Boletín no periódico FCG # 002
Texto y Fotografías por Juan Cardona, gerente técnico FCG
El Terco Mito de las “Pineras” Estériles
Plantación de Pinus oocarpa en el nordeste Antioqueño (Yalí), que muestra la realidad del crecimiento del sotobosque de plantaciones bien manejadas.
Uno de las creencias más arraigadas en el imaginario ecológico de nuestro país es el “efecto dañino” que supuestamente generan las plantaciones forestales en el suelo, el agua y el ecosistema general a su alrededor. Sin embargo, y como lo saben los campesinos que las cuidan y desmalezan laboriosamente a machete, y como no ignoramos todos aquellos que cotidianamente visitamos, establecemos o manejamos estas plantaciones, así como su fauna y flora nativas asociadas, en general son falsas concepciones, leyendas urbanas sin fundamento o con una confusa interpretación de la realidad de estas plantaciones y los hechos a su alrededor. Como estos malentendidos tienden a persistir y a enredarse con el tiempo, FCG decidió aportar a la discusión con evidencias fotográficas y documentales de cómo son realmente las plantaciones forestales y de dónde surgen los mitos relacionados con ellas, junto con su correspondiente desmitificación, en las páginas que siguen.
El estado natural de las plantaciones forestales jóvenes de pino es el de un sotobosque espeso como el que se ve a la izquierda. Conforme el dosel se va cerrando (al juntarse las ramas de los árboles y hacerse estos más altos y frondosos, disminuye la cantidad de luz que llega al fondo del bosque y la vegetación se hace menos espesa. Es un proceso normal en el desarrollo de cualquier bosque.
Los eucaliptos, como el Eucalyptus grandis, tienen una copa más bien rala que deja pasar mucha luz y por eso el “rastrojo” debajo de sus plantaciones es más vigoroso.
Antes de proceder a enumerar y desmitificar, y para el lector curioso que quiera profundizar en el tema, lo invitamos a que lea cuidadosamente el reporte de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura) en http://goo.gl/F4hdhj. Este debate de las plantaciones comerciales con especies “exóticas” no es nuevo, pero ya se han adelantado estudios que llegan a las conclusiones que en todo caso exponemos a continuación. 1. Que Los pinos y los eucaliptos “esterilizan” la tierra. Si esto fuera cierto, grandes extensiones de los bosques de Europa, Norteamérica, Centroamérica y Asia (en el caso de los pinos) y de Australia y Tasmania serían yermos terribles. No es así. Japón por ejemplo, tiene más del 60% de su área en plantaciones 2
de cipreses (un pariente del pino) y otras especies de coníferas semejantes. A la isla la apodan “El archipiélago verde” (http:// goo.gl/9M2ZMW) y tiene una tradición de cultivo de pinos y similares de más de 400 años. El bosque más grande del mundo no es la amazonia, sino la taiga siberiana, que se extiende desde los montes Urales hasta el Pacífico atravesando todo el norte de Asia, por más de 6000 km de distancia este-oeste y con una anchura norte sur de más de 1500 km (más de 760 millones de hectáreas) de bosques de pino, picea, abeto y similares de miles o quizá millones de años de antigüedad. Eso por solo mencionar uno de estos ecosistemas. Respecto a la esterilización de la tierra, es verdad que una especie de eucalipto (Eucalyptus globulus) o eucalipto aromático azul tiene propiedades inhibidoras
de los microorganismos y de otras plantas que la hacen útil como medicinal, pero que perjudican el crecimiento de plantas cercanas a ellas. No obstante, esta especie no se siembra hoy día en Colombia en plantaciones y sólo existe en forma de árboles aislados en jardines y parques o plantaciones viejas. Las otras especies de eucalipto (Eucalyptus grandis, E. pellita, E. tereticornis, E. camaldulensis, E. urophylla , E grandis, E. saligna y otras) no poseen la misma cantidad de estos compuestos herbicidas y antibióticos, y por lo tanto ni se pueden usar como medicinales ni poseen los mismos efectos sobre el suelo. En todo caso, incluso E. globulus no “envenena” permanentemente el suelo, pues los aceites esenciales que produce para inhibir a plantas vecinas son biodegradables, a diferencia del mercurio, cianuro y otros metales pesados asociados por ejemplo a
la minería. En cualquier caso, un simple vistazo a las fotografías que acompañan este texto muestran que las plantas prosperan fácilmente bajo los bosques de pino o eucalipto sembrado, a menos que se acometa la labor de cortarlas. El autor y tantos campesinos que lo han acompañado en diversos periplos por plantaciones forestales de todo el país tienen las manos encallecidas de abrir trocha por en medio de las tremendas rastrojeras bajo las “estériles” pineras y eucaliptales. La imagen que existe de la pinera sin vegetación bajo ella corresponde a plantaciones mal manejadas, como ocurría al principio de la historia de la reforestación en el país, donde se sembraban demasiados árboles por hectárea (¡a veces hasta 8000, en contraste con los 1100 comunes hoy día!). En las plantaciones bien manejadas, a medida que los árboles van ganando altura, se realiza una operación conocida
Las plantaciones forestales son una alternativa mucho mejor que los potreros subutilizados y erosionados que son el paisaje más común de nuestros campos en estos días, en terrenos que no son aprtos ni sostenibles para la ganadería y donde tampoco se cultiva nada por la poca fertilidad del terreno. En muchos casos, como en esta foto, es lo única barrera defensiva de que disponen los relictos de bosque nativo, que cuando están en contacto con potreros, disminuyen de tamaño año con año.
