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LA PARADOJA DE LOS ODIOS

as transformaciones empezaron, por todo el mundo, el mismo día, como si obedecieran a una programación. La gente mutaba en lugares públicos: los videos se viralizaron en las redes sociales causando horror en todos los países; las mutaciones generaron alerta internacional y los primeros en explicar el fenómeno, como siempre, fueron los teóricos de las conspiraciones, la más aceptada —entre ellos— era la de un virus extraterrestre que habría sido diseminado en la Tierra por minúsculas sondas que provenían de una nave nodriza oculta en el lado oscuro de la luna; los científicos se tomaron su tiempo y, después de algunas semanas, declararon que la humanidad se enfrentaba a una “epidemia biológica, con características psicosomáticas, sin precedentes”. Los expertos habían encontrado un patrón: la metamorfosis afectaba a personas en situaciones de conflicto, individuos que se habían irritado con otros de distinto color de piel, manifestando su hostilidad con insultos y agresiones físicas. Las conversiones se producían en la piel, que cambiaba de color en los sujetos violentos, desde el tradicional “rojo de ira”, pasando por diversas tonalidades de los blancos, amarillos, negros, marrones y pardos, hasta tomar el color del agredido. Un equipo mundial de dermatólogos explicó que los melanocitos, estimulados por el miedo atávico del portador del mal, asumía una reacción adversa, imitando la pigmentación de la víctima, en una inusual y paradójica trasferencia del color del sujeto abominado.

Los psicólogos señalaron que la trasmutación se multiplicaba en personas que se creían superiores racialmente, que bastaba con activar pensamientos contaminados por la segregación para precipitar “la maldición de los colores”, como la denominó un activista de los Derechos Humanos; autoridades, artistas, políticos y académicos, entre otros famosos, fueron desenmascarados de sus soterrados secretos en las dimensiones invisibles del racismo.

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Los herpetólogos arriesgaron sus prestigios declarando que se trataba de una acción similar a la de los camaleo - nes (Chamaeleonidae, pronunciaron) y el filósofo Byung Hang se aventuró a afirmar que la anomalía se provocaba en sujetos que, al igual que esos reptiles, tenían la lengua más larga que el cuerpo. “Es una reacción a sus propios odios: reivindicación del ofendido y castigo del verdugo que son ellos mismos”.

Un equipo de etnógrafos recordó que, en ciertas tribus africanas, el camaleón es un animal sagrado, creador de los seres humanos y que podría tratarse de un castigo divino; explicación que fue tomada como una afrenta por las religiones teocráticas, obligándolos a aclarar que se referían a un mito antiguo y no a una verdad científica.

Al comprobar que ninguna vacuna dio resultado, se optó por la Navaja de Ockham, que recomienda que la solución más simple es la correcta, se observó que la piel de los mutantes, luego de unos días de despojarse de sus actitudes y prejuicios racistas, retornaba a su color originario.

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