Plan de vuelo a la hora de dormir

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PALN DE VUELO A LA HORA DE DORMIR Camilo Rodríguez Chaverri

PLAN DE VUELO A LA HORA DE DORMIR


PALN DE VUELO A LA HORA DE DORMIR

PLAN DE VUELO A la HORA DE DORMIR

Cuentos

Camilo Rodríguez Chaverri


PALN DE VUELO A LA HORA DE DORMIR

Para mis amigos Jacques Sagot y Froilán Escobar Para mis mentores y maestros, Álvaro Fernández Escalante, Miguel Salguero y José María Penabad Para el gran cuentista Alberto Cañas Un agradecimiento especial para Haydée De Lev Y Silvia Alvarado


PALN DE VUELO A LA HORA DE DORMIR

1

En la mirada de los hombres hay un pájaro encerrado. Por eso, siempre llevo una flecha en mi bulto de estudiante. Ingreso a los baños públicos y espero que alguien entre. Cierro la puerta para asegurarme de que estemos solos. Y cuando va a salir, lo llamo. En el momento en que la persona se vuelve hacía mí le tiro una piedra en los ojos. Así, he liberado cientos de pájaros nobles y hermosos. La policía me busca. Mis luchas y gestas en favor de las aves del planeta salen en las páginas de sucesos como si fueran otra cosa. Me llaman asesino y perverso, pero yo sé que este tipo de misiones de D ios son difíciles y solitarias. Por más que ahora tenga que esconderme y pueda continuar mi cruzada por los pájaros apenas durante ciertas horas de la noche, sé que algún día la patria me recordará como uno de los más grandes ambientalistas de su historia.


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2 Siempre estás sobre el arbusto cuando llego muy tarde por las noches. Te reconozco porque te cubrís con una bolsa que se mueve con el viento. Te encanta asustar a las personas con esa bolsa en movimiento que tomás de vestido. Quieres impresionar con la vaina vacía. No existís. En nuestro pueblo dirían que sos puro paquete. Pasás ahí subido con la idea de asustarme. Nunca lo lograrás. Es que ya sé que estás muerto. Sos mi papá. Me lo contaron. Te escondiste en la investidura de ser el director de mi instituto. Por algo siempre me protegiste. Por algo me decías que me apreciabas tanto que casi podía pasar como carne de tu carne. Pero es muy tarde. Mamá me lo dijo cuando estabas muy enfermo, y no quise ir a verte. En el pueblo muchos me lo decían. Ir era darles razón. Si hubieras sido solo mi director, sólo la cabeza del colegio, pues claro que voy. Si hasta aprecio te tenía. Ándate. A rodar remordimientos a otro sitio. Estás muerto. Acéptalo. Sé que estas ahí, debajo de esa bolsa, en el arbusto, tratando de comunicarte. Pero ni conseguís eso ni lográs asustarme. Ahora más que nunca, sos inofensivo. Me imagino que eso es una desgracia hasta para un alma en pena.


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3 Siempre han dicho que el cielo es una bóveda, pero no le encuentro a la expresión pies ni cabeza. Menos ahora, que he salido de tu casa, donde las pinturas tienen vida y sus criaturas descansan por las noches acostadas en los muebles de la sala. Sé que acabo de salir de un lugar embrujado. Lo noté en el hocico reptante de la cabeza de venado que colgaste en la pared de piedra. Y en ese balcón frecuentado por aves de la noche. Luego del orgasmo, dudé de la leyenda que dice que estás muerta, y que sólo los hombres que te queremos lo olvidamos. Cuando salí encontré por primera vez en esa cara negra de la noche. Negra y redonda, una cara con muchos ojos. Parecía reírse de mí, pero sus ojos no me dejaron solo. Ahora me confunde incluso tu existencia, ya sea que estés viva, o que estés muerta. Sin embargo, podés levantar el teléfono, marcar mi número y luego de unas cuantas preguntas de rigor, (¿cómo estás?., ¿qué tal tus trabajos?., ¿cómo está tu mamá, etcétera) podés invitarme a retozar durante la noche. Ya sé que los ojos del cielo me mostrarán el camino. El cielo de la noche no es una bóveda. Muchos de sus ojos nos previenen de los muertos. Y entre ellos vas vos, por más que seás una muerta traviesa y coqueta. Pero a mí que no me den consejos porque nadie antes me había hecho el amor de esa manera.


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4 Aprendió a caminar sobre las aguas como el Maestro. Era un cura disciplinado y ferviente. Lo obsesionó la idea de adquirir los estigmas de Jesús. Trató de abrirse una herida en el costado, pero falló en el intento, y no pudo vivir para contarlo. Detrás de un motel, el río lucía esplendoroso. Es allí donde estuvo apareciendo el cura. Tuvieron que desviar las aguas porque sus sermones y lamentos estaban acabando con el negocio del amor. Ahora sólo se escuchan los alaridos de algún ser que nunca se acostumbró a caminar sobre las piedras.


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5

Los chicos descubrieron maravillados cómo el carro se convertía en un refugio de amor con sólo correr el asiento de atrás. Fornicaban en cualquier sitio oscuro del camino que unían la casa de él y la de ella. Ya el carro tenía empaques flojos de tanto bamboleo. El sistema de compensación sonaba como si nunca saliera de un camino empedrado. Todo estaba muy bien, pero una noche se detuvieron en la esquina de la leyenda. No creían en la historia de la mujer que fue asesinada por su esposo y que le aparecía por las noches a los hombres que conducían a solas o a las parejas. Se les atravesaba, por lo que al esquivarla los conductores irremediablemente dirigían sus carros a un despeñadero. Muchos hombres murieron prensados en la carrocería. En medio de los gemidos y las agonizantes palabras del orgasmo, los chicos escucharon unas carcajadas escalofriantes. Ella quiso detenerlo, pero él siguió irrumpiéndolo. En el parabrisas quedaron las señales de una mano abierta y ensangrentada. Cuando llegó la policía, la ropa de ambos estaba intacta, como la habían dejado, en el asiento de atrás. Nunca se supo que pasó con ellos. Hallaron únicamente los genitales del chico colgados en un alambre de púas, entre dos potreros, a pocos minutos del camino. Según el informe policial no fueron cortados con cuchillo, sino arrancados. En su superficie hay señales de mordiscos de dos mujeres. Se presume que una de ellas fue su novia.


