Es un gusto saludarles así como agradecerles a las y los compañeros, que son todos y a esta empresa por permitirme crecer con ustedes y por brindarme la oportunidad de dirigir este tan importante mensaje. Comenzaré compartiéndoles que ingresé a Capstone en el año 2006, fecha en la que referente a la seguridad había personas que pensaban que si les pasaba un accidente era por mala suerte, ideología que en lo personal nunca estuve de acuerdo. Afortunadamente hubo personas que pensamos que en cuestión de seguridad siempre se puede mejorar y debido a esto nos ha tocado vivir cambios tales como el uso reglamentario de lentes de protección, chaleco y guantes, es decir, el uso de equipo de protección personal obligatorio. Después vinieron los 5 puntos de seguridad, gran herramienta que nos ayudó a realizar las labores de forma segura. Posteriormente se fueron sumando herramientas técnicas y físicas para desempeñar cualquier tipo de trabajo con seguridad,
detonando con ello un gran avance y grandes retos por mejorar. Considero que vamos por muy buen camino¸ y estoy seguro que con el apoyo de procedimientos y herramientas seguiremos avanzando, sin embargo debemos recordar que para que realmente funcione tenemos que continuar trabajando en equipo; por lo tanto el factor humano, es decir nosotros debemos ser conscientes de los riesgos a que estamos expuestos, y por ende realizar nuestras actividades de manera responsable, pensar no solo en nosotros, sino en nuestra familia que nos espera en casa, así también en nuestros compañeros, y en nuestra área de trabajo, ya que en ocasiones por costumbre dejamos pasar desapercibido lo que para otra persona puede ser visible donde la comunicación hace la gran diferencia. Me despido invitándolos a trabajar con seguridad ya que si no tenemos salud, muy pocas cosas podemos hacer, Gracias!!!
Cuenta una voz popular de la vieja Ciudad de Zacatecas, que allá por el año de 1860, cuando nuestro país era teatro de sangrientas guerras entre liberales y conservadores, pertenecía a la guarnición un capitán de nombre Augusto Pavón. Encontrábase el aludido militar en la plenitud de la vida, andando en los veintinueve años. Era alto, esbelto de movimientos airosos, rostro de tez blanca, ojos azules, boca atrevida que lucía unos bigotes rubios, como el pelo de su cabeza, arreglados siempre con esmero. Su porte marcial al que daba mayor gallardía el flamante uniforme, era la admiración y su trato afable y correcto habíale granjeado el aprecio y estimación de sus amistades, las muchas hazañas que de él se contaban lo hacían popular en la ciudad. Había por ese tiempo en la Plaza de la loza, llamada también del Laberinto, una fonda denominada la Luz de la Aurora, que gozaba de numerosa clientela debido a las gracias de su dueña: una morena de veinte primaveras y arreboladas mejillas, llena de atractivos y que tenía por nombre o sobrenombre, que esto no hemos podido averiguar, Amparo de la Felicidad. El establecimiento en cuestión era reducido, pero lo bastante amplio para contener hasta cuatro mesas, cada una con asientos para seis personas. Su adorno, por demás sobrio, consistía en un jarrón con flores que de mañana traía del Portal de la Fábrica la bella fondera, para ponerlas a las plantas de un Santo Cristo de tosca escultura, que se encontraba pendiente de la pared en el costado derecho del establecimiento y del cual era ferviente devota Amparo de la Felicidad. En el marco de la puerta que daba acceso a la cocina estaba un perico sobre una estaca, parlando lo más del día y llamando por su nombre a casi todos los parroquianos; un perezoso gato café, de pelo esponjoso, pasaba buenos ratos durmiendo debajo de alguna de las mesas, mientras que un perro negro de pelo sedoso y brillante, haciendo honor a su nombre de Centinela, permanecía sentado a la entrada de la fonda; recibiendo, de cuando en cuando, las caricias de los visitantes y sin hacerle extrañamiento a una murga callejera que casi a diario deleitaba a la concurrencia durante las horas de la comida. Contábase entre los abonados allí nuestro capitán, objeto de especiales atenciones y deferencias por parte de
la dueña, así como también veíase honrado frecuentemente el establecimiento con las visitas de un empleado público llamado Juan Ponce, no menos atendido que el anterior. El mencionado Juan Ponce era un pícaro de siete suelas, de rostro rubicundo y de algo más edad que el soldado, sin querer decir con esto que llegase a la madurez. Eran de verse las buenas migas que hicieron desde el primer día de conocerse los dos personajes, siendo rara la vez que Augusto iba sin la compañía de Ponce a tomar sus alimentos, y se procuraban tanto y la familiaridad de ambos llegó al grado de no poder estar el uno sin el otro, en sus ratos de ocio. Aunque dejamos ya dicho que entre los dos repartía sus atenciones la guapa moza, era manifiesta, sin embargo, su predilección por el capitán, para quién abrigaba la más secreta pasión, sin que él hubiese caído en la cuenta. Diariamente, las sobremesas prolongábanse más de lo debido, y especialmente en las noches, hasta horas muy avanzadas, no siendo raro que los sorprendiese la aurora en su animadas charlas; ya refiriendo el presuntuoso militar sus temerarias hazañas; ya haciéndolos pasar Juanito Ponce amenos ratos con chistes y agudezas; ya Amparito entonando sentimental canción de la paloma, con su voz entonada y quejumbrosa, canción de muy agrado de sus amigos, porque les traía a la memoria sus mejores recuerdos, y por estar muy en boga en aquel entonces, habíanle granjeado fama a la muchacha de buena cancionera, cuya fama pregonaba a los cuatro vientos sus numerosos admiradores y todos aquellos de sus parroquianos a quienes les había tocado en suerte regalarse con las dulzuras de sus garganta. Al apagarse los últimos acordes de su guitarra, el militar y el empleado premiaban su labor con nutridos y prolongados aplausos. No fueron pocas las veces en que los dos amigos, después de cenar, salieron de allí con muchos otros militares y civiles, en animado gallo, a canturrear, a los acordes de la orquesta, al pie de los balcones de las guapas zacatecanas recorriendo así de este modo y manera, las románticas calles de la Muy Noble y Leal Ciudad de Zacatecas. En esta forma gastaban entre ellos la vida, distribuyendo el tiempo entre las obligaciones de su profesión y las continuas parrandas y disipaciones. Cuando más felices se sentían los tres amigos: la fondera, el empleado y el militar, negra nube oscureció la dicha.