En campañía de Chávez

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EN CAMPAÑIA DE CHÁVEZ Carola Chávez

Ediciones Correo del Orinoco Alcabala a Urapal, edificio Dimase, La Candelaria, Caracas-Venezuela. www.correodelorinoco.gob.ve

D irectorio Hugo Chávez Frías Presidente de la República Bolivariana de Venezuela Ernesto Villegas Poljak Ministro del Poder Popular para la Comunicación y la Información Lídice Altuve Viceministra de gestión Comunicacional Edgar Padrón Viceministro de Estrategia Comunicacional

Edición y corrección Portada Tripa Fotografia MinCI Fotografia MinCI / Prensa Presidencial

Francisco Ávila Arturo Cazal Ingrid Rodríguez José Carlos Gómez Marcelo García

Depósito Legal lf 26920120702805 ISBN 978-980-7426-64-0 RIF G-20009059-6 Noviembre, 2012 Impreso en la República Bolivariana de Venezuela


I La razón es la alegría

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esbordada mi capacidad de asombro, como en una alucinación psicodélica, la vida me pone una acreditación de prensa en el pecho y un revoloteo de mariposas en la barriga… Durante un mes iré corriendo detrás de mi Presi para escribir crónicas de su campaña, de nuestra campaña. Empezamos con un encuentro con los trabajadores en Vargas. Llegamos con horas de anticipación y a mí me carcome la ídem. Me siento con la tonta noción de que sólo cuando llegue mi Presi es que voy a conseguir historias para contar. La historia ya estaba ahí. Alguien grita consignas probando el micrófono. A martillazos, ajustan los últimos detalles… Yo tengo sed y espero… Tengo sed de que empiece todo. Van llegando los trabajadores, vienen con sus afiches, con pancartas escritas a mano, con su alegría. Se van aco5


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modando en los mejores puestos, pero todos los puestos son mejores cuando uno viene a ver a Chávez. En la medida en que se llenan los asientos, se llena todo de alegría, y voy a insistir en esto: en la alegría, porque eso somos, esa es nuestra fuerza y nuestra razón. Me llaman unas señoras que me han visto en la tele, son un club de abuelos pachangosos y muy chavistas — valga la redundancia— que vienen a ver a mi Presi. Entre ellos, Rosa vestida de burriquita, linda, estrenando esta semana sus setenta y dos años. Emperatriz, haciendo lo que las abuelas hacen, me regala una botellita de agua y Elisa me pide que le diga al Presi que ella lo quiere mucho. Abuelos jubilados, trabajadores de ayer que no se sientan a contar arrugas sino que hacen revolución. Un niño me hace señas desde lo más alto de las gradas, agita una bandera pequeñita como él. Me grita algo, me hace más señas, veo sus ojos y su urgencia, quedamos en vernos allá del otro lado, más abajo, donde podamos escucharnos. El niño se llama Daniel, se fue a Vargas, solito desde San Antonio de los Altos, para hablar con mi Presi. Traía una carta escrita con sus letras de primaria, dobladita, con la esperanza apretadita en su puño. Quería dársela a mi Presi, a su Presidente como él mismo decía, quería entregarse “cara a cara” para contarle, de paso, que “él es el niño más bolivariano del estado Miranda”. Daniel espera por su casa, angustiosa espera para un niño, pero 6

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sabe que es posible tenerla, sabe que muchos ya la han recibido, por eso, porque lo sabe, estaba ahí pidiendo una para su papá, mamá, y su hermanita. ¡Ahí vamos, mi niño bolivariano! La gente canta, la gente grita. Como en un presentimiento colectivo, una fuerza nos dice que ya está cerca, que ya viene… Arranca la música y la fiesta se vuelve más fiesta. Los chavistas estamos predispuestos a la gozadera. Al son del más leve ritmo, nos paramos todos a bailar. Allá la veo, a Rosa, la burriquita, bailando con sabrosura. Arriba todos bailan, abajo todos bailamos, yo bailo y anoto el baile en una libretica, como si estas cosas pudieran olvidarse… ¡Uh, ah, Chávez no se va! Bailamos… Al son de la clave, bailamos. Por momentos parecemos agua, como si todos fuéramos una sola cosa… —Y es que somos una sola cosa, somos chavistas—. Parecíamos agua que se mueve toda junta, que fluye, que empapa… Que empapa de alegría. Al fin llega mi Presi. Lo supe no por haberlo visto llegar sino por el ruido que se levanta y llena todo, que pone la piel de gallina, que te envuelve y te incluye, porque uno también está gritando. ¡Te amoooooooo! Llega mi Presi y la alegría se convierte en atención. Queremos escucharlo, queremos escucharnos en su voz. Entonces mi Presi hace lo que siempre hace: ser nosotros. Y como nosotros, entre muchas verdades, dice la verdad más grande de todas: “Quien se meta con el pueblo se 7


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mete con Chávez y quien se meta con Chávez se mete con el pueblo”. Otra vez como el agua, fluyendo todos juntos, a veces haciendo olitas, porque a veces chocamos, pero siendo siempre lo mismo, siempre siendo chavistas. Mi Presi arropándonos a todos, nosotros arropándolo a él. Y arropada termino la noche, con los ojos abiertos de par en par, prometiéndome en vano un desvelo que no fue. Escribiendo en mi cabeza lo que en la mañana siguiente, después del sueño profundo que viene después del sueño realizado, les terminaría de escribir. Esta historia continuará… Hasta el dos mil siempre. Caracas, 1 de septiembre de 2012

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II Punto de encuentro

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ntrar al Salón Ayacucho me hizo sentir como una especie de Alicia, la del país de las maravillas, atravesando, esta vez, una pantalla de la televisión que me llevó a un mundo, que por mucho que lo hubiera visto antes en mi tele, ayer, ahí adentro, era todo nuevo. Íbamos a la entrega de los Petro-Orinocos a profesores universitarios, a funcionarios y a docentes del Ministerio de Educación jubilados. Se trataba de un acto de gobierno, y un incauto podría pensar que sería un acto aburrido, que todos los actos de este tipo, en todas partes, están cortados con la misma tediosa tijera, pero no, éste no era un acto de cualquier gobierno y aquí la tijera que corta la maneja Chávez. Me llamó la atención el silencio. En la medida en que intuíamos la llegada de mi Presi, las conversaciones, los 9


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saludos alegres, las risas que venía escuchando desde que llegué al Salón se fueron apagando y las miradas, todas, trataban de adivinar por dónde llegaría él. “Buenas, buenas, buenas” —llegó mi Presi como quien llega a casa de unos amigos, ahí, sonriendo, mirando a cada uno de los invitados, recorriendo con sus ojos, muy mirones, cada detalle del salón. Llegó con él la alegría, la sencillez, arrazando con el almidomamiento que impone el protocolo…—. “Hoy es 4 de septiembre… martes, martes, ustedes están como tiesos ahí, relájense, relájense…”. ¡Y cómo no relajarse! Se acabó el silencio. Mi Presi prefirió hablar de pie, entre las dos largas mesas de los invitados. Caminando de arriba a abajo, conversando con ellos, cerquita, a medio metro de distancia. Adivino mi cara en las caras de fascinación de los profes. En cinco minutos ya mi Presi había hablado del PIB, de la inflación, de la Faja Petrolífera, de los convenios con China, de boleros, del amor, todo esto con dos o tres chistecitos intercalados, hasta que él mismo se interrumpió diciendo: “¡Empecé a hablar y el acto no ha empezado! Es que estaba practicando”, —se rió. Entonces sí empezó de verdad, y fue simplemente la continuación de lo que ya había empezado. Mi Presi, haciendo una de las cosas que mejor hace, nos dio una lección de “economía al alcance de todos”, por si acaso alguien no entendía “con qué se comen” los Petro-Ori10

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nocos. Los profes recibieron frasquitos con muestras de petróleo y algunos de sus subproductos. Me dio mucha risa cómo casi todos, con disimulo, destapaban el frasquito de azufre para ver a qué olía… “¡Huele a azufre!” —dijo mi Presi hace años en la Asamblea General de la ONU—. Todos queríamos saber a qué olía lo que olió mi Presi allá. De la clase pasamos al recreo con la entrega, a cada profe y funcionario, de sus Petro-Orinocos. Se hacía justicia, se saldaba una deuda que tal vez duró demasiado, pero al fin llegó. No pude dejar de pensar en mi papá, tampoco pude evitar la infantil imagen de verlo sentado en una nube, mirando hacia abajo, aplaudiendo a sus colegas reivindicados, aplaudiendo a su Presidente y, ya que aplaudimos, pues, aplaudiendo a su niña que estaba ahí aplaudiendo. Mi Presi se fue acercando, de uno en uno, a todos los profes y funcionarios que esa tarde recibían sus prestaciones, pero mi Presi es mi Presi y hace las cosas como sólo él las hace. Fue así cómo un acto formal de gobierno se convirtió en una tarde para recordar toda la vida. La moderadora anunciaba los nombres de los beneficiarios y en cada uno mi Presi encontraba un nexo, un cuento, un chiste que los convertía en amigos. “Miguel Ángel Rengifo” —anunció la moderadora— y Miguel Ángel agregó, orgulloso: “De Camaguán”—palabras mágicas que hechizan a mi Presi: “¡Camaguán!… 11


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Que es tierra mía”. Y canta mi Presi cantor: “Camaguán, que es tierra mía, que siempre vive…” y ya son amigotes Miguel Ángel y mi Presi, y yo también me siento un poco amigota de los dos. De Camaguán nos paseamos por la Valencia de la profesora Ángela Rosa Fernández, por la Valera de Lenín Molina, a la caraqueña Pastora con Lenny Soriano Cruz, a quien le pregunta mi Presi, muerto de la risa, si le molestan los gallos que él tiene en Miraflores. A Barquisimeto, a Caripito… “¡Juan!, ¡Juan Perdomo! Nombre criollito, compadre. ¿De dónde es usted, Juan?” Pues Juan era de ahí cerquita donde vivió mi Presi, por la carnicería, en el puente, arriba… Y uno podía imaginarlo todo mientras Juan y mi Presi recordaban el taller del gallego, los cafecitos compartidos con toda esa gente de Santa Rosa en Maracay. Mi Presi reconoce los rasgos llaneros en la cara emocionada de Ismelda Arias. “Yo soy de Ciudad de Nutrias” –dijo la profesora, y voló la mente de mi Presi por aquellos lados y nos llevó con él a navegar por el Apure, todos en el mismo barco, desde Caicara hasta Guasdualito…—. Ismelda, “llanera al fin” –como dijo mi Presi— había escrito algo: un agradecimiento sencillo, emotivo, tan emotivo que no pudo terminar de leer. Me acordé de mi abuela, Mamama, que decía que en momentos así sentía una papa en la garganta… Creo que todos ahí teníamos una papa en la garganta… Fue así como fuimos amigos en el Salón Ayacucho. 12

Hay por ahí una teoría que dice que dos personas cualquiera, en cualquier lugar del mundo, se relacionan como puntos, a través de siete personas: una que conoce a otra y otra que conoce a Fulano y Fulano a Perencejo… Hasta unir, en una cadena improbable de relaciones, a dos perfectos desconocidos. En Venezuela acortamos esa distancia, el punto de encuentro es uno solito. El punto de encuentro es mi Presi. A todas estas, desde que comenzó la tarde, mis ojos, que quieren beberse todo lo mirable, se empeñaban en detallar los zapatos de mi Presi: unos zapatos café con leche, sencillos, con las suelas más gastadas de un lado que del otro, zapatos caminados, llenos de historias… Pero esa será otra historia… Caracas, 6 de septiembre de 2012

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III Escribiremos y venceremos

