FRIDA #2

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#N2 OCT 2015



— «Contar en este mundo incierto con algún refugio que no pueda ser destruido, es de primordial importancia». Así escribió una mujer, en parte valiente y en parte buena, que luchó contra lo que apenas comprendía. Pocos hombres en su entorno harían o podrían hacer más, de ahí que la llamaran arpía, fiera y puta.

Adrienne Rich


#�2 2015 Frida Dirigida por Carmen G. de la Cueva Diseùada por Martin de Arriba | @martindearriba


número

2, octubre ���� —

Queridas Fridas: Este segundo número de FRIDA está dedicado a la poeta catalana Maria-Mercé Marçal. Gracias a la colaboración de Andrea Navarro, Berta García Faet y la Fundación Maria-Mercé Marçal hemos podido reunir fotografías, poemas y fragmentos de sus diarios que permanecían inéditos en español hasta ahora. La primera vez que leí a Marçal fue todo un descubrimiento: una poeta con el ardor de las más brillantes Plath y Sexton, activista y fallecida prematuramente de cáncer. Algo me decía que desde la tribu debíamos contribuir a difundir su obra. Vivió deprisa y escribió más deprisa todavía, como si supiera que no tenía mucho tiempo. Su hija Heura, a la que Marçal dedica muchos de sus poemas, la recuerda así en una entrevista de Francisca Ribes en Barcelonés: “En Una habitación propia, Virginia Woolf habla de Jane Austen, que murió también muy joven, y dice que en su última novela, Persuasión, se nota que Austen ya está cansada de su propia fórmula, y que es una lástima que no hubiera vivido más porque habríamos visto esta otra etapa que no sabemos qué nos habría dado. Yo creo que con mi madre habría pasado igual, porque Raó del cos (su libro póstumo) es un poco en la línea de Desglaç pero es otra historia”. En sus diarios la poeta se preguntaba por qué escribía. Sin conocer la respuesta, algo dentro de ella le decía que escribir le hacía bien, que escribir la salvaba. Cuántas de nosotras nos


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hemos preguntado por qué escribimos. Sin saberlo, desde que éramos niñas hemos sentido la imperativa llamada de la escritura como un deber, un deber atávico. Escribir por nosotras, sí, pero escribir también por nuestras madres, abuelas y bisabuelas que no tuvieron el tiempo de hacerlo. Leyendo más sobre Marçal descubro que lo suyo era el feminismo cultural, como explica Heura: “Mi madre al principio también tuvo una época de militancia política, pero tanto Fina [su pareja] como Mercè se dedicaban al feminismo cultural, ambas se dedicaron a recuperar la genealogía femenina, Fina de las filósofas y mi madre de las escritoras, a reivindicar figurar olvidadas y también a apoyar a sus contemporáneas”. Reivindicar figurar olvidadas, recuperar la genealogía femenina. La tribu sigue la estela de Marçal en ese esfuerzo por reconquistar espacios, dar voz, rescatar la escritura de mujeres de los márgenes de la historia. En Un cuarto propio, Virginia Woolf se imagina cómo hubiera sido la hermana de Shakespeare si hubiera existido. Se habría llamado Judith y habría estado maravillosamente dotada para la escritura, al igual que su hermano. Pero al contrario que él, ella no habría podido ir a la escuela para aprender latín de la mano de Ovidio, Virgilio y Horacio, ni tampoco gramática ni lógica. Mientras William aprendía, Judith se quedaba en casa y hojeaba, mientras él no estaba, los libros de su hermano y leía algunas páginas. Pero esa curiosa tarea practicada en secreto, se veía interrumpida por el vocerío paterno que la obligaba a zurcir calcetines o atender el guiso del almuerzo. Judith, sin saber bien por qué, sentía la llamada de la escritura y escribía, más bien, garabateaba a escondidas en el desván. Y así pasó sus días hasta que a los diecisiete años sus padres la quisieron casar con un vecino mucho

mayor que ella. No podía casarse, tenía que huir de aquella casa. Y así lo hizo. Sigue inventando la Woolf, cómo hizo un atadito con sus cosas y se deslizó por la ventana una noche de verano y se marchó a Londres. La fuerza de su vocación la impulsó. La fuerza de la escritura. Un don como el de su hermano para la música de las palabras. Cuando llegó a la ciudad, llamó a la puerta de un teatro diciendo que quería representar una obra y los hombres se rieron en su cara. Judith acabó embarazada de Nick Green, un empresario del teatro, y, desesperada ante el futuro incierto y desgraciado que le esperaba, se mató una noche de invierno. Dicen que yace enterrada a las orillas del Támesis en el barrio de Elephant and Castle. Así, imagina Virginia, hubiera sido la historia si una mujer en tiempos de Shakespeare, hubiera tenido el genio de Shakespeare. Quizá Marçal y Judith sigan vivas dentro de nosotras. Una Virginia Woolf ficticia podría mostrarse esta noche, en ese momento exacto en que nos damos por vencidas ante esa historia o ese poema que no acaba de salir, y nos diría que “las grandes poetas nunca mueren. Su presencia siempre perdura. Solo necesitan la oportunidad de caminar entre nosotras. Creo que si hubiéramos vivido en otro siglo, si hubiéramos tenido el hábito de ser libres para escribir lo que pensábamos... Y si nos enfrentáramos al hecho, porque es un hecho, de que no tenemos ningún brazo al que aferrarnos sino que estamos solas, entonces la oportunidad aparecerá. Y la poeta muerta, que fue la hermana de Shakespeare, se personificará en el cuerpo que tantas veces acostó. Al crear su vida a partir de sus predecesores como su hermano, volverá a nacer”. Love, Carmen


Cuando, en pleno deshielo, el río remonta hacia la fuente, y su curso sesgado se alimenta lo mismo que un espejo de tu faz, y apartado de ti me lo devuelve, convertido en tiniebla y en deslustrado espanto... Názcanme ojos de ciega, unos ojos vivientes en la punta del dedo con el fin de leerte y no perderme en viejos simulacros sin contornos que al igual que un remanso me devoran la noche. Deshielo María Mercé Marçal


�� Editorial �� La diferencia está en la dosis Basura Especial �� La caja de Pandora Laia López Manrique �� Diario de una propagandista Alba González Sanz �� El cómic hecho carne Ángelo Néstore �� Hable con ella Carmen G. de la Cueva

�� Leer para contarla Jenn Díaz �� Las paredes contiguas Teresa Soto �� Primera edición, segunda lectura Azahara Alonso �� Ellas disparan Ajo Fernández �� Estos libros te salvarán la vida Ana Llurba


Basura Especial | Nannie-Doss


la caja de

Pandora

La sangre expósita Laia López Manrique

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Una sang nova dins de venes noves. És a la sang que demano uns ulls nous. Maria-Mercè Marçal


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VOZ PRIMERA

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Al principio hubo una gran detonación, el bramido de un animal y un revuelo de abejas en torno de un nicho vacío, como si del centro de la tierra fuese a brotar un aguerrido monstruo mitológico. Se hizo el silencio en los pasillos de aquel hospital y un centelleo anómalo comenzó a salpicar desde el suelo hasta el techo de la sala de partos. De pronto, entre espasmos y temblores de la camilla, las tijeras, los bisturís y otros utensilios que la ciencia médica había validado como útiles para asistir los nacimientos, apareció, bañado en un reguero de sangre clara, el rostro asombrado y sedicioso de una niña. Alguien gritó. Nadie se explicaba el por qué de aquella irrupción repentina. Una voz aludió a la generación espontánea, algo que habían descartado muchos siglos antes, como si la niña que había nacido sin madre fuera una especie de microbio amplificado. La encerraron en una habitación para que nadie supiera de su existencia y le dieron distintos nombres: molécula adverbial, amasijo, liendre, inmolatriz, escalena, corpúsculo, hembramacho, vernácula, apósito lluvioso. Ninguno de ellos se acababa de ajustar a su naturaleza, de modo que ella iba mutando de un lugar a otro, pequeña y audaz como una liebre de las nieves. A los cuatro años la trasladaron a un orfanato, donde aprendió a convivir con sus iguales y con sus desemejantes y a defenderse de los golpes con mirada de distante desafío.

Cuando creció, la niña se dio cuenta de que tenía el don de atravesar el espacio y el tiempo en saltos regresivos y proyectivos. Solo tenía que sumergir su poblada cabeza en un barreño fabricado con pasta de papel desecada a la luz de la luna y esperar. “Sé tenaz”, le decían los objetos que había a su alrededor en el cuarto, “y tendrás ocasión de ir tan lejos como quieras.” Entonces, la niña sin nombre fijo, uncida por el enigma, comenzó a fabular. En los relatos que se contaba a sí misma, hablaba de las mujeres que, como ella, habían venido al mundo expulsadas de una dimensión ignota. Empezó a conocerlas a través del deseo de que existieran. Raigambre o causalidad extraña: existían. O ella las fabricaba, amasándolas. Para hablarles, comenzó a inventar un lenguaje hecho de interrupciones, de pellizcos leves, de signos poco comprensibles para los otros. Y las amaba como se ama a una mitad de incesto inmaterial y lejano. Después vinieron los libros. Ella los leía con ansia, para encontrar a sus hermanas en alguna de sus letras. Solo por eso insistía en la lectura. No las encontró en la lengua fosilizada, a menudo imperativa, de los grandes autores. No las encontró en los cantos de amor de los poetas. No las encontró en la mirada sesgada de los hombres, ni tampoco en su mirada más frágil. Casi desesperada, pero tenaz, como le habían pedido que fuera, trataba de leerlas en la entrelínea de los textos, y soñaba cómo sería la ocasión imprevisible en que diera con ellas.


VOZ SEGUNDA Yo fui una niña que quería escribir. Una vez. Lo fui. Tengo recuerdos. Cada vez menores, cada vez más disipados. Pierdo la memoria a causa de la escritura y a causa de la escritura, también, la recompongo, que es algo muy parecido a inventarla. Yo fui una niña que buscaba a sus hermanas. ¿Pero quiénes eran? ¿Las muertas o las vivas? A mí me gustaban las vivas, por supuesto, pero prefería, casi siempre, a las muertas. Para salvarlas. Como en un gesto de contención imposible, posterior a la catástrofe. Me preguntaba: ¿cómo podré hacer que las muertas revivan? Tardé años en darme cuenta de que se salva a las vivas y a las muertas se las dignifica. A veces pienso que la literatura está muerta. Otras, que vive intensamente. No me refiero a una noción de la literatura monumental, como un conglomerado o conjunto de todo lo que está escrito y avalado por un poder canónico y delimitador. Me refiero a una noción casi sanguínea de la literatura, a su flujo y, sobre todo, a su movimiento. Siempre he imaginado que la literatura, como el amor entre las mujeres, funciona por una especie de transfusión. Para mostrar la analogía, usaré una imagen extraída de una película. Se trata de La cautiva de la cineasta belga, recientemente fallecida, Chantal Akerman. En una de sus escenas más bellas, la protagonista, Ariane, sale al balcón y, responde con su voz a una vecina que canta en su ventana un aria de ópera. Ambas mujeres, una y otra, en armonía, se comunican, plena y horizontalmente, a través de la música. Ese momento recoge algo similar a un trasvase (algo que es a la vez réplica, oleaje, exterioridad e incorporación) y así es como

entiendo que ocurre, también, con el lenguaje, con la lectura y con el giro hacia la escritura. En el panorama de las letras catalanas fue la obra de Maria-Mercè Marçal la que abrió un camino que hasta entonces permanecía sin asfaltar. Era el camino por el que discurren las niñas que escriben, las mujeres que se buscan, las que intercambian canciones o prorrogan silencios. En La germana, l’estrangera, la poeta trabaja sobre el eje de la sangre y la transfusión, al menos, en tres sentidos. Por un lado, está en el libro la imagen referida a la maternidad como pacto o comunión de sangre, sin mistificación, con todo el caudal político que implica desde una visión feminista. Por otra parte, reclama una “sang nova dins de venes noves” porque ha adoptado un nuevo punto de vista sobre la realidad, que implica la necesidad de cambiarlo todo, partiendo, metafóricamente, de la vida del cuerpo. Y el aspecto de la transfusión, en el caso de Marçal, viene dado por la intertextualidad, la resonancia y la presencia en los poemas de palabras o ideas de otras autoras, como Adrienne Rich o Renée Vivien, a quien dedicaría una novela espléndida. La letra viva cambia y transita entre la voz de Marçal y los ecos de las otras, dando lugar a la escucha, que podría parecer recíproca. La propia Vivien dejó escrito un poema, Vous pour qui j’écrivis, donde esta escucha futura y a la vez simultánea es planteada como un deseo y una certeza. La poeta escribe para una posteridad de mujeres, amadas y amantes, las hermanas de la sangre expósita, tal vez las únicas a las que legar los versos: “Direz-vous: “Cette femme eut l’ardeur qui me fuit.../ Que n’est elle vivante! Elle m’aurait aimée...”

