Brechas del destino

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BRECHAS DEL DESTINO


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Mercedes a Luneta Parroquia Altagracia Apdo. 134. Caracas. 1010. Venezuela Telfs: 0212-562.73.00 / 564.58.30 William Osuna Daniel Molina Ánghela Mendoza ©Nelson Guzmán Caracas, Venezuela 2015 Ximena Hurtado Yarza Ánghela Mendoza

Fundación Casa Nacional de las Letr as Andrés Bello

Presidente Director Ejecutivo Producción Editorial

Brechas del destino Corrección de textos Portada, diagr amación y diseño de colección Dep. Legal: lf60520158001612 ISBN: 978-980-214-344-3


BRECHAS DEL DESTINO Poesía reunida 1994-2012

Nelson Guzmán



LA PASIÓN OCEÁNICA DE NELSON GUZMÁN Em cada esquina um amigo, Em cada rosto, igualdade. Grândola, vila morena, Terra da fraternidade. Terra da fraternidade, Grândola, vila morena; Em cada rosto, igualdade, O povo é quem mais ordena.

Gr andola, vila morena

Himno revolucionario y clavel de Zeca Afonso

Hay una incontrovertible vocación polígrafa en la escritura del poeta, filósofo y novelista Nelson Guzmán. Por ejemplo, su primera novela Nostalgias de la calle larga (Fundarte, 2012) nos confirma, amén del discurso transgenérico per se, la relación simbiótica y esencial entre la narrativa, la historia y la poesía: La multiplicidad de las voces abigarradas en torno a la desilusión ideológica y existencial, patentes en el episodio del Falke y el terremoto de

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Cumaná, se puede leer en su contundente y sentida discontinuidad. No cuenta un seguimiento convencional de la anécdota, sino el catar la carnadura emotiva y anímica de los personajes históricos y ficticios en su franca precariedad. Como lo observa Luis Ernesto Gómez, polígrafo en lo poético y lo sinfónico, el abordaje de la novela puede ser posible a partir de cualquiera de esos pasajes que nos reconcilian con la prosa poética de Ramos Sucre o los Pastiches de Luis Enrique Mármol. Es menester revisar la maravillosa novela antes referida, además del volumen poético Brechas del destino, Poesía reunida 1994-2012 que nos toca presentar a los lectores, para cerciorarnos de los vasos comunicantes que vinculan ambos libros. Podemos, al igual que los penetrables de Jesús Soto, extraviarnos en los misterios del oficio literario de Guzmán, sin saber qué texto originó o prefiguró al otro, pues las notas marginales, los esbozos y los libros menores complementan por igual a la obra mayor o capital. Brechas del destino es una magnífica colección poética que comprende cuatro poemarios o, mejor aún, cuatro grandes bloques: Ciudad devastada (inédito, 2012), Muecas del tiempo (2007), Contertulios (2003) y

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Ráfaga de olvido (1994), títulos de los cuales se infiere una preocupación por la refundación poética del espacio, la paradójica construcción de la memoria y la apreciación histórica –no en balde la inveterada “atemporalidad” del discurso poético–, y el diálogo complejo e inmediato que implica la escritura de todo poema. La lectura, efectivamente, confirma lo que nos insinúan tan obsesivos títulos. Sólo que el ojo y el oído no deben ser engañados por la insistencia en términos como “nostalgia” y “frenesí”, pues una consideración superficial y desprevenida del discurso lírico romántico pervertiría la captación de la capacidad de sugerencia múltiple del que hace gala Nelson Guzmán a lo largo de este periplo. En especial, cuando de la configuración del discurso amatorio se trata. Recordemos que movimientos como el dadaísmo y el surrealismo se alimentaron de la poesía romántica y post-romántica europea: por ejemplo, los contertulios de la Residencia de Estudiantes de Madrid, Dalí, Lorca y Buñuel defendían a Gustavo Adolfo Bécquer, mientras que los surrealistas franceses admitían la paternidad de Baudelaire y Rimbaud. Todo acto de rebeldía política y estética implica un arrebatamiento o, mejor dicho, un estado de frenesí que

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procura estremecer y transformar el mundo con sus idas, vueltas y contradicciones. Raúl Gustavo Aguirre, poeta y crítico argentino, lo ilustra a contracorriente de la lectura convencional y la apreciación alienada de la literatura y el entorno: Al no competir, al marginarse y al ser marginados, tuvieron en compensación el clima ético necesario para el desarrollo de una creación sin prejuicios, sin ataduras y sin compromisos externos. Pudieron así ejercer lo que Karl Manheim denomina “el impulso hacia la trascendencia”, es decir, objetivar su propia situación, verla por así expresarlo “desde afuera”, lo que no hubiese sido posible de no tener la oportunidad de ese extrañamiento.

En resumidas cuentas, la confrontación rebelde propone una relectura del pasado ajena a todo discurso institucional de poder, sin importar los extremos parricidas o una nueva consideración de la literatura clásica o anterior que traiga consigo la simiente de procesos revolucionarios políticos y estéticos por venir.

