Ciclo de conferencias:«Vislumbres de la India: "Rafael Argullol"»

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Ciclo de conferencias: «Vislumbres de la India»

«Rafael Argullol» por Óscar Pujol 19 de octubre de 2010


Rafael Argullol por Óscar Pujol JOSÉ ANTONIO DE ORY Diplomático y escritor Conocí a Óscar Pujol, la primera vez fue en el año 1997 en Delhi, cuando hicimos una presentación de lo que era su proyecto: el diccionario de sánscrito catalán. Desde entonces, curiosamente no hemos perdido el contacto y nos hemos ido viendo entre Delhi, Benarés, Barcelona, y ahora en Madrid. En cierto modo, este ciclo, «Vislumbres de la India», surge y se ha ido hilando muy por causa de Óscar Pujol. En una visita a Barcelona fui a verlo a Casa Asia cuando ésta sólo tenía sede en Barcelona. Me regaló este libro que son las conversaciones de Rafael Argullol y Vidya Nivas Mishra que Óscar promovió, fomentó e hilvanó. A partir de mi fascinación por ese libro quise luego invitar a Rafael Argullol hace un par de años en otro avatar. Pensé que era una pena que por corrientes postmodernas se estuviera perdiendo el pensamiento de gente tremendamente interesante que se ha arriesgado a mirar India de una manera honesta y comprendiendo lo difícil que es entender la vastedad de esa civilización sin tener un enfoque orientalista ni postcolonial. De las cuatro charlas que componen el ciclo, tres serían de ida y vuelta, porque son tan importantes los que hablan de los tres pensadores como los pensadores probablemente. Hoy tenemos a Óscar Pujol hablando de Rafael Argullol y podíamos haber tenido a Rafael Argullol hablando de Óscar Pujol. Hoy tenemos la peculiaridad de tener a alguien de la brillantez y del nivel intelectual de Óscar Pujol. Todos saben de Óscar Pujol como sanscritista. La anécdota institucional o administrativa de ser ahora el director del Instituto Cervantes, es mucho más que eso. Como no tengo palabras en sánscrito para presentarlo acabo aquí para escucharle. ÓSCAR PUJOL Director del Instituto Cervantes en Nueva Delhi Muchas gracias por estas palabras tan generosas. Yo quiero decir que si en vez de Óscar Pujol hablando de Rafael Argullol tuvieran a Rafael Argullol hablando de Óscar Pujol lo haría mucho mejor. Tendrían Vds. una conferencia realmente magnífica. Lo primero que he de decir a raíz de la experiencia de este libro, Del Ganges al Mediterráneo, es que yo aprendí mucho durante su estancia de veinte días en Benarés y durante todo el diálogo que tuvimos. La anécdota del cargo me mantiene muy ocupado y es el sánscrito el que sufre en honor a Francisco Rubio, que está hoy también aquí, y que es sanscritista, ahora en la Universidad de Zaragoza. Tengo también a Carmen García Ormaechea que acaba de retirarse de la vida académica activa pero que seguro va a estar ahora mucho más activa ahora que tiene más tiempo. Pero es cierto que los cargos nos quitan mucho tiempo de la investigación y de la producción de obras.


Rafael Argullol por Óscar Pujol Me alegra saber que Rafael Argullol fue la simiente de este ciclo de conferencias porque en él realmente se cumplen a la perfección los presupuestos de estos vislumbres de la India. Una persona que ha pensado seriamente la India y que ha intentado entenderla desde su propio marco cultural. Rafael Argullol no va a la India para convertirse al hinduismo ni tampoco para enseñar a los indios lo que es la filosofía occidental. Va a la India desde una perspectiva occidental abierta deseando entenderla bien afincando en su marco cultural. Nunca había dedicado una sesión a un amigo mío. Si comparamos a Rafael Argullol con los otros tres escritores, él es el único que está vivo, productivo. Hace poco tuve ocasión de hablar con él por teléfono a raíz de esta conferencia. Me manifestó sus disculpas ya que le hubiera gustado mucho estar aquí con nosotros. Hablaré de Del Ganges al Mediterráneo, aunque no mucho. Invito a leerlo. Es un libro denso, no es de lectura fácil ya que exige paciencia al lector y descabalgar de ciertos presupuestos que damos por sentados precisamente porque están arraigados en nuestra conciencia. Pero sobre todo, leeré muchos pasajes de él. Esta conferencia la siento como suya y por eso queremos escucharle. También hablaré de este otro libro, Visión desde el fondo del mar, que acaba de publicar, salió el 14 de septiembre, y va por la segunda edición. Cuando dejé Barcelona en el año 2007 recuerdo que Rafael me dijo que se iba a encerrar para escribir la que iba a ser su obra magna, estas mil doscientas páginas. Es un libro muy interesante. Es un carrusel de viajes donde encontramos un testimonio ameno y profundo. Respecto a su relación con la India, Rafael ha dejado un documento escrito: Del Ganges al Mediterráneo. La génesis de este libro es curiosa. Rafael Argullol contactó conmigo a través de Chantal Maillard, una gran escritora, Premio Nacional de Poesía, y me dijo que tenía gran interés por establecer contacto con un pensador indio. La búsqueda de un interlocutor indio fue una tarea bastante retadora porque había dos opciones. La primera era buscar un pensador en Delhi, que frecuentase las universidades norteamericanas y europeas y que de alguna manera estuviera ya informado del mundo académico y de los problemas occidentales. En definitiva, que fuera un interlocutor fácil porque conoce la mentalidad del occidental que tiene delante. Tenía ya un gran pensador indio, Ashish Nandy, pero al final fue mi mujer, Mercè Escrich, quien me sugirió el nombre de Vidya Nivas Mishra, quien murió en 2006.


