No preguntes por mamá Por : Carlo Reátegui Y el Nene se columpiaba porfiadamente en mis brazos cuando lo sacaba a pasear. En verano siempre tenía que hacer eso, prefería caminar por los parques para que se relaje, se airee un poco, y sobre todo para evitar las escaldaduras y sarpullidos que siempre encontraban algún rinconcillo en el diminuto cuerpo de mi querido Sebastián. Cuando nació yo no estuve presente. La mirada que tenía del país era distinta y por eso las calles de Montevideo se paseaban frente a mí, ofreciéndome a veces panoramas prometedores en alguna investigación o algún proyecto del estado charrúa. Para mi buena suerte nunca eran trabajos de tiempo completo, dependían directamente de mi estado anímico y de mi prodigiosa manera de realizar el mejor trabajo con el menor esfuerzo posible. Sin duda eso me permitió extrañar más el cebiche de la tía Clara y los besos de mi querida Paula. Tenía tanto tiempo para pensar - y no pensar - en ellas que me obnubilaba muchas veces por esa suerte de espejismo romántico y vivía recorriendo parte del Bulevar Artigas como si fuera mi querido Barranco, o pasaba horas sentado frente a la bahía añorando, quizá, las ponientes del sol que me fascinaba contemplar junto la madre de Sebastián. Cuando el Nene nació, Paula se oía muy emocionada. Me contaba que la estaban tratando bien en la clínica, que las amigas la estaban apoyando, que me extrañaba cada noche cuando se recostaba nuestra cama, que la tía Clara era un ángel y que me perdones amor por estar tan lejos de ti, pero ya sabes que allá no le pagarían mucho a un historiador que vive simplemente porque existen tú, Sebastián y la historia. Se le quebraba la voz cuando oía que mi regreso sería pronto, no quería que mi hijo creciese sin saber el significado de la palabra papá. *** Cada tarde después del trabajo iba a leer en la plaza Independencia, llevaba siempre conmigo un ejemplar de Trilce, hojas y un lápiz. Me encantaba analizar la poesía de Vallejo y no paraba en toda