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6 Le decían “La Puerquita”. Tenía la nariz chata y los labios delgados y saltantes, como si quisieran salirse del rostro. Su semblante era casi normal. Sus ojos decían muy poco, pero su cuerpo se movía con soltura. Era un espectáculo verla agitar sus carnes con su desparpajo singular. La conoció en el colegio. Es un flaco incorregible. Le falta la grasa que ella tiene de más. Se gustaron desde el primer día y se descubrieron a oscuras en el galpón ubicado junto a su casa, dentro de la granja donde ha vivido siempre. Saben en el barrio que ella es una gorda con facciones porcinas porque su padre abusaba de una cerda de su granja. Todo empezó cuando una visita a un prostíbulo le dejó una gonorrea. Alguien de un pueblo lejano le dijo que se curaría si penetraba a una cerda. Lo hizo. No se curó, pero le gustó tanto, que desde entonces, todas las madrugadas se iba para su porqueriza y montaba a una misma hembra. Le quitó el verraco y prohibió que la llevaran a una celda en la que estuviera un macho. Tomó precauciones para que su familia no se enterara. Pero la cerda emitía sonidos tan fuertes que una vez su esposa, quien estaba encinta, llegó hasta el pabellón, asustada por aquellos chillidos, y siguió el sonido hasta el final del corredor. Lo encontró en pleno acto, en una cabina especial para hembras en cuarentena. Desde entonces, todas las madrugadas espió a su esposo. Hasta el día de su parto. Siendo la niña todavía muy pequeña, todos los vecinos y parientes reconocieron en ella características de una puerquita. Para la mujer engañada, esa criatura, que nunca fue una niña normal, era una dolorosa y macabra manera de vengarse que decidió su cuerpo sin su consentimiento. Desde que estaba en la escuela el flaco escuchó los extraños rumores acerca de la niña, nunca le dio importancia y no hubo quien pudiera quitarle de la cabeza la ilusión por “La Puerquita”.


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A pesar de eso, cada vez que se emborrachaba, llora en la cantina, y cuenta que su mujer sólo se deja penetrar de espaldas, y que, cada vez que la penetra, en lugar de gemir emite un sonido similar al de un cerdo agitado. Por eso es el principal sospechoso de la muerte de su suegro, a quien encontraron baleado, encima del lomo de una cerda. El cuero del animal estaba ensangrentado. Quienes llegaron a observar aquello nunca olvidan la ternura con que el granjero estaba abrazándola, como si no quisiera despertar de un sueño.


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7 Todos se lo decían. Se había casado con una bruja. Nadie entendía como el chico más guapo de su generación, el atleta y el mejor promedio académico de su universidad se había encontrado en el camino con esa mujer tan extraña. En honor a la verdad, la muchacha es indiscutiblemente bella. Tiene un rostro lindo, un cabello hermoso y torso de sirena. Sus piernas torneadas y su cintura encienden y desatan pasiones. Pero su mirada es malévola y se ríe como las hienas. Y ese pobre muchacho, talentoso y bueno, nunca se enteraba de sus fechorías. Hasta que un amigo se decidió. Le dijo que le siguiera los pasos después de media noche, cuando él siempre dormía profundamente. Lo primero que hizo fue dejar de consumir alimentos en su casa, pues su amigo aseguraba que la causa de su pesado sueño provenía de la comida que ella le preparaba. A la semana de verla levantarse sigilosa, y arrastrarse por la alfombra como una serpiente, se atrevió a seguirla. Su esposa restregaba el cuerpo en los muebles de la sala. Quería copular con los sillones. Y fue preparándose, poco a poco, para enfrentarla. La noche que iba a salir a la sala, a encarar a ese extraño ser que de día era su esposa, se encontró en el marco de la puerta de su habitación con una piel que caía hasta llegar al suelo. Recordó lo que le había dicho su amigo, y todo lo que contaban sus abuelas. Salió a la cocina por la otra puerta y se trajo una bolsa con sal, que distribuyó a lo largo de esa piel que tanto había recorrido. Cuando ese raro engendro regresó por su piel, la sal hizo estragos sobre su existencia. Un viento desolador visitó la casa. Las paredes, se estremecían con los gritos. Luego, vino un largo silencio. El chico esperó la mañana, la bendita seguridad del día. Donde esperaba encontrar a su esposa había un puñado de pellejos, pedazos de carne y huesos, como quedan en la selva los restos de algún animal que ha sido el festín de los buitres y los insectos.


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Desapareci贸 para siempre, pero el chico sigue cargando sus huesos, y nunca pudo sostener una relaci贸n estable con alguna otra mujer. Parece que, a pesar de todo, las brujas siempre tienen una dulce manera de vengarse.


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8 Sólo eso les faltaba compartir. Ya compartían hijos, casa, mesa, cama. Compartieron el coito toda la vida y en muchas ocasiones compartieron el llanto. Tenían tantos años de vivir juntos que ya lo de uno era de la otra y viceversa. Le preguntaban algo a él y contestaba ella. Le dolía algo a la señora y el señor, sin que nadie le hubiera avisado, llamaba para ver qué le había ocurrido. Ya eran más hermanos que esposos. Fue entonces que empezaron a tener sueños complementarios. Por ejemplo, en un sueño ella va en un barco a punto de naufragar, mientras que él sueña que está asido a una tabla, en el mar tempestuoso. Otra noche, a ella la persigue un toro, mientras que a él lo lanzan de una gradería al interior de una plaza de endemoniados novillos. Los sueños se convirtieron en un nuevo motivo para discutir y hasta disgustarse. Él empezó a despertarla por las noches para preguntarle como andaba su sueño. E iniciaron un nuevo ritual de batalla. Si embargo, llegó la noche de lo impensable. Ella soñó que un carro venía persiguiéndola y el soñó que le chocaba de frente. Cuando él quiso salirse del sueño, y su mano llegó hasta la de ella, ya el carro lo había alcanzado. La despertó y se vieron los ojos. Ella encontró el terror de los ojos de él. Y él, el dolor en los de ella. El vehículo no pudo dar vuelta y entró por la cochera. Pegó con la pared y la impulso hacía adentro. Los bloques de concreto les cayeron encima y los mataron. Murieron de la mano. A pesar de todo, los sueños les ayudaron a seguir discutiendo en otra parte, o les permitieron descansar juntos y en paz. Vaya usted a saber.


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9 Aprendí a jugar con los sueños, desde que murió Josué. Todas las noches escuchaba sus pasos de anciano cansado, y cuando ya el sueño quería vencerme, ahí aparecía él, metido en cualquier paisaje o en cualquier conversación. Era mi personaje principal a la hora de dormir. Todo iba muy bien hasta que empecé a soñar con Josué al lado de la gente coetánea de él, y que en ese momento todavía vivía. Quien se hallaba a su lado en mis sueños entraba en una oscura lista de muerte. Era la manera con que me comunicaba quien era el siguiente. Me daba tiempo de avisar, que es un trabajo, que es un trabajo incomodo y difícil; llegar donde cualquier prójimo para decirle que morirá pronto no es agradable. Se lo dije, pero no quiso entenderme. Así que prefiero cerrar los ojos en el sueño, y apenas le hablo y lo escucho. Cuando oigo otra voz, simplemente despierto. Me intriga saber si las palabras de mis sueños le pertenecían a este a aquel muerto. Eso es culpa del morbo, pero mejor lo dejo pasar de lejos. Me esfuerzo por ganarle a la curiosidad. Es que ser el mensajero de los muertos más allá de que es incomodo, me resulta francamente indecoroso.