Rafael Argullol por Óscar Pujol Lo escogí porque a diferencia del académico, del pensador muy entrenado en la tradición occidental, preferí elegir lo que en India se llama un dhoti bala. El dhoti es esa prenda de ropa de cinco metros que se ponen los hombres en la India. Un pandit indio entrenado en la tradición gramatical sánscrita –Vidya Nivas Mishra era un gran gramático de la escuela de Panini– podía dar una visión no tan mediatizada por Occidente. En el siglo XIX hubo una gran europeización del mundo, una presencia en cierta manera impositiva. Me doy cuenta de que cuando hacemos estos grandes diálogos de civilizaciones en Casa Asia o en el Instituto Cervantes, cuando invitamos a africanos, a indios, a chinos, normalmente invitamos a estas personalidades que ya conocen nuestro lenguaje, nuestra manera de pensar. A veces tengo la sensación de que en estos foros, Occidente está hablando consigo mismo a través de sus agentes que conocen ya nuestra vida académica y cultural. Por eso, quise salirme de esto, y coger un dhoti bala, una persona que estuviese realmente impregnada de un pensamiento tradicional que es muy distinto

al pensamiento moderno. Aquí hay un problema: cuando uno piensa en el pandit tradicional –y esto Rafael también lo refleja en su libro– lo realmente difícil es encontrar uno que realmente interese a Occidente. El problema es el autismo o la endogamia cultural. Muchos de estos pandits tradicionales viven encerrados en su mundo, no les interesa el mundo moderno, no les interesa, por ejemplo, la lingüística moderna, un mundo cada vez más estrecho, el síndrome del oso polar, con un sentimiento de tristeza. Con Mishra se daba la feliz coincidencia de que era un pensador tradicional, fiel a su condición, pero además era una persona curiosa, con interés en el mundo moderno y lo que estaba pasando en Occidente. Rafael y yo, entonces, nos vimos un día en Barcelona y le dije cuál era mi elección. A partir de aquí, empezó el proceso de elaboración de este libro que ilustra muy bien las diferencias de pensamiento entre Occidente y Oriente. En un primer momento, Rafael Argullol me envió una propuesta de trece preguntas: 1. Globalidad y particularidad de dos viejas

tradiciones como son Europa y la India 2. ¿Ha mejorado el diálogo real entre las dos culturas ante la nueva situación que se da a finales del siglo XX y a principios del siglo XXI? 3. Más allá de la simultaneidad planetaria, ¿hay alguna posibilidad real de simbiosis entre ideas y conceptos? 4. Lenguaje y pensamiento –a Rafael Argullol le preocupa mucho la traducción de conceptos, de cómo traspasar conceptos de una cultura a otra, la traducción simbólica más allá de la literal–. 5. Modernidad y tradición, nacionalismo, fundamentalismo, cosmopolitismo. 6. Cómo preservar la pluralidad y desarrollar un clima de igualdad jurídico-política. 7. ¿Puede haber un pasado común entre las tradiciones filosóficas de Europa y la India? 8. ¿Cómo vemos el espejo indio y el espejo occidental en términos históricos? 9. Ideas y sensaciones, el hombre y el conocimiento, miradas sobre la tradición propia y la ajena. 10. Conocimiento filosófico, mítico y científico. 11. Función de la religión y del mito desde la perspectiva contemporánea. 12. Miradas cruzadas sobre el arte y le mundo sensible. 13. Hipótesis de futuro.