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diario de una propagandista Interruptus Alba González Sanz

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En los últimos meses he perdido varios hábitos. Viaje, trabajo y vida se aliaron para que de mis semanas desapareciera la liga de fútbol, la costumbre de los partidos de fin de semana, las crónicas del lunes, la Champions, estar al tanto de las plantillas y sus devenires. Una sensibilidad extrema hacia el ruido, las voces disonantes y el barullo se ha llevado por delante todo intento de seguir la nueva política en los programas de televisión, confiándome a Youtube o a un uso neurótico del botón de silencio en el mando a distancia. Decimos “nuevo” porque todo cambio ha de erigirse, en lo simbólico, contra un estado de cosas al que enjaretarle vejez y caducidad, al que borrar del mapa con otro ímpetu. Pero en toda disciplina que aplique, aunque camuflados esos opuestos, lo que sucede es siempre menos innovador. Candidatos en platós de televisión, en entrevistas–debate, agarrándose verbalmente con periodistas, presentadores… el espectáculo en la

pantalla que cada cual haya colocado en su salón. Cierto proceso del proceso, cierta espontaneidad construida, la mínima posibilidad de un salto de guión. Todo eso me interesa aunque no soporte el griterío de los debates. La televisión, sin embargo, no es un invento nuevo: el canal es aquí, objetivamente, viejo. Ha visto alunizajes, watergates, Franco ha muerto. El entierro de Kennedy y la llegada de un hombre afroamericano a la Casa Blanca. Muertos en guerras y en trenes, bodas o funerales de Estado, la calva de un exdirector del FMI entrando en un coche policial. La televisión, sin ninguna duda, también es casta.

“La televisión, sin ninguna duda, también es casta” En el barullo de los debates que nos asolan antes de comer, las noches de sábado, parecemos olvidarlo porque sí, no es frecuente, tener tan a la vista el buen hacer o no en un diálogo de sus personajes.


Pero quienes hablan o gritan no son, tampoco lo olvidemos, como tú y yo, simples mortales, entre otras cosas porque no pierden de vista el poder manipulador y potenciador de los discursos de ese aparato. Hace unos días, la candidata del PSOE al Congreso por Asturias, Adriana Lastra, incendió las redes con su forma de impedir una interrupción del podemita Íñigo Errejón: “Perdona, Íñigo, soy la única mujer…” Por supuesto, en las redes la cita literal se había diluido un poco: “no me interrumpas que soy mujer” y de la disculpa al imperativo también se desplazaron unos cuantos significados importantes. Youtube mediante, observo a Lastra entonar televisivamente la protesta por la estudiada tendencia masculina a no dejar hablar a las mujeres en espacios públicos (que combina a la perfección con la socialización femenina para el silencio y el convencimiento de que no tenemos nada importante que decir) pero intento no olvidarme de quién es. Intento no olvidarme de que ella, con quien comparto posiblemente configuración

hormonal y significados culturales, no es del todo como yo. Están los hechos: los estudios nos describen lo difícil que es para algunas mujeres abrirse paso en entornos masculinos y conectan eso con procesos educativos, familiares, sociales, que tienden desde pequeñitas a ponerles punto en boca. La niña que habla mucho es la sabihonda, la pelota, la repipi. Maestras y maestros tendían –y alguien quedará todavía así– a dar la palabra más veces a un muchacho que a una muchacha si levantaba la mano. A ellos se les ríen las gracietas, a las niñas se les afea la impertinencia. Las cosas cambian, claro, y probablemente en las escuelas de hoy tengamos mucho más cuidado con estas cosas. Pero quienes salen en televisión vienen, sin duda alguna, de las escuelas de ayer. Crucemos esto con otro hecho: a las mujeres les cuesta tener una cultura política activa en los términos masculinos (participación, representación, portavocía) y suelen tenerla en otros términos relacionados con el segundo plano,

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el trabajo de guerrilla, los cuidados y la logística. Grosso modo, claro. Las excepciones, que existen, suelen responder a algunos modelos: o bien nos encontramos con señoras que son exactamente igual que señores en su praxis pública –que se vuelven como señores para poder tener una praxis pública– o bien, en estos días, aparece un nuevo tipo de representante política que no se enmascara en la masculinidad hegemónica y que intenta no caer en trampas de falsa cortesía, además de no esconder que oh, diosas, tiene dos tetas, qué barbaridad. Entre Inés Arrimadas y Ada Colau pueden oscilar ambos extremos. Sucede que la tele tiene sus querencias. Imagino las asesorías de los partidos políticos intentando decidir cuánto de largo un vestido, qué imagen ofrece en términos sexuales, cuánto de profesional y seria y buena gestora puede parecer una mujer. Luego, en el peor de los términos, se le corta la cabeza en un reportaje fotográfico y se equilibran entonces los significados, como fue el caso de la representante catalana de Ciudadanos tras obtener un resultado histórico de su formación y siendo la única candidata a presidenta de aquellas elecciones. Así que el despliegue protocolario, la danza y el encaje de bolillos de la televisión tiene en cuenta roles y actitudes de manera si no nueva, sí televisada. Para todos los públicos. Este público que aquí escribe sintió un escalofrío recorrerle la cerviz al ver a Lastra invocar su condición de única mujer en el debate. Intento explicaros por qué: porque es cierto que era la única y eso, en sí, ya es un síntoma (pienso por ejemplo en el programa especial de La Sexta en noche electoral catalana: ese campo de nabos de la prensa patria, presentador incluido). Es cierto también que la presentadora era Ana Pastor, a quien le debe escocer el Anita de cierto galán latinoamericano con pocas formas de presidente y muchas de estereotipo, que pronto

saltó y restó importancia a la protesta de Lastra. Lo hizo porque para ser la única reconocida entre ellos, quizá, tengas que no decir muy alto que es ella. Es cierto que Errejón interrumpe a todo el mundo, también. No por ello deja de tener peso el privilegio coyuntural de su varonía. Es cierto también lo que ya he enumerado de dificultades para la política en términos masculinos, de la socialización diferenciada por género desde la infancia, de la costumbre interiorizada de oponer al hombre sabio y la charlatana. Pero, oh diosas, de nuevo, Adriana Lastra no es como tú ni como yo. No dice nada que no venga del aparato de un partido y aquí sí invoco y creo que defino la vieja política. No dice nada, en realidad, que no tenga medidas sus palabras. Dejando de lado la simplificación de las redes que diluía todo el contenido de protesta legítima ante esa puñetera manía de no dejarnos hablar de ciertos varones, o de hacerlo con condescendencia o esperando a que terminemos para hablar de sus cosas, lo cierto es que la forma se me quedó clavada en la garganta como ansiedad seca. Quiero ver a una representante política que rompa los gritos que silencio en mi televisión, que desactive el discurso del machito, que con toda la calma entone, tal vez, un poco de ironía, de certero dardo, de realidad otra sin caer en los juegos conocidos. Quiero ver a una representante política que, sin tener que negar su condición de mujer para hacerse hueco, no la entone o exprese buscando fáciles lealtades, malditas cortesías, el riesgo que enfanga de la victimización. No quiero entrar antes en el ascensor, ser invitada a copas, gozar de un silencio displicente para que diga mis cosas antes del debate de calado. No quiero nada de esto en mi salón, en la pantalla. O sí, pero en Mad Men.


Dig me out | Martín de Arriba © 2014


el cómic hecho carne Una historia sobre la vida Ángelo Néstore

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¿Preferirías vivir la vida o escribir sobre ella? En puro estilo bechdeliano, una de las autoras más emblemáticas del cómic estadounidense reflexiona sobre la vida y se ríe de ella mediante el tablero de un juego clásico norteamericano que simula la vida de un ser humano. Bechdel nos coloca el yo encima de la mesa y lo hace pedazos. Luego, mueve ficha, coge el destino, lo coloca en la palma de la mano, cierra los ojos y tira los dados: cinco, ocho o, quizás, once. Los caminos se abren y se convierten en bifurcaciones ante la mirada atenta del hombre que se pregunta si tendría que haber cogido aquel avión para pedirle perdón a su ex-pareja, de la mujer que no sabe si seguir escribiendo o aceptar aquel puesto de trabajo y del niño que, mientras juega, está dudando si prefiere ser policía o ladrón para luego estirar la mano y contar hasta cinco, ocho o, quizás, once. Y con la misma mano ordenará el futuro en casillas exactas de monotonía hasta que un día descubra que el adversario en este juego es él mismo, de un golpe sobra la mesa y recoja todos sus yo rojos, verdes y morados para devolverlos a la oscuridad de una caja escondida encima de una estantería.


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hable con ella Entrevista a Belén García Abia Carmen G. de la Cueva

Debo de tener un nudo en el útero, eso debe de ser, un nudo fuerte que no permite que nada salga de mi vientre. Belén García Abia {20}

Algunos libros se quedan pegados a la piel como si formaran parte de una. Es difícil desligarse de ellos porque permanecen con nosotras días, semanas y, a veces, toda la vida. Y en un torpe intento por recordar cada frase, cada coma, cada silencio, una vuelve a ellos una y otra vez para quién si sabe si para encontrarse a una misma. El cielo oblicuo (errata naturae, 2015) es uno de esos libros que te salvarán la vida. Y su autora, Belén García Abia (Madrid, 1973), una mujer feroz y abismal con la que he podido conversar durante días. Lo nuestro empezó con un breve mensaje y terminó convirtiéndose en un río de cartas que espero que no acabe nunca.



