Abrigo

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1 solitudo

“Podría decirse, incluso, que una ciudad que es un efecto de la inercia de los súbditos, que son conducidos como rebaños y formados únicamente para la servidumbre, merece más bien el nombre de soledad que el de ciudad” B. Spinoza,

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los nuevos habitantes

a Oscar y Gerardo, Barrio Hipódromo, marzo de 1979

una casa en la calle de niebla, caballos resoplando en la madrugada y al fondo, el perfil borroso del hospital, una casa con paredes altísimas, habitaciones consagradas a guardar el invierno y a consumir el fuego mínimo que pueden dar los vivos, una casa en la falsa placidez de un suburbio olvidado, escondida en su propia bancarrota, su decadencia de años, su pobreza, y el temor sin nombre, sin palabras, sin música, de sus ocasionales ocupantes, entraron a ella cruzando el umbral invisible de un país desconocido, el territorio de un sueño en retirada, con sus abrigos y sus monstruos, lejos, absurdamente lejos, de esa región natal perdida en los incendios, poblada de asesinos y de ausencias, y donde tantos otros cierran los ojos, los oídos, los labios y siguen respirando, camino a sus trabajos, sus amores y anhelos, perdidos también en esta niebla y comenzando el imposible olvido

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esperas dejar que el fuego se consuma, íntegro, y sólo entonces, recién después, volver la mirada a las cenizas, ya no es astucia ni sublime elegancia, es cobardía.

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insomnio final de transmisión, ojos cautivados por los puntos luminosos de una teve, en la noche sin luna de mi cuarto la pantalla es mi luna, crepita en la oscuridad como una multitud de fogatas moribundas, lejanas, ensordece el rumor de la respiración, los débiles suspiros de quien duerme a mi lado, ni brisa ni aire entran por la ventana, sólo motores raudos, ladridos apagados, voces desconocidas que se alejan, pero me queda un ruego que brota del pulso desgastado: luna mía dame un poco de tu vana embriaguez, hazme un poco más tonto, más idiota, para descansar de la crueldad del mundo, en la quietud me entrego al embrujo de mi luna personal, ella sustituye al sueño que no viene, que no viene por terror al día que no muere, por terror a que no acabe de morir el día dentro del sueño, el día que no cesa de ahogarme en su agonía, pesadilla de Sísifo, mar de la locura de este vivir insomne, de esta disfrazada lucidez, velocidad del pensar que nos muerde la cola, casa refugio, casa madriguera, madriguera como laberinto: abrigo /

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cuanto más se desarrolla mas nos hunde el recorrido y no hay días ni noches en la guarida. así, así me entrego, luna mía, esta noche sin luna en nuestro cuarto, tu suave fulgurar relaja, aquieta el pulso, calma el cavilar, y salgo de las sábanas, y tomo entre mis brazos a quien duerme a mi lado, sin que se inquiete su respirar, salimos por la ventana abierta como a un descubrimiento, ascendemos en silencio, somos dos argonautas perdidos en lo oscuro, y todas las cosas nos enfrentan desnudas esperando una mirada nueva que las nombre, el aire murmura por nosotros con la voz de un niño, no sé dónde ni porqué pero vamos a un cielo con pequeños faroles lejanísimos, no sé dónde ni cómo pero siento una estrella que palpita y nos guía, la noche nos cobija en un viaje de náufragos, me acuna el eco de tu respiración, anhelo que al final despiertes junto a mí, en una tierra nueva.

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destinos como un vinagre, la venganza y el odio fermentan poco a poco. ajenos a todo límite y medida, arruinan el destino de las mejores cepas, quien se ha desentendido de estas tierras yermas donde habitó el fuego descontrolado de la pasión humana, mañana soportará sobre sí el peso del desierto que implacable avanza

