belleza del bosque nevado, ni el brillo de la alta meseta, ni la luna roja que colgaba sobre el Chasseral y cuya luz débil se quebrados del lobo muerto.

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na d a d or John

Cheever

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na d a d or el

na d a d


“–Neddy, nos dolió muchísimo enterarnos de sus desgracias. –¿Mis desgracias? –preguntó Ned–. No sé de qué habla. –Bien, oímos decir que vendió la casa y que sus pobres niñas… –No recuerdo haber vendido la casa –dijo Ned–, y las niñas están allí. –Sí –suspiró la señora Halloran–. Sí”

Era uno de esos domingos de mediados del verano, cuando todos se sientan y comentan “Anoche bebí demasiado”. Quizá uno oyó la frase murmurada por los feligreses que salen de la iglesia, o la escuchó de labios del propio sacerdote, que se debate con su casulla en el vestiarium, o en las pistas de golf y de tenis, o en la reserva natural donde el jefe del grupo Audubon sufre el terrible malestar del día siguiente. –Bebí demasiado –dijo Donald Wester. –Todos bebimos demasiado –dijo Lucinda Merrill. –Seguramente fue el vino –dijo Helen Wester –Bebí demasiado clarete. Esto sucedía al borde de la piscina de los Wester. La piscina, alimentada por un pozo artesiano que tenía elevado contenido de hierro, mostraba un matiz verde claro. El tiempo era excelente. Hacia el oeste se dibujaba un macizo de cúmulos, desde lejos tan parecido a una ciudad –vistos desde la proa de un barco que se acercaba– que incluso hubiera podido asignársele nombre. Lisboa. Hackensack. El sol calentaba fuerte. Neddy Merrill estaba sentado al borde del agua verdosa, una mano sumergida, la otra sosteniendo un vaso de ginebra. Era un hombre esbelto –parecía tener la especial esbeltez de la juventud– y, si bien no era joven ni mucho menos, esa mañana se había deslizado por su baranda y había descargado una palmada sobre el trasero de laba hacia el olor del café en su comedor. Podía habérsele comparado con un

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Volver a casa siguiendo un camino diferente le infundía la sensación de que era un peregrino, un explorador, un hombre que tenía un destino; y además sabía que a lo largo del camino hallaría amigos: los amigos guarnecerían las orillas del río Lucinda.

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na d a

día estival, y si bien no tenía raqueta de tenis ni bolso de marinero, suscitaba nadando, y ahora respiraba estertorosa, profundamente, como si pudiese absorber con sus pulmones los componentes de ese momento, el calor del sol, la su pecho. Su propia casa se levantaba en Bullet Park, unos trece kilómetros hacia el sur, donde sus cuatro hermosas hijas seguramente ya habían almorzado y quizá ahora jugaban a tenis. Entonces, se le ocurrió que dirigiéndose hacia el suroeste podía llegar a su casa por el agua.

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Su vida no lo limitaba, y el placer que extraía de esta observación no podía explicarse por su sugerencia de evasión. Le parecía ver, con el ojo de un cartógrafo, esa hilera de piscinas, esa corriente casi subterránea que recorría el condado. Había realizado un descubrimiento, un aporte a la geografía moderna; en homenaje a su esposa, llamaría Lucinda a este curso de agua. No le agradaban las bromas pesadas y no era tonto, pero sin duda era original y Era un día hermoso y se le ocurrió que nadar largo rato podía ensanchar y exaltar su belleza. Se quitó el suéter que colgaba de sus hombros y se zambulló. Sentía un inexplicable desprecio hacia los hombres que no se arrojaban a la piscina. Usó una brazada corta, respirando con cada movimiento del brazo o cada cuatro brazadas y contando en un rincón muy lejano de la mente el uno–dos, uno–dos de la patada nerviosa. No era una brazada útil para las distancias largas, pero la domesticación de la natación había impuesto ciertas costumbres a este deporte, y en el rincón del mundo al que él pertenecía, el estilo crol era usual. Parecía que verse abrazado y sostenido por el agua verde claro era no tanto un placer como la recuperación de una condición natural, y él habría deseado nadar sin pantaloncitos, pero en vista de su propio proyecto eso no era posible. Se alzó sobre el reborde del extremo opuesto –nunca usaba la escalerilla– y comenzó a atravesar el jardín. Cuando Lucinda preguntó adónde iba, él dijo que volvía nadando a casa. Los únicos mapas y planos eran los que podía recordar o sencillamente imaginar, pero eran bastante claros. Primero estaban los Graham, los Hammer, los Lear, los Howland y los Crosscup. Después, cruzaba la calle Ditmar y llegaba a la propiedad de los Bunker, y después de recorrer un breve trayecto llegaba a los Levy, los Welcher y la piscina pública de Lancaster. Después estaban los Halloran, los Sachs, los Biswanger, Shirley Adams, los Gilmartin y los Clyde. El día era hermoso, y que él viviera en un mundo tan generosamente abastecido de agua parecía un acto de clemencia, una suerte


Atravesó un seto que separaba la propiedad de los Wester de la que ocu-

–Caramba, Neddy –dijo la señora Graham–, qué sorpresa maravillosa.

a d oTodarla mañana he tratado de hablar con usted por teléfono. Venga, sírvase una copa

Comprendió entonces, como les ocurre a todos los exploradores, que tendría que manejar con cautela las costumbres y las tradiciones hospitalarias de los nativos si quería llegar a buen destino. No quería mentir ni mostrarse grosero con los Graham, y tampoco disponía de tiempo para demorarse allí. Nadó la piscina de un extremo al otro, se reunió con ellos al sol y pocos minutos después lo salvó la llegada de dos automóviles colmados de amigos que venían de Connecticut. Mientras todos formaban grupos bulliciosos él pudo alejarse discretamente. Descendió por la fachada de la casa de los Graham, pasó un seto espinoso y cruzó una parcela vacía para llegar a la propiedad de los Hammer. La señora Hammer apartó los ojos de sus rosas, lo vio nadar, ventanas abiertas de su sala. Los Howland y los Crosscup no estaban en casa. Después de salir del jardín de los Howland, cruzó la calle Ditmar y comenzó a acercarse a la casa de los Bunker; aun a esa distancia podía oírse el bullicio

El agua refractaba el sonido de las voces y las risas y parecía suspenderlo en el aire. La piscina de los Bunker estaba sobre una elevación, y él ascendió unos peldaños y salió a una terraza, donde bebían veinticinco o treinta hombres y mujeres. La única persona que estaba en el agua era Rusty Towers, orillas del río Lucinda! Hombres y mujeres prósperos se reunían alrededor de ginebra fría. En el cielo, un avión de Haviland, un aparato rojo de entrenamiento, describía sin cesar círculos en el cielo mostrando parte del regocijo de un niño que se mece. Ned sintió un afecto transitorio por la escena, una ternura dirigida hacia los que estaban allí reunidos, como si se tratara de algo Bunker lo vio comenzó a gritar: cinda me dijo que usted no podía venir, sentí que me moría Se abrió paso entre la gente para llegar a él, y cuando terminaron de besarse lo llevó al bar, pero avanzaron con paso lento, porque ella se detuvo para besar a ocho o diez mujeres y estrechar las manos del mismo número de hombres. Un barman sonriente a quien Neddy había visto en cien reuniones parecidas le entregó una ginebra con agua tónica, y Neddy permaneció de pie un momento frente al bar, evitando mezclarse en conversaciones que podían retrasar su viaje. Cuando temió verse envuelto, se zambulló y nadó

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opuesto de la piscina dejó atrás a los Tomlinson, a quienes dirigió una amplia sonrisa, y se alejó trotando por el sendero del jardín. La grava le lastimaba los nada a los terrenos contiguos a la piscina, y cuando ya estaba acercándose a la casa oyó atenuarse el sonido brillante y acuoso de las voces, oyó el ruido de un receptor de radio que provenía de la cocina de los Bunker, donde alguien estaba escuchando la retransmisión de un partido de béisbol. Una tarde de domingo. Se deslizó entre los automóviles estacionados y descendió por los límites cubiertos de pasto del sendero, en dirección a la calle Alewives. No deseaba que nadie lo viera en el camino, con sus pantaloncitos de baño pero no había tránsito, y Neddy recorrió la reducida distancia que lo separaba del sendero de los Levy, donde había un letrero indicando: propiedad privada, y un recipiente para The New York Times. Todas las puertas y ventanas de la espaciosa casa estaban abiertas, pero no había signos de vida, ni siquiera el ladrido de un perro. Dio la vuelta a la casa, buscando la piscina, y se dio cuenta de que los Levy habían salido poco antes. Habían dejado vasos, botellas y platitos de maníes sobre una mesa instalada hacia el fondo, donde había un vestuario o mirador adornado con farolitos japoneses. Después de atravesar a nado la piscina, consiguió un vaso y se sirvió una copa.