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legamos al Poliedro de Caracas cerca de las nueve de la mañana y ya la fiesta había empezado, porque es que con mi Presi la fiesta empieza antes de que empiece. La música hacía bambolear los cuerpos de quienes esperaban en fila para entrar, a los que buscábamos acreditaciones de prensa, y yo me atrevería a decir que, aunque no se bamboleaban, los militares que cuidaban el Poliedro también bailaban por dentro. Llegaba al Poliedro, desde tempranito, gente de toda Venezuela. Muchos habían viajado toda la noche para poder estar ahí, vi a un señor mayor combatiendo un bostezo trasnochado a punta de zandungueo. Venían todos a una reunión política y una reunión política fue, pero como hacemos las cosas los chavistas: gozando un puyero. 15


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Vi al Poliedro llenarse hasta el techo, como en los conciertos de rock de mis tiempos veinteañeros. Esta vez el rockero era mi Presi y los músicos todos nosotros. Íbamos al Poliedro a afinar la orquesta para el gran concierto del 7 de octubre. Dicen que el que espera desespera pero ese no es el caso cuando uno espera a mi Presi. La espera, como ya les dije, es la fiesta antes de la fiesta y las fiestas dan para todo, para encontrarnos, conocernos, para empezarnos a querer. Fue así como conocí a Nilo Fernández, abuelo combatiente, vocero del Frente Campesino y del Comité de Abuelos del Municipio Crespo del estado Lara. Un peruano Patria Grande que vino hace varias décadas a vivir y a luchar nuestras luchas. Vino cargado de propuestas para su municipio, busca apoyo para su gente, trabaja para eso, se mueve. Me encantan esos abuelos que luchan, que saben que una queja sin propuestas es hueca. Sé que Nilo, y él lo sabe también, va a encontrar lo que desea para su larense municipio. Dennys Serrano, de Barinas, se me acercó con un sueño tan lindo que empezamos a soñar juntas. En San Silvestre, su municipio, hay un liceo que se quedó pequeño, porque cuando Venezuela se hace grande, como la estamos haciendo, hay que agrandarle sus colegios. Por esto, la gente de San Silvestre se empeñó en un proyecto: encontraron un terrero que tiene unos hermosos sama16

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nes; ahí quieren hacer un liceo ecológico, con cabañas para los salones, con un criadero de cachamas, con una pequeña reserva de animales de la zona, un proyecto que les permita autogestionar el liceo, si no todo, en buena parte… Y vuelan alto nuestros sueños porque ahora no sólo nos atrevemos a soñarlos, sino que también los construimos… Culpechavez.

Y sigue la fiesta

Se habían ubicado los grupos por estados: Guárico aquí abajo, mi Nueva Esparta del alma en un puño allá arriba, Barinas más acá, Miranda y Carabobo lado a lado… Y uno reconocía a las regiones al son de los bailes. Si sonaba un joropo, joropeaban los llaneros mientras los orientales los miraban con un galerón en la punta de la lengua. Pero hay ritmo que no hay cuerpo que lo resista, ese no sé qué que nos agarra por dentro y nos sacude las inhibiciones, si es que quedaba alguna, y nos pone a menear las caderas con sabooooor y mucha azúcaaaaa! Son los ritmos de la costa, se los dice una costeña guapachoza, créame no hay sabor más sabrocito… ¡Uh ah! ¡Chávez no se va!, bailaba todo el Poliedro —bueno, casi todo porque Escarlatina Rojas Bermellón estaba ahí, y todos sabemos que Escarlatina no baila, y menos con el pueblo, pero en esta fiesta, hagamos como Cantinflas y mejor ni la ignoremos—. Decía que bailaba todo el Poliedro y yo, bailando, veía el bailoteo buscando 17


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una historia bailarina que contar. Y ¡Uh ah! ¡Chávez no se va! bailando y aplaudiendo vi a mi adorado Fernando Soto Rojas. A Soto lo atrapó el sabor y se paró a bailar, inspirado, hermoso, tanto que quise saltar hasta allá donde él estaba para estamparle dos besos en cada cachete. Uno puede querer mucho a alguien tan sólo con verlo bailar… Y a Soto, no sólo lo he visto bailando, lo he visto ser decente y maravilloso. ¡Uh ah! ¡Chávez no se va!… ¡Y llegó! Llegó mi Presi y juro que jamás me voy a acostumbrar al sacudón de alma, al corazón desbocado cada vez que lo veo, que creo que es el mismo sacudón que sienten todos. Cuando llega mi Presi, nos convertimos en un solo grito, en una sola alegría, en un solo propósito. —Como este texto no es multimedia, no verán, a menos que se los cuente, que mientras escribo este párrafo, me corren dos lagrimones emocionados… Emociones de mecha lenta que van saliendo poco a poco en un intento de autopreservación cardíaca… Ya vengo: voy a llorar un poquito…— “Grabé en la penca de un maguey tu nombre unido al mío, entrelazadoooosss”. Cantó mi Presi, cantamos todos… Y empezó mi Presi a afinar la orquesta: “…Cuando uno estudiaba secundaria, ¡no! algunos compañeros decían ¡no! diez es diez, lo demás es lujo, ¿te acuerdas, Antonia? Diez es diez, lo demás es lujo, no, no. No, para nosotros no basta sacar diez, ¡no!, para nosotros 18

sacar 20 no es un lujo, para nosotros sacar 20 es decir la victoria perfecta, el examen perfecto, las respuestas perfectas, no es un lujo, ¡es una necesidad!” —dijo mi Presi, y todos afinábamos. Y afinando, preguntó por una patrullera de Carabobo que estaba allá arribota y ella se lanzó a correr gradas abajo, buscando un micrófono para responderle a mi Presi. Mientras ella bajaba a toda velocidad por una escalera, por otra, paralela a ésta, subía a toda mecha el muchacho del audio. Todo el Poliedro empezó a gritar para avisarles, para que se encontraran y fue increíble pero, en medio de aquel bullicio, esas dos personas, apuradas, nos escucharon y lograron encontrarse. La carcajada fue colectiva. Un compañero camarógrafo que tenía a mi lado me dijo: “eso no pasa en ningún acto político en ninguna parte del mundo. Sólo nos pasa a nosotros: nuestras cosas son siempre una gozadera”. Dijo Arturo Jauretche: “Ignoran que la multitud no odia, odian las minorías, porque conquistar derechos provoca alegría, mientras perder privilegios provoca rencor”. Somos una gozadera porque conquistamos derechos; gozamos y nos llenamos de amor. Y, amorosamente, nos da una tarea mi Presi, la más importante, no sólo de nuestras vidas sino de las de nuestros hijos y nietos por venir: “Inundemos a Venezuela de más amor, inundemos a la patria toda de más alegría, todos estos días por venir y el 7 de octubre escribamos con 19


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alegría, con júbilo, una de las páginas más gloriosas de la historia política venezolana ¡Escribámosla!”. Y escribiremos como lo hicimos durante el golpe de abril, como lo hicimos en el paro petrolero. Escribiremos y venceremos, porque esta fiesta, esta alegría, estos sueños posibles no se pueden acabar. Y sí, supe que los zapatos de mi Presi tienen una historia… Pero todavía y por ahora esa es otra historia. Caracas, 8 de septiembre de 2012 Día de la Virgen del Valle

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IV Una sola mirada

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ste es un relato visual en que apago la música que sonaba alegre, apago los gritos, apago los oídos y abro los ojos de par en par. Esta es la historia de la calle en Charallave, de un domingo de sol achicharrante, luminoso… Es la historia de la gente que ignoraba el calor al calor de la espera; de la gente movida por el amor de un solo hombre y unida toda en ese solo amor. Eran cerca de las dos de la tarde y ya venían llegando, por la carretera se les veía a pie, en moto, en camiones, carros, autobuses; como fuera había que llegar. Traían banderas, traían a sus niños, traían alegría pero sobre todo traían esperanza. Poco a poco se iban congregando frente a una tarima. Bailaban y esperaban. Algunos buscaban una sombrita, los árboles se convirtieron es oasis sobrepoblados. Eran casi las cuatro de la tarde y el sol no cedía. De repente, otra vez el recurrente presentimiento colectivo que nos dice a todos que ya viene, que falta poco. 21


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Todos buscan lo que creen será el mejor lugar para verlo, y más importante, que él los vea. Todos parecen necesitar su mirada. Yo los entiendo, porque yo también soy ellos. Su mirada nos dice que él sabe, que entiende… Su mirada nos da tranquilidad, certeza, nos reconoce, nos siente, se angustia con nuestras angustias y brilla de felicidad con la nuestra… Todos buscamos su mirada: miles de caras buscando que las mire un solo par de ojos. El pueblo sabe que Chávez es de ellos. Tanto, que mientras él hablaba con los periodistas, la gente les gritaba: “suéltenlo, suéltenlo”, para que lo dejaran ir hacia ellos, para tenerlo cerquita, para que los viera. Chávez se suelta solito y se acerca. Todas las caras, a varios metros a la redonda, miran hacia él aunque estén tan lejos que no alcancen a mirarlo. Los que están cerquita lo besan, lo abrazan, lo amapuchan, lo agarran y no lo sueltan, como queriendo quedarse con él para siempre. Subimos al camión y empezó la caravana. Nunca voy a entender cómo avanza el camión de mi Presi entre esa masa compacta de hombres, mujeres, niños, ¡tantos niños!, gente de todas las edades. Abuelos y abuelas avanzando con vigor de muchachos, mamás con sus bebés alzados por encima de las cabezas de la multitud, gente en los balcones saludando con banderas, niños sobre los hombros de sus papás saludando a Chávez con sus manitas. Momentos de alegría pero también de tensión, mucha gente, una multitud movediza que avanza al 22

lado de su Presidente y uno con el corazón en un puño, rogando al cielo que nadie se caiga, que agarren bien a los niños que están bien agarrados… Y sigo mirando las caras. Una muchacha morena, alta, con el pelo recogido en un moño, con un gesto distinto a los demás, hizo que mis ojos, intuyendo una historia, la siguieran durante un trecho largo. Ella empujaba, corría y vuelta a empujar, buscando, como todos, su mirada. Por momentos parecía estar a punto de lograrlo pero siempre algo se ponía en su camino. Su gesto era de determinación y de necesidad apremiante. Ya estaba a puntito, ya casi llegaba cuando unas motos truncaron su carrera. Ella gritó y levantó un brazo, el único brazo que tenía… La perdí de vista pero su cara la tengo tatuada en la memoria. Se quedó atrás pero sus ojos decían que no se daba pon vencida: Él iba a mirarla. Un abuelo, probablemente italiano, de esos que escogió esta tierra de gracia para hacerla su patria, paradito, inmóvil en medio de aquella tormenta de gente, sonriendo, sólo sonriendo, en paz… Los ojos de mi Presi terminan siempre sobre los niños, los abuelos, los más necesitados. Él me decía, mientras saludaba: “mira a esa niña, mira a esa señora”, señalando a cada uno… Los mira, a todos los que humanamente un solo par de ojos pueda ver. Yo quise ayudarlo a mirar porque pensé que era mucho para él solito, pero nunca parece ser mucho para él, que tiene los ojos más mirones que he visto en mi vida. 23


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Mirando y mirando me dice como sacudido por quién sabe qué recuerdos: “Hay cosas que yo veo que son como de otro mundo, como de un tiempo pasado. Varios mundos en uno… Caras del pasado… El mundo dio varias vueltas…”. Y yo veía una de las vueltas que dio el mundo: Él era una de esas caras y hoy es el Presidente que se niega a dejar de ser lo que fue: un muchacho de pueblo, el arañero de Sabaneta, pues, quizá añorando poder estar ahí, anónimo, mezclado entre la gente. “A esa muchacha le falta un brazo” —me dijo, mortificado, y yo salté preguntándole si era la muchacha morena y alta, la del pelo en un moño, y él me dijo que sí y que ya la estaban atendiendo. Mi Presi, inevitablemente, termina mirando donde hay que mirar. La verdad es que cuando mira a uno, nos mira a todos. Ese par de ojos chiquitos, brillantes, inquietos, humanos… Dicen algunos que mi Presi despierta una especie de fervor místico religioso. Yo ayer vi a Chávez el hombre, con sus virtudes, inmensas, y sus limitaciones, humanas. No se venera a un hombre. A un hombre se le ama. Y es eso lo que sentimos, ayer lo vi, lo viví. No es veneración, es amor correspondido. Charallave, 9 de septiembre de 2012

