Autores
Rush, Jose Vicente Santos, Carlos Vz Criado, Román Sanz Mouta, Ana Isabel Barragán Jácome, Rosa Maria Martinez y M.M.Miranda.
SOMNIUM Relatos sobre un mundo que solo aparece en los sueños. 1
“Yo he vivido porque he soñado mucho “ - Amado Nervo
©M.M.Miranda, Jose Vicente Santos, Rush, Román Sanz Mouta, Carlos Vz Criado,Rosa Maria Martinez, Ana Isabel Barragán Jácome, 2014 ©Carlos Insignares Cuello, por la ilustración y diseño de la portada. SOMNIUM por M.M.Miranda, Jose Vicente Santos, Rush, Román Sanz Mouta, Carlos Vz Criado, Rosa Maria Martinezy Ana Isabel Barragán Jácome, se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución- No comercial- Sin derivar. 4.0 Internacional. Cada uno de los relatos presentes en esta obra tiene su propia licencia No se permite la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts.270 y siguientes del Código Penal)
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SOMNIUM Autores
Relatos sobre un mundo que solo aparece en los sueños.
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Rush, Jose Vicente Santos, Carlos Vz Criado, Román Sanz Mouta, Ana Isabel Barragán Jácome, Rosa Maria Martinez y M.M.Miranda.
Prologó En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
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Indice Llegando
Román Sanz Mouta
Dreamless
Adrián Abramo Penilla
A través de un Djembé
Rosa María Martinez
Volemos
Jo s e Vi c e nte S anto s
Sueños Postergados
Ana Isabel Barragán Jácome
Oníricamente juntos
M.M.Miranda
Movimiento Ocular Rápido
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Carlos Vz Criado
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Llegando
Román Sanz Mouta
Siempre me han obsesionado los sueños. Los propios y los ajenos. En todas sus facetas. Por una razón. Puedo recordarlos. Siempre. Y almacenarlos, desde la infancia. Una biblioteca única, aunque esa sea otra historia. Es debido a esto por lo que debo diferenciarlos. Los míos me perturban. Son complejos, cambiantes, continúan en el tiempo sin importar cuánto discurra entre ellos, no diferencian entre bueno o malo porque no hay criterios morales, y hasta las pesadillas son motivantes. El miedo es incluso motor e impulso, y una vez superado, se recuerda como experiencia increíble. Son películas. Cualquier cosa puede pasar, desde cumplir deseos a romper la barrera de lo imposible. Sentimientos, sensaciones, dolor. Se anhelan. Las noches sin ellos o su recuerdo no tienen sentido. Vivir para soñar. Y, en lo referente a los demás, al resto de la hastiada humanidad, creo en los cruces de sueños. En mi opinión, el universo onírico es el mismo para todos. Lo compartimos en base a una raíz común: el primer sueño. ¿De quién fue? ¿De dónde vino? Preguntas con respuesta interior y lejana. Cada uno crea su parte, desde tierno infante, y lo desarrolla mientras crece y duerme. Inventa a todos los niveles, sumando para hacerlo cada vez más infinito. No importa que tengas más o menos imaginación, que seas simple y vulgar o creativo. Haces tu aportación, pequeña o grande. Personas, entidades, ciudades, océanos, criaturas, fantasías, demonios, dioses, mundos. Una obra maestra e inconclusa que nunca terminará… Siendo así, y aun en la inmensidad y el crecimiento constante y voluble, deberíamos poder encontrarnos, coincidir. Entrar en sueños ajenos, poder viajar entre mundos y realidades y dimensiones y barreras. Buscarnos. Buscarte… Y seguro que lo hacemos. Pero inconscientemente. Con ausencia de memoria, con vacío insondable, con pena de aquello que como arena se escapa entre los dedos, entre los muros de la mente. 7