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Era la cuarta o la quinta copa, y ya había nadado casi la mitad de la longitud del río Lucinda. Se sentía cansado y limpio, y en ese momento lo complacía estar solo; en realidad, todo lo complacía. Habría tormenta. El grupo de cúmulos –esa ciudad– se había elevado y ensombrecido, y mientras estaba allí, sentado, oyó de nuevo la percusión del trueno. El avión de entrenamiento de Haviland continuaba describiendo círculos en el cielo. Ned creyó que casi podía oír la risa del piloto, complacido con la tarde, pero cuando se descargó otra cascada de truenos, reanudó la marcha hacia su hogar. Sonó el silbato de un tren, y se preguntó qué hora sería. ¿Las cuatro? ¿Las cinco? Pensó en la estación provinciana a esa hora, el lugar donde un camarero, con el traje de etiqueta disimulado por un imperbía estado llorando esperaban el tren local. De pronto comenzó a oscurecer; to anunciando con un sonido agudo y reconocible la llegada de la tormenta. A su espalda se oyó el ruido leve del agua que caía de la copa de un roble, como si allí hubiesen abierto un grifo. Después, el ruido de fuentes se repitió en las coronas de todos los árboles altos. ¿Por qué le agradaban las tormentas? ¿Qué sentido tenía su excitación cuando la puerta se abría bruscamente y el viento de lluvia se abalanzaba impetuoso escaleras arriba? ¿Por qué la sencilla tarea de cerrar las ventanas de una vieja casa parecía apropiada y urgente? ¿Por qué las primeras notas cristalinas de un viento de tormenta tenían para él el sonido inequívoco de las buenas nuevas, una sugerencia de alegría y buen ánimo? Después, hubo una explosión, olor de cordita, y la Kioto el año anterior, ¿o quizá era incluso un año antes?


Permaneció en el jardín de los Levy hasta que pasó la tormenta. La lluvia había refrescado el aire, y él temblaba. La fuerza del viento había despejado de sus hojas rojas y amarillas a un arce y las había dispersado sobre el pasto y el agua. Como era mediados del verano seguramente el árbol se agostaría, y sin embargo Ned sintió una extraña tristeza ante ese signo otoñal. Flexionó los hombros, vació el vaso y caminó hacia la piscina de los Welcher. Para llegar necesitaba cruzar la pista de equitación de los Lindley, y lo sorprendió descubrir que el pasto estaba alto y todas las vallas aparecían desarmadas. Se preguntó si los Lindley habían vendido sus caballos o se habían ausentado todo el verano y habían dejado en una pensión los animales. Le pareció recordar haber oído algo acerca de los Lindley y sus caballos, pero el recuerdo no era claro. Continuó caminando, descalzo sobre el pasto húmedo, hacia la casa de los Welcher, donde descubrió que la piscina estaba seca. La ausencia de este eslabón en su cadena acuática lo decepcionó de un modo absurdo, y se sintió como un explorador que busca una fuente torrencial y encuentra un arroyo seco. Se sintió desilusionado y desconcertado. Era costumbre salir durante el verano, pero nadie vaciaba nunca sus piscinas. Era evidente que los Welcher se habían marchado. Los muebles de la piscina estaban plegados, apilados y cubiertos con fundas. El vestuario estaba cerrado con llave. Todas las ventanas de la casa estaban cerradas, y cuando dio la vuelta a la vivienda en busca del sendero que conducía a la salida vio un cartel que indicaba en venta clavado a un árbol. ¿Cuándo había oído hablar por última vez de los Welcher…?; es decir, ¿cuándo había sido la última vez que él y Lucinda habían rechazado una invitación a cenar con ellos? Le parecía que hacía apenas una semana, poco más o menos. ¿La memoria le estaba fallando, o la había disciplinado tanto en la representación de los hechos ingratos que había deteriorado su propio sentido de la verdad? Ahora, oyó a lo lejos el ruido de un encuentro de tenis. El hecho lo reanimó, disipó sus aprensiones y pudo mirar con indiferencia el cielo nublado y el aire frío. Atacó ahora el trecho más difícil. Si ese día uno hubiera salido a pasear para gozar de la tarde dominical quizá lo hubiera visto, casi desnudo, de pie al borde la Ruta 424, esperando la oportunidad de cruzar. Quizá uno se preguntaría si era la víctima de una broma pesada, si su automóvil había sufrido su desperfecto o si se trataba sencillamente de un loco. De pie, descalzo, sobre los montículos al costado de la autopista –latas de cerveza, trapos viejos y cámaras reventadas– expuesto a todas las burlas, ofrecía un espectáculo lamentable. Al comenzar, sabía que ese trecho era parte de su trayecto –había estado en sus mapas–, pero al enfrentarse a las hileras del tránsito que serpeaban a través de la luz estival, descubrió que no estaba preparado. Provocó risas y burlas, le arrojaron un envase de cerveza, y no podía afrontar la situación con dignidad ni humor. Hubiera podido regresar, volver a casa de los Wester, donde Lucinda sin duda ni siquiera a sí mismo. ¿Por qué, creyendo, como era el caso, que todas las formas de obstinación humana eran asequibles al sentido común, no podía

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regresar? ¿Por qué estaba decidido a terminar su viaje aunque eso amenazara su propia vida? ¿En qué momento esa travesura, esa broma, esa suerte de pirueta había cobrado gravedad? No podía volver, ni siquiera podía recordar claramente el agua verdosa de los Wester, la sensación de inhalar los compobían bebido demasiado. Después de más o menos una hora había recorrido una distancia que imposibilitaba el regreso. Un anciano que venía por la autopista a veinticinco kilómetros por hora le permitió llegar al medio de la calzada, donde había un refugio cubierto de pasto. Allí se vio expuesto a las burlas del tránsito que iba hacia el norte, pero después de diez o quince minutos pudo cruzar. Desde allí, tenía un breve trecho hasta el Centro de Recreación, que estaba a la salida del pueblo de Lancaster, donde había unas canchas de balonmano y una piscina pública. El efecto del agua en las voces, la ilusión de brillo y expectativa era la misma que en la piscina de los Bunker, pero aquí los sonidos eran más estridentes, más ásperos y más agudos, y apenas entró en el recinto atestado tropezó con la reglamentación “todos los bañistas deben darse una ducha antes de

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dio una ducha, se lavó los pies en una solución turbia y acre y se acercó al borde del agua. Hedía a cloro y le pareció un fregadero. Un par de salvavidas apostados en un par de torrecillas tocaban silbatos policiales, aparentemente con intervalos regulares, y agredían a los bañistas por un sistema de altavoces. contaminarse –perjudicar su propio bienestar y su encanto– nadando en ese lodazal, pero recordó que era un explorador, un peregrino, y que se trataba sencillamente de un recodo de aguas estancadas del río Lucinda. Se zambulló, arrugando el rostro con desagrado, en el agua clorada y tuvo que nadar con la cabeza sobre el agua para evitar choques, pero aun así lo empujaron, lo salpicaron y zarandearon. Cuando llegó al extremo menos profundo, ambos salvavidas estaban gritándole: Así lo hizo, pero no podían perseguirlo, y atravesó el hedor de aceite bronceador y cloro, dejó atrás la empalizada y fue a las pistas de balonmano. Después de cruzar el camino entró en el sector arbolado de la propiedad de los Halloran. No se había desbrozado el bosque, y el suelo fue traicionero y difícil hasta que llegó al jardín y el seto de hayas recortadas que rodeaban la piscina. Los Halloran eran amigos, y una pareja anciana muy adinerada que parecía regodearse con la sospecha de que podían ser comunistas. Eran entusiastas reformadores, pero no comunistas, y sin embargo cuando se los acusaba de subversión, como a veces ocurría, el incidente parecía complacerlos y excitarlos. El seto de hayas era amarillo, y nadie supuso que estaba agostado, como el arce de los Levy. Dijo “Hola, hola”, para avisar a los Halloran que se acercaba, para moderar su invasión de la intimidad del matrimonio. Por razones que el propio Neddy nunca había llegado a entender, los Halloran no usaban trajes de baño. A decir verdad, no eran necesarias las explicaciones.