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10 No quería ir al sanitario. Pasaba hasta una semana sin defecar. Todos sus compañeros de trabajo sabían que la atormentaba un problema digestivo. Cuando contó que presumía que un animal muy grande anidaba en su estómago le hicieron bromas y le sacaron chistes. A veces se le agitaban el abdomen y el vientre debajo de la blusa, pero todos pensaban que lo hacía para llamar la atención. Ahora están horrorizados. La chica apareció muerta en el sanitario de su apartamento. Vivía sola. Las nalgas, el ano y la vulva tenían mordeduras terribles y extrañas. Nadie se atreve a contarle la verdad a la policía.


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11 Para dormirse contaba ovejas, como le enseñaron los programas de televisión. Se las imaginaba saltándose un cerco. Pero era tan tacaño que soñaba a las ovejas siempre en un corral. Y también era obsesivo. No hacía más que cerrar los ojos y ahí estaban las ovejas encerradas. Con la ayuda de un sicólogo, empezó a soltar las amarras. Ahora las ovejas aparecen en el sueño dentro de un corral con barandas. Una de tantas noches las ovejas notaron que no estaban encerradas y corrieron a salir. Aliviado, iba a despertar cuando notó que aun así no podían escapar del antiguo encierro. Alguien las estaba atajando, un hombre mucho mayor que él, pero con facciones muy similares. Fue el sicólogo quien concluyó que seguramente ese señor era él, visto a presente pero en el futuro, es decir, unas cuantas décadas mayor. Le pagó la sesión y nunca más puso un pie en su clínica. Ha visitado brujas y adivinos, pero ahí siguen las ovejas. Ni siquiera tratan de salir como antes. La presencia del señor las desalienta. Han desistido. Tiene que seguir contándolas para dormir. No hay somnífero que valga. Y cada día son más, porque encerradas, las ovejas se han desatado sexualmente. De todo cuanto le han dicho lo único que no le parece un disparate es un comentario de una señora que le vende lotería en la esquina. Ni lo entiende enteramente, pero ella le da su merecido. -Le quitaste la magia al futuro por andar poniéndole vestidos. Él le hace, cara de no entender. Y ella remata. -Es como cuando das un beso. Tenés que cerrar los ojos porque es mejor abrir a oscuras la puerta al infinito. Él sigue sin entender. Y la señora continua muy preocupada. Sabe que él morirá un día de estos por culpa de los somníferos. Ella es una de las encargadas de la administración del cementerio de la comunidad, y no quiere saber que va a ocurrir cuando se les llene aquello de ovejas.


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12 Los mataba y les quitaba la cabeza. Las coleccionaba. Había hecho un pacto con demonios. Por eso, hacía uso de los poderes macabros que se le habían concedido por sus crímenes perversos, y podía quitarse su cabeza. De noche la dejaba por ahí se ponía la de alguna de sus victimas, para cuyos efectos las conservaba en alcohol. Ya sobre su cuerpo, cada cabeza generaba una metamorfosis en su organismo. De ahí que sus dueños fueran tan distintos. Entre los asesinados figuraban diputados, médicos, ingenieros, bailarinas, colegialas, enfermeras, prostitutas y boxeadores. Disfrutaba muchísimo cuando se veía al espejo con la esbeltez de una enfermera jovencita, o el palpitante deseo que recorría a una colegiala. Pero poco a poco, fue errando en sus sangrientas travesuras. Otro hombre empezó a matar mujeres en los parques y las calles solitarias. Y no soportó que otro causara tanto horror como él. Se encargó de buscarlo, y luego de varios meses dio con él. Le ganó a la policía. Anduvo varios días rondando sus pasos, hasta que pudo matarlo. De nuevo, y para no perder la costumbre, se llevó su cabeza. Ahora no sólo era un regalo para sus demonios, sino un trofeo de cacería. Ocurrió lo predecible. Al ponerse la cabeza, se convirtió en el otro. Salió a la calle y volvió hasta después de matar a una pareja que retozaba bajo las sombras en un parquecito para niños. Ya se iba a quitar la cabeza, pero al verse al espejo, notó ese cuerpo fuerte de hombre atlético. No soportó la tentación. Supo que iba para el abismo, pero no puedo contenerse. De un filazo se cortó la pierna, y de otro, un brazo. Cayó sangrando, gimiendo de dolor y de pánico. Miró las otras cabezas. La suya, la de un jardinero, la de una religiosa. También miró la del médico, y la de la enfermera. Quiso levantarse. Quiso llegar hasta ellas. Pero no pudo. Había perdido mucha sangre. Y empezó a chillar, con el terror indescriptible de quien se encuentra con la muerte de manera inesperada. Quizás los demonios le ayudaron al otro a vengarse, porque la lealtad también es asunto de las tinieblas, y hay reglas que no se pueden alterar. Ni en esta vida, ni en las otras.


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13 Su novia no soportaba su machismo exacerbado. Dispuesto a cambiar, él visitó especialistas y le dijeron que lo rimero que debía hacer era imaginarse que en otra vida había sido mujer. Lo hizo con un tanto esfuerzo y convicción que, poco a poco, empezó a familiarizarse con sus sueños en faldas y con cosméticos. Se sentía más cómodo y feliz. Por eso, decidió ponerse un busto más adecuado para sus nuevos modales. Poco a poco le fue creciendo la cadera, y su cintura se iba delineando paulatinamente. Hasta le entró la inquietante obsesión de saber que era un orgasmo. Su novia se fue con otro, y él espera por las noches al hombre que lo visita en sueños. Es tan bello como él, rubio como él, fornido como él, atractivo como él. Aunque ahora que me lo cuenta no quiera admitirlo, el hombre que lo visita o la visita es él, que religiosamente lo penetra, mientras le agradece a la noche ese amor de los dos que lo habitan, el de antes que viene en sus sueños, el de ahora que lo recibe, los dos que ahora se conocen en la cama, se descubren y se esfuerzan por ser felices.


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14 Nada prospera en ese edificio. La gente compra, remodela, anuncia una gran apertura. El negocio puede ser un éxito durante uno o dos años. De repente el dueño enferma de muerte, o su esposa queda en silla de ruedas, o sus hijos sufren un accidente. Entonces, llega la señora de siempre y les dice que en ese edificio mataron a su hija. Es un inmueble maldito. Los pasos que se escuchan por las noches, o las voces que salen de las bodegas vacías no habían despertado serias sospechas. “Aquí asustan”, dicen todos, simplemente. Pero en la oscuridad hay fuerzas más poderosas que las de los fantasmas. No hacen ruido, pero atacan a los seres que osen invadir sus territorios. Es como si se metieran en las venas de sus víctimas y los inundaran de penas. Sin embargo, la ambición ha podido más que el miedo. Y ahí siguen los empresarios en lista negra. Porque quien compre este edificio firma su sentencia de muerte. La mujer asesinada era obsesiva y nacrofílica, y no descansará hasta saciar sus sed de venganza y su afán por quedarle bien a quien le ha ofrecido regresarle la vida a cambio de mucha sangre y dolor.