Anoche estaba leyendo en la cama a Leslie Jamison que acaba de publicar un hermoso ensayo en Anagrama. Se llama El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros y justo leía unas páginas que iban sobre un aborto de la propia autora. Dicen así:

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parecido al “hilo de las cosas”. Una fina cuerda que lo une todo, como si agarrándome a ese hilo, lectura a lectura, pudiera encontrar la respuesta a alguna de las preguntas esenciales de la vida. No sé. Creo que es interesante que nos hayamos encontrado ahora y que, de alguna manera, nuestros caminos se crucen a través de los libros que leemos. Te recomiendo Me programaron el aborto para un viernes, y El anzuelo de los días y también Siamesa de María ante mí se extendía una semana de días normales Ramos, un poemario sobre su precoz maternidad a y corrientes hasta la fecha señalada. Comprendí los 20 años. que se suponía que debía seguir haciendo cosas normales y corrientes. Una tarde me refugié en * la biblioteca y leí las memorias de una escritora en torno a su embarazo. Hablaba de un nudo Los fragmentos que me adjuntas me recuerdan a El pulsátil de temor y soledad en su interior —nudo acontecimiento de Ernaux, un libro brutal sobre la que la acompañaba desde que tenía uso de razón experiencia de una mujer al abortar. Encuentras en y que solía apaciguar con el alcohol y el sexo— y este libro imágenes como esta: explicaba cómo el embarazo había sustituido ese nudo por el diminuto capullo que era su feto, una Ahora tenía un sexo expuesto, descuartizado, un vida con movimiento propio. vientre rascado, abierto al exterior. Un cuerpo parecido al de mi madre. Envié un mensaje de texto a Dave. Quería hablarle del nudo de miedo, del corazón del bebé, de la Es un libro imprescindible. Un libro que duele. pena que me daba leer la historia de una mujer Donde se siente el miedo, donde se puede tocar ese cuyo embarazo la había cambiado, a sabiendas nudo de temor que leemos en el libro de Jamison. En de que yo no cambiaría a raíz del mío, o por lo el cielo oblicuo yo también escribo sobre un nudo; menos no como ella lo había hecho. No obtuve “debo tener un nudo dentro” y compartimos las respuesta hasta pasadas varias horas. Eso me imágenes y es que, como leí en Maillard, “Soy mis molestó. Me sentía culpable por no experimentar imágenes” y podemos afirmar que somos nuestras sentimientos más intensos en torno al aborto; me imágenes que compartimos. ¿Será eso la literatura sentía enfadada con Dave por estar en otra parte, escrita por mujeres, imágenes compartidas, hilos por haber decidido no hacer nada en absoluto que nos unen por dentro? ¿Será que esos hilos cuando yo iba a hacer todo lo demás. atan el nudo que llevamos todas dentro? Hay una creencia oriental que he leído recientemente en Después de leer tu libro, habiendo leído Recuerdos de Dasai Ozamu y es que los amantes previamente Maternidad y creación de Moyra predestinados están unidos por un hilo rojo atado Davies y corrigiendo en estos últimos días los textos al dedo meñique de su pie derecho. Pienso que si lo para FRIDA y Blusa —muchos de ellos hablan sobre cambiamos, ese hilo en realidad uniría a todas las la maternidad— me parece que he encontrado algo mujeres. Intenta visualizarlo. Mujeres que caminan


por la calle sobre un mar de hilos rojos que ni se retuercen ni se rompen. Deberíamos intentar sentirlo y así sentir a las otras. Creo que la literatura nos ayuda a ver y sentir ese hilo rojo. Si sentimos el hilo en nuestro dedo a la vez, podremos sentir el dolor de las mujeres a las que estamos unidas, las conozcamos o no. Hace unos días, en el pueblo en el que vivo, una chica de unos 23 años enterró a su feto-hijo-bebé de ocho meses bajo un naranjo. Parió a escondidas, lo dejó no nacer y lo enterró. Junto a ella estaba su madre. Lo hicieron juntas. Pienso en su dolor. Pienso en el nudo de temor y vacío que debió agrandársele por dentro, la pena, el dolor de la pérdida. No sé por qué lo hizo. Ella ya tiene una hija de seis meses y también creo que no importa, que el por qué y las razones no sirven.

–demasiadas– veces, nos preguntamos ¿para qué escribimos? ¿Para quién? En El cielo oblicuo, un hermoso libro de Belén García Abia que nos ha conquistado, la autora se formula esa misma pregunta y hace una lista de escritoras sin nombre de pila (¿por qué a las mujeres siempre se las cita por su nombre de pila?) que nosotras ampliamos: Martín Gaite, Ginzburg, Lessing, Duras, Lispector, Plath, Pizarnik, Woolf, Sexton, Dickinson, Munro, Jaeggy, Kristof, Martín Gaite, Matute, Morrison, Méndez, Andreu, Yourcenar, Leduc, Sontag, Mistral, Storni, Figuera Aymerich, Maillard, Laforet, Fuertes, Atencia, Champourcín, León, Didion, Chacel, Winterson, Ernaux, Austen. ¿Escribimos para poder leerlas? Hablando del nudo he vuelto a tu libro y lo he recordado: “Debo de tener un nudo en el útero, eso debe de ser, un nudo fuerte que no permite que nada salga de mi vientre. Me pienso de cuclillas, metiéndome la mano dentro de la vagina y saco el nudo hacia fuera. Lo imagino blando, un fuerte y grueso nudo blanco”.

Las preguntas que rodean la no-maternidad están llenas de dolor y de nudos. Muchas de esas preguntas me las hago en El cielo oblicuo y no consigo contestarlas, es, y de forma muy consciente, un lanzar los hilos al resto de las mujeres madres y nomadres para que intenten responderlas conmigo. No sé las respuestas, ni siquiera sé si hay respuestas o si éstas importan. Y me he acordado también de Jane Lazarre y su Mother Knot: * Temblarán y temblaré mientras nos saludamos, Cuando me has contado la historia del hilo rojo he y haremos algún comentario sobre el tiempo y pensado en este verso de Maillard: algún otro sobre el bebé, y ninguno sobre nuestros maridos, que no volverán hasta que oscurezca Siempre están los hilos. para ayudarnos con los niños mojados, fríos, malhumorados, y tampoco ningún comentario Y me has inspirado para escribir esto para Blusa: sobre nosotras. Para unas y para otras, para los Los hilos. ¿Qué sería de nuestra existencia sin niños pequeños y para los padres ausentes, somos esos hilos que lo juntan todo? Aquellas que madres. Soy la madre de Benjamin y en breve le practicamos el tierno oficio de la escritura, muchas daré los buenos días a la madre de Matthew. Espero

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y observo las ventanas, convencida de que nadie va a salir todavía, confiada en que Benjamin y yo podamos soportar el frío un rato porque el picor de las mejillas y las lágrimas de mis ojos suavizan las sensaciones incómodas que constantemente amenazan con aflorar en mi mente en entornos más confortables. (…)

sentir? ¿Qué se le pasaría por la cabeza en esos momentos? Supongo que es una muestra de amor y de hermandad que su madre la acompañara. Lo curiosos es cómo llegó esa noticia a ti, porque si te llegó a ti imagino que la sabrá la gente del pueblo. Y, ¿se puede vivir sin que la gente te mire extrañada después de eso?

Cuando yo era niña mi madre trabajaba. Si no Tengo muchas preguntas. Todas las preguntas del hubiera sido porque la mayoría de las madres de mundo están en mí. Me equivocaba. El hilo de las mis amigos se quedaban en casa y cocinaban y cosas no responde, cuestiona todavía más. limpiaban e iban a recoger a sus hijos a la escuela, a mí no me hubiera importado, porque de noche solíamos bañarnos juntas. Y cuando se me metía algo en el ojo, ella me lo quitaba con cuidado y cariño.

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Aquella noche deseaba que el día siguiente fuera todo para mí, no para estudiar sino para quedarme con los niños y estar tranquila por la mañana, pasar todo el día fuera en la hierba al calor del sol sabiendo que a las cinco, cuando los demás llegaran a casa a ocuparse de sus responsabilidades, yo podía descansar; ver a los niños, pero no tener que cuidar de ellos. Entonces el rostro de mi madre se apoderó de mi mente, eclipsando todo lo demás. Y era su propia mano con la que acariciaba la espalda de Benjamin Leyéndote me he acordado de algo que me contó hasta que se dormía, y también con su propia voz Ariana Harwicz: con la que le cantaba canciones. “Hay una chica que vive a dos casas de la mía, una Yo no soy madre. Nunca he sido madre. Nunca me chica que siempre anda como juntando ramitas, he quedado embarazada. Pero desde hace algún cortando plantas, oliendo flores, al borde del tiempo, lo deseo. No sé de dónde viene, pero lo camino, sobre las canaletas. Adentro de su casa se escucha a veces el llanto de un bebé que nunca deseo. vi. Cuando pregunté a los vecinos qué le pasaba me Es estremecedor lo que me cuentas de la chica dijeron que era una débil mental, que tenía algún que enterró a su hijo bajo el naranjo. ¿Qué debió retraso. Pero un día me la crucé en la estación de tren


del pueblo donde vivo y subimos al mismo vagón y pude conversar con ella. No era retrasada, ni débil mental, no era discapacitada; estaba furiosamente enamorada de un hombre casado que vive en la ciudad y al que veía poco o nada, entonces ella lo esperaba en la ruta, los días de heladas, en verano, lo llamaba, tomaba el tren para verlo, y bueno, era eso, estaba enamorada”.

Lo empiezo a leer esta misma noche. *

Son casi las siete de la mañana y acaba de amanecer. Me levanto todos los días sobre las cinco. Me hago un café, me siento frente al ordenador e intento escribir, o no escribir, pero estar. Un tiempo para mí. En apenas cinco minutos llegan las empleadas, Hay algo en vosotras, en vuestra manera de contar ponen los desayunos y la casa se despierta. las cosas. Las dos viviendo alejadas de todo, en una Comienza mi día. Tantas interrupciones y tantas casita en mitad de lo salvaje. tareas varias me impiden centrarme en la escritura. Y si no escribo no tengo día. Lo arrastro y con él Creo que os gustaría conoceros. mi mal humor. * Quiero contestarte despacio, tomarme mi tiempo. Me encanta esta conversación contigo y me encantaría conocer a Ariana aunque fuera solo por email. Me ha gustado mucho ese paralelismo entre ambas. Y además es que Ariana está en mi cielo oblicuo: “Leo en Ariana Harwicz; tengo en la bombacha un coágulo que se me escapa por las piernas. No es otro embarazo, creo, es rabia. La mujer feroz vive dentro. Escribe con el útero, con mis ovarios, con mi vagina”. * Leo en La mujer de pie de Maillard:

Me encanta lo que has escrito, ya te dije ayer, y me encanta que hayas continuado con la lista de autoras. Con El cielo oblicuo, al escribirlo, siempre tuve la sensación de que podría escribirlo eternamente, que podría seguir creciendo a la vez que seguía creciendo yo. Y por eso me gusta tanto porque crece en lxs otrxs. El diálogo se produce entre el libro y el lector. Una pregunta que me han hecho muchas veces ha sido hasta qué punto este libro era autobiográfico y siempre he pensado lo mismo. ¿Realmente importa? Lo que a mí me importa es que lo autobiográfico sea para el lector, que uno se encuentre en él como me pude encontrar yo al escribirlo. Lo que importa, lo que da sentido al texto es la lectura. Y por eso es tan importante que se expanda y fluya, que se aumente ese bagaje literario, que escribamos el nombre de las voces femeninas que leemos.

Eloísa, así he decidido bautizarla en lo que estoy escribiendo ahora y su historia salieron en el Los hilos: sucesión de imágenes. Ecos visuales que periódico. La gente lo sabe pero este país, o tal se multiplican según la intensidad del surco. vez sea el sur o tal vez África, no tiene memoria o saben perdonar o saben comprender o ponerse

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en lugar del otro. Eloísa podría vivir en el primer mundo y tirar su hijo en un contenedor, como ha pasado infinidad de veces, la única diferencia es que ella ha plantado a su bebé bajo un naranjo.