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Ciudad devastada es un poemario inédito que convive y comparte pasadizos con la novela Nostalgias de la calle larga: no obstante su contemporaneidad compositiva, priva la intertextualidad allende el efectismo literario, pues la propuesta escritural apunta a la ilación de una tela de araña o la edificación de una colmena disonante que descansan en la hermosa mixtura de las voces. El primer poema lo denuncia con brutal impunidad: “Solicité en el cerro Pan de Azúcar el bálsamo que aliviara mis dolores, / emergieron voces que habrían de acompañarme para siempre”. El tratamiento del tema amatorio no sólo involucra a los amantes en la ceremonia de la seducción, la consagración del coito y el desencuentro que los arroja al “aljibe macilento” del hastío; las contingencias de la pareja tienen como marco la deconstrucción de una ciudad trizada en el desencanto y la belleza de sus escombros. La nostalgia no es una acaramelada y triste evocación de tiempos mejores, por el contrario, constituye un magma poco maleable e indefinido que gruñe la tensión implícita en la desilusión ontológica, ideológica e incluso metafísica que embargan a estas voces desgarradas. El despecho

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de adentro se ata al caos de afuera: “Nunca ha desaparecido de mi memoria el sonido atorrante de los martillos / hidráulicos / sus ruidos no me dejan vivir”. No es casual que estos versos nos retrotraigan la atmósfera pasional y ruda de Cumbres borrascosas de Emily Brontë, pues el paisaje físico, sentimental y lingüístico se ven afectados por una ventisca que susurra y farfulla su discurso frenético y bipolar. La escisión en pareja, en triángulo amoroso o en solitario es inevitable, sea el revés de los alzados del Falke, las víctimas del terremoto de 1929 o la crónica de las voces en el exilio. La poesía auténtica, independientemente que asuma un cariz exteriorista, intimista, simbolista o experimental, no puede evadir las coordenadas históricas de su tiempo. Octavio Paz, a tal respecto, advierte que las palabras del poeta son suyas en el curso de la historia y ajenas en tanto instinto originario: “La palabra poética es histórica en dos sentidos complementarios, inseparables y contradictorios: en el de constituir un producto social y en el de ser una condición previa a la existencia de toda sociedad”. Textos poéticos en prosa y en verso como “Sacudida”, “Barcos sepultados”, “Buques”, “El Porteñazo” y “Cenizas exhaustas”

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no sólo aluden a hechos históricos como el episodio del Falke o el Porteñazo, sino también proponen el trazo terrible, descarnado y poético de tales fracasos insurreccionales. La recreación espectral y terrorista, si se quiere, de estos eventos históricos, conduce necesaria y sensorialmente a un cuestionamiento agudo de la historiografía burguesa nacional: “En Puerto Cabello, después de la balacera las almas cambimbeaban por las calles. El agua helada era refrescante y sanaba las heridas. Yo marchaba imperturbable en dirección de mis cicatrices”. El paisaje del terruño se interioriza a fuerza de la furia rebelde y el desasosiego de la voz: “Los difuntos padecieron lluvias pertinaces que les extraviaron los caminos”, por supuesto, se trata de sacudirnos tanta mentira impía apilonada en los manuales y oxidados estantes de la Academia de la Historia. Los miedos históricos, de sesgo visceral y metafísico también, han de ser el punto de partida de quilombos futuros; es menester astillar día a día el quehacer historiográfico dominante, sin importar la represión interior y exterior, pues supone la superación de un estado de cosas que nos reseca en un sufrimiento colindante con el masoquismo y el envilecimiento. En

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este caso, la nostalgia representa el punto de tensión o el encuentro áspero y contingente entre la fabla romántica y el nihilismo: “De las aguas putrefactas emergemos exhaustos de tempestades y borrascas del tiempo. Frente al lodazal vemos transcurrir la mañana”. El discurso poético y rebelde acentúa la voz luciferina en la ausencia de la demagogia y el optimismo propagandístico. Tales son las escenas de ciudades muertas y desalmadas, víctimas y victimarias del sinsentido y el hastío que las corroe (qué tal esta implacable comparsa tétrica): “Los niños llenaban sus bombas de carnaval de añil y de limón, encerraban allí aromas insoportables, supe que de los balaustres de las ventanas emergían rostros mortuorios”. Siguiendo a otro poeta díscolo, Freddy Hernández Álvarez, el imperativo que nos conduce a la vida consistiría en seguir dando traspiés y caídas al vacío, pues la poesía no apuntala la asepsia didáctica ni la moralina. Claro está, “No hay nada que temer / a la hora del destierro”. Este espíritu rebelde, romántico –en el políticamente incorrecto sentido del término–, rocolero y popular, se regodea en su vocación y profusión de mar, afín a las voces de Homero, Joseph Conrad, Lêdo Ivo y también Hernández Álvarez. No hace

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mucho tiempo, Guzmán nos manifestó en una conversación que ciudades primeras como Cumaná y Cubagua “discurren en un tiempo único que se precipita en los giros del lenguaje, en sus cesuras”. No nos sorprende entonces una encrucijada de hablas que vincula el Romancero español, poetas de Indias como Juan de Castellanos, los versos dolorosos de Cruz Salmerón Acosta, la chispa de Andrés Eloy Blanco, los cultismos de Ramos Sucre y el habla popular del oriente venezolano. Muecas del tiempo (Fundación Editorial el perro y la rana, 2007) es un díptico poético (“Miedos Infinitos” e “Historias”) que nos complace sobremanera. Prefigura el libro inédito que acabamos de reseñar, lo cual connota una persistencia terca –por fortuna– en su decir poético muy particular. El discurso amatorio no se afinca en la pulcritud de tipo clásico, tal como se observa en la poesía de Eugenio Montejo, precisa más bien de un apego por el balbuceo, la contingencia y los rodeos de un lenguaje descarnado. Se trata, esta vez, de compañeros de viaje que se funden bajo tinglados improvisados y se distancian en las inclemencias peripatéticas de toda comunión humana. Prevalece el murmullo, el retorcimiento que juega con los miedos y el