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15 Se amaban. Se aman. Se conocieron en clase. Salieron a un café, conversaron e intercambiaron números telefónicos. Empezaron a verse seguido y hacían el amor cada vez que podían. Son estudiantes y no tenían que pagar mayores lujos. Llevaban a la universidad el almuerzo para ahorrar ese dinero. Luego encontraron un sitio barato… Sus cuerpos lograron conocerse mejor. Retozaron con ternura, con alegría, con desenfreno. Hasta que ella murió en un accidente aéreo. Él no acepta la tragedia. La busca enloquecidamente. No la encuentra en los lugares que frecuentaban. Se sienta en la cafetería, cierra los ojos y espera que llegue. Ella sólo puede mover casi una silla imperceptiblemente o agitar la taza para que él no note ondas en la superficie de café negro. Como no consiguieron mayores avances, él hizo mil gestiones para quitarse la vida. Tal vez ya muerto podría encontrarla con menos dificultades. Pidió permisos en las iglesias para practicarse un suicidio por amor. Dio explicaciones de mucha naturaleza. Al final, un cura le dijo que hiciera lo que le dictara el corazón, y una espiritista, previo pago e instrucciones, le dio un veneno para apresurar el suceso. Ahora es un alma vagabunda, como se lo advirtió algún otro sacerdote. Y busca desesperadamente a la mujer de su vida. Pero en la tierra de los muertos no hay paisaje, y no han podido encontrarse por más pelos y señales que la espiritista ha traído y ha llevado, apenada e inofensiva, inocua, casi inadvertida, impotente ante los designios que sólo las sombras entienden.


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16 Llueve torrencialmente. Cualquiera diría que llueven piedras del cielo. Todo ese gris, y el tiempo se detienen asustados por la furia del ambiente. El edificio luce mejor bajo la lluvia. Parece un dios de piedra, que llora y que suda. Afuera, en la plazoleta, hay una silla de lustrabotas. Es una silla grande, alta. Es elegante, quizás muy esbelta y pizpireta para esta ciudad. Pero no seamos mezquinos: ese edifico del frente es el más bello del país, y allí la silla parece uno de los elementos genuinos de la plazoleta. Sobre la silla está él. Quien sabe cuantos años tiene. Es difícil determinar la edad de los muertos. A veces adquiere posturas del pensador. Pero de seguro es algún mendigo del centro, quizás uno que usara sacos y corbatas que le regalaban las señoras encopetadas que almuerzan en los finos sitios de los alrededores. Cómo me duele verlo ahí, bajo la lluvia de piedras y sapos, tan real y tan seno, como si hubiera renunciado al cuerpo. Seguramente se está mojando. No quiero hablar con él. Ni quise acercarme. No obstante, cada vez que paso por allí lo recuerdo. Estaba sentado, esperando el lustrabotas. Y aunque no puede precisar su edad, me dio la impresión de ser un fantasma de otra época. Es que los muertos no se hacen más viejos. Alguna ventaja debían tener. Por eso, ahora que llueve de nuevo, que me robaron la sombrilla, se me ocurre que seguramente aparece apenas para la lluvia, para sentirse mojado. Camino hasta la plazoleta. Cuando llego ha dejado de llover. Quiere salir el sol tímidamente y logro verlo cuando se va, huyendo, como si lo hubiera descubierto, más muerto que siempre, más sólo, extrañando la lluvia, que es como la patria de su alma en pena.


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17 A Sylvia En una ocasión, en esta ciudad llovió tanto que se inundó el cementerio. El agua invadió los recintos sagrados e íntimos de los muertos. La lluvia sacó los cadáveres de sus moradas. Todos corrieron. Todos los vivos, quiero decir. Corrieron a buscar sus muertos. Algunos salieron del ataúd. Entonces la gente tenía que interceptar cada caja y abrirla. De nada servía si el muero o la muerta había partido mucho tiempo antes. Bajo la lluvia, ni siquiera valía recordar el color del ataúd buscado, pues todos estaban envueltos en lodo. Hubo una aglomeración de espíritus. Todos los que andaban vagando en muchos kilómetros a la redonda vinieron a buscar sus restos. No tenían mayor apego por aquellos huesos viejos, pero la malacrianza del agua les parecía un ultraje, un gesto que rebasaba todos los límites. Algunos estaban tan viejos, quiero decir, tenían tantos años de ser fantasmas que no recordaban las señas de los féretros. Por eso, ahora, tantos años después, cuando la ciudad se ha repuesto de los estragos de la lluvia y apenas recuerda aquel hecho como una curiosidad histórica, sus pobladores son víctimas de una paradoja. La lluvia estuvo a punto de convertir el sitio en una ciudad fantasma, pero más bien provocó que se transformara en la ciudad de los fantasmas. La gente pierde mucho de su tiempo atendiendo a la puerta. Cuando llegan, se encuentran que quien tocó ya se ha ido. Pero no es así. Ahí están siempre quienes tocan la puerta.


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18 Les habían dicho que en su casa vivía un espíritu maligno, uno de esos malvados que se dedican a hacer fechorías. Llevaron espiritistas, curas, pastores y oculistas. Nadie dio con el responsable de que se abrieran las puertas por las noches o se cayeran los adornos. Pero un día, de manera imprevista, un periodista llegó a tomar fotografías de muchísimas pinturas que se conservaban en la sala y que habían pertenecido a lo más rico y selecto de la sociedad capitalina. En una foto, un adorno se convirtió en evidencia. Era una obra de artesanía. Una pareja de campesinos. Ella más alta que él. El campesino luce como un hombre bueno. Ella no. Ella es lo más parecido a una bruja que pudo imaginar el artesano. El periodista se asustó con la imagen conseguida y le regaló la foto. Los dueños de la casa mandaron a romper el adorno de la sala y dentro encontraron la foto de un hombre. Era quien abría y cerraba las puertas. En sus ojos se le notaba el cansancio. Ahora, sin la opresión de esa mujer, pudo salir de la que fue su casa, y reposa para siempre.


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19 No fue un hombre quien caminó por el agua, hizo vino de la fuente, devolvió la vista al mendigo y resucitó a alguien entre los muertos. Fueron dos. Uno de ellos fue crucificado entre dos ladrones. El otro iba entre quienes lo azotaban. El uno y el otro se confundían a los ojos de la gente. Cuando uno estaba a punto de morir en el madero, el otro vino con una lanza y la introdujo en la herida en el costado. Entonces, tuvo por primera vez un indicio de ira, de rencor, de profunda molestia. Quizás hasta tuvo celos, pues el otro quedaba en su tierra. He aquí el motivo por el que no pudo redimir al mundo como esperaba. Ese leve velo de angustia fue el responsable de que no pudiera desapegarse de la vida. Por eso, deambula, vaga, habita en el cuerpo de seres vivos. A veces hace milagros a través de sus almas, y ayuda por igual a los buenos y a los malos. Mientras tanto, espera su segunda venida, el permiso para regresar de manera definitiva. Su alma necesita esa prueba para luego pasar al descanso eterno. Sin embargo, caben unas cuantas preguntas. ¿Qué pasó con el otro? ¿Cuándo murió? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿También deambula su alma esperando un retorno? ¿Vendrá por segunda vez? Lo escalofriante es que los hechos nos remiten a pensar que uno es bueno y el otro no, y que son tan parecidos que podrían pasar por hermanos, o por gemelos, o por la misma alma, en dos cuerpos y con dos misiones…