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Yo tampoco quise dejar a mi no-hijo en su sala de espera o tirarlo en un contenedor. Si no pude ser madre en el “yo cotidiano” que decía Levrero, soy madre en el “yo literario”. Ese deseo existió, como existe en ti, y di vida a ese niño. Se ha entendido poco el epílogo. No se entendía qué hacía ese niño ahí si era la historia de una no-madre. Pero mi hijo sí que nació, sí que existió, ¿importa dónde? Existe en mí a través de la escritura. Tu deseo existe y tu hijo ya existe. Lo tengas o no. Tal vez el hijo de Eloísa se haya convertido en agua y después de ser agua será una flor y tras ser una flor haremos que viaje con el viento. Eso es la escritura. Si no existe, podemos crearlo, porque es entonces cuando existirá. Marcelo existirá todavía cuando yo haya dejado de existir. Un libro maravilloso que seguramente habrás leído: Una cuestión personal de Kenzaburo Oé. Bird, el protagonista, lo que desea es volar, es viajar, conocer mundo y nace su hijo, un bebé monstruo como él lo llama. En este libro di con un fragmento que me parece resume a la perfección lo que es para mí la escritura. Bueno, resulta que tú y yo también existimos, bajo diversas formas, en numerosos universos diferentes. ¡Ahora mismo! Podemos recordar varias ocasiones, en el pasado, cuando las oportunidades de vivir o morir se equilibraban. Por ejemplo, de niña enfermé de fiebre tifoidea y estuve a punto de morir. Recuerdo perfectamente el momento cuando llegué a la encrucijada: podía descender hacia la muerte o escalar la ladera de

la recuperación. Naturalmente, la Himiko que ahora está contigo escogió el segundo camino. ¡Pero en ese mismo instante otra Himiko escogió el primer camino, hacia la muerte! Y un universo de personas que conservan un fugaz recuerdo de la Himiko que murió se puso en movimiento en torno a mi cadáver. ¿Entiendes, Bird? Cada vez que te encuentras en una encrucijada entre la vida y la muerte, se abren ante ti dos universos: uno pierde toda relación contigo porque te mueres, el otro la mantiene porque en él sobrevives. Cuando se escribe, se hacen posibles esos universos, los hacemos tangibles. Así que hay una mujer como yo, una no-madre que no tuvo un hijo y una no-madre que sí lo tuvo y se llama Marcelo y Telmo y se queja de haber convivido con una no-madre. Hay un lugar en el que Eloísa no está embarazada porque abortó a tiempo cuando aún sabía que no quería ser madre otra vez, hay otro universo en el que Eloísa tiene a su bebe y los dos se sientan bajo el naranjo a jugar y hay otro donde ese bebe está a sus pies, enterrado. Cuando escribo me gusta pensar en que los universos se juntan, que el bebé convertido en agua y en flor oye a su madre llorarle sentada junto al naranjo y ese mismo niño también oye a su madre y a sí mismo jugar sobre él. Y para mí eso es escribirnos, darle voz a los universos que son y los que pudieron ser. Ya son las 9. Tuve que hacer una pausa para atender los desayunos. Es un verdadero placer charlar contigo. * Son las nueve y media pasadas cuando empiezo a escribirte. Es lo primero que voy a hacer hoy, escribirte.


que preguntarle. Tengo que comenzar a hablarle Leí tu correo mientras estaba buscando una de ti. El otro día me dijo que ya había terminado antología de Maillard. Lo leí dos veces en ese su tercera novela. Se llamará Precoz y se publicará momento. Me pareció tan, tan hermoso todo lo en noviembre. En unos días me la va a mandar y que me contabas. Me emocionó mucho imaginarte vamos a iniciar una conversación en torno a ella. a las cinco de la mañana sentada escribiéndome Como con La débil mental. Tengo que poneros en con la casa en calma justo antes del bullicio contacto, lo sé. diario. Algún día podrías enviarme una fotografía de ese amanecer que ves, de los leves rayos de luz No he dejado de darle vueltas a la historia de iluminando la habitación. Lo siento, siento haber Eloísa y a tu explicación de los universos posibles. postergado escribirte. Una correo como el tuyo Todo va tan rápido y tengo tantos textos que merece una respuesta a la altura. escribir por obligación que apenas puedo dedicar tiempo a leer por placer y dejo decenas de lecturas ¿Sabes qué llegó ayer? El acontecimiento de Ernaux. a medias que luego recupero o no. Me gustaría Me dormí leyéndolo. Es breve, casi lo tengo que en otro universo, mi otra yo se dedicara el día terminado ya. Me está gustando mucho. Qué entero, la noche entera a leer y leer sin necesidad sencillez, qué manera tan clara y, a la vez, natural de dormir ni de comer. Leer y guardar dentro de contar las cosas. Voy a seguir leyéndola. Ha de sí todas esas historias ajenas. Pero luego sido todo un descubrimiento. Tengo que hacer pienso, ¿qué sería de nosotros si no pudiéramos algo con ese libro. Siempre nos quejamos, las de compartir las lecturas? ¿Hablarle a los otros de lo mi generación, de que no hay testimonios sobre el que nos obsesiona de los textos? No sé quién sería aborto y parece mentira que este libro se publicara yo si no pudiera sentarme a hablar con Miguel, mi en el 2001. Es verdad que yo tenía entonces apenas compañero, de todo lo que leo y todo lo que esas trece años (entonces me vino la regla por primera lecturas despiertan en mí. vez). Pero no entiendo por qué no hay una asignatura en los colegios, en las universidades de Vuelvo a Eloísa. Te leí el martes y estuve dando humanidades donde te hablen de esas lecturas de vueltas y vueltas a su historia (y a la tuya): “Tal supervivencia. Saber que eso ya le pasó a otra, que vez el hijo de Eloísa se haya convertido en agua lo superó, que escribió un hermoso testimonio y después de ser agua será una flor y tras ser una con el brutal acontecimiento... eso reconforta, flor haremos que viaje con el viento. Eso es la ofrece reconocimiento en la otra. Ayuda a saber escritura. Si no existe, podemos crearlo, porque que no somos tan especiales, tan únicas, que todo es entonces cuando existirá. Marcelo existirá pasará. todavía cuando yo haya dejado de existir”. Es algo tan hermoso, Belén... esa imagen daría Tu cielo oblicuo fue una de esas, por eso creo que ha para empezar un libro, unos poemas. Y leer esa calado tanto entre mis contemporáneas (pienso en historia acerca del homenaje que se les puede Jenn Díaz, Luna Miguel...) las chicas que conozco hacer a los hijos no-nacidos, me recordó a algo y que escriben y que se interesan por la vida escrita que contó Luna Miguel sobre su viaje a Japón. por las mujeres. No sé si Ariana te ha leído. Tengo En su viaje visitó una especie de santuario (voy a

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buscar el nombre exacto en su blog): el templo de lágrimas de Kamakura. Y escribió esto: “Cientos de estatuas grandes y pequeñas representan a bebés que no nacieron. Las mujeres que sufrieron abortos espontáneos colocan sus estatuillas en honor a sus hijos perdidos. Un ejército de niños de piedra sonríe y sueña frente al océano pacífico de Kamakura mientras los budas gigantes (y las águilas, y el aire, y las mariposas, y las flores) los protegen. Nosotros despedimos y saludamos aquí a nuestro bebé perdido, al otro lado del mundo hemos llegado para seguir pensándote. Ahora, toca seguir caminando”. Tu historia me lo recordó. Te dejo unos versos de Maillard: escribir

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para curar en la carne abierta en el dolor de todos en esa muerte que mana en mí y es la de todos escribir para ahuyentar la angustia que describe sus círculos de cóndor sobre la presa * Es una tarde de lluvia, chuva como se dice por aquí, una lluvia con interrupciones que hace las delicias de los habitantes de este lugar, zona de agricultores. La chuva no es melancólica, mientras que la lluvia sí y mucho más la otoñal, la chuva es alegre y bienvenida, la lluvia en cambio el anuncio de la llegada del invierno. Aquí no hay invierno. Hace más frío, pero no existe el invierno como nosotras lo conocemos. Esa es una de las cosas que más echo de menos: las estaciones. Adoro pasear por Madrid en otoño con los cambios de

los colores en los árboles, adoro los primeros rayos de sol en la primavera. Aquí hay nubes o hace sol. Hace más calor o más frío. La diferencia es pequeña entre unos meses u otros. Se sabe según si la caña de azúcar está en flor o si ya está cortada, si ha crecido el maíz o si los árboles están llenos de mangos. Esto lo he aprendido con los años, con los diez años que llevo en este lugar. Un lugar que me ha enseñado mucho. Un lugar en el que me he encontrado historias como las de Eloísa, que me han hecho preguntarme y re-pensarme. Voces que me han enseñado lados oscuros de mi misma y gracias a los que he aprendido a ser más tolerante, al menos a intentar comprender. Ver la realidad con los ojos que te están mirando, muchas veces una realidad amarga y desgarrada, tan desnuda, tan directa como ésta llega a doler. Hay momentos en los que se me ha partido el alma. Esas voces, como las de Eloísa, esas historias, las estoy recogiendo en un texto, una nueva escritura. En El cielo oblicuo escribí para escuchar mi voz, ahora quiero escuchar la suya. Apenas llevo 40 páginas de un proyecto de memoria, de imágenes que no quiero olvidar, de historias que no quiero perder. Esta isla se muere, Carmen. Hay mucha gente que emigra, sobre todo mujeres. Se van a otras partes del país o a Europa. Y este lugar agoniza. En mi texto escribo sobre despedidas, empiezo a pensar que mis textos siempre están escritos en torno a la despedida, bien de un no-hijo o bien de un lugar como en este caso. A veces creo que si me voy, si algún día cojo mis cosas y me marcho, esta isla se la tragará el océano porque ya no habrá nadie para vivir en ella. Sería un buen final para mi texto. Yo en el ferry mientras la isla es llevada a lo más profundo del océano. A veces creo que somos una


isla a la deriva que navega por el mundo. El libro que escribo es sobre las que se han ido, las que he visto crecer e irse, también a las que he visto morir, también a las que vi nacer. Es un libro de instantáneas, y así espero o intuyo que acabaré titulándolo, instantáneas a contraluz porque cuando vives en otro país, en otra cultura, la única forma de captar esas imágenes es a contraluz, adivinando más que viendo, perdiendo muchos detalles por propia incapacidad. Y Eloísa está. Ficcionada dentro de esos universos paralelos pero está, como están todas ellas porque las que más se van, a las que más he visto marcharse es a las mujeres. Y las mujeres son futuro y el futuro se marcha y esta isla se muere. Hay un verso de Gamoneda que transcribo en el libro: “En la quietud de madres inclinadas sobre el abismo”, y así las siento y las escribo.

único que tenemos en común las escritoras es que el mundo, a veces, nos extraña y nos confunde y en ese intento por aprender a vivir, la escritura llega como asidero para no caer”. La cita de “islas a la deriva” viene de la poeta catalana María Mercé Marçal que dice que “las mujeres ya no somos islas a la deriva como suspendidas en el vacío, desvinculadas de cualquier genealogía y sólo insertas de forma a menudo excéntrica en el universo cultural heredado, falsamente neutro”.

Me impresiona que lleves allí diez años. Y me parece un justo homenaje el libro que estás escribiendo ahora. No solo será un libro de instantáneas, sino también sociología. Las mujeres que son el futuro abandonan a tiempo una isla a la deriva. Al menos sabes que las que se van se salvarán de las aguas, pero quién sabe si sobrevivirán a la nostalgia. No me imagino cómo habiendo nacido en un lugar tan remoto y distinto a todo, una puede partir y no Me encantaría charlar con Ariana y leer Precoz y querer regresar. Ya sabes que me gustaría mucho estoy deseando que mi librero me envíe La débil leer alguna de esas instantáneas. Me interesa todo mental. Si Ariana quisiera estaría encantada de lo que tengas que contarme sobre esas mujeres y crear un puente entre las dos, escribirnos y por qué tus despedidas. no tal vez crear algo para Frida, una conversación a tres entre mundos tan distantes. Ayer firmaba mi primer contrato de edición para escribir un ensayo autobiográfico sobre el * feminismo, las mujeres, el género. En realidad no me han dado muchas directrices. Yo quiero hablar Resulta poética, pero también trágica la imagen de lo que significa ser mujer, hablar del pueblo, de ti misma marchándote de la isla y la isla de mi relación con las mujeres de mi familia, de hundiéndose en el Atlántico. En el tercer número las mujeres de la historia, de la lucha diaria... Lo de Blusa escribí, precisamente, que “las obras de firmé ayer y debe publicarse antes o después de las mujeres ya no son islas a la deriva desprendidas las navidades de 2016. Todavía no he comenzado. del continente de la literatura universal. Ya Estoy aterrada. Pero estas conversaciones me no escribimos desde los márgenes. Tampoco ayudan mucho, Belén. Y que usaras la palabra queremos pensar que toda la literatura de mujeres “memoria” me recordó a una cita de Tsushima que deba ser como un archipiélago, un conjunto de dice: “Quizá la memoria sólo consista en mirar las islas agrupadas por su condición de género. Lo cosas hasta el final...”