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la inquietud perfume venenoso de una flor inesperada, aliento de sepulcro fresco, de carne torturada, enrarece el pensar, aviva los fantasmas que asedian otra vez como a nuestros antepasados, siempre del lado equivocado de las murallas, los gritos de los muertos de una guerra sorda recorren las entrañas con el desprecio de un recaudador, huésped violento como la boca desdentada del hambre, ¿qué nos falta entregar todavía? ¿qué soberbia nos reclama culpables? ¿qué impostura?, el martillo repica con el rostro del hambre, el alfabeto golpea con el rostro del hambre, alguien pide, pero no alcanza, alguien da, pero no alcanza, y entre equívoco y error crece el desprecio: ¿qué pedir salvará?, ¿y qué dar? se mendiga en el límite de la propia conciencia de una espera hervida por el odio, aún sin saber que todos mendigamos algo, alguna vez, vergüenza no es pedir ni errar, ni preguntar al menos al propio vacío del espejo, y sin embargo el amigo con el silencio del miedo, el desprecio del miedo, la soledad del miedo, la iniquidad del miedo, ¿demasiadas voces lo confunden, 12 /

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demasiadas imágenes? ¿no confía en su voz?, ¿oirá su voz?, ¿la olvidó? de niños escuchamos para aprender a hablar y al crecer desaprendemos el escuchar, la maldita producción del desamparo y las falsas murallas que se derrumban solas, ante los ojos azorados de los nuevos siervos la naturaleza enfatiza el mal, como el recurso burdo de un mal comediante, no es la lluvia que te empapa, ni la inundación la que te oprime, no es el sol el culpable de esa sed que anula el deseo mas fecundo, la maldita producción del desamparo es nuestra, la alegría no prospera en esta tierra más que como recurso de un brevísimo hálito de la memoria, permanece su sombra, un sol extinguido, y sólo crece una fuerza oscura y silenciosa como el porvenir de la desilusión, no es esperanza, es desenlace.

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expiaciones en nuestra calle no hay abrigo del sol hay una luz que nos condena alguien riega y riega el Ăşltimo ĂĄrbol seco que no fue talado

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oscuridad aguijón, fósforo negro, corazonada, lumbre fugaz en la cerrada inmensidad, las cosas que tocamos nos devuelven a esta vida oscura sin saber si son presentimiento o ruinas de un deseo inconcluso y fugitivo, ¿sobre qué falta, qué ausencia, qué crimen, se intentó construir el mediodía? vagamos en palabras empapadas de un llanto desconocido, en una nave de aire, sin rumbo ni bandera, porque todas las defensas están vencidas y se juntan los mares sobre nuestros pies, para que nada eche raíz, salvo la huida, no hay otra tierra que la pura ausencia, mapa desecho de un sueño ahogado por una peste de exilio que no cesa, hemos de nadar a tientas, mareados por el rumor del agua socavándolo todo, agua natal que regresa ya no como abrigo sino solvente de fracasos, ¿te encontraré nuevamente en esta noche líquida? ¿oirás mi voz humedecida o solamente estoy llorando un encuentro imposible?, no habíamos previsto salida de emergencia, sólo vivir, yo aún tenía mi mapa y lo quemé para que alcances a verme con el resplandor, fue poco, esperanza: te esfumas como un papel ardiendo, abrigo /

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aquí solo se puede entrar y quedarnos a buscar en lo oscuro, como te busco ahora, recordándote, sin ver tu voz, sin escuchar tu mirada. ¿podré palpar a tientas el perfil de tu risa? otros despiertan a la noche con una letanía: "Yo no derroché lo que no tuve, sólo me descuidé de mí", hemos de nadar esquivando cadáveres, de los anonadados, los perplejos, los tontos que continúan naciendo con culpas ajenas /bajo el brazo, y de los que siempre regresan a la superficie, cimientos de injusticia, de culpa sin castigo, mudez de las presencias que condenan el olvido. yo te busco, madero, isla mía, muevo, giro los cuerpos asombrados, con el temor de adivinarte perdida para siempre, con el terror de ver mi rostro en uno de esos cuerpos que flota a la deriva. trabajo con mi afán para no derrumbarme, disuelto por las aguas. vida, sostenme la mirada hasta que mis ojos vean, tiende el puente otra vez hacia su espalda salvadora, hacia el refugio de sus muslos, déjame visitarla con mis manos arrugadas, como esa vez donde nací en sus aguas y fuimos principio, y fuimos el sol y la sed colmada. 16 /

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bailarinas sobre los muros blancos los cuerpos j贸venes conjuran figuras de un horror lejano, mientras la m煤sica cae de lo alto como piedrazos en la noche,

a D. M. y J. A.

alguien pauta, sin sobresaltarlos, el complejo movimiento del conjunto, sobre su discreta templanza clava el recuerdo sus colmillos, exigiendo una precisi贸n imposible, las muchachas bailan como en un trance jirones de barbarie y espanto, y sus cuerpos presentes se tornan signos de un preciso dolor, contra toda evidencia aquellos cuerpos ausentes recobrados en estos cuerpos j贸venes, alejan la oscuridad, vencen la muerte, nos vuelven a ofrendar su humanidad.

