45 abril - mayo 2013
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CONTENIDO Edición 45
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Cinco aperturas
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En las entrañas del Santa Fe
Nuevos lugares para disfrutar mejor de la movida en Bogotá.
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La evolución de la cuerda floja
Un nuevo deporte extremo se está tomando los parques de la ciudad.
Crónica de un barrio donde se compra y se vende sexo. Por Nelson Octavio Martínez
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Odio a Bogotá
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Así se mueve el contrabando
Un barranquillero cuenta qué lo llevó a detestar la capital.
Un fotógrafo nos muestra uno de los carros en los que se transportan los productos del mercadeo negro entre Colombia y Venezuela.
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Más que llenar un armario
Para nuestra sección de moda, destacamos la propuesta de diseño y arte de Darío Cárdenas.
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Mis años en el colegio Para quien escribe esta diatriba contra la época estudiantil, todo tiempo pasado no fue mejor. Por Andrés Ospina
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Especial Estéreo Picnic
Un recuento en imágenes y cifras de los dos días de este festival de música alternativa.
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Memorias inéditas del rock colombiano Datos y fotos que quizás usted no conocía.
Dos emiratos árabes
Fotoreportaje de dos ciudades que brillan gracias a la luz del petrodólar.
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Zablerga y Jopotrón Un video que circula por internet está sacando de la clandestinidad a dos patéticos superhéroes modernos
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DIRECTOR -Jorge Pinzón Salas jpinzon@cartelurbano.com EDITOR -Rolf Perea Cuervo rperea@cartelurbano.com REDACCIÓN -Paula Ricciulli paular@cartelurbano.com -Jorge Esteban Benavides N. jbenavides@cartelurbano.com DISEÑO -Bernardo Echeverri -Diego Castañeda diego@cartelurbano.com CORRECCIÓN DE TEXTOS -Elkin Rivera PORTADA Alejandro Giraldo ILUSTRACIÓN -Lorena Correa
FOTOGRAFÍA -Hugo Rubiano -Santiago Roa -Lucía Baragli DIAGRAMACIÓN Y PRE-PRENSA -Brayan Luna bluna@cartelurbano.com WEB MASTER -Fabián Ríos fabianr@cartelurbano.com JEFE DE REDACCIÓN WEB -Paula Ricciulli paular@cartelurbano.com AGENDA WEB -Natalia Rojas nataliar@cartelurbano.com DISTRIBUCIÓN -Juan David Ríos distribucion@cartelurbano.com IMPRESIÓN -Printer Colombiana S.A.
GERENTE GENERAL -Andrés Medellín Torres andresm@cartelurbano.com DIRECTOR FUNDACIÓN CARTEL URBANO -José Luis Sarralde Molina jlsarralde@cartelurbano.com DIRECTOR DE ESTRATEGIA -Juan David Arenas jarenas@cartelurbano.com DIRECTOR YOUTH BTL -Esteban Triana esteban@cartelurbano.com INNOVACIÓN -Diego Castañeda diego@cartelurbano.com PUBLICIDAD -David Roa davidr@cartelurbano.com COORDINADORA DE INTELIGENCIA -Melissa Ortega mortega@cartelurbano.com
MEDIOS EXTERIORES -Freddy Ruiz fruiz@cartelurbano.com -Carlos Romero ÁREA ADMINISTRATIVA -Derly Chivara derly@cartelurbano.com -Ofelia Lozano ofelia@cartelurbano.com -Carolina Ardila carolina@cartelurbano.com
NELSON MARTÍNEZ
FELIPE ARIAS-ESCOBAR
CAMILO ROA
Psicólogo de la Universidad Nacional y f i nal ista del Premio Nacional de Crónica Ciudad de Bogotá 2010. Le tiene fobia a los rayos y sólo usa sombrero en las fotos. Se quedó un fin de semana en un hotelucho del barrio Santa Fe para escribir la crónica que publicamos en esta edición.
Historiador y periodista aficionado. Fue curador de la exposición “Nación Rock” del Museo Nacional, es profesor de la Tadeo y colaborador del espacio radial Red Bull Panamérika . Fue el encargado del artículo “Memorias inéditas del rock colom biano”.
Diseñador de la Universidad de los Andes. Baterista frustrado. Amante de la tipografía y aracnofóbico. Con base en su tesis sobre el rock en Colom bia, seleccionó las fotografías que acompañan las “Memorias inéditas del rock colombiano”.
Por la mañana, esta reportera gráfica argentina prefiere el silencio. Se pone de mal genio si no hace fotos durante un tiempo. Le gustan las crónicas, las películas de Wes Anderson y las canciones de Pearl Jam. Es la responsable de la crónica gráfica de los Emiratos Árabes.
Nació en Bogotá en 1976. Acaba de publicar Ximénez, su primera novela. Sus pésimos resultados académicos en el colegio y los cortocircuitos con sus profesores hicieron insufrible su etapa escolar. Por eso le pedimos que se despachara contra aquellos años.
Periodista y escritor barranquillero. Autor del libro de crónicas y relatos Locas de felicidad . Sus textos han aparecido en SoHo, Diners, Bocas y El Heraldo. Es tal su odio por Bogotá, que para esta edición decidió irse lanza en ristre contra la tierra de los cachacos.
LUCÍA BARAGLI cartelurbano.com
ANDRÉS OSPINA
JOHN BETTER
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Los objetos de Shuz–Shuz Esta es una tienda, una marca, un concepto con un pie en Colombia y otro en Argentina. El fotógrafo colombiano David Quintero y el diseñador gráfico argentino Sebastián Elvino crearon este negocio en Buenos Aires, donde tienen tres puntos de venta. Las piezas de ShuzShuz, inspiradas en el diseño escandinavo, están concebidas de manera artesanal, por lo
cual Elvino y Quintero prefieren la serigrafía. Aquí se puede encontrar una amplia variedad de artículos de encuadernación, almohadones, elementos para la cocina y para el hogar, bolsos, tote bags y zapatos. Los precios van desde los $5.000 hasta los $90.000.
Cra. 13 No. 77-32 www.shu-shuz.com
PASTELITOS D.C Juan Pablo Rivera Galvis aprendió a hacer pasteles cucuteños ayudándole a su abuela a prepararlos. Alguna vez, junto a su hermano, vendió empanadas y pasteles en varias universidades de Bogotá. Así fue madurando el proyecto Pastelitos DC, un restaurante en el que se ofrecen productos desde $1.500 hasta $19.000. Hay pasteles de pollo con champiñones, boloñesa, pollo
miel mostaza, de codorniz, italianos, champiqueso, de garbanzo, hawaianos y mixtos, además de hamburguesas, perros, sándwiches y tomaccos. El toque especial corre por cuenta de la salsa tártara cucuteña, la de ajo y la de queso.
Cra. 15A No. 60-27
BONAPARTE Indie, nu disco y house son los sonidos que imperan en este nuevo bar bogotano. Dentro de la bien pensada carta de licores, hay una buena lista de martinis. Un trago recomendado: el Josefina, una mezcla de ginebra, Jägermeister y un secreto que sus creadores no revelan. Para
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los fumadores, Bonaporte tiene un espacio con techo corredizo. Con esto, sumado a la excelente programación de los DJ, no será difícil sentirse en la sala de la casa.
Cra. 13 No. 83-91 / último piso
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RAAG SOUND... EL ESTUDIO Por razones profesionales, Camilo Quintero estuvo recorriendo durante quince años buena parte de las salas de ensayo en Bogotá. Una experiencia que lo llevó a montar, en asocio con Diana Soto, una sala de ensayo con todos los fierros: instalaciones cómodas y modernas, un diseño acústico de vanguardia y excelentes equi-
pos. Raag Sound tiene tres salas de ensayo y un estudio de grabación. Una banda que va por primera vez paga $15.000 por una sesión de dos horas de ensayo, y $30.000 a partir de la segunda visita. Cra. 46 No. 95-47 / Tel. 6917418 www.raagsound.com
SIERRA NEVADA A este sitio se va a comer hambu rg uesas, a pesar de su nombre. Pero no cualq u ier hambu rg uesa. A l com ienzo, en esta Sierra Nevada sólo se vend ían helados, pero rápidamente –y por fort u na– las malteadas y las ham bu rg uesas entraron a su carta. En su menú hay u na del iciosa ham bu rg uesa vegetariana con base en lentejas. La carne es baja en g rasa y los vegetales son orgán icos. El precio promed io de los platos y com bos osci la ent re $10.0 0 0 y $20.0 0 0. Un dato ambiental mente am igable: todos los productos se entregan en bolsas de papel reciclado y si n n i ng u na clase de ti nta. Calle 90 con cra. 14
EN LA CALLE
ANA MARIA DIAZ ESTUDIANTE DE Publicidad y Fotografía ¿Su frase de levante? No tengo, lo mejor es ignorarlos. ¿Una banda detestable? Panda. ¿Su pecado capital? El ocio. ¿A quién le echaría piedra? A la policía. ¿Un amor platónico? Jack Nicholson. ¿Un deseo reprimido? Ser constante. ¿Qué le mama de Bogotá? Los trancones. ¿Una peli que la ponga a llorar? La Vida es Bella.
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LA EVOLUCIÓN DE LA CUERDA FLOJA EL SLACKLINE ES UN DEPORTE EXTREMO PARA EL QUE SE NECESITAN BUEN ESTADO FÍSICO Y GRAN PREPARACIÓN MENTAL. YA SE PRACTICA EN BOGOTÁ. FOTO: HUGO RUBIANO
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oncentración y equilibrio son las principales cualidades que se ejercitan con el slackline, deporte que consiste en caminar sobre una cinta de nailon tensada entre dos puntos fijos. Surgió en la década de los ochenta, cuando a los escaladores Jeff Ellington y Adam Grosowsky se les ocurrió caminar por cables y cadenas, sólo por diversión. Actualmente, existen varias modalidades de slackline: highline (ent re mont a ña s), t r ick l i ne (con saltos y piruetas), waterline (la cinta se ubica algunos metros sobre el agua) y classic line (entre dos árboles). Esta última es la más popular entre los aficionados a dicha práctica, pues casi cualquier parque puede convertirse en escenario para los equilibristas urbanos. En Bogotá, los parques Nacional, Virrey y la Independencia son algunos de los favoritos de los slackliners, aunque también se practica en la Universidad Nacional, en la calle 142 con 19, en la 163 con Boyacá y en la 113 con sexta, entre otros puntos. Ma r io Venega s, esca lador profesional, practica slackline al menos cuatro veces a la semana y lidera Una luka pro slakito,
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proyecto con el que convoca a cualquier persona (conocedora o principiante) a hacer slackline, a u n pr e c io de m i l p e s o s p or s e s ión . “ No lo h ago pa r a lucra rme, si no porq ue q u iero dar a conocer las bondades del slackline, que no es sólo actividad f í sica, si no u n verdadero ejercicio mental”.
