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Herramienta: Reforcemos lo positivo. Edad: 12 meses en adelante.
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Cómo funciona: Este truco es fácil: Cuando tu bebé se esté portando bien, díselo, en lugar de sólo hablarle para llamarle la atención por hacer algo mal. Recompensar el buen comportamiento en lugar de reprochar el malo es un hábito que requiere un poco de práctica, pero a la larga es más eficaz. Cómo usar esta herramienta en el cotidiano: Es la hora de la siesta (lo cual a veces se transforma en un momento de disputa). Motívalo elogiando hasta el mínimo esfuerzo de su parte: “Qué bueno que has dejado de jugar cuando te lo pedí. Eso significa que tendremos tiempo para leer un cuento. Si te acuestas rápido, tendremos aún más tiempo y podremos leer dos cuentos”. Sigue felicitándolo por todo y cualquier cambio positivo en su conducta a la hora de la siesta, y recompensa sus intentos con cuentos o canciones.
Herramienta: Solicitemos la ayuda de nuestro bebé. Edad: 12 meses en adelante.
Cómo funciona: Los estudiosos han descubierto algo que muchos padres todavía no hemos percibido: los niños llegan al mundo programados para ayudar y cooperar. Todo lo que tenemos que hacer como padres es aprovechar esta tendencia natural. Muchas veces, nosotros los padres no lo notamos porque no esperamos que los niños quieran ayudar. Hagamos que nuestro bebé participe (aunque lo haga a su manera) en las tareas del hogar, con eso le estaremos enseñando que en la casa todos cooperan y trabajan juntos. Dependiendo de su edad, puede lavar una verdura, alimentar al perro o separar la ropa que se ha lavado por cada miembro de la casa. Así le estaremos enseñando a ser un buen ayudante, lo cual es una de las habilidades más importantes en la vida porque los expertos han comprobado que las personas con mayor salud mental son aquéllas que han aprendido a ayudar a los demás. Aunque ésta no parezca ser una estrategia disciplinaria, lo comprobaremos cuando la empecemos a aplicar. Una vez que hayamos enseñado a nuestro bebé a cooperar, esta cualidad será muy útil porque al delegarle un “trabajo” evitaremos ciertas situaciones que podrían provocar un berrinche. Ejemplo de cómo usar esta herramienta: Estamos en el supermercado (uno de los escenarios predilectos de algunos niños para los berrinches). Cuando nuestro bebé empiece a agitarse, tratando de escapar del carrito de compras, enséñale una caja de cereal y dile: “Tengo que comprar comida, y necesito que me ayudes”. Entonces dale la caja de cereal y deja que él la coloque dentro de la canasta. También puedes pedirle que sea tu “buscador” y te ayude a encontrar las comidas y los productos que necesitan.
Herramienta: Arreglemos juntos el problema. Edad: 12 a 24 meses.
Cómo funciona: Volviendo al ejemplo del plato de frijoles, es importante diferenciar entre un bebé que juega a tirar su comida al suelo y un bebé que lo hace intencionalmente, sabiendo que está ensuciando la cocina para que luego mamá o papá la limpien. Ese punto de transición ocurre cuando el niño es capaz de entender que está haciendo algo que no debe de hacer, normalmente alrededor de su primer cumpleaños. Cuando nos mira con expresión traviesa y luego tira los frijoles, es hora de reaccionar. Lo que tenemos que hacer es empezar a enseñarle el concepto de ser responsable de sus acciones. Ejemplo de cómo usar esta herramienta: Tu bebé ha ensuciado todo el piso bajo su silla a la hora de comer. Cuando termine, saquémoslo de la silla, pongámoslo en el suelo, le pediremos “ayude” a recoger. Hablémosle sobre lo que están haciendo: “Hemos tirado comida al suelo, o sea que ahora tenemos que limpiar”.
Herramienta: Hablémosle en su idioma. Edad: 12 a 24 meses.
Cómo funciona: A veces el secreto para que los niños hagan lo que tienen que hacer o dejen de hacer lo que no deben depende, simplemente, de que nos comuniquemos con ellos de una forma que realmente entiendan. El pediatra Harvey Karp, autor del libro El bebé más feliz del barrio sugiere que los padres vean a su niñito como un “hombrecito prehistórico” y que le hablen como tal. En otras palabras, hablémosle de forma casi primitiva, de la manera más sencilla posible. Karp se refiere a esta estrategia de comunicación como la “regla de la comida rápida” porque nos portamos básicamente como el cajero en una ventanilla de comida rápida: repetimos la orden y decimos el precio. Entonces usemos frases cortas y mucha repetición, gestos y expresividad para mostrarle a nuestro bebé que entendemos perfectamente lo que él quiere o piensa. Ejemplo de cómo usar esta herramienta: nuestro bebé le arranca un juguete de las manos a su amiguito. En lugar de sentarlo para un tiempo de castigo o tratar de explicarle por qué lo que hizo está mal (dos estrategias en las que asumes que tu niño ha avanzado lo suficiente en su desarrollo como para comprender lo que ha sucedido), repítele lo que crees que está pensando o sintiendo: “Tú quieres el juguete”. Al reconocer sus sentimientos, le estamos ayudando a tranquilizarse. Y una vez que se haya calmado lo suficiente para poder escucharnos, podremos transmitirle nuestro mensaje disciplinario, aunque en la versión simplificada: “Agarrar, no. Juguete de Pablo”. Aunque al principio nos parezca raro, veremos como sí funciona.