pasar la abertura del seto Neddy se despojó cortésmente de sus pantaloncitos. La señora Halloran, una mujer robusta de cabellos blancos y rostro sereno, estaba leyendo el Times. El señor Halloran estaba extrayendo del agua hojas de haya con una barredera. No parecieron sorprendidos ni desagradados de verlo. La piscina de los Halloran era quizá la más antigua de la región, sus aguas mostraban el oro opaco del arroyo. –Estoy nadando a través del condado –dijo Ned. –Vaya, no sabía que era posible –exclamó la señora Halloran. Dejó los pantaloncitos en el extremo más hondo, caminó hacia el extremo contrario y nadó el largo de la piscina. Cuando salía del agua oyó la voz de la señora Halloran que decía: –Neddy, nos dolió muchísimo enterarnos de sus desgracias. –¿Mis desgracias? –preguntó Ned–. No sé de qué habla. –Bien, oímos decir que vendió la casa y que sus pobres niñas… –No recuerdo haber vendido la casa –dijo Ned–, y las niñas están allí. –Sí –suspiró la señora Halloran–. Sí… –su voz impregnó el aire de una desagradable melancolía y Ned habló con brusquedad: –Gracias por permitirme nadar. –Bien, que tenga un buen viaje –dijo la señora Halloran. Después del seto, se puso los pantaloncitos y se los ajustó. Los sintió sueltos, y se preguntó si en el curso de una tarde podía haber adelgazado. Tenía frío y estaba cansado, y los Halloran desnudos y sus aguas oscuras lo habían deprimido. El esfuerzo era excesivo para su resistencia, pero ¿cómo podía haberlo previsto cuando se deslizaba por la baranda esa mañana y estaba sentado al sol, en casa de los Wester? Tenía los brazos inertes. Sentía las piernas como de goma y le dolían las articulaciones. Lo peor era el frío en los huesos y la sensación de que quizá nunca volviera a sentir calor. Alrededor, caían las hojas y Ned olió en el viento el humo de leña. ¿Quién estaría quemando leña en esa época del año? Necesitaba una copa. El whisky podía calentarlo, reanimarlo, permitirle salvar la última etapa de su trayecto, renovar su idea de que atravesar nadando el condado era un acto original y valiente. Los nadadores que atravesaban el canal bebían brandy. Necesitaba un estimulante. Cruzó el prado que se extendía frente a la casa de los Halloran y descendió por un estrecho sendero hasta el lugar en que habían levantado una casa para su única hija, Helen, y su marido, Eric Sachs. La piscina de los Sachs era pequeña, y allí encontró a Helen y su marido.

–En realidad, no –dijo Ned–. Pero en efecto vi a tus padres –le pareció que la explicación bastaba–. Lamento muchísimo interrumpirlos, pero tengo frío y pienso que podrían ofrecerme un trago.

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–Bien, me encantaría –dijo Helen–, pero después de la operación de Eric no tenemos bebidas en casa. Desde hace tres años. ¿Estaba perdiendo la memoria y quizá su talento para disimular los hechos dolorosos lo inducía a olvidar que había vendido la casa, que sus hijas vista descendió del rostro al abdomen de Eric, donde vio tres pálidas cicatrices de sutura, y dos tenían por lo menos treinta centímetros de largo. El ombligo había desaparecido, y Neddy se preguntó qué podía hacer a las tres de la madrugada la mano errabunda que ponía a prueba nuestras cualidades amatorias, con un vientre sin ombligo, desprovisto de nexo con el nacimiento. ¿Qué podía hacer con esa brecha en la sucesión? –Estoy segura de que podrás beber algo en casa de los Biswanger –dijo Ella alzó la cabeza y desde el otro lado del camino, atravesando los prados, los jardines, los bosques, los campos, él volvió a oír el sonido luminoso de

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–Bien, me mojaré –dijo Ned, dominado siempre por la idea de que no tenía modo de elegir su medio de viaje. Se zambulló en el agua fría de la piscina de los Sachs y jadeante, casi ahogándose, recorrió la piscina de un extremo al otro –. Lucinda y yo deseamos muchísimo verlos –dijo por encima del hombro, la cara vuelta hacia la propiedad de los Biswanger–. Lamentamos que haya pasado tanto tiempo y los llamaremos muy pronto. Cruzó algunos campos en dirección a los Biswanger y los sonidos de la de beber. Los Biswanger invitaban a cenar a Ned y Lucinda cuatro veces al año, con seis semanas de anticipación. Siempre se veían desairados, y sin embargo continuaban enviando sus invitaciones, renuentes a aceptar las realidades rígidas y antidemocráticas de su propia sociedad. Eran la clase de gente que discutía el precio de las cosas en los cócteles, intercambiaba datos acerca de los precios durante la cena, y después de cenar contaba chistes verdes a un público de ambos sexos. No pertenecían al grupo de Neddy, ni siquiera estaban incluidos en la lista que Lucinda utilizaba para enviar tarjetas de Navidad. Se acercó a la piscina con sentimientos de indiferencia, compasión y cierta incomodidad, pues parecía que estaba oscureciendo y eran los días

óptica, al veterinario, al negociante de bienes raíces y al dentista. Nadie estadestello invernal. Habían montado un bar, y Ned caminó en esa dirección. Cuando Grace Biswanger lo vio se acercó a él, no afectuosamente, como él tenía derecho a esperar, sino en actitud belicosa.

–, hasta los colados. Ella no podía perjudicarlo socialmente…, eso era indudable, y él no se Impresionó.


–En mi calidad de colado –preguntó–, ¿puedo pedir una copa? –Como guste –dijo ella–. No parece que preste atención a las invitaciones. Le volvió la espalda y se reunió con varios invitados, y Ned se acercó al bar y pidió un whisky. El barman le sirvió, pero lo hizo bruscamente. El suyo era un mundo en que los camareros representaban el termómetro social, y no estaba informado. Entonces, oyó a sus espaldas la voz de Grace, que decía: –Se arruinaron de la noche a la mañana. Tienen solamente lo que ganan… y él apareció borracho un domingo y nos pidió que le prestásemos cinco mil dólares… –esa mujer siempre hablaba de dinero. Era peor que comer guisantes con cuchillo. Se zambulló en la piscina, nadó de un extremo al otro y se alejó. La piscina siguiente de su lista, la antepenúltima, pertenecía a su antigua amante, Shirley Adams. Si lo habían herido en la propiedad de los Biswanger, aquí podía curarse. El amor –en realidad, el combate sexual– era el supremo elixir, el gran anestésico, la píldora de vivo color que renovaría la primavera semana pasada, el mes pasado, el año pasado. No lo lograba recordar. Él había interrumpido la relación, pues era quien tenía la ventaja, y pasó el portón en la pared que rodeaba la piscina sin que su sentimiento fuese tan su propia piscina, pues el amante, y sobre todo el amante ilícito, goza de las del agua luminosa y cerúlea, no evocó en él recuerdos profundos. Pensó que terminado. Parecía confundida de verlo, y Ned se preguntó si aún estaba lastimada. ¿Quizá, Dios no lo permitiese, volvería a llorar? –¿Qué deseas? –preguntó. –Estoy nadando a través del condado. –Santo Dios. ¿Jamás crecerás? –¿Qué pasa? –Si viniste a buscar dinero –dijo–, no te daré un centavo más. –Podrías ofrecerme una bebida. –Podría, pero no lo haré. No estoy sola. –Bien, ya me voy. Se zambulló y nadó a lo largo de la piscina, pero cuando trató de alzarse con los brazos sobre el reborde descubrió que ni los brazos ni los hombros le respondían, así que chapoteó hasta la escalerilla y trepó por ella. Mirando Cuando salió al prado oscuro olió crisantemos y caléndulas –una tenaz fragancia otoñal– en el aire nocturno, un olor intenso como de gas. Alzó la vista y vio que habían salido las estrellas, pero ¿por qué le parecía estar viendo a Andrómeda, Cefeo y Casiopea? ¿Qué se había hecho de las constelaciones de mitad del verano? Se echó a llorar.