Rafael Argullol por Óscar Pujol Lo interesante fue cuando yo le presenté esta lista a Vidya Nivas Mishra y su reacción ante estas preguntas. Lo primero que me dijo fue: “cuando Rafael dice “cultura europea”, ¿de qué cultura habla?; ¿Hay una cultura europea?”. Él imaginaba Europa como una multiplicidad de culturas y veía a Europa como una civilización definida por las rupturas distinguiendo entre la Europa medieval y la renacentista. La segunda observación tenía que ver con un tema que se encontraba ausente, un tema de ese Renacentismo que ignoramos, al eje microcósmico, es decir, a la necesidad de trazar paralelismos entre el universo y el cuerpo humano. En la India se ha visto desde los Upanishads, después en el tantrismo también hay una especie de correspondencia. El cuerpo humano es un universo en miniatura y el Universo es entendido a veces como un gran gigante, como un Purusha. Hay un macrocosmos, el Universo, un microcosmos, el hombre, y un mesocosmos, un cosmos intermedio, que sería el templo, que también reproduce de cierta manera la anatomía del cuerpo humano, como sabe muy bien Carmen García Ormaechea. La tercera observación era todavía más extraña. Estaba relacionada con la necesidad de adoptar una perspectiva no humana de la vida. Aquí abrimos el tema del antropocentrismo. Vidya Nivas Mishra decía que la cultura europea moderna era obsesivamente antropocéntrica. Él hablaba de un biocentrismo, de poner el centro en la vida y no sólo en el hombre como persona humana. El problema de antropocentrismo demasiado humano es que puede llegar a ignorar a las otras especies vivas del planeta, las leyes de la naturaleza e intentar construir un paraíso sólo para el hombre. Ahora con el cambio climático esta cuestión se hace relevante y es interesante mirar cómo el hombre es un elemento en la gran cadena del ser. Éste es un concepto muy defendido por Argullol, y muy de nuestro Renacimiento. La cuarta observación de Vidya Nivas Mishra hacía relación a la desconfianza india hacia la historia. ¿Es la mirada histórica la única que podemos tener sobre el pasado o hay otras maneras de entender nuestro pasado como mito, celebración, arquetipo? Especialmente, la visión del pasado como un mito que se actualiza en cada momento en las celebraciones religiosas era un tema muy interesante y que no estaba en el formato inicial. La quinta observación aludía a la cuestión de la conciencia de la temporalidad. Cómo entendemos el tiempo, cómo vivimos el tiempo. A menudo nos olvidamos de que el Occidente moderno tiene también una concepción muy moderna del tiempo. Sólo con la llegada del tren empezamos a llegar hasta el minuto. No contamos como el hombre premoderno. Nuestra visión del tiempo es muy cuantificada, muy objetiva. La pregunta de Mishra era: ¿el tiempo es simplemente lineal?, ¿es también cíclico? y ¿qué es?, ¿es un eterno retorno o es un movimiento circular abierto? Es decir, una especie de espiral en la que un mismo evento no se repite nunca aunque hay un marco circunstancial que parezca recurrir eternamente. Éstas fueron sus observaciones y como veis el diálogo empieza inmediatamente. Sólo con plantear las preguntas surge una reacción y tenemos este aporte fresco de un interlocutor al que no le preocupan los mismos problemas que a nosotros. Finalmente, las trece preguntas quedaron en cinco temas principales. Primero, «Lo macrocósmico y lo microcósmico, lo universal y lo individual, la psicología y la cosmología». El segundo tema era «El antropocentrismo y la necesidad de adoptar una perspectiva no humana: posibilidades y dificultades». El tercero era el «Tiempo e historia. Simultaneidad e historicismo. Paradigmas temporales de nuestra conciencia temporal». El cuarto era «Religión, rito y mito. ¿Es posible


Rafael Argullol por Óscar Pujol una visión secularizada del mundo o lo sagrado impregna toda relación entre el hombre y el mundo?». Uno de los temas que obsesionan a Rafael Argullol, y en este libro se observa muy bien, es si es posible una sacralización de lo secular que no implique la adhesión a una fe, a un dogma, a una iglesia, la conversión a una secta, la obediencia ciega a un gurú. Esta visión moderna de la espiritualidad más allá de los condicionamientos tradicionales es un tema que provoca mucho a Rafael. Y le preocupa mucho como gran esteta que es. Es un gran apreciador del arte. Como bien dice, lo sagrado sólo pervive de cierta manera con esa sensación de misterio en el arte contemporáneo. El artista moderno ha sustituido la imagen del sabio tradicional. Por último, el quinto apartado responde a la pregunta «¿Es posible un diálogo entre culturas más allá de un mero cambio de formalismos y de buenas intenciones políticamente correctas? ¿Es deseable? ¿En qué terreno? ¿En qué dirección? La Aldea Global o la Tribu Metropolitana». Rafael piensa que el diálogo entre culturas no es posible. Pero cree que sí es posible el diálogo con personas que pertenecen a otras culturas. Él personaliza el diálogo. El diálogo no puede ser entre culturas y civilizaciones que seguramente no sabemos ni qué son. Rafael posee todo lo que una persona debe tener cuando dialoga con una persona de otra cultura: preparación y respeto, amistad, complicidad, el desarme ideológico –no entrar en una sala armado de ideas, prejuicios– y el sentido de la hospitalidad. Como bien dice Argullol, el diálogo es posible si existe una amistad sensible entre las dos personas que dialogan. Llegar a una especie de equilibrio entre razón y emoción. Una vez que tuvimos las cinco preguntas, fue Rafael quien decidió cómo íbamos a progresar el diálogo. Yo visité a Vidya Nivas Mishra y le planteé las preguntas finales tal y como quedaban. Él las aprobó y me dictó las respuestas que aparecen publicadas en este libro. Yo las traduje al español y Rafael Argullol dictó las respuestas a otra persona en Barcelona. Ellos no vieron lo que la contraparte había dicho sobre los temas. Posteriormente, cuando Rafael viajó a Benarés, mantuvieron un diálogo sin conocer lo que habían escrito anteriormente. Rafael fue muy valiente porque viajó y estuvo veinte días en Benarés, que no es una ciudad fácil en absoluto. Me gustará leer ahora un pequeño fragmento del libro su actitud de cómo va a la India. No va para glorificar a la India ni tampoco como especialista.