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V Serenata con loro

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yer, en una rueda de prensa, contaba mi Presi la fuga de uno de sus loros. Se trata de un loro que le regaló una señora, un loro que decía: “¡Viva Chávez!”. Un loro que desde que llegó a Miraflores estuvo calladito, no decía ni pío, ni “¡Viva Chávez!”, ni nada. Hace unos días, el loro se fue volando. Se fugó de su jaula. Lo buscaron por todos lados pero el loro no estaba. Ayer apareció “En el árbol que está frente ahí a Miraflores, dentro de Miraflores, un árbol grande que está ahí, donde está el helipuerto, ahí se encaramó, ahora anda acompañado con dos loros más, buscó escoltas… Buscó escolta, no se sabe si es una novia que tiene, o dos novias, no se sabe. Pero lo cierto es que él ahora sí canta, está arriba del samán, escoltado por dos loros, y viva Chávez, viva Chávez, y dice no sé cuántas cosas, está libre el loro, hay que dejarlo quieto… déjenlo quieto…”. 25


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Hablaba de libertad, mi Presi, y su voz era la de un muchacho enamorado, un amor que se desbordaba de sus ojos. Ojos chiquitos, mirones y tan decidores… Hablaba de amor, de un amor colectivo que alcanza a todos, hasta a un loro que no se quiso ir. Hablaba de su razón de ser, de su vida, de su circunstancia. “Entonces no se trata de Chávez, Chávez no ha sido sino una circunstancia… Como dice la canción… amor, lo nuestro sólo fue casualidad la misma hora, el mismo bulevar… ¡Ése ha sido Chávez! Yo no tuve la culpa de haber nacido en 1954, a pocos días de Dien Bien Phu o al mismo tiempo que los aviones yanquis bombardeaban Ciudad Guatemala para sacar a Jacobo Arbenz, o pocos meses después de que Fidel, Raúl, el Che y no sé cuántos más asaltaron al cuartel Moncada, locos de patria. No tengo la culpa, yo he podido nacer 100 años antes o ayer, yo no pedí ni siquiera venir a este mundo pues, todo fue casualidad la misma hora, el mismo bulevar. Yo no pedí entrar en la Escuela Militar, me costó bastante, por cierto, Tribilín, el zurdo Tribilín que quería ser el Látigo Chávez, la misma hora, el mismo bulevar. Y luego no tuve la culpa yo del golpe de Estado en Chile y aquel brigadier que era de 18 años y aquellos jóvenes, no tuve la culpa de ser soldado. Yo no escogí este camino, decía Simón Bolívar allá en Angostura, nuestro Padre Libertador: “No he sido más que una débil paja arrastrado por un huracán…” el huracán revolucionario”. “Yo no tuve la culpa del fracaso estruendoso del Pacto de Punto Fijo. ¿Échame la culpa a mí? No tuve la culpa del 26

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4 de febrero, mucho menos de El Caracazo, lo vi con estos ojos desde allá del Palacio Blanco, cuando comenzaba la explosión, y después por El Silencio salí y vi aquel desastre y yo soy hijo del huracán… la misma hora, el mismo bulevar. Sólo que algunos se niegan de manera pero irracional a reconocer esto y cuando digo Chávez no… Ya estoy yendo más allá de este cuerpo y de esta alma que está aquí. Nosotros somos hijos de un huracán, nosotros surgimos a la historia venezolana, producto de la crisis profunda y la catástrofe del Pacto de Punto Fijo, el desmoronamiento de un país pues, el país se desmoronó… En fin, 20 años no es nada, la misma hora, el mismo bulevar…”. Y sigue cantando: Si alguna vez nos vemos por ahí, Invítame un café y hazme el amor Y si ya no vuelvo a verte Ojalá que tengas suerte Ya lo ves, la vida es así Tú te vas y yo me quedo aquí…

“¡Ah malaya!, una guitarra, compadre, y una ventana, y una muchacha bonita y una madrugada” —sonrieron los ojos de Tribilín que, quizá sin saberlo, nos acababa de regalar una hermosa e inolvidable serenata: una serenata con loro. Caracas, 11 de septiembre de 2012 27


VI El mero mero y las mujeres

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na tarde completa para un serenatero. Ayer Vicente Fernández, el cantor mexicano, se encontró con un admirador. No cualquier admirador, sino uno que conoce sus canciones, sus películas, y nos las cuenta y nos las canta. Vino Vicente Fernández a conocer a mi Presi. El encuentro fue en el Palacio de Miraflores. El cantor caminó hacia la puerta del despacho presidencial rodeado de fotógrafos, acompañado por algunos ministros y cantores venezolanos, envuelto en el rigor del protocolo. Hasta que se abrió la puerta… “¡El mero mero!” —se adelantaba por la rendija entreabierta otro vozarrón: el vozarrón de mi Presi. Empinada, detrás de un enjambre de fotógrafos, apenas alcancé a ver el saludo. Entraron y mientras las puertas se cerraban pude escuchar a mi Presi cantando lo que siempre nos canta: “Grabé en la penca del maguey tu nombreeeee”. 29


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Al ratico, nos invitaron a pasar y pudimos escuchar a Vicente Fernández cantar. “¡Retumbó Miraflores!” —mi Presi expresó nuestro propio asombro. La voz de Vicente Fernández es de trueno y seda. Su voz, sus tantos años cantando, merecieron una condecoración que ayer se llevo en el pecho. La visita fue breve, amable, alegre. Partió el cantor y quedó mi Presi cantando, como un muchachito contento. Entre canción y canción, supimos que el loro fugitivo había vuelto a su jaula. Discutimos todos el destino del loro. Mi Presi lo quiere libre, el loro parece que también prefiere el samán con sus novias a la jaula. Pobre loro domesticado con alas voladoras. Sabe volar hasta el cielo pero no sabe buscar comida. La historia del loro conmovió hasta al más curtido de los presentes. “Nos vamos al Teresa Carreño” —se despidió y entró al Palacio… Yo me quedé mirando sus zapatos negros que se alejaban. Me pregunté por sus otros zapatos, los viejitos, lindos y llenos de historias… A lo lejos, lo oímos: seguía cantando. Mi Presi, el mero mero. Trasladada la serenata al lugar perfecto: el teatro Teresa Carreño abarrotado de mujeres. Habían llegado en la tarde. Traían flores para él. Traían corazones, traían a sus niños pequeños, alborotados primero, dormiditos sobre sus mamás después. Traían amor. Mujeres siempre llenas de amor.

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Empezamos cantando el Himno Nacional. Un himno en voces de madres, de hijas, de hermanas y abuelas. En los ojos dulces de aquellas mujeres, vi una determinación de acero. Cantábamos el himno como un juramento. Mujeres valientes, haciendo la patria de nuestros niños, de todos los niños, junto al hombre inmenso que nos devolvió la patria. Y vino la serenata. No sé quién serenateó a quién: si mi Presi a nosotras o nosotras a él. Serenateamos todos. Nos cantamos, entre arrestos de taquicardia, canciones de amor durante casi una hora. Entonces habló mi Presi, cuando al fin lo dejamos hablar… Y lo dejamos… Y habló el hombre que nos conoce, que nos respeta, que sabe sentir lo que nosotras sentimos. Habló de nuestra fortaleza, de nuestros dolores, ¡ay!, como si él mismito los sintiera. Habló de amor. Dirigentes populares, patrulleras, mujeres de distintos movimientos sociales, colegas del Movimiento de Amas de Casa Organizadas. ¡Vaya maravilla! Mamás que se organizan, que se niegan a ser diluidas en el olvido laboral, cuando son ellas las que hacen, quizás, el trabajo más difícil, más intenso y más importante de todos. Mamás a tiempo completo criando futuras generaciones de mujeres y hombres buenos. Mujeres organizadas, empoderadas… Un solo grito: “Chávez, te amoooooooo”… Te amamos… Todas volándole besos y besos y besos…

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Noche bonita. Una fiesta de amor. Una fiesta de presente y futuro que no se acabó cuando mi Presi, nuestro Presi, tuvo que partir. Seguimos celebrando afuera del teatro, seguimos encontrándonos en los ojos de otras: María Antonieta, Eva, Alicia, Julia y su hija Miroslava, Elizabeth; de Caracas, de Valencia, de Vargas… Tomamos por un momento la esquina de la avenida Bolívar, ese mujerero chavista, riendo, recordando cada momento que acabábamos de vivir y cómo casi nos desmayamos de amor, y cómo seguiremos amando a ese hombre que no se conforma sólo con regalarnos serenatas. Queriéndolo, queriéndonos, nos fuimos, por fin, a dormir. Caracas, 13 de septiembre de 2012

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VII San Fernando en mis ojos

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i San Fernando de Apure en la tarde del sábado. Como siempre, con Chávez todo empieza antes de que empiece y ya la fiesta había empezado. Vi que las calles de San Fernando estaban esperándolo. Vi gente en las aceras, en los balcones, en cada ventana, sobre los techos, encima de los árboles… Cien escoltas espontáneos nos acompañaban en sus motos y se iban sumando más en cada metro andado… Un solo grito en mil voces: ¡Cháveeeeeeeez! Vi a Chávez sabanero: el hombre en su salsa, en sus caminos. El hijo, el hermano, el compadre que vuelve a casa. Vi La felicidad del reencuentro. Vi su cara contenta, sus ojos como queriendo tragarse todo para llevarlo todo de vuelta consigo, vi al amigo. Vi… sentí, en la sabana un amor hondo, uno distinto a todo lo que he visto. Es como un amor de tierra, ése que nace en medio de la naturaleza vasta, hermosa y también 33


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terrible de aquellos lados. Tierra de hombres y mujeres recios porque hay que ser recio donde todo es gigante: los ríos, las llanuras, las lluvias, la sequías, las angustias y las alegrías… Vi tantas caras, y cada cara era una historia que no puedo sino adivinar. Quería llegar allá y preguntarle a una muchacha que iba vestida de muñeca de trapo, sonriendo, con sus cachetes colorados, entre tanta gente, una muñequita con trenzas de estambre rosado que me lanzó una bolsita de tela de flores, como su vestido. Adentro, intuí al tacto, un papelito para mi Presi. Un abuelo montado en la copa de un árbol donde también habían subido un grupo de muchachos. El abuelo había subido más alto que todos y desde ahí saludaba a Chávez que también lo saludaba. Los balcones eran una fiesta. Familias enteras celebraban. Mi Presi los saluda y todos brincan y se abrazan como si fuera un “feliz año” en pleno septiembre apureño. Una amiga me contaba que había una familia celebrando con un sancocho la visita de Chávez y le decían: “Todos nosotros somos chavistas”, y agregó una niña que estaba entre ellos: “Sí, y yo soy el semillero”. A un llanero grande le corría un río de lágrimas por la cara curtida y se golpeaba el corazón con el puño, su forma de decir lo que las mujeres gritaban a su lado: Te amo. El amor es una cosa seria, porque es tan sabroso que se contagia, uno llega a Apure creyendo que amaba a su Presi y sale de ahí amándolo mucho más, llenando mi 34