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En la noche del 31 de diciembre de 1689, un frio intenso tan propio de Zacatecas, hería sin piedad a los habitantes. Pero en la lujosa residencia de Don Álvaro de Oñate, ubicada en la mina de Quebradilla, no se sentían los rigores del invierno, pues en todas las piezas había grandes chimeneas caldeadas por gruesos troncos de encino; sólo a través de los cristales de las ventanas se adivinaba el paisaje triste envuelto en un bello velo de niebla iluminado por la luna. En la rica mansión era esperada con ansiedad la llegada del primogénito. Doña Juana de la Cruz esposa de Álvaro estaba próxima a ser madre y pedía a Dios con toda su fe de nueva creyente, le hiciera el milagro de que el vástago fuese varón y tuviera los ojos y el pelo negro; pues esto afirmaría la paz entre los indios y españoles. Un año hacía que Doña Juana dejara la religión de sus mayores para hacerse Cristiana y casarse con Don Álvaro, pero ésto no le fué fácil y desde entonces el odio de los suyos la tenía atemorizada; porque sabía que estaba sentenciada a sufrir por los que más amaba: Don Álvaro y su próximo hijo. Tahualda, pues era su nombre, era hija de Biácól, señor de Chepinque, muerto cinco años antes, y los indios que la adoraban luego la odiaron al ver que se había vuelto cristiana. Y al saber que iba a ser madre, se reunieron para dictar una horrible sentencia; si el hijo era hombre y moreno lo reconocerían como su señor y lo respetarían por llevar en sus venas la sangre de los caudillos chichimecas; pero si era blanco y rubio poco importaba el sexo, se lo arrebatarían a sus padres para sacrificarlo en aras de chalchiuitlicué, la diosa de la 4 abundancia, para g. 3
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asegurar prosperidad el año nuevo. Cuando Tahualda supo la feroz sentencia, creyó morir de dolor y en vano imploró clemencia por medio de sus criados indios; en vano amenazó con la venganza de Don Álvaro, que sería implacable. A todas sus razones le contestaron que el hijo decidiría el porvenir. Por esto Doña Juana sufría doblemente temerosa de los acontecimientos. Don Álvaro ignoraba estas intrigas, esperaba con dulce ansiedad la llegada de su heredero que completaría su dicha. Los naturales de Chepinque también esperaban ansiosos la señal que desde la azotea de la mansión les haría uno de los servidores; si era moreno, ardería una tea por largo rato, si era rubio al prenderse la tea sería arrojada al abismo. Entonces ellos armados con lo que pudieron salvar la conquista, se lanzarían a la casa que les seria abierta sin resistencia por parte de los criados indígenas; llegarían hasta la cuna de la recién nacido y se lo llevarían al adoratorio que tenían culto en la Sierra de álica para ser sacrificada. Si los españoles resistían peor para ellos, porque estaban dispuestos a matarlos y huir a la Sierra. La angustia de la futura madre crecía a medida que se acercaba el momento final; sólo la confortaba la esperanza de que Dios, comparecido de ella, le hiciera el milagro que con tanta fe le pidiera la noche de Navidad, cuando acompañada de su esposo y toda la servidumbre fue a la misa de gallo al Templo de la Concepción.
Y el milagro se hizo, al sonar la última campanada de las doce en el salón principal donde se hallaba Don Álvaro conversando con varios amigos, fueron a comunicarle la nueva, que acababa de nacer un hermoso niño. El niño era moreno como su madre, con los ojos negros como el ébano, como los de sus abuelos y toda su raza. Don Álvaro se precipitó a estrechar en sus brazos a su primogénito, que perpetuaba el nombre de uno de los cuatro conquistadores y unía más fuertemente las dos razas. La tea resinosa ardió en la azotea hasta consumirse, un grito unánime de júbilo estalló en el silencio de la noche, eran los indios que obedientes a los recatos del destino aclamaban al niño que era la esperanza de sus hermanos oprimidos; las armas fueron encerradas nuevamente en el oculto socavón de la Quebradilla de donde sólo saldrían cuando su nuevo señor las reclamara. La alegría renació en el alma atormentada de Tahuala que con lágrimas de gozo daba gracias a Dios, por el beneficio recibido.
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