Rafael Argullol por Óscar Pujol Desde el principio, Rafael Argullol tuvo la voluntad de trascender esas dos premisas, la glorificación y la denigración, a las que nos hemos referido anteriormente. En efecto, la actitud de Rafael Argullol ante este posible diálogo no era ni la del occidental cansado de su cultura que busca la redención en la India, ni la del europeo seguro de sí mismo que parte a la India para ilustrar a los pobres nativos. Tampoco era la de un especialista, el indólogo que muy a menudo se dedica a diseccionar la cultura del subcontinente desde las categorías propias del humanismo europeo. Como ha dicho el mismo Argullol en el transcurso de estas conversaciones: «Las condiciones en las cuales me planteé participar en este diálogo no eran las condiciones de un especialista en el mundo de la India, tampoco las de un hombre que buscara una conversión espiritual, sino las de quien considera las posibilidades reales de mantener un diálogo más allá de lo políticamente correcto». No voy a hablar mucho más de este libro, Del Ganges al Mediterráneo: un diálogo entre las culturas de India y Europa, y sí voy a hablar de este otro, Visión desde el fondo del mar. A veces tenía yo la sensación de estar viendo esa conversación mítica que nunca existió, entre un filósofo indio, un himnosofista, y Sócrates. Los filósofos indios viajaron a Grecia, cuenta la tradición, y el himnosofista le preguntó a Sócrates qué buscaba con su filosofía. Sócrates le respondió que quería conocer al hombre en toda su profundidad. El filósofo indio lanzó una carcajada y comentó que es imposible ocuparse del hombre sin ocuparse de lo divino. Voy a describir ahora un encuentro de este tipo tal y como lo narra él. Este capítulo se titula “Las dos orillas”. 18 de febrero de 2005. BCN. Óscar me llama para decirme que Vidya Nivas Mishra murió el pasado 13 de febrero en un accidente de coche cerca de Benarés. Tenía setenta y tres años. Óscar está muy triste porque había sido uno de sus principales maestros en la Universidad Sánscrita de Benarés. Cuando cuelgo el auricular me doy cuenta de que también yo estoy muy afectado por la noticia pese a que lo conocí poco: aquel diciembre del año 2000 en Benarés y aquel mayo del año siguiente, aquí, en Barcelona. Antes, muchas cartas, para preparar un libro conjunto en el que cruzábamos nuestras visiones de la India y Europa. Después, cuando salió el libro, una breve conversación telefónica. ¿Muerto? Lo primero que me pasa por la cabeza es su incredulidad con respecto a la muerte. Era una tarde, estaba sentado en el viejo sofá de su casa. Yo le insistí sobre el inconformismo occidental frente a la muerte como el sostén de nuestra cultura. Mishra se rió y se acercó a mí como si fuera a hacerme una confidencia.

-¿La muerte? Nosotros opinamos que no merece la pena luchar contra lo que no existe. ¿La muerte? 10 de diciembre de 2000. Benarés. Voy de nuevo a casa de Vidya Nivas Mishra. Como tengo mucho tiempo antes de la cita, sigo el itinerario más largo y así puedo recorrer otra vez los ghats. Desde que he llegado a Benarés me fascina el contraste entre las dos orillas del Ganges. De esta parte, una casi increíble densidad que comprime la vida, el espacio, los edificios. La existencia exprime todas sus posibilidades en unos cuantos kilómetros de muelles que bajan escalonados hacia el río. Miles de hombres, miles de templos. Me han dicho que en Benarés hay cerca de cinco mil templos y santuarios, todos a este lado del río. Al otro lado, en la orilla maldita, no hay nada. Una vez en su casa le pregunto a Mishra por qué no hay nada y si es verdad que esta ribera del Ganges se considera maldita. Mishra ríe, como ríe siempre antes de abordar un asunto serio, y contesta con esa


Rafael Argullol por Óscar Pujol falta de concreción que a veces me pone algo nervioso. No es propiamente una tierra maldita sino un lugar en el que en los milenios de desarrollo de Benarés nunca se ha construido, de modo que la ciudad se ha ido extendiendo a lo largo de una sola de las orillas del río. Las causas de esto son imprecisas: suelo pantanoso, clima insalubre, una leyenda popular sobre crímenes irresueltos, quizá un territorio repudiado por los dioses. Únicamente quizá, porque Mishra es extremadamente cauto en lo referente a los dioses. No obstante, yo quiero acorralarlo un poco y le digo que para un europeo acostumbrado al monoteísmo se hace difícil entender el culto a diversos dioses, tal como existe aquí, en la India, máxime si simultáneamente se proclama, como Mishra ha hecho en días pasados, que la divinidad es única. Mi interlocutor ríe, hinchando sus abultadas mejillas oscuras. –Usted me ha interrogado sobre las dos orillas del Ganges, una tan llena y la otra tan vacía. Así ocurre con lo divino. El mundo es como el río. Lo lleno mira, en la otra orilla, a lo vacío, y lo vacío tiene enfrente a lo lleno. Los muchos dioses miran a un único dios y, más allá del río, el dios único vigila a los diferentes dioses. Antes de despedirme, Mishra me ofrece un vaso de agua. Mientras estoy bebiendo ríe y sus gruesas mejillas forman un óvalo. Hace una de las comparaciones lingüísticas que tanto le gustan: –Ustedes beben agua en tanto que aquí el agua entra en nosotros. Yo también sonrío, porque después de tantos días conversando sé que, para Mishra, ésta es la principal diferencia entre ellos, los indios, y nosotros, los europeos. Nosotros somos poseedores de objetos y así lo expresamos en el lenguaje. Ellos, en cambio, ese «ellos» que Mishra emplea para abarcar la espiritualidad india de la que se siente representante,