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2 amicitia

"La multitud tiende naturalmente a asociarse, no porque la guíe la razón, sino por algún sentimiento común, y quiere ser conducida por una sola mente, es decir por una esperanza o por un miedo común o por el anhelo de vengar un mismo daño…" B. Spinoza

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los constructores

a M. V., poeta.

larga travesía bajo la lluvia prisioneros por extraña vocación de huérfanos, hacemos de la pampa un pantano de lágrimas mordidas, multitud solitaria en la noche cerrada, apenas si hay recuerdo de esos chispazos de lucidez, a lo lejos, alguien que ríe, para espantar difuntos y asechanzas, calla de pronto, abrumado por el silencio, "solo confiar en la realidad del hambre", concluye, "la verdad es concreta", los que se fueron, los que aún se van, los que seguimos andando mientras crece el pantano, no soportamos que nos distraiga la alegría cuando no es fruto del propio sudor, cada nuevo día más desnudos, más hambrientos, señorío del barro y de las aguas, más sabios "de rencores y de afrentas", más dispuestos, aquí erramos con armas oxidadas, las herramientas de los viejos oficios, pero aún con saliva en la garganta, tierrita firme, sostén del pié que quiere erguir un esqueleto desnudo, país de la memoria, cada uno con su trozo de pérdida va armando a tientas el recorrido perdido de los sueños, aquí bajo la lluvia que quiebra los alambres de púas de tu falsa virginidad, los límites tramposos

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de las siembras del odio, los atajos que engañan como lisonjas, nos encontramos para fecundarte en rieles libertarios con el semen del último sudor que sirva, ese es el plan secreto, delirio de miserables ardidos por la lluvia, andando sin descansos, aquí reunidos por el sólo oficio de sobrevivir, hundiendo nuestras lanzas en las aguas oscuras para que algo desconocido florezca, no hay otra siembra que el dolor, no hay tiempo entre nosotros para disfrutar ni el veneno de la nostalgia, vaciamos las mochilas de avíos y saberes y a golpes en lo oscuro comienza la faena, los miles coordinados por nada más que un ansia golpean en la noche como llamando al alba, y el día "sólo es tardanza de lo que está por venir", los rieles, los vagones y la máquina, se alzan sobre el ruido insolente de los hierros, todos callados mientras la lluvia acaba, las aguas lentamente en retirada descubren las alturas de la empresa, al fin de la jornada inmensa la máquina está lista, reposa entre los rieles, en el primer vagón van nuestros muertos, rodeados de perfumes, de flores y de pájaros, después siguen los demás, los heridos y enfermos y al fin los constructores se descubren a los ojos, la multitud callada ya olvidó sonreír, pero alguien canta, y parte el primer tren. 22 /

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el abrigo imaginario como el doble rostro del hábito, hay presencias que imponen su propio ritmo sobre el silencio cargado de los trajines diarios, con el imaginario abrigo de la ilusión se llenan los pulmones de un aire nuevo, el mismo de ayer, que hoy parece distinto porque una expectativa nos convoca, porque un nuevo temblor nos emociona, encantamiento y sorpresa, distensión frente al acto inesperado que abraza al corazón, renueva el horizonte, antiguos apetitos, y humedece la vieja sed que está en nosotros, pero la vieja voz, zorro escaldado, alerta no esperes, aún, el descanso debido, una humilde recompensa de justicia, nada termina y el pase de magia es breve en el transcurso de tu vida, madrugada a destiempo, la presencia reconforta mientras despliega sus colores como la flor inesperada en una galera, resta tarea para acabar tu frío, desmarañar las imposturas, abrir mañana propio y trocar la frágil ilusión en esperanza, mientras tanto disfruta, lo tienes merecido.

