Canción de mar y noche

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Canci贸n de mar y noche Helena Carazo



Canci贸n de mar y noche Helena Carazo


Era luna nueva y como siempre, ese día no tenía que navegar. Sentado en la playa en la oscuridad de la noche, tocar el saxo era lo único que en tierra sabía hacer bien. Llevaba tanto tiempo en el mar que el suelo a veces le mareaba y por la noche le era imposible dormir. Tocando se evadía de todo y el mundo no era ni del mar ni de la tierra.



Iba tanteando de nota en nota cuando empezó a oirla. Una voz que poco a poco se acercaba acompañando al saxo. De la oscuridad de la playa apareció la dueña. Caminaba y cantaba. No decía nada más.



Entre canciones pasaron toda la noche, sentados en la arena fría y prestándose su música. Al acabar la noche ella se levantó y él la miraba todavía sentado. No sabía qué decir o si hacía falta decir algo.


Por si acaso, comentó que él volveía allí esa misma noche. Ella se fue andando por la orilla.


La noche siguiente la playa estaba simplemente como siempre. El gua tranquila, la arena fría i el viento no llevaba ninguna voz. Todo era normal, pero el ambiente estaba más quieto y decepcionante que nunca. Ya no le quedaba mucho para decidirse a marcharse cuando oyó algo. Fue tan débil que no estaba seguro de si había sido el subconsciente compadeciéndose de su paciencia. Se levantó y empezó a caminar a ciegas, siguiendo la voz o la falsa esperanza.


El agua congelada le cubría los pies. Allí la voz se oía más clara, pero la playa seguía vacía. Sólo había olas reflejadas por la luna. En la orilla estuvo tocando hasta que la marea le llegó a la cintura. No la veía, pero estaba seguro de que la oía. Se fue al barco dispuesto a encontrarla.



Desde proa tocaba todos los días. El viento, burlándose de él, sólo arrastraba de vez en cuando una nota y alguna palabra que parecía venir de ella. Incapaz de seguir su rastro y desesperado, decidió meter su música en botellas y tirarlas al mar con la esperanza de que econtrara alguna. Cada día una botella, y así avanzaban las horas hasta que llegaba la noche.


Los días pasaban, y a parte de peces no había conseguido nada. Ya llevaba en el mar los 28 días de toda su jornada. Llegados a ese punto no valía la pena seguir buscando. Acababa de anochecer cuando decidió volver a puerto.



Cuando empezĂł a ver la playa la noche era mucho mĂĄs clara. El sol estaba a punto de salir. A lo lejos, alguien le miraba desde lo alto del faro. AllĂ­ estaba ella, esperando con una botella destapada entre las manos .



No se lo podía creer. Cuando llegó al faro ya se había hecho de día. Subió corriendo pero allí ya no había nadie. Todo lo que quedaba era la botella abierta en el marco de la ventana.



Ya no sab铆a como sentirse, si como un tonto o como un loco. Se volvi贸 hacia el pueblo y vio como algunas personas le miraban divertidos. Era un pueblo pesquero y sol铆a decirse que los marineros acababan locos de pasar tantas horas con los peces y tan pocas con las personas. Les mir贸 con desprecio y se fue.



Por la noche el marinero fue a la playa como siempre que estaba en el pueblo, pero en el

fondo habĂ­a ido con la

esperanza de encontrarla. Aquella historia se habĂ­a convertido en su obsesiĂłn. Tocaba con la mirada perdida en el auga.


La luna se reflejaba en el mar y de repente allí estaba la cara de la chica reflejada en el agua, pero arriba no había más que cielo y noche. Tenían razón, la soledad del mar le estaba volviendo loco. Al cabo de unos días volvió al barco y se despidió de la playa.


Una día cualquiera el marinero volvió al pueblo. Dejó todo el pescado en el puerto y al acabar el día, como siempre, no podía dormir. La noche era la más negra del ciclo. Se sentó en la arena helada a tocar, y recordó irónico cómo ella le hizo perder la cordura aquella noche tan rara en la que tampoco había luna. Y fue entonces cuando apareció. Nada había cambiado en ella desde la otra vez. Con el mismo gesto se sentó, y por primera vez habló y dijo: -Pensaba que nunca me encontrarías. Un cielo sin luna fue testigo de su reencuentro.



Cuando despertó era de día y la arena ya no estaba tan fría. La chica que había abrazado antes de quedarse dormido ya no estaba. En su lugar, una botella vacía en la que se reflejaba la luna, descarada apareciendo en el cielo a una hora que no debía.



En un pueblo pesquero un marinero toca el saxo en la playa cada noche. Un día una chica muy enigmática le acompaña con su música. Las ganas del marinero por volver a verla le harán intentarlo todo hasta saber de dónde viene su chica de la playa.

He le na

Ca ra zo


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