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Probablemente era la primera vez que lloraba siendo adulto y en todo caso la primera vez en su vida que se sentía tan desdichado, con tanto frío, tan cansado y desconcertado. No podía entender la dureza del barman o la dureza de una amante que le había rogado de rodillas y había regado de lágrimas sus pantalones. Había nadado demasiado, había estado mucho tiempo en el agua, y ahora tenía irritadas la nariz y la garganta. Lo que necesitaba era una bebida, un poco de compañía y ropas limpias y secas, y aunque hubiera podido acortar camino directamente, a través de la calle, para llegar a su casa, siguió en dirección a la piscina de los Gilmartin. Aquí, por primera vez en su vida, no se zambulló y descendió los peldaños hasta el agua helada y nadó con una brazada irregular que quizá había aprendido cuando era niño. Se tambaleó de fatiga de camino hacia la propiedad de los Clyde, y chapoteó de un extremo al otro de la piscina, deteniéndose de tanto en tanto a descansar con la mano aferrada al borde. Había cumplido su propósito, había recorrido a nado el condado, pero estaba tan aturdido por el agotamiento que no veía claro su propio triunfo. Encorvado, aferrándose a los pilares del portón en busca de apoyo, subió por el sendero de su propia casa. El lugar estaba a oscuras. ¿Era tan tarde que todos se habían acostado? ¿Lucinda se había quedado a cenar en casa de los Wester? ¿Las niñas habían

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hacer el domingo, rechazar todas las invitaciones y quedarse en casa? Probó las puertas del garaje para ver qué automóviles había allí, pero las puertas estaban cerradas con llave y de los picaportes se desprendió óxido que le manchó las manos. Se acercó a la casa y vio que la fuerza de la tormenta había desprendido uno de los caños de desagüe. Colgaba sobre la puerta principal como la costilla de un paraguas; pero eso podía arreglarse por la mañana. La casa estaba cerrada con llave, y él pensó que la estúpida cocinera o la estúpida criada seguramente habían cerrado todo, hasta que recordó que hacía un tiempo que no empleaban criada ni cocinera. Gritó, golpeó la puerta, trató de forzarla con el hombro y después, mirando por las ventanas,


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vio que el lugar estaba vacío.


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Se quitó el suéter que colgaba de sus hombros y se zambulló.


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a p ra d e ra a p ra d e ra

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l a p ra d e ra p ra d e ra

p ra d e ra 1 –George, me gustaría que le echaras un ojo al cuarto de jugar de los niños. –¿Qué le pasa? –No lo sé. –Pues bien, ¿y entonces? –Sólo quiero que le eches un ojeada, o que llames a un psicólogo para que se la eche él. –¿Y qué necesidad tiene un cuarto de jugar de un psicólogo? –Lo sabes perfectamente Su mujer se detuvo en el centro de la cocina y contempló uno de los fogones, que en ese momento estaba hirviendo sopa para cuatro personas–. Sólo es que ese cuarto ahora es diferente de como era antes.

R ay

p ra d e ra a p ra d e ra

B r a db u ry r


“–Los leones no son reales, ¿verdad? –dijo George Hadley–. Supongo que no habrá ningún modo de… –¿De qué? –… ¡De que se vuelvan reales! –No, que yo sepa.”

–Muy bien, echémosle un vistazo. Atravesaron el vestíbulo de su lujosa casa insonorizada cuya instalación les había costado treinta mil dólares, una casa que los vestía y los alimentaba y los mecía para que se durmieran, y cantaba y era buena con ellos. Su aproximación activó un interruptor en alguna parte y la luz de la habitación de los niños parpadeó cuando llegaron a tres metros de ella. Simultáneamente, en el vestíbulo, las luces se apagaron con un automatismo suave. –Bien –dijo George Hadley. Se detuvieron en el suelo acolchado del cuarto de jugar de los niños. Tenía doce metros de ancho por diez de largo; además había costado tanto como la mitad del resto de la casa. “Pero nada es demasiado bueno para nuestros hijos”, había dicho George. La habitación estaba en silencio y tan desierta como un claro de la selva un caluroso mediodía. Las paredes eran lisas y bidimensionales. En ese momento, mientras George y Lydia Hadley se encontraban quietos en el centro de la habitación, las paredes se pusieron a zumbar y a retroceder hacia una distancia cristalina, o eso parecía, y pronto apareció un sabana africana en tres dimensiones; por todas partes, en colores que reproducían hasta el último guijarro y brizna de paja. Por encima de ellos, el techo se convirtió en un cielo profundo con un ardiente sol amarillo. George Hadley notó que la frente le empezaba a sudar. –Vamos a quitarnos del sol –dijo–. Resulta demasiado real. Pero no veo que pase nada extraño.

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–Espera un momento y verás –dijo su mujer. dirección a las dos personas del centro de la achicharrante sabana africana. El intenso olor a paja, el aroma fresco de la charca oculta, el penetrante olor a moho de los animales, el olor a polvo en el aire ardiente. Y ahora los sonidos: el trote de las patas de lejanos antílopes en la hierba, el aleteo de los buitres. Una sombra recorrió el cielo y vaciló sobre la sudorosa cara que miraba hacia arriba de George Hadley. –Alimañas asquerosas –le oyó decir a su mujer. –Los buitres. –¿Ves? Allí están los leones, a lo lejos, en aquella dirección. Ahora se dirigen a la charca. Han estado comiendo –dijo Lydia–. No sé qué. –Algún animal –George Hadley alzó la mano para defender sus entrecerrados ojos de la luz ardiente–. Una cebra o una cría de jirafa, a lo mejor. –¿Estás seguro? –la voz de su mujer sonó especialmente tensa. –No, ya es un poco tarde para estar seguro –dijo él, divertido–. Allí lo único que puedo distinguir son unos huesos descarnados, y a los buitres dispuestos a caer sobre lo que queda. –¿Has oído ese grito? –preguntó ella. –No.

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–Lo siento, pero no. Los leones se acercaban. Y George Hadley volvió a sentirse lleno de admiración hacia el genio mecánico que había concebido aquella habitación. Un las casas deberían tener algo así. Claro, de vez en cuando te asustaba con su exactitud clínica, hacía que te sobresaltases y te producía un estremecimiento, pero qué divertido era para todos en la mayoría de las ocasiones; y no sólo para su hijo y su hija, sino para él mismo cuando sentía que daba un paseo allí estaba! Y allí estaban los leones, a unos metros de distancia, tan reales, tan febril y sobrecogedoramente reales que casi notabas su piel áspera en la mano, la boca se te quedaba llena del polvoriento olor a tapicería de sus pieles calientes, y su color amarillo permanecía dentro de tus ojos como el amarillo de los leones y de la hierba en verano, y el sonido de los enmarañados pulmones de los leones respirando en el silencioso calor del mediodía, y el olor a carne en el aliento, sus bocas goteando. Los leones se quedaron mirando a George y Lydia Hadley con sus aterradores ojos verde–amarillentos. Lydia se dio la vuelta y echó a correr. George se lanzó tras ella. Fuera, en el vestíbulo, después de cerrar de un portazo, él se reía y ella lloraba y los dos se detuvieron horrorizados ante la reacción del otro.