forman parte de un mundo en el que todos son almas entrelazadas. Es hermoso, aunque difícil de aceptar. Mientras pienso en el alma del agua, saludo a Mishra juntando las manos, al modo indio, y él se acerca para abrazarme. Desde su rincón, donde permanecía medio dormido, se aproxima también Sitaram Kaviraj. Para su edad tiene una agilidad extraordinaria. Se pone a cantar algo que, desde luego, no entiendo. La suya es una voz grave, magnífica, que dura apenas un minuto. A la salida de la casa, Óscar me aclara que el anciano maestro de Mishra cantaba en sánscrito. Y lo que cantaba significaba: ‘no hay despedidas porque las despedidas son encuentros’. 18 de febrero de 2005. ¿Muerto en accidente de coche cerca de Benarés? –«Ustedes beben agua mientras que aquí el agua entra en nosotros». Rafael Argullol es un interlocutor privilegiado con otras culturas, no sólo con la India. En él hay un afán por ir más allá de los presupuestos, de las contradicciones. No está cómodo con las dicotomías. En este sentido, es un autor renacentista que busca ese lugar donde se reconcilian los opuestos. Y pienso que es eso lo que le gusta de la India. Esa capacidad de la India de difuminar y a la vez encarnar los extremos. Rafael Argullol es un racionalista puro, un filósofo, y se sitúa más allá de la guerra entre filósofos y poetas, de la cual ya habló Platón en su momento. Le encanta captar momentos, es un cazador de instantes, un impresionista, le encanta captar lo eterno del instante. Es un hombre secular pero tiene una gran apertura por lo sagrado. Es un hombre moderno pero busca un camino espiritual que pase por la modernidad: no renunciar a lo estético y no renunciar al individuo. Es una espiritualidad que


Rafael Argullol por Óscar Pujol no es una negación de los sentidos y del mundo sensual. Algo que encontramos con el tantrismo. Es un humanista nato, pero al mismo tiempo, como decía, intenta huir del antropocentrismo. Es una persona universal y global pero huye de la globalización uniforme y de un universo cerrado. Éste es un tema muy interesante. La última vez que hablé con él, yo me encontraba todavía en Delhi, me pidió que hiciera referencia al gran hallazgo de la diferencia entre universo y cosmos. Voy a hablar de ese aspecto absolutista que a veces puede adquirir el mundo occidental. Él dice que hemos sustituido la idea del cosmos por la del “uni-verso”: una sola versión de lo que es el mundo. Esto nos viene de nuestra herencia romana. Entre las muchas cosas que admiro de la India, hay dos que sobresalen especialmente. Las relaciones de los hombres con sus dioses.” En hindi, hay tres fórmulas de tratamiento: tu, tum y app. Tu se usa entre amantes, amigos íntimos y también para hablar con Dios. «Hace gala de ese concepto tan descentralizado y plural». Por otro lado, «La ausencia, creo, de una idea imperialista». Nosotros en Occidente estamos muy determinados por una herencia centralista. El dios que se transmite de la religión judaica a la cristina es centralista. La organización de la iglesia cristiana es centralista. Pero todavía más importante, la idea del cosmos que se transmite es también centralista. En ese sentido, hay una apreciación filológica muy importante. Mientras que en la Grecia antigua siempre se habló de cosmos, en la Roma imperial se empezó a hablar de “uni-verso”. Abandonaron la idea del cosmos plural griego por la idea de un cosmos centralizado llamado “uni-verso”. Un dios, un cosmos centralizado, una iglesia centralizada y en cierto modo todas las estructuras mentales incluso en el mundo moderno, han seguido esta pauta centralista. Por eso, algunos de los descubrimientos de la ciencia contemporánea son interesantes, porque rompen esa idea de centralismo rígido. La física actual, por ejemplo, no puede soportar la idea de “uni-verso”. Por lo tanto, nos lleva a un mundo más plural donde nuestra propia creencia religiosa tiene que ser necesariamente más plural.” Luego él habla de Rusia y del comunismo, y se refiere al estalinismo como el Imperio romano de la igualdad, que me resulta una idea genial. Finalmente, Rafael es agnóstico pero es un gran creyente en el gran silencio. En su búsqueda de romper dicotomías, voy a leer una que él escribe sobre el dios del bosque y el dios del desierto. «Así como en los charcos de pútrida agua se refleja la turbadora hermosura del arco iris, y gozamos con la descomposición de la luz, el deslumbramiento del sol en el mediodía del desierto no permite otro color que la invisibilidad. En el centro del desierto no hay varias bellezas que luchan entre sí, algunas encantadoras, algunas siniestras, signos de muerte junto a señales de resurrección, sino una única y voraz belleza que todo lo devora sin permitir el menor respiro a quien la siente». Este dios envuelto en espejismos, árido como la roca más dura, detesta mirarse en el espejo y hace oídos sordos a quien le pone nombre. No quiere imágenes, ni templos, ni idolatrías, pues quiere que los hombres se emborrachen con la luz maravillosa e insoportable de su deslumbramiento. Su voz no está traducida a ningún idioma humano y lo que oye el ensordecido por ella es un puro eco que los extraviados en el espejismo han transmitido de generación en generación: soy fuego, soy matorral que quema, soy todo lo que puede ser, soy. Dios del desierto, dios del bosque. La belleza del deslumbramiento o la del arco iris. ¡Elegid!