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modestas ilusiones en la morsa, el serrucho, los martillos, en el golpe que hunde el clavo en la madera, en el olor de la madera nueva, buscar la forma de una artesanía personal, manualidades para huir del tiempo, la cocinera se hunde en la cocina para llenar el plato de unos desconocidos que no vendrán jamás, el ama de casa barre y lava la habitación desocupada de una casa vacía, ese huir de la sombra que crece por dentro, huir de toda conversación que no sea descarga, el otro como pararrayos del odio acumulado, regusto del propio dolor frente al eterno infierno de los otros, y desconfiar de los poderes de la palabra, porque las palabras tienen dueños feroces que defienden con ellas sus posesiones como perros, como pequeños o grandes asesinos, y descreer toda dicha posible frente a lo querido o temido, como el deseo antiguo de la carne y sus dos rostros, solo, en el galpón en el fondo del terreno donde disolvías tu no ser, rompías el tedio de una espera brutal pagada en infinitas cuotas de usura de vida, 24 /

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¿quién te amargó la sangre?, ¿quién envenenó tu aliento? paciencia larga como la vara de un castigo, colgando el sambenito de un final largamente anunciado por los ancianos: o la resignación o el hambre, amenazando resecar el jugo de la libertad, envenenando la justa recompensa del trabajo, encerrando con la rabia de puños apretados las viejas herramientas, los nuevos materiales que serán sojuzgados en venganza, todo lo que no alcanzamos a olvidar, ese sueño absurdo, esa ilusión juvenil, esa alegría que un día nos dejó, solos frente al temor, desnudos frente a la cobardía, y nos espera, en algún tiempo, en algún lugar, frente a nosotros, cargados de asechanzas, zumba embriagadora vieja amante furtiva, ven, cualquiera sea tu nombre cualquiera tu destino, lávanos la desdicha, disípanos la rabia, renueva tu promesa para seguir viviendo.

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la poda entrado el invierno, fría la tierra, la corteza fría, las ramas implorando hacia el cielo plomizo, el viejo calza sus guantes y prepara la pinza de podar, observa en el ciruelo sus extendidas ramas, recorre el cuerpo que ha dado el tiempo a la copa desnuda, sus antiguos nudos, sus bifurcaciones, adivina una geometría que subyace oculta a nuestra vista y comienza, corte a corte, a volverla visible, de cada uno de estos cortes dice, depende la próxima cosecha.

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la vorágine mi bien, mi mal, implicada conmigo desde cada partícula del aire compartido, en la asombrosa identidad del gesto de nuestros hijos, tan cerca en el dolor, tan lejos en la propia casa, amor arrinconado por la vorágine, amigo rostro que me agrada y alumbra con la fortaleza de su canción, cómo huir de la más inocente especulación, de la más indignada especulación, si no hay moral antes del hecho en sí, es la moral de los hechos que se impone, amor arrinconado por la vorágine, el dolor como una brecha del pensar por qué has hecho lo que hiciste, porqué has herido, y que ese pensar resuene como campanada, como correr las cortinas para que entre el sol de la mañana única en la oscura casa propia, dolor arrinconado por la vorágine, un sol que limpie sin justificar, estremezca y duela si es preciso, anime la expiación, sin cobardía, sin exaltación, restablezca el curso propio de los días y el equilibrio entre el poder y la nada, y te permita erguir el cuerpo una vez mas, abrigo /

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desafiando el argentino huracรกn, la tormenta sigilosa, la contagiosa tormenta que en cada uno nutre la vorรกgine.

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el año que viene en ningún lugar nadie vende pasajes para ese viaje a una ciudad sin nombre, a una región iluminada en sueños por los latidos del propio corazón, y sin embargo todos lo deseamos, es nuestra íntima estrategia de sobrevivencia, confusamente, sin saber cuánto vale el propio cuerpo, todavía, ajena y salvaje a toda norma, a toda resignación, quizá lo que no alcance a comprenderse aún, entre nosotros, lo que está lejos de los rituales cotidianos, de una razón pragmática y elemental, lo que permanece oculto aún, entre nosotros, como un temor, es esa noción, esa señal de identidad que es a la vez falta y atributo, sentirse parte y destino de un largo exilio, nuestra desconocida historia común, tergiversada, enajenada, oculta por millones de cadáveres, comunes, ocultos por millones de mercancías, comunes, que legislan nuestra normalidad, por la sutil aceleración del consumo abrigo /

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que nos consume, y la diรกspora que no cesa.