–Unas paredes, Lydia, acuérdate de ello; unas paredes de cristal, es lo único que son. Claro, parecen reales, lo reconozco… África en tu salón, pero


sólo es una película en color multidimensional de acción especial, supersensi-

–Estoy asustada –Lydia se le acercó, pego su cuerpo al de él y lloró sin parar–. ¿Has visto? ¿Lo has notado? Es demasiado real. –Vamos a ver, Lydia… –Tienes que decirles a Wendy y Peter que no lean nada más sobre África. –Claro que sí… Claro que sí –le dio unos golpecitos con la mano. –¿Lo prometes? –Desde luego. –Y mantén cerrada con llave esa habitación durante unos días hasta que consiga que se me calmen los nervios. –Ya sabes lo difícil que resulta Peter con eso. Cuando lo castigué hace un cogió! Y Wendy lo mismo. Viven para esa habitación. –Hay que cerrarla con llave, eso es todo lo que hay que hacer. –Muy bien –de mala gana, George Hadley cerró con llave la enorme puerta–. Has estado trabajando intensamente. Necesitas un descanso. –No lo sé… No lo sé –dijo ella, sonándose la nariz y sentándose en una butaca que inmediatamente empezó a mecerse para tranquilizarla–. A lo mejor tengo pocas cosas que hacer. Puede que tenga demasiado tiempo para pensar. ¿Por qué no cerramos la casa durante unos cuantos días y nos vamos de vacaciones? –Sí –Lydia asintió con la cabeza. –¿Y zurcirme los calcetines? –Sí –un frenético asentimiento, y unos ojos que se humedecían. –¿Y barrer la casa? –Pero yo creía que por eso habíamos comprado esta casa, para que no tuviéramos que hacer ninguna de esas cosas. –Justamente es eso. No siento como si ésta fuera mi casa. Ahora la casa es la esposa y la madre ¿Cómo podría competir yo con una sabana africana? como el baño que restriega automáticamente? Es imposible. Y no sólo me pasa a mí. También a ti. –Supongo que porque he fumado en exceso. –Tienes aspecto de que tampoco tú sabes qué hacer contigo mismo en esta casa. Fumas un poco más por la mañana y bebes un poco más por la tarde y necesitas unos cuantos sedantes más por la noche. También estás empezando a sentirte innecesario. –¿Y no lo soy? –hizo una pausa y trató de notar lo que de verdad sentía interiormente. cuarto de jugar de los niños–. Esos leones no pueden salir de ahí, ¿verdad que no pueden? Él miró la puerta y vio que temblaba como si algo hubiera saltado contra ella por el otro lado. –Claro que no –dijo.

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alimento, observándolo. El único defecto de la ilus por la que podía ver a su mujer, al fondo, pasado el ve Cenaron solos porque Wendy y Peter cuadro estaban enmarcado, en un carnaval cenando plástico distraídamente. en el otro extremo de la ciudad y habían televisado –Largoa –les casadijo paraa decir los leones. que se iban a retrasar, que empezaran a cenar. Con que NoGeorge se fueron. Hadley Conocía se sentó exactamente abstraído el funcionam viendo que la mesa del comedor producía Emitíasplatos tus pensamientos. calientes de comida desde su interior mecánico. Y aparecía lo que pensabas. –Nos olvidamos del ketchup –dijo. –Que aparezcan Aladino y su lámpara maravillos –Lo siento –dijo un vocecita del interior dedos. de La la sabana mesa,siguió y apareció allí; los el ketchup. leones siguieron allí. En cuanto a la habitación, pensó George Hadley, a sus hijos no les haría ningún daño que estuviera cerrada conNo llave pasó durante nada.un Lostiempo. leones Un refunfuñaron exceso dentro de de algo a nadie le sienta nunca bien. Y quedaba claro que los chicos habían pasado un tiempo excesivo en África. Aquel Volvió sol.alTodavía comedor. lo notaba en el cuello como una garra caliente. Y los leones. –Esa Y el estúpida olor a habitación sangre. Eraestá notable averiada el –dijo–. No modo en que aquella habitación captaba las emanaciones telepáticas de las mentes de los niños y creaba una vida que colmaba todos sus deseos. Los niños pensaban en leones, y aparecían leones. Los niños pensaban en cebras, y aparecían cebras. Sol… sol. Jirafas… África jirafas. y leones Muerte y muerte y muerte. tantos días que la habitación Aquello no se iba. Masticó sin saborearla –Podría la carne ser. que les había preparado la mesa. La idea de la muerte. Eran terriblemente jóvenes, Wendy y Peter, para tener ideas sobre la muerte. No, la–¿Conectado? verdad, nunca se era demasiado joven. Uno le deseaba la muerte a otros seres –Puede mucho que antes haya demanipulado saber lo quelaera maquinaria, la toca muerte. Cuando tenías dos años y andabas –Peter disparando no conoce a lalagente maquinaria. con pistolas de juguete. Pero aquello: la extensa y ardiente sabana africana, la espantosa muerte en las fauces de un león… Y repetido –A pesar unade y otra eso… vez. –¿Adónde vas? –Hola, mamá. Hola, papá. No respondió a Lydia. Preocupado,Los dejóniños que habían las lucesvuelto. se fueran Wendy enceny Peter entraron diendo delante de él y apagando acon sus las espaldas mejillassegún comocaminaba carameloshasta de menta la y los ojos puerta del cuarto de jugar de los niños. de ágata Pegóazul. la oreja Sus ymonos escuchó. de salto A lo despedían lejos un olor rugió un león. viaje en helicóptero. Hizo girar la llave y abrió la puerta. –Llegan Justo antes justo de aentrar, tiempooyó deun cenar chillido –dijeron los padr lejano. Y luego otro rugido de los leones, –Nos quehemos se apagó atiborrado rápidamente. de helado Entró de fresa y de pe en África. Cuántas veces había abierto los aquella niños, cogidos puerta de durante la mano–. el último Peroaño nos sentaremos –Sí, vamos a hablar de vuestro cuarto de jugar –d o con Aladino y su lámpara maravillosa, bos hermanos o con Jackparpadearon Cabeza de Calabaza y luego sedel miraron uno a –¿El cuarto de jugar? muy real –todas las deliciosas manifestaciones –De lode deun África mundo y desimulado–. todo lo demás Ha- –dijo el pad bía visto muy a menudo a Pegasos volando dad. por el cielo del techo, o cataratas –No te entiendo –dijo Peter. aquella ardiente África, aquel horno con–Mamá la muerte y yo enhemos su calor. estado Puedeviajando que Ly-por África; T dia tuviera razón. A lo mejor necesitaban trico –unas explicó pequeñas George vacaciones, Hadley. alejarse de la fantasía que se había vuelto excesivamente –En el cuarto real para no hay unos nada niños dede África diez –dijo sencilla años. Estaba muy bien ejercitar la propia mente con la gimnasia de la fantasía, pero cuando la activa mente de un niño –Noestablecía me acuerdo un de modelo… nada deAhora Áfricale–le comentó P parecía que, a lo lejos, durante el mes anterior, –No. había oído rugidos de leones y sentido su fuerte olor, que llegaba incluso –Vayan hasta la corriendo puerta dea ver su estudio. y vuelvan Pero, a contarnos. al estar ocupado, no había prestado atención. La niña George obedeció. Hadley se mantenía quieto y solo en el mar de hierba africano. Los leones alzaron la vista de su


sión era la puerta abierta estíbulo, a oscuras, como

miento de la habitación.

sa –dijo chasqueando los

alimento, observándolo. El único defecto de la ilusión era la pu por la que podía ver a su mujer, al fondo, pasado el vestíbulo, a os cuadro enmarcado, cenando distraídamente. –Largo –les dijo a los leones. No se fueron. Conocía exactamente el funcionamiento de la Emitías tus pensamientos. Y aparecía lo que pensabas. –Que aparezcan Aladino y su lámpara maravillosa –dijo chasq dedos. La sabana siguió allí; los leones siguieron allí.

e sus pieles recocidas.

No pasó nada. Los leones refunfuñaron dentro de sus pieles re

o quiere funcionar.

