Escritores políticos (2009, qué leer)

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REPORTAJE

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n una entrevista concedida a Joaquín Soler Serrano en 1977, Octavio Paz afirmó que ningún escritor debía ocupar cargos políticos, ya que “los partidos usan y exprimen al poeta, pero la poesía no se nutre de consignas y cuando lo ha hecho se ha empobrecido”. La historia, sin embargo, no ha cesado de dar nombres que predicaron lo contrario, desde el emperador Claudio hasta Vargas Llosa en los años 1990, pasando por el convulso s. XIX. El tartamudo, el feo y el sabio Pero empecemos por el principio; esto es, Grecia y Roma. En aquel

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tiempo, si el autor estaba en el poder, trataba de cohesionar a los distintos grupos sociales contra un enemigo común con escritos sobre un pasado glorioso. Si, por el contrario, integraba la oposición, predicaba una nueva idea de Imperio que vendía a la plebe como solución a sus penurias. Era raro, por tanto, que alguien ajeno al poder tratara ambos temas. Una excepción la encontramos en Tiberio Claudio César Augusto Germánico, cuarto emperador de la dinastía Julio-Claudia. Apartado en primera instancia del trono por su cojera y su tartamudez, encontró en las letras el refugio a las continuas burlas de las que era objeto (su madre lo calificaba

de “aborto de la Naturaleza” y, cuando quería hablar de un imbécil, decía “es más estúpido que mi hijo Claudio”). Su madurez literaria llegó durante el mandato de Tiberio, cuando escribió Historia de los etruscos, Historia de Cartago, un diccionario etrusco, un libro sobre el juego de dados y la defensa de Cicerón contra Asinio Galo. Fue entonces cuando inició su carrera política; primero como cónsul, luego como senador y, finalmente, asesinado su sobrino Calígula, como imperator. Antes de morir, envenenado por su mujer Agripina, reformó el alfabeto latino y escribió una autobiografía que, como el resto de sus textos, no ha sobrevivido. Sin embargo, su con-


ESCRITORES y presidentes Literatos seducidos por la política Octavio Paz advirtió a los hombres y mujeres de letras que no se acostaran con el poder. Consejo que llegó veinte siglos tarde para el César Claudio y cinco para Tomás Moro, envenenado el primero por su propia esposa y decapitado el segundo por Enrique VIII. Alfonso X “El Sabio”, en cambio, en cuanto figura clave del desarrollo cultural español, demuestra que, pese a las reticencias del Nobel mexicano, política y literatura también tienen sus buenos momentos. texto Carlos Contreras Elvira

vulsa vida fue rescatada por Robert Graves en el best seller Yo, Claudio. Unos siglos después, concretamente en la Constantinopla del s. X, encontramos el caso de Constantino VII Porfirogéneta (905-959). Hijo de León VI “El Sabio” y de su amante Zoé Carbonopsina, vivió una juventud marcada por su fealdad y su carácter taciturno, rasgos que le relegaron al tercer nivel de sucesión. Sin embargo, su inteligencia y gusto por el estudio lo llevaron al trono dos veces. Un poco más cercano en el tiempo y en el espacio situamos el paradigma de escritor que a la vez fue monarca. Alfonso X “El sabio” (1221-1284), Rey de Castilla y León, ya había escrito las

Cantigas de escarnio y auspiciado el Calila y Dimna antes de ser coronado, dejando para el trono el Fuero Real de Castilla; el Espéculo; la Estoria de España, la Grande e General Estoria; Las Cantigas de Santa María o el Libro de los juegos. Excelente poeta, normalizó el castellano en detrimento del latín y fue el responsable de la elección de los libros que se componían, corrigiendo cuestiones de estilo de su propio puño. Con la religión hemos topado Pero no todos los escritores que han llegado a dirigir países detentaron el poder en su persona. El primer ejemplo claro lo encontramos en el Lon-

dres del siglo XVI, con Tomás Moro (1478-1535) . Su primer acercamiento fueron unos poemas que redactó para la coronación de Enrique VIII, labor por la que fue nombrado miembro del Parlamento y Vicesheriff de Londres. Viendo que la táctica funcionaba, escribió History of King Richard III y Utopía, cuyo éxito lo llevó a ser Master of Requests y Miembro del Consejo Real. El hecho de que ayudara a Enrique VIII a escribir Asertio septem sacramentorum parece definitivo para que fuera nombrado Caballero, Vicetesorero y, por fin, Lord Canciller. Pero la cosa se torció cuando el rey quiso divorciarse de Catalina de Aragón para acallar los rumores sobre sus QUÉ LEER

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REPORTAJE I ESCRITORES Y PRESIDENTES

Manuel Azaña fue portada de la revista “Time”.