como entresaca o también raleo, que consiste en cortar algunos de los árboles de peor forma y más retrasados en crecimiento para ir dando espacio a los que queden (los mejores) para que aumenten en grosor del tronco y crezcan altos y derechos sin tanta competencia. En muchas de las primeras plantaciones del país simplemente se sembraban los árboles, y tras las primeras dos o tres desmalezadas al cabo de cinco años ya no se le hacía nada a la plantación y esta crecía con demasiados árboles y bajo estos se creaba una cueva oscura donde no crecen matas y donde los ventarrones generaban tremendas e impasables empalizadas de árboles demasiado delgados y pasmados por el apiñamiento que caían al suelo con las tormentas. Actualmente los reforestadores responsables saben que hacer las entresacas y podas de ramas no es perder plata sino ganar en calidad al final, pues la madera caída, delgada, retorcida y podrida no la compra nadie. 2. Que los pinos son especies de Canadá y 3
Europa y ajenos al trópico. Muchas especies de pinos son de esas regiones. PERO, los pinos que se plantan en Colombia son pinos tropicales o subtropicales como los pinos pátula, oocarpa, caribaea, tecunumanii y maximinoi, así como el ciprés (Cupressus lusitanica), son originarios de las montañas de Centroamérica y el Caribe (sobre todo México, Honduras y Guatemala), o de zonas subtropicales del sudoeste asiático (Tailandia) como el Pinus kesiya y P. merkusii. Todas estas especies forman grandes extensiones de bosques naturales de pino (a veces con varias especies, otras en rodales puros de solo un tipo de pino) en su hábitat natural, que por cierto no incluye inviernos nevados. En las altas montañas de Colombia aún quedan algunas especies de parientes de los pinos (pino romerón), de los cuales hay varias especies del género Podocarpus y afines, que otrora, como los famosos bosques de Pacho, Cundinamarca, de los cuales hoy no queda nada, eran grandes extensiones de “pinares” criollos. Aún se
pueden ver algunos de estos “pinos” (Podocarpus guatemalensis) creciendo aislados en los bosques de Porce, Antioquia, y de la Serranía del Baudó, donde el autor los ha visto alcanzando tamaños gigantescos. Aunque en la estación forestal experimental de Piedras Blancas en Santa Elena (Medellín) de las Empresas Públicas se hicieron en los años 60-70 numerosos experimentos con pinos de todas partes del mundo, los que realmente dieron resultados no son los pinos de zonas templadas con estaciones, sino los que arriba mencionamos. En Chile, España y Nueva Zelanda, países con inviernos crudos, se plantan otros tipos de pinos que acá, simplemente, no pegan. 3. Que los árboles acaban con el agua. Si esto fuera cierto, los bosques que mencionamos de taiga serían desiertos secos. Este es un mito particularmente asociado al eucalipto. Hay que precisar que las especies de eucalipto son muchas y que hay especies de eucalipto (originarios de Australia e islas vecinas) de bosques secos y de bosques húmedos. Algunos de los árboles más
gigantescos del mundo son eucaliptos, de la especie Eucalyptus regnans, el fresno de montaña australiano, que es muy afín al Eucalyptus grandis que se cultiva mucho en Colombia para pulpa de papel. Estos árboles no se diiferencian ndemasiado de árboles nativos de muy rápido crecimiento como los yarumos y balsos, que también requieren enormes cantidades de agua para crecer, aparte del sotobosque de arbustos también de muy rápido crecimiento. Por eso, las cabeceras de las quebradas deben dejarse en bosque nativo, como lo prescribe la legislación colombiana (30 m a cada lado de la orilla de los ríos y 100 m alrededor de los manantiales). Cualquier cultivo joven, sea de árboles o de otras plantas, demanda mucha agua y no protege lo suficientemente el suelo como para que esté demasiado cerca de cauces de agua pequeños o manantiales, pues lo secarán con sus raíces y lo sedimentarán con la tierra que se deslave del suelo insuficientemente protegido de la
lluvia por la escasa hojarasca o techo (dosel) del bosque. Si las especies de árboles que se plantan para madera y papel acabaran con el agua, las laderas del Valle del Cauca, el Alto de Minas en Antioquia y tantas otras partes de las cordilleras del país serían hoy desiertos, y no es así, pues ya en muchos casos los bosques allí sembrados llevan más de tres décadas creciendo en medio de un verdor encandilante, como lo puede observar cualquier parroquiano que transite medianamente por carretera en los sitios mencionados. Donde se ven verdaderos desiertos es en zonas como el Nordeste Antioqueño que están llenas de potreros erosionadísimos con dos o tres vacas flacas y en el Bajo Cauca antioqueño, donde en muchos casos lo único que consuela al viajero del paisaje desastroso de la catástrofe ambiental de la minería de oro a cielo abierto son las plantaciones de Acacia mangium que se han sembrado para recuperar lo que se puede recuperar después de la locura del oro. De los lujuriantes
El barranquero (Momotus aequatorialis), habitante de los bosques de pino sobre todo en tierra fría. Foto tomada en plantaciones de pino de la vereda Caruquia, Santa Rosa de Osos.