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Hoy he hablado con Ariana. Ya le he enviado El cielo oblicuo y le he comentado tu idea de que nos escribamos las tres. Le ha alegrado mucho. No hemos hablado apenas porque estaba en un taxi en París camino de la presentación de su libro. ¿No te parece sorprendente cómo nuestras cartas cruzan una distancia de miles de kilómetros en segundos? Un océano de bytes.

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es que yo escribo trágica, me gustan las imágenes intensas. “Yo soy mis imágenes” como leo en Maillard. Y mis imágenes son contundentes, son imágenes intensas porque me gusta producir sensaciones cuando escribo. Me gusta la literatura que me conmueve, la que me mueve por dentro y eso es lo que intento. Tal como está configurado mi proyecto de “imágenes en fuga” otro posible título (otra idea extraída de Maillard), no hay otro final que no sea ese. Me gusta pensar que lo acabaré, así que tal vez por eso me da miedo hablar mucho sobre él, porque puede que no lo termine. Siempre tengo la misma sensación, de dar por cerrado un libro que podría haber crecido con una lectura llegada a destiempo, con una idea descubierta tarde.

He acabado de leer El acontecimiento. Tenías razón, me parece brutal la historia, cómo expulsó al feto de tres meses en el suelo del lavabo de la residencia universitaria. Cómo tuvo que peregrinar para conseguir ayuda. Todo con mucho detalle parece ser que para evitar, como ella misma aclara en el libro, esas elipsis que se producía en todas las novelas que había leído sobre el aborto. Nunca Leo que las cárceles más seguras han estado se contaba el momento exacto, el acontecimiento. situadas en islas y de hecho la primera acepción de la palabra aislado es la persona que vive en un Me gustaría hablar de eso, de cómo experiencias isla. Las islas contienen esa idea de encerramiento que durante siglos han sido clandestinas para que también ha existido siempre en el mundo la mujer siguen estando ocultas, silenciadas femenino. Las mujeres dentro de casa, excluidas porque lo pasado, pasado está y a la sociedad de la vida pública. Creo que sí tenemos en común no le compensa rescatarlo ni restaurarlo. “La ley como mujeres, con la experiencia vivida, seamos considerada justa casi siempre cae en la paradoja de la cultura de la que seamos. Tenemos formas de obligar a las antiguas víctimas a callarse en similares de mirar el mundo, tenemos formas nombre de todo aquello se acabó, haciendo que similares de mirarnos a nosotras. lo que sucedió continúe oculto bajo el mismo silencio de entonces”. Y, de alguna manera, algo Me alegro muchísimo de ese contrato, y tengo así es lo que creo que quieres hacer tú en tu libro muchas ganas de leerte, me encantará leerte. de instantáneas. Dar valor a todas esas historias Cualquier lectura que creo que pueda ayudarte silenciadas, ocultas. Historias que merecemos te la iré enviando. No sé si conoces las ediciones conocer porque todas aprenderíamos con ellas. Outsiders, me estuve leyendo uno de sus libros escrito todo por mujeres. Me encanta saber que te * sirven mucho estas conversaciones, a mí también, me aclaran. Las cartas, porque esto son cartas, son Aún sigue lloviendo y he estado medio griposa, conversaciones con uno mismo y que a la vez al así que no tenía cabeza para escribirte. La verdad tener la mirada de la otra nos enriquece.


*

Quizá sí, las mujeres tengan esa necesidad de contarse a sí mismas, de narrarse, de poner por escrito lo que las desorienta. La escritora Elena Ferrante (que es un seudónimo) cuenta que su madre le dejó un término para describir ese nudo en el estómago, esa niebla cubriendo la visión, la frantumaglia: “mi madre me ha dejado un término en su dialecto que usaba para decir cómo se sentía cuando era arrastrada en direcciones opuestas por impresiones contradictorias que la herían. Decía que tenía adentro una frantumaglia. La frantumaglia la deprimía. Era la palabra para un malestar que no podía definirse de otro modo, que se refería a una multitud de cosas heterogéneas en la cabeza, detritos en el agua limosa del cerebro. Era misteriosa, causaba actos misteriosos, era el origen de todos los sufrimientos no atribuibles a una única razón evidente. (…) es el efecto del sentido de pérdida, cuando se tiene la certeza de que todo aquello que nos parece estable, duradero, un anclaje para nuestra vida, va a sumarse de pronto a ese paisaje de detritos que nos parece entrever”.

Recordando la última carta que me enviaste he pensado en una artículo que he escrito estos días a propósito de Svetlana Alexiévich, la reciente Nobel de literatura. Una periodista rusa le preguntaba por qué siempre escribía libros o novelas corales donde intentaba reflejar las voces de las víctimas de una tragedia (ella escribió sobre Chernóbil, la Segunda Guerra Mundial, Afganistán) y ella contestaba que “es algo que tengo desde la infancia. Crecí en un pequeño pueblo escuchando las historias de mujeres, mujeres de la posguerra. Las historias que me contaban me cautivaban, historias que no pude encontrar en los libros. Tenía sus voces en mi cabeza como un coro y quería escribirlas de verdad. Así fue como nació la idea”. Y eso me ha recordado a las historias de las mujeres de tu pueblo que estás intentando contar en esas “instantáneas”. La otra tarde tuve mucha suerte. Encontré de casualidad en una librería de viejo que han abierto hace poco en Sevilla un libro de Ernaux La * ocupación y empieza así: Para mí ha sido un verdadero placer escribirme contigo estos días. He disfrutado muchísimo. Siempre quise escribir como si no fuera a estar Compartir nuestras lecturas, nuestros hilos, cuando publicaran lo escrito. Escribir como si nuestro largo hilo rojo. Fíjate en la portada de fuera a morirme y ya no hubiera jueces. Aunque El cielo oblicuo y en qué color está el título. Sin es posible que sea una ilusión creer que el saberlo hemos cosido otro hilo que entra y sale de advenimiento de la verdad depende de la muerte. él. La verdad es que ha sido un reto para mí, todo un ejercicio de amor y de despedida. Y luego la Algo tenéis en común Ernaux y tú a la hora de vida me llevó a Irene Antón y de ella al equipo escribir: la intensidad. Más que escribir como si no de Errata Naturae que me ayudaron a dar a luz fuera a estar cuando publicaran sus textos, Ernaux este cielo con tanto cariño y amor maternal. Me escribe como si estuviera a punto de morir, con la encanta este hilo rojo que nos une a todxs y que intensidad de los últimos momentos de lucidez. nos une a través de los libros porque los que los leemos somos los que finalmente les damos vida.

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leer para contarla La fragilidad de lo cotidiano Jenn Díaz

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Lila es una niña olvidada por sus padres y no sólo por sus padres —olvidada por todos. Salvo Doll, que la acoge (un rapto) para darle a la pequeña lo que necesita, y todo lo que necesita una niña es un poco de atención pero sobre todo cuidado. Eso es lo que hace Doll con Lila, pero la vida que Doll puede ofrecerle no es la buena vida que una niña pequeña se merece. Marylinne Robinson utiliza la compasión justa para construir un personaje dramático sin caer en el drama, y se ayuda de la ternura. Lila es, sobre todo, un personaje tierno —pero no lo confunde con un personaje dulce. Porque Lila es dura, es áspera, es distante. Lila es un personaje que desconfía de todo el mundo, y no por capricho. La vida le ha enseñado que puede confiar en muy pocas personas, y una de ellas es Doll, y Doll ha hecho... ha tenido que hacer algunas cosas horribles, pero ella se las perdona, también ella, quizá, llegado el momento, las haría.


Lila y Doll son un equipo, una pareja que no se separa en el camino que deben seguir. Junto a otras personas, se buscan la vida y trabajan donde y como pueden. Son nómadas, gente espabilada que no puede detenerse si no es para ganarse el pan. Aun así, la vida que su compañera le tiene preparada es mucho más amable que la indiferencia y el descuido de los padres de Lila. El tiempo de la novela es un tiempo extraño y nada definido, pero podríamos decir que es toda la vida de Lila —cuyo nombre da título a toda la historia. Cuando Lila se ve obligada a dejar el camino y la carretera, y empieza a vivir como viven las demás gentes, cuando empieza a tener lo que todo el mundo entiende por vida normal, y se casa con el reverendo Ames, Lila no sabe a qué atenerse. Las leyes de la calle, de la supervivencia, son complejas para quienes están instalados en la comodidad; pero para Lila la comodidad es extraña y puede que traicionera. Así que en todo momento está preparada para salir corriendo. para abandonar la estabilidad y volver a la incertidumbre. Lila es una mujer inteligente pero con poca formación, casada con un reverendo, con quien mantiene conversaciones sobre temas universales pero

vistos desde la madurez infantil de quien no tiene las respuestas pero sí todas las preguntas —es una niña atrapada en un cuerpo de mujer, y no sólo de mujer, sino una castigada. En esta situación, uno no sabe quién de los dos es más virgen en la vida, ni quién está más perdido. Pero Lila sabe bien, en boca de su autora, cómo es de frágil lo cotidiano, y lo mide milimétricamente. Si algo hay que envidiarle a Robinson es la delicadeza a la hora de trazar una línea tan bien definida entre la pena y la ternura. Lila es un personaje desvalido y querríamos que las cosas le fueran mejor, pero no nos da pena. Nos gustaría que supiera más y que no tuviera que aprender a fuerza de errores, pero no nos da pena. Estamos contentos con que sea tal como es, de que se haya encontrado con un hombre bueno como el reverendo, no queremos que haya más cambios en su vida, pero no nos daría pena si volviera a la carretera, donde su naturaleza es libre. Todo lo que le ocurre a Lila, incluso lo malo —que abunda— es bien recibido, porque está por alguna razón que el lector acepta con humildad y estoicamente: si lo hace Lila, por qué no vamos a hacerlo nosotros con ella.