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20 Ciega de nacimiento, desde niña tuvo un don especial. Escuchaba las voces de todos los seres, sin importar si estaban vivos o muertos. A los fantasmas les gusta la compañía. Por eso, su casa se fue poblando de criaturas que sólo ella oía. Sus hermanas creían que estaba loca, pero su madre siempre tuvo una réplica razonable para ellas. Sin embargo, cuando la muerte se llevó a la viejita, se alejaron de ella. La depositaron en un asilo y allí convivía con los ancianos vivos y los ancianos que ya habían fallecido. La acompañaban tanto los fantasmas buenos como los malos. Un día sólo llegaron los más rencorosos, y se hicieron pasar por compañeros vivos. La encaminaron a un bosque ubicado detrás del asilo y empezaron a jugar con ella, correteándola y girando a su alrededor en una zona limpia de la montaña. Uno de ellos divisó un barranco y entre todos la encaminaron hasta allí. Cayó al precipicio sin oponer resistencia. La muerte la esperaba con los brazos abiertos. Desde entonces, todos los fantasmas andan solos por el asilo. Ya nadie los escucha. Los traicionó la gula de sus perversiones. Han pagado su travesura con una soledad más grande y lapidaria.


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21 En el pueblo le decían El Duende. Tiene unos 85 años y vive solo, en una vieja casa ubicada en una colina. Fue uno de los primeros pobladores de la comunidad. Llegó hace medio siglo. Nunca se supo de su familia ni de su procedencia. En el pueblo se sabe que durante muchos años ha hecho las veces del rey del bosque. Se pierde todas las tardes, y con sus orejas puntiagudas y sus ojos color violeta, juega con las criaturas que pone la casualidad en su trillo. Hasta le han achacado ser el responsable de que se perdieran tres o cuatro niños más allá del horizonte. Pocos creen que ese viejito coma niños, pero hay quienes dicen que cuando en su casa habla a solas, realmente está ahuyentando las almas de quienes alguna vez se convirtieron en parte de un platillo.


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22 Cada vez que le desea, entra por sus labios el refugio de la noche. Nunca le prestó atención a los rumores de quienes aseguran que esa mujer era víctima de una maldición. Al poco tiempo de vivir con ella, los hombres amanecen sin nariz, sin lengua o sin dedos. No quiso creerlo. Nunca pensó que todos los mutilados del barrio tuvieran que ver con ella. Todos hombres casados, todos sin derecho a reclamar. Muchos otros hombres aparecieron en la calle sin vida y con grandes lesiones en la cara. A él le encantaba entrar en su refugio. Esos labios tenían un sabor urticante y guardaban el calor característico de un nido. En medio de sus gemidos, generados por la suma del placer y la angustia, el gozo del clítoris y la agonía de las piernas, ciego de gusto, entregado a aquellos pequeños aullidos sabrosos, a la música que le sale entre los dientes a esa mujer bulliciosa, introdujo la lengua más allá de los usual. Lo hizo durante tanto rato que ya no se sentía la boca. Cuando la sangre empapo la sábana supo que algo andaba mal. La mujer, fuera de sí, sollozaba mientras él salía a la calle. Ya había perdido mucha sangre, y apenas pudo llegar a la esquina. Sin fuerzas, vio hacía atrás, a ese reducto mortal, la casa de una mujer buena, pero que guarda un oscuro secreto entre los labios de su noche.


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23 Todos los seres que inventa en su ordenador salen de la pantalla por las noches. Mientras él duerme, ellos adquieren vida a ese lado del monitor. En la oscuridad se juntan en su habitación animales que hablan, plantas envidiosas, árboles que se levantan para copular en los parques y peces con alas. Despierta entre huellas, sombreros y barriales. Así que una noche decide esperar. Simula estar durmiendo y ve cuando el monitor de su computador se convierte en una boca, en la oscura abertura de una herida de la noche, de donde surgen criaturas que pertenecían a sus cuentos. Luego del paseo por la habitación de su creador, los extraños seres tomaron el camino de regreso. El audaz cuentista salta de la cama y se mete por el monitor. A la noche siguiente todos salen por la misma puerta alucinante. Todos excepto él. Sus padres han denunciado su ausencia. Desapareció sin dejar rastro. Frecuentemente se escuchan gritos y sus papás se mortifican al pensar que es él. En el pueblo ya todos lo dan por fallecido.


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24 Fui yo. Dejá de verme con esa cara de tardo. Fui yo, por supuesto. ¿Quién más? ¿Cuál otro general iba a dejar la paz de las tardes para andar detrás de vos en el frente de batalla? No te andés con mezquindades. Fui yo quien te silbó el día que te guareciste en una loma en medio de un ataque del enemigo. Fui yo quien te convenció de que salieras corriendo. Era jugarse el pellejo. Pero te salvaste, ¿o no? Si te hubieras quedado en la loma, la bomba te habría matado. Dejá de hacerme esos ojos. No te luce. Sé que ya entendiste que fui yo quien te avisó el día que cargabas sacos con comida y te estaban esperando en el puente para matarte. ¿Qué sólo te silbe? Pues sí, no lo hubiera hecho jamás te habrías percatado de que los soldados estaban entre los árboles. Por supuesto que si no te silbo te disparan. Claro que tenían razón de reprenderte por andar diciendo que un soldado con estrellas e insignias te salvó la vida en el campo. ¿Cuándo has visto a un general condecorado entre los soldados rasos? Ahora soy yo quien necesita ayuda. Me urge que me ayudés a salir de aquí. Odio esta sala. Odio el vidrio que me aprieta. Odio que me hayan limitado a este retrato. O me escondes en un armario o me tirás por la ventana. Es que si hay algo que se pueda odiar más que estar muerto, es vivir encerrado en esta sala, a cargo que siguen siendo mis hijas. Así que lo único que te pido por haberte hecho el favor de salvarte en dos ocasiones como soldado ordinario, es que me bajés de esta maldita pared, hasta donde llegan las moscas y esa desgraciada obsesión de tus tías por limpiar todo con esos líquidos que me tienen francamente al borde de la locura.


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25 Tenía la capacidad de volver en sueños a su pasado. Practicaba regresiones mientras dormía. Era algo voluntario. Simplemente quería soñar con una circunstancia especial y conseguirla ir hasta ese momento. Así, se enteró quién le tocaba los genitales siendo un niñito, cúando fue que lo agredió su madre por primera vez y qué fue lo que realmente le ocurrió en una pierna y le dejo esa enorme cicatriz. También regresó en sueños al día que le dieron el primer beso, así como a la noche, en que, siendo tan pequeño, una tía lo violó. Incluso regresaba a las discusiones con su novia para traer al presente frases o gestos de ella que le sirvieran de argumento para discutir de nuevo. Un mal día tuvo un espectacular accidente automovilístico, y se salvó de manera inexplicable. Como usted puede imaginarse, apenas estuvo de nuevo en sus cinco sentidos, empezó a soñar con el momento del accidente. Pero esta vez hizo algo que nunca había intentado. Lucho en el sueño por ser de nuevo protagonista. Practicó, practicó y practicó. Noche tras noche. Siesta tras siesta. Llegó a ser uno solo con quien conducía, es decir, con él en el instante que, en el sueño, era el presente. Empezó a hacer intentos para evitar el accidente, y casi lo logra. Casi. Murió en el accidente dentro del sueño. Se vio muerto mientras dormía. Y quiso despertar. Sin pensarlo. De inmediato. Quiso, pero no pudo.