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EN LA CALLE
DAVID SANTA: Alias *CACHONDA* ESTUDIANTE Diseño GRÁFICo ¿Su frase de levante? Quiubo. ¿Una banda detestable? Las ManiatiKATZ. ¿Su grosería favorita? Mierda. ¿A quién le echaría piedra? A los toreros. ¿Qué lo pone a bailar? Todo. ¿Un deseo reprimido? Tener una cama exageradamente grande. ¿Qué le mama de Bogotá? El transporte. ¿Una peli que lo ponga a llorar? El Rey León.
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Nelson Octavio Martínez Fotografía: Hugo Rubiano
EL BARRIO SANTA FE, EN PLENO CORAZÓN DE BOGOTÁ, ES LA ZONA DE TOLERANCIA MÁS CÉLEBRE DE LA CIUDAD. UN REPORTERO PASÓ UN FIN DE SEMANA EN EL SECTOR PARA DESCUBRIR EL LADO MENOS LUJURIOSO DE UNA COMUNIDAD QUE GIRA EN TORNO AL SEXO.
CRÓNICA
L
a Tatis pasó la noche en su silla de ruedas, expuesta a la intemperie. Es muy joven, tiene una sonrisa bonita y cinco novios que no saben que es prostituta. Esos admiradores, a los que ha conocido por fuera de su oficio, son para ella como promesas de una vida menos dura. La única compañía que tuvo fue la de una indigente de barriga deformadísima y pelo tan sucio como sus harapos. La acompañó con preocupación maternal, mientras fumaba marihuana a su lado, hasta que un portero la ahuyentó por dar mala imagen al hospedaje de la calle 24 donde reside y trabaja la Tatis, cerca de La Piscina y El Castillo, dos de los burdeles más famosos de este epicentro de prostitución. Sus ojos, delineados con puntas gatunas, recuerdan ligeramente a una geisha o a una chica gótica. Ahora la Tatis es mayor de edad, pero alcanzó a usar una cédula falsa. No llevaba mucho tiempo ejerciendo la prostitución cuando sufrió el accidente en motocicleta que la confinó a esta silla de ruedas. A sus clientes les brinda una atención personalizada: les tiene paciencia y ellos también se la tienen, deben tenérsela. Sabe que algunos la buscan para cumplir una fantasía.
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Como el hospedaje no tiene una rampa para discapacitados, el administrador la subió en brazos a su pieza como a una novia en su noche de bodas. Estamos en lo que podría ser un barrio de lo más normal: un niño aprende a montar en bicicleta, una adolescente lleva en un coche a su bebé cubierto por una cobijita azul, un grupo de niñas juega en un portal, una anciana camina parsimoniosamente hacia la tienda con una bolsa en la mano. Podría ser un barrio muy normal, digo, de no ser por los travestis que departen en la esquina por donde pasó la adolescente con el coche; por las prostitutas que caminan semidesnudas e insinuantes sin reparar en la señora que va por la compra, o por los indigentes y los ladrones en potencia que están cerca del niño de la bicicleta. Empiezo a recorrer las calles más calientes de esta famosa zona de tolerancia, como se le conoce desde los años cuarenta, o Zona de Alto Impacto, como la denominó Antanas Mockus en su segunda alcaldía. No es tan grande en un mapa: abarca un rectángulo, entre las calles 24 y 19 y las carreras 17 y 14. Taxistas y conductores particulares manejan despacio. Parece una película puesta en cámara lenta. No es
16 / 17 difícil descubrir la razón del aparente civismo: en el Santa Fe hay mucho que mirar. Todo el sector es una vitrina y al recorrido por estas calles se le llama coloquialmente el “cuquitour”. La oferta es variopinta: algunas putas son extremadamente delgadas. Otras exhiben sin pudor un cuerpo adiposo, con el vientre estriado tras varios embarazos. Hay gordas, bajitas, altas, negras, blancas, y un travesti ya mayor. Todas se cruzan y pavonean en esta cuadra –calle 23 con carrera 16–, como si se tratara de un gran sexy-buffet. Ejecutivos, oficinistas, mecánicos, estudiantes universitarios, ladrones, confluyen acá en busca de sexo sin compromiso. De la calle pasan a residencias y hostales como El Contento, donde, según me dice una prostituta que trabaja allí, algunos hombres entran contentos y salen tristes, “porque a la hora de la verdad, no se les para”.
Paso a la calle 22 y entro a una cafetería estratégicamente ubicada en mitad de la cuadra. Llovizna. Un travesti entra, saluda, pide un caldo para llevar y empieza a contonearse frente a un espejo. Me mira y me pregunta: “¿Cierto que soy bonita?”. Mide 1,70, es moreno y tiene maquillaje en exceso. Llega un joven en bermudas y lo saluda. El travesti le dice: “Vaya cómpreme media de aguardiente y un pase”, al tiempo que saca el dinero de su busto abultado. Entonces llega otro hombre más viejo, con un abrigo raído de botones de hotel. Está borracho y el joven le traslada el encargo. El travesti se sienta a mi mesa y me dice: “Me veo mal porque estoy recién levantada, ¡anoche est uve en u na fiesta bu-e-ní-si-ma!”. Se presenta como Gabriela España. Antes de que pueda preguntarle algo más, Gabriela mira mi sobremesa y dice: “Gástame un jugo”. Cuando le digo que sólo tengo para pagar lo mío, me mira con decepción, se levanta y me increpa: “¡Lástima que seas tan pobre!”. Y luego comenta a voz en cuello, señalándome: “¡Me está echando los perros y no tiene plata!”, y me da la clase del día, quizás del año o de la vida: “Cuando le hables a una puta o a un
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18 / 19 marica, debes tener plata, ¿oyes?”. Trato de explicar que le hablé porque ella me habló primero, pero me frena con su voz impostada: “¡Cállate!”.
En plena calle, frente a una tienda, un hombre de piel muy blanca y una barba hirsuta rompe con la cabeza un guacal vacío. Viste un mugriento traje beige, pantalón remangado, medias azul oscuro y chanclas del mismo color. Tiene una corbata hecha jirones y no lleva camisa. Usa una especie de balaca hecha con un trapo. En la espalda, tiene escrito a mano “Van Damme”. Cuando se levanta, muestra la cara herida por los golpes que se ha dado. No tiene más de 30 años, pero aparenta muchos más. Se ganó el menos cinematográfico apodo de Piernas Locas debido a que en una ocasión se defendió “a pata” del ataque de otro indigente. No usó las manos, pues no quiso soltar su coctel de alcohol puro diluido en refresco de naranja, ni la maleta ni el palo de escoba roto y puntudo que suele llevar consigo. Tumbó al otro y lo siguió golpeando hasta que pasó una patrulla y se los llevó a ambos. Van Damme habla de mecánica, de ciclismo, de los personajes de Condorito. Le preocupa mi seguridad y me dice que si tengo familia debería estar con ella y evitar estas calles. Cuando le simpatizas a alguien en este barrio, te dará a entender que lo mejor es marcharte. Días después, veo a Van Damme deambulando por la 22. Lleva una venda en el brazo izquierdo y la mano derecha magullada. Me enseña un hueco de un centímetro que le hicieron en el vientre con un bisturí. Llegó tarde en la noche a golpear donde duerme y no le abrieron. Se aferró a su botella y se quedó dormido en el portal, hasta que su asesino vino a despertarlo. De haber muerto sería sólo un evento esperado, ya que muchos conocidos del barrio apuestan hoy a que mañana no lo verán.
Busco una habitación para pasar la noche. Empiezo por la 22, en los hoteles baratos. Uno tiene el aspecto de una “residencia”, con el azulejo a la entrada y no en el baño. Allí trabajan y viven travestis. Pregunto si necesito hacer una reserva y una señora malgeniada me increpa: –¿Qué quiere? Acá no usamos nunca eso de reservar. Si necesita quedarse, traiga sus chiros y ya. Las habitaciones con vista a la calle están arrendadas de manera casi permanente. En la puerta hay dos travestis: uno joven, en verdad bonito, vestido de rojo, tendrá escasos 18 años; el otro, de rostro innegablemente masculino, revela que está en los 40. – Cu a ndo u n a t r ave s t i q ue h a bí a arrendado se va, llega otra, pues las habitaciones ya están encargadas. Les gustan estas piezas –dice el administrador. Las habitaciones internas son sencillas. Agua caliente y televisión por cable. La ausencia de ventana con vista a la calle no parece conveniente para captar el entorno y busco otro sitio. El hotel Nuevo Santa Fe es más tradicional, con vestíbulo, recepción y una escalera amplia. Seguramente vivió mejores épocas. Su letrero ha perdido la N, pero en las tarjetas corrigieron la pérdida con Photoshop. El cuarto tiene un amplio ventanal. Me quedo aquí. Pienso en lo que me dijo alguien hace unas horas: “Este barrio es muy bonito. En esta cuadra, hace unos años, a un mismo paisano le hacían los tres atracos: empezando la cuadra, le robaban la plata; en la mitad, le quitaban los zapatos, y al final, venía lo más tenaz: como no llevaba nada, le daban chuzo”. Ya instalado en la seguridad del cuarto, presencio un altercado entre dos travestis con amenaza de muerte de por medio, por 50.000 pesos. Todo se soluciona gracias a la intervención de un tercero. Los últimos negocios en cerrar serán el asadero y, después de la una, la licorera,
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CRÓNICA
que más tarde volverá a abrir de modo fugaz, para cerrar finalmente a las dos y veinte. En medio de la soledad de las calles, su luz es como una especie de oasis y punto de encuentro de travestis, clientes y borrachos. Después de la medianoche, una prostituta contrahecha, de la que ya me han hablado, se baja de un carro lujoso. Era una muchacha tontica que pedía limosna. Un día se puso la única falda que consiguió y recibió ofertas. Así descubrió la forma de comer más limpio y no sólo sobras. Únicamente hace sexo oral y la buscan mucho. Cerca de la una de la madrugada, veo una escena que se repetirá días después a una hora mucho más temprana: un hombre camina por la zona de los travestis y algunos se le acercan insinuantes para acariciarle la bragueta. Cuando el incauto se relaja para disfrutar del manoseo, las manos pasan rápidamente a esculcar sus bolsillos, y si hay reacción defensiva, las lisonjas se tornan en amenazas.