Rafael Argullol por Óscar Pujol

El mapa de Wasson que dividía a la humanidad en micófobos y micófilos era ingenioso, si bien pienso que el gran mapa del espíritu humano ha sido trazado a partir de esta última elección. ¿El dios del desierto o el dios del bosque? En el bosque tiene lugar la metamorfosis, la transfiguración. El dios emboscado es propenso a los sentidos, a la noche, al cambio, al disfraz, a los juegos de muerte y renacimiento. En el desierto reina el deslumbramiento y el dios estepario, que se solaza al provocar la herida total, cura a sus heridos con signos y voces. El emboscado nos pinta el mundo y su paleta tiene todos los matices cromáticos; el estepario, envuelto en una llama sin colores, nos habla de lo que está más allá del mundo, del grito desgarrador y del hermoso silencio. Cada uno de nosotros cuenta, si quiere, con su propio Dios, y a veces se trata del emboscado, con sus tumultos sensitivos, y otras veces, del estepario, con su canto de perfección. Las dos naturalezas de Dios no dejan de ser un síntoma de la continua oscilación del péndulo humano, que cuando está demasiado inclinado hacia la embriaguez de los sentidos sueña con el absoluto y cuando está decantado hacia la pureza de la plenitud añora los goces y sufrimientos de la imperfección. Lo que omite la historia es que estos bailarines, estos hombres y mujeres desbordados por la sensualidad, son los que salvan a Moisés. ¿Quiénes, sino ellos, recogen los fragmentos de las tablas para tratar de recomponer, por otros medios, el lenguaje del absoluto? Estos discípulos del dios del bosque, adoradores del instinto, constructores de imágenes, son asimismo los que curan a Moisés, al que, sin apagar el fuego imperecedero que consume su destino, retornan la vitalidad corporal que había perdido. El deslumbramiento se hace reconocible a través de las formas concebidas con los sentidos, el absoluto puede ser intuido por sus pedazos. Únicamente bailando alrededor del Becerro de Oro se hace soportable para los hombres el mensaje de un fuego puro que todo lo consume. Si nos hubieran explicado bien esta historia, que asimismo transcurre en nuestro interior, estaríamos en condiciones de conciliar al dios emboscado y al dios estepario y certificar que uno es necesario para que


Rafael Argullol por Óscar Pujol se dé el otro. No obstante, quizá esta historia ha sido mal explicada desde hace mucho antes de que existiera alguien llamado Moisés, y por causa de esto, los hombres han incurrido con frecuencia en el equívoco de creer que el dios del desierto y el dios del bosque eran incompatibles e incluso irreconciliables». A estos dos dioses los vio en Sarnath y en Benarés. En Sarnath, que es donde el Buda dio su primer sermón, él escribe esto, y quien conozca el lugar lo entenderá muy bien: 8 de diciembre de 2000. Sarnath. Aquí se produjo el primer sermón de Buda tras la iluminación, o así al menos lo creyó el emperador Asoka al mandar erigir la stupa conmemorativa. Junto a los templos budistas indios los hay también tibetanos, chinos, camboyanos, tailandeses, japoneses. También un hermoso templo jainita. Acostumbrado al desorden barroco de Benarés, en Sarnath todo es equilibrio y silencio. El misticismo hindú necesita continuamente llenarlo todo de imágenes, no importa si éstas son alegres y sensuales o especialmente siniestras, como las del templo de Kali, al que me llevaron ayer, presidido por grandes calaveras. El catolicismo, en esto, tiene mucho de hinduismo. Los budistas vacían allí donde los otros llenan.

tiene tres características. La primera es que viaja ligero de equipaje, tanto físico como mental. Es una persona muy adaptable a todo tipo de circunstancias. Puede dormir en un hotel de cinco estrellas o en cualquier otro sitio. Por tanto, es muy estoico cuando viaja. Y por último, y lo más importante, es que como buen viajero, es una persona curiosa, está constantemente observando, mirando. El buen viajero es aquel que lee los paisajes como las páginas de un libro que se está escribiendo en ese momento ante sus ojos. Viajé con él a Elephanta, está descrito también en este libro. Viajamos en pleno monzón y realmente fue una temeridad coger un barco para viajar. De hecho ya no había barcos turísticos y tuvimos que coger uno local.

Paseando entre los templos de Sarnath no se advierte rasgo alguno de violencia santa, esa sagrada confusión que en Benarés mezcla el semen con la ceniza y el excremento, y en la Pasión cristiana el terror con el amor. Aquí lo que cuenta es el viento, la suave brisa que acaricia la cara con una tranquilidad que ha excluido los infiernos y las promesas.

Quisiera destacar también el sentido de la hospitalidad. Para mí el viaje culmina en la experiencia de la hospitalidad. Cuando uno se encuentra en casa de otra persona a quien no conoces, que pertenece a otra cultura totalmente diferente, tú eres su huésped y te has adaptado a lo que te ofrece y aceptas la ofrenda de la otra persona. Por eso yo pienso que los viajes turísticos no son viajes, aunque puedan ser apetecibles, porque muy a menudo recrean las condiciones de tu hogar en otro lugar. Ahora me voy a referir al gran viaje como la búsqueda de la gran ausencia, que es un nombre que el da a Dios. Él habla de Dios como el espectador ausente, y explica cómo ha sido su relación con Dios, cuando hizo su primera comunión en un colegio franquista en los años sesenta. Cuenta con terror el deber de no tocar la hostia con los labios, y el problema de que se le pegaba al paladar y no debía despegarla con la lengua. Muchos hemos pasado por ese fuego eterno del infierno.