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amor con el amor de otros, fortaleciendo este raro amor colectivo. Y no se ama por cualquier cosa, el amor sólo es amor cuando hay razones. En medio de aquel gentío no era difícil encontrarlas. Las razones estaban ahí, agitando sus manos, saludando, acercándose… Egleé Aparicio se abría paso entre el gentío apretujado. Venía decidida, tenía que decirme algo que yo no alcanzaba a escuchar. Egleé no se dejaba, insistía, empujaba como si la vida se le fuera en ello, hasta que pudimos darnos la mano: “Dile a mi Presidente que gracias. Que operaron a mi hijo y que está muy bien”… Gracias… Esa mujer hizo todo ese esfuerzo de empujones, apachurramientos, para dar las gracias… Yo lo vi. Mariela Salinas, unos metros más adelante, me dijo: “Yo lo que quiero es darle las gracias a mi Presidente porque salvaron a mi sobrina”. Dos mujeres agradeciendo por la salud de los suyos. Y dirían mis amigas del este del Este: “Pero eso no es un favor sino un deber del gobierno”. Claro, un deber de todos los gobiernos que siempre se negaron a cumplir con su deber, hasta que llegó Chávez. Ahí está la razón: agradecemos la palabra empeñada, la promesa cumplida, la certeza. Apure es todo chavista, me gritó una muchacha, y yo vi clarita la victoria perfecta en las calles de San Fernando. Vi a mi Presi desbordado de emoción. Escuché su voz quebrarse, vi sus lágrimas, igualitas a las del llanero que 35


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se golpeaba el pecho de amor. Vi a Chávez sabanero y vi a la sabana entera con él. Ya nos íbamos, el camino bordeado de gente que seguía queriendo seguir con él, con Chávez, el hijo de Apure, el hermano, el compadre, el hombre más grande que ha parido la sabana —sin que me quede nada por dentro— el hombre más grande que ha parido esa tierra. Justo antes de partir, tratando de guardar a Apure para siempre en mis ojos, escuché un grito que, por lejano, apenas se oía: la voz de un muchachito que gritaba: “Viva Chávez”. El semillero… Caracas, 16 de septiembre de 2012

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VIII Del Este al Oeste

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sea, no me pregunten cómo, pero ayer estuve en Catia, en la caravana del que te conté, o sea, Chávez, o sea… Ok, pregúntenme. Es que Carola me lleva a veces a unos lugares que, o sea… Y esta vez me llevó, a mí, a la Kiki, a Catia, o sea, al oeste del Oeste… Yo nunca había estado ahí, estaba, o sea, super perdidísima, o sea, me perdería demasiado. Pasamos al lado de unos edificios grandotes, o sea, y alguien me dijo que eso es el 23 de Enero, o sea, que el 23 de Enero existe, que no es una leyenda urbana, o sea, y que ahí vive gente, yo los vi asomados en las ventanas, o sea, sacando banderas rojas, franelas rojas, cualquier cosa que fuera roja, o sea, dice Carola que para saludar a Chávez, pero yo creo que era que estaban colgando su ropa para que se secara en los balcones… o sea… El camino estaba lleno de chavistas. Lo supe, o sea, porque estaban contentísimos, o sea, súper happy, típico 37


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de los chavistas que no están bien informados, que son capaces de pasar todo el día sin ver Globovisión, o sea, así cualquiera está alegre. Me quedé loca porque la gente llevaba a sus niñitos ¡Quí hurribli! ¿Acaso no saben que un día que nunca llega se los van a quitar para mandarlos a Cuba? O sea… Y los niñitos saludaban contentos porque esos niñitos no saben que, sí, o sea, sí: hoy les dan su computadorcita súper cuchi pero eso, o sea, es una trampa, para que crean, o sea, y luego, ¡zuas! A Cuba toditos con ese señor que se llama Fidel, o sea, que se parece un poquito a Santa Claus porque tiene barba y tal, pero no es porque no trae juguetes, o sea, sufro como Maricori… Otra cosa que me dejó, o sea, helada es que en Catia vive un gentío, yo que pensaba que nadie quería vivir allá, o sea. Y no sólo viven ahí, sino que parece que son felices, a menos que, claro, les hayan pagado para parecer felices mientras pasaba la caravana, o sea, entonces pienso, decente y pensantemente, que Catia es como un Hollywood caraqueño, full de actores de primera, o sea, como para darle a toda Catia un Oscar, o sea, que deben tener como 14 años ensayando la alegría, y la ensayaron bien porque hasta yo, que sí vi Globovisión antes de salir de mi casa, casi que siento una sonrisa en mi cara, o sea, contrólate Kiki, contrólate… O Hollywood, o que todos los empleados públicos de Venezuela viven en Catia y los obligaron a ir, o sea, qué 38

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gentío, o sea, con razón la burocracia… O sea, no puede ser otra cosa. Y aquella canción, o sea, súper pegajosa, o sea, y todo el mundo cantando “de corazón, de corazón, Chávez de corazón”… O sea, y yo te lo juro que no quería cantarla, así que me concentré en la cara de Nitu, para no contagiarme de esa felicidad que había en Catia, porque, o sea, si yo me llegara a sentir feliz en Catia, la Tutti, mi primi, me borraría del Facebook, o sea… Avanzaba la caravana como a cámara lenta. Yo no sé porqué nos metimos por esa calle llena de gente que no nos dejaba ir chola para poder salir de ahí. Cosas de chavistas que uno no entiende, o sea, porque si yo fuera Presidente, privatizaría una calle sólo para mí, o sea, sin gente, sin colas, o sea, y me iría demasiado… O sea, pero ahí estábamos, en medio de un bululú impresionante y el señor de la verruga, o sea, en vez de darse su puesto y empujar a todo el mundo para salir corriendo de ahí; no, o sea, él, saludando, muerto de risa, y tirando besos a todo el mundo, como si todos fueran iguales… O sea, como si todos fueran presidentes… Ahí es cuando me puse fúrica con Carola, o sea, porque me dijo: “Es que Chávez y el pueblo son una misma cosa…”. O sea, ya empezaba a hiperventilar, tenía yo un bajón de Aló Ciudadano. Necesitaba, o sea, que alguien me dijera por la tele que yo no estaba viendo lo que estaba viendo en Catia. Y yo, buscando aire, o sea, porque yo 39


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respiro aire, levantaba la cara y sólo veía balcones llenos de gente con banderas, con trompetas y pitos… Música, música… Familias enteras, o sea, porque en Catia viven familias, o sea… Full chamos, o sea, adoctrinados. Yo no sabía que había tantos chamos chavistas. Yo creía que los manos blancas éramos la juventud venezolana, que nosotros somos los estudiantes. Los únicos EEEEEs- tu- dian-tes clap, clap, clap… O sea, había hasta una chama igualita a la Tutti, llevaba la misma franela rosada neón que compró la Tutti la semana pasada, o sea, pero no era la Tutti, porque la Tutti, me consta, está en Mayami, o sea… O sea, que los chamos de Catia son como nosotros, o sea, y yo ya no estoy entendiendo nada… Necesito ver a Carla y Kiko, o sea, necesito que alguien apague a Carola que la tengo al lado “¿Viste, Kiki?”, aprovechando este momento de debilidad que me choca, o sea… Me choca, o sea, y tengo que concentrarme en el camino, no vaya a ser cosa de que me quede sin amiguis, o sea. La idiota de Carola insiste: “Tranqui, Kiki, que el voto es secreto, que en el este del Este hay un montón de chavistas de closet”… O sea, no sé si odiar o querer a Carola… O sea, necesito una señal, algo que me rescate, o sea help, porque Carola dice que el amor se contagia y yo me estoy contagiando, o sea, y no puedo. Ya son muchos años furiosa, son años y años de “no es no”, como para 40

que ahora venga yo a decir que “sí es sí”… o sea, yo tengo mi orgullo intransigente, o sea, fuck! Pero también tengo ojos, o sea, así que nunca debí venir a Catia, tenía que haberlo visto en el canal que me dice lo que tengo que ver, o sea, era más fácil no venir… La señal que buscaba llegó: entre todos los balcones, iluminados, festivos —como diría Carola—, había uno en penumbras, sin sus bombillos cubanos, apagado todo, donde dos personas, apagadas también, miraban todo lo que yo miraba con cara de odio, de asco, o sea, “como tu cara, Kiki, como tu cara” —Carola quiso abrazarme— o sea, y yo la quise abrazar, o sea, ¿seguro que esta caravana no tiene burundanga? O sea, “De corazón, de corazón, Chávez de corazón”… ¿O sea? Caracas, 17 de septiembre de 2017

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IX En buenas manos

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l Poliedro se llenaba de muchachos, como cuando yo era pava e iba a un concierto. El estacionamiento atestado, la entrada, los pasillos y, poco a poco, las gradas hasta llegar al techo. Más de veintitrés mil muchachos y muchachas llegaron de distintos estados, viajaron algunos toda la noche —juventud, divino tesoro— y estaban ahí, fresquitos, bailando, cantando, gritando sus consignas, gozando, esperando, no a una estrella de rock, sino al rock mismo: a Chávez, el otro beta. La música a todísimo volúmen reventaba mis tímpanos cuarentones mientras a los chamos no sólo parecía no molestarle, sino que podían conversar en medio de aquel fabuloso escándalo… ¡Y qué digo conversar! Conversaban y bailaban sin perder el aliento… Bailaban con tanto sabor que yo quise bailar con ellos. Y lo hice —¡Oh batatas engarrotadas!— Y hoy mi cuerpo lo está pagando. 43


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Jóvenes artistas, campesinos, investigadores, deportistas, muchachos y muchachas que, probablemente, jamás hubieran coincidido en el Poliedro hoy celebraban juntos ese improbable encuentro, jóvenes tan distintos descubriendo semejanzas, integrándose, complementándose, todo esto culpechavez. Yo, cuarentonamente, los miraba, añorando algo que no viví. Yo fui una pava en tiempos pavosos, cuando la política era un insulto, cuando los políticos nos arrebataban todo, y nosotros existiendo por inercia, como si no hubiera mañana… Porque no teníamos mañana… Pero eso fue ayer… Hoy vi a una juventud distinta: chamos armados de ideas, llenos de razones para defenderlas, con alegría, a su propio modo, con un entusiasmo contagioso, con una convicción conmovedora. Yo, que estuve alguna vez convencida de que no había salida, veo la salida en sus miradas frescas, veo, aliviada, la continuación de nuestros sueños, transformados por ellos en sueños más grandes, más audaces y tan posibles. Libres de muchos de los lastres que mi generación aún carga, nuestros jóvenes se atreven a más y mejores cosas. Y más y mejores cosas nos mostraron. Llegó Chávez y el ruido, que ya me había dejado sorda, se hizo más ensordecedor. El Poliedro de mis conciertos ochentosos jamás escuchó una aclamación igual. La cara de mi Presi tenía una expresión que no creo ha44

berle visto antes y que no sé si sea capaz de describir. Era una mezcla de papá orgulloso, con Tribilín, el muchacho jodedor que tiene dentro… Era una cara de esperanza, de certeza, de compromiso de ida y vuelta, correspondido; cara de alegría, cara de ¡allá voy muchachos! y se lanzó al medio de la olla, corrió a encontrarse con ellos, y entre besos, abrazos y bailes se encontraron. Llego la hora, se apagó el ruido, y yo, que creí que ya no podría maravillarme más de tanta maravilla, me maravillé todavía más. Hablaron los muchachos: empezó la deportista, Carla Magglioco, nuestra boxeadora olímpica. Su emoción nos emocionó a todos y, emocionados, la vimos hasta boxear con Chávez. Y los muchachos de Ciencia y Tecnología junto a los muchachos del Frente Campesino, hablando de proyectos complementarios, la ciencia aplicada a la agricultura, inventando una vida mejor para todos, cada uno desde donde sabe. Y luego Manuela, de los movimientos urbanos; una artista jovencita empeñada en crear otra forma de hacer las cosas, una vida distinta, amable, humana, sostenible. Una cabeza llena de propuestas, toda una vida por delante para llevarlas a cabo y una revolución que la aúpa, que le da las riendas. Jóvenes que crecen en un país distinto al que me tocó crecer a mí. Muchachos que aprendieron a dar en lugar de pedir, queriendo darnos todo, con la impaciencia maravillosa de los muchachos… Y nosotros respiramos tranqui45


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los, porque sabemos que tendrán tiempo y que ya tienen lo más importante de todo: convicción y buenas ideas. Estamos, los jóvenes más viejos, en muy buenas manos. En manos de “la mejor de las generaciones que por esta tierra venezolana han pasado en 500 años”.