Tomás Moro cometió el error de afearle a Enrique VIII su divorcio de Catalina de Aragón. devaneos. Desde su cargo, Moro no aprobó la separación, lo mismo que el Papa. El suceso encendió los ánimos del dinasta, que, al no ser reconocido por su Canciller como cabeza suprema de la nueva Iglesia anglicana, lo encarceló en la Torre de Londres. Acusado de alta traición, fue decapitado y canonizado en 1935. En el Barroco, encontramos un caso muy curioso, pues el escritor del que vamos a hablar fue dirigente del único país del mundo sin natalidad, en el que todos son extranjeros y no existe la democracia: El Vaticano. Nada más recibir las órdenes menores, Giulio Rospigliosi (1600-1669) ingresó en la curia de Antonio Barberini, cardenal y vicario general de su hermano, el papa Urbano VIII. La relación con esta poderosa familia resultó determinante para su formación y futura carrera ya que, al tiempo que comenzaba a ocupar cargos de responsabilidad, desarrolló una importante labor como autor de libretos operísticos, entre 40

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los que destacan Il Sant’Alessio, Le armi e gli amori y La cómica del cielo. Estos trabajos, unidos a su habilidad diplomática, lo llevaron a ser, a la muerte de Alejandro VII, Papa. Fiel a su vocación y ya bajo el nombre de Clemente IX, construyó el primer teatro de ópera de la ciudad, para cuya inauguración tradujo La Baltasara. Su pontificado terminó con la caída de Candia ante los turcos. Poco más tarde encontramos la figura de Don Francisco de Paula Martínez de la Rosa (1787-1862), representante por antonomasia del “justo medio” de la Ilustración. Hombre ecléctico donde los haya, llegó a la culminación de su carrera literaria con Abén Humeya y La conjuración de Venecia, mientras que el primer puesto de responsabilidad política le vino en 1813, cuando fue diputado de Granada y Fernando VII lo encarceló en razón de sus ideales liberales. Líder del Partido Moderado, la entrada de Los Cien mil Hijos de San Luis lo llevó a París, donde triunfó con obras como Amor de padre, Los celos infundados o El espíritu del siglo. A la muerte del rey, la regente Mª Cristina lo nombró Presidente del Gobierno, pero sus ganas de contentar a todos no dejaron conforme a nadie y la irrupción de Espartero lo condujo de nuevo a París, donde intentó olvidar ese apodo de “Rosita la pastelera” que le valió su falta de temperamento. Presidencias fugaces En el siglo XIX latinoamericano, la formación e independencia de varias naciones supuso un acicate para los hombres de letras. Dos de los mejores ejemplos los encontramos en la convulsa Argentina, dándose además la curiosa circunstancia de que uno y otro se sucedieron en la presidencia. Bartolomé Mitre (1821-1906) tuvo que exiliarse a Uruguay durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Fuera de su país escribió en periódicos como El Comercio de Valparaíso o El progreso pero, tras la caída del dirigente, regresó para liderar el alzamiento de Buenos Aires contra el sistema federal impuesto por la Constitución de 1853. Ocupó varios cargos en el Gobierno provincial hasta que fue elegido Presidente de una República que

sanearía a todos los niveles. Cuando dejó el cargo se dedicó a escribir obras de carácter histórico, como Historia de Belgrano o la Historia de San Martín, además de fundar el diario La Nación, que hoy siguen dirigiendo sus descendientes. Su testigo en el poder lo recogió Domingo Faustino Sarmiento (18111888), quien también tuvo que exiliarse en Chile por sus ideas liberales. Allí trabajó como maestro, minero y empleado de comercio hasta que el asesinato de Quiroga y la política del general Benavídez posibilitaron su regreso. Fundó entonces el periódico El Zonda, cuya línea ideológica le obligó a emigrar nuevamente a Chile, donde creó El Progreso y escribió su obra cumbre, Facundo o Civilización y Barbarie. Gacetillero en el ejército de Urquiza, la caída de Rosas lo desterró nuevamente hasta su nombramiento como Gobernador de San Juan, embajador en Estados Unidos y, finalmente, Presidente de la República. Agotado su mandato, se recicló en Ministro del Interior. Otro caso, esta vez en Venezuela, es el del novelista Rómulo Gallegos (1884-1969), quien desde muy joven publicó libros como Los aventureros o La trepadora, que vaticinaban el éxito de Doña Bárbara. Su carrera política comenzó cuando Juan Vicente Gómez lo nombró senador, pero sus convicciones democráticas lo hicieron expatriarse. En 1935, muerto el dictador, regresó a casa y fue elegido Ministro de Educación, pero volvió a renunciar por razones morales para dedicarse a la escritura. Canaima y Sobre la misma tierra son dos de las obras que, junto a su integridad ideológica, lo llevaron a presidir la República en 1947. Pero apenas ejerció, pues la junta militar de Carlos Delgado Chalbaud lo depondría un año después. Volemos ahora hasta la República Dominicana, donde nos espera Juan Bosch (1909-2001), primer Presidente elegido democráticamente tras la muerte del dictador Trujillo. Su vida literaria y política comenzó con Camino Real y La Mañosa, novela que lo llevó a prisión por conspirar contra el régimen. Ya en libertad, tras el asesinato del dictador, publicó Trujillo, causas de una tiranía sin ejemplo


como Ministro de Gobernación y de Gracia y Justicia en el gabinete de Martínez Campos. Repitió en el primer cargo con Cánovas, a cuya muerte fue nombrado líder conservador. Que el puesto no desafiló su pluma lo vemos en Sin pulso, artículo de gran impacto social que lo ayudó a ocupar tres veces la presidencia del Consejo de Ministros.