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olfato aturdido por el querosén diluido por la lluvia. Los escarceos, por vía dupla –carnal y lingüística–, convocan una acepción picante y cachonda de la nostalgia, en esta ocasión anclada en ese universo travieso y destemplado que es la pubertad (revisemos con morbo la prosa poética “Mujer”): “Tu murmullo hizo el esguince deseado (…) Los sonidos inesperados siguieron hasta que se vaciaron en tu alma. Después te volví a encontrar riendo debajo del tinglado”. Permítasenos citar otro texto poético en prosa, “La muerte de Elpenor”, del brasileño Ivo, traducido por Jorge Lobillo: “Ese lamentable accidente me privó, en aquella tarde, del placer habitual de respirar, junto a las putas de mi ciudad, el olor a jazmín que se anudaba, como un dulce y largo coito conducido por el bochorno, a todos los perfumes del Océano”. Los sonidos lúbricos primerizos y los olores son materia prima para el ejercicio de la memoria, en especial, si se realiza su evocación y reconstrucción por vía lírica. Tratamiento particular de la nostalgia, en ambos casos, que complementa este aforismo de Pablo de Rokha sin comento alguno: “Y, además, que se ría solo y llore solo, y llore solo con la más morena de las colegialas, sacándose la camisa”. Qué decir de “Viejona”, cuyo

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erotismo sitúa la nostalgia en un ejercicio que parodia la necrofilia, ello en pos de un tiempo escurridizo y burlón que fractura el pensamiento y el sentir (bajo la mediación de los mecanismos del olvido): “Las aguas del río me fueron durmiendo entre tus arrullos. Esperé crecer y llegar a tu lado, para ese entonces tu cuerpo estaría descompuesto, definitivamente no pudiste acerarte en mi espera, // He reaparecido añorándote”. Este texto acompaña a Daniel Santos, Julio Jaramillo, Julio Cortázar, Orlando Chirinos y Guy de Maupassant en la línea de indagación que celebra a nuestras queridísimas putas y ficheras, eso sí, con el indecoro que les caracteriza. “Arrebato” es una miniatura textual que pareciera describir a las cruentas nínfulas pintadas por Balthus. No podemos dejar por fuera la trilogía fundacional de la calle El Mamón, pues la pasión oceánica confronta dos paisajes bajo la óptica sagrada del exilio: la aldea de pescadores y la ampulosa Caracas. Si Vicente Gerbasi en Mi padre, el inmigrante lo hace con dos pueblos, Vibonatti y Canoabo, lo cual implica el juego dialógico de dos lenguas; Guzmán, atento también a antecedentes como Bello y Lazo Martí, refunda Cumaná invocando a los guerreros homéricos, los senos

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bondadosos y el pubis fantasmal de Liduvina, amén de la voz matriarcal invocando la esperanza de utopías por cristalizar y el imaginario ardoroso que se acuesta con la Virgen María en Caracas: “aquí se enterraron los sueños de los hombres, pero volverán a retoñar como anhelos, la felicidad se venderá a fardos”. El diario de viajes nos permite regresar a Ítaca de nuevo. Contertulios (2003) es un conjunto poético que hace uso de una lengua salvaje e iracunda que recrea la derrota y la desilusión existencial e ideológica. El soliloquio o el diálogo que la voz propone intermitentemente, nos conduce a un discurso inmediato y áspero en plena confrontación con un entorno inhóspito y oprobioso. No obstante la crudeza de las imágenes (“Engarzo aves de estos ásperos golfos reñidos al oleaje / fraudulentos a la fortuna”), se nos antoja la búsqueda de la iluminación en las tinieblas que forjan las viles palabras embusteras de Dios y los hombres. La existencia de los contertulios, más allá de la Torre de Babel y los mecanismos gregarios del poder, supone pues la levedad de la esperanza que nos redima en tanto comuna: “Recapitulan las sombras / los amplios ventanales se adhieren a la noche / el espectro de

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húmedos horcones / estrega los suelos vidriosos / invertidos / Asentados allí moran sudorosos / antiguos contertulios de la noche”. La nave de los locos persiste en su periplo, descartando por ahora su anclaje definitivo en una promisoria y propicia playa. Las luces fatídicas evidencian la prolongada travesía que contiene el poema breve. Ráfagas de olvido (1994) es el poemario más antiguo de esta colección poética. La expresión lírica es más inmediata, primigenia y romántica –insistimos en su connotación de alto vuelo emotivo e inconforme–, pero esta propuesta constituye la prefiguración y justificación de los libros mayores antes conversados contigo, lector posible y entusiasta por una literatura tocable y conmovedora. La nostalgia se difumina al igual que los barcos de papel que se tragan las alcantarillas, escena recreada desde la perspectiva cenital del cielo que llueve sobre nuestros hombros cansados. Masticamos la vida anhelando días soleados, en la desesperanza de los zopilotes aleteando y escarbando torpemente entre los despojos del basurero. Siguiendo los consejos de Susan Sontag respecto al oficio crítico transparente, esto es ver y hacer ver con placer y detalle el objeto de nuestra consideración,

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recomendamos a los lectores de manera encarecida esta aproximación poética de Nelson Guzmán al mundo que le (nos) ha tocado vivir, ello en la recuperación plena de nuestras facultades sensoriales. Leámosla con el afecto y la camaradería que implica “una erótica del arte”, ajena a la ceguera críptica de los críticos de oficio que se rehúsan a entrar y participar en esta fiesta del corazón.

