BIHOTZEZ Nº 71

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Kutsua | La huella

Economía que mata, economía que sana

Cuando en noviembre de 2013 el Papa Francisco, a los pocos meses de ser elegido, publicó la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, incluyó una breve frase que enseguida saltó a las portadas: “Esa economía mata”. Se refería Francisco a lo que denominaba una economía de la exclusión y la inequidad, una economía en la que “los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”. Es difícil decirlo de una manera más gráfica, más desnuda, más directa. ¿Qué está pasando? Sociólogas, filósofos, economistas… han puesto de manifiesto en las últimas décadas que estamos experimentando una evolución en la que

nuestras vidas se desenvuelven cada vez más en torno a intercambios económicos. Casi cualquier movimiento que hacemos supone necesariamente que compramos o vendemos algo. Ya no es sólo proveernos de vivienda, vestido, comida, energía… sino que nuestro ocio cada vez va más vinculado al consumo en espectáculos, hostelería, viajes... Nuestras relaciones de amistad se desarrollan en redes sociales digitales que son en realidad empresas multinacionales. Incluso encontrar pareja puede suceder en entornos de ese tipo. Y hasta se llega a convertir la experiencia espiritual en un producto que se nos ofrece con toda la persuasión del marketing. La sociedad de consumo se ha convertido en un referente cultural. Parecería que hoy es posible poner precio a todo lo que tiene valor. Si ahondamos un poco en ello veremos que los valores que refleja esta sociedad de consumo, esta economía, son los del individualismo, la competitividad, la eficiencia y la maximización del beneficio.

Describamos un último fenómeno más en esta dirección. La globalización es en primer término una extensión a nivel mundial de los mercados y las empresas. Hoy podemos comprar a través de cualquier tienda en internet sin saber de dónde viene algo o, ni siquiera, quién nos lo está vendiendo. Así ya no importa lo que le pase al tendero de la esquina, y ya no hay tendero de la esquina preocupado porque lo que me venda salga bien y sea duradero. Además, muchas empresas tienen un tamaño inmenso que hace complejo saber quién es el responsable de sus decisiones, y aluden siempre a la necesidad de “crear valor para el accionista”, es decir, a incrementar las ganancias de millones de accionistas anónimos. Este hecho, el anonimato y la pérdida de la cadena de responsabilidad hace que los valores (dañinos) de la sociedad de consumo que antes mencionábamos se expandan como si fuesen lo más natural de mundo, sin contrapeso posible. Quizá aquí haya que echar el freno. Seamos justos. Hay a nuestro

Kontsumoaren gizartea kultur erreferente bihurtu da. Ematen du denak izan dezakeela prezio bat. Apur bat sakonduz gero, ikusiko dugu kontsumo gizarteak islatzen dituen balioak indibidualtasuna, lehiakortasuna, eraginkortasuna eta onuraren maximizazioa direla. 2019ko udaberria • Bihotzez


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