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Esto sucede a pesar de que, fijado a las esquinas, hay un aviso institucional que pocos miran. En llamativo blanco con rojo, se invita a estar atento, pues “si usted no lo está, el delincuente sí”. Y con precisión notarial se indica que “El 27,3% de los hurtos a personas en Bogotá en 2009 ocurrió por descuido”. La madrugada, si bien solitaria, tiene sus personajes: los vendedores ambulantes de cigarrillos, tinto y “todo lo que necesite”, algunos de los cuales adaptan coches de bebé para transportar sus mercancías, e incluso hay uno que, a las dos de la mañana, ofrece bolsos a los travestis. Una pandilla que patrulla las calles en busca de personas solitarias. Los taxistas que esperan recoger pasajeros trasnochados. Un policía en moto que lleva el arma lista para disparar. Un gato negro de mirada displicente que espía desde un segundo piso. El letrero del vecino hotel Real Normandía, con su corona blanca, ha girado en una hora 180 veces, y cada cinco vuel-
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tas cambia la iluminación de sus letras blancas con fondo rojo. Sería una toma digna del mejor cine negro. La segunda noche, por cambiar de cuadra, me quedo en Paisas VIP, un burdel con aspecto de hotel moderno, donde se nota que hubo una importante inversión de capital. Mi cuarto tiene un colchón semiortopédico y ducha eléctrica, pero mañana no la podré usar por fallas internas de electricidad. Desayuno carne, arroz y arepa por $3.000 en la cafetería Pipe, que se llama igual que su antiguo dueño. Está ubicada justo en la cuadra de los travestis. Esteban, su propietario hace tres años, es un ex pesista que impuso varios récords a nivel nacional hace más de dos décadas. Alonso, mi vecino de mesa, tiene 75 años, pelo escaso y cano, ojos de un verde desteñido. Dice que el sector siempre fue peligroso. Tradicionalmente, la policía no hacía mucho y a veces hasta parecía cómplice de los delitos, puesto que
miraba para otro lado. Alonso lleva medio siglo visitando el barrio con regularidad. Dice que el sexo era más riesgoso en su juventud, ya que entonces no había condones. –A todas estas putas y travestis les toca hacerse exámenes. En cam bio en aquellos tiempos no había nada de eso. Una cerveza costaba 35 centavos y la cobraban a 40 en los grilles y cafés, donde también se ejercía la prostitución. Hay gol en la televisión. Un travesti con un miniabrigo de piel, que no le cubre prácticamente nada, sale a revolear a la calle sus turgentes tetas morenas. Grita “¡Gooool!” y ríe, exhibiéndoseles a los carros que pasan. Son las cuatro de la tarde. Alonso comenta: “No me gusta eso… ¡es pura silicona!”. En su juventud tuvo muchas conocidas, pero ya todas murieron. Hace unos ocho años encontró a una de las últimas prostitutas de aquellos años rondando por el Voto Nacional. Estaba encorvada, pero aún ejercía.
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CRÓNICA
Una comunidad de monjas tiene su sede en la calle 22, en una casa blanca que sobresale por el contraste con el deterioro del vecindario. Los fines de semana las monjas organizan una especie de bazar con las cosas que les llevan como donaciones. Llega Odilia, una mujer pequeña de aspecto desvalido. Está buscando un bolso barato. Le regalan uno, con la cremallera dañada pero en mejor estado que el suyo. Ella ofrece en venta un búho sucio elaborado con cordones mediante la técnica del macramé (nudos). Tiene 57 años y está juntando lo de una medicina para el corazón. En su juventud fue prostituta.
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Hablamos en una esquina mientras pasa sus cosas de un bolso al otro. Atesora las fotos de sus familiares. No las deja en su pieza, pues se las robarían. “Allá se pierde todo”, dice. Odilia sobrevive de la caridad y de las cosas que vende. Cuando nos despedimos, comienza a jugar con la cremallera de mi chaqueta y me pregunta, con rezagos de su antiguo oficio, si estoy muy ocupado o si quiero algo más. Le digo que no, y le pregunto, para cam biar el tema, por qué dejó el v iejo bolso en una ventana y no lo arrojó directamente a la basura. –Dejémoslo ahí –me contesta– En menos de nada alguien más necesitado se habrá enamorado de él.
Ilustraciones: Lorena Correa
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24 / 25 Para Little Prince, dueño de mi odio
E
l 9 de junio de 2004 llegué por primera vez a Bogotá, después de un viaje por carretera que duró casi veinte horas. Tomé un taxi a la salida de la terminal de transportes, rumbo al apartamento en La Macarena de un escritor colombiano que me estaba esperando. Desde la ventanilla del taxi podía ver el gran pastiche capitalino: rigurosas y afanadas personas de traje negro y paraguas en la mano, ciudadanos de aspectos diversos: punk ies, hippies, afros. Postales rápidas que pasaban ante mis ojos: puentes enormes, edificios monocromáticos, jardineras florecidas, los cerros. Me bajé del carro con el enorme morral militar donde traía mis cosas. Me anunciaron en la portería de un pequeño edificio y, luego de un par de minutos en los que el portero no dejó de mirarme por un solo instante, subí hasta el cuarto piso, donde vivía el escritor: un apartamento digno de un hombre de cultura como él, con estantes repletos de libros, un enorme cuadro con un Borges siniestro en sus últimos años de vida, un sofá negro donde un par de mininos dormían la siesta. El escritor me dio un abrazo y, ante el evidente frío que tenía, me brindó un té caliente. Miraba de reojo el maletín que traía encima. Después de unos quince minutos, me dijo que tenía una cita inaplazable y, tomándome de la mano, me llevó hasta la salida del edificio. –Por ahí derecho sales a la séptima, cómete algo y regresa por la noche –fue lo último que le oí decir al escritor. Con las tripas gruñéndome, devoré un paquete de papas que traía en el morral. Medio saciada el hambre, tuve la certeza de que las cosas habían empezado a andar mal. Regresé por la noche, bajo un aguacero helado, pero el escritor no estaba en su apartamento. Según el portero, había salido de urgencia a su finca en Guaduas, donde meses más tarde los paramilitares asesinarían a un pupilo suyo. Pasé esa noche deambulando. Muerto de frío, en camiseta de algodón y sin chaqueta, caminaba sin saber a dónde ir. Grité, lloré. Sin una moneda en los bolsillos, clamé a Dios por ayuda, y Dios apareció, de pronto, en la forma de una dependiente de farmacia, una cartagenera que me dio posada en un cuarto vacío al fondo de un local con olor a medicamentos.
Allí Dios me tendió sobre el piso una gruesa cobija para que reposara, y a la mañana siguiente, luego de darme café con leche y pan, me dijo: –Mijo, devuélvase pa’ su tierra, que esta ciudad es mala. –Hasta siempre –le dije a Dios, que me miró de forma piadosa. Pensé en volver donde el escritor para gritarle un par de hijueputadas. Al fin y al cabo, yo había llegado a Bogotá por sugerencia suya, ya que el hijo de su puta madre tenía una rev ista literaria en la que yo supuestamente trabajaría, y en pocos años estaría con Sa nt iago Ga mboa o Efraim Medina, tomando wh isk y en alguna feria del libro latinoamericana. Pero no lo hice porque ya tenía claro cuál era el precio que debía pagar por mi estupidez, y de nada servía volcar mi frustración en patadas de ahogado. Era mejor dejar la ira intacta, dejar germinar en paz la semilla del odio que se había instalado en mí a partir de ese momento. D e s o b e d e c i e ndo las i nd icaciones de Dios, terminé ese mismo día en un prostíbulo de Cedrit os, adonde l le g ué gracias a las coordenadas que me dio un periódico que encontré en el baño que pedí prestado en una gasolinera para cagar y lavarme los dientes, después de caminar por horas sin saber hacia dónde dirigirme y maldiciendo una y otra vez al maldito escritor. –Vengo por el anuncio –le dije a la mujer que salió a recibirme. –Ven conmigo –me contestó–. ¿Cómo te llamas, lindo? –John Better. –¿Es broma? –No, señora. –¡No, no, no! De n i ng u na ma nera, ese nom bre ta n ex t ra ño no es nada
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atractivo para este negocio. Tenemos que cambiártelo. Déjame ver… ¡Ya!, desde ahora te llamarás Adriano. Saluda, por favor: él es Ángelo, él Javier, esta preciosura es Sergio y el más antiguo de todos… Byron –me dijo Ginet (ese era el nombre de la mujer). –Hola –les dije a los chicos, que estaban sentados sobre un sofá negro y que me miraban como quien le echa un vistazo a una pila de excrementos. Después de todo, yo era competencia para ellos, un extraño que venía a raparles el dinero de los bolsillos a pu nt a de m a m a d a s , pajazos y todo lo que me tocara hacer por plata con los sujetos que l legaban a aquel la casa a saca rse la leche ag r ia acumulada durante días de estrés laboral. Pero fue cuestión de tiempo para que dejaran de verme como u n i ntruso. Allí hice amigos, como Javier, el mejor de todos, un chico sensible, amante de los l i bros y el cine, con el que tuve un corto romance; sin embargo, a los seis meses de mi llegada los tuve que dejar, pues las cosas habían cambiado notablemente: yo ya no era la mercancía más novedosa. Ahora estaba Felipe, una belleza. Así que mis ingresos mermaron considerablemente. Debía un par de meses de arriendo, y los pronósticos no eran los mejores. Lo más prudente era huir de allí tan pronto como fuera posible. Me fui de esa casa de Cedritos, muy de noche y sin hacer ruido, con una cantidad de deudas encima. Entonces emprendí un duro camino que me arrastró por moteluchos y pensiones del barrio Santa Fe, hasta llegar a pasar un par de noches en las bancas del parque Santander. El descenso al infierno llegó una noche de excesos. Ya había transcurrido casi un año desde mi huida de la Casa de los Bellos Durmientes, como me gustaba llamar al puteadero de Cedritos. La calle me había
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dado de probar de su sulfato demoniaco sin ninguna misericordia. Pasé de la cocaína al bazuco como el que va de una cama de clavos a un lecho de agujas hipodérmicas. Caí en una pensión siniestra donde se reunían todos los adictos a la “angustia”, como le dicen algunos a la pasta base, una noche de esas en que vendes hasta el alma con tal de una dosis más. Allí me despojaron de lo último que me quedaba de dignidad, y me desnudaron. Recibí patadas y puñetazos de una ñera embarazada que aspiraba su pipa diabólica, exigiéndome que pagara todo lo que había consu m ido, encerrado en una habitación apestosa, donde un guiñapo de hombre me cortaría varias veces el brazo con una navaja para que supiera q ue hablaban en serio. Allí estuve durante horas, secuest rado, aislado, muerto de pán ico, del i rando, viendo correr por un raído piso de madera mi propia orina, mientras aquella mujer sucia y grávida me decía: –Te vamos a matar, güevón. –¿Puedo hacer una llamada? –pregunté, en medio del espanto que me sacudía. Y entonces apareció Dios otra vez, al otro lado del teléfono, atento a mi cobarde llanto. Pero Dios ya no tenía la forma de empleada de farmacia, sino la de un actor de teatro con quien mantenía por entonces una intermitente relación, el mismo que una noche antes me había dejado en su carro a la entrada de aquel horrible lugar, no sin antes preguntarme: –¿Estás seguro de que esto es lo que quieres? Víctor pagó mis deudas y me sacó de ese infierno. A los pocos meses regresaría a Barranquilla, la ciudad en la que nací. La esencia de estas palabras es el odio. El odio que me inspira Bogotá. Por eso desempolvo estos recuerdos. Mi odio surge de aquellos años. Mi odio surge luego
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de haber amado, de haber dejado en cada calle, en cada cama de hostal, en cada bar, ese que fui, ese que no he vuelto a encontrar cuando regreso a la fría capital del país. Regresos menos prolongados y más lóbregos que antes, así sea cobijado en la tibia comodidad de algún amigo escritor de mejor suerte que pone su hospitalidad como un abrigo que no logra calentarme del todo. Ese odio lo volví a sentir la última vez que pisé sus calles, hace un año, durante la pasada Feria del Libro, donde abundan intelectualoides con bolsas llenas de novedades editoriales pero escasean almas que puedan encender con su brillo algún fuego. Llovió durante cuatro malditos días de abril. Algo había perdido allí, algo de mí se había quedado vagando en sus avenidas, como un fantasma ciego condenado a traspasar para siempre las estatuas de
los parques, las cabinas de videosexo de Chapinero, o el cuerpo de ese chico que amé hasta el cansancio y que tuvo más de mil rostros. Algo de mí intenté encontrar en ese volver reciente y sólo vi granizo descendiendo de su cielo, la muerte blanca que aplastaba las flores diente de león, esas mismas que solía soplar cuando agosto llenaba de duraznos maduros el patio de los bellos durmientes, en el inolvidable puteadero de Cedritos, donde nos calentábamos con guaro y una chimenea que encendíamos con hojas de directorios telefónicos caducos. Por eso mi odio a Bogotá, porque Bogotá no me espera, no me reconoce, y por el contrario me mira con indiferencia, con recelo. Porque se cierra ante mi contacto, como las plantas dormilonas. Porque recibe con desgano, cada vez que regreso, mis flores negras.
