Geo hace tratos con la luna En Marsella de Venecia de San Carlos, queda Recreo Verde. Geo tiene un poquito de pasto en los ojos, tan verdes son como el paso de la lluvia por estos campos. Geo me pregunta si las vacas muerden si les acerca la mano, como los perros huraños; pregunta dónde duermen si les da frío, pregunta cómo hacen para orinar sin detenerse en su comedera de zacate. Geo vuelve a nacer en estas montañas. Todo este mundo es nuevo para ella. --Geo me enseña que un perro que come en media calle sabe que el hambre es más fuerte que el miedo. Geo me muestra a un grillo que canta con un golpe que es como el martillo de Chespirito, y dice que a su mamá no le guste que le acueste en su almohada caparazones de chicharras. Ahora, Geo juega en el bosque como si fuera el patio de su casa. No encuentra diferencias entre un perro y un pizote. Los dos pueden ser sus amigos. --La merienda que hace la mami de Geo para comerla sentados sobre una sábana, como si fuera un mantel, llama la atención de los pizotes. La mami los espanta, pero Geo sale corriendo detrás de ellos con un pedazo de pan en cada mano. Por más que la mami de Geo espante a los pizotes, ellos son los nuevos amiguitos de su hija. Ella pide que le sirvan más comida en su plato, más de la que usualmente come, y la comparte con los pizotes. Ellos le pagan con su confianza. Ahora descubrió que tienen una madriguera debajo de un árbol. Hasta allá llega. Toda la puerta de la casa de sus amigos, y ellos salen tranquilos. Se sienta en las raíces de aquel arbolón, y ellos se le acercan. Ya hay dos o tres que se tiran en el suelo para que ella les rasque la panza. Lo único malo es que Otto, el perro de Geo, no soporta a aquellos animalejos. El pobre perro corre para un lado y para el otro, sin sosiego. Pierde la elegancia natural de sus pasos. Los celos afean a cualquiera. -Qué pereza con vos, Otto, dejáte de tonteras, le dice Geo a su mascota de la casa. Los pizotes tampoco simpatizan con él. Cuando cae en la desgracia de estar entre ellos, el pobre Otto parece el mono del circo. Mientras dos o tres pizotes le entretienen por el hocico, uno más le muerde el pedacito de rabo que le queda. Él se vuelve furioso, ladra y ladra, pero Geo le dice que no sea malcriado, que está asustando a los otros animales de la selva.
El silencio es lo que receta Geo a su perro que desea mandar al carajo a aquellos bichos que se comen todo lo de la merienda que a él le tienen prohibido. --Geo dice que las libélulas encerradas entre la cortina y el vidrio de su cuarto son helicópteros diminutos, que todavía no saben hacer bulla. Tiene miedo de que sus alas le corten las manitas. -Quedáte quedito, quedáte quedito, y te ayudo a salir de aquí. Geo toma el animal con sus dedos, los cierra suavecito, y sonríe. Hay luz en sus dedos y en sus dientes. Unos segundos después, el helicóptero recién nacido tiene todo el mundo de nuevo para surcarlo con el instante de inquietud de sus alas. --Geo cree que los niños nacen de unos pececitos que tienen los papás por allá abajito y que le echan a las mamás en un mar que empieza en la pancita y termina donde orinan las mujeres. Los pececitos se pelean por llegar. El que gana en la carrera recibe como premio el que Dios lo convierta en un chiquito. Dice Geo que es por eso que, cuando a los niños no les gusta bañarse, huelen a puro pescado del mercadito de la vuelta de su casa. --Geo tiene un hato de vacas en su mesa de noche. Hay vacas con cartera, vacas con vestido, vacas con sombrero, vacas con dos tetas en lugar de cuatro, vacas con dibujos de nubes en el pelaje oscuro, y vacas con un corazón en el collar. Ahora su noviecito de la escuela le compró un caballo para que Geo tenga cómo arrear sus vacas hasta el corral, ubicado en medio de un mar de muñecas. El noviecito le compró un caballo con un cacho en el centro de la frente por si alguna vaca se enoja, y con unas alas de águila por si tiene que perseguir a alguna que se haya escapado de los potreros. A ella, aquel unicornio no le hace gracia. -Ja, ja, ja, le dice a su mami, burlándose de su noviecito de la escuela. -Mi novio es despistado. Le vendieron un caballo extraterrestre. --Geo va a san Gerardo de Dota con su papi. Él quiere enseñarle a pescar truchas. Cuando él pesca la primera, Geo empieza a llorar. Llora con cuatro o cinco truchas pescadas por su papi. Al final, el papá deja a las truchas en paz, pone por ahí la caña y el anzuelo, y la sienta en su regazo. Ella llora por las pobres truchas. Hace a su papá devolverle los utensilios de pesca al señor que los acompaña.