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el vino de la costa

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al fin de los veranos en la quinta de Ricci, camino a Palo Blanco, llenaba una damajuana con ese vino espeso y en brindis solitario esperaba, cada uno de esos tristes años a que volviesen todos Danilo, perdido en algún lugar del Sur, un aprendiz de Baco, un hermoso animal de manos gruesas y de alegría a los gritos, (ahora sé que ahuyentaba una herida difícil de cerrar sin un sorbo de vino) Imar, ausente desde esa noche mala de diciembre, en que los perros destruyeron su casa, grabado en mí en ese gesto suyo, con la copa en alto y festejando la maravilla de una hija que se vuelve mujer, Iris, riendo confundida entre hojas de otoño, en una ronda de imposible final, y sin que acabe nunca de ceder a la torpeza de un aprendiz de amante, y los remeros de ese verano en regatas, y los absurdos discutidores de conceptos bajo las balas incipientes, y los músicos reconcentrados en la afinación de sus abrigo /

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instrumentos mientras el vino corre como contraseña de vida y los días se angostan y se los lleva el viento como a las semillas del diente de león y ese paracaidista cayendo siempre en tierra extraña, en los momentos más inesperados de una fiesta que parecía interminable prólogo de juventud, una fiesta que, no sabíamos, estaba por terminar, era un epílogo, un día el paracaidista cae a tierra y la tierra no está cada fin del verano volvía por el vino, a negar que un mundo desaparezca a brindar, en medio de la caída libre del paracaidista, por la vuelta, II alguien me dijo entonces, cuando muchas palomas se desnudaron cuervos, y los días estaban reglamentados y la única música era la del miedo, ese vino ya no tiene futuro, murió cuando el último cuchillero del Swift colgó su delantal para siempre y el frío se adueñó de los colchones de la Nueva York, esta ciudad se oxidará lentamente en la bruma de la costa,

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hundida en el petróleo y el olvido, ese será el responso de la viña y el fin del vino yo veía, sin embargo, florecer a los lirios y perseverar a las hortensias de la isla, veía el lento trabajo de los líquenes sobre los talas de la Bellaca, esperá, me dije, esperá todavía..., me miraban de reojo los rostros silenciosos que merodeaban por la Montevideo, los expulsados del Sportsman y del Hogar Social, caminando sin rumbo, se restregaban las manos como para no olvidar a esas herramientas suyas en desuso, y sonreían de perfil como confabulados, los antiguos amigos exhumaban visiones en habitaciones con doble cerrojo, criaban hijos y buscaban que la leche no se corte con lágrimas, cercados por el miedo y la soledad, el antiguo paracaidista huía de los fantasmas de su propia angustia: volver es reanudar la herida, más vale volar lejos, ¿con cuántas copas más comenzará el olvido? III

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El gimnasio municipal está rodeado, coches, paseantes, choripaneros de domingo, pero no están los trapos, no hay hinchada, no hay descontrol ni canto destemplado, es otro el cuadro. Hay un cartel prolijo: "Día del vino...", hay una calma alegría en los más viejos, una especie de cautelosa satisfacción. Y un poco de extrañeza en los mas jóvenes, que simplemente buscan, aquí también, buscan sin certezas. Adentro hay explosiones repentinas de música y trajes finamente bordados que han cruzado la mar para un festejo como éste y lucen, sobre los cuerpos orgullosos de los herederos. A la izquierda un laberinto donde los artesanos muestran su novedad con un orgullo limpio, a la derecha, banderas de inmigrantes presiden los distintos puestos donde se mezclan rasgos y sabores, en el centro y frente al escenario, se yergue solitario el gran puesto del vino. En el tumulto, alcanzo a detenerme frente al artesano de maderas, una mujer, con infinita calma, en medio de los ruidos y las voces, acerca a un ciego las distintas piezas en exhibición, él las recorre cuidadosamente con sus manos y va nombrando: tigre..., mujer...., elefante..., niño.... Frente a cada acierto confirmado, algo parecido a la felicidad lo invade, y nos invade a quienes contemplamos la escena, abstraídos del tumulto que urge por circular la feria, otra forma de ver nos recuerda la oculta lucidez de los sentidos. IV Ya son quince en la cooperativa, me dice Irene, en siete años pasamos de dos a treinta hectáreas cultivadas, todo lo que se produce se vende, sin demasiado esfuerzo, van a construir una bodega común en el terreno que les donaron, me cuenta, ahora peleamos por la