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Yuko Shimizu es una artista japonesa cuya obra es referencia obligada en el mundo de la ilustración contemporánea. Homónima de la creadora de Hello Kitty, el trabajo de esta Yuko es menos tierno pero mucho más potente y vanguardista por la mezcla de influencias orientales y occidentales. En abril visita Colombia por primera vez. Ilustraciones cortesía de Yuko Shimizu ©.
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Después de estudiar negocios, publicidad y mercadotecnia en la Universidad de Waseda, en Japón, Yuko Shimizu tuvo que esperar diez largos años en un trabajo de relaciones públicas en Tokio para ahorrar el dinero que le permitiera viajar a Nueva York a cumplir su sueño: estudiar en la School of Visual Arts, donde hoy dicta clases. Ese fue el punto de inflexión en su vida artística, y desde entonces (1999) su t rabajo comenzó a ser conocido i nternacionalmente. Con una fuerte inf luencia de la estética manga, combinada con
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elementos de la cultura occidental, sus obras han estado en camisetas Gap, latas de Pepsi, vallas de Visa, anuncios de Microsoft, carátulas de libros y medios como New York Times, Rolling Stone y New Yorker. En el 2009, Newsweek la incluyó en la lista de los cien japoneses más respetados del mundo. En una entrevista para Amarillo, Centro de Diseño, afirmó que había emigrado porque odiaba su país y la forma en la que pintaba y dibujaba cuando vivía allí. Fue en Estados Unidos donde aprendió que el artista es un todo conformado por su historia y las experiencias que lo rodean. “Me enseñaron que tenía que ser yo misma y no intentar ser alguien más. Las influencias a veces incluyen cosas que no te gustan, pero son parte de ti porque así creciste”. Los organizadores del Congreso Internacional de Ilustración gestionaron durante más de dos años su primera visita a Colombia, y la persistencia dio sus frutos, pues el viernes 19 abril Yuko será la invitada principal de un conversatorio sobre ilustración publicitaria. Conozca más del trabajo de esta artista utilizando su dispositivo móvil.
Entre el 18 y el 20 de abril se celebrará en Corferias la tercera edición del Congreso Internacional de Ilustración. El programa incluye a otras figuras de renombre, como Santiago Caruso (Argentina), Ledania (Colombia), Rosana Faría (Venezuela), Santiago Solís (México) y Shaddy Safadi (Estados Unidos). En estos tres días se dictarán conferencias, y habrá exposiciones y conversatorios.
+ info: www.congresofig.com
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INSTANTÁNEA
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Fotografía: Santiago Roa
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a diferencia cambiaria entre Colombia y Venezuela estimula el contrabando de todo tipo de mercancías en la frontera. Por los puentes internacionales Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander transitan viejas camionetas, vehículos Ford y Chevrolet que ingresan al país gasolina, medicamentos, víveres, ropa y todo lo que resulte rentable vender del lado colombiano. Estos carros no sólo prestan el servicio de transporte de pasajeros entre las dos naciones: sus dueños han modificado el tanque y en la carrocería esconden caletas en las que se camufla la gasolina que se compra barata en Ureña,
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30 / 31 San Antonio y San Cristóbal (estado Táchira), y se vende por debajo del precio oficial en Cúcuta o Villa del Rosario (Norte de Santander). Cuentan los habitantes de la zona que poco a poco las poblaciones del lado venezolano se han ido desocupando, pues el motor de la economía en la región es la venta de los artículos de contrabando del lado colombiano. La diferencia cambiaria y la ganancia que dejan los insumos hacen que los venezolanos prefieran trasladarlos a donde paguen m e jo r p o r e l l o s . Po r e j e m p l o , e n U r e ñ a o S a n Cristóbal es normal ver panaderías cerradas porque la harina local se comercializa mejor en Colombia. Lo cierto es que los cacareados controles de un lado y otro de la frontera no han funcionado, ni siquiera el famoso chip para los autos que supuestamente permitía establecer el combustible exacto con el que un vehículo circula por los puentes internacionales. Mientras tanto, el contrabando seguirá transitando al ritmo de las condiciones que imponen la realidad y el mercado.
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La vanguardia de Darío Cárdenas: entre el arte y el diseño. Fotografia: Camilo Gómez Texto: Sylvia Rodríguez
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ensando en un consumidor cada vez más atraído hacia las artes y el diseño, para quien prevalecen la versatilidad y la comodidad, nuevos diseñadores exhiben en las pasarelas del país propuestas que, más que ser una prenda de vestir, enmarcan un estilo, una parte de la personalidad, una identidad. Una nueva ola de diseño, que se enfoca más en los aspectos emocional e intelectual del consumidor, empieza a meterse dentro del creciente mercado de la moda en Colombia. Darío Cárdenas es un ejemplo de esto: un diseñador que, según sus propias palabras, busca generar “un lenguaje de sensibilización a través del vestido”.
Darío toma fotografías de situaciones reales en escenarios reales, por ejemplo en la calle del Bronx bogotano, y con ellas genera patrones en monedas de oro que parecen flores, pero que al acercarse revelan las imágenes de los personajes de las calles, creando así una comunión entre la riqueza y la pobreza. Desde su tienda El Hábito, en la Zona Rosa, Cárdenas ha podido apreciar cómo, entre su clientela, un importante número de personas va en busca de arte y diseño. El cliente no se limita a ir tras prendas estéticamente agradables, sino que también hace una declaración de estilo y personalidad. Para este diseñador paisa el diseño colombiano está en auge.
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“Lo único que han logrado las multinacionales que han llegado a imponer su idea de la ‘democ rat i zac ión de la moda’ es que la gente abra los ojos y se dé cuenta de que no vale la pena vestirse ‘barato’”, dice Cárdenas, quien piensa también que lo s c olom bi a no s bu s c a n cada vez más la exclusiv idad y la originalidad, y que la entrada de las marcas extranjeras, lejos de perjudicar el producto nacional, ha sido positiva, pues ha creado u n “comprador i ntel igente” que quiere algo más que seguir una tendencia o llenar el armario.
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34 / 35 Cuatro dispositivos de última tecnología para regalar o regalarse.
CONVERTIDOR DE CASETE A IPOD: El walkman y el iPod, íconos generacionales de los reproductores musicales portátiles, se juntan en este juguete para salvar con facilidad toda la música que reposa en los viejos casetes de cinta. Mediante una aplicación que se instala en el iPhone o el iPod Touch, este dispositivo se encarga de convertir el audio del casete en archivos de MP3. LA CAMISETA QUE HACE MÚSICA: La Electronic Drum Machine T-Shirt permite crear piezas musicales por medio de un sintetizador de batería ubicado en el pecho de la camiseta. Gracias a ocho paneles táctiles y un parlante portátil que se engancha a los bolsillos del pantalón, se pueden componer ritmos y melodías, además de grabar y reproducir loops. La camiseta ofrece nueve rangos sonoros: desde techno hasta jazz. DOLLY DOMÉSTICO: El dolly es una plataforma móvil que se usa para hacer tomas en desplazamiento. Como no todos los realizadores principiantes pueden comprar los sofisticados carritos y rieles que se emplean con este fin, el iStabilizer Dolly es una buena opción para hacer paneos, rotaciones y travelling. Está diseñado para las nuevas filmadoras pequeñas que graban en alta definición, e incluso es posible adaptarlo a los smartphones.
EN LA CALLE
TATIANA GARZON ESTUDIANTE DE PublicidaD ¿Su frase de levante? Qué rico. ¿Una banda detestable? Don Omar. ¿Su grosería favorita? Puta. ¿A quién le echaría piedra? A los violadores. ¿Un amor platónico? T. Mills.
UN LÁPIZ INTELIGENTE:
Para los diseñadores y artistas que se la pasan dibujando en cuanto papel encuentran, el Adonit Jot Touch Stylus es una herramienta ideal. Es el primer lápiz sensible a una pantalla de iPad que, mediante tecnología de bluetooth a presión, hace que se generen trazos con estilo y precisión.
¿Un deseo reprimido? Ser alta. ¿Qué le mama de Bogotá? El Transmilenio. ¿Una peli que la ponga a llorar? La Vida es Bella.
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Para el periodista que escrib e estas líneas de desahogo, la época escolar ha sido una de las experiencias más
ingratas de su vida.
A
lgunos de los peores momentos de mi vida los padecí en el colegio. En particular entre primero de primaria y noveno de bachillerato, cuando estudié en cierto plantel del norte de Bogotá, famoso en esa época por sus buses pintarrajeados y reconocido hoy por su flotilla ultramoderna de pullmans amarillos tipo norteamericano y por haber sido miembro de la elitista Uncoli. Se trataba, entonces, de un “gimnasio” con nulo interés por las artes y sobredimensionada exaltación de las aptitudes deportivas (en particular futbolísticas). Sergio Goycochea (el antipénal) y Mario Vanemerak dictaban clases los sábados. Eso era rescatable.