La cena prevista resulta imposible con Geo. En lugar de pescado, su papá y ella cenan puré y frijoles molidos. --Geo cree que en la noche del bosque se organiza una orquesta de animales. Están las chicharras ordenadas como violinistas, los grillos tienen una trompeta, hay insectos que se rascan la panza como si tuvieran güiros, abejones con tambores en el vientre, y cornizuelos con platillos en las alas. Geo quiere ser parte de la fiesta, pero se queda quietecita en la puerta de la cabaña. Cree que si camina entre los árboles, puede desordenar aquella bellísima tempestad musical. --Geo silba entre los monos al amanecer la montaña. Quiere hacer uuuu, uuuu, uuuu, con los congos de los árboles. Su papá le dice que cuidado se la llevan los monos porque si la ven de cerca se enamoran de ella. Entonces Geo prepara una merienda y pone en su salvequito de espalda otra mudada. Tiene la secreta esperanza de que los monos de verdad se la lleven a las copas y le enseñen a volar entre bejucos. Y como padece de frío, lleva dos o tres abrigos y una capa color verde, como esta manaña. --Geo se enoja en los topes porque a los caballos les ponen una silla de cuero en la espalda y les lastiman el estomaguito con unas fajas muy feas y sucias, y con unas botas con picos. -Ni las señoras más elegantes caminan así, tan bonito, le dice Geo a su papi, quien tiene que recorrer el pueblo entero a pie, con su hija a cuestas. Los demás hacen el recorrido a caballo. Él también se imaginó de paseo encima de uno de ellos. Pero su chiquita no le permitió aquella agresión a los animales. --Geo no conoce las mentiras. No podría creer en el sol por la noche, ni en una ballena del río. La imaginación y la fantasía no se llevan bien en su cabecita. Los monos saltan, los tiburones preguntan en silencio, las lapas son una locura de colores, un arco iris con alas, un poste de luz que vuela. Geo no cree en los payasos. Los payasos tienen una boca muy grande y unas lágrimas pintadas en las mejillas. Sonríen todo el día y no saben guardar silencio. Ella no les cree sus chistes. Se ríen hasta cuando tienen gripe o dolor de estómago. Geo prefiere las gracias de su perro Otto, las miradas de las vacas, el asombro de los peces que la miran desde un acuario y los abrazos de los niños que la quieren aunque sea tan flaquita. ---
Geo conoce el tamaño de la luna. Dormida ha llegado hasta allá. Dice que cabe entre sus manitas cuando está llena. --Geo no conoce las nutrias. La llevo a bañarse a un río, y pregunta por los animales del agua. -No todos los bichos del río son pescados, ¿verdad? Cuando le cuento que hay nutrias, y que se parecen a Otto, su mascota, pela los ojos del tamaño de dos naranjas. -¿Las nutrias son perritos del agua? -Sí, les dicen perros de agua. -¿Y quién los saca a pasear por el bosque? -Las nutrias viven en el agua. -¿Cómo harán para que no les dé frío? Geo dice que buscará en un libro cuál es el secreto de las nutrias. Otto y ella padecen de frío, pero aprenderán la lección de los perros de agua. No descansa hasta conocer a una nutria, y me reprende, porque no se le parece a Otto sino a un castor. Le digo que yo no he visto castores, y me regaña, porque es tan fácil como ponerse a verlos por tele, en un canal que se llama Animal Planet. Me promete que les tomara una foto con el teléfono de su mami para que yo vea que las nutrias no se parecen a los perros. --Geo tuvo un periquito que se llama Roy. Él le hablaba, se reía con ella y decía las malas palabras que la mami no le deja decir. Cuando Roy empieza a decir palabrotas, Geo le pide por favor que se sosiegue. -Calláte, Roy, que si mami te oye nos castiga a los dos. Geo sabe que la mamá de ella es brava, y que, cuando se porta mal, no la deja salir a correr