Llevo años trabajando en ello. Estudiando. Buscando. Investigando. Experimentando. Jugando. Mejorando. Comparando notas y experiencias. Utilizando y utilizándome. Forzando los límites, derribando las defensas… Mi primer, y no pequeño logro, fue poder condicionar mi psique. Para entendernos, decidir de forma voluntaria, estando consciente y despierto, lo que voy a soñar de forma inconsciente y supuestamente aleatoria. Cuesta, una noche tras otra, y el éxito es a poco nivel, muy limitado. Pero puedo anunciar que he soñado, o ha intervenido, la alteración ya planificada. Y puedo recordarlo, todo. La última prueba de múltiples consistió en decidir no volver, nunca, a tener finales felices dentro de mis sueños o pesadillas. Conseguido. Bien por mí. Duele mucho siempre acabar mal. Pero esto no me acerca a vuestros sueños. Quiero sincronizarnos, sincronizaros, poder estar ahí, dentro, con ellos. Viajar. Conoceros. Quieran o no. Con vosotros. Quiero verlo todo, no sólo una parte. Y saber. Me obsesiona saber… Tras esto, tuve otra idea. Estaba jugando con mi sobrina de dos meses, en uno de mis pocos actos de su puesta normalidad. Mirándola, intentando adivinar que le pasa por la cabeza, que produce sus reacciones y cómo se estimula. Me vino la revelación. ¿Qué sueñan los bebes? Porque sueñan. Todos soñamos. Incluso animales y peces. Árboles y microbios. Vivos o muertos. Su mundo es finito, pequeño y limitado. Creciente, apenas descubierto. Conocen muy poco, casi nada. Lo vivido en este corto periodo de vida. Su nacimiento, las caras nuevas, los gestos y sonidos, sus padres y madres. Sus hermanos. Los colores y movimientos. La comida y bebida. Los olores. Todo cuanto tocan e interactúan. Están en constante evolución y aprendizaje. 8
Con lo cual, o imaginan (que podría ser, ampliando su mundo, habrá mentes ya grandes desde el nacimiento, que estarían fuera de mi alcance por el momento), o sueñan con su entorno y lo escaso que conocen. Lo dicho, personas, cosas, ruidos, colores, olores, sabores. Por eso miran asombrados. Todo es siempre nuevo. Lo repetido provoca llanto si no es divertido y asombroso. Esta es la clave. La idea en sí. Es fácil de controlar y adivinar su entorno. Generar esos estímulos. Adaptarlos y adaptarse. No debiera ser complicado introducirse en los sueños de un bebe, porque no los controlan, y porque ella o él ya sueña contigo, si te conoce, si eres parte o su mundo, por ley de probabilidad. Así que, desde ahora, voy a ser una presencia constante en su vida, lo último y primero que vea antes y después de dormir. Quien la haga reír, quien le de comida, quien le enseñe. El centro de su universo. Y compartir todas sus horas de sueño, acostado cerca. Acompasando su respiración. Absorbiendo su olor. Comprendiendo sus gestos. Anticipando. Sus pautas serán las mías. Hasta que pueda, o me deje (y querrá hacerlo), entrar. Una figura familiar. Una puerta minúscula hacía un mundo infinito. Una entrada que sabré ver. La última y eterna aventura. Un camino de raíces que yo sí sabré recorrer. Y cuando entre, me quedaré. Hasta dominarlo. Hasta ver sus fronteras, todas, a punto de ser destruidas, rediseñadas. Vueltas a inventar. Estaré dentro de todos y todas… No me conformaré con menos... Empiezo ya, lo demás es tiempo perdido. Tengo bien resuelto y atado el anclaje a la realidad, por si necesito escapar, una fuga hacia delante. Me despido. Hasta que cierres los ojos…
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Dreamless
Adrián Abramo Penilla
Como siempre, todo empezó con la sala oscura y las puertas. Las dos más brillantes estaban a escasos pasos de mí y eran las más conocidas. Mi mirada se perdió en la lejanía: una multitud de puertas de infinitas formas y aromas brillaban en el mar de oscuridad que era ese lugar. La puerta de mi madre tenía un aroma muy parecido al de nuestro jardín, por lo que seguramente estaría soñando lo de siempre: mi hermano pequeño y yo jugando hace diez años en el jardín y un hombre en la puerta dándole la noticia de la muerte de mi padre en un accidente de coche. La puerta estaba hecha de madera de roble, adornada con dibujos