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Su sede de aquellos tiempos (con salones prefabricados mal acabados) estaba ubicada en predios casi rurales, más allá del tercer puente: calle 174 con carrera 38. Ingresé en 1982 y salí expulsado en 1991. Fui pésimo estudiante. De esos que se turnaban con los menos listos de sus condiscípulos los últimos puestos del ranking escolar. A mis nulas destrezas matemáticas se sumaban mis discapacidades en educación física, debidas quizás a nunca diagnosticados trastornos psicomotores, acentuados por una fuerte miopía astigmática de la que padezco desde los seis años. El colegio es fértil terreno para sueños frustrados. En cuarto de primaria, con Nicolás Samper, hoy periodista, fundamos
36 / 37 un periódico mecanografiado y fotocopiado llamado Nor-Gerper. En la sección culinaria se explicaba cómo preparar huevos cocidos según la receta de la señora madre de Nelson Prada, compañero reconocido entre nosotros por los tufillos azufrados de ultratumba que emanaban de su lonchera de latón, en especial cuando el sol de mediodía arreciaba. Con la excusa de nuestras lamentables calificaciones, Ricardo —el rector— proscribió la venta de Nor-Gerper. En respuesta, Nicolás y yo armamos una pandilla de hamponzuelos insurgentes. Pretendíamos ser una versión júnior de Los Biyis, cuadrilla de jóvenes agresivos de clase media acantonados en el legendario Uniplay de Unicentro, a donde iban a jugar Space invaders. La llamamos La Hora Cero. A causa de estas primeras incursiones como revolucionarios ambos reprobamos cuarto de primaria. Era 1985. Nicolás salió del colegio y transcurrieron casi 20 años antes de volverlo a ver. Yo repetí el periodo lectivo en el mismo establecimiento y desde entonces mi vida fue miserable. Ya en séptimo grado, Andrés Vargas y yo intentamos crear una revista científica. Se llamaba Partícula. De nuevo nos castigaron con injustificada censura y terminamos expuestos a la cuchilla de monsieur Guillotin. “Todo lo que estás aprendiendo te servirá en el futuro”, aseveraban docentes y familiares. Hoy, más de un cuarto de siglo después, me reafirmo en el concepto sobre lo equivocados que estaban.
Como respuesta fundamos Los Vándalos, organización clandestina especializada en atentados a la planta física del colegio, en la producción de pegatinas, grafitis y panfletos incendiarios y caricaturescos en contra de la institución. Entre nuestras acciones memorables estuvo la incineración del tupé en forma de corazón que, gracias a apreciables cantidades de fijador Kleer Lac de color morado, adornaba la cabeza de Gladys (profesora de matemáticas). Andrés y yo insertamos varias cerillas dentro de sus tizas, las cuales estallaron cuando ella trataba de explicarnos cómo se resolvía una regla de tres compuesta. También hicimos historia al incendiar (con gasolina y papel) el techo de paja de los baños, y estampar camisetas profanas con el escudo del colegio invertido y el lema “¡Chao! Aprender a sufrir”, que parodiaba el de la entidad educativa en cuestión: “¡Hola! Aprender a vivir”. Marieta —coordinadora académica de bachillerato— y el profesorado entero estaban al acecho. El asunto derivó en la expulsión de todos Los Vándalos, incluido yo en último turno. Sinceramente, pienso que el problema era el colegio y no nosotros, por sus numerosos defectos, que a continuación enunciaré. En primer término, la imposición de un pénsum que en ningún caso se acomodaba a los intereses y necesidades del individuo ni a sus futuros requerimientos profesionales. En segundo lugar, la estandarización de un patrón educativo común a seres con personalidades y
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y dones disímiles. En tercera instancia, el permanente estímulo a un malsano espíritu de competencia y al cultivo de una serie de valores falsos. Eso para no mencionar los detestables uniformes de presidiario (en particular el de gala, con pantalón gris ratón que producía escozor en las piernas), la obligatoriedad de despertarse a las 5:30 a.m., los permanentes abusos de autoridad y las listas de útiles rayanas en la usura, de cuyo paradero uno nunca se enteraba. Siento que ser mediocre o pésimo estudiante en la infancia no guarda una relación de correspondencia en la vida adulta y que la educación debería tener tal vez un carácter más vocacional que impositivo. Salí del colegio hace 19 años y es posible que ahora las cosas hayan cambiado. Me recibí de uno más amable, llamado Gimnasio Los Robles, cobijado por el sugestivo lema de “No hay niños problema sino ambientes problema”. Allá encontré un entorno algo menos estéril para mis anhelos. Ahí, en 1993, conocí a mi amigo y futuro socio Manuel Carreño. Conseg u í g raduarme, después de haber impuesto la marca de habilitar matemáticas, álgebra, trigonometría y cálculo, de manera ininterrumpida, entre
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1986 y 1994, y de reprobar décimo grado. De las dos etapas hay personajes a los que evoco con cariño, como Carlos Alzate y Jorge Jiménez, mis maestros de español. O la maternal psicóloga Omaira Triana, mi hada madrina de entonces. Gracias a ellos mi estancia en los centros penitenciarios en mención fue más llevadera. Al convertirme en egresado me sentí cual reo liberado. La alegría experimentada palió los sufrimientos soportados por trece años. Aún hoy tengo la pesadilla recurrente de tener que volver al colegio. El sueño es siempre el mismo: en la universidad se dan cuenta (por alguna inexplicable razón) de que hubo materias no completadas en el bachillerato y, en consecuencia, debo regresar para llenar los vacíos. Entonces me veo, ya a mis avanzados 36, metido en las mismas “jaulas” de clase, deseando morirme. Lo a nterior i lust ra la ma rca tormentosa dejada en m i su bconsciente por d icha ex periencia. Por eso me siento autorizado —hoy más q ue nu nca— a desment i r a q u ienes se l lena n de org u l lo a l af i rma r q ue “ No hay mejor época q ue la del coleg io”. ¡Masoq u istas!
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En una estación del metro, por la que pasan los expresos internacionales (llamados así por su recorrido a través de barrios étnicos), yo esperaba el tren 7, que me llevaría a Manhattan desde la avenida Roosevelt con calle 74. Ella estaba al frente, esperando, bajo su velo de colores tierra, el tren que la conduciría a lo más profundo de Queens. No tardó en darse cuenta de que yo la observaba, armado con mi cámara y un lente de los largos. Sin embargo, no se inmutó. Nos separaban un idioma, decenas de fronteras, cientos de costumbres y, por supuesto, una gran línea de tren. Así que no tuve más remedio que dispararle y tenerla conmigo para siempre. Paulo César González
El embajador global de Sailor Jerry Nacido en Gales, el bartender y músico Louis Lewis Smith recorre el mundo llevando no solo el particular sabor de Sailor Jerry (resultado de una mezcla de vainilla, canela y ron del Caribe), sino el legado de Norman Collins, el símbolo de la marca y el padre del tatuaje moderno. ¿Cuál es el mensaje de Sailor Jerry que intenta llevar a la gente? Para mí, lo más importante es respetar el legado de Norman Collins, que nació en 1911 y es pionero en fusionar el estilo vieja escuela del tatuaje con el arte japonés. Collins era un tipo increíble: independiente, de espíritu libre, pero muy respetuoso y ético. ¿Cómo es la relación de Sailor Jerry con la música? Trabajamos muy de cerca con algunas bandas que han crecido con nosotros. No las obligamos a usar camisetas con nuestro logo ni nada por el estilo, sino que las apoyamos en sus presentaciones. Recientemente lanzamos Sailor Jerry Presents, nuestro cuarto compilado musical, en el que reunimos a 17 bandas de todo el mundo. ¿Qué es lo que más les gusta a los colombianos de Sailor Jerry? El estilo de vida que proponemos. A los colombianos les gusta tomar ron puro, lo cual me encanta, mientras que en Estados Unidos y Australia la gente prefiere los cocteles como el daiquiri o el mojito.
Más de 20 mil personas acudieron a los dos días del Festival Estéreo Picnic, que celebró su cuarta edición con un notable cartel de artistas: The Killers, Café Tacvba, Steve Aoki, Alcolirycoz, New Order, además de otras 17 bandas locales y extranjeras. En el Parque Deportivo 222 de Bogotá, los amantes de la música alternativa disfrutaron también de la Zona Picnic Club Colombia.
LA SORPRESA: Cuando empezaron a tocar, pocos les pusieron atención. Pero cuando terminaron el concierto, el Escenario Picnic reventó en aplausos. A puro pulso, el sexteto español Vetusta Morla sedujo al público bogotano, y demostraron por qué su música profunda y las letras enigmáticas lo han llevado a la élite contemporánea del rock en nuestro idioma.
LA CANCIÓN MÁS COREADA: Rubén Albarrán, cantante de Café Tacvba, no cantó la primera estrofa de La ingrata porque los gritos del público se oyeron hasta Chía. Este clásico noventero del rock latinoamericano también demostró la teoría de los mexicanos según la cual “la vida es un gran baile y el mundo es un salón”.
LA FIGURA : Como es cost u m bre en su s shows, el DJ Steve Aoki perdió la cordura: le tiró un pastel en la cara a una fan, bañó de champaña al público de las primeras filas, y se montó a un colchón inflable sostenido por los asistentes. Con un ramillete de estrenos y unos cuantos clásicos, el estadounidense de origen japonés cerró con saltos el primer día del festival.
EL DISCURSO: “No importa si eres homosexual o heterosexual. Todos somos iguales”. Entre sus románticas letras, la mexicana Carla Morrison se tomó un tiempo para hablar del matrimonio igualitario, así como de la importancia de amar y dejarse llevar por los sentimientos. El complemento perfecto para una presentación que le aguó el ojo a más de una (o) y en la que compartió escenario con Rubén Albarrán, de Café Tacvba, su invitado especial. EL TRIBUTO: Aunque Ian Curtis, vocalista de Joy Division (cuyos integrantes pasarían a formar New Order) falleció hace más de treinta y dos años años, su espíritu se hizo presente cuando sus ex compañeros de banda interpretaron Love Will Tear Us Apart, entre otros de Joy Division, en un emotivo homenaje que sorprendió y cautivó a los miles de asistentes.
NATALIA PARÍS
TATO CEPEDA Director de Radioactiva
¿Qué no debe faltar en un picnic? Vino tinto. ¿Su frase de levante? Guapito. ¿Por cuál artista en especial vino al Estéreo Picnic? Por Diamante Eléctrico. ¿Qué está leyendo? El libro blanco de Ramhta. ¿De qué religión jamás sería devota? De los Testigos de Jehová. ¿Qué le aburre de Facebook? Ya no me meto a Facebook, ahora me encanta Twitter. ¿Y cuál ha sido su tweet más ‘retuiteado’? La belleza está en los ojos del que mira. ¿Una página web? Dos: Pinterest y Natalia París. ¿El mejor apodo para la cerveza? La monita. ¿Cuál es su Club Colombia favorita? La rubia.