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26 No soporto la humedad, las plumas mojadas y ese espacio diminuto. Tantos seres iguales y saber que soy uno mรกs, un vulgar bicho que pone huevos y mueve la cabeza al caminar. No soportรณ el calor, el ruido, la estrechez. No soporto el peso de esta boca en forma triangular y puntiaguda. No resisto mรกs este infierno de vivir en el cuerpo de una gallina.


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27 Vuela serenamente. Vuela bajo, como si quisiera raspar con su vientre el docel del bosque. Vuela esperando un claro para caer al suelo sin peligro. Pero unas iguanas se convierten en dragones y se elevan persiguiéndolo. Vuela varias horas, y encuentra una cueva en un cañón. Se apresura a entrar y siente un enorme alivio. Se ha salvado de las iguanas que vuelan. Pero la cueva es la boca de esa alma hambrienta que había el cuerpo de la montaña. Y muere serenamente, sin enterarse siquiera.


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28 Era una muñeca diferente a todas. Su mirada quería decir discursos y oraciones, pero, ante todo, poemas. Era el fruto de los remiendos y los sobros de alguna costurera. Llegó a su mesa de noche por antojo de una de sus amantes. Esa noche estaría solo. Ni Alicia, ni Jimena, ni Antonieta podían quedarse con él. Así que iba a dormir tranquilo. Y no ha despertado desde entonces. La muñeca tenía sangre suya en las manos. Los pequeños mordiscos de todo el cuerpo parecen de una rata o una ardilla. Y ha sido una de sus amantes quien confesó a la policía que esos dientes no pueden ser de otra que no sea esa muñeca, que le regaló su abuela cuando era una niña, con el único propósito de que la cuidara de los hombres malos.


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29 Es una cabeza sola y yace bajo el universo de las cosas. Todo el mundo está encima de su existencia. Ni siquiera puede decirse que lleva una carga sobre sus hombros, porque no se sabe dónde ha quedado su cuerpo. Se encuentra devastada, pero hay dignidad en su postura. Aparece por todos los rincones de esta casa. Basta con que uno abra una gaveta, o un armario, para que salga la cabeza y ruede por doquier. Seguramente se la cortaron a su dueño, o fue victima del tiempo. Siempre está abierta, como esponjada, boca arriba. Es una cabeza humana, aunque parezca una rosa. Y espera que algún buen samaritano le preste las piernas para huir corriendo. A esa conclusión hemos llegado porque ya nos enteramos quién fue su dueño. La perdió en una riña callejera. Fuimos al panteón, ultrajamos su tumba y allí, entre sus huesos, le dimos cristiana sepultura. Pero pocos minutos después de llegar a casa, voy a mi escritorio y de nuevo aparece la cabeza como un estorbo en las gavetas. Habrá que esperar, entonces, si de verdad llegarán unos re4stos humanos que le hagan el favor de ponerla en su lugar.


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30 Una bola de fuego venía dando vueltas directo a su cabeza. Prefirió degollarse que esperar la llama. Todo era parte de un sueño, menos su cuchillo.

31 De lejos parecía un árbol delgado y débil, insignificante. Cuando llego aquello era una serpiente empinada y erguida, venenosa y certera. Era el primer árbol de la creación, cuya maldad no estaba en la manzana sino en el sortilegio. El primer pecado de la humanidad fue descubrir que los seres tienen muchas formas y almas, que a veces son buenas, y a veces, perversas.

32 Del cielo cae una hoja seca. Toca el lago de la superficie. O hay impacto ni respuesta. Parece una hoja fantasma. Es de un arbusto que murió hace tiempo, pero se niega a aceptarlo. Está justo encima del lago, y su alma no descansa en paz porque no se mira en el espejo del agua.


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33 La niña no quiere subirse en la hamaca del patio de su casa porque insiste en que en este almendro, que le regala una sombra deliciosa al área de juegos, viven unas serpientes gigantescas. “Son unas culebras horribles y grandotas”, dice, entre sollozos. Una señora que adivina el pasado y el futuro de la gente, dice que la niña tiene el terrible don de ver muertos. Aparentemente las serpientes fueron princesas y por obra de una maldición quedaron reducidas a terciopelos. La bruja que las hechizó quiso que el daño fuera para siempre, pero la señora que adivina sabe que nada es eterno. Así que, de seguro, las princesas no han perdido la vanidad y cuando se vieron viejas, sin fuerzas para movilizarse rápidamente entre el polvo y la maleza, decidieron practicar numerosas posturas para simular la esbeltez de las ramas de los árboles. Por lo tanto, y como nota la niña que ve muertos, este árbol no es otra cosa que el refugio de fantasmas de princesas, convertidas en serpientes y que han preferido ser los brazos de un almendro de sombra generosa.


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34 Murió la noche en que perdió la virginidad. La sepultaron al día siguiente, pero todas las noches viene hasta este cuarto. Y hasta ese cuarto llegan esos dos chicos, quinceañeros, primerizos. Vienen con la prisa del primer día, de la primera noche, cuando le quitaron el vestido y copularon con ella y sobre ella. No fue uno. Fueron dos. Por eso, la niña murió de pena. Muchos han visto a los chicos entrar al cuarto. Han escuchado sus gemidos, han visto la cama del ultraje, olorosa a sexo, como aquella noche. Luego de la violación, los chicos confesaron que la amaban. Y un poeta del barrio dice que más que su amor, a la niña la conserva viva el deseo de esos dos muchachitos que, noche tras noche, se montan sobre ella, la penetran y se esfuerzan para que se sienta satisfecha.


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35 Él la espera todas las noches. La espera en su cama. Sueña con ella y se despierta ansioso, urgido de su piel. Ella está en su cama con otro. Se entrega a muchos cuerpos y comparte con ellos el abrazo, el orgasmo, el descanso. Él piensa en esos cuerpos que se agitan juntos y se enlazan. Sabe que, poco a poco, ella se calienta gracias al cuerpo de alguno de sus amantes. Por eso es que él ya no es él, sino una prolongación de sus rivales. Está solo en su cama, pero también está en el pecho, las piernas y el sexo en los otros. Al día siguiente amanece cansado, como si hubiera enfrentado una verdadera batalla de los cuerpos. Es el gran triunfo del amor, aunque sea su derrota más humillante.