X Los Andes en dos dimensiones

Caracas, 20 de septiembre de 2012

L

legamos a Mérida en la tarde, apurados porque sabíamos que, desde temprano, la gente había empezado a congregarse cerca de la tarima. Así lo contaban en Twitter amigos que estaban en el lugar. Mi teléfono me alertaba desde el bolsillo con un “pio pio” cada vez que entraba un mensaje. Yo, queriendo adelantarme a lo que vería esa tarde, buscaba en la pantallita lo que estaba por ver en un ratico. En El Vigía la gente esperaba, muchas mujeres y muchos niños coreando el nombre de nuestro Presidente. Ese “Chá-vez, Chá-vez” que se escucha adonde quiera que vamos, ese griterío que se arma cuando mi Presi se asoma y saluda. Esa alegría que se repite en todas las actividades chavistas. La alegría más alegre porque es la alegría de todos, hasta de los que no saben, hasta de los que no entienden, hasta de los que, por no verla, se

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enchufan a Globovisión. La alegría de un pueblo que conquista derechos para todos, incluso para los que no se quieren alegrar. El camino de El Vigía a Mérida estaba bordeado de gente que saludaba con pañuelitos rojos, con pancartas, con las manos. Quise compartir lo que miraba, quise que todos vieran esas montañas, el río, pero sobre todo la gente que saludaba tan contenta al borde de la carretera. Tomé mi teléfono y traté de condensar en 140 caracteres una imagen que, como todos sabemos, “vale más de mil palabras”. ¡Tuit! Desde ese momento empecé a vivir nuestro paso por los Andes en dos dimensiones: la real y la virtual, la que se mira con los ojos y la que no se quiere ver. @Clara_la_de_la_vida_oscura: No mientas, chavista tarifada, que en Mérida no hay nadie. Yo lo vi en Globovisión… (tuit) Mérida, atiborrada de gente, esperaba a Chávez y Clara, la de la vida oscura, desde Caracas, empeñada en convencerme, en convencerse, de que aquello no era así. Llegué a la tarima un rato después de que lo hiciera mi Presi. Desde ahí pude ver toda la avenida, largota, de cuatro canales, llena hasta donde se pierde la vista. Al final, más allá, la montaña veía lo mismo. Estaba garuando, esa lloviznita fría que espantaría a más de uno en una tarde cualquiera, pero no esa tarde porque ahí estaba Chávez y ahí estaba el pueblo con él. 48

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@Clara_la_de_la_vida_oscura: Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva… (tuit) Mérida, cantando bajo la lluvia. Mérida, chavista hasta los teque teques. Mérida, en campaña: La campaña perfecta. Y en campaña, Patricia Acosta, de La Mano Poderosa de San Rafael de Tabay. Ella es patrullera y, fíjate, Clara, la de la vida oscura, que es patrullera a conciencia: Patricia, que vive en una comunidad rural, de esas a las que nadie les hacía caso, ahora, culpechavez, es beneficiaria de la Misión Sucre. Estudia Gestión Social, según nos explicó ella misma, en la Aldea Universitaria Miguel Otero Silva (¡Ah, Miguel Henrique!). Y claro, eso es normal desde que ocupamos el quinto lugar en el mundo de los países con mayor matrícula universitaria. Patricia nos sigue contando sobre su comunidad, y yo, que vengo de los tiempos de la nada, sigo disfrutando de mi propio asombro. Explica Patricia cómo los médicos llegan a la gente que no podía llegar a los médicos, cómo los mercalitos acercan la comida a las comunidades remotas… Nos cuenta de un vivero para los niños de la escuela de La Mano Poderosa, nos cuenta de los abuelos de su comunidad que ahora reciben su pensión, nos cuenta lo que sabemos, de nuestros derechos reconocidos, eso explica sus razones, nuestras razones para votar por Chávez. @Clara_la_de_la_vida_oscura: Mentira, a ustedes les pagan para decir eso porque este gobierno no ha hecho 49


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nada, nada, nada, nada… (tuiteando con los dedos tapándole las orejas). Terminando el encuentro, se desató un palo de agua que no mojó los ánimos. Las calles de Mérida parecían ríos. Los merideños bajo el aguacero, empapados pero contentos. Ni la lluvia pudo con ellos. Parecía que no querían dejar esas calles, parecían querer prolongar la fiesta. @Clara_la_de_la_vida_oscura: Desoladas las calles de Mérida por culpa del hampa. En Mérida, como en el resto del país, ya nadie se atreve a salir de casa (tuit desde un restaurante de Las Mercedes, Caracas). Al día siguiente, en Valera, la fiesta continuó. Otra vez la gente: desde el aeropuerto, donde esperaba un gentío cuya vista iluminó con una sonrisota la cara de mi Presi al bajarse del avión. Desde ahí en adelante, gente abarrotando cada calle, cada ventana, cada balcón, techo o terraza, hasta las ramas de los árboles eran buenas para subirse a ver a Chávez. Otra vez la misma alegría, siempre la alegría… El mismo propósito, las mismas razones. Cada ciudad que visitamos es un encuentro con uno mismo, nuestra mirada en la mirada de otros. Todos somos una misma cosa: somos chavistas. De las calles de Valera nunca pude ver la calle, todo era gente que desembocaba en una avenida donde no ya no cabía ni un alfiler. En las calles, aún sin posibilidad de ver a Chávez, la gente permanecía. Al lado de la ta50

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rima principal, con muy mala vista, había una callecita desbordada de personas que se conformaban con poder escucharlo de cerquita… saberlo cerquita. @Clara_la_de_la_vida_oscura: Abran los ojos, chavistas, Chávez no tiene pueblo, ese bubulú no es verdad porque yo NO lo vi en Globovisión (tuit angustiado durante una asomadita de Clara por VTV). Y cerquita se queda, se queda, se queda, mi Comandante se queda… Sé que en cada pueblo, aún cuando regrese a Caracas, se queda en las misiones, en Barrio Adentro, Mercal, en la Aldea Universitaria, en las canaimitas de los niños. Se queda metido en el corazón… Se queda, porque el 7 de octubre vamos todos, cargados de razones, a votar por Chávez, mi Presi, nuestro Presi, el corazón del pueblo, el candidato de la patria. @Clara_la_de_la_vida_oscura: Te lo juro que si gana Chávez yo me voy del país. Este comunismo me está matando (tuit desde la orilla de la piscina del Club Valle Arriba, meneando un Gin Tonic). @tongorocho: Tranqui, Clara, que siempre amenazas con lo mismo y nunca te vas, porque nunca viviste mejor que ahora, culpechavez. ¿En serio vas a votar contra ti misma sólo por no dar tu brazo a torcer? ¡Uh ah! Mérida y Valera, 21 y 22 de septiembre de 2012

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XI Grisáceo Gómez en Acarigua

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ra lunes, aunque para Grisáceo Gómez, desde hace 14 años, todos los días son lunes y lluviosos. Éste era un lunes de sol, caluroso, era un hermoso lunes en Acarigua. Por la mañana, Grisáceo salió a la calle a hacer lo que siempre hace: quejarse amargamente en un monólogo sordo, ciego, pero nunca mudo. Iba, como cada día, a gastarse en el intento vano de opacar la alegría. Parado en la calle, no entendía, algo estaba pasando, tanta gente, tanta bulla, tan temprano. Quiso quejarse de algo, de cualquier cosa, pero nadie se detenía, todos seguían caminando por la larga avenida donde Grisáceo suele lanzar al aire las quejas suyas de cada día. Avanzaba el día, iba llegando más gente. Toda Acarigua estaba en la calle. Tanta gente vestida de rojo, y Grisáceo en medio de todos, puntito gris de espalda, puntito 53


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gris que no entiende por qué la música, por qué el baile, la risa, los besos y los abrazos… ¿Qué carajo celebran si este comunismo nos está matando? Miles de personas le responden mientras pasan a su lado. Grisáceo no quiere ver y no ve. No vio a la mujer que lo miraba, ahora que puede mirar gracias a la Misión Milagro. No vio a los niños cachetones, bien alimentaditos, no vio que ya no están desnutridos, que hace años dejaron de estarlo, no vio que hoy van a sus simoncitos y a sus escuelas bolivarianas, no vio sus canaimitas. Vio a su vecino pasar a su lado, saludando contentísimo, diciéndole no se qué cosa de la Misión en Amor Mayor, algo sobre su pensión de vejez que Grisáceo, por no querer ver, tampoco escuchó. Empieza a caer la tarde, el calor no cede, Grisáceo tampoco. De repente, el gentío que lo rodea se convierte en bulla ensordecedora, sólo bulla insoportable para Grisáceo. Por no querer oír, no escuchó la razón de la bulla. No escuchó que Chávez había llegado a Acarigua, que la gente estaba ahí para escucharlo, para verlo, para acompañarlo. Avanzaba la caravana del Presidente y la multitud avanzaba, imposible, compacta, mientras Grisáceo, imposible, permanecía estático, como una roca en medio de un río caudaloso. Como una roca gris, dura. Las rocas no sienten el fluir del río, no ven la vida que fluye con él, así mismo, Grisáceo no vio los mil rostros que pasaban a 54

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su lado siguiendo a la caravana. No vio sus expresiones, sus ojos aguaditos, sus sonrisas amplias… Luego las manos, tampoco vio las miles de manos alzadas alcanzado a Chávez, no vio las mismas manos en el pecho, como atajando a mil corazones a punto de saltar. No vio a Chávez queriendo tanto a su pueblo, no vio al pueblo queriendo tanto a Chávez. No vio la esperanza convertida en certeza porque Grisáceo daba la espalda, todo por no querer ver. Por no querer oír no escuchó a todos gritando como uno, otra vez y como siempre: ¡Te amoooooooo! No vio, no oyó, no sintió… Caía la noche y Grisáceo, con su vocación de piedra, permanecía inerte, puntito gris oscuro en una avenida atestada de gente colorida en campaña por su candidato, con su Presidente. La campaña perfecta en Acarigua para la victoria perfecta, cosa que en Portuguesa saben hacer muy bien. Ya lo han hecho antes y lo volverán a hacer. … “Hasta la victoria siempre” —dijo al final Chávez—. “¡Viviremos y venceremos!” —respondieron todos menos Grisáceo. Viviendo y venciendo, regresaron a sus casas los acarigüeros. Arrastrando los pies, regresa Grisáceo a casa, arrastrando los pies y mascullando: en Acarigua nunca pasa nada… Acarigua, 26 de septiembre 2012 55


XII Las pilas de Chávez y la marmota que fui

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erseguir a Chávez, confieso marmotamente, no es cosa sencilla. Yo vivo en la isla de Margarita, en un vallecito tranquilo, lejos del ruido, cerca de siembras de tomates y vacas que pastan en la orilla de la calle, en los terrenos baldíos. Escribo desde mi cocina con vista al Matasiete y un roble lindo que nos da sombra y pajaritos cantores. Escribo tranquila, vivo tranquila, como una marmota feliz. Desde que llegué a Caracas, el 30 de agosto, con la misión de correr tras mi Presi, la marmota que fui se convirtió en un vago recuerdo. Cerca de Chávez no puede haber marmotismo, Chávez es acción y energía. Veintitantos días en campaña, corre y corre, mira y mira, escribe y escribe. El jueves 27 fue uno de esos días que me hacen preguntarme cómo puede una persona ha57