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Al azar agradezco tres dones: haber nacido mujer, de clase baja y nación oprimida. Y el turbio azul de ser por tres veces rebelde. Maria-MercÊ Marçal


las paredes contiguas MARIA-MERCÉ MARÇAL Andrea Navarro y Berta García Faet

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Maria-Mercè Marçal i Serra nació un 13 de noviembre de 1952 en Barcelona. Vivió sus primeros diez años en el municipio de Ivars de Urgell, provincia de Lérida, de donde siempre se consideraría oriunda. Comenzó a escribir sus primeros poemas en su más temprana juventud, empleando el castellano, lengua con la que se formó en la escuela dado que la dictadura franquista censuraba la lengua catalana. Pero, fuertemente influenciada por el movimiento de la «Nova Cançó». Pronto empezó a escribir sus primeros versos en catalán. En 1969 se mudó a Barcelona para iniciar sus estudios universitarios, licenciándose en Filología Clásica. Vivió hasta el año 1971 en el Colegio de Santa Eulalia de las Teresianas, una etapa que ella misma denominó como «mística». En 1972 se casó con Ramon Pinyol Balasach (1950-) con quien, en esta


misma década, creó una editorial: Llibres del Mall. Nacida con la voluntad de publicar poesía y lanzadera para jóvenes poetas. En el año 1976 ganó el premio Carles Riba de poesía con el poemario Cau de llunes. Momento clave en el que se embarcó en el mundo literario; también lo hizo en el ámbito político, afiliándose al PSAN (Partido Socialista de Liberación Nacional de los Países Catalanes). Tres años más tarde, en 1979, publicó su segundo poemario Bruixa de dol. Participó en publicaciones como Reduccions, Dones en lluita y Escrivint a les parets. Siempre comprometida con la resistencia política y cultural antifranquista, su nombre resonaba, no sólo por su obra poética, también por su papel activo en grupos feministas. Algunos cantautores contemporáneos se interesaron por su obra y musicalizaron algunos de sus poemas. Son ejemplos de ello: Maria del Mar Bonet, Marina Rossell y Txiqui Berraondo. La década de los ochenta se inicia con uno de los momentos más trascendentales de su vida: la maternidad, con el nacimiento de su hija Heura. Esta experiencia personal quedará reflejada en los poemarios Sal Oberta (1982) y, con el tiempo también, en La germana, l’estrangera (1985), con el que recibirá el premio López-Picó. Del mismo periodo es Terra de Mai, en el que la autora trata el tema de la homosexualidad femenina, silenciada en la literatura catalana. La labor de Maria-Mercè Marçal como traductora

es de una importancia capital. Sus versiones de Sidonie-Gabrielle Colette, Marguerite Yourcenar y Leonor Fini se sumaron a las que, en colaboración con Monika Zgustová, hizo de las poetas rusas Anna Ajmátova y Marina Tsvetáyeva. Asimismo, realizó algunas incursiones en materia de ensayo literario colaborando en algunos artículos y conferencias. Sus trabajos en literatura infantil y en relato corto, la llevaron a escribir una de sus obras clave, de hecho su única novela, La passió segons Renée Vivien (1994) fruto de la fascinación que la poeta sentía por esta escritora inglesa que vivió en París a principios del siglo XX. La novela le aportó un alud de premios: el Carlemany (1994), el Premio de la Crítica (1995), el Prudenci Bertrana (1995) y el de la Institució de les Lletres Catalanes (1996). También representa su consolidación como narradora. En ningún momento abandonó su implicación en el movimiento feminista, impulsando, durante sus últimos años, la creación del Comité de mujeres escritoras dentro del Centre Català del PEN (Poets, Essayists and Novelists). Murió en la Ciudad Condal, un 5 de julio de 1998, tras una dura lucha contra un cáncer invencible. Tenía 45 años y muchos versos por escribir. Sobra mencionar que recibió grandes homenajes y, desde aquí, el nuestro. Maria-Mercè, para ti, todas las palabras de este mundo.

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DIARIOS Traducción de Andrea Navarro Yo conocí la fogata viva Y me dejó herido de resplandor PERE GIMFERRER

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16 febrero 1989 Decido iniciar un dietario. En parte para darme una disciplina en la escritura. Cada día, o casi, como mínimo media hora. Es extraño este momento, donde mi objetivo parece centrarse en encontrar una regularidad, una constancia, unos hábitos que mi «anárquica» forma de hacer rehúsa con constancia –el hábito de no tener hábito, tal vez... –. Ordenar, dominar, quizá, en la medida de lo posible, el tiempo, el espacio. Abandonar la costumbre de ser la reacción contra órdenes impuestas, de los demás. Quiero escribir y para eso hace falta que organice mi tiempo o, si no, sólo escribo a trompicones. Con la poesía esto puede funcionar. Con la novela sé que es imposible. ¿Por qué quiero escribir? Qué lugar doy a la escritura en mi vida. Hasta ahora he puesto el amor y derivados en el centro de todo, como motor y lastre, al mismo tiempo. La escritura, como crónica sui géneris, rastro de caracol – huella de vida. ¿Convertir la literatura en el hecho determinante? ¿Poner las otras cosas en función de? Es decir, la profesión, el oficio como centro, eje de mis preocupaciones. Dicho de este modo, me resisto. ______________ 1 de agosto de 1996 Hoy es el tercer día que vivo con la muerte adherida, ajustada al lado derecho. Hace tres o cuatro meses –quizás cinco, ya, con el terror de las primeras pruebas que, aparentemente, me tranquilizaron– empecé un poema. Tan sólo un verso: «Incubo el huevo minúsculo de la muerte, junto a mi seno, bajo el brazo». Ahora tengo

tendencia a cambiarlo un poco: «La Vida incuba el huevo minúsculo de la muerte / junto a mi seno, mi axila». Pero no sé continuar el verso. Me imagino que de este huevo minúsculo tiene que salir un pájaro de alas inmensas –de luz y de sombra– que lo sepultará todo. Ahora o, si tengo suerte, más tarde. No consuela –no me consuela– pensar que siempre, en cualquier caso, el final es idéntico: «je ferais mon squelette aussi bien que tout le monde…» (cito de memoria, pero ¿de quien era? ¿La condesa de Noailles?). Sé que, pase lo que pase, ya he empezado a posar para la muerte. No seré yo quien haré «mon squelette». No sé, tampoco, cómo posar, no tengo modelos al abasto; si tengo suerte (esta suerte que últimamente me había sorprendido con sus favores insólitos –y llevaba el arma escondida, un amigo me dijo: tendrás que difundir que tienes algún problema de salud para conjurar la envidia… oscura ironía. Pero es cierto, al fin y al cabo era como tentar a los dioses, exceso. Exceso de premios, la licencia y, lo que más importa, Heura, Fina, el nuevo piso, las perspectivas de felicidad que ya son felicidad –el futuro deseado compartido hecho presente). Si tengo suerte, decía, el retrato quedará inacabado durante un tiempo… ¿cuánto? […] Hablo del amor en vez de la muerte. Y quizás la única forma de posar para esta última pintura que –pase lo que pase– ahora se inicia es mirarla de hito en hito. Mirar el final de la vía («la inmutable vía» –C. Arderiu1), no los posibles caminos y sendas que tal vez, con suerte, lo aplazaran, me darán una tregua. El límite, aceptar el límite, la disolución de este yo en el todo o en la nada, la luz y la sombra… y desde aquí, medir la vida, desde el supuesto punto final. 1 C. Arderiu hace referencia a Clementina Arderiu i Voltas (1889-1976) poeta catalana fuertemente influida por autores como Joan Maragall, Josep Carner y Carles Riba –su marido, quien también era poeta–.


Pánico de todos los libros que no leeré, quizás más que no de los que no escribiré. Pienso, realmente, que la experiencia a partir de los cuarenta que veo en peligro mortal es de antemano una gran pérdida. Pérdida incluso de dolor –sobre todo tal vez de todos los frutos del dolor– pasado, presente, (no) futuro. «La señal de la pérdida / desmintiendo la muerte». ______________ […] De pronto me ha estremecido la idea de una gran herida donde ahora tengo el seno derecho. A lo mejor sí que la mitología puede ayudar (todo se puede soportar con un buen relato): amazonas de hoy en día, blandiendo arcos diversos. Recuerdo la historia que me sirvió de tanto cuando esperaba a Heura y a la par intentaba erradicar el amor por su «progenitor»: pensar que ella era, de hecho, hija de Neptuno (como en los relatos mitológicos: hija de dios y mortal). Parece infantil y probablemente es infantil –no crecemos– serenarse con los cuentos junto al fuego, las leyendas, los relatos que –soterradamente quizás, míticamente– dan sentido. Ver la vida como un relato que se va desarrollando. Tratar de poner correctamente –si ya es necesario– el punto final de un capítulo o, al final de todo, el del texto. (Las parcas tejían –¿o hilaban?). Tanto da… como la Balanguera2. ______________ Día 10 Todavía la incertidumbre: efectivamente había un tumor, lo han extirpado. Aún tengo el seno derecho (lejos de la amazona imaginada como mal menor, buscando el consuelo de un relato para sobrellevar lo terrible). Ahora la incertidumbre es peor: saber de dónde viene el mal. La obsesión por la muerte se me ha aferrado al vientre. Morir: no como un nuevo o más grande nacimiento, sino 2 «La Balanguera» es un poema escrito por Joan Alcover Maspons (1854-1926) que, al ser musicalizado por Amadeu Vives en 1923 devino el himno oficial de Mallorca.

entrar otra vez en el gran útero –de dios/madre: desnacer. ______________ Día 11 A ratos todas y todos me parecen remotos – ellas se quedarán, y ellos; yo sola tengo una cita probable con la Desconocida. Es cierto lo que me dijo Josefa3: de hecho, siempre la tenemos al lado, pero ahora la veo, la siento. Es curioso como soy capaz de dormir y olvidarme –incluso ahora. Todo ha coincidido, también, con la desgracia de Biescas: la muerte súbita de casi un centenar de personas, muchos niños. Qué fragilidad, el júbilo, la vida. ______________

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Querría ser capaz de rezar a esta fuerza Innombrable que debe sostenerme o sorberme. Me queda tan lejana que lo hago a través de una imagen más próxima: pido, prometo, suplico, a ratos, a Teresina de Lisieux4. Si salgo de esto, escribiré un libro sobre ella, cómo, por encima de un extraño abismo, me ha conmocionado. […] ______________ Insisto en que son necesarios unos brazos gigantes de madre-dios para acunarme y darme 3 Referencia a Josefa Contijoch (1940-) escritora catalana a quien Maria-Mercè Marçal conoce en 1981, tras ganar el Premio Miquel Martí i Pol con su obra Quadern de vacances (una lectura d’El segon sexe).

4 Teresina de Lisieux (1873-1897) más conocida como Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, fue una religiosa carmelita francesa declarada santa en 1925. El papa Juan Pablo II la proclamó Doctora de la Iglesia en el año 1997.


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calma-confianza. Los ojos buscan en otros ojos y sólo ven la misma fragilidad, reflejada una, cien veces. Me gusta la imagen divina que Teresina de Lisieux toma de Isaías de un dios con entrañas maternales. ¿La madre metáfora de Dios o Dios metáfora de la madre? Da lo mismo: confianza de la criatura que se deja coger y llevar y se duerme en brazos potentes de amor. Amor: la carcajada de la hierba, la gente que me rodea y no sabe cómo decirme la piedad y el apoyo, los gestos a veces desmañados, otras amedrentados, otras invisibles pero sólidos y veraces. Extraña soledad al mismo tiempo tan acompañada, con tanto afecto que envuelve. ______________ No sé por qué escribo, pero escribir me hace bien. Sé que no recojo más que la espuma más superficial de este mar de fondo. Sé que el silencio reflejaría mejor la pureza de este abismo que no soy capaz de medir. Pero la pureza absoluta, el silencio son ya la muerte. La vida: pura contaminación de lo imperfecto, inexacto, escurridizo, impuro, finito, incompleto. Vida –pérdida, pero Vida– por eso mismo: su flaqueza y su fuerza en un único sorbo. ______________ Los vocablos, poderosos, la lengua me precedió y me sobrevivirá. Aún y así, impotente; como escribí hace tiempo: Lleva entre mar y mar / la palabra / exilio de los exilios. ______________ Ceder a la necesidad, aquello de lo que no se puede huir, creer que hay unos brazos amorosos tras la apariencia del horror y de lo absurdo, deslizarse –como «una nave sin timón, ni remos, ni vela / ni lastre de recuerdos»5. ______________ […] Teresina de Lisieux, reza por mí a esta divinidad que toda una civilización ha convertido 5 Versos extraídos del poema «Dolç àngel de la Mort, si has de venir, més val…» de Màrius Torres.

en el Ídolo masculino (–Dios Padre) y que no sé ver en su Desnudez, más allá de las representaciones espurias. Al fin y al cabo, la imagen de padre no me es negativa y podría incluirla dentro de un sentimiento hacia dios, siempre y cuando no sintiese esa presión –¿de dónde viene?– que excluye el femenino, en la medida que identifica Dios Padre con el Todo. No es mi anulación individual lo que me crea resistencia invencible: es la anulación del Femenino frente al Masculino, la anulación simbólica, la ausencia de Sentido de la Diferencia que implica, a favor del Uno-masculinototalitario. Me sublevo. Pero me gustaría sentir, más allá, las manos de un/a Dios Desnudo/a –realmente identificable con el Todo. ______________ Mi cuerpo: rostro más duro –maduro y verde a la vez– a ratos pétreo. Cabeza ornada solamente con un vello que recuerda una criatura acabada de nacer e inspira el mismo gesto de ternura hacia la fragilidad. Sexo medio calvo, como en el inicio de la adolescencia. Todas las edades, vivencia atemporal, casi cósmica de la unidad de un viaje. Capicúa. Sin principio ni final. ______________ Vivir no es durar. Vivir intensamente un espacio breve de tiempo puede equivaler a una vida larga con muchos momentos «vacíos» –aquellos en los que no vivimos, sino que alguna cosa nos vive maquinalmente, como en una noria. Momentos en los que la máscara nos representa casi como una usurpadora, con poder absoluto. ______________ Día 19 […] Cómo eliminar este miedo que nos devora la capacidad de vivir plenamente el milagro –por ejemplo el milagro de estar viva hoy, aquí.


