CRÓNICA
1.
Contexto urbano Madrid, navidades de 2010. La Castellana parpadea con sus luces y las alcantarillas de las aceras escupen humo para darle cuerpo al frío. La multitud cruza corriendo los semáforos mientras los conductores encuentran en sus cláxones el único alivio para desatascarse de un día más en la oficina. Al fondo, la cúpula del Museo de Ciencias lo observa todo sin inmutarse y, un poco antes, en la estrecha Calle del Pinar, cuatro travestis aprovechan la noche anticipada del invierno para ofrecerse sin mucho éxito a los coches. Un poco más arriba, varias embajadas se mezclan con la garita de acceso a un recinto cerrado del que asoman varios invernaderos. Si no 88
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supiera la dirección nunca me hubiera detenido en un lugar tan urbano. Hubiera buscado la tranquilidad del extrarradio. Apunto en mi libreta la primera diferencia: en 1910, la Residencia aún estaba a las afueras, con la quietud consiguiente; en 2010, el crecimiento urbano la ha traído al centro y, al menos desde afuera, no parece que dentro el sosiego sea el mismo. 2. J. A. E. versus Fundación Llamo al telefonillo de una puerta corrediza que separa la calle de la garita y una voz metálica me pregunta qué quiero. Tras decirle que tengo cita con un residente me abre la puerta. Asciendo la cuesta que conduce a los Pabellones Gemelos envuelto por las voces de Alberti, Gelman, Olga Oroz-
co, Octavio Paz, Gil de Biedma. No es que me haya obsesionado hasta tal punto con la lectura, es que sus versos enlatados salen de varios altavoces escondidos entre los matorrales de tomillo y de romero que custodian el camino. Se trata de una instalación sonora inaugurada con ocasión del centenario y que un poco más arriba está acompañada de otras dos de arte contemporáneo que no alcanzo a comprender. De pronto aparece mi anfitrión, me saluda sonriendo demasiado. Se ha percatado de mi desconcierto y no tarda en explicarme que están firmadas por antiguos residentes que, como ahora él, disfrutaron de una beca de entre uno y tres años. Le pregunto por el proceso de selección y me dice que, para aspirar a una de
Mariano Durán: periodista y escritor de novelas eróticas que nadie se ha atrevido a publicar.
LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES Cien años (y siete diferencias) después Un siglo después de su fundación, la Residencia de Estudiantes de Madrid sigue siendo uno de los centros culturales más originales de nuestro país. Por sus salones sigue pasando lo mejor del arte y la ciencia internacional, pero en cien años algunos cambios son inevitables. ¿Y si Lorca, Dalí, Buñuel o Severo Ochoa regresaran hoy a sus jardines? ¿Qué echarían en falta? ¿Con qué se admirarían? texto MARIANO DURÁN
las nueve plazas que se ofertaron este año (antes de la crisis eran veintitrés), tuvieron que presentar un proyecto y pasar una entrevista personal. Saco mi libreta, me paso la punta del boli por la lengua y apunto la segunda diferencia: en 1910, los residentes elegían venir a la Residencia y pagaban por estar en ella; en 2010, son seleccionados y becados para su manutención. Dicho de otro modo: el tiempo para desarrollar el talento ya no se compra con dinero; la Residencia que fundó la Junta de Ampliación de Estudios (J. A. E.) y que se mantenía con el caudal de los internos es desde 1989 (año en que la recuperó el CSIC) una Fundación privada que sobrevive -principalmente- gracias al patronato de Fundaciones, Bancos y Ministerios.