José Carlos De Nóbrega Valencia, la de Venezuela, lunes 14 de enero de 2013.

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CIUDAD DEVASTADA



Para MarĂ­a Isabel Maldonado desde el tiempo improverbial



HERRUMBRES



Ausencias

Una noche supe que amanecería en tus cabellos. el polvo extendió su fría mortaja, te vestiste como si fueras a un largo viaje, entonces comprendí cuánto te había querido. Los postes se llenaron de aves de rapiña, no quisiste / verme el rostro. Entre tú y yo no habría eternidad, el árnica hizo perder mis ojos entre vapores. Pretendí que me quisieras, pero ya estaba exhausto. Los vagidos de los barcos me hicieron intuir que / aquellas calles sólo eran una exhalación, un día desaparecerías en el polvo de los vientos. Solicité en el cerro Pan de Azúcar el bálsamo que aliviara / mis dolores, emergieron voces que habrían de acompañarme para / siempre. En los caminos no atiné a saber por qué permanecía en / una ciudad que no era como las otras. Aquí todo es sueño, los árboles luchan con el fragor del hastío. Pretendí escapar de mí, no sería posible, estaba hundido en un aljibe macilento. He podido vaticinar los presagios del tiempo.

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Sacudida

La barba larga enroscada y el sayal desprendido anunciaban en el terciar de la tarde la presencia de aquellos clérigos extraños que se alimentaban de zumos insólitos, de maíz pilado y de la carne magra. Nadie reparaba en la posibilidad de una hecatombe, la iglesia seguía allí, vetusta. A las seis de la mañana aquel año 1929 la ciudad quedó en el suelo, los gritos lejanos pidiendo auxilios durante unos minutos no nos dejaban vivir. Finalmente nada se pudo hacer. Los más ancianos elevaron sus súplicas al cielo, reclamaban la ponderación de un Dios que nunca había dado pruebas de amar aquella tierra. Por eso cuando correteamos los caminos en las mañanas no nos quedaba más que recordar que todo había fenecido y que posiblemente tus huesos seguían reclamando la paz del incienso y de la mirra. Tapiados, los huesos de los capuchinos viven el sueño en aquella ciudad inhóspita.

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Aguaceros

Supe de ti cuando las canales de las viejas casas derramaban en las tardes perdidas el líquido que el cielo les ofrecía. Nos encuartábamos cuando avanzaban las sombras que anunciaban la lluvia. El río bataqueaba las piedras contra su lecho, las aves se recogían temprano, lucían exhaustas. Aquellas fueron horas de disipaciones, las serpientes asaltaban los nidos de las gallináceas, la ciudad estaba anegada de tempestades, las palabras de los ancianos se hacían difíciles. Los puercos invadieron las calles. Mientras la noche avanzaba el ruido sacrosanto se profundizaba. Nadie supuso que aquel 4 de octubre de 1968 caería aquella bola de fuego en la mar profunda, se celebraban los funerales de hombres importantes de la ciudad. No se quiso admitir que de la tierra espontáneamente emergían pequeños surcos de agua, era el fin, las aguas del mar se iban lentamente escapando de su cauce natural. Cuando todo aquello terminara yaceríamos tapiados por los barriales de arena, sólo nos quedaba escapar entre los pichigüeys. La tierra estaba abrumada de sed, de orfandad y de historias. Los grillos con sus ruidos nos llenaban de miedo.

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Barcos sepultados

En la espesa noche la tierra sacudió sus viejas / excrecencias. Aturdidos por el sonido del granizo comenzamos a / sospechar del mascullar de los puertos. De aquellas aguas verdosas emergieron barcos que no / tenían destino. Retuve de esas horas las quillas, fui asistido por la / mirada cómplice de los pájaros de mar. Aquel mundo fue desertado. Por allí transitó Pedro Elías con sus hombres en horas de / desgracias. No lo pudimos explicar pero todo estaba apuntado en el / papel de estraza que casi nadie había leído. Simoncito Núñez, nonagenario, recordaba la noche / cuando los cielos se quebraron y los perros aullaron a lo lejos. Las palmeras retozaron con su dolor en silencio. Pablo Ignacio perdería su sombrero mientras aguaitaba / desde una ventana el tiroteo de aquellos seres que esperaban con fe un sino del destino / que los arrancara del presidio en que estaban atrapados. Fueron las épocas de los sueños / desertados, de procesiones silentes, de calles donde no podía existir la santidad, los caminos 32


/ habían quedado enchumbados de sangre, los cuerpos de la invasión fueron lanzados en el / cementerio de sal de San Luis. Desde ese entonces sus voces nos llaman en los / amaneceres. Las mañanas aurorales han de perpetuarse Las aves mañaneras parten hacia el cielo abierto en las áridas tierras diseñan sus piruetas de vuelo. Nada persistirá, sólo nos quedará el sufragar de tu voz, / la estela y la posibilidad de que un día hayas nacido.