La última de las dicotomías hace relación al hecho de que Rafael Argullol es un sedentario, es una figura en Barcelona, forma parte de un grupo de artistas, filósofos y pensadores, es una pieza clave del rompecabezas cultural de Barcelona, y es muy barcelonés. Al mismo tiempo, –tiene un libro llamado Filosofía Nómada– es un nómada. Rompe esa dicotomía con el viaje. Y Visión desde el fondo del mar es un muy buen libro sobre todos estos viajes. Recupera además la forma griega del viaje. Es una forma de conocimiento. Diré también que Rafael Argullol es un buen compañero de viaje y


Rafael Argullol por Óscar Pujol «Éramos autómatas. O peor, querido Espectador Ausente, éramos pícaros. La religión es la picaresca que enseñan los sacerdotes para comprarte barato. Cuando menos ésta fue la religión que me enseñaron a mí. Me convertí en un pícaro que tenía las fórmulas bien aprendidas para hacerse con un buen más allá, aunque fuera en el último momento. Reza tus oraciones a Dios o, en el postrer instante, haz un acto de contrición y no te condenarás. Los sacerdotes amenazaban con las muertes y los infiernos y tú únicamente eras el antídoto oportunista que nos libraría de ellos. El pícaro usa a Dios como la carta trucada que le haría vencer en la apuesta por la eternidad. Y no piensa en que es un tramposo». Éste es el primer momento. En una segunda fase, se convierte en un ateo militante. Yo pasé también por esta etapa. Lo dice de una forma muy ilustrativa. «A los dieciséis años me sentí con fuerzas suficientes como para darte la estocada final. Me consideraba un rebelde, un revolucionario que quería construir una sociedad tan libre, tan feliz y tan racional que Tú quedarías reducido en el futuro a un pesado trasto viejo. La creación había sido un azar a lomos de una casualidad, el más allá era una fantasía para cobardes y miedosos y, lo más importante de todo, nosotros, los hombres, acabaríamos siendo los dueños de nuestro destino. Sobrabas. Yo mismo, a los diecisiete años, escenifiqué petulantemente mi nueva profesión de fe en el ateísmo. Un atardecer de noviembre, a la hora en que habitualmente iba a la misa dominical, me fui a una de mis iglesias favoritas, la de Sant Josep de la Muntanya, que, con su vestíbulo recubierto de exvotos, tenía para mí el aliciente de que representaba, de modo sobresaliente, la superstición que provocabas entre tus pobres adeptos. Leí, una vez más, las leyendas que acompañaban a los exvotos para confirmar la falsa fe de las religiones y luego, sin traspasar el umbral de la iglesia, me despedí de Ti. Todo fue, lo reconozco, un poco histriónico, pero me sentía satisfecho de mi emancipación. Me levanté el cuello del abrigo para protegerme del frío, y encendí un cigarrillo que procuré sostener en la comisura de mis labios. Me consideraba ya un hombre y, como hombre me había librado de Dios. ¿Realmente me había librado de ti?» Luego él explica la experiencia de una mujer suicida. Se montó un pequeño altercado en la estación de tren de un pequeño pueblecito. Él tenía trece o catorce años. La mujer había intentado suicidarse otras veces, estaba atónita y decía: “Dios, Dios, Dios”. Ese susurro de la suicida frustrada se convierte en un testimonio de Dios. Luego lo dice a lo largo del libro. La tercera etapa es la del agnosticismo. Y lo dice de la siguiente manera: «El estúpido ateo tuvo que apartarse para que el desconcertado agnóstico ocupara su lugar. Durante años, refugiarme en el agnosticismo, una trinchera llena de personajes variopintos, fue la solución más llevadera. Sin embargo, era demasiado fácil y en mi caso, poco sincera. Detestaba que con frecuencia el agnosticismo fuera una forma cómoda de apatía: aquel estado de la conciencia que nos hacía permanecer impasibles ante


Rafael Argullol por Óscar Pujol la idea de que Dios hubiera salido del escenario para no regresar. Yo había querido echarte del escenario, aunque a decir verdad me turbaba que no volvieras a cruzarte en mi camino. Había una oscura paradoja que actuaba a tu favor: yo no creía en Ti y, sin embargo, para que me olvidara enteramente de Ti, Tú mismo habrías tenido que venir a convencerme. Fue quizá consecuencia de esta paradoja lo que cambió notablemente mi punto de vista. Me había equivocado al decidir que no necesitaba a Dios, confundiéndote con el Dios aprendido de la religión y de los sacerdotes, un Dios que pertenecía a mi pasado. Podía prescindir de todo lo que los hombres habían dicho de Ti y, en cambio, te necesitaba justamente por lo que no habían dicho. Por lo que habían ocultado, por lo que habían temido, por lo que habían esperado y únicamente había aflorado imperceptiblemente en sus labios, como en aquella tarde de verano en los labios de la suicida: «Dios, Dios, Dios». Estabas en los labios trémulos de los hombres y por tanto, lo quisiera o no, te necesitaba, aunque sólo fuera como competidor, como rival, como el jinete que galopa en medio de la noche llevando consigo la belleza de la tiniebla. Eché a patadas al agnóstico dubitativo del que nunca me había sentido orgulloso y me convertí en algo parecido a un rastreador de Dios. Reirás, Espectador Ausente. ¿Qué es eso de un rastreador de Dios? Te lo diré: alguien que persigue algo que nunca ha visto, con la certidumbre de que nunca lo verá, sólo porque en un apartado rincón de su conciencia ha oído el rumor de que el fugitivo existe.» Voy a acabar diciendo que Rafael Argullol llega a Benarés como un rastreador de Dios, del gran silencio, y se pone a leer y caminar por los ghats de Benarés, y camina también por la conversación con Vidya Nivas Mishra. Muchas gracias.