3. Paseo exterior Llegamos a los Pabellones Gemelos, dos sobrios edificios de ladrillo rechoncho en los que se encuentran las habitaciones. Están separados por el llamado Jardín de las Adelfas, cuya plantación ideó y dirigió Juan Ramón Jiménez. Ya en él, y apartados por fin de la instalación sonora, me doy cuenta de que en la puerta estaba equivocado: si me hubieran traído hasta aquí con los ojos y los oídos tapados nunca hubiera dicho que estoy en el centro de Madrid. La tranquilidad es total y ésta es una de las cosas que no ha debido variar mucho desde los tiempos de Unamuno, Valle-Inclán o Machado. Pero volvamos a los Pabellones, a mi guía diciéndome que fueron construidos entre 1913 y 1917
por Antonio Flórez y Francisco Javier Luque, quienes pusieron especial cuidado en orientar las habitaciones al mediodía para que tuvieran una correcta iluminación. Su arquitectura externa, fielmente rehabilitada en 2001, revela cuál fue el espíritu con el que se construyó y decoró la Residencia, inspirada en los colleges británicos según el singular proyecto moral, pedagógico y estético de la Institución Libre de Enseñanza: sencillez, serenidad y equilibrio son los términos que me vienen a la boca. Seguimos caminando bajo los árboles y cuando quiero darme cuenta tengo frente a mí el Pabellón Central. También rehabilitado en 2001, contiene el Salón de Actos, el restaurante, la cocina, la lavandería, los almacenes, algunas habitaciones QUÉ LEER
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CRÓNICA ferencia en consideración a los científicos. Bajo los árboles, dos gatos me observan desde un banco.
A la izquierda, arriba, los Pabellones Gemelos de la Residencia de Estudiantes; abajo, la biblioteca a día de hoy (compárese, pues, con la imagen que abre este artículo). Y, sobre estas líneas, un retrato de Dalí, Lorca y Pepín Bello, tres célebres residentes del lugar.
y la recepción. Más allá, el Pabellón Transatlántico completa el complejo arquitectónico actual, drásticamente reducido con la desaparición del Auditorium (situado en la actual Iglesia del Espíritu Santo), la Residencia de Señoritas (que estaba en Fortuny 53 y que fue el primer centro de España en fomentar la enseñanza universitaria para mujeres) y el Instituto Escuela (aquel maravilloso experimento que se propuso renovar la educación secundaria fomentando la participación del alumno para ayudarle a formar su carácter). Tengo motivos suficientes para sacar por tercera vez mi libreta. Cuando levanto la mirada del papel, veo a mi guía sentado en las escaleras del Pabellón Transatlántico. 4. Los laboratorios Se trata de un hermoso edificio rectangular de dos plantas situado a la izquierda del Pabellón Central que en el pasado -al parecer- contenía algunas habitaciones, la cocina, la lavandería (su curioso nombre viene del aspecto náutico que presentaba su larga terraza cuando se llenaba de ropa tendida) y los laboratorios en los que Severo Ochoa aprehendía las moléculas fosforiladas que le llevarían a la fama al 90
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tiempo que Santiago Ramón y Cajal divulgaba la “Doctrina de la Neurona” que le dio el Nobel de Medicina. Estaban en el sótano, donde se instaló el Laboratorio de Fisiología General de Madrid que dirigió el fisiólogo y Presidente de la II República Juan Negrín, figura en torno a la que el Centro Dramático Nacional acaba de estrenar La colmena científica o El café de Negrín, pieza en la que se reproducen las tertulias diarias que se organizaban allí mismo entre artistas y científicos. Ahora, aquel sótano acoge la biblioteca y el archivo (en la Guerra Civil, la Residencia fue hospital de carabineros y Franco cerró los laboratorios que, junto a muchos de los científicos, se trasladaron al CSIC, donde continúan). Sobre ellos, una moderna sala de exposiciones nos conduce de nuevo a la calle. Ya en ella, veo que junto al Transatlántico hay un edificio similar pero sin restaurar. Pregunto por él y me dicen que es el llamado Quinto Pabellón, que antaño contenía habitaciones de residentes con el apéndice de una pequeña biblioteca y que hogaño sigue sin rehabilitar por pertenecer al Ministerio de Ciencia e Innovación (paradojas de la vida). Apunto la di-