de flores y un pomo en forma de tulipán. Al rozar con los dedos la madera, pude notar la tristeza de mi madre, su negativa a aceptar que mi padre había muerto, que no iba a volver. Aparté la mano rápidamente. Desde la muerte de mi padre, mi madre solo soñaba con ese momento. Durante el día era una mujer con un gran carácter y una gran sonrisa, pero al amparo de la noche los recuerdos la consumían. Cuando me acerqué a la puerta de mi hermano, pude oír ruidos de sirenas y disparos. Últimamente mi hermano metía tantas horas a un juego de ordenador de guerras que hasta soñaba con él. La puerta era un trozo de metal mal cortado con algún que otro clavo mal puesto y varias piezas soldadas. Esa noche me apetecía un poco de movimiento, así que empuje la puerta y entré. Ante mí se extendía una llanura llena de extrañas criaturas de metal destruidas por todos lados y pequeños soldados con cara diabólica corriendo con metralletas. Me agazapé tras un trozo de metal todavía caliente mientras observaba todo con atención. El color principal, tanto en el cielo como en el campo de batalla, era un marrón anaranjado, como si todo estuviese envuelto en una infinita tormenta de arena. Divisé a mi hermano a unos treinta metros de mí. Parecía una versión adulta de él, pero su cara seguía teniendo esos ojos azules tan fríos y esa cicatriz del labio. Iba escoltado por cinco de esos pequeños diablillos mientras su metralleta no paraba 11
de escupir balas a una especie de caballero mecánico con un escudo que le llegaba de los pies a la cabeza. Pasados unos minutos, solo quedaban el soldado y mi hermano. Los diablillos habían caído ante la lanza del caballero, por lo que solo quedaba mi hermano para recibir sus golpes. Lo vi venir antes de que pasase: la lanza del caballero aterrizó contra el pecho de mi hermano, destrozando su coraza y penetrando en su pecho. En ese momento mi hermano murió. Aunque en realidad mi hermano no había muerto. Lo más probable es que se hubiese despertado de golpe en su cama tras haber muerto en el sueño, que es lo que suele ocurrir. Yo volvía a estar ante su puerta, pero esta había perdido el brillo y si intentase abrirla no podría. Es lo que tiene que el soñador no esté despierto. Como todavía quedaba tiempo antes de que sonase el despertador, me alejé un poco más del punto de partida, dirigiendo a otra zona de puertas. Las puertas siempre estaban donde estaba su soñador, de ahí que la siguiente zona tuviese las puertas de la señora Taylor, su marido y sus dos hijas. Tras una primera ojeada, me decanté por la aventura cómica que estaba soñando la señora Taylor con el jardinero, ya que sus hijas solo soñaban con jóvenes estrellas del pop y eran muy cursis a veces. Cuando el sol empezó a entrar por la ventana de mi habitación, abrí los ojos. Como siempre, la sensación de cansancio tras una noche de sueño en sueño era agotadora. Desde pequeño, nunca he tenido un sueño propio. Desde que tengo uso de razón, ir a dormir para mí significa ir a la sala de las puertas y ver los sueños de los demás. Tras intentar explicárselo a mi madre con seis años y ser castigado por mentiroso, ha sido un secreto que no he compartido con nadie. A pesar de que tras despertar siempre estoy cansado, mi cuerpo se recupera como si en realidad si hubiese dormido. Por así decirlo, mi forma de soñar es ver lo que sueñan los demás. Tras darme una ducha y coger los vaqueros de debajo del escritorio, bajé a la cocina siguiendo el aroma de las tortitas recién hechas. Al entrar, me encontré a mi hermano tratando de meterse media tortita en la boca, mientras un reguero de chocolate le caía por la boca. Asqueroso. —Buenos días cariño —dijo mi madre mientras me daba un sonoro beso en la frente —. Ya pensé que tu hermano se comería todas las tortitas antes de que bajases. Unos extraños sonidos procedentes de la boca de mi hermano mientras este ponía cara de indignado hicieron que mi madre y yo nos mirásemos y empezásemos a reírnos. Esto provocó en mi hermano un ataque de tos tras haber intentado respondernos con algún insulto. —¿Te has enterado de la nueva noticia? —me dijo mi madre mientras me ponía delante un plato con tortitas—. Tenemos nuevos vecinos. Los Patterson por fin han 12