Rafael Argullol por Óscar Pujol JOSÉ ANTONIO DE ORY Muchísimas gracias. Yo creo que ha sido una charla desbordante. Comparte la naturaleza del ensayo y no la de la intervención académica, que hace crecer el proyecto que tú mismo iniciaste como esa elipse de la que hablabas y que piensa Rafael Argullol. Por un lado, nos explicas cosas del libro, cómo surge, y por otro, lo completas con cosas que no sabíamos y que estaban en el libro y que tú mismo te acabas de encontrar. De ahí lo bonito y la casualidad, que este ciclo lo pensamos Eva y yo hace unos meses cuando el libro no había salido. Podía haber salido el mes que viene y no habríamos podido completar esto. Ojalá Casa Asia recoja estas charlas y puedan en algún momento publicarse, y con ello, se de una vuelta más a este proceso que tú mismo iniciaste. ASISTENTE ANÓNIMO Son tantas las ideas que yo sería una de esas personas interesadas en llevarme estas charlas. Pero hay una idea muy bonita, cuando has hablado de Argullol, en la que dices que para él, cada despedida es un encuentro. No sé qué es una despedida para Rafael Argullol, tú que le conoces, tú que has leído sus libros. ÓSCAR PUJOL En las lenguas del sur de la India, que son quizás más delicadas que las del norte, no se dice nunca “Adiós, me voy”. Cuando te vas dices “Ahora vengo”. Para él, ir y venir son la misma cosa. Él mira a Dios como una gran ausencia, como una despedida que es un reencuentro. Por eso cita esas palabras, porque no le gustan las despedidas y porque estoy seguro de que piensa que no son definitivas. EVA BORREGUERO Directora de Programas Educativos de Casa Asia En el libro Del Ganges al Mediterráneo, Argullol habla de la sabiduría como la oscilación entre lo conocido y lo desconocido. En Benarés, cuando habla de las dos orillas, en su biografía, comenta también entre la orilla llena y la orilla vacía, que creo que se superponen al concepto de oscilación. Para ti, que has vivido diecisiete años en Benarés, qué significa esta ciudad tanto por sí misma como por contraste con Occidente.


Rafael Argullol por Óscar Pujol ÓSCAR PUJOL Cuando vives muchos años en Benarés, la verdad que ahora pienso en Álvaro, compañero que sigue estando allí y que lleva tantos años también. Cuando leí el poema de Rafael Argullol sobre la ciudad santa, me sorprendió y he tardado muchos años en comprenderlo. Y, a veces, las descripciones un poco truculentas de la ciudad todavía ahora –quizás en esto nos hemos “indianizado” un poco– a veces nos sorprenden y nos molestan. Cuando vives en Benarés llega un momento en que Benarés te parece lo normal y lo raro es el resto del mundo. Nada más llegar Rafael, y sin tener en cuenta el cansancio, lo primero que hicimos fue pasearnos por los ghats. Fue un paseo impactante. Para nosotros que vivimos ahí, esa mirada desaparece. Para mí sí que representa algo importante, Benarés es la capital del conocimiento. Si Buda va a Benarés no es por casualidad, sino porque en el mundo tradicional indio tenía una teoría o una idea que no era respetada hasta que la exponía en Benarés. Yo no fui a Benarés buscando un misticismo ni ningún escapismo, sino realmente a aprender. Para mucha gente Benarés encarna el conocimiento, un conocimiento que es racional, también filosófico, pero de una categoría. Para mucha gente de Delhi, Benarés es el horror, el infierno. Para una parte de la India moderna es un estorbo, querrían borrarlo. Para la India tradicional es la picaresca de la religión, donde vas a sobornar a los dioses, para que protejan a tus antepasados. El negocio de la religión en Benarés es descarado y todo el mundo lo acepta sin ningún tipo de hipocresía. Los pandas en Benarés, que son los que se dedican a atender a los peregrinos, tienen un lenguaje secreto que sólo ellos conocen y que sirve para engañar a la gente. Benarés es la gran industria de la religión pero también es la capital del conocimiento. EVA BORREGUERO Muchísimas gracias, Óscar, por esta abrumadora conferencia en contenidos.

«Rafael Argullol» por Óscar Pujol 19 de octubre de 2010 Centro Casa Asia-Madrid Palacio de Miraflores Carrera de San Jerónimo, 15 28014 Madrid

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