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Borrascas

Ecos y borrascas te siguen en los dislates en tus caprichos La bóveda del cielo te regala la pluviosidad amarga, tú / no seguiste mi tiempo fui mordisqueado por perros rabiosos me putrefacté en su boca Insomne quedé debajo de los camiones Jugué al maniqueísmo de la vida A raudales emanó mi sangre Soy angustia de los mares procelados Corrí entre los puentes Me senté en las tabernas a evocar tu voz Me he elevado entre los rascacielos Mis llagas han sangrado antes del contubernio de los días Los colibríes frisaron mi aliento Seguí sufriente como un cristo desconsolado El frontispicio del viejo liceo me hizo soñar la eternidad Soy la fabla Evoco tu hálito Cuento mis costillas espero tu sufragar

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Nunca ha desaparecido de mi memoria el sonido / atorrante de los martillos hidrĂĄulicos sus ruidos no me dejan vivir.

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Buques

Cuando terminé de quedarme solo tu voz relinchó entre las pequeñas colinas volcánicas de aquella tierra rojiza que no daba ni para el recuerdo, ni para la ausencia total. Los buques se desperdigaron en los océanos cargados de piedras valiosas. Mis labios se estiraron, el retorno era imposible. Los difuntos padecieron lluvias pertinaces que le extraviaron los caminos. Tirso buscó su ritmo, un día desapareció en el puente, salía en la esquina de los vientos. Desde entonces lo encuentro en los caminos, en las pensiones. Ha decidido existir en la voz rauda de Cara Cortada. Su silbido tempranero me despierta anunciándome la hora de la escuela, cuando camino por la acera alta lo veo desaparecer entre los callejones. Tirso salta los lodazales dejados por la lluvia, espera presentarse impecable en la escuela, comenzará a contarnos la historia que tuvo lugar aquel 12 de agosto de 1929.

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Caprichoso mar

El mar caprichoso se llevaba nuestra mirada, eran los días de las rocolas y del amor. María Cachón dejaba caer su gruesa sonrisa entre los promontorios de las arenas finas, intersticiales; esa mujer regocijaba mi alma en la confusión de los sueños. Sabíamos de antemano que con la última brisa del aguacero a Rafael Gil se le fueron los poderes espirituales, la ciudad quedó extenuada, solazada con las canciones de Sandro. Te reclamé para mí, te obtuve de las manos de los infaustos dioses de los océanos. La luz achacosa del golfo me hizo comprender que habíamos llegado al vórtice. Salí espantado de las borrascas, las fiebres perdidas se complacían en deglutir lo que quedaba de mi cuerpo. La tarde continuo canicular, los pájaros se abalanzaron sobre los postes, nos decían que algo estaba a punto de suceder, eran los tiempos de las señales extintas. Nadie quiso apostar que advendrían las golondrinas. La escuela primaria de niñas se fue quedando sola. Sin tu mirada la mar se diluyó en las templanzas de los sueños, la brisa me hizo comprender que los horcones de la mansión estaban a punto de desplomarse. Eran los tiempos del circo Razzore, de la potestad del rostro y de los cantos de los grillos. Quedé exhausto ante las tinieblas, me desplomé en el corredor delante de la última mata de malanga que 37


había sembrado mi hermana antes de partir, entonces los gatos y los bachacos me atemorizaban en las noches cargadas de lamentos. El Cariaco vivaqueaba cabizbajo entre la bruma. Por esos días Vargitas hizo el ridículo en el circo de Blacamán, bailó solo, como si estuviera poseído de espantos; Años después de su propia voz escuché; aquel domador de leones me sugestionó, su fuerza hipnótica me expuso a las risas del pueblo, en esas épocas las cosas flotaban sin destino. El orín de los caballos, de los cochinos y de los burros había convertido la ciudad en un almácigo de hojalatas. Los hombres que habían medido el espesor de las olas del mar envejecieron entre las columnas de mármol de los edificios abandonados y silentes, de allí surgían señales mentecatas de personas que fueron tapiadas por el último terremoto, el de 1929. La tierra se los tragó, nos cansamos de buscarlos; sin tener certezas de donde provenían sus voces comenzamos a ladear la tierra sin éxito alguno. Era exactamente un destino, por eso te pedí que no olvidaras jamás a los seres que vinieron del Islote a bailar, no sabían lo que la macabra eternidad les tenía reservado.

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El Porteñazo

Tu voz anunciaba la catástrofe. Los gritos de los hombres eran suficientemente esclarecedores. La tierra se había poblado de sangre. En aquella lejana casa donde nos refugiamos preservamos nuestra idoneidad. En la mañana la radio habló de los muertos. Cantó el gallo, el viejo reloj se encrespó, traquetearon las metralletas y quedaste tirado en la ladera de la Alcantarilla. Las voces mustias bordaron de dolor las exequias. Eran los tiempos de la muerte, del frenesí. Seguía el encanto, desde las lozas del liceo escuchábamos los gritos de hombres que reclamaban clemencia. Cuatrocientos muertos produjeron las bocas de los fusiles, un barrio había sido destruido. Los mechurrios de la noche te buscaron con insistencia. La calle no fue alumbrada esa noche. Los postes quedaron tácitos, todos acordaron que la voz del colibrí debía conducirnos...

