NIÑOS GESTORES DE SU INTELIGENCIA EMOCIONAL Aprenden a comer, a leer, a jugar pero desconocen, como la gran mayoría de los adultos, qué emociones sienten y cómo pueden gestionarlas. Educar a los menores en inteligencia emocional podría dar lugar a una sociedad menos violenta y conflictiva Educar en el manejo de las emociones desde niños, pero también en los adultos, supone conseguir “regulación emocional, mejor autoestima, desarrollar el potencial de cada uno, mejorar las relaciones y gestionar mejor los conflictos”, explica la directora del Centro de Psicología Área Humana de Madrid donde se imparten cursos de inteligencia emocional para niños a partir de 5 años y adolescentes. Sin embargo, en los colegios públicos y privados españoles no es habitual encontrar programas de desarrollo de las emociones, “algo que marcaría un antes y un después”, señala la psicóloga, para contribuir a formar una sociedad con menos violencia y menos conflictos en las relaciones. En España, apunta Julia Vidal al recordar varios estudios, “la sociedad está por debajo de la media en inteligencia emocional. Solo hay que ver la falta de comunicación en las familias, o cómo, por ejemplo, nos atiende un camarero que no sabe manejar su propio estrés, estamos a la que saltamos”.
“Los hombres -‐añade-‐ están muy por debajo de la media, tienen menos inteligencia emocional que las mujeres, pero a medida que van cumpliendo años van aprendiendo”. Según Julia Vidal, “nuestra sociedad no se para a analizar qué siente en cada momento y por qué lo siente. Estamos llenos de miedos, dificultades para ser asertivos, no sabemos decir que “no”. Hay déficit y carencias por todas partes”.
Trabajar cada emoción Para convertirnos en personas de comportamientos estables, el Centro de Psicología Área Humana organiza cursos de inteligencia emocional donde se estudian cada una de las cinco emociones básicas y universales: alegría, tristeza, miedo, ira y asco. La psicóloga infantil Mariola Bonilla, de Área Humana, es la encargada de impartir estos talleres prácticos donde se trabajan las emociones y las habilidades sociales, con especial hincapié en el desarrollo de la empatía. “Se les enseña a reconocer y a describir las emociones, a pararse a pensar para cambiar, por ejemplo, un enfado, para regularlo. Se les muestran estrategias cognitivas para que saquen lo mejor de ellos mismos”, indica.
Y para ello se utilizan distintas herramientas, como el medidor emocional, un cuadrante de colores donde cada día apuntan qué sienten. Emociones distintas para cada cuadrante: en el amarillo (emociones muy agradables y elevada energía, como el entusiasmo); en el verde (emociones agradables y baja energía, como la tranquilidad); en el azul (emociones desagradables y baja energía, como la tristeza) y en el rojo (emociones desagradables y elevada energía, como enfado). El niño llega al curso sin saber cómo manejar sus sentimientos y sale con un diario de emociones donde anotan cómo se han sentido cada día. Empiezan a atender emociones que pasaban desapercibidas, y empiezan a entender, por ejemplo, por qué se enfadan con frecuencia. Otro de los cambios que experimentan es en el lenguaje, se amplia el vocabulario emocional para describir mejor lo que sienten, explica la psicóloga infantil.
Una sociedad mejor Las cinco emociones básicas: alegría, tristeza, miedo, ira y asco deben estar en equilibrio. Por estos cursos han pasado niños tímidos, hiperactivos, tristes…pero con el factor común de tener unos padres conscientes de la importancia de la estabilidad emocional.
Este es el caso de Carolina V. Fernández que decidió llevar a su hijo Hugo, de 8 años a los talleres porque “es muy inteligente y sensible y enfocaba erróneamente sus emociones, mostraba mucha ira hacia cosas que no eran tan importantes”. “Nada está bien o mal, hay connotaciones y queríamos que las aprendiera”, comenta esta madre, quien ha notado como Hugo ha ampliado su vocabulario sobre sentimientos y le cuesta menos expresarse “y eso nos ayuda a nosotros”. Maestra infantil, Carolina considera que sería necesario que se realizaran programas de inteligencia emocional y habilidades sociales en las aulas porque se evitarían o resolverían con mayor facilidad muchos de los conflictos que surgen en el aula. “Con inteligencia emocional -‐señala la psicóloga Julia Vidal-‐ habría menos niños violentos, menos acoso en las escuelas, menos fracaso escolar porque se aprendería, por ejemplo, a ser empático o a identificar la envidia como una emoción normal que no debe significar dañar al otro, sino colaborar con él para obtener la fórmula de todos ganamos”. “Pero esta sociedad está empañada, nos contagiamos la mala educación emocional”, concluye la especialista. Fuente/Autor: Ana Soteras