con los perros. A Geo le dolía ver cómo Roy trataba de agitar sus alas en medio de aquella cárcel que los papás de ella llaman jaula. Un día que los papás durmieron hasta más tarde, Geo se decidió a hacer lo que le dictaba su locura por los animalitos. Se subió en una silla, pero no alcanzó la puerta de aquel encierro. Entonces puso un banquito de su casa de jugar con muñecas encima de la silla, y así pudo abrirle la puerta. Cuando salió, Roy hizo tal desbarajuste con sus plumas que más bien parecía que el gato de un vecino había podido llegar hasta él. De la impresión de verlo volar como loco, de pared a pared, chocando con las cortinas y las lámparas, Geo se vino al suelo. La mamá se la encontró sentada de fondillo, llorando, mientras Roy encontraba el camino al firmamento. Las sillas la delataron. Nunca más hubo perico en su casa. La mami creyó que era un castigo, pero Geo estaba feliz. Ahora ve los pájaros bobos, que son un arco iris de azules y verdes, cuando llegan a comer bananos al patio de su casa. Es suficiente tanta belleza.
--Geo tenía una culebra de mascota en su casa. Las mamás de sus amiguitas hicieron un escándalo y ya no dejaban a las niñas ir a su casa. Geo no entendía por qué tanta alharaca. La culebrita ni bulla hace. Sólo saca la lengua, pero no es que quiera pelear. Es que respira con la lengua. Si no la saca, rapidito se ahoga. Es fría la culebrita, seguro no la cobijan bien de noche. Geo piensa que a ella también le da frío por las noches. Un día, se roba una cobija de Otto, su perro, y se lo pone a la culebra encima. Otto es peludo y tiene cómo abrigarse solito. La culebrita no. Pero en eso pasa el papi de Geo, maja la cobija y lastima a la culebra. Ella se retuerce de dolor, y se para, como nunca antes la había visto Geo pararse. Se para para que ella la vea y se dé cuenta que está sufriendo mucho. Antes de que amaneciera, Geo toma la difícil situación de dejar a su animalita en un tronco del patio, con la esperanza de que aprenda a cobijarse ella solita, y triste de que no comprendieran a su amiga sus otras amigas, las de la escuela. Le da un besito en la nariz, deja que le chupe con su lengua los cachetes, como lo hace su perro, le da un abrazo y se despide de ella. La única queja que tiene de la culebra es que no la pudo abrazar con tanta fuerza como ella. Por lo menos, se le retorció en el estómago, y esa fue la manera de decirle muchas gracias, te quiero mucho, que descubrió Geo en su culebrita. Hasta sus amigas de la escuela la extrañan un poquito. Les hace falta su silencio, y su manera de verlas como si no le importara mucho de lo que estaban hablando. --Geo me explica que el carro de su casa se llama ratón. No les gustan los gatos. En cambio, deja que el hijo-perro que tiene Geo, y que se llama Otto, tenga derecho a orinarse en sus patitas, que todos los demás conocen como llantas. Ratón no tiene una sola de las insignias, ni en la trompa ni en los aros, que son como sus uñas. -¿Le robaron la nariz, y las uñitas a tu ratón?, le pregunta. -Sí, le vamos a comprar una cobija grande para que duerma protegido en este parqueo en que está solito. Los focos son sus ojos y no puede cerrarlos porque le tiene miedo a la noche. ---