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Cenizas exhaustas

El viaje en la gabarra dejó en nuestra piel el olor del agua salobre. En las riberas de la laguna las babas dormían el sueño mórbido que se tiene en los manglares. La plaga acechaba nuestra piel con apetito feroz. Las acciones de la guerrilla continuaban, los luceros nos hablaban de ciudades muertas. Los carretes de la película continuaban andando. En Puerto Cabello, después de la balacera las almas cambimbeaban por las calles. El agua helada era refrescante y sanaba las heridas. Yo marchaba imperturbable en dirección de mis cicatrices. Con fortuna sané muchos de mis dolores, durante toda mi existencia olí a incienso y a mirra. No tuve otra excusa que responsabilizarte de mi soledad y de mis desgracias. Deseo beber hasta la perturbación. Al lado de la ciénega donde me dijiste adiós te busqué en los días posteriores, dejaste en mi piel dolores insondables. Mis palabras cayeron en el vacío pues no podías comprender mis limitaciones. Exhausto de hablarte dejé de detenerte en tu determinación, para ti yo no era sino un vaho mudo y vacío que nada podía sugerir. Por eso corrí entre las penumbras para escapar de mí. Lo confieso no quiero ocasionar bochorno con mi rostro lánguido, sólo pretendo testamentarte hasta el infinito.

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CIUDADES MUERTAS



Espesura

Desde la noche escucho el ruido infinito, calles pobladas / de voces irredentas. El tiempo me sostiene en el aire distante de sus figuras Los acordes del órgano trazan caminos de brumas El quejido de los perros nos hace comprender las / cesuras del tiempo Reclino mi cuerpo delante del infinito, las bondades inesperadas contribuyen a demacrar mi / rostro Juego entre las confabulaciones Allí siguen esos árboles crispándose en su mudez Los días se llenan de cenizas, se horadan mis heridas Al final pude reencontrar los atardeceres El césped me aguarda Los momentos me dispensan la gracia y el fragor del / instante No quiero seguir viendo el enjambre de luceros, allí se / presentan de nuevo las edades Cada atardecer ofrece la posibilidad de caminar / furtivamente, entre voces que nunca han de añorar mi partida. Emerjo entre los listones, me encuentro en los zaguanes, las paredes siguen silentes

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el polvillo marino permanece en ellas como musgo / eterno Nadie quiso pensar que aquel instante sería el último Mis dispepsias hicieron mi vida amarga Envolví mi cuerpo entre los recios cortes de casimir Mi única salvación era escapar entre aquellas veredas Luego me reencontré en la espesura En tinieblas los viejos responsos me empinaron hacia / donde estaba tu voz intemporal Nadie quiso creer en tu existencia Sólo yo era testigo del eco de tus pasiones Terminé encontrándote rascándote la espalda al borde de la oscuridad.

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La crispación

Cuando los goterones de las lluvias cesaron antiguos deseos plasmaron su rubrica en mi corazón. La Rue de Belville me hizo pensar en la inmediatez de días que quedaron suspendidos en la borrasca de los tiempos. Las palomas volaron entre la crispación que les producían los escopetazos. De la casa vieja saboreé el almíbar del jobo de la India. Yo sabía que aquel día y aquellos ruidos sólo serían virutas de estiércol en el trasmontar de las mañanas. Cuando me devolví a la escuela ya no estaban las filosas inyectadoras esperándome, sólo el manto grisáceo de los cielos me ofrecía solaz, habían cesado los juegos a pedradas, olía a bálsamos alcanforados, sólo nos quedaba evitar el vagido de fuerzas oscuras que han querido finiquitar nuestras existencias. El rubor de tu alma inclinó nuestras vidas hacia las lontananzas, allí estaban los caminos, en los cuales quedaron las trazas de excrementos de aves desaparecidas.

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Tiempos de dolores baldíos

Las templanzas de tu voz hirieron la alta noche Los cantos de los grillos lesionaron mis tímpanos En las mañanas de mi infancia fuiste insospechada El asfalto levantó su sino insoportable Tiempo de alacranes de dolores baldíos Cuando las guamas del Manzanares nos regalaron sus frutos la muerte había avanzado con alforjas de oro Cuando la rauda noche te sorprendió supe de la conmoción del miedo Mi piel fue flagelada Soñé en los enormes corralones con las aguas de un río estelar Las varas de las viejas casas se agrietaron El camino de la carretera roja no había dejado trazas Eran los tiempos del frenesí Las rocolas dirimían la alta filosofía en la profundidad / de las noches. Espinoza balbuceaba entre su lengua torpe tu nombre / de mujer infausta Te canto desde las noches que no tendrán referencia Las barras te traerán comprensión Yo seguiré añorando mi libro de Juan Camejo morderé los almendrones hasta que se defenestren Resistente a las hojas de la noche