5. El atleta rubio De regreso al comienzo del paseo caminamos junto al canal que abre el jardín de norte a sur y, mirando otra vez los edificios, pienso que André Gide tenía razón cuando dijo que lo más profundo está en la superficie. Miro hacia arriba. En un Gemelo se ha encendido una luz. Es un buen momento para interesarse por las habitaciones, pero mi guía me insta a no adelantarme: mejor ver primero cómo eran en los años 1920, para luego comparar. No, no es que tengan una máquina del tiempo, pero casi. En la planta baja del Gemelo I han recreado una habitación histórica y lo cierto es que está bastante conseguida. Con su característico mobiliario y su particular atmósfera, se ha realizado a partir de las fotografías que se conservan. Es austera -apenas un diván-cama, una mesa de estudio con su silla y una mesita de té comparten su espacio con una estantería y un armario- pero está llena de pequeños detalles que enseguida pasa a explicarme mi acompañante. Por ejemplo, que el inquilino personalizaba el ambiente a su gusto. En el caso que nos ocupa, esto se refleja en un cuadro de Dalí que preside el cabecero de la cama (lo que sugiere el cuarto de Lorca, de quien se sabe que empapeló las paredes a juego con la colcha), en los banderines deportivos que cuelgan de la pared junto a una raqueta de madera (antes había competiciones deportivas entre los pabellones), así como en los visillos y la tela que recubre el diván-cama, que alcanzan una mayor calidez si se mezclan con un infiernillo de alcohol, varios libros y un juego de té que rememora las muchas tertulias que se daban. Pero hay también algunos elementos que denotan la influencia de la Institución: así un plato y un cenicero de cerámica de Talavera, junto un paño de Lagartera, apuestan por revalorizar el arte popular como signo de refinamiento; así la imagen del atleta griego que originó el logotipo de la casa refleja un ideal de belleza física y moral que, al igual que la formación integral, ha ido perdiendo su sentido.
6. De colegio mayor a hotel Ahora sí es inevitable preguntar por las habitaciones actuales y ahora sí mi anfitrión me dice que me va a enseñar la suya para que compare. Con la mente puesta en los años 1920, nos adentramos en uno de los Gemelos y al salir del ascensor accedemos a una silenciosa galería que recorre el edificio de Este a Oeste. Me llama la atención que no haya nadie correteando, como debía ocurrir cuando esto era el primer colegio mayor de España. En su lado izquierdo, concebidas como verdaderas celdas, están las habitaciones. Todas, como la que acabamos de ver, orientadas al mediodía pero recientemente rehabilitadas, lo que no le resta al pasillo el ambiente monacal de los comienzos. En una -y aquí está lo más maravilloso de todo cuanto pervive- se hace Física Cuántica, en otra Filosofía, en otra Química, en la de más allá Historia del Arte, saberes que irremediablemente terminan por ponerse en común durante las comidas que, como en la Residencia primigenia, siguen alimentando el diálogo entre arte y ciencia. Llegamos a su puerta y, al pasar del otro lado, regreso de golpe a 2010. Paredes blancas en las que está prohibido fijar pósteres; una cama a juego con la mesa, el armario y la silla; la TV plana sobre una librería; un baño completo (antes había uno para todo el pasillo) con uno de esos secadores atornillados a la pared y con productos corporativos de higiene; aire acondicionado, wireless. En resumen, la habitación aséptica de cualquier hotel. Se lo comento a mi orientador y me responde que no estoy nada desencaminado porque, para los estudiantes, investigadores e intelectuales que se quedan en estancias cortas, la Residencia se ha convertido en un hotel de precio medio-alto. Su historia, su situación céntrica y el oasis de paz en el que se encuentra parece que lo valen y la asemejan a la primera Residencia, que comenzó siendo un hotelito de quince dormitorios en la calle Fortuny 14. Desengañado saco mi libreta y pregunto por las tertulias, por la convivencia, por los espacios comunes. También eso ha cambiado, pero me dicen que se entenderá mejor si nos adentramos en el Pabellón Central.
