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Kutsua /La huella

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Abian / En marcha

Abian / En marcha

Cuando en noviembre de 2013 el Papa Francisco, a los pocos meses de ser elegido, publicó la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, incluyó una breve frase que enseguida saltó a las portadas: “Esa economía mata”. Se refería Francisco a lo que denominaba una economía de la exclusión y la inequidad, una economía en la que “los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”. Es difícil decirlo de una manera más gráfica, más desnuda, más directa.

¿Qué está pasando? Sociólogas, filósofos, economistas… han puesto de manifiesto en las últimas décadas que estamos experimentando una evolución en la que nuestras vidas se desenvuelven cada vez más en torno a intercambios económicos. Casi cualquier movimiento que hacemos supone necesariamente que compramos o vendemos algo. Ya no es sólo proveernos de vivienda, vestido, comida, energía… sino que nuestro ocio cada vez va más vinculado al consumo en espectáculos, hostelería, viajes... Nuestras relaciones de amistad se desarrollan en redes sociales digitales que son en realidad empresas multinacionales. Incluso encontrar pareja puede suceder en entornos de ese tipo. Y hasta se llega a convertir la experiencia espiritual en un producto que se nos ofrece con toda la persuasión del marketing. La sociedad de consumo se ha convertido en un referente cultural. Parecería que hoy es posible poner precio a todo lo que tiene valor.

Si ahondamos un poco en ello veremos que los valores que refleja esta sociedad de consumo, esta economía, son los del individualismo, la competitividad, la eficiencia y la maximización del beneficio. Describamos un último fenómeno más en esta dirección. La globalización es en primer término una extensión a nivel mundial de los mercados y las empresas. Hoy podemos comprar a través de cualquier tienda en internet sin saber de dónde viene algo o, ni siquiera, quién nos lo está vendiendo. Así ya no importa lo que le pase al tendero de la esquina, y ya no hay tendero de la esquina preocupado porque lo que me venda salga bien y sea duradero. Además, muchas empresas tienen un tamaño inmenso que hace complejo saber quién es el responsable de sus decisiones, y aluden siempre a la necesidad de “crear valor para el accionista”, es decir, a incrementar las ganancias de millones de accionistas anónimos. Este hecho, el anonimato y la pérdida de la cadena de responsabilidad hace que los valores (dañinos) de la sociedad de consumo que antes mencionábamos se expandan como si fuesen lo más natural de mundo, sin contrapeso posible.

Quizá aquí haya que echar el freno. Seamos justos. Hay a nuestro

Economía que mata, economía que sana

Kontsumoaren gizartea kultur erreferente bihurtu da. Ematen du denak izan dezakeela prezio bat. Apur bat sakonduz gero, ikusiko dugu kontsumo gizarteak islatzen dituen balioak indibidualtasuna, lehiakortasuna, eraginkortasuna eta onuraren maximizazioa direla.

alrededor empresas honestas que crean empleo y que nos ofrecen productos y servicios que necesitamos, a un precio razonable. Tampoco es todo malo en el Mercado.

Pero sí que tenemos que ser conscientes de que un sistema económico descontrolado y voraz tiene dos consecuencias muy perversas. Por una parte, está conformando un modelo de persona movida por el interés individual (des-responsabilizado) y que se guía por una supuesta racionalidad instrumental que, por cierto, facilita a las grandes empresas influir en sus decisiones de consumo mediante hábiles tácticas de comunicación.

Es una persona que tiene que ser “útil” para la sociedad de consumo, es decir, que pueda generar ingresos que luego emplee para consumir. Y aquí viene la segunda consecuencia perversa: la sociedad de consumo expulsa a las periferias a todos los que no pueden entrar en esa rueda.

Ya avanzábamos al principio las palabras del Papa Francisco; “hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve”. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”. tación de anular el pensamiento ético. Nos sentimos desarmadas o, lo que es peor, no concernidos ante un sistema que se gobierna solo, por mecanismos incomprensibles y sobre el que parece que no hay posibilidad de cambio. Pero los seguidores de Jesús de Nazaret tenemos el mandato de no perder la esperanza y hacer realidad unos valores que siempre han ido contracorriente: gratuidad, generosidad, solidaridad, escucha, cuidado, ternura, cooperación…

No basta decirlo. Hay que hacerlo. Hay que plantear alternativas a esta economía que mata. Tenemos que demostrar que hay una economía que puede funcionar con otros valores. Alternativas que sean alternativas reales, no meramente anecdóticas. Y que por su mera existencia sirvan de denuncia, de espejo en el que la economía de la exclusión y la inequidad pueda reflejarse y mostrar toda su fealdad.

Aquí aparece la economía solidaria, conjuntamente con la economía social, la feminista y la economía de los cuidados, la verde y la circular, el decrecimiento, el movimiento por el Buen Vivir… En ella las empresas y las personas que consumimos ponemos a las personas, el medioambiente y el desarrollo sostenible por encima de otros intereses. Un modelo sin ánimo de lucro, pero económicamente sostenible; que genera circuitos próximos de comercio; que ofrece productos y servicios valiosos, necesarios y no superfluos; que es equitativa en la distribución de cargas y beneficios; que busca crear empleo digno y que se gobierna con formas participativas.

Y se manifiesta de muchas formas: cooperativas de generación y consumo de energías renovables, iniciativas de finanzas éticas, empresas que crean empleo para la inserción laboral de personas vulnerables, proyectos de Comercio Justo, empresas de reciclaje y recuperación, producción ecológica, transporte sostenible, seguros éticos, bancos de tiempo… No es por falta de creatividad. Tenemos al alcance numerosísimas alternativas reales, muchas de ellas articuladas en torno al Mercado Social de REAS (Red de Economía Alternativa y Solidaria).

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