Volvió al comedor. –Esa estúpida habitación está averiada –dijo–. No quiere func

n es víctima de la rutina.

ado algo.

por la puerta principal, como brillantes piedras r a ozono después de su

res. erritos calientes –dijeron un rato y miraremos. dijo George Hadley. Amal otro.

dre con una falsa joviali-

Tom Swift y su león eléc-

amente Peter.

Peter a Wendy–. ¿Y tú?

África y leones y muerte tantos días que la habitación es víctima d –Podría ser. –¿Conectado? –Puede que haya manipulado la maquinaria, tocado algo. –Peter no conoce la maquinaria.

–A pesar de eso… –Hola, mamá. Hola, papá. Los niños habían vuelto. Wendy y Peter entraron por la puert con las mejillas como caramelos de menta y los ojos como brilla de ágata azul. Sus monos de salto despedían un olor a ozono de viaje en helicóptero. –Llegan justo a tiempo de cenar –dijeron los padres. –Nos hemos atiborrado de helado de fresa y de perritos calien los niños, cogidos de la mano–. Pero nos sentaremos un rato y mi –Sí, vamos a hablar de vuestro cuarto de jugar –dijo George H bos hermanos parpadearon y luego se miraron uno al otro. –¿El cuarto de jugar? –De lo de África y de todo lo demás –dijo el padre con una dad. –No te entiendo –dijo Peter. –Mamá y yo hemos estado viajando por África; Tom Swift y s trico – explicó George Hadley. –En el cuarto no hay nada de África –dijo sencillamente Pete

–No me acuerdo de nada de África –le comentó Peter a Wend –No. –Vayan corriendo a ver y vuelvan a contarnos. La niña obedeció.


–dijo George Hadley, pero la niña ya se había ido. Las luces de la casa la siguieron como una bandada de luciérnagas. Demasiado tarde, George Hadley se dio cuenta de que había olvidado cerrar con llave la puerta después de su última inspección. –Wendy mirará y vendrá a contarnos –dijo Peter. –Ella no me tiene que contar nada. Yo mismo lo he visto. –Estoy seguro de que te has equivocado, padre. –No me he equivocado, Peter. Vamos Pero Wendy volvía ya. –No es África –dijo sin aliento. –Ya lo veremos –comentó George Hadley, y todos cruzaron el vestíbulo juntos y abrieron la puerta de la habitación. Había un bosque verde, un río encantador, una montaña púrpura, cantos de voces agudas, y Rima acechando entre los árboles. Mariposas de muchos

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La sabana africana había desaparecido. Los leones habían desaparecido. Ahora sólo estaba Rima, entonando una canción tan hermosa que llenaba los ojos de lágrimas. George Hadley contempló la escena que había cambiado. –Vayan a la cama –les dijo a los niños. Éstos abrieron la boca. –Ya me escucharon –dijo el padre. Salieron a la toma de aire, donde un viento los empujó como a hojas secas hasta sus dormitorios. George Hadley anduvo por el sonoro claro y agarró algo que yacía en un rincón cerca de donde habían estado los leones. Volvió caminando lentamente hasta su mujer. –¿Qué es eso? –preguntó ella. –Una vieja cartera mía –dijo él. ella: la habían mordido, y tenía manchas de sangre en los dos lados. Cerró la puerta de la habitación y echó la llave. En plena noche todavía seguía despierto, y se dio cuenta de que su mujer lo estaba también. habitación a oscuras. –Naturalmente. –¿Ha cambiado la sabana africana en un bosque y ha puesto a Rima allí en lugar de los leones? –Sí. –¿Por qué? –No lo sé. Pero seguirá cerrada con llave hasta que lo averigüe. –¿Cómo ha llegado allí tu cartera? –Yo no sé nada –dijo él–, a no ser que estoy empezando a lamentar que hayamos comprado esa habitación para los niños. Si los niños son neuróticos, una habitación como ésa… –Se suponía que les iba a ayudar a librarse de sus neurosis de un modo sano.


–Es lo que me estoy empezando a preguntar –George Hadley clavó la vista en el techo. –Les hemos dado a los niños todo lo que quieren. Y ésta es nuestra recom–¿Quién fue el que dijo que los niños son como alfombras a las que hay que sacudir de vez en cuando? Nunca les levantamos la mano. Son insoportables…, admitámoslo. Van y vienen según les apetece; nos tratan como si los hijos fuéramos nosotros. Están echados a perder y nosotros estamos echados a perder también. –Llevan comportándose de un modo raro desde que hace unos meses les prohibiste ir a Nueva York en cohete.

fríos con nosotros. –Creo que deberíamos hacer que mañana viniera David McClean para que le echara un ojo a África. Unos momentos después, oyeron los gritos. Dos gritos. Dos personas que gritaban en el piso de abajo. Y luego, rugidos de leones. –Wendy y Peter no están en sus dormitorios –dijo su mujer. Siguió tumbado en la cama con el corazón latiéndole con fuerza. –No –dijo él–. Han entrado en el cuarto de jugar. –Esos gritos… suenan a conocidos. –¿De verdad? –Sí, muchísimo. Y aunque sus camas se esforzaron a fondo, los dos adultos no consiguieron sumirse en el sueño durante otra hora más. Un olor a felino llenaba el aire nocturno. 3 –¿Padre? –dijo Peter. –¿Qué? Peter se observó los zapatos. Ya no miraba nunca a su padre, ni a su madre. –Vas a cerrar con llave la habitación para siempre, ¿verdad? –Eso depende. –¿De qué? –soltó Peter. –De ti y de tu hermana. De que mezclen África con otras cosas… Con Suecia, tal vez, o Dinamarca o China… –Yo creía que teníamos libertad para jugar a lo que quisiéramos. –La tienen, con unos límites –¿Qué pasa malo con África, padre? –Vaya, de modo que ahora admites que has estado haciendo que aparezca África, ¿es así? –No quiero que el cuarto de jugar esté cerrado con llave –dijo fríamente Peter–. Nunca. –En realidad estamos pensando en pasar un mes fuera de casa. Libres de

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esta especie de existencia despreocupada. en lugar de dejar que me los ate el atador? ¿Y lavarme los dientes y peinarme y bañarme? –Sería divertido un pequeño cambio, ¿no crees? –No, sería horripilante. No me gustó que quitaras el pintador de cuadros el mes pasado. –Es porque quería que aprendieras a pintar por ti mismo, hijo. –Yo no quiero hacer nada excepto mirar y oír y oler. ¿Qué otra cosa se puede hacer? –Muy bien, vete a jugar a África. –¿Cerrarás la casa pronto? –Lo estamos pensando. –Creo que será mejor que no lo piensen más, padre. –Muy bien –y Peter penetró en el cuarto de jugar. 4

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–¿Llego a tiempo? –dijo David McClean. –¿Quieres desayunar? –preguntó George Hadley. –Gracias, si. ¿Cuál es el problema? –David, tú eres psicólogo. –Eso espero. –Bien, pues entonces échale una mirada al cuarto de jugar de nuestros hijos. Ya lo viste hace un año cuando viniste por aquí. ¿Entonces no notaste nada especial en esa habitación? –No podría decir que lo notara: la violencia habitual, cierta tendencia hacia una ligera paranoia acá y allá, lo normal en niños que se sienten perseguidos constantemente por sus padres; pero, bueno, de hecho nada. Cruzaron el vestíbulo. –Cerré la habitación con llave –explico el padre–, y los niños entraron en ella por la noche. Dejé que estuvieran dentro para que pudieran formar los modelos y así tú los pudieras ver. De la habitación salían gritos terribles. –Ahí lo tienes –dijo George Hadley–. Veamos lo que consigues. Entraron sin llamar. –Salgan afuera un momento, chicos –dijo George Hadley–. No, no cambien la combinación mental. Dejen las paredes como están. Con los niños fuera, los dos hombres se quedaron quietos examinando a los leones agrupados a lo lejos que comían con deleite lo que habían cazado. –Me gustaría saber de qué se trata –dijo George Hadley–.ZA veces casi lo consigo ver. ¿Crees que si trajese unos prismáticos potentes y…? David McClean se rió. –Difícilmente –se volvió para examinar las cuatro paredes–. ¿Cuánto hace que pasa esto? –Algo más de un mes. –La verdad es que no me causa ninguna buena impresión.


