A mi tĂa Marielu, aeda de la Granada invisible, y a sus habitantes.
Desde el archiconocido mirador de San Nicolรกs, el visitante puede percibir la panorรกmica mรกs conocida de la Alhambra, impronta por excelencia de la ciudad de Granada.
Tras la Alhambra subyace, no obstante, una Granada callada, sórdida y oculta tras las tapias, los patios y las buganvillas. Una Granada de caricias solitarias y gritos en las miradas, de éxtasis ahogado y de paraísos taimados. Tras la sentencia y la trascendencia de la Granada secular, de la Granada mora y la Granada de la reconquista existe una ciudad hedonista con decidida vocación terrenal.
La Granada que mató a Lorca y que aún acalla el deseo de sus hermanos se materializa en una ciudad construida por la negación del espacio público, la impermeabilidad de la sociedad al espacio doméstico y, en consecuencia, la generación de una intimidad egoísta inundada de sensualidad, con frecuencia presa de su desbordamiento. Quizás esta Granada, tan presa y constreñida, tan atada por las cadenas que la llenaban de tensiones invisibles y de sollozos mudos, complacientes, haya estado siempre llena de patios de insurgencia, de tapias de rebelión y de jazmines hartos. (Tras los ojos ciegos del visitante)
QuizĂĄs esta Granada del deseo que siempre ha convivido con la visible debe hacer uso pleno de sus fronteras y reivindicar su derecho a existir de la forma Ăşnica en que se sabe capaz: tras los muros, bajo los jazmines y en la oscuridad mĂĄs intranquila de las noches de Granada.
Sin olvidar que cuando llegue el día podrá sorda, callada, muda, oculta, tímida, taimada, atada, explotar en su plenitud, desbordar las cimas de los muros, estallar las puertas, derrumbar las tapias, desollar la cal, arrancar las plantas de sus raíces y poder al fin ser, rebosar el Albaicín, inundar Granada.