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cer tanto sin bajar el trote. Me lo preguntaba trotando a la par del trotador, me lo preguntaba por él sin pensar que yo también trotaba. Temprano fuimos a Ciudad Tiuna. Allí estuvo reunido con beneficiarios de 0800-MIHOGAR, con banqueros y constructores privados que firmaban acuerdos para que todos los venezolanos tengamos casas dignas. Vi Ciudad Tiuna con mis propios ojitos, una verdadera ciudad nueva. Miles de apartamentos para miles de familias. La imagen era fabulosa: los edificios en construcción, ya bien avanzada, al fondo un cerrito con ranchos. Vi el sueño posible, vi que un día cercano, si nos empeñamos en ello, ese cerrito, todos los cerros serán un recuerdo, culpechavez. Mi Presi habló de pie durante una hora. Ese día, como todos, tenía la agenda llena. Yo administraba mi fuerza porque ya sé cómo son los días de un hombre que, además de estar en campaña, no ha dejado de trabajar en el gobierno ni un solo día. Corre, nos vamos a Coro. Hay caravana y discurso. Corrí con la boca llena, tratando de tragarme a la carrera lo que iba a ser mi almuerzo. Maiquetía, un vuelo corto que no da para una siestica. ¡Corre! Estamos en Coro. Otra vez las calles llenas de gente esperando verlo. Imágenes que se repiten en cada lugar que visitamos. Imágenes que me recuerdan que todos somos uno. Y siempre la alegría, y siempre ese amor que se me amu58

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ñuña en el pecho y hace que me corran lágrimas por mis cachetes templados por una sonrisa incontenible. Histeria, diría un experto de cartón. Amor inmenso, le digo yo, que soy la que lo siente. La caravana avanza despacito entre una multitud que quisiera que no terminara de pasar, que se quedara ahí para siempre, con Chávez ahí cerquita. Se va haciendo de noche y llega mi Presi a la tarima. Ahí baila, como si no sintiera el cansancio que a mí me hace pensar cada paso que doy antes de darlo. Baila y canta mi Presi y todos nos descubrimos bailando. Las pilas de mi Presi alcanzan para todos. Su energía es tanta que hasta una marmota margariteña termina energizada. “De corazón, de corazón, Chávez de corazón…”. Brinca, brinca, brinco, brinco, brincamos… ¡Corre, que vamos a una fábrica de jugo de sábila! Corro y no sé cómo corro pero corro detrás de mi Presi en su carrera. Ahora sí que no puedo más, necesito una pared para recostarme, para subir un pie y darle descanso, y luego el otro, por turnos, como un flamenco extenuado. Me pesa la mochila, me pesan los brazos, me pesan los párpados que, de repente, se abren ligeritos, de par en par cuando lo veo venir, con su paso firme, con sus zapatos lindos, los mismos zapatos de siempre, y me pregunto si las pilas de mi Presi están en esos zapatos. 59


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Llega él y llega la vida. No hay sueño que pueda con esta marmota con ínfulas de libélula, rápida, improbablemente ágil, con pilas recargadas. ¿Quieres jugo de sábila, Carola? Me pregunta mi Presi, y yo claro que quería, pero lo que más quería era seguir mirándolo, oyéndolo, descubriéndole cada día más razones para quererlo como lo queremos. No me canso… Él no deja que nos cansemos. No sé cómo hará mi Presi cuando regresa a casa. Pero sí sé que yo llegué, vi mi cama y caí de cabeza entre las almohadas, desconectada, hasta que un rato de luz insolente me pegó en el ojo por la mañana. Un nuevo día para seguir corriendo feliz, corriendo hacia la victoria perfecta, corriendo para seguir alcanzando los sueños que nos atrevimos a soñar, culpechavez. Falcón, 27 de septiembre 2012

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XIII De Monagas al cielo

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quí estoy, sentaba en una calle de Guarenas, en medio de un bullicio, cornetas, merengue chavista, uh ah, saludos, gritos, fotos… Aquí, magullada, después del más intenso de los días que ahorita, en este zaperoco feliz, me dispongo a contar. Ayer fue ese día intenso que tal vez hoy sea superado. Ayer fuimos a Maturín, ciudad que debí conocer hace añales y que vine a conocer ayer cuando estaba más bonita. Ayer Maturín estaba de fiesta, como se ponen de fiesta los lugares por donde pasa mi Presi. La caravana pasaba por una calle atestada hasta donde alcazaba la vista, por calles y callecitas, había gente acompañando a Chávez, otra vez, como en cada ciudad que visitamos. Otra vez los balcones, ventanas y azoteas llenos de gente con globos, banderas, pitos y trompetas. 61


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Otra vez la alegría, otra vez “la gentará”, otra vez mis tristes amigos opositores buscando absurdos consuelos, descargando su frustración en la gente que llegó en autobuses desde los pueblos de Monagas, porque hay gente que cree que los pueblos no cuentan; sí, estos cuentan para Chávez. Maturín es Maturín, parecían decir en sus quejas autobuseras, todo lo demás es trampa, que no es no, que no me da la gana… Y Monagas gozando, Venezuela gozando… Y un satélite esperando. Partimos de Monagas hacia Caracas. Eran las 8 de la noche y todavía teníamos todo el día por delante y uno sin saberlo, apoyando la cabeza en el asiento, medio dormida, pero Chávez es Chávez… A punto de llegar, cambian los planes: ¡Al museo! ¿Al museo? ¿A la Plaza de los Museos, allá donde están los muchachos rumbeando en la ruta nocturna? ¡Ay Dios, como que sí, porque ahí es la fiesta del lanzamiento del satélite Miranda! Chávez me tiene loca… Se bajó en una esquina de la avenida Bolívar, así, como si nada. La gente lo miraba y no se atrevía a creer que era el mismito Chávez, ahí en plena calle, como cualquier pavo rumbero. Una muchacha me dijo, como esperando que la desmintiera: “Ése es el Presidente, ¿verdad?”. Y yo no la desmentí, no podía hacerlo, era el Presidente en la rumba satelital. Mi Presi, el rock.

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Pasaron pocos segundos de aire antes de que todos se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Entonces todos querían acercarse a Chávez. Bululú mayor en que terminé metida. A culazos me abría paso al paso de mi Presi. Quería cuidarlo porque hay amores que aplastan y nos estaban aplastando. Lo estaban aplastando a besos, abrazos, apretones de mano apretadísimos. Bajamos escalones imposibles, invisibles, a punto de caernos, sin caernos porque no había ni un milímetro de espacio que permitiera la caída. Aplastada, sudada, me quedé y pude respirar un poco mientras me iba quedando. Los jóvenes bailaban ska y, en la empujadera, Chávez bailaba con ellos casi sin saber que estaba bailando. Tres muchachos del este de Este que rumbeaban en el Oeste quisieron ser manos blancas y alguna cosa le gritaron al Presi. Algo que no llegamos a escuchar pero que otros muchachos sí oyeron. “Respeta al Presidente”, dijo un grupo bailarín sin dejar de celebrar la presencia del Otro Beta. Los manos blancas callaron tratando de entender cómo esa muchachera estaba tan contenta con Chávez si nadie les había pagado. No había “bollito de pan” ni nada de eso. Lo que había era una rumba que se hizo más rumbera culpechavez… Como siempre. Saludó mi Presi cuando, por fin, pudo subir a la tarima. Saludó, sudoroso, aplastado de amor, y se fue a Miraflores a esperar el lanzamiento que nosotros esperábamos en la Plaza de los Museos. 63


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Siguió la fiesta inolvidable, inesperada. Once y cuarenta y cinco… Todos los ojos en la pantalla gigante que nos mostraba a media noche un luminoso día chino. Cinco… Cuatro… Tres… Dos… Uno… Contuvimos al aliento, silencio… No pasó nada… Tres segundos después se encendieron los motores del cohete que llevaría a Miranda al espacio, con Bolívar. Los gritos de felicidad, los abrazos… Era otro año nuevo. Un año nuevo adelante, hacia la Venezuela independiente que todos queremos. Independencia tecnológica conquistando soberanía. Yo, toda magullada y eufórica, supe que tenía que ir a descansar. Yo no tengo veinte años, aunque anoche los tuve durante un buen rato. Desde mi habitación y en pijamas pude ver por la ventana los hermosos fuegos artificiales que lanzaban desde la plaza. Era una visión de esperanza, de logros extraordinarios. En el fondo, la voz de mi Presi y las luces, los colores, la alegría en el cielo de Caracas… Miranda en el espacio mirándonos… Era como un sueño… Y llegó el sueño. Ahora en Guarenas, despierta, tecleando estos sueños a modo de pellizco. No estamos soñando. Estamos haciendo el país que merecemos y yo no puedo menos que hacer una pausa en mi tecleo, mirar a la multitud y gritar con toda la fuerza de mi alma: ¡Viva Cháveeeeeez! Guarenas, 29 de septiembre de 2012 64

XIV Amor a 40 grados

A

quí estoy, en la Plaza Bolívar de Sabaneta, Barinas, esperando a mi Presi, en su casa, junto a toda su gente, aprovechando un ratico en esta corredera para contarles de ayer. Ayer, domingo 30 de septiembre, como cada día, me disponía a tomar el metro para enlazar con mi Presi el camino a Cabimas. Este domingo era distinto, por la calle donde paso cada día caminaban caraqueños que rara vez pasan por ahí. Era el día de su marcha caprilera, o sea, me iría demasiado… Claro que mientras uno se va, los ojos siguen viendo y las orejas oyendo, o sea. Cuatro señoras con su perfecto look de marcha opositora, franela, visera, pañuelito, banderas amarillas entraron al hotel Alba buscando un baño —tenían ganas de hacer pipí, amarillo también, of course—. No entraron como quien llega a un lugar público a preguntar por el 65


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baño; no, ellas entraron exigiendo su derecho ciudadano a usar un baño que es de todos los venezolanos, oyó, sin exclusión, chavistas hurriblis… Derecho que nadie les negaba. Agitaban sus banderas en la cara de un trabajador del hotel que amablemente las condujo al baño… Ni las gracias… No se dan las gracias por ejercer el derecho de hacer pipí. Ahora sí me fui demasiado, pero no demasiado lejos… Tuve que tomar el Metro donde vi a una muchacha que fascinada le comentaba a una amigui: O sea, no me subo al Metro desde, o sea, desde que tenía ocho años… y diez años después de aquella aventura urbana, se subía a un tren nuevecito que no vio, y se bajó equivocadamente en Capitolio para ir a su marcha que había quedado varias estaciones atrás… O sea… Ahora sí es verdad que llegamos a Cabimas. Cabimas a 40 grados. Cabimas tapuzada de gente desde el aeropuerto hasta la tarima donde mi Presi les hablaría a los cabimeros casi tres horas después. En Sabaneta escribo sobre el calor de Cabimas y mi computadora se apaga y me dice que no podré escribir más hasta que no se enfríe un poco. El sol de Sabaneta también calienta. Cabimas —y perdonen el vaivén— fue impresionante. Cada ciudad que visitamos supera a la anterior, que ya parecía insuperable. En Cabimas los balcones, techos, terrazas no alcanzaban para toda la gente que ya no ca66

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bía a nivel de la calle. Más de un kilómetro de personas, apretadas unas con otras, que ignoraban el calorón que me derretía. Al calor de Cabimas se sumaba el calor que produce la euforia de ver a Chávez. Entonces la temperatura rozaba lo imposible. Una señora quiso caminar al lado de la caravana durante todo el trayecto. Sudaba a chorros, yo pensé que se podía desmayar y le pedía que descansara. Ella no desistía: “Yo voy con él” —decía, determinada, mientras los que estábamos cerca la abanicábamos con nuestros “corazones de mi patria”. Todos íbamos con ella y con ella acompañamos a Chávez. Muchos jóvenes saltaban, mostrando sus pancartas al paso de mi Presi, nuestro Presi. Él, que mira todo, los miraba y saludaba. Sus palabras escritas sobre cartones y telas llegaban y aquello desataba su euforia. La voz del pueblo que siempre llega porque Chávez, no hay duda, es el pueblo. Todo el pueblo de Cabimas en la calle, cantando, bailando en una fiesta chavista que no se acaba. Una fiesta que empezó hace catorce años y que seguiremos celebrando hasta el dos mil siempre… Y ahora en Sabaneta… Ya viene… Y yo escribiendo, apurada, la historia de ayer mientras aquí estoy viviendo otra historia… Corro, corro… Ya viene mi Presi. ¡Corro a verlo corriendo con todos! 67


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Corro y sigo escribiendo… Porque desde Sabaneta a Miraflores habrá mil historias que contar. ¡Chávez me tiene loca!