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y al rugir de los parques solitarios me perderĂŠ entre las sombras de tiempos / incomprensibles Mi alma cabriola en los Studium abrumados de pasiones Forjo las palabras que me expliquen La antigua ciudad y sus callejuelas podrĂ­a ser una / alternativa donde balbucear tu nombre imposible

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Visiones

Tus calles quedaron abonadas de un tiempo / impredecible. No pude entender los cantos de los colibríes. El Cariaco se enhebró entre las estrellas. Prediqué sin que se me oyera. Los árboles robustos me atraparon en la noche espesa. Las cuentas de collar sobraban en tu cuello. Los juramentos fueron a los estancos, tu voz se descompuso sin el menor atisbo de piedad. Forniqué con entusiasmo y logré olvidarte. Caminé entre tierras pastosas. Los barcos fingían con entusiasmo sus lejanzas. Adoré la hoja de laurel. Caminé entre brumas. Atosigado de tanta orfandad un día pregunté por los lugares donde estaban los ungüentos / que curaban el exceso de destreza. Esa noche la luna rauda de mi ciudad presagió / cataclismos. Nadie quería hablar de los muertos que poblaron las / horas tiernas, habité en tu corazón sin comprender los sentidos del / tiempo.

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Días volcánicos, cielos flagelados. Los aguaceros / cayeron sobre los tejados. Anidados de nostalgias imprescindibles comprendimos que no había / otro escape que el mar, suplicamos la comprensión de aquellos cerros volcánicos donde / hacían piruetas el alcatraz y la tortolita. La historia seguía mostrándonos sus trazas amargas, los / campanarios se defenestraban. Nadie tuvo la capacidad de sospechar este presente.

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Recuerdos

Su voz se interpuso entre las varas del antiguo caserón La perplejidad estaba marcada en su rostro. En la pared sobresalía su rúbrica, cargaba su ropa teñida por la avestina, de esa tinta era imposible escapar. Las lluvias anunciaban presagios, tiempos que pretendían eternidad. La película llenaba la sala de un ruido pesado. Los sombreros borsalinos y las lluvias nos hacían presentir el infinito tiempo, eran los años de las hiedras inmensas. La bora destrozaba los ríos lejanos de una ciudad que no queríamos aceptar. Coseché en mis alforjas lochas amarillas. Los saltapericos rojos los vendían en las bodegas del chispero. Joselito se ahogó en el Manzanares, en esa fosa era imposible escapar sin que la muerte asestase su rotundo golpe.

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El terremoto

El mar se escabulló aquella mañana. Cuando el reloj de la iglesia Santa Inés indicó las seis y media y terminaron los campanazos y los aullidos de los perros parecían calmarse, el sismo asoló la ciudad. Acababa de estallar la tempestad del miedo. Desde muy temprano un hombre con capa de color profundo fue avistado en el Parque Ayacucho, daba vuelta en círculos. La gente presumía que algo iba a suceder. Benedicto iba camino a la escuela, el temblor lo bataqueó contra el suelo. No sabía nada, delante de sus ojos las paredes caían. El mar dejó huérfana a la ciudad. Nadie pudo calcular los muertos entre aquel desconcierto.

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Tempestades

De las aguas putrefactas emergemos exhaustos de tempestades y borrascas del tiempo. Frente al lodazal vemos transcurrir la mañana. Hubo días en que pensé que todo había finiquitado, la vida es un reciclar, perplejo de la finitud de las cosas comencé por abofetear las puertas ladeadas que no quisieron permanecer. Risas luciferinas confundieron mi sentir. El viejo Valderrama amarró su perra loba, nos evitaba una mordida, sin embargo el tiempo a dentelladas limpias nos liquidaba, eran días de lluvias interminables. La calle sufragó el andar en tinieblas de las ancianas pisadas. No hubo día más fustigador que aquel que me señaló tu pérdida, miré los riscos del único cerro que circundaba. La ciudad perdida y canibalizada por la tortura de los insectos. El olor del humo de las conchas de cocos nos advirtieron que en las aguas del mar estaba el porvenir y el ayer. No quise saber nada, me hundía entre las tinieblas donde conservaría mi rostro de terror, de ángel y de fiereza inaudita.

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Babazas espesas

Eran las mañanas rutilantes, los vidrios estaban untados de babazas espesas, los gatos relamían la noche. De las antiguas paredes colgaban telarañas. En días de estruendo me encerraba en el cuarto de cartón a meditar. Los niños llenaban sus bombas de carnaval de añil y de limón, encerraban allí olores insoportables, supe que de los balaustres de las ventanas emergían rostros mortuorios. No quise contar de nuevo tu historia, en el resquicio de la noche alguien dijo que la calle había quedado tapiada con aquel fuerte impacto, los temblores inusitados nos mostraron la lava volcánica, adentro de la corteza terrestre daban vuelta sustancias limosas que hacían presentir que era el fin, no quise saber más y volteé mi ojos hacia el mar que partía hacia el horizonte, eran horas difíciles en que todo era confusión. Sólo quedaban los responsos, los cráteres y las desventuras del alma, supe que Cara Cortada estaba en la ventanas de los sueños. Los delirios de mi abuelo olían a pólvora. Esa mañana baje a la escuela Federal, escuché el sonido de las vitrolas, de los catres y de los petates quedaba muy poco. La luna aún no se terminaba de ocultar, disfruté las últimas quejas de la mañana, no quería llegar a mi destino.