ALEJANDRO LOZANO Guitarrista de Superlitio ¿Qué no debe faltar en un picnic? El mantelito, buena música y cosas naturales. ¿Su frase de levante? Ya no tengo, estoy casado hace muchos años. ¿Por cuál artista en especial vino al Estéreo Picnic? Por todos los nacionales. ¿Qué está leyendo? El atravesado de Andrés Caicedo. ¿Qué le aburre de Facebook? Que hay muchas prostitutas promocionándose. ¿Una página web? Musician’s Friend. ¿El mejor apodo para la cerveza? Birra. ¿Cuál es su Club Colombia favorita? La negrita es deliciosa.
¿Qué no debe faltar en un picnic? La sal y los huevos al gusto. ¿Su frase de levante? ¿Estudias o trabajas? ¿Por cuál artista en especial vino al Estéreo Picnic? Foals para saltar, Café Tacvba para cantar, y The Killers para recordar. ¿Qué está leyendo? El libro de publicidad No logo. ¿De qué religión jamás sería devoto? De la religión de la gente que odia. ¿Qué le aburre de Facebook? Que todo el mundo es feliz. ¿Un destino obligado? La cama. ¿El mejor apodo para la cerveza? Birra. ¿Cuál es su Club Colombia favorita? La dorada.
CAMILA ZÁRATE Actriz ¿Qué no debe faltar en un picnic? El sol. ¿Por cuál artista en especial vino al Estéreo Picnic? Foals. ¿Qué está leyendo? Los libretos de una nueva telenovela que se llama Dulce amor. ¿De qué religión jamás sería devota? Del cristianismo. ¿Qué le aburre de Facebook? Me aburrió tanto todo que lo cerré. ¿Una página web? Pitchfork. ¿Un destino obligado? Bora Bora. ¿El mejor apodo para la cerveza? Chela. ¿Cuál es su Club Colombia favorita? Roja.
ELIJA PLATOS CREATIVOS, PERO SENCILLOS. TRATE DE PREPARAR EL MENÚ LO MÁS CERCA POSIBLE A LA HORA DEL PICNIC, PORQUE ENTRE MÁS FRESCO, MEJOR. NO ES IMPRESCINDIBLE EL TÍPICO MANTEL DE CUADRITOS ROJOS Y BLANCOS, PERO SI LLEVA UNO LE PUEDE SERVIR PARA LIMPIAR TODO MÁS RÁPIDO CUANDO TERMINE EL PICNIC. AQUÍ ALGUNAS COMIDAS QUE NO FALLAN EN UN BUEN PICNIC: Ensaladas frías: No tiene que ser la tradicional ensalada rusa de la cafetería del colegio. Puede mezclar sus vegetales favoritos con ingredientes como papas, pasta, o hasta quinua o cous-cous. El jugo de limón, el vinagre o el aceite de oliva son buenos aderezos. Queso y galletas: Una combinación fácil y rápida. Si no tiene galletas, pan francés o árabe funcionan igual de bien. Papas y salsa: Acompañantes como guacamole, hummus, mostaza o salsa mexicana son el complemento perfecto. Sándwiches o “wraps”: Para los más tradicionales, el clásico combinado de jamón y queso. Si tiene un poco más de tiempo, puede usar pollo desmechado. Si prefiere algo más eleborado, añádale pesto o tomates secos. Puede hacer diferentes tipos de sándwiches para compartir, o simplemente dejar los ingredientes a disposición de los demás, para que cada uno prepare su mezcla favorita. Frutas: Fresas: uvas, mangos o manzanas son buenas opciones. Brownies o tortas: Son fáciles de llevar, no se dañan con el calor y es difícil que a alguien no le gusten.
BUENOS PARQUES EN BOGOTÁ PARA HACER UN PICNIC: -Parque Simón Bolívar: Calles 53 a 63 entre avenidas 60 y 68 -Parque de la 93: Calle 93 entre carreras 11A y 13 -Parque El Virrey: Calle 88 entre autopista norte y carrera 15 -Parque Nacional: Calles 36 – 36 con carrera séptima -Parque del Chicó: Calle 93 con carrera séptima -Parque El Country: Calle 127C con carrera 11D -Parque de la Independencia: Calle 26 entre carreras séptima y quinta -Parque El Lago: Calle 63 con carrera 48
LAS CIFRAS DEL ESTร REO PICNIC 4
Ya son ediciones de este festival que arrancรณ en tivo 222, mide metros cuadrados.
La boleta empezรณ costando $180.000 (precio creyente) y terminรณ costando $280.000 (mรกs $14.000 de tuboleta)
. Su nueva sede, el Parque Depor-
SONORO
MEMORIAS INÉDITAS DEL ROCK COLOMBIANO Texto Felipe Arias Curaduría de imágenes Camilo Roa
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Hace 50 años, el rock aterrizó en Colombia y se estableció como movimiento musical. De esas primeras décadas quedan los recuerdos de algunos visionarios que utilizaron los auriculares de los teléfonos públicos para amplificar sonidos. Algunos roqueros de la vieja guardia se vieron forzados a contrabandear instrumentos que no se conseguían aquí y a encargarles a las azafatas los discos de acetato de bandas famosas, que se demoraban en llegar. Fueron los años en los que se institucionalizó el parque de la 60 en Chapinero como lugar emblemático de la cultura hippie y en el que se organizaron los primeros festivales musicales en el país. Este es un homenaje al rock nacional en sus bodas de oro, por medio de algunos datos que usted quizás desconocía. Foto: Gertian Bartelsman
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SONORO
H
ace medio siglo, un grupo de jóvenes soñó con “colombianizar” el rock. Se trataba de una generación que por entonces pensó que aquel ritmo que enloquecía a la juventud tenía algo que decirle al país. Precisamente por eso, músicos y fanáticos pioneros intentaron consolidar su presencia, pero sus esfuerzos debieron acomodarse a los caprichos de la industria. La cosa arrancó a principios de la década de los sesenta, cuando la llegada del ritmo de moda animó a grupos de repertorio tropical a incluir temas rocanroleros. Los Daro Boys, Los Teen Agers o Los Golden Boys fueron algunas de las bandas que representaron aquella tendencia. A los primeros les debemos un LP pionero, grabado en el teatro Colón, mientras que a los demás los recordamos más por su repertorio tropical en clásicos como “La cinta verde” y “El pirulino”. A pesar de ese drástico cambio, queda para el recuerdo el carisma de Gustavo “el Loco” Quintero, que al frente de Los Teen Agers se convirtió en nuestro primer frontman. Poco después, a mediados de los años sesenta, llegaría el turno de proyectos más estables y decididamente roqueros, como Los Speakers, Los Flippers, Los Ampex y Los Yetis, grupos que se consolidaron como ídolos, triunfando al lado de Harold,
Óscar Golden o Lyda Zamora, algunos de los baladistas que dominaban la escena mediática conocida como la Nueva Ola. En ese entonces, la inspiración venía de Inglaterra con Los Beatles, cuyo look y algunas de sus canciones eran imitados acá. Pero al tiempo que se trataba de copiar a los británicos, hubo intentos de gran originalidad y talento en el trabajo de Humberto Monroy, Rodrigo García (ambos de Los Speakers), las canciones aportadas por Ferdie a Los Flippers o el vínculo de Los Yetis con el nadaísmo. Hacia 1967, cuando la atención de casas discográficas y medios parecía agonizar, la madurez creativa inspiró propuestas
Foto: Archivo personal de Tania Moreno
LA COSA ARRANCÓ A PRINCIPIOS DE LA DÉCADA DE LOS SESENTA, CUANDO LA LLEGADA DEL RITMO DE MODA ANIMÓ A GRUPOS DE REPERTORIO TROPICAL A INCLUIR TEMAS ROCANROLEROS. LOS DARO BOYS, LOS TEEN AGERS O LOS GOLDEN BOYS FUERON ALGUNAS DE LAS BANDAS QUE REPRESENTARON AQUELLA TENDENCIA. cartelurbano.com
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rebeldes pero muy serias, como la de Los Streaks (un curioso intento de hacer ópera rock), The Wallflower Complextion (con su mala ortografía gringa), The Time Machine (intérpretes del repertorio más psicodélico de la época) y de nuevo Los Speakers, adelantados representantes de experimentación creativa en ese excelente álbum titulado En el maravilloso mundo de Ingesón. Curiosamente, mientras buena parte del establecimiento discográfico y social le daba la espalda al rock, éste logró un destacado nivel creativo. Así llegó la década de los setenta con los festivales hippies: La Vida, Ancón, Pedregal, Lijacá y Melgar fueron los espacios más recordados. Allí tocaron grupos con repertorio propio y emitieron mensajes inspiradores para su generación, en no pocos casos influenciados por la música folclórica nacional. Las bandas de entonces alcanzaron a mostrar un modo muy original de ser roquero en Colombia. De este momento fue protagonista el rock psicodélico de grupos como Siglo Cero, La Banda del Marciano y unos renovados Flippers con el éxito “Pronto viviremos un mundo mucho mejor”. También llegó la experimentación latina de Malanga (donde militaría Chucho Merchán), La Banda Nueva (con el excelente LP La gran feria) y Terrón de Sueños. Como si fuera poco, hubo una profunda integración al folclor colombiano, representada en los grupos La Columna de Fuego (posteriormente la banda de apoyo de Leonor González Mina) y Génesis, el proyecto de más larga vida de su generación, el cual sobreviviría por dos décadas. Para el momento de formación de estas bandas, hacia 1971-1972, los hippies colombianos expresaban su interés por las expresiones más autóctonas y tradicionales del país, lo cual se reflejó agregando al rock instrumentos colombianos, ritmos
A MEDIADOS DE LOS AÑOS SETENTA, CON EL BREVE ÉXITO ALCANZADO POR GÉNESIS, ESTA GENERACIÓN ROQUERA SE DESPIDIÓ SILENCIOSA ANTE LA INDIFERENCIA MEDIÁTICA, LA MARGINACIÓN SOCIAL Y LOS EXCESOS DE UN PÚBLICO POCO O NADA PREPARADO PARA AGLOMERACIONES, AGITACIÓN Y CONSUMO DE DROGAS. Foto: Günter Schumacher
Jóvenes en el Pasaje de la 60
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SONORO
Banda The Time Machine
Banda Génesis
Fotos: Archivo personal de Tania Moreno
como la cumbia, el currulao y el bambuco, al lado de letras que les cantaban a los temas más variados de la nacionalidad: “Emiliano Pinilla”, de La Banda Nueva; “La joricamba”, de La Columna de Fuego, o “Don Simón”, de Génesis, son las canciones más emblemáticas de esa etapa. El rock colombiano se apropiaba así de “una riqueza musical extraordinaria que en ese momento nadie aprovechaba”, como lo recuerda hoy Roberto Fiorilli, veterano baterista de Los Speakers, The Time Machine, Siglo Cero y La Columna de Fuego. A mediados de los años setenta, con el breve éxito alcanzado por Génesis (liderado por el gran Humberto Monroy, ícono de nuestro rock), esta generación roquera se despidió silenciosa ante la indiferencia mediática, la marginación de parte de una sociedad que los estigmatizaba como “bichos raros” y también por los excesos de un público poco o nada preparado para aglomeraciones, agitación y consumo de drogas. Con pocas oportunidades de desarrollo, muchos de estos músicos emigraron a Europa o Estados Unidos, mientras que otros abandonaron el rock como proyecto de vida. Hoy quedan como memorias del aterrizaje del rock en Colombia recortes de prensa, fotos, fragmentos cinematográficos
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dispersos, una treintena de álbumes y otra cifra igual de compilados y sencillos. Aquí les presentamos algunas piezas de este rompecabezas que se moldeó entre 1963 y 1975.