XV Vi al arañero

Cabimas, 30 de septiembre de 2012

S

igue el corre y corre… Yaracuy, diez y cuarenta de una mañana llena de sol, llena de música, llena de gente alegre que desde temprano espera a Chávez. Sentada en un la tarima donde mi Presi hablará esta tarde, aprovecho un poco de sombrita, viento fresco y los tambores de fondo para contarles la historia de lo que ha sido hasta ahora la mamá de las caravanas: la caravana de Sabaneta. Ayer regresó el hijo, el hermano, el amigo del alma a su tierra y Sabaneta entera lo esperaba amorosa. Desde temprano se llenó la Plaza Bolívar, hermosa plaza arbolada que nos protegía de un sol achicharrante, como suele ser el sol en estas tierras bonitas. “Chávez, te amamos”, gritaba un grupo de mujeres cuando me acerqué con mi cámara para sacarles una foto. Yo les pregunté ¿por qué? Y ellas se me quedaron mirando como si yo fuera marciana. ¿Qué clase de pregunta

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es ésa? “Lo amamos porque sí” —dijo una de ellas—. Porque sí no se ama —le contesté— se ama por algo… “¿Y te parece poco lo que ha hecho Chávez? Aquí en Sabaneta tenemos de todo, mira a mis hijas, ahora tienen su casa, tenemos Mercal, Pdval, Barrio Adentro, La Tomatera, colegios… Esto antes no era así, las calles eran de tierra, abandonado… Hasta yo soy graduada de ingeniero agroindustrial de la Misión Sucre” —decía María Coromoto Betancourt con suficientes razones para gritar: “¡Chávez, te amamoooooos!”. Y gritamos… Justo al mediodía, cuando el achicharramiento estaba en plena intensidad, vimos al helicóptero que traía a mi Presi pasar justo sobre nosotros. ¡Llegooooooó! Los niños alborotados saludaban a Chávez volador. Algunos trataban de distinguirlo allá arriba en alguna de las ventanitas del aparato. Luego una breve y bulliciosa espera. ¡Chávez, Chávez! Minutos más tarde, llegó, con la sonrisa más grande que le he visto, subido en un Tiuna, Chávez en su terruño querido, su pueblo lindo: Sabaneta. Cada rincón era una historia… Su escuela, sus calles, sus amigos, los árboles que segurito trepó mil veces, su cielo, porque el cielo de nuestra infancia sólo se vuelve a ver en el lugar donde crecimos… Ahí parado, con sus ojos llenitos de recuerdos, vi al Arañero. Arrancó la caravana, larguísima, hermosa, surcando campos sembrados, silos, empacadoras… —aunque aquí 70

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no se siembra ni se produce nada, usted lo vio en Globovisión—. Once kilómetros de gente al borde de un camino que no se veía de tanta gente, a pie, en motos, en carros, en autobuses, porque sí, el pueblo suele ir a donde va en autobuses, y toda Barinas quiso ir ayer a Sabaneta a saludar a su hijo, el hombre más grande que ha parido esa tierra. El sol no hacía mella en la alegría acalorada. El sol había corrido a la lluvia mañanera y brillaba en todo su esplendor para acompañar al esplendoroso Chávez que saludaba, emocionado, a su gente querida. Tres horas avanzando poquito a poco, tres horas de sonrisas que parecían querer salirse de sus caras, tres horas de besos volados, tres horas eternas para guardar en la memoria… Llegamos al final, donde el mismo helicóptero que trajo al Arañero se llevaría al Presidente a San Carlos. La gente se agolpaba para verlo partir en un hasta luego recurrente para un hijo que aunque se vaya nunca se va. Queda Hugo en Sabaneta, no en simples recuerdos, sino en toda una obra que transformó a un pueblito olvidado en un pueblo hermoso que crece y crece bien. Levantó el vuelo. Ahí, en la tarde de Sabaneta quedé yo, alucinada, con una inevitable sonrisa, desgreñada, bañada en sudor, chamuscada, como un feliz espantapájaros de algún cuento infantil, cubierta de polvo y hebras de grama que el helicóptero había levantado en huracán al alzar el vuelo. Yo lo veía desde la tierra, a mi Presi volando alto, soñando alto, construyendo alto… 71


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¡Espantapájaros corre a San Carlos!… Corrimos, corrimos y no llegamos a otra concentración inmensa que me tuve que conformar con ver en fotos, que dicen más que mil palabras, pero ahora me consta que ni todas fotos, ni todas las palabras del mundo pueden contar con justicia las emociones intensas, bonitas, profundas, que se desatan al paso de mi Presi. Y desatados estamos ahora en Yaracuy y esto apenas empieza. De aquí seguimos corriendo hacia el 7 de octubre, en la campaña perfecta, para la victoria perfecta. De Sabaneta a Miraflores hasta el dos mil siempre. Sabaneta, 2 de octubre de 2012

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XVI Miopía Severa López reporta

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oy estamos con nuestro equipo de desinformación en Yaracuy, un lugar que queda lejos de Caracas, donde hoy estará de paso, ventajistamente, Chávez, el Presidente que se ha perpetuado en el poder indefinidamente durante los últimos 14 años, negándose a abandonarlo a pesar del golpe cívico de abril, el paro petrolero y otras maniobras democráticas que la sociedad civil, decente y pensante por demás, ha llevado a cabo durante estos largos y oscuros años. Esta mañana el sol brilla demasiado y el calor es sospechosamente insoportable. Sabemos de buena fuente que el gobierno, con el Satélite Miranda, ha alterado la actividad solar para que nuestro trabajo reporteril de hoy, y nuestra lucha, sufra el achicharramiento inclemente debilitando nuestras ya debilitadas neuronas. Pero nada detendrá nuestro compromiso libertario de desinformarlo a usted. 73


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Son las diez y media de la mañana y las calles de Yaritagua, un pueblo microscópico por demás, están llenas de gente. Suponen nuestros analistas que estas personas no son más que agentes del G2 cubanos disfrazados de yaracuyanos —así se llama la gente que vive en Yaracuy—. Agentes expertos en artes dramáticas, bien entrenados por el régimen cubano. Esto se evidencia en su actitud alegre, en ese constante bailoteo hipnótico al son de la música chavista que sale de cornetas estratégicamente colocadas en cada esquina. Esto sumado a la capacidad de esos espías para soportar el solazo que derretiría a cualquier ser humano normal sobre el pavimento. Las cualidades teatrales de los cientos, tal vez miles, de infiltrados cubanos que llenan las calles de Yaritagua serían admirables si no tuvieran fines tan bajos. Esos barbudos están hoy abarrotando las calles disfrazados de abuelitas dulces, de niños inocentes, de señoras, señores, de estudiantes, campesinos, disfrazados de gente con el único fin confundir la opinión pública con el cuento chino de que el pueblo está con Chávez. Fieles a su papel, nadie se va a su casa, porque no tienen casa los G2 cubanos, porque en el comunismo no hay propiedad privada, por lo tanto no hay casas ni hay nada. Decía que nadie se ha ido a pesar del calor calcinante, y nadie se huye cuando comienza a caer un aguacero, por el contrario, bailan enloquecidos, pretendiendo que creamos que en verdad están gozando y, tal vez, agrade74

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ciendo un aguacero que seguramente va a provocar una neumonía epidémica. Por otra parte, se nota que esta gente está comprada porque ya ni disimulan los organizadores de este teatro cuando le proporcionan a los asistentes contratados agua y refrescos. Esa gente es capaz de todo, hasta de venderse por una botellita de agua. Por fin llega Chávez, cerca de las tres de la tarde, y la avenida parece llena, pero mi intuición de reportera experta me dice que eso no es más que una ilusión óptica, tipo oasis en el desierto, producto del calor y de otros factores que todavía no logro precisar. Terminó el evento en Yaracuy y me trasladé a Barquisimeto en helicóptero. Debo reconocer que el despliegue de G2 cubanos no descuidó detalle: desde el aire, los pude ver en los patios de las casas, saltando y saludando al helicóptero en el que viajaba Chávez. A mí no me engañan. Lo que sí no sabía era que el G2 tenía tantos agentes. Porque en Barquisimeto había miles de ellos en las calles y sé que era físicamente imposible haberlos trasladado desde Yaritagua hasta allá. Presumo que estamos siendo invadidos. Tomen sus precauciones, mi apreciados televidentes, que esa gente sí es capaz de fingir alegría y amor por su líder al punto de casi convencer a esta reportera de dura coraza y, si son capaces de eso, son capaces de todo. 75


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Después de un engañoso recorrido en caravana por un callejón con ínfulas de avenida barquisimetana, el habitual discurso amenazante de Presidente repitiente que quiere seguir repitiendo. El uso continuo de palabras que incitan al odio, palabras como inclusión, pueblo y —¡peor!— poder popular… Y luego canta una canción típica de esta remota región en la que nos encontramos; canción que sólo conocen, por supuesto, los miles y miles de agentes cubanos y uno que otro ministro que lo acompaña. Cantaba Chávez bajo un atardecer de photoshop, otro recurso de engaño que logró aguar hasta estos expertos y miopes ojos míos que están aquí para ver por usted. Desinformando desde Yaracuy y Lara, reportó Miopía Severa López. Yaritagua, 2 de octubre de 2012

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XVII Con lluvia, con sol

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ran las seis de la mañana, entre sueños, seguía escuchando la música y las trompetas de Maracay y Valencia, los gritos de alegría parecían haberse quedado en mi cabeza, invadiendo mi sueño, prolongando la fiesta que no se termina. Aragua y Carabobo gigantescas. Cada concentración era más grande que la anterior. Cuando pensaba que habíamos llegado al límite imposible del entusiasmo, éste se multiplicaba y sobrepasaba las más locas expectativas. El 3 de octubre, Chávez regresó a Maracay en su camino a Miraflores. Maracay, la ciudad que tanto quiere, la ciudad del joven soldado que soñó con un país grande. Maracay, de donde partió un día, con el corazón en la mano y la mente fija en el sueño que él soñaba. “¡Ay, Maracay!” —suspira recordando, sintiendo a esa tierra que lo hizo suyo. “¡Ay, Maracay!” —sonríe envuelto en el amor aragüeño. 77


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Como en cada sitio que visitamos, la avenida, esta vez la Bolívar, se queda pequeña. Entonces los árboles se convierten en miradores, los postes, las vallas publicitarias, y ¡bendito sean los balcones y las platabandas! “¡Ay Maracay!”, qué linda te ves llenita de gente celebrando logros y esperanzas de todos. Y volamos a Valencia. Yo iba de regreso a la ciudad de mi niñez, a la ciudad donde besé a mi papá por última vez… Iba con un nudo en la garganta, iba como queriendo no ir, pero fui… Y menos mal: me encontré con una Valencia bonita, feliz, ¡chavista! Por primera vez en la vida me sentí valenciana, orgullosamente valenciana… “¡Viva Valencia!, ¡Viva Carabobo!, ¡Viva el Magallanes!”, ¡Vivaaaaaaaa! –grité, valencianamente, junto a mis paisanos, allá en el sur de una ciudad que siempre vi desde su norte. Valencia y Maracay fueron inmensas pero aún faltaba Caracas en el camino de Sabaneta a Miraflores. Madrugada caraqueña, los sonidos de ayer en mi cabeza, esas trompetas, los gritos alegres, la música que canto todo el tiempo desde hace más de un mes: “Chávez, corazón del puebloooooo, ohhhhh!”. Hasta en mis sueños, porque estoy dormida, estoy soñando, porque es muy temprano para que ya haya empezado el cierre de campaña en Caracas… No era un sueño, había empezado. Apenas salía el sol del 4 de octubre y la avenida Bolívar se llenaba de gente, 78