–Yo quiero hechos, no impresiones. –Mira, George querido, un psicólogo nunca ve un hecho en toda su vida. Sólo presta atención a las impresiones, a cosas vagas. Esto no me causa buena impresión, te lo repito. Confía en mis corazonadas y mi intuición. Me huelo las cosas malas. Y ésta es muy mala. Mi consejo es que desmontes esta maldita cosa y lleves a tus hijos a que me vean todos los días para someterlos a tratamiento durante un año entero. –¿Es tan mala? –Me temo que sí. Uno de los usos originales de estas habitaciones era que pudiéramos estudiar los modelos que dejaba la mente del niño en las paredes, y de ese modo estudiarlos con toda comodidad y ayudar al niño. En este caso, sin embargo, la habitación se ha convertido en un canal hacia… ideas destructivas, en lugar de una liberación de ellas. –¿Ya has notado esto con anterioridad? –Lo único que he notado es que has echado a perder a tus hijos más que la mayoría. Y ahora los has degradado de algún modo. ¿De qué modo? –No les dejé que fueran a Nueva York. –¿Y qué más? –He quitado algunos de los aparatos de la casa y los amenacé, hace un mes, con cerrar el cuarto de jugar como no hicieran los deberes del colegio. Lo tuve cerrado unos cuantos días para que aprendieran. –Vaya, vaya. –Todo. Donde antes tenían a un Papá Noel, ahora tienen a un ogro. Los mujer en el afecto de sus hijos. Esta habitación es su madre y su padre, y es mucho más importante en sus vidas que sus padres auténticos. Y ahora vas y la quieres cerrar. No me extraña que aquí haya odio. Se nota que brota del cielo. Se nota en ese sol. George, tienes que cambiar de vida. Lo mismo que otros muchos, la has construido en torno a las comodidades. Mañana te morirías de hambre si en la cocina funcionara algo mal. Deberías saber cascar un huevo. Sin embargo, desconéctalo todo. Empieza de nuevo. Llevará tiempo. Pero conseguiremos obtener unos niños buenos a partir de los malos dentro de un año, espera y verás. –Pero ¿no será un choque excesivo para los niños cerrar la habitación bruscamente, para siempre? –Lo que yo no quiero es que profundicen más en esto, eso es todo. Los leones estaban terminando su festín rojo. Se mantenían al borde del claro observando a los dos hombres. –Ahora estoy sintiendo que me persiguen –dijo McClean–. Salgamos de aquí. Nunca me gustaron estas malditas habitaciones. Me ponen nervioso. –Los leones no son reales, ¿verdad? –dijo George Hadley–. Supongo que no habrá ningún modo de… –¿De qué? –No, que yo sepa. –¿Algún fallo en la maquinaria, una avería o algo?

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–No. Se dirigieron a la puerta. –No creo que a la habitación le guste que la desconecten –dijo el padre. –A nadie le gusta morir… Ni siquiera a una habitación. –Me pregunto si me odia por querer desconectarla. –La paranoia abunda por aquí hoy –dijo David McClean–. Puedes utilizar esto como pista. Mira –se agachó y recogió un pañuelo de cuello ensangrentado–. ¿Es tuyo? –No –la cara de George Hadley estaba rígida–. Pertenece a Lydia. Fueron juntos a la caja de fusibles y quitaron el que desconectaba el cuarto de jugar. Los dos niños estaban histéricos. Gritaban y pataleaban y tiraban cosas. Aullaban y sollozaban y soltaban tacos y daban saltos por encima de los muebles. –Vamos a ver, chicos. Los niños se arrojaron en un sofá, llorando.

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–George –dijo Lydia Hadley–, vuelve a conectarla, sólo unos momentos. No puedes ser tan brusco. –No. –No seas tan cruel. –Lydia, está desconectada y seguirá desconectada. Y toda la maldita casa morirá dentro de poco. Cuanto más veo el lío que nos ha originado, más enfermo me pone. Llevamos contemplándonos nuestros ombligos electrónicos, de aire puro! Y se puso a recorrer la casa desconectando los relojes parlantes, los fogones, la calefacción, los limpiazapatos, los restregadores de cuerpo y las fregonas y los masajeadores y todos los demás aparatos a los que pudo echar mano. La casa estaba llena de cuerpos muertos, o eso parecía. Daba la sensación de un cementerio mecánico. Tan silenciosa. Ninguna de la oculta energía de los aparatos zumbaba a la espera de funcionar cuando apretaran un botón. con el cuarto de jugar–. No dejes que mi padre lo mate todo –se volvió hacia –Los insultos no te van a servir de nada. –Ya lo estamos, desde hace mucho. Ahora vamos a empezar a vivir de verdad. En lugar de que nos manejen y nos den masajes, vamos a vivir. Wendy todavía seguía llorando y Peter se unió a ella. –Sólo un momento, sólo un momento, sólo otro momento en el cuarto de jugar –gritaban. –Muy bien… muy bien, siempre que se callen. Un minuto, ténganlo en cuenta, y luego desconectada para siempre. –Papá, papá, papá –dijeron alegres los chicos, sonriendo con la cara llena de lágrimas. –Y luego nos iremos de vacaciones. David McClean volverá dentro de


media hora para ayudarnos a recoger las cosas y llevarnos al aeropuerto. Me voy a vestir. Conecta la habitación durante un minuto. Lydia, sólo un minuto, tenlo en cuenta. Y los tres se pusieron a parlotear mientras él dejaba que el tubo de aire le aspirara al piso de arriba y empezaba a vestirse por sí mismo. Un minuto después, apareció Lydia. –Me sentiré muy contenta cuando nos vayamos –dijo suspirando. –¿Los has dejado en el cuarto? encontrar? –Bueno, dentro de cinco minutos y pico estaremos camino de Iowa. Señor, ¿cómo se nos ocurrió tener esta casa? ¿Qué nos impulsó a comprar una pesadilla? –El orgullo, el dinero, la estupidez. –Creo que será mejor que baje antes de que esos chicos vuelvan a entuPrecisamente entonces oyeron que llamaban los niños. Bajaron al otro piso por el tubo de aire y atravesaron corriendo el vestíbulo. Los niños no estaban a la vista. Corrieron al cuarto de jugar. En la sabana africana no había nadie a no ser los leones, que los miraban. –¿Peter, Wendy? La puerta se cerró dando un portazo. George Hadley y su mujer dieron la vuelta y corrieron a la puerta.

–No los dejen desconectar la habitación y la casa –estaba diciendo. George Hadley y su mujer daban golpes en la puerta. –No sean absurdos, chicos. Es hora de irse. El señor McClean llegará en un momento y… Y entonces oyeron los sonidos. Los leones los rodeaban por tres lados. Avanzaban por la hierba amarilla de la sabana, olisqueando y rugiendo. Los leones. George Hadley miró a su mujer y los dos se dieron la vuelta y volvieron a George Hadley y su mujer gritaron. Y de repente se dieron cuenta del motivo por el que aquellos gritos anteriores les habían sonado tan conocidos.

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5 –Muy bien, aquí estoy –dijo David McClean a la puerta del cuarto de jugar

merendando. Más allá de ellos estaban la charca y la sabana amarilla; por encima había un sol abrasador. Empezó a sudar –¿Dónde están sus padres? Los niños alzaron la vista y sonrieron. –Bien, porque nos tenemos que ir –a lo lejos, McClean distinguió a los leones peleándose. Luego vio cómo se tranquilizaban y se ponían a comer en silencio, a la sombra de los árboles. Lo observó con la mano encima de los ojos entrecerrados. Ahora los leones habían terminado de comer. Se acercaron a la charca para beber. Una sombra parpadeó por encima de la ardiente cara de McClean. Parpadearon muchas sombras. Los buitres bajaban del cielo abrasador. –¿Una taza de té? –preguntó Wendy en medio del silencio.

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M

I

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E

D

O


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C O RTA Z A R JULIO

JULIO

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C O RTA Z A R

B O CA

ARRIBA


“El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado.