Concierto en la Media Torta
Foto: Günter Schumacher
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PSICODELIA, GIRAS, BANDAS Y OTRAS ESPECIES La prehistoria del pandillaje bogotano se la debemos al rock. Existieron grupos en la ciudad que imitaban la vestimenta y la actitud de las pandillas norteamericanas que salían en las películas de los sesenta. Las primeras bandas no tenían plata para comprar instrumentos, por lo que algunos músicos decidieron armarlos ellos mismos. Por ejemplo, para amplificar y convertir una guitarra acústica en eléctrica, usaban los auriculares que extraían de los teléfonos públicos. La rivalidad local de Los Dinámicos (del centro de Bogotá) y Los Danger Twist (del sur) desencadenó la primera batalla de bandas, que se llevó a cabo en el teatro Colombia. Casa Conti fue el primer sitio en el que se vendieron guitarras eléctricas. Al comienzo, los medios de comunicación apoyaron la movida roquera nacional, pues la vieron más como un producto comercial que como un arte. La Bomba, la primera discoteca en la que se tocó rock en vivo, se hizo famosa por su escenario giratorio; lo que nadie sabía era que el mecanismo funcionaba gracias a dos personas que la movían manualmente desde el sótano. Todas las bandas representativas (Los Speakers, Los Flippers y Los Yetis) tenían en común su capacidad para imitar a la perfección a Los Beatles, los ídolos indiscutibles de la época.
Banda Los Dinámicos
Foto: Archivo personal de Tania Moreno
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SONORO
Los Lunes del TPB, Festival de la Amistad, Festival de la Primavera y los conciertos en Lijacá fueron espacios locales que tueron algún reconocimiento en Bogotá. Una leyenda urbana que hizo carrera asegura que la MGM registró audiovisualmente el Festival de Ancón (junio de 1971, el Woodstock criollo), pero nunca se supo si efectivamente ese material existió o no. Ante el escaso apoyo, algunos músicos decidieron emigrar y lograron tener cierto éxito en el extranjero. El caso de referencia fue el de Chucho Merchán, que llegó a codearse con músicos como George Harrison, David Gilmour y Pete Townshend.
Los éxitos internacionales deFestival rock llegade Ancón ban con un año de retraso a Colombia. Los músicos debían convencer a las azafatas de que les trajeran los discos directamente Foto: Jorge Gaviria desde Estados Unidos. “Milo a Go-Go” fue la primera gira nacional de rock. Gracias a ella se logró difundir la movida en las más variadas ciudades de Colombia.
Los éxitos internacionales de rock llegaban con un año de retraso a Colombia. Los músicos debían convencer a las azafatas de que les trajeran los discos directamente desde Estados Unidos. La persecución policial afectó los lugares de reunión de jóvenes, como el parque de la 60 y la calle ubicada detrás del hotel Hilton, que desaparecieron con el correr de los años.
La poesía, el nadaísmo y las drogas formaronn parte fundamental de la primera nueva etapa del rock colombiano. Los Colores del Tiempo, Los Apóstoles del Morbo, Fuente de Soda y Café Amargo fueron otros de los nombres de bandas que muestran la psicodelia que marcó esta etapa. El parque de la 60 en Chapinero, punto de encuentro de los roqueros, fue uno de los lugares más importantes para el movimiento. Allí había toques, y vendían discos, afiches y marihuana en cantidad. Hacia 1969, los medios de comunicación dejaron de interesarse por el rock debido a la densidad de las canciones, consideradas poco comerciales. Rock Ácido Progresivo, Festival de la Vida, Foto: Gertian Bartelsman
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SONORO
EN VITRINA RETRO DISCOS Por Luisa Piñeros @radiandoando
THE ÁMPEX ÁLBUM THE AMPEX AÑO 1967 Producido por el mesías musical de la época, Alfonso Lizarazo, The Ampex fue una de las bandas destacadas de la Bogotá de 1966. Su sonido beat retumbó por varios escenarios del país y pronto se convirtió en un referente para el público. La amistad con el famoso Óscar Golden llevó al grupo a girar por varias ciudades. Algunos veteranos los recuerdan por la versión que hicieron del clásico Paint it black, de Los Rolling Stones. El fin de la banda llegó cuando en la escena se empezó a hablar de rock psicodélico.
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THE SPEAKERS ÁLBUM EN EL MARAVILLOSO MUNDO DE INGESÓN AÑO 1968 Cuatro meses duraron Los Speakers en el estudio Ingesón, de Bogotá, grabando su quinto y último álbum. El resultado fue psicodelia a flor de piel y vanguardia en una serie de técnicas de grabación que convirtieron al grupo en un referente fundamental. Fue su disco menos comercial, pero el más aplaudido por seguidores y coleccionistas. En su momento se vendió con “ñapita”: una pastilla de LSD de mentiras. Sencillo destacado: “Si la guerra es buen negocio, invierte a tus hijos”.
LOS YETIS ÁLBUM OLVÍDATE AÑO 1968 Ligados a la onda del nadaísmo de Gonzalo Arango –el Profeta de la Nueva Oscuridad–, Los Yetis fueron pioneros del sonido hippie en Medellín. Entre 1965 y 1969 grabaron tres discos. En un comienzo eran trío, pero gracias al éxito alcanzado sumaron dos músicos más y se convirtieron en un quinteto de rock para la mente y el cuerpo. Olvídate tuvo sencillos destacados como “Me siento loco” y “Mi primer juguete”.
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BANDA NUEVA ÁLBUM LA GRAN FERIA AÑO 1973 La Banda Nueva tuvo una corta vida (1972 y 1974). Sin embargo, en su estilo dejaron percibir el interés por los temas urbanos. De hecho, esta fue la primera agrupación en componerle un blues a Bogotá. Su único larga duración, todo un clásico del rock colombiano, lo grabaron con el sello Discos Bambuco y tuvo aires de rock progresivo, blues e incluso latin jazz. Canciones claves: “El blues del bus” y “Emiliano Pinilla”.
GÉNESIS ÁLBUM YAKTA MAMA AÑO 1975 Esta banda, liderada por el fallecido Humberto Monroy (ex-Speakers), fue la precursora de la fusión en el país. Con lenguaje místico y sonoridades cercanas a la tradición indígena, conjugó distintas tendencias psicodélicas de la época, aparte de que fue el laboratorio para diferentes músicos. Génesis estuvo vigente entre 1972 y 1992, año en el que murió Monroy. Canciones recomendadas: “Carta de Juan”, “El indio llora” y “Plena como la luna llena”.
Escuche el playlist de estos discos utilizando su dispositivo móvil.
Acetatos: Fonoteca RTVC y Alberto Zapata Fotos de carátulas: Sandro Boris Sanchez
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FOTO REPORTAJE
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FUTURAMA Acabo de aterrizar en la terminal 3 del aeropuerto de Dubái. Llegar hasta aquí no es tarea menor. Si uno viene desde Suramérica, debe flotar 14.168 kilómetros y cambiar de avión un par de veces. La terminal 3, exclusiva de la aerolínea Emirates, es la más grande del mundo aeroportuario por superficie. Y en ella me perdí. Mientras camino veo unos hombres de piel parda y chaqueta azul. Me acerco a uno de ellos y en mi inglés sudaca le digo: “I’m lost, I need my bag”. Ante mi desesperación de viajero solitario, con una sonrisa me informa: “You are not lost, you are in Dubai”. Me conduce a una fila donde un hombre cejas pobladas, guthra en la cabeza y cara de pocos amigos me mira de arri ba abajo, det rás de u n mostrador, y me formula algunas preguntas seguidas de silencios incómodos. Luego sella mi pasaporte, escanea la retina de mis ojos y me libera hacia la ventanilla de al lado.
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58 / 59 NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO Para un adulto, recorrer las calles de Dubái sería como para un niño pasear por Disney. La altura de los edificios, sus diseños, su esplendor y su magnificencia generan sensaciones contradictorias. Las calles no son calles, son autopistas que van y vienen, que suben y bajan en un enredo sincronizado. Todo este sincronismo de cemento está totalmente limpio, minuciosamente asfaltado, perfectamente organizado. Dubái es, de los siete Emiratos Árabes Unidos, el segundo más grande en tamaño y el primero en popularidad.
Es el lugar donde todo siempre es más g rande. Este desierto de concreto tiene en su cent ro el ed if icio Du bai Bu rj K hal ifa – q ue es tan alto como api lar l a s c a í d a s To r r e s G e m e l a s – , e l m a l l más g rande del mu ndo y hasta u na pista de snowboard clavada en med io de la ciudad al rayo del sol. Como si todo ese g igantismo f uera poco, el clu b de f útbol A l Wasl de Du bái cont rató en 2011 al más g rande, Diego Maradona, para hacerse cargo de la conducción técn ica del eq u ipo.
EL DUEÑO Mientras hago el city tour, la imagen de un hombre barba tupida, mirada firme, postura de prócer se proyecta antes mis ojos de manera constante en carteles, tazas y portadas de diarios. Todo ese merchandising excesivo me recuerda al Che Guevara, pero sin habano y con turbante. Los 40 °C, sumados a una humedad del 90%, me tienen sedienta y algo hambrienta. Decido cambiar de temperatura y saciar mi hambre, para lo cual me muevo hasta Dubai Mall. Mientras busco la zona de comidas, recorro asombrada sus 600 tiendas y doy con el Dubai Aquarium
& Discovery Cent re, el acuario más g rande del mu ndo dent ro de u n cent ro c ome r c i a l . Cont i núo a nd a ndo y ve o ot ra vez, proyectado en u na pantal la g igantísi ma, al hom bre de la barba t upida, la m i rada f i rme y la post u ra de prócer. Es, n i más n i menos, q ue el gobernador de Du bái, el jeq ue Mohamed Bi n Rash id A l Makt u m, q u ien es también pri mer m i n ist ro de la federación de los Em i ratos, pad re de 21 h ijos, esposo de u na docena de mujeres y con u na fort u na de u nos cuantos m i les de m i l lones de dólares.