vendido la casa y mañana llegan los nuevos inquilinos. Tendremos que ir a recibirlos. —Seguro que son criminales buscados por la justicia. En cuanto te presentes con tu tarta de zanahoria te clavarán un cuchillo en la frente —dijo mi hermano mientras cogía un cuchillo y hacia como que apuntaba a la frente de mamá. Como respuesta, ella cogió una tortita y se la tiró a la cara—. Las mañanas con mi familia eran de todo menos normales, sobre todo ahora que acababan de terminar las clases. Cuando terminé de desayunar, subí a arreglarme y cogí las llaves del coche. Ese día había quedado con Leslie, mi mejor amiga, y me había dicho que el coche iba a ser necesario. Cuando llegué a la calle de mi amiga, aparqué delante de su casa y pité. Unos minutos después, la puerta se abrió y salió mi amiga con su cámara de fotos. A sus veinte años, Leslie podría ser una rompe corazones en potencia si quisiese. Con su cuerpo de modelo y su melena rubia, Leslie podría tener al tío que quisiese. Y si con eso no bastaba, sus ojos verdes eran su arma más letal. Sin embargo, Leslie era una chica completamente independiente, siempre diciendo que no necesitaba un tío en su vida. Esa mañana llevaba unos pantalones cortos medio rotos y una camiseta de tirantes que no le llegaba a tapar el ombligo. Con unas gafas de sol que le hacían parecer una mosca gigante, se montó en el asiento del copiloto y me sonrió. —Buenos días Johnny, próxima parada: ¡los acantilados! —dijo señalando hacia el frente—. Nos llevó veinte minutos llegar a las afueras de la ciudad, la zona de playa y acantilados donde a Leslie le gustaba hacer fotos. Pocas veces veía a mi amiga separada de su cámara, pero en pocas ocasiones decidía ir a alguna zona como esa a hacer fotos y subirlas a su blog. Ella misma decía que para subir una foto, esta tenía que ser perfecta, no valía una foto de aficionado, como llamaba a las que hacia yo cuando me dejaba su cámara. Desde arriba de los acantilados se alcanzaba a ver la pequeña cala que aparecía cuando estaba la marea baja. El sol ya estaba muy alto cuando mis pies rozaron la arena. Ese día, Leslie se había encargado de hacer los bocadillos, por lo que yo llevaba las toallas y el mantel. Muy poca gente conocía esa cala, por lo que era como un lugar sagrado para nosotros, donde poder hablar de nuestras cosas sin tener que bajar la voz o cuidar lo que decíamos.Tras estirar las toallas y dejar todo preparado, nos preparamos para el primer día de verano tras un curso académico eterno. Mientras que Leslie llegaría morena a casa ese mismo día, yo llegaría quemado o con cierto color parecido al de los langostinos a la plancha. Los pequeños baños refrescantes 13
en el agua ayudaban a quitar el sofoco, al menos a mí. Leslie solo se metía antes de comer para quitarse la arena y poco más, era como un lagarto. Después de comer, dejé a Leslie en la toalla y me metí en el agua. El contacto del agua fría en los pies me puso la piel de gallina. Fui entrando poco a poco hasta que me cubrió el abdomen y me lancé de cabeza. El ruido del exterior quedó amortiguado en cuanto mis oídos traspasaron la barrera de agua. Al abrir los ojos, pude distinguir el suelo de arena, así como el pececillo que había estado haciéndome cosquillas en las piernas. Tras dar un par de brazadas, volví a la superficie. El agua caía de mi pelo cuando me giré y vi a Leslie haciéndome señas. A unos pocos metros de nuestro campamento improvisado, un chico estaba poniendo la toalla y se estaba quitando la camiseta. Seguí el recorrido