2.4
Carla Canals
Tóxico Zarco, -me dijo- ése es mi color favorito.
Qué? - llevaba rato sin escucharle, mi mente había viajado hasta un lugar muy lejano mientras él me hablaba de cosas que yo creía sin sentido. Pero esa palabra me había llamado la atención, mis pies volvían a tocar tierra cuando le pregunté el porqué. Pues como tu piel me alumbra al tocarte, el color zarco deslumbra entre todos los demás, mezcla del agua del océano que tenemos delante y todos parecemos ignorar y el verde de las montañas que nos protegen cuando tenemos miedo. Cuando te miro a los ojos mi mente sugiere ese color, el azul de tus ojeras causan en mi interior una grieta. Una grieta que parece abrirse para decir algo pero que solo me recuerda que mi único objetivo en la vida ahora mismo es entenderte.
Mi cara lo decía todo. Había dejado de pensar en cosas irrelevantes. En ese momento, sólo quería saber qué le hacía pensar que yo era especial.
Desperté días después sin saber en qué momento exacto se encontraba mi mente. Parecía que todo había vuelto a lo que era antes, aunque el motivo podría ser mi falta de querer aceptar el presente.
Después de esa conversación en la orilla del mar no volvimos a hablar. Supongo que nos daba miedo aceptar lo mucho que podíamos llegar a sentir el uno por el otro y lo mucho que esto anularía nuestra capacidad de razonamiento y autoestima. Debí haber confiado en mí misma y haberme lanzado al vacío junto a él. Quizás debí no haberle conocido y dejar que el destino hiciese su trabajo uniéndonos en una época mejor de nuestras vidas. Aunque quizás lo mejor hubiese sido abrazarle. Unirme a él, olvidarme de todo lo que me atemorizaba y intentar disfrutar por una vez en mi vida del amor. Pero no lo hice. Reaccioné huyendo de aquello que yo misma había construido y que tanto me hacía temblar.
Una vez hube asimilado la situación en la que me encontraba, decidí que lo mejor era seguir durmiendo, intentar desaparecer, sumergirme entre las mantas y, de alguna manera, ignorar todo lo exterior. Y eso hice, dormí plácidamente hasta que mi cuerpo se cansó de descansar.
Cuando desperté cogí mi libreta onírica y en ella escribí, cómo cada día, mi sueño. 'Cómo un niño que desenterró sus calabazas azul marino y salió a volar de su mano. Y a la vuelta se topó con un cuervo negro azafrán. Y el cuervo le tiró al suelo, le bajó de las nubes, y el niño se ahogó entre líquidos extraterrestres. De color verde esmeralda podrida cómo la mierda de una paloma muerta. Y la tierra se lo tragó, al niño y sus calabazas azul marino. Y murió enterrado en terra hostil y de él creció una preciosa flor, un lirio azul que honraba esa calabaza marina que se hundió de su mano.’
Mi bolígrafo se quedó sin tinta y yo sin ganas de descubrir mi mundo interior, sin ganas de narrar mis miedos en un inútil trozo de papel. De repente, cómo una divina revelación, la imagen de él apareció delante de mí y me recordó el porqué de mi temor. Me recordó que alguna vez fui un ser puro, alejado de la toxicidad del sentimiento.