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POEMAS Traducción de Berta García Faet

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______________ DECAPITACIÓN 80 Me desnudo de todo por esperarte. De los alfabetos que he aprendido y de la corteza. Vuelco tinteros y, en un gesto sin trampas, corto en redondo la cabeza de todos los esquemas. Sal oberta (1982) ______________ ¡ADIÓS AL VARÓN! ¿Por qué te afilas, derecho, hacia la muerte pequeña que te acecha a la vuelta de este paisaje cloro? ¿Por qué firmas con fuego la escalera del reloj? No. ¡Vine como un río, transportador de lunas! Alárgate a placer bajo los toldos de la niebla. Saluda a las briznas de la hierba, al olor del pan, a la arcilla. Pon en fila los guijarros en copas sin fondos. Deshiláchate, dulce, por los cántaros y las riberas. Lagartija voraz, bébete el sol y la lluvia, la blandura de la lana que recaudas de las nubes, el ribete de los caballitos del demonio, el silencio y los tesoros que el azar fragua en las reatas. Y refléjate abierto, desde el pozo hasta el delta, donde olvidamos el acá, ahogados de amor y de agua. Sal oberta (1982)


______________ LA SOMBRA DE LA OTRA FIESTA Buenos días, amor que triunfas sobre la sombra y enciendes un fuego nuevo al tumbo de la campana. Que te arboledas con el esfuerzo de la raíz y de la copa y, dado a dado, desmontas el paisaje de los escombros, y de los bosques haces una mina, y de las migajas haces otra fiesta. Terra de mai (1982) ______________ LA SERPIENTE sale de su treceava muda temblorosa y erecta. Un rayo de piedra fósil demasiado vivo de pronto. Líquido pavor: deshielo. Desglaç (1988) ______________ YO SOY LA OTRA. Tú eres yo misma: esa parte de mí que se me rebela, que expulso lejos y que vuelve a mí hecha deseo, canto y palabra. Hecha deseo, canto y palabra te miro. Yo soy tú misma. No me reconozco: soy la otra. Desglaç (1988)

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______________ TE AMO CUANDO TE SÉ desnuda como una niña, como una mano partida, como un reclamo agudo y tierno que me llamara desde una rama desnuda, como un pez que olvidara que existen los anzuelos. Como un pez asustado con un anzuelo en la boca. Como el estrago en los ojos de un niño mutilado en el sueño, en la carne. Como la sangre vertida. Desnuda como una sangre. Te amo cuando te sé desnuda como una navaja, como una hoja viva y ofrecida, como un rayo que la calcina, ciego. Como la hierba, como la lluvia. Como mi sombra, desnuda detrás del espejo helado. Tan desnuda como un seno enganchado a mis labios. Como el labio abierto de un viejo desdentado encarado a la muerte. Como la hora desarmada y abierta del deshielo. Desglaç (1988) ______________ MORIR: tal vez tan sólo perder forma y contorno deshacerse, ser absorbida hacia dentro del útero vivo, matriz de dios madre: des-nacer. Raó del cos (2000)


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primera edici贸n, segunda lectura Azahara Alonso

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La mujer de pie de Chantal Maillard (Galaxia Gutenberg, 2015). Fue un 11 de agosto de 1936 cuando el puente de mando del buque Almirante recibía un mensaje de desesperación desde el Cuartel del Simancas: “El enemigo está dentro. Disparad sobre nosotros”. Hay muchos tipos de desesperación, pero todos están en esta frase que he recordado al leer La mujer de pie, último libro de Chantal Maillard (Bruselas, 1951), publicado recientemente por la editorial Galaxia Gutenberg. No miento si digo que una no se acerca a las publicaciones de Maillard con una expectativa de diversión ligera: son pasajes de gran belleza y lucidez lo que encontramos en sus páginas, pertenezcan ya a su obra poética, de ensayo o de prosa de difícil clasificación. Es este último el caso de La mujer de pie, un intenso compendio de aforismos, citas y textos breves cuyo conjunto me atrevo a calificar de teoría del conocimiento y ontología en el más estricto significado de estos términos. No en vano, Maillard habita la sagrada no man’s land ubicada entre la filosofía y la literatura, extrayendo de ambas materias la más precisa artillería: “La lucidez de Wittgenstein: pensar el mundo como juego del lenguaje. El mundo no es pensable (o no es real) fuera del logos”. La mujer de pie nace de aquello a lo que pretende anular por medio de la donación de sentido: la enfermedad, la muerte, “la densa vacuidad” que permanece tras la pérdida de los familiares –su madre, su abuela–. Y lucha contra todo lo que reconoce como propio y constituyente: el yo, el lenguaje, la conciencia, las percepciones, la voluntad; todas ellas herramientas que utiliza contra sí misma en un sofisticado círculo de creación-destrucción. La escritura de Maillard

resulta ser entonces un pulso al dolor, una terapia de choque que se sirve de sí para negarse, y en ella encontramos la presencia de las ya conocidas constantes de su obra, tales como los hilos, los husos, los pliegues, el abajo, la filosofía y las religiones indias. A medida que La mujer de pie avanza en su fragmentada composición, el ritmo se acelera y Maillard indaga en una pregunta esencialista que se convierte casi en mantra: “¿Qué es real?, me preguntas. Nada lo es si lo real es permanencia. Lo real es el paso y, en él, el sufrimiento. Todo lo que pasa sufre al pasar. ¿Por la pérdida? Por la transformación”. Así que de pie, sin poder sentarse, ese cuerpo que piensa solo encontrará el estado zen cuando abandone toda ambición lingüística, analizadora y racional. Pero ¿es esto posible? ¿Cómo combinar la tradición filosófica occidental (“Me ejercité en la egolatría. Lo llamaba interés por el saber”) con el acceso al estado de nirvana (no-soplo, cese de la agitación del pensamiento)? Maillard lo intenta mediante el mí, el ser vacío y pacífico que encontramos al despertarnos y que corremos, trémulos, a ocupar de nuevo. Lo intenta en la contraposición de los detalles de los objetos y los seres con el pensamiento más abstracto. Lo intenta con la ayuda de Aristóteles, de Kant, de Hume, de Locke, de Beckett y tantos viejos amigos de papel que recupera como balas. Y también lo intenta tratando de salir de su argumento, de la trama en la que está atrapada. Pero no hay esperanza porque estamos hechos de lo que repudiamos, algo de lo que no conseguimos zafarnos. No la hay, ella lo dice: “la mujer de pie no tiene salida”. Chantal Maillard ha escrito un libro sincero, sustancial y sabio, ornamentado como la mejor y más arriesgada literatura. Y quizá nos solicite que disparemos contra ella, pero nuestra munición es –afortunadamente– selectiva.

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La resta de Alia Trabucco Zerán (Demipage, 2015).

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Supongo que no es fácil ser hija: una llega al mundo cargada de pasado, recuerdos ajenos, historia, parentescos, lealtades, luchas, expectativas y muertos. Y al mismo tiempo nada le pertenece. “¿Cómo íbamos a tener hijos si nosotros éramos los hijos?”, se pregunta Iquela, una de las protagonistas de La resta, primera y elogiada novela de Alia Trabucco Zerán (Santiago de Chile, 1983). Iquela es hija de un matrimonio que, en su juventud, militó contra la dictadura de Pinochet en Chile. En idéntica posición están Felipe y Paloma, cuyos respectivos padres compartieron con los de Iquela años combatientes. Y en el presente están ellos – los jóvenes, la descendencia– tratando de soportar y asimilar el peso ideológico y los infortunios familiares que cargan sobre sus hombros. La resta (Demipage, 2014; Premio del CNCA de Chile a la Mejor Novela Inédita) es un nuevo modo de narrar el pasado chileno más reciente, lejos de la nostalgia, la militancia o la clave política. Una infancia politizada –como reconoce haber vivido la autora– puede ser purgada por la literatura, así que Trabucco nos transmite a dos voces la experiencia de Iquela, Felipe y Paloma durante el tiempo de un duelo. Paloma, que vivía en Alemania con su madre, enferma de cáncer, viaja a un Santiago de Chile cubierto de cenizas para enterrarla en la tierra a la que deseaba volver. El féretro nunca llega al aeropuerto y los jóvenes, en estrenada amistad, alquilan un coche fúnebre y parten hacia Argentina en busca del cuerpo, en lo que supone un viaje de ruptura y descubrimiento. El sexo, las discusiones, la droga y los recuerdos conforman la triste fiesta de los vivos mientras el recuento de muertos que lleva a cabo Felipe se frena en el nombre conocido:

Ingrid Aguirre. La escritora Lina Meruane atina en el epílogo del libro cuando habla de las “pulsiones eróticas, tanáticas y sin duda aritméticas” presentes en La resta por igual en las dos voces narrativas que más arriba mencionábamos. Una es la de Felipe, voz que cuenta y sustrae muertos de la dictadura a una velocidad de vértigo, con una puntuación endiablada y ni una sola pausa en su monólogo interior del que extraemos la angustia, el miedo y la valentía rutinaria. Puro impresionismo. La otra voz, intercalada en capítulos propios, es la de Iquela, que suspende el ritmo y frena la resta para explicarnos con su tono medido y racional todo lo que está ocurriendo. Excelentes, por cierto, sus maniobras con el lenguaje para tratar de extraer de él si no un sentido, tal vez una ironía, una sonrisa; no en vano, Iquela es traductora y filtra el mundo a través de las palabras y los dilemas propios de la interpretación lingüística. Y en ambos discursos, siempre algunas constantes: los ojos, los números, los huesos, las ideas tristes asociadas a la noche, la familia semántica de la muerte. Las trabajadas rimas internas le confieren al texto un ritmo que enriquece la estructura tanto como la narración, y la historia no deja de transmitir la atmósfera incómoda y tensa que Iquela libra mediante un truco varias veces repetido: “Felipe me lo había enseñado cuando niño y no quería pensar en las cosas tristes: enumerar, asociar las cosas a una cifra redonda, perfecta. Los objetos se transforman en dígitos, números habitando los cajones del cerebro, decía él, así los pensamientos tristes no tienen dónde vivir y no hay más que números”. Y así, después de velar al país y al pasado, quién sabe si los hijos podrán al fin huir hacia adelante y escribir su propia historia.