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reconstrucción y limpieza de los canales de desagüe y el reconocimiento del instituto. Me parece que se le nublan los ojos mientras afirma cada uno de sus comentarios, como si fuesen la lenta decantación de un credo, o el espléndido fruto de una quimera largamente soñada. Julián pasa y nos invita a su charla, en un pequeño salón anexo, a donde arribamos atravesando el parque por donde se ve el canal y el astillero. Julián habla de historia como si hablara de algo muy querido y cercano, habla sobre trabajo, solidaridad, confianza. Habla de cuando los obreros del Swift tenían su propia cooperativa. Dice: confiaban en sus propios compañeros. Dice compañeros con delicadeza, habla de esa confianza, quebrada poco a poco a golpes de sables y banqueros, habla de lo perdido y con mucho cuidado, modesto como es él, sin énfasis ni demasiados adjetivos, como quien toma entre sus manos a un recién nacido, habla de lo que aquí esta comenzando, habla de los viñateros de la costa. Él no lo sabe, pero mientras habla, me habla de Danilo, de Imar, de Iris, de esos muchachos, de esa primavera quebrada, de ese dolor que aún duele. Él no lo sabe, pero yo también confío, sin arrogancia ya, sin demasiados adjetivos, que ese vino espeso y agrio, retinto y entrador, arrancado palmo a palmo al monte por hombres de pocas palabras, traerá a todos los ausentes, nos devolverá algo de lo perdido

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3 conatus

"Ponerse en camino sobre ambos pies y, hasta la noche, apremiarlo, reconocerlo, tratarlo bien a ese camino que, a pesar de sus demoras odiosas, nos muestra los fetos de los anhelos cumplidos y la tierra cruzada con los pĂĄjaros" RenĂŠ Char

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como un niño

a Graciela Sandoval, actriz

porque el tiempo no pasa ni nos pasa linealmente, a segundos dantescos suceden meses ínfimos y la más cándida paciencia encierra el ojo de un huracán, del niño al hombre y del hombre al niño, de la ternura a la furia, del humor al terror, trazamos laberintos de senderos inútiles sin sentido cierto, simulacros, con una extraña mezcla de respeto y temor sujetamos el volante y sostenemos los ojos bien abiertos al desconcierto que nos amenaza, en esos pequeños accidentes cerebro vasculares hay una estrategia endemoniada que fluye por su sangre y lentamente lo traiciona, y la brisa fresca de una tarde bajo el tilo en la vereda no alcanza a disipar violentas explosiones, la rabia sin destino ¿los dolores de ayer?, ¿cuáles son las preguntas sin respuesta que aletean como buitres por su mente? golpes al pasado y a la nada y gritos destemplados voces perdidas que estaban atrapadas en el cuerpo y ahora se liberan, y un cansancio infinito tiñe su rostro, y después el asombro de sí, el tierno desconcierto

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de quien lentamente, irremediablemente empujado por esa estrategia que lo desconoce y desmorona, vuelve a su origen, solo y ensimismado, sin distinguir la pena y la alegría de los otros, como antes de nacer, cuando durmió en un vientre silencioso y oscuro. el tiempo siempre hace su tarea impunemente, absolutamente ajeno a nuestro dolor o a nuestra mayor felicidad, y a este cerrar los ojos nuestros, húmedos, frente a un umbral infinito que nos impide el paso, más huérfanos y solos, comenzando un balance que no terminará jamás, y estrenando una valija inesperada, a este cerrar los ojos le llamamos responso o despedida, la ceremonia del adiós.