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la Bolívar, la México, la Urdaneta… Todas las avenidas, calles y callecitas se empezaban a llenar. Las plazas, las estaciones del Metro, los parques, la entrada del Teresa Carreño, de la Universidad de las Artes. Gente que venía de cerquita, de Catia, de Petare, de Coche, Antímano y sí, de Prados del Este, porque hay chavistas, mis queridos vecinos, en Prados del Este, La Castellana y Altamira. Otros venían de toda Venezuela, viajando algunos durante toda la noche. Venían porque Chávez los convocó. ¡Obligados! —se consolaban los opositores en su compulsión al autoengaño—. ¡Vendidos por unos pocos bolívares y un pedacito de pan! —no hay peor ciego que el que no quiere ver sino Globovisión. Empecé a caminar las calles a las diez de la mañana. Partí con mi amigo Juan Kirchner, periodista argentino, desde Bellas Artes —para empezar— a la plaza Bolívar. Chávez y Kirchner caminando por Caracas. Quería que viera la Caracas que hace unos años no teníamos. Quería invitarle un chocolate Cimarrón, frío, porque hacía calor. Quería mostarle a mi gente llenando espacios que les habían sido arrebatados por la desidia, por el desamor. La plaza Bolívar a las once de la mañana estaba vestida de rojo. Simón nos miraba complacido desde su caballo. Pasaba la gente que iba a ocupar las avenidas caraqueñas por donde horas más tarde debía pasar nuestro Presi en caravana. Pacheco estaba trabajando, con su sonrisota amable y franca, le explicaba, en perfecto inglés, a una 79


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turista de Hong Kong la historia del Libertador. Pacheco es guardia patrimonial, miembro de las milicias bolivarianas, esas que tanto han tratado de satanizar. Él bajó del barrio a la milicia, aprendió inglés y sigue aprendiendo otros idiomas, culpechavez, y se convirtió en un orgulloso y eficiente guardia patrimonial. Ahí en la plaza Bolívar trabaja para todos nosotros mi amigo Pacheco. Busquen al muchacho de la sonrisota, y ése es él. Pacheco, la plaza, el Centro de Caracas recuperado, razones para ir a acompañar a Chávez. Allá vamos… Subimos a la avenida Urdaneta cerca del mediodía. Ya se iba dificultando la caminata entre tanta gente. Había muchos jóvenes y niños, esperanza para los que somos jóvenes más viejitos; esperanza, continuidad… De la Urdaneta, bajando por donde se podía, y casi no se podía, pasamos por El Silencio, prendido en música, llegamos a la Bolívar, detrás de la tarima. Ni soñar de ir al frente. Ya no cabía ni un alfiler. Buscamos callejones, pasajes, veredas por donde seguir andando, conociendo amigos que no conocíamos, celebrando e impresionando a mi amigo Juan que, como yo, tiene apellido de presidente. Kirchner tomaba fotos, entrevistaba a la gente, les preguntaba sobre sus razones para estar ahí en ese día, para estar siempre con Chávez… Razones nos sobran, supo, sin lugar a dudas, mi amigo Juan. A las tres de la tarde nos despedimos Kirchner y Chávez, en Bellas Artes, después de haber caminado 80

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de arriba a abajo, de este a oeste y hasta en diagonal. Y de ahí seguí sola mi regreso a la tarima principal. En la estación de Bellas Artes, mientras bajaba al Metro, me cayeron unas chispitas de lluvia. Bajé hasta los trenes en una estación que parecía más una lata de sardinas sobrepoblada. Varios eternos minutos después, dos estaciones más tarde, el Metro me expulsó de sus entrañas envuelta en un bululú que caminaba en bloque, con pasos colectivos, donde mis pies no pisaban el piso sino otros pies que pisaban otros pies. Salía como un tapón a La Hoyada bajo un torrencial palo de agua. Ni modo, será que me mojo y ya. Bajo un aguacero que casi no me dejaba ver, recorrí la cuadra que me separaba del inicio de la caravana. Llegué justo cuando llegaba mi Presi. Temí que cuando él subiera a la tarima, no encontraría a mucha gente porque pensé que la lluvia los habría espantado. Pensé mal. Nadie se movió. Habían venido para estar con Chávez y no había lluvia capaz de sacarlos de ahí. La lluvia que celebraron quienes creen que la multitud estaba ahí obligada fue recibida por nosotros como una bendición. La lluvia nos regaló un elemento poético para una tarde perfecta. La lluvia nos empapaba, nos empapaba también la alegría y el amor. Cantamos y bailamos, con Chávez cantando, bailando, y hasta tomamos café bajo la lluvia… Si la naturaleza se opone —pensé que pensamos todos— y nos impusimos a la naturaleza. Chávez bajo el aguacero se veía inmenso, 81


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como su pueblo. La gente decía, desafiando al agua entre risas: “Somos como los gremlims, nos mojamos y nos multiplicamos”. La caravana intentó avanzar entre la gente, tantísima gente. Recorrió algunos kilómetros, entre ratos de no poder avanzar ni un milímetro. Pasaban los minutos, las horas, poquito a poco, pero la verdad era que poco lo andado y mucho por andar. La gente no cedía porque ya no quedaba espacio que ceder. Caía la noche mojada, no había modo de llegar al final del corrido, simplemente no se podía pasar. Entonces la caravana buscó una calle, cualquier calle que no estuviera en la ruta del recorrido. Todas las calles estaban llenas, lo sabía yo que las había caminado más temprano. Hasta que se abrió un espacito, menos denso, por el cual se podía intentar pasar y pasamos. Pasamos rumbo a quien sabe dónde, pero pudimos por fin andar. Iba entonces la caravana sorprendiendo a gente en calles que no la esperaban. Saludaban atónitos los vecinos desde las aceras, desde las ventanas… Saludaban los que no pudieron llegar a las avenidas por falta de espacio, saludan a la caravana como saludando su buena suerte. Eran las siete de la noche, pensé que la fiesta había terminado. Regresaba caminando al final de uno de esos días bien caminados. Estaba emparamada, pisaba otros charcos para seguir mojando unos zapatos que no aguantaban 82

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ni una sola gota más. Regresaba por unas calles llenas de gente que se negaba a irse, que persistía en celebrar el cierre de la campaña perfecta. El cierre perfecto, para la victoria perfecta. A las diez de la noche todavía sonaban las trompetas, sonaba la alegría en la avenida Bolívar de Caracas. Con lluvia o con sol, si la naturaleza se opone, nos mojamos y seguimos avanzando, seguimos celebrando, culpechavez. Caracas, 4 de octubre de 2012

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XVIII ¡Gracias!

Y votamos… Llegó por fin el siete de octubre. Llegó con la diana despertando a un pueblo que está despierto. Voté tempranito en Margarita, a donde había regresado después de cinco semanas de ausencia. Cinco semanas y faltaba un día más… Volé a Caracas, pues era en Caracas, en el Balcón del Pueblo que siempre me toca mirar en la pantalla de la tele, junto a mis compañeros de estos últimos y ajetreados días, ahí tenía que terminar estas crónicas que no estarían completas sin ellos; mis compañeros que se convierten en amigos que se convierten en hermanos a punta de compartir trabajo, corre y corres, agua, caramelos, entusiasmo, gozadera, sueños y ese amor inmenso que nos mueve, culpechavez. Llegué a Miraflores a media tarde, luego de haber caminado por Caracas, luego de haber visto a la gente votando masivamente, en orden, en paz… Llegué a Miraflores sabiendo que ya no volvería por la mañana. 85


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Llegué con una sonrisa que escondía un puchero y unas lagrimitas. Llegué saludando a todos con ganas de estrujarlos con abrazos, entonces supe que los quería mucho y de inmediato, aún en presencia de ellos, los empecé a extrañar muerta de nostalgia anticipada. Definitivamente, Miraflores era el mejor lugar para esperar la victoria perfecta que ya se estaba gestando. La tarde se hacía larga. Mientras, la gente se iba congregando alrededor del palacio, con sus pitos, trompetas, tambores, con la misma música que nos había acompañado durante los últimos meses, con las canciones que nos sabíamos de memoria y que no podíamos dejar de cantar. Dios mío, que no se quede nadie sin votar, rezaba yo al son de la música… Ya no me quedaban uñas que comer. No soy buena esperando y menos si lo que espero es el destino de mi patria, de mi pueblo… El destino de todo el continente que esperaba, quizá, comiéndose las uñas como me las comía yo. Los compañeros nos mirábamos en esas largas horas de espera. Hacíamos bromas como para matar el tiempo, mirábamos por la ventana a la gente que no paraba de llegar esperando poder celebrar la victoria con el Presidente en el balcón donde celebramos todas las victorias. Cerca de las diez de la noche habló Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Nacional Electoral. Daba las gracias al pueblo por su civismo, a las Fuerzas Armadas 86

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por su apoyo, a los miembros de mesa, a los testigos, a los acompañantes internacionales y estoy segura que toda Venezuela decía: “¡Ya, Tibisay, dinos de una vez los resultados!”. Y los dijo… Un grito colectivo retumbó devolviéndonos el alma al cuerpo, un grito que normalizó a mi corazón alborotado en el pecho: ¡Ganamooooooos! Abrazos, lágrimas de alegría, más abrazos, risas, aplausos, ¡Viva Chávez!, más abrazos que se niegan a terminar. Y ahora sí, a bailar desatados, a cantar con más motivos que nunca: “¡Chavez corazón del pueblooooooo oh!”… Bajamos al Balcón del Pueblo a esperar a nuestro Presidente. Vi a la gente en las puertas del palacio y éstas se abrieron dejándoles entrar. Tantísima gente que casi no cabía. Ondeaban banderas de todos los tamaños y entre tantas pude ver una bandera de Evita con Perón… Era una celebración de la Patria Grande, la más grande celebración. Entonces salió mi Presi al balcón. Ahí estaba, como lo queríamos, al frente, otra vez, y por los próximos seis años. Él de nuestra mano, nosotros de la suya… “Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó…”. Las letras del Himno Nacional tenían tanto sentido… Cantar el Himno era cantarnos a nosotros mismos. Mi Presi, en nuestro balcón, donde debe estar, donde queremos que esté. Yo lo veía, ahora de más lejos, luego de haber pasado cinco semanas tan cerquita de él. Lo veía despidiéndo87


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me de esos momentos tan intensos, tan inmensamente grandes para una mamá que, escribiendo desde la cocina de su casa, nunca se atrevió a soñar —por imposible— ese sueño tan bonito de poder correr como una loca detrás de mi Presi, tratando de llevarle el ritmo a sus pasos calzados en unos nada presuntuosos, de color indefinido, color de tiempo y caminos, zapatos con historia: la de mi Presi… Nuestra historia. ¡Hasta la victoria siempre! —dijo él—. ¡Viviremos y venceremos! —le aseguramos—. El siete de octubre terminaba como tenía que terminar, con la victoria perfecta a la que nos habíamos comprometido. Era ocho de octubre cuando caminaba hacia la salida del palacio. Ahí, en un patio, me despedí de mi amigo Ornelas con un abrazo apretado y luego Escalona, como para matarme de ganas de llorar, se cuadró delante de mí, como si yo fuera también un soldado; mientras yo —señora civilmente— traté de saludarlo de la misma manera, quedando como una comiquita. Yo siempre pensé que el día que pudiera decirle algo a mi Presi le diría un millón de cosas. Ahora, a punto de partir, quise aprovechar a Ornelas y Escalona para mandarle un mensaje, entonces supe que sólo tenía que decirle una palabra: ¡Gracias! “Díganle a mi Presi que gracias”. Gracias… La Asunción, 9 de octubre de 2012

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Banco de Imágenes con mucho interés


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