de la camiseta mientras dejaba a la vista unos abdominales bien marcados. Haciendo lo posible por cerrar la boca, fui nadando torpemente hacia la orilla, sin dejar de observar al desconocido. En cuanto me acerque a Leslie, ella me dio un codazo en las costillas susurrando: -Prueba a disimular un poco Johnny, el nivel del mar ha aumentado gracias a tus babas. – Esto último con una sonrisa pícara en los labios. Mientras trataba de no ponerme más rojo de lo que estaba, el chico fue al agua, lo que me permitió tener una gran vista de su espalda. Con todos los músculos bien definidos y una pequeña melena que no le bajaba del cuello, el chico estaba muy bien cuidado. Un tatuaje de la rosa de los vientos entre los omóplatos me llamó la atención. Fue todo lo que pude ver antes de que el chico se girase y Leslie se me lanzase encima para disimular. No vi venir el placaje, lo que nos llevó a los dos al suelo. —Y yo que pensaba que era descarada —me dijo riendo mientras yo escupía un kilo de arena—. Tienes que intentar no parecer un violador. Con esa mirada que tenías no me extraña que se haya girado —Susurró a mi oído —. Cuando conseguí quitármela de encima, me levanté y me quité la arena del cuerpo. Tras tumbarme en la toalla a secarme un poco, busqué al chico. Se le distinguía a lo lejos haciendo largos en el agua. No me extrañaba que tuviese esas espaldas si hacía natación. Decidí no seguir mirando y me puse a jugar a las cartas con Leslie. La tarde siguió avanzando mientras Leslie y yo seguíamos charlando y jugando a las cartas y el chico desconocido tomaba el sol. Cuando salió del agua, me di la vuelta a tiempo para ver que me estaba mirando. Unos ojos azul oscuro me observaban tras su flequillo mojado. Haciendo uso de toda mi fuerza de voluntad, volví a concentrarme en el juego mientras Leslie hacia lo posible para no reírse. 14
Cuando Leslie decidió que ya se aburría, recogimos las cosas y fuimos al coche. Pude notar la mirada del chico todo el camino hasta el aparcamiento, donde las dunas se interpusieron entre los dos. Tras cambiarnos rápidamente, Leslie cogió la cámara y subimos al mirador de los acantilados. El sol ya había empezado a descender, lo que dejaba parte de la cala en sombra. Notaba el aire frio en la cara, por lo que deduje que me había quemado, a pesar de toda la crema que me había dado. Cuando Leslie cogía la cámara, todo a su alrededor pasaba a un segundo plano. Su expresión, siempre distraída o alegre, demostraba una concentración impresionante cuando tenía el objetivo ante sus ojos. Mientras ella se concentraba en el paisaje, dirigí mi mirada a la cala, donde el chico seguía tomando el sol. A pesar de conocer a casi todo el mundo del pueblo, ese chico no me sonaba de nada. Si le hubiese visto antes seguramente me acordaría, al menos de sus ojos. Tras acabar la sesión de fotos, subimos al coche y nos dirigimos a casa de Leslie. Ya por tradición, repasábamos las fotos juntos y me dejaba elegir mi favorita para colgarla en el blog junto a las que ella les daba el visto bueno. Mientras las fotos de amaneceres similares desfilaban en la pantalla del ordenador, una foto completamente distinta apareció. Mientras yo notaba mi cara ardiendo, Leslie empezó a reírse. En la pantalla se podía ver al chico de la cala tomando el sol. La foto se veía bastante bien, por lo que Leslie debía de haber usado el objetivo para distancias grandes. Cuando pensé que ya no podía ponerme más rojo, Leslie empezó a reírse más alto, con lo que consiguió que la matase con la mirada. Un rato después me despedí y fui a casa. Mama estaba en el sofá viendo las noticias mientras mi hermano seguía con su videojuego. Tras calentar los trozos de pizza que me había dejado en el microondas, me llevé una lata de coca cola y el plato al cuarto, donde me puse a leer un rato. Sin embargo, la imagen del chico de la cala volvía una y