Las plantaciones mal manejadas, sin podas ni raleos tienen una densidad excesiva de árboles, y al estar estos demasiado cerca unos de otros, entra poca luz al bosque y el desarrollo natural de la vegetación se ve afectado. Además, en estas condiciones los árboles eventualmente se estancan en su crecimiento, y los vendavales los echan a tierra. Hoy en día este tipo de plantaciones son cada vez menos comunes.
bosques del Cauca-Nechí ya no quedan sino cráteres que se van trepando poco a poco a punta de retroexcavadora, hasta el último relicto de la Serranía de San Lucas. Eso sí es acabar con el agua, y envenenar con mercurio la poca que va quedando. 4. Que las plantaciones forestales son “desiertos verdes”, carentes de flora y fauna nativa. Otra falacia, que como la mayoría de las mentiras, no resiste el encuentro con la experiencia y la realidad. Basta internarse a las arboledas de las plantaciones comerciales como las que rodean muchas de las represas o las ciudades de Colombia para encontrarse con numerosas especies de flora y fauna que allí medran. No hay tanta biodiversidad como en los bosques nativos, pero las plantaciones están en segundo lugar después de éstos y les llevan mucha ventaja a los pastizales y potreros abrasados por el sol en que se ha convertido el campo colombiano en las últimas tres décadas. En esos potreros sí que no se ve nada. Quien se aventure en sitios como los cerros orientales de Bogotá o el parque Arví en Antioquia, que es en su mayor parte lo que
queda de las mencionadas estaciones forestales experimentales de hace varias décadas de las Empresas Públicas, puede observar cantidad de aves y plantas de nuestra biodiversidad autóctona, como por ejemplo el barranquero (Momotus aequatorialis), las soledades (Trogon collaris), los carriquíes (Cyanocorax incas), por sólo mencionar las más visibles. En otras regiones del país, por ejemplo en el cañón del Río Barbas y el Santuario Otún Quimbaya del Quindío, se han hecho estudios que demuestran que especies en peligro como los monos aulladores (Alouatta seniculus) y la pava caucana (Penelope perspicax) usan antiguas plantaciones forestales de urapán (Fraxinus uhdei) y ciprés (Cupressus lusitanica) como parte de su hábitat. Es además un hecho que al interior de muchas de esas plantaciones se encuentran relictos de bosque nativo que sufren mucho menos en contacto con las plantaciones que los bosques que comparten sus
bordes con los potreros, donde los azotan los incendios. Los pajonales de cola de zorro (Andropogon spp.) y helecho de marrano (Pteridium arachnoideum) o helecho peinilla (Gleichenella pectinata) que cubren muchos de los cerros de Medellín por ejemplo, en verano se vuelven yesca que los vándalos aprovechan para incendiar y que arden mucho más fácil que los bosques o plantaciones forestales, que son más frescas y que conservan mayor humedad que esos rastrojos, como sabe quien se haya refugiado en ellas escapando del sol de los potreros. Existen además numerosos estudios que demuestran que las plantaciones funcionan como corredor entre fragmentos de bosque nativo para muchas especies que no se atreverían a cruzar un potrero o que no lo pueden hacer sin que la gente las mate, como lo hacen los jaguares, las guacharacas, perezosos, monos, tigrillos y animales pequeños e insectos de vuelo débil o sin alas, por ejemplo los saltamontes payaso (EUMASTACIDAE), entre otras.
Fotos en otoño (izq.) e invierno (der.) del cerro de Shirakajou, (vista desde las residencias Shouhokudai danchi), en cercanías de la universidad de Shimane en la ciudad de Matsue, Japón, donde vivió el autor por varios años estudiando manejo forestal, y donde se practica la silvicultura del pino y el ciprés desde hace más de 400 años, comenzando en aquella época para servir de combustible para las forjas (tatara) de fabricación de espadas japonesas o katana, y luego para abastecer el ferrocarril. Como se puede ver, el área dista mucho de ser un desierto tras 400 años de cosechas forestales (mapa en http://goo.gl/q53hxN) .
Hacienda “La Tulapa” cerca de Necoclí, Antioquia. Aparte de los bosques andinos, en tierras secas del Caribe colombiano la teca ha adquirido gran importancia en las últimas dos décadas como alternativa a los potreros improductivos de las zonas deforestadas del bosque seco tropical.
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