Una tarde cuando estábamos pescando en los acantilados vimos llegar a la playa una gran caja de madera trasportada por el mar. De inmediato bajamos y corrimos hasta ella. Era un cajón forrado de cuero bien sujeto a dos barriles que hacían de pequeña barcaza. — ¿Serán los restos de un naufragio? —se preguntó Picaporte. —No lo creo, todo está muy bien sellado y en buen estado —añadió Hatteras—. Parece como si alguien nos lo estuviera enviando. Abrimos el cajón y para sorpresa de todos encontramos un buen puñado de provisiones y utensilios: palas, cacerolas, cubiertos, ropas, armas de fuego, libros, un catalejo, instrumentos de navegación, etc. Todos nos pusimos como locos por el hallazgo y lo llevamos a las chimeneas donde nos alojábamos. En seguida el capitán cogió el sextante y los mapas de navegación y se puso a calcular nuestra posición. —Estamos en un punto entre África y las Islas Canarias. Esta isla no está en ningún mapa. —Pero eso es imposible —le contestó Mr. Fogg—, esta parte del mundo ha sido navegada desde hace siglos. ¿Cómo no iba a estar registrada? ¿Ha aparecido una isla de la nada? —Conocerá muchos mapas y países, señor Fogg, pero si fuera usted marino como yo sabría que esto tiene que ser la Isla de San Borondón. Sé que sólo es una leyenda pero… no hay islas en esta latitud del planeta y la leyenda dice que San Borondón aparece y desaparece. —Cosas extrañas han ocurrido y hemos visto en la isla. Puede que sea cierto que estemos en una isla “Non Trubada”—añadió con un tono aristocrático el inglés. —Creo que si construimos una pequeña embarcación en un par de días llegaríamos a algún lugar civilizado. Mañana mismo podremos empezar a construir un pequeño barco gracias a las herramientas que hemos encontrado en el cajón. —Creo que no será necesario —le interrumpió Picaporte que miraba por el catalejo— ¡Un barco! A lo lejos divisamos un gran velero. El capitán Hatteras cogió el catalejo para observarlo.
— ¿Es un buque de carga? ¿Será Shandon con La Coralie? —le pregunté con miedo. —Mucho peor. Los piratas africanos nos han encontrado.
Capítulo 11. Barcos singulares. — ¡Rápido, apagad el fuego y recoger los restos de la arena! —Ordenó con premura el capitán — Puede que no nos hayan visto aún. —No lo creo, capitán —le contestó Picaporte que miraba de nuevo por el catalejo —. Han echado anclas y están desembarcando. Han debido ver nuestro campamento. —Quizás tengan aquí su guarida. Si es cierto que esta isla no aparece en los mapas… es muy posible que la utilicen como escondite —propuso la joven. No pudimos hacer más conjeturas ya que un sonido fuerte como el de un cañonazo seguido de otro más agudo nos hizo caer al suelo. El suelo había empezado a vibrar. — ¡Mirad! —gritó picaporte señalando la dirección de los piratas. Un surco de espuma, ancho como una barca, surgía desde los acantilados en dirección al barco hostil. A los pocos segundos el barco de los piratas salió lanzado hacia arriba bajo una gran columna de agua y luces azules. — ¡Dios santo! ¡Ha partido el barco en dos! —Gritó Mr. Fogg emocionado y asombrado— ¿Qué clase de arma era esa? ¿Quién la ha accionado? —Tenemos que darle las gracias de nuevo a nuestra isla misteriosa —añadí.