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la ejecutante dice buenos días, damos y caballeras, dice disculpen la tensión un momento, y se pone a tocar su pequeña verdulera, rústica versión de un viejo vals, con notas disonantes, estiradas, quizá sea solo una versión eslava, un desde el alma de los Balcanes, con fraseos de dureza sorpresiva, pifies, y un exceso de bajos sostenidos, pero se aburre la pequeña ejecutante, cambia el tema, ahora es un fragmento de chamamé, unos acordes deshilvanados, pesados, que apenas sobrevuelan en la siesta del tren, con distracción, sus ojos perdidos, parecen apuntalar las palabras finales del concierto. tengo tres hermanitos.... mi papa está enfermo.... una moneda por amor.... dios lo bendiga, estira también las palabras, bruscas, como una letanía gastada en la repetición, y ahora gira la pequeña ejecutante, recoge las escasas monedas y alcanzo a ver, en la pequeña mochila sucia de barro, una inscripción en perfecto castellano: "Nueva Humanidad"

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el sol en otoño ponete bien el pantalón, le dijo, estás poniendo las dos piernas en el mismo agujero, ¿y esas hojas en el pelo?, vení, peinate un poco, cambiá esa cara mamá, y apurate, saludá a la enfermera y apurate, salimos a pasear, un ratito no más, a la noche volvés, yo te traigo de nuevo, aquí, a tu nueva casa.

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a M. M.


cansancio aprender un oficio es como templar un nuevo ritmo en uno, domar el potro arisco de una rutina nueva, y que el desconocido cuerpo soporte los trajines, releer las palabras escritas para otros, escuchar las palabras pronunciadas por otros, esa desconocida multitud cuyo mejor semblante, de tanto en tanto, ilumina el centro de una alegría pequeña y pasajera, otros que florecen por un momento en la ilusión del ramo, con un nosotros que abraza y nos contiene, perfumando la calle más ancha de mi pueblo, esos otros, ajenos ahora, lejos de toda ilusión que les de un rostro cierto, de toda luz que encienda en mí esa alegría vagabunda y anchísima, lejos de este cuarto que apenas me contiene en pie, inocentes y ajenos a este cansancio que me pertenece por entero y, en soledad, entrega mansamente el cuerpo al sueño, después de una jornada absurda, absurda como la vocación equivocada abrigo /

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de alguien que apuesta, sistemáticamente, a la derrota de sus propios afanes, y mece su razón última en la oscura cuna donde yace, hace demasiados años, una desolación difícil de ocultar y de explicar, que a fuerza de persistir, se ha convertido en yunque y forja de la memoria del dolor es que después de tantos años parecemos los mismos, merodeando aún como los bárbaros del otro lado del círculo de tiza que algunos se obstinan en trazar y que nos deja fuera, en la intemperie de su desprecio, con nuestro absurdo cansancio y el extraño dolor de una tristeza que ni la derrota más lograda consigue borrar.

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el prisionero no se que esperan ellos a veces los detesto, paciendo en sus camastros orinados como vacas olvidadas en el matadero, no se qué espero yo, a veces me aborrezco tanteándome la barba frente al espejo roto, marcando días sobre las mismas marcas que hicieron otros, me enfurece su silencio frente al cielo sesgado, ante el constante ruido de hierros y de botas, lo que ansío escuchar es esa palabra que los rompa, que corra por la sangre suya y mía, nos despierte y nos salve.

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el viento es octubre en este barrio donde el presente llegó demasiado parecido al pasado, una función continua con actores exhaustos, es primavera y sin embargo, en este atardecer sereno, el cúmulo de pequeñas y grandes traiciones personales a caído sobre una voluntad en retirada, la condena del desasosiego sedimenta en años y tizna el cuerpo del futuro que se avizora ceniciento, un niño condenado en el vientre inmaduro de una primeriza, sin heredad ni aliento, así, el pulso apuesta su propio desconsuelo en la cárcel del tiempo, ajeno al sol que declina mansamente, de pronto, tan impensado como un presagio, el rumor del viento venido no se sabe de dónde, empuja las ramas nuevas del fresno, abro la ventana y entrego el rostro a la brisa desconocida, quizá ella disipe las cenizas, calme, aclare el ritmo de las especulaciones, quizá deje entrever el rostro incierto de la próxima mañana.

