Las extraordinarias aventuras de Julio Verne
Capítulo 1. Extrañas vacaciones
— ¡No soy un cobarde! ¡No soy un cobarde! —Les grité a mis supuestos amigos—. ¿Por qué siempre os metéis conmigo? ¡Dejadme en paz! Salí corriendo por el sendero hasta el bosquecillo de robles. Si hubiera ido corriendo de vuelta al seminario seguro que hubiera empeorado la situación. Seguro que me llamarían “Le bébé” o algo peor. Hasta mis primos se ponían de parte de Doniphan y su banda. Me oculté tras el tronco de un gran árbol y noté como me arrojaban piedras. Estoy harto, no quiero que sigan metiéndose conmigo. Soy más listo que ellos pero no paran de molestarme. Tengo que demostrarles que no tengo miedo. Esta noche, cuando esté con mi hermano Paul le contaré el plan. Demostraré a todos que Julio Verne no tiene miedo. La campana del seminario Saint-Donatien tocó para recordarnos que el descanso había terminado. —Por lo menos, ahora en Geografía, le daré una “lección” al piojoso de Doniphan. No hay nadie mejor que yo señalando lugares en un mapa. Esperé a que todos mis compañeros del seminario entrasen de forma ordenada y me coloqué en último lugar para asegurarme que nadie volvía a meterse conmigo. — ¿Te han vuelto a tirar piedras? — Preguntó mi hermano Paul cuando me senté en el pupitre—. Tienes que decírselo al señor Abel. Él siempre nos escucha y no es tan severo como… —La puerta de la clase se abrió y todos los alumnos nos levantamos y guardamos silencio. El señor director Alain Fontaine entró en clase. —El profesor Abel hoy se encuentra indispuesto así que no habrá Geografía. Saquen sus libros de “Latín número 2”. Daremos hoy una amplia y gratificante clase magistral de nuestro idioma favorito —dijo el director. — ¡Estupendo! —me dije a mi mismo—. El día no puede ir peor, ¡odio el latín!