Geo me confiesa que ya no le gustan los bananos. Su nutricionista le explicó que comer bananos es comer triglicéridos. Tri-gli-cé-ri-dos es una palabra muy larga. A Geo le costó mucho aprendérsela. Tri-gli-cé-ri-dos suena como a nombre científico de unos gusanos. A Geo, los gusanos sólo le gustan para jugar en la tierra. Como las lombrices. Ahora deja los racimos para que hagan fiesta los mosquitos. --Geo usa zapatos de muñeca, tiene un cuarto con conejos que conversan y paredes de chocolate. Juro que salió de un cuento de hadas. En cualquier momento desaparece en las alas de una mariposa. --Geo no cree en sustos, pero el amor hizo de ella una bruja. Jura que si alguna compañerita de la escuela besa a su novio, se envenena. Si lo tocan, siquiera, quedan tontas para siempre. Desde entonces, al pobre chiquillo le huyen las mocosas de la escuela. Apenas le hablan las maestras y la mamá. Las demás mujercitas del entorno, ya saben que Geo hace tratos con la luna. --Geo se preocupa por todo lo que le escribo porque se lo envío en papeles. Para ella, los papeles son árboles. Derribo árboles para escribir poemas y cuentos. Los dejo condensados en una hojita de papel. Los poemas abrazan como las sombras. Pero también picotean, como los pájaros. Anidan sus dientes en un escondite de la hoja. Juntos, empollamos palomitas azules que Geo guarda en las ramas de este árbol. Un día de estos, empezaremos a plantar jaúles, gavilanes y jacarandás. Sin ellos, no habría nidos para estos picos con alas que escribo para Geo. --Geo enfurece con los vendedores callejeros que ofrecen huevos de tortuga. Su papi la llevó a ver a las tortugas desovar, en Playa Grande, y dice que a la tortugota grande, se le salieron las lágrimas. Le reclama al señor de una esquina de Guápiles que vende los huevos a las personas que van para el estadio. Le pidió a su papi que le comprara una cartulina y con las crayolas que anda en su cartera rosada, de chiquita, como la cartera de las barby, hizo un rótulo que dice “señor, no compre uebos de tortuga. Ellas lloran mucho para ponerlas”. Desde el domingo siguiente, los comerciantes que venden huevos de tortuga al frente del estadio tienen menos clientes. Las crayolas de Geo pintan bombazos de colores en los ojos de la gente de mi pueblo. ---
Geo se estremece con las vacas que llevan en los camiones. Ella sabe que las llevan a morir. Después, los grandes y también los chiquitos, como ella, y las chiquitas, como sus compañeritas de la escuela, se comen los pedazos de cadáveres de las vacas. Ella dice que las vaquitas mueren desesperadas pensando quién cuidará de sus terneros. Ahora, cada vez que veo un pedazo de carne, yo también sufro, y pienso en Geo. --Las cacatúas gritan desesperadas desde sus jaulas, y Geo trata de abrir los cerrojos. El guarda del lugar tiene que pedirle que desista de su intento. Ella le cuenta su plan, y el guarda la saca del área de peligro con una sonrisa en la boca. Geo le siembra al guarda en los ojos su mirada verde más profunda y certera. No pone resistencia, pero de lejos le grita a las cacatúas que siga chillando tan fuerte y tan feo a ver si el guarda se aburre de oírlas y les abre la puerta para que huyan. Ahora está más tranquila porque su papi le explicó que las pobres cacatúas sólo pueden vivir en una jaula pues nacieron encerradas y no saben buscar comida. Ella fue y les confesó toda la verdad a las cacatúas, que se quedaron escuchándola con atención, pero, al parecer, les da igual porque siguen quejándose con los mismos lamentos. Geo dice que ojalá que las cacatúas entiendan su destino. Lo dice con otras palabras, pero es la misma cosa.
--Geo tiene magia en los ojos. Un día tiene hipo. Su abuelo Meme le dice que la hipnotizará para quitárselo. Hace cuatro monadas con sus manos, y media hora después, Geo no tiene hipo. El abuelo se lleva el hipo entre la boca para su casa. No puede hipnotizarse frente al espejo para quitarse aquel tic tac de la garganta y tampoco puede dormir. Ni un ratito en toda la noche. Su esposa, Muma, tampoco duerme. El hipo molesta más que una gotera o que un dolor de muela. -Condenada chiquita, dijo varias veces Meme durante la madrugada en vela. -Confisgada mocosa, contestó varias veces Muma. Geo durmió como un angelito durante toda la noche.