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el ausente sobre la piel tendida de la tarde, sobre el murmullo de los indolentes y desatentos, que nada más pasan, sobre los párpados cerrados del ausente, sobre el fino vello de sus manos desplegadas en las rodillas, sobre las mejillas entibiadas por el tenue sol que las ilumina, aire soplo de la vida, fresco silencio en la calma engañosa del perdido en sí, pausa entre tormentas, reencuentro con la propia respiración, la identidad a partir del propio ritmo, ceremonia silenciosa del sentido que vuelve, el ausente respira una pequeña paz, un breve descanso, pausa entre tormentas, ensimismado en su jardín incesante, allí, en el cerebro, donde transcurre intacto como era entonces, escurridiza memoria del deseo más bello, jardín mecido como nosotros por este aire venido de una región que creíamos muerta, vuelve, calma perdida, pulso incesante, y despiértanos promesas, entusiasmos, certeza de la próxima mañana, aire déjame respirarte abrigo /

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bajo el cielo enrojecido del dĂ­a que huye, hacia el oeste del parque, hacia el oeste de la ciudad, hacia el fin del mundo.

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un séder sobre la mesa familiar matzá, pescado frío, raíz amarga, tenue y cálida luz de candelabros con sus seis brazos ardiendo, la epifanía de los sentidos dispone el entendimiento como un río de cordialidad que endulza el corazón, renueva las aguas de la infancia en los más viejos y la memoria de los dolores ancestrales que los sobrevivientes aún conservan sobre la propia piel, alguien leerá en el aire cargado de aromas recobrados, el Hagadá de Pésaj, las palabras, delicadamente elegidas como quien ha templado un instrumento noble y antiquísimo, renuevan la promesa de fidelidad: En cada generación debe el hombre verse a sí mismo como si hubiese salido de Egipto, el forastero, invitado a sumergirse en el agua inmemorial de un rito ajeno, siente una cuerda sonar por simpatía desde el origen de sus propios sentidos, alertado por una armonía que lo sorprende y lo integra a la conciencia de ser también un caminante que dejo atrás la esclavitud abrigo /

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y transita las sombras de una larga jornada hacia la propia redenci贸n y la de todos.

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masajes el cuerpo descansa boca abajo sobre la pinotea, se vierte sobre el piso como una gelatina sin molde firme, las manos comienzan su trabajo sobre cada músculo, recorriendo los nudos y contracturas con cuidado y firmeza, despertando, bajo la superficie del dolor de cada centímetro de carne recorrida, poco a poco, otros dolores, más viejos, otras angustias que sorprenden nuestro día trivial, una pretendida liviandad, un corazón ligero, desprevenido, asaltado por esos rostros, esas presencias olvidadas liberadas del yugo de la carne por esas manos ajenas sobre este cuerpo, en este cuerpo, entregado y dispuesto a reconocer su propio peso, llama desde el fondo un llanto sin consuelo.

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aeróbica los grandes pasos entre las sombras verdes, el aire fresco y nuevo, en la marcha continua, por el mismo sendero circular, la transpiración inspira, sentir sobre la propia piel el resultado de un esfuerzo propio y renunciar a la edad del calendario, como si volver fuera posible, tres grandes pasos y un escupitajo, el último cigarro de ayer, el último cigarro que nos costará la vida, hoy solo nos detiene apenas un instante en nuestra heroica gran marcha solitaria contra nosotros mismos, contra los fantasmas que apuran el reloj, contra la angustia por los nombres que borramos, para siempre, de nuestra agenda telefónica, de nuestra lista de correo, de nuestra red invisible que nos sostiene en este mundo, los grandes pasos continúan entre el tamborileo de las sienes, quedan unos minutos para el renacer del día, la tregua de un mundo recobrado, el aire cobra tanta vida que parecemos de aire, tan livianos, tan frágiles, de puro aire. 52 /

Carlos Aprea


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Carlos Aprea


El presente volumen, se termin贸 de imprimir en La Plata el 21 de julio de 2006

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