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36 La única manera de volver a tu pueblo ha sido volando. Al principio me costó porque en el cielo no hay caminos. Para volar hay recetas ni manuales. Además, las brujas ya no son viejas narigonas ni usan vestidos negros ni tienen un lunar grandote en la oreja. No es fácil dar con ellas. Estuve leyendo sobre aviación, pero los pilotos que escriben sólo saben aspectos técnicos, y yo no soy más que un lector de adjetivos. No me quedó otra opción que probar. Primero desde el cuarto, luego desde una escalera, un árbol, un tercer piso. Prometí no volver a tu barrio, pero en el aire las reglas de la tierra no valen. Los amigos que he hecho mientras vuelo se burlan de mis maneras de conseguir altura. Uno me dijo que sólo me falta correr en una pista y saltar cuando termina. Poco a poco me fui acercando. En una tarde, los rayos del sol quemaron los potreros y de lejos vi al pueblo con sus calles anchas y el viento que limpia todo. Encontré tu casa desierta. No te vi. No te encontré. Ayer volví. Le dí vueltas al pueblo y no estabas. Entonces volar ya no tuvo sentido. Y de regreso, por descuidado, choque con un molino. Sentí cómo las aspas iban rebanándome. Supe que no volverá a volar como antes. Entendí que estaba vació por todas partes. Ahora estoy aquí y allá al mismo tiempo. Me veo en el cuarto, dormido, como muerto. He hecho varios intentos pero no puedo entrar en mi existencia. Hay una barrera entre mi cuerpo y yo. O entre el que vuela y ese que miro ahí abajo, la constancia de mi ser, ese que veo en el espejo cuando me afeito. Bueno, el que veía, porque ahora tampoco aparezco en los espejos. Es como si no existiera, sabés, como si hubiera quedado en medio del vuelo. Lo peor de todo es que ahora no puede conseguir altura. Vago por donde quiera. Todo lo veo y me ha dado por seguir a las chicas por las noches. Sigo a alguna hasta su casa, paso allí la noche y me meto con ella al baño. Trato de enredarme en el agua que recorre su cuerpo, pero no puedo.


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De todo, lo que más me irrita es que no te veo. Nunca te encontré. Aunque pueda estar en muchos sitios al mismo tiempo y estar en ninguna parte. Y pensar que todo se debe a que aprendí a volar para buscarte.


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RESUREECCIÓN EN LOS

SUEÑOS

(1995)

CUENTO


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El hombre es casi un dios cuando sueña y apenas un mendigo cuando piensa Friedich Holderlin

Nada nos pertenece más plenamente que nuestros sueños Friedich Nietzsche Lo mejor es irse a dormir. Y soñar para no volverse loco Catalina Murillo

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Augusto Monterroso


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El hombre, escoltado por la muerte, puede ir más allá de su destino Fernando Centeno Güell 1 Siempre tenían ese problema. Ya estaban cansados. Todas las noches, los llavines de la casa quedaban debidamente cerrados, pero al levantarse por las mañanas se encontraban con las puertas abiertas. Después de varios años, un pariente lejano les recordó que durante el sepelio del abuelo, uno de ellos le había echado las llaves de la casa dentro del ataúd. Fueron al cementerio al cementerio y se las quitaron.


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2 La madre sufría por su hija enferma. Todas las noches encendía velitas junto a su cama y rezaba, de rodillas, frente al retrato de aquel médico famoso, asesinado hace varias décadas. Después, la hermana de la muchacha enferma empezó a soñar con el médico. Por las mañanas, colocaba un vaso con agua junto al retrato. Una noche ella cayó en un extraño estado, similar al epiléptico. Al día siguiente, su hermana enferma amaneció afectada por la anestesia. Ningún médico había visitado la casa durante la noche. Dentro del vaso que acompañaba al retrato reposaba un bisturí.


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3 ¡Qué risa, todos lloraban! Julio Cortázar La niña llegó llorando a su casa. Estaba conmocionada por la gran cantidad de compañeros que había visto quemarse. Su madre llamó y le informaron que nada había ocurrido. A la semana, un incendio en la escuela acabó con la mitad de los niños del pueblo.


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4 Mi abuelo, quien murió hace muchos años, por las noches baja del retrato de la sala y viene a mi habitación para acompañarme. Algunos amigos han venido a dormir a casa, pero nunca lo han visto a mi lado. Sin embargo, cuando dos o tres quisieron mirar el retrato, estaba vacío.


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5 Soñaba que la niña que alguna vez había sido, la perseguía para matarla. Vivía sola en su apartamento. Cuando los vecinos entraron para indagar la causa del fuerte olor, la encontraron muerta sobre la cama. El pesado marco del retrato que adornaba una de las paredes de la habitación, le había roto el cráneo. La niña del retrato sonreía triunfante.


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6 Y ustedes siguen enterrando Los muertos que matan. En consecuencia, Algunos de esos muertos Huelen a tierra fértil. Freddy D”Oleo La noche del 28 de setiembre estaba en un seminario a miles de kilómetros de su tierra. Al llegar al hotel, tuvo nauseas y decidió reposar. Se quedó dormido y soñó con una voz que le anunciaba la muerte de un familiar. De vuelta en su país, después de varias semanas, al encender el televisor de su apartamento se encontró con la noticia del hallazgo del cuerpo de un hombre perdido en la selva desde hace varios días. Era su tío. Según los informes médicos, había muerto mucho tiempo antes del hallazgo. Tal vez la noche del 28 de setiembre.


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7 En su sueño, sus padres, en la realidad divorciados y con nuevos amores, van de la mano, mientras lo llevan a él, un chiquito de tres o cuatro años en lugar de los veinte que tiene, camino a un estudio fotográfico. Parecen muy enamorados y lucen radiantes. También el niño se ve muy bien con un trajecito de marinero. Luego de tomarle la foto, sus padres se despiden y cada uno toma dirección distinta. Van acompañados de sus amantes. El chico se sienta en media avenida y empieza a llorar. Despierta llorando y va al baño. Allí encuentra, sobre la taza del inodoro, la foto del sueño. Como pudo constatarlo después de hablar con sus padres, con cada uno por separado, él nunca se hizo es retrato. Él nunca ha tenido un trajecito de marinero.


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8 Cuando una de mis muñecas más grandes amanece sin cabeza, recuerdo que durante la madrugada, papá ha visto a una niña decapitada por los corredores de la casa.


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9 A Alfonso Chase Mi hermana estaba encinta. Cuando mis padres y su novio se enteraron le dieron la espalda. Entonces se trasladó con todo lo suyo al sótano de la casa. Además, se llevó a nuestra mascota, un mono tití. El animal fue su único compañero durante el resto de la gestación. Dormía con él, soñaba con él, lloraba con él, le hablaba, lo besaba, lo acariciaba… en fin No me pidan ahora que les hable de mi sobrino que es un monito.