Mario Vargas Llosa cayó derrotado en Perú ante Alberto Fujimori.

antes de proclamarse Presidente. La Iglesia y Estados Unidos provocaron su caída siete meses después. Por último y en Colombia asistimos a un caso especialmente sangrante. Julio Arboleda Pombo (1817-1862) ya había trabajado como periodista y escrito El Patriota y El Payanés antes de ser General en la Guerra de 1840. Años después fue parlamentario, lideró la oposición al presidente José Hilario López con El Misóforo y presidió el Congreso en varias ocasiones hasta su triunfo en las elecciones de 1861. Apenas disfrutó del cargo, ya que fue asesinado en una emboscada a su paso por Berruecos. En república y monarquía En nuestro país, el s. XIX dio casos ilustres como el de Pi y Margall (1824-1901), quien desde muy joven colaboró con los románticos catalanes publicando Cataluña. Ya en Madrid trabajó en El Correo, diario que cerró por un artículo suyo durante el gobierno de Narváez. Su carrera política comenzó en el Partido Demócrata, con el que ganó fama gracias a El eco de la revolución -folleto por el que fue encarcelado-, pero fue derrotado en las Cortes de 1854 por el general Prim. Por esa época fundó La Razón, dirigió La discusión y comenzó a dar clases de Política y Economía en una habitación de la calle Desengaño, pero la afluencia era tal que el Gobierno las prohibió y tuvo que exiliarse en París. A su regreso, la abdicación de

El poeta y dramaturgo Vaclav Havel pasó cinco años en la cárcel antes de ser presidente. Amadeo de Saboya en favor de la I República lo llevó a ser Ministro de Gobernación y Presidente hasta que Alfonso XII reinstauró la monarquía. De la misma época, pero enfrentado a la tendencia de Pi, fue Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899), quien encontró en libros como Ernesto o La fórmula del progreso la antesala a la lucha política. Especialmente crítico con Isabel II, fue condenado a garrote por participar en la insurrección del Cuartel de San Gil, pero consiguió huir a Francia. A su regreso participó en la Revolución de 1868, fue diputado y escribió Recuerdos de Italia y Vida de Lord Byron. Depuesto Amadeo de Saboya, ocupó la cartera de Estado y la presidencia, pero dimitió a los pocos meses y se exilió de nuevo en París. Ya de vuelta, dejó la política e ingresó en la RAE para criar fama como uno de los grandes prosistas del XIX. Pero no todos los escritores que gobernaron fueron socialistas. En el bando conservador destacó la figura de Francisco Silvela (1843-1905), quien, además de escribir en prensa, publicó La Filocalia dos años antes de iniciar su actividad política como diputado. Alejado del poder durante el sexenio revolucionario, la Restauración borbónica supuso su investidura

Exilio, presidio y derrota También dentro de nuestras fronteras, pero más cerca en el tiempo, encontramos a Manuel Azaña (18801940), quién llegó a la presidencia tras una reconocida trayectoria literaria. No lo tuvo fácil. Su fracaso con UDE en las Cortes de la Restauración lo apartó temporalmente de la política y se dedicó al periodismo en París. Volvió bajo la dictadura de Primo de Rivera, fundando Acción Republicana al tiempo que alimentaba su prestigio con obras como Vida de don Juan Valera (Premio Nacional de Literatura 1926) o La novela de Pepita Jiménez. Proclamada la República, fue Ministro de Guerra. La derrota en las elecciones de 1933 lo llevó a crear con Marcelino Domingo Izquierda Republicana, partido que lo devolvió la jefatura de gobierno y a la Presidencia de una República que la Guerra Civil terminó por paralizar. Perdida la contienda, Azaña se exilió en Francia. Ya en nuestros días, el ejemplo más conocido es el de Vaclav Havel (1936), último presidente de Checoslovaquia y primero de la República Checa. Famoso como poeta por Zahradni slavnost y como dramaturgo por Vyrozumeni, su oposición a la invasión soviética le costó la prohibición de sus obras y un encarcelamiento de cinco años. Para finalizar, es obligada la referencia a Mario Vargas Llosa (1936), que alcanzó fama universal con obras como Conversaciones en La Catedral y cuya actividad política comenzó en 1990, cuando fue candidato a la presidencia de Perú por el Frente Democrático. Derrotado por la creciente popularidad de Alberto Fujimori, actualmente es miembro de la RAE y mantiene vínculos con importantes ex dirigentes conservadores. n QUÉ LEER

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