otra vez a mi cabeza, por lo que tuve que leer una página varias veces antes de rendirme y cerrar el libro. Cogí el portátil y busqué la página del blog de Leslie para ver si ya había subido las fotos. La entrada estaba recién subida, así que fui bajando poco a poco viendo las fotos que habíamos elegido ya retocadas. La foto que me dejó elegir salía la primera, como hacia siempre con las que yo escogía. Al llegar al final de la entrada, quise matar a Leslie: la foto del chico había sido retocada con más saturación, por lo que los colores se notaban más intensos. El pelo negro del chico, mojado tras haber estado nadando, se me pegaba en la frente y en la línea de la mandíbula, dándole un aire muy sexy. Reaccionando sin pensar, guardé la foto en mi ordenador. Apagué el portátil y volví a tirarme en la cama. Cuando fui a girarme y apagar la luz de la mesita, me llegó un mensaje al móvil. La imagen de una chica sonriente de dibujos animados indicaba que era un mensaje de Leslie: 15
«Ya me dirás que te ha parecido la entrada del blog» Seguido de una carita guiñando el ojo y sacando la lengua. «Voy a matarte» Le respondí riéndome y apagando el móvil. Tocaba sesión de viaje. La puerta de mi hermano todavía estaba apagada, por lo que supuse que seguiría con el videojuego y había apagado la luz para fingir que dormía. De la puerta de mi madre llegaba un olor parecido a las tortitas de esa mañana, así que entré. No había podido comer postre para cenar, así que me moría de hambre. Al entrar, vi a mi madre delante de un fogón, hablando por un micro inalámbrico enganchando a la oreja. El escenario parecía un programa de cocina, con mi madre de presentadora. Riéndome, me acerqué a la mesa, donde en una bandeja reposaban unas tortitas recién hechas y unas magdalenas de chocolate. A pesar de ser un sueño y de que esa comida realmente no iba a quitarme el hambre, el sentido del gusto seguía activo y la comida, dependiendo de si te gustaba o no, sabía mucho mejor o peor en los sueños. Las magdalenas me recordaron al chocolate que solía hacer nuestra abuela cuando éramos pequeños. Mamá seguía hablando al público sobre la “complicada” preparación de las tortitas con sirope, por lo que busqué la puerta de salida. De la puerta de mi hermano salía una extraña luz roja que me llamó la atención, por lo que abrí la puerta. La imagen que vi me habría dado pesadillas si pudiese tenerlas. Mi hermano “estaba” con una chica del instituto de mi clase y no estaban haciendo los deberes que digamos. Cerré la puerta mientras mi hermano ya se disponía a quitarse algo más que la camiseta. Seguí dando vueltas por las casas del vecindario mientras pensaba una forma de reírme de mi hermano con el tema del sueño. Ya debía ser por la mañana cuando tres puertas nuevas aparecieron cerca de las de mi familia. Me llamó la atención que una de ellas, más que una puerta, era un rectángulo vacío, como la silueta de una puerta sin el relleno. Antes de poder acercarme a investigar, un grito me arrastró de golpe a mi cuerpo. Mi hermano estaba “cantando” por el pasillo mientras mi madre le gritaba que se vistiese. Cuando llegó a la puerta de mi cuarto, se asomó sonriendo: —¡Venga cariño despierta! Vamos a saludar a los nuevos vecinos —dijo sonriendo, tras lo cual siguió detrás de mi hermano—. Miré el reloj y vi que eran todavía las diez, pero ya me había despertado y no me apetecía volver al sueño. Puse la música a todo volumen para acallar la voz de mi hermano y busqué algo de ropa decente. Al final me decanté por unos vaqueros gastados y una camiseta entallada que me había regalado Leslie el año anterior. Como todos los miembros de mi familia, tenía una constitución delgada, por lo que no me faltaban animadoras gracias a mi cuerpo, a pesar de no cuidarme gran cosa. Siempre había sido de los que prefiere comer pizza y tirarse en el sofá a salir a correr. 16