7. Tutores y visitantes Para ello, bajamos hasta la planta subterránea del Gemelo, pues, a pesar de que los arquitectos pusieron puertas laterales para que los inquilinos se viesen obligados a salir por el patio de las Adelfas cada vez que quisieran ir a alguno de los otros Pabellones (aireándose así en contacto con la naturaleza), ahora han quedado como salidas de emergencia y su uso está restringido. Pero volvamos al pasillo subterráneo, donde hay un par de billares y una exposición sobre la digitalización de los fondos de la Edad de Plata. Este pasaje -según dice mi lazarillo- no existía, aunque hay quien señala que era un refugio antiaéreo. Sea como fuere, a través de él hemos llegado al Pabellón Central, en cuya planta baja hay una moderna y recogida cafetería. Un piso más arriba, ya a ras de suelo y exactamente en el mismo lugar que llevan ocupando un siglo, están la consigna del hotel, el salón de actos y el restaurante. En el salón de actos destaca la presencia del piano que tocaron Lorca, Manuel de Falla, Ravel o Stravinsky, así como una larga mesa central en la que se dictan conferencias, se presentan libros o se hacen recitales. Pregunto si actualmente hay mucho movimiento y me responden que cada semana hay conferencias, seminarios, lecturas y proyecciones organizadas por la casa; que algunos de los mejores artistas y científicos del momento vienen a hablar y se quedan unos días compartiendo espacio con los residentes. Me parece atractivo y, al preguntar si siempre ha sido así, me explican que antaño existía la figura del tutor; esto es, que había una serie de creadores de renombre que convivían con los residentes durante temporadas largas (así, Juan Ramón Jiménez vivió aquí durante dos años). De la figura del tutor, que daba una formación complementaria a los jóvenes universitarios y que organizaba visitas a museos, se ha pasado a las breves y esporádicas visitas de artistas reconocidos, algo que, por lo demás, ya se hacía en los comienzos, siendo muy recordadas las de Einstein, Marie Curie o Le Corbusier. Llegamos así al restaurante y, antes de entrar en él, encontramos una peana que muestra el menú (dos
primeros y dos segundos a elegir, pan y postre) y el precio del mismo (14,50 €). Dentro, el espacio es cuadrado y está esmeradamente dispuesto. Pasaría por un restaurante selecto, pero lo cierto es que se respira un ambiente casero. Tal vez por eso tiene mucha aceptación entre la gente de la calle: tanta que para probarlo hay que reservar mesa. Epílogo: De vuelta al ruido Camino de la salida, un expositor de libros me recuerda otra de las iniciativas originales que felizmente se mantienen: el servicio de publicaciones. Edita con muy buen gus-
Comenzó como hotelito y, tras su gloriosa etapa pedagógica, vuelve a alquilar sus estancias. to álbumes, catálogos, audiolibros, epistolarios, conferencias, monografías y facsímiles de los más diversos campos (ciencia, poesía, geografía, arquitectura, arte moderno, etc.) y sirve de altavoz para que lo que ocurre aquí adentro se escuche también fuera. Ha comenzado a llover y, unos metros a mi derecha, las farolas zozobran en los charcos del campo de futbito que se inutiliza frente al Transatlántico. Abro mi paraguas y me despido de mi guía con un apretón de manos. Camino de la salida paso de nuevo por la habitación histórica y escucho las voces enlatadas de los poetas como si aún estuvieran tertuliando. De golpe me viene a la cabeza la habitación actual, su silencio, su frialdad de secador atornillado. Entiendo que no es lógico comparar dos ideas tan distintas, pero no puedo evitarlo: fomentar el diálogo entre arte y ciencia en un hotel no es lo mismo que procurar a los clientes de un colegio mayor una serie de ideales pedagógicos parauniversitarios que incluían clases de idiomas, excursiones o competiciones deportivas. Aunque fuera otra época y las necesidades socioeducativas hayan cambiado; aunque, a pesar de todo, en los tiempos que corren, el lugar del que salgo sea un milagro. ■ QUÉ LEER
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