Sirenas. Seducciones y metamorfosis de Carlos García Gual (Turner, 2014). Quién, de entre los apasionados lectores, no tiene su pequeño altar en una estantería, poblado por los ejemplares que más le ha costado conseguir, que más le han satisfecho en su lectura, que alegran sus tópicas tardes de domingo y lluvia o que son la joya y el vicio del que quizá alardea. Desde hace algo más de un año, Sirenas. Seducciones y metamorfosis tiene su hueco en ese altar que yo alimento con paciencia. Turner publicó en la primavera de 2014 este libro cuya autoría firma Carlos García Gual, reconocido escritor, crítico, traductor y catedrático de Filología Griega que centra su actividad en fomentar el conocimiento de la cultura antigua. García Gual organiza en dos bloques, cuatro intermedios y dos apuntes finales (un total de diez capítulos) toda la información relativa a la genealogía mitológica y al desarrollo del concepto de sirena, figura que no solo ahora –pero sí curiosamente– es objeto de una fascinación cada vez más extendida. La cultura clásica y el mundo antiguo tienen una relevancia fundamental en la implantación del prestigio icónico de las seductoras cantoras que ofrecen placer y saber en su audición. Pero también las épocas posteriores otorgaron un lugar de importancia a las sirenas, portadoras de malos augurios e intenciones según la opinión generalizada. Más allá del mundo antiguo, con Ovidio y Homero, y de la atención de los teólogos cristianos, que las interpretaron como tentadoras demoníacas, las sirenas aparecieron con diversos roles en textos de Boccaccio, Conti, Pérez de Moya, Pascoli, Kafka, Wilde, T. S. Eliot, Brecht, Cernuda, Monterroso y tantos otros. El autor de Sirenas. Seducciones y metamorfosis nos ofrece fragmentos de todos esos textos para que

conozcamos de primera mano las referencias a las que alude. Resultan también una delicia para el gusto las láminas en color que acompañan la lectura y nos dan una idea más precisa de la presencia de las sirenas no solo en la literatura –como nos muestra todo el estudio de García Gual– sino en la historia del arte: mosaicos, ánforas y sarcófagos decorados, esculturas, frescos y también manifestaciones más modernas como la sirenita del puerto de Copenhague (un homenaje al relato de Hans Christian Andersen) o las pinturas de Luttrell Psalter, John William Waterhouse, Edward Burne-Jones y Herbert James Draper. Se echan en falta durante la lectura, eso sí, ciertas traducciones (una se defiende, pero no en todas las lenguas... ojalá tan pronto), una segunda o tercera lectura por parte de los correctores y bolígrafo rojo en mano, y un abuso menos llamativo de las ideas fundamentales que vertebran el texto pero que, tras una constante repetición en algunos casos y bajo diferentes epígrafes, terminan por perder su indiscutible fuerza. En cualquier caso, Sirenas. Seducciones y metamorfosis es una publicación largamente esperada por algunos –entre los que me cuento–, una delicia para la vista, una estupenda edición y la oportunidad de aprender todo lo relativo a la historia de la mitológica mujer fatal, que nos devuelve la fe en los finales infelices. Nosotros ya no necesitamos atarnos al mástil: ansiamos escuchar el canto de las sirenas.

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Mariella Furrer



ellas disparan Mariella Furrer Ajo Fernández

{54} Mariella Furrer es una fotoperiodista nacida en Líbano, cuyo trabajo fotográfico está centrado en diferentes problemáticas que se viven a diario en el continente africano, como la mutilación genital femenina en Kenia, el padecimiento de polio en Sierra Leona y de tracoma en Etiopía, o el genocidio en países como Ruanda y Congo. Furrer ha dedicado años a la denuncia de la violencia sexual en África y, siempre con grabadora y cámara en mano, ha registrado testimonios y contextos donde víctimas, familiares y cuidadores son los protagonistas del horror de dicha vejación. En su libro “My piece of sky”, Mariella Furrer muestra un delicado trabajo sobre el abuso sexual infantil en Sudáfrica. Sus fotografías documentan la infancia arrebatada por el abuso sexual y la terrible repercusión que tiene en la existencia física, psicológica y emocional de los niños que sobreviven a la experiencia.


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estos libros te salvarán la vida Libros-ovni: avistamientos de los que aún no han aterrizado (y deberían) en el medio editorial hispanoamericano Ana Llurba

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Durante un corto y bastante ingenuo período de mi vida en el que pensé que quería hacer una “carrera” en el mundo editorial, había especulado con abrir un blog hablando de los libros que deberían traducirse al castellano. Entonces, una amiga bastante paranoide (y que sí está haciendo una “carrera”), me preguntó “¿y no te da miedo que alguien te robe las ideas?”, como si las ideas fueran sillas, mesitas ratonas, sofás o estanterías que una llevara de aquí para allá. Y no, la verdad es que no quería que nadie me desamueblara la cabeza, y por eso mismo consideré que para evitarlo, sería prudente abrir las puertas de mi casa e invitar a mis conocidos a compartir mis muebles, para darles una sobre-vida, una oportunidad de realización trascendente, un más allá de nuestra prosaica vida doméstica. Y así brindarles la ocasión de que alguien, gracias a la magia del lenguaje medium de la traducción, los convirtiera en un mueble adaptado a otras necesidades decorativas y de interiorismo lingüístico. Por eso, a continuación les hablaré de esos libros-ovni, no tanto por lo extraños sino por la intensidad y la velocidad con que brillaron por un momento, y después desaparecieron de mi cabeza. Esta columna es una buena excusa para recordarlos, abrir las puertas e invitar a que entren y se lleven lo que quieran. Pero tengo que advertirles que, en ocasiones, los muebles levitan y hasta es posible que se arrojen sobre sus cabezas. Traigan casco. De moto. Y buena suerte.


Bad Feminist de Roxane Gay (Harper Perenial, 2014). Roxane Gay (Nebraska, US, 1974) es una de las críticas culturales más prolíficas del momento. Colabora con medios consagrados como The New York Times, The Nation, The Guardian, Salon o Wall Street Journal a la vez que participa activamente en foros, digamos independientes, de literatura como The Rumpus, Bookslut y hasta en una revista online bastante gossipera como Buzzfeed. Su estilo es conciso, sencillo y directo y lo que llama la atención es su insaciable afán por analizar, sin distinciones high-brow, todo el amplio espectro de la ficción contemporánea: novelas, series y películas, así como es una penetrante degustadora de la cultura popular. Una reseña de la última novela de Toni Morrison convive con un artículo de la última boutade de Nicky Minaj en su timeline de Twitter donde tiene más de 90k de seguidores. Todo tiene cabida en esa radar implacable y omnipresente de la cultura americana contemporánea que es Roxane Gay. Además, es la editora de Pank magazine y de la editorial digital vinculada a esta publicación literaria, Tiny Hardcore Press y, por lo tanto, gran madre gallina promotora de jóvenes promesas de la ficción anglosajona, como xTx (traducida al castellano en Alt Lit. Literatura norteamericana contemporánea de Interzona editores). Cabe agregar

que también da clases en la universidad, ha publicado en innumerables antologías de cuentos, dos novelas, y el libro de ensayos que recomiendo. Tal como su título lo enuncia, Bad Feminist es todo lo contrario a un libro prescriptivo de cómo ser mujer en los tiempos que corren. Su estrategia es evitar el pedestal y confesar, desde el prólogo, todos esos momentos en los que dudó si hacer mamadas o aspirar a tener un elefante rosa (como declara en su hilarante stament en Twitter) son compatibles con el feminismo. O con lo que ella creía que era el feminismo en su adolescencia y a lo largo de su veintena: un tumulto de mujeres menopaúsicas enojadas y odia-hombres. Además de haber realizado las críticas (negativas) mejor argumentadas que he leído sobre el fenómeno Girls y Lena Dunham (Girls, Girls, Girls) o sobre Junot Díaz y Catlin Moran (How We All Lose) obligándome a tener peleas mentales conmigo misma, a lo largo de estos ensayos confesionales, endiabladamente eclécticos pero de argumentación certera, Gay arranca desde la duda para llegar a una conclusión: es una mala feminista y eso es preferible a no serlo. Espero haber despertado su curiosidad por viajar hasta la residencia de profesores de alguna aburrida universidad del Medio Oeste americano para descubrir el ejército de ghostwriters que esta mujer afroamericana debería tener encadenados en el sótano de su casa para sostener esta curiosidad y productividad intelectual tan pero tan insaciable.

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Life Moves Pretty Fast. The lessons we learned from eighties movies (& why we don´t learn them from movies anymore) de Hadley Freeman (Harper Collins, 2015).

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Hadley Freeman (NY, 1978) cuenta con una amplia carrera como periodista en el mundo anglosajón. Actualmente mantiene una columna en The Guardian donde practica experimentos de crónica tan irreverentes y divertidos como asistir a un mundial de futbol en Brasil sin tener ni una mínima idea de fútbol. Y narrarlo con la pericia con la que Margaret Mead indagó en la cultura y el sexo entre los jóvenes de Papúa Nueva Guinea. Así, con la misma curiosidad antropológica, en este libro se pregunta por su devoción por el cine mainstream de los ochenta. Y de esa manera nos interpela con estas preguntas (que por su complejidad teórica serán la envidia de más de un empollón dedicado a los estudios culturales) como ¿Qué nos enseñó Dirty Dancing (además de las vergonzosas coreografías que improvisamos borrachas con nuestras amigas en Año Nuevo) sobre el aborto? o ¿Por qué Cuando Harry conoció a Sally demuestra que las comedias románticas no tienen por qué hacerte sentir como si estuvieras sufriendo una lobotomía? Así es como a lo largo de este libro analiza clásicos como La princesa prometida, Volver al futuro, Cazafantasmas o La chica de rosa convenciéndonos de que las seguimos viendo no sólo por una cierta educación sentimental generacional compartida sino por un sustrato moral asentado en nuestro inconsciente colectivo. Su tesis es arriesgada y valiente, como la de cualquiera que mire un poco más allá de sus prejuicios, y se abisme en observar de otra forma la programación revival de sábado por la tarde de cualquier canal de televisión abierta.

The Orange Eats Creeps de Grace Krilanovich (Two Dollar Radio, 2010). Grace Krilanovich (Santa Cruz, US,1979) se estrenó con esta muy elogiada novela: una surrealista historia de iniciación a la vez que un relato de terror. Si la buscan en Amazon, no por nada la encontrarán al lado de clásicos de la literatura gótica del siglo XX como Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson o la más contemporánea sugestión apocalíptica de El atlas de la ceniza de Blake Butler. A medio camino entre ambos, la protagonista de The Orange Eats Creeps es una joven que busca a su hermana desaparecida en la Pacific Highway (que recorre la costa oeste americana) y es continuamente asediada por sospechosos personajes que no hacen más que despertar miedo y empatía salvaje en el lector para que abofetee a la chica y la obligue a abandonar la carretera. Pero hay un móvil oculto que la empuja. Bailando sobre una superficie resbaladiza, sus monólogos interiores conviven promiscuamente en un magma de prosa poética donde la sangre, la ansiedad y un estado de frenesí constante puntúan esta oscura novela. Y así es como el realismo lisérgico de Krilanovich (que muchos consideran deudor de la belleza hiriente de William Burroughs) resucita a una figura muy menospreciada en la historia de los géneros literarios, gracias a Stephanie Meyer y su saga Crepúsculo. Eleven sus mentes y dejen que la sangre fluya, y los arrastre desde ese eficaz dispositivo de tensión narrativa que es presentar a una niña sola en medio de la oscuridad del bosque hasta el angst millennial de juventud junkie, vagabundeo sin fin y, también, oh sí, vampiros (!).


— He venido a mostraros el infierno. Uno de ellos, el más común. La mente atrás y adelante. En la vigilia y en el sueño. Nunca aquí como los gatos, atentos a lo inmediato. La historia: el vaivén de nuestra mente, la de todos, la de cada uno. Nunca aquí, nunca ahora. Invalidez para el ahora.

Husos Chantal Maillard

fotografía martindearriba


F R I D A 2015


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