53 A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo centro, y él –porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre– montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones. Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe. Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una


rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la guntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. «Usted la niones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.

una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento. Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaron la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás. Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían. Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. «Huele a guerra», pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido

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La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. «Natural», dijo él. «Como que me la ligué encima…» Los dos rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformizado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza


llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante. inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía –Se va a caer de la cama – dijo el enfermo de al lado –No brinque tanto, amigazo. Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y

un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse. Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. instante embotadas confundidas. Primero fue una oconfusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas oconfusión, confundidas. Primero fue una un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Primero fue una oconfusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas confundidas.

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ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueLa ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? –dijo el de la cama de al lado –. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien. Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin… Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. «La calzada», pensó. «Me salí de la calzada.» Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido

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llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía los cazadores.

se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.


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Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno. bando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estainevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un

no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco. co, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la


Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía la muerte, y cuando con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a el tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado,

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Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada… Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla. tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.


a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.

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a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.


D E L I R I O D E L I R I O

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R i ca r d o

evitar.

Después de comprar el sándwich, en ese puesto enfrente de mi trabajo, en la plaza de centro de mi pequeña ciudad, me dirigí a sentarme en un banco que se encuentra al costado derecho del monumento al General San Martín. Todos los días laborales hago lo mismo, es como una obsesión, y tiene que ser sí o sí ese banco, si en ese momento alguien lo ocupa, espero que se valla y así puedo comer tranquilo, es como un trastorno que tengo y no lo puedo manejar, en ocasiones, he llegado a decirle, a la persona que ocupa mi banco si puede sentarse en otro, esto ocasionó que

Después de comprar el sándwich, en ese puesto enfrente de mi trabajo, en de centro de mi pequeña ciudad, me dirigí a sentarme en un banco que se enc costado derecho del monumento al General San Martín. Todos los días labora lo mismo, es como una obsesión, y tiene que ser sí o sí ese banco, si en ese alguien lo ocupa, espero que se valla y así puedo comer tranquilo, es como un no que tengo y no lo puedo manejar, en ocasiones, he llegado a decirle, a la que ocupa mi banco si puede sentarse en otro, esto ocasionó que algunas pers

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Gonzales


“A estas alturas, la lluvia se había detenido, es decir, seguía allí, pero como una cortina inmóvil, los sonidos no existían, el aire estaba raro, no lograba concebir mi estado, ni como salir de éste”

63 Le pagué a Ramón (el tipo del puesto) y salí caminando a mi lugar. Dos palomas salen volando a la izquierda, le voy a pegar un mordisco al sándwich, las palomas aletean dos veces y con la boca abierta observo hacia el lado derecho, a dos niños hurgando en la basura que me miraban con ojos sufridos, no lo dudé, les di mi almuerzo junto a la gaseosa que estaba muy fresca. Volví al puesto de Ramón y me compré otro sándwich, emprendí el mismo camino y dos palomas salen volando a la izquierda, le voy a pegar un mordisco al sándwich, las palomas aletean dos veces y con la boca abierta observo hacia el lado derecho me dí cuenta que era la misma escena que había vivido hacia solo unos momentos, lo niños no tenían el sándwich y me miraban de la misma manera. Me gusta leer cosas relacionadas con la ciencia, mas precisamente con la física, y estaba seguro que esto se trataba de una experiencia repetida, de momentos espejo, en tiempo y espacio, y pensé que, si le entregaba mi almuerzo a esos chicos, mi vida seguiría en una retrospectiva eterna. Me detuve en seco, abrí la boca para morder el sándwich y de repente comienza a llover torrencialmente y a los pocos segundos sale el sol, luego, la mitad de la plaza se encuentra soleada y la otra con lluvia, cuando dejo de asombrarme de lo que estaba pasando, me doy cuenta que las personas están inmóviles, como suspendidas en su espacio. Me acerco a los niños, que siguen con su mirada perdida en la miseria, observo también a las palomas suspendidas en el aire,


No encontraba una explicación lógica que logre esclarecer estos acontecimientos extraños. Tuve pensamientos inconcebibles, el más leve era, entrar al banco donde trabajo y robar el dinero, pero luego me arrepentí, si esto iba a ser para siempre, como podría gastarlo. A estas alturas, la lluvia se había detenido, es decir, seguía allí, pero como una cortina inmóvil, los sonidos no existían, el aire estaba raro, no lograba concebir mi estado, ni como salir de éste.

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Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.


De pronto, la gente comienza a moverse lentamente, empiezo a escuchar los sonidos, como si fuese un disco que va in crescendo la velocidad, de una ronca melodía, hasta la normalidad. Ellos se movían, mientras que mi cuerpo se encontraba inmóvil, me di cuenta de que volví de alguna manera a la plaza. La gente me rodeaba, trataban de hacerme reaccionar, me encontraba en un estado catatónico, vi gente corriendo a mi alrededor, pero no lograba escuchar lo que decían, hasta que alguien detrás de mí me hizo la maniobra heimlich, y expulsé parte del sándwich que me había quedado atorado en el conducto respiratorio y vomité, la gente me preguntaba si me sentía bien, si necesitaba una ambulancia, dije que no, que muchas gracias.

Inmediatamente la realidad se regresa hasta el punto inicial convergente, observé las repeticiones acumuladas en mi mente, omití mi obsecuente rutina de comprar el almuerzo, vi las palomas antes de que vuelen, vi a los niños revolviendo la basura, me acerque a Ramón, llamé a los niños, les dí el dinero y les dije que se compren algo para comer y ellos pidieron un sándwich de milanesa, al regresar a la entidad bancaria donde trabajo, una auto me atropelló. Cualquier decisión que tome, termina en tragedia, dicen que está predestinado.

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Inmediatamente la realidad se regresa hasta el punto inicial convergente, observé las repeticiones acumuladas en mi mente, omití mi obsecuente rutina de comprar el almuerzo, vi las palomas antes de que vuelen, vi a los niños revolviendo la basura, me acerque a Ramón, llamé a los niños, les dí el dinero y les dije que se compren algo para comer y ellos pidieron un sándwich de milanesa, al regresar a la entidad bancaria donde trabajo, una auto me atropelló. Cualquier decisión que tome, termina en tragedia, dicen que está predestinado.

De pronto, la gente comienza a moverse lentamente, empiezo a escuchar los sonidos, como si fuese un disco que va in crescendo la velocidad, de una ronca melodía, hasta la normalidad. Ellos se movían, mientras que mi cuerpo se encontraba inmóvil, me di cuenta de que volví de alguna manera a la plaza. La gente me rodeaba, trataban de hacerme reaccionar, me encontraba en un estado catatónico, vi gente corriendo a mi alrededor, pero no lograba escuchar lo que decían, hasta que alguien detrás de mí me hizo la maniobra heimlich, y expulsé parte del sándwich que me había quedado atorado en el conducto respiratorio y vomité, la gente me preguntaba si me sentía bien, si necesitaba una ambulancia, dije que no, que muchas gracias.

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Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuer-

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuer-

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Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

66 Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuer-

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

Caminé varias cuadras, no me sentía cansado, ni ninguna otra sensación física. De repente, el caminar se fue tornado lento, y cada paso me costaba más aún, hasta que no pude caminar más, el cuerpo se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.


po se me empezó a endurecer, sentía como cada átomo, como cada celular de mi cuerpo se iba inmovilizando, mientras, mi consciencia seguía elaborando conjeturas inútiles, ya que mis conocimientos son meramente visuales y no intelectuales, es decir sé lo que vi en lo libros, pero no entiendo el 95% de lo que leo, son conocimientos abstractos, pero creo que estoy sumergido en unas de las capas de los multiversos o universos paralelos, y quizás nunca logre exiliarme de este conglomerado de capas que ahora estoy comenzando a ver, son como etapas temporales, de mundos distintos, pero parecidos, personas transparentes que caminan como animales y animales erguidos que se desplazan como personas, parecen visiones que se cruzan ante mi vista, me veo en el otro lado, en otra parte del tiempo, sumido en algún tipo de dolor, como revolcándome en el suelo y el proceso sigue, cada segundo avanza este estado de detención que me aplaca.

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