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MILLION DOLLAR MOSQUE Recorrí varios lugares, probé diferentes comidas y me bañé en las calurosas aguas del golfo. Y aunque creo haberlo visto todo, hay un lugar que debo conocer antes de volver a casa. Esta vez el destino es la mezquita Sheikh Zayed, ubicada en la capital de los Emiratos, Abu Dabi. Al entrar al edificio principal, uno debe quitarse los zapatos y caminar por una alfombra suave y acolchada. Pero esta no es cualquier alfombra. Sus 5.627 metros cuadrados la hacen la más grande del planeta. Está confeccionada con 47 toneladas de lana y algodón y tiene 2.268.000.000 nudos. El aire acondicionado hace que por un instante olvide que estoy momificada en poliéster. Así disfruto el paisaje de yeso, madera, mosaicos y piedras preciosas incrustadas en las paredes de mármol. ¡Estoy caminando sobre 600 millones de dólares hechos mezquita! Sin embargo, hay algo que no me deja disfrutar del todo esta escena de ensueño.
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60 / 61 EL TURBANTE ME TURBA Salgo al patio y piso el mármol que, aunque frío, está tibio por el clima veraniego que eleva la temperatura debajo de mi nuevo “ ve s t ido ne g r o”. A l l le ga r aquí, lejos de mis convicciones y creencias, para poder entrar tuve que adecuarme al código de vestimenta y ponerme un turbante negro que va de la cabeza a los pies. Me siento la parca. A causa del insoportable calor, me quité por un momento el mandato islámico en forma de velo que llevaba en la cabeza y me tomé una foto. A los pocos segundos tenía un hombre parado a mi lado, horrorizado y diciendo muchas cosas a la vez. No me hizo falta un subtítulo. Me volví a poner la tela negra sobre la cabeza y frente sudadas (nota mental: las mujeres no pueden descubrirse en las mezquitas, ni por unos segundos de aire fresco). No sé si llegué a recorrer los 20.000 metros cuadrados del lugar, pero creo que ya fue suficiente.
TODO CONCLUYE AL FIN Mientras armo la valija, de a poco, me voy despidiendo de la arena, del calor y del glamur de estos días. Tengo varias horas de vuelo para pensar y repasar los momentos vividos. Lo que me quedó muy claro y más que un pensamiento es una sensación es que Dubái no tiene alma. Es una maqueta surrealista. Su propio espejismo en el desierto.
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F POR ADOL
Vea el video que protaginizan estos dos utilizando su dispositivo móvil.
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O ZABLEH
D U RÁ N
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UN VIDEO QUE CIRCULA POR INTERNET ESTÁ SACANDO DE LA CLANDESTINIDAD A DOS PATÉTICOS SUPERHÉROES MODERNOS QUE QUIEREN CIVILIZAR AL PUEBLO.
P
resumo que habrá quien me ha visto en un video que rota por internet donde hago el ridículo forrado en una trusa, con peluca mona y los gordos de la barriga desparramados. Algunos dicen que ahora sí me chiflé y otros aseguran que por fin salí del clóset. Pues ni lo uno ni lo otro. Lo que se puede apreciar en ese video es un personaje llamado Zablerga, una especie de alterego que, obvio, tiene que ver mucho conmigo. Zablerga nació para una fiesta de disfraces, y aunque yo no he hecho sino denigrar de los que se disfrazan para Halloween, hay que decir a mi favor que mi fiesta fue en julio porque a una amiga se le ocurrió que era buena idea celebrar su cumpleaños con una fiesta de superhéroes y villanos. A uno le dicen superhéroe y piensa en Supermán, pero Supermán ya no causa sorpresa. Surgió entonces la idea de crear a Zablerga, que era como me decían en la oficina debido a los comentarios bobos de índole sexual que vivo haciendo, y que no es otra cosa que una fusión entre mi apellido y la verga. No se trataba de inventar lo que ya está inventado: los superhéroes que conocemos tienen una trusa, una capa, un escudo en el pecho y una identidad secreta. A Zablerga lo armamos en menos de una semana: la trusa la conseguimos en un almacén de ballet; las botas machita amarillas definieron el color de la capa, la peluca y el cinturón que me prestó una amiga a la que, a propósito, no se lo he devuelto. Para completar el disfraz, gafas y arma (un revólver con cañón fálico), prestadas también; un escudo que diseñó gratis un amigo, y a rodar: ahí estaba yo un sábado a las dos de la tarde, rumbo a la fiesta de mi amiga. Al llegar provoqué la risa de todos. En u na f iesta repleta de bat mans, supermanes, linternas verdes, guasones y
demás, Zablerga era una novedad. Me preguntaban qué era y yo no sabía qué responder, así que sobre el camino se me ocurrió inventar que Zablerga no era un héroe sino un villano, porque dejaba embarazadas a las mujeres y no respondía por el hijo. Fue perfecto. Desarrollo de la fiesta a un lado, el traje de Zablerga estuvo archivado durante casi cinco años y salió de su retiro hace algunos meses para que formara parte de una de las secciones de un programa de internet que estoy haciendo que se llama 747 y que no me pidan que explique de qué se trata porque no sabría qué decir. Mejor entren a 747oficial.com y véanlo, a ver si lo entienden y me explican qué es esa vaina. Zablerga sigue siendo entonces un villano, irresponsable y mujeriego, pero también un héroe cívico que lucha contra las infracciones de los ciudadanos, algo parecido al Super Cívico que se inventó Antanas Mockus en los noventa, aunque debo aclarar que Zablerga nació como joda, lo de cívico vino después. El hecho es que, con Súper Cívico jubilado, una ciudad como Bogotá necesita un ser sobrehumano que la salve. Y si Batman tiene a Robin, Zablerga tiene a Jopotrón, un joven al que adopté cuando lo encontré abandonado junto a ese basurero que es mi guarida secreta. La fórmula se repite, pero en diferentes colores: trusa y pelucas rosadas, botas, capa y calzoncillos blancos y un rollo de papel higiénico como arma. La idea es que yo, un vagazo, mande a Jopotrón a la guerra a hacer el trabajo sucio de educar a la ciudadanía. Toda la vida he hecho el ridículo de a poquitos, así que con Zablerga decidí botarme con toda. A la gente parece encantarle el personaje, pero yo siento que por dentro piensan que soy el idiota más grande que han visto y que ahora sí me van a perder el respeto. Ya era hora.
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LOS
CABALLOS POLICÍA DE LA
Cada caballo cuenta con un microchip con su nú mero de reg i st ro. Con este cód igo, se puede conocer el historial completo del ejemplar en el Sistema de I nformación Ad m i n ist rativa de Semov ientes (Sia se), de la Di recc ión de Carabineros. La mayoría son traídos de Argentina y sólo algunos pocos son producto de los cruces hechos en el criadero Mancilla, en Facatativá, el único autorizado para la crianza de estos animales.
Un caballo de estos puede costar entre $6.000.000 y $20.000.000, aunque hay ejemplares holandeses o de valor genético especial que pueden alcanzar los $90.000.000.
Percherones, semipercherones, silla argentina y cruces con frisones son las razas predominantes.
En la final de fútbol disputada el año pasado entre Mllonarios y Medellín, a las afueras del estadio hubo 90 caballos.
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Estos acompañantes fieles de los carabineros, que forman parte del paisaje de la ciudad, prestan, junto a sus jinetes, servicio de vigilancia en los alrededores del estadio cuando hay partidos de fútbol o conciertos, en algunos parques metropolitanos y durante
encuentros políticos o marchas ciudadanas. Cuidar y mantener estos corceles representa más que dinero, puesto que requieren atención individual las 24 horas del día. ¿Símbolos de poder policial o inútiles ornamentos para la vanidad de la institución montada?
Los caballos no tienen memoria a corto plazo y tienden a olvidar inmediatamente una acción que no sea constante o repetitiva.
Cuando terminan su tiempo de servicio, son llevadosa fincas de retiro como la hacienda San Martín, en los llanos. El Fondo de Seguridad está desarrollando un proyecto para donarlos a escuelas de equitación o centros de quimioterapia. Actualmente, esta entidad tiene 28 ejemplares en retiro.
Un caballo de la Policía también puede pensionarse por heroísmo, al intentar salvar a su jinete o al sobrevivir a una situación complicada.
Debido a que muchos caballos han terminado su tiempo de servicio luego de sufrir enfermedades o presentar afecciones en su anatomía, el 2013 será el año de transición y llegada de nuevos ejemplares a la Policía.
Los cólicos son la mayor causa de enfermedad y muerte de un caballo, ya que éste es el único animal que no puede vomitar. En 2011 murieron por esta causa 36 caballos de los carabineros de Bogotá.
En los honores que se le rinden a un jinete cuando muere, al caballo se le viste como si fuera a prestar un servicio especial: a un lado lleva el sombrero de su jinete, y en cada estribo las botas al revés (con las espuelas hacia afuera) de quien lo cuidaba y lo montaba.
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La tienda más grande de Pull&bear
A
mediados de abril PULL&BEAR abrió en la Zona T de Bogotá el local más grande de la marca en Latinoamérica. El concepto de este nuevo espacio está inspirado en el de tienda global, para que sus clientes encuentren todo lo que buscan. La apertura estuvo precedida de una campaña de expectativa que se desarrolló en los principales parques de la ciudad. www.pullthemetal.com
AXE Young Mature “Para qué edad estás hoy” es la sugestiva frase con la que AXE lanza al mercado una nueva línea de desodorantes pensandos para la edad de la mujer a la que se quiere atraer. “Young”, como su nombre lo indica, está ideado para atraer mujeres jóvenes mientras que “Mature” llama la atención de señoras algo más experimentadas. Complemente su preparación para la conquista entrando a http://www.elefectoaxe.com/web/colombia
Corre sin límites NIKE está realizando un recorrido por las principales univerisidades de Bogotá para invitar a las estudiantes a la versión 2013 de la carrera de las mujeres que promueve esta marca. El objetivo es motivar a las jóvenes a que participen en la competencia, que tendrá un recorrido de 5 kilómetros y se llevará a cabo en mayo. Apertura de inscripciones: 19 de www.facebook.com/nikerunningcolombia
Sesiones de entrenamiento con Mac Center Mac Center lanzó Training Sessions, un espacio en el que clientes y fanáticos de la tecnología podrán aprender a manejar aplicaciones. Aquí se junta tecnología y entretenimiento para personas que quieran aprender más del manejo de programas y aplicaciones en un iPad, iPhone o Mac. El primer Training Sessions estuvo acompañado de un show de la agrupación Divagash.
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