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10 Cuando su esposa se iba de paseo adonde su madre, él organizaba en casa una fiesta con sus amigos. Tiempo después, ella decidió colgar un retrato suyo en la pared del comedor. Desde entonces, se enteraba de todos los movimientos de su marido durante su ausencia. Al relacionar el retrato con el enojo de su mujer, decidió esconderlo durante el siguiente viaje, y lo colocó de nuevo antes del retorno. Al regresar, ella se extraño de encontrarlo en su sitio…


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11 Es tan largo y grande este cementerio Que en los dientes de los vivos Hay cruces enterrados Haffe Serrulle

Nació tres horas d3espúes de la muerte del pintor que vivía a solo dos calles de su casa. Los padres del artista siempre lo asociaron con su hijo. Por eso, durante muchos años, por las mañanas estacionaron su vehículo cerca de la casa del muchacho, y lo observaban con embeleso cuando iba para la escuela y el colegio. Lo invitaban a cenar, lo acompañaban al cine y más de una vez le regalaron algunas pertenencias de su único vástago. Ahora hasta dicen que su novia se parece mucho a la muchacha que murió con él en el accidente. El muchacho ha ingresado a la Escuela de Bellas Artes. El próximo mes será su primera exposición.


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12 Alguien entraba en la habitación para quitarle anillo de piedras verdes. Fingía dormir, y durante la mañana siguiente le reclamaba a sus familiares, quienes desconocían lo ocurrido. Le sucedió en repetidas ocasiones, pero nunca se atrevió a mirar al intruso. El anillo aparecía a los días, sobre el suelo o sobre la cama, o simplemente le caía sobre la cabeza cuando llegaba al colegio. Pero el día de su boda lo perdió para no volver a verlo en mucho tiempo. Nació su primer hijo, sano y hermosos. Cinco años después nació su niña con serias complicaciones estomacales. Le realizaron una cirugía de emergencia y le extrajeron el objeto responsable del problema, que brillaba en medio de la sangre, con sus piedras verdes intactas y bellísimas.


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13 Cuando podaron los árboles del parque, las heridas cicatrizadas dieron origen a la formación de lo que parecía unos senos. Desde entonces, durante las noches de lluvia los veo sacar sus raíces y estrecharse hasta rozar sus cortezas como cuerpos desnudos. Agitan las copas y gimen de gozo. Esta mañana me enteré que expulsaron del colegio a unos muchachos que encontraron copulando sobre las ramas de esos árboles. Dicen que estaban drogados y que únicamente se sumaron a una danza secreta. Me consta que están en lo cierto.


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14 Cuando lo miro desde la entrada de la iglesia, el santo que han pintado en el cielorraso tiene su cabeza sobre la mía y las extremidades inferiores arriba del altar. Sin embargo, cuando miro la pintura desde el púlpito, su cabeza sigue sobre la mía, mientras sus piernas y pies están encima de la puerta que da a la calle.


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15 Eran trillizas. Una murió poco tiempo después del parto. Las otras dos aseguran que ella venía a acompañarlas. Nadie les creía, pero para su Primera Comunión les tomaron fotos en su dormitorio, junto a un rosario que les habían obsequiado. En una fotografía aparecen las tres vestidas de blanco.


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16 La debilidad más miserable del hombre es resignarse a morir. José Raúl Capablanca (De una novela de Mario Zaldívar) La noche del aniversario de su muerte, mamá coloca en la mesa un plato para él. Mientras cenamos, el espejo ovalado empieza a agitarse y escuchamos unos pasos que se dirigen hasta nosotros. Mamá lo ve y lo escucha claramente, le cuenta algunas cosas y le responde preguntas que nosotros no oímos. Luego, observamos el movimiento de una cuchara, y cuando la sopa se acaba en aquel plato, vemos cómo se mueve la silla, y escuchamos los pasos que regresan hacía el espejo. El cristal se agita otra vez. Llorando, mamá se despide de él. No lo verá sino hasta el próximo aniversario.


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17 Una luz salía del techo para acompañar a quien subiera al segundo piso. Un día apareció sobre el naranjo del patio. Cada vez que los niños pasaban por la calle se hacía más y más grande. Mi abuela la enfrentó y le pidió que se marchara. Se acercó y le hundió una cutacha en la raíz. entonces el árbol ardió. Al día siguiente, en el sitio del naranjo había un cráter, y por más intentos que se han hecho, no ha sido posible rellenarlo. Más bien, la fosa crece con el tiempo.


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18 Cada vez que el crucifijo de su mesa de noche se baja del madero, ĂŠl tiene problemas porque su madre lo obliga a limpiar las manchas de sangre que han aparecido en las paredes y en las puertas de la casa.


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19 Cuando su cara se estaba transformando en la de un perro, ella recordó que él había jurado que iba a matarla. Pero era tarde. Se acercó y le mordió un brazo. Luego cayó al suelo, y después de un rato retornó a su figura humana. A los pocos días, ella murió de rabia.


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20 Hurrah! Por fin ninguno Es inocente Juan Gelman Soñaba con una niña que, con un uniforme de kínder y una lonchera en la mano, le acompañaba hasta el colegio, saltando y cantando a su lado. Era extenso el recorrido que hacían. Por eso despertaba cansado y pasaba el día somnoliento y aturdido, con las piernas doloridas y magulladas. A los meses, un temporal lo obligó a hospedarse en la casa de su novia. Después de la cena, su suegra le prestó algunos álbumes, y, al rato de mirar fotografías, se encontró con la niña de los sueños. Era su novia muchos años más joven. Luego cada vez que reaparecía en los sueños, lo saludaba con una sonrisa entre irónica y vengativa, descubierta pero nunca vencida…


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21 A Patricia Jiménez El san josé de su nacimiento se rompió. Decidieron utilizar en su lugar a uno de los reyes magos, pero todas las mañanas reaparecía en su sitio original. Por eso fue que compraron otro san josé. Sin embargo, amanecía en el horno de la cocina o en el refrigerador. Hasta que una noche se escuchó un estruendo horroroso. Y lo encontraron hecho pedazos sobre el piso, como si lo hubieran tirado contra una pared. Angustiados, buscaron el san José vejo, lo repararon y lo reinstalaron en el pasito, con lo que volvió a la normalidad. Si alguno de ustedes quiere escribir un cuento con base en esta historia, por favor tome en cuenta los siguientes títulos, “la prepotencia del santo” o “la intolerancia también puede ser divina".


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22 Cuando su esposo murió, ella estaba en cinta Días después, empezó a sentir la presencia de una luminosidad extraña. Cada vez que salía, los niños del barrio le tiraban piedras y corrían a su casa para contar sobre su cabeza volaban cientos de ángeles diminutos. Luego del parto, hizo de su casa una cárcel. Cinco años más tarde, nunca hemos visto a su crío en el barrio. Quizás se deba a que nació con dos hermosas alas.


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Conocíamos a Camilo por la Cálida garúa de sus poemas. Hoy incursiona en el cuento, Con su mismo estilo en dardo Colorido. Es la misma magia original Del joven poeta, pero esta vez Abandona su jungla de nostalgias, Para penetrar en el extraño mundo que Descubren las luciérnagas de sus cuentos Bajo ese efímero chispazo Puede uno vislumbrar, Y hasta captura un instante, El misterio asombroso De lo eterno

Dr. Abel Pacheco


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