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Escombros

Carmen tus tiempos apretados de escombros me dijeron que el camino estaba lleno de musgos y de batallas. Terminé reencontrando tus vocablos entre las piedras de las quebradas. Barcos y voces de leprosos extintos quedaron confinados en el vetusto hospital Alcalá. Las aguas del mar llegaban a las puertas del leprocomio. No quise que el tiempo me arrinconara, aquellas aguas disiparon los cantos de los condenados. Cuando cayó la noche te reencontré sentada en las tinieblas. Eras eterna e improverbial. Los sueños consintieron en guardar sus deliciosos aromas. La ciudad no quiso dejar de lado a sus sentenciados. Todos confiaron en el destino, sin embargo la peste, la fiebre, los escalofríos, el paludismo y la disentería anunciaban el fin. Vivimos la edad de la gripe española, de la langosta. La muerte se apiñó en el viejo tamarindo, allí continuaba la voz de Pedrito López murmurando y maldiciendo. Presentimos el tiempo en que la muerte lo abrazó. Época de coraje, de ratas guindadas de los ramos de aquel árbol cuatricentenario. Después vendrían los ciclos de los bolombolos, del gurrufío, de las metras, y de nosotros mismos.

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ESPANTOS Y DÍAS PERDIDOS



El escape

Las noches de aguacero guardaron la última reverberación No pude decir más nada. El mercado seguía horadando nuestras almas. El sol era rudo, amé sin prisa, nadie me esperaba en las ventanas, sólo tu rostro cetrino dijo que era imposible continuar con las pesadillas. Una noche de luceros ásperos te busqué entre las tinieblas de mi vida, los riscos no me dieron otra opción que escapar. Los pájaros de la tarde comenzaron a atormentarme. Eran sencillamente las aguas del Manzanares que nos convocaban desde los tiempos lejanos, quedamos retenidos en épocas remotas, en esos tiempos todo era desesperación.

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Estrellas fugitivas

Estrellas fugitivas circundan la noche Supe de mis desmanes Mis caminos me reclamaban los mástiles de los barcos abandonados no me son indiferentes Sólo quedaba la sala y sus piedras de sillería El castillo era un sueño Nadé en esas aguas verdes llenas de fuerzas El limo era liturgia y soledad Tomé la palabra Defendí el pasquín y la forma mitinesca de expresión La destreza del mar nutría mis sueños Por las noches escuchaba los escopetazos, me cegaba la furia Tardíamente viajé a las profundidades de tus mares Enarbolé tu voz Los playones estaban exhaustos de lava y estallido Jugué con el detritus volcánico de la erupción El circo Razzore era una forma de ficción que tropezaba / matinalmente Jugué al silencio, tomé los antifaces de los payasos Los barcos abandonados eran chatarra las noches, estrellas fugaces, sorprendían mi / imaginación me aterraba no encontrarte al amanecer

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Anich

Noche de altos piélagos Abrumados por la niebla de la ciudad los antiguos arrieros desflecaron sus voces El tabernero empinó su jarra de cerveza La alta noche se irguió con los sonidos implacables fueron tiempos idos Antiguas majestades reaparecieron para decirnos que los ríos seguían allí En la lejanza las grutas de los espíritus se mostraban macilentas Los tiempos de Anich fueron invasivos Busqué el sortilegio en el vino Montrouge vaticinó el silencio A lo lejos las casas columbraron entre mis espejuelos Las mañanas gélidas siguen retozando en las destrezas / de mi alma Una mujer envuelta de sapiencia escarba el basurero Entre la luz del tiempo y una recia luna voy comprendiendo que estoy hundido en tu alta noche Nadie me espera al otro lado de la calle Los trenes suenan me estremezco Las mesitas rojas de la ciudad bordean la acera Sigo de largo entre mis tinieblas

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Fundiendo y repasando la forja de tiempos desvanecidos tropiezo los trapos y alfombras contengo el vendaval Solo habito entre tinieblas La tarde de un domingo desaparecido me regalaste bellos sueños de estrellas Perdí tu voz Las puertas se doblegaron los picos de los pájaros consumieron los horcones nada pudimos hacer Anich los buses nocturnos me hacen perder el rumbo La piel se me cuartea en una ciudad hundida en su / tiempo infinito El cielo está invadido de una lluvia fina nos sobrecoge la paz Oigo los responsos de los curas Los barcos de un río lerdo y fantasmal hunden mis sueños en el tejido espeso de las brocantes Las enormes iglesias aplastan mi percepción Me refugio en los sueños de Monsieur Till las luces que me ofrecían tranquilidad se atascaron Till desanda sus pasos acompañado del vino cada quien se esfuerza por atrapar lo mejor de esta / noche gélida Es Navidad Los mercados aparecen arrasados yo sigo evocando mi memoria

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Desafueros de la memoria

Las horas caprichosas del mercado se siniestraron. Por los desaguaderos de la vieja casa caminaban las hormigas, tenían la cola gruesa y llena de una tinta roja. Coseché sus cuerpos extintos entre las lluvias glaciares, todos creíamos que aquellos animales eran útiles para mejorar las micciones de los ancianos. En la vieja casa los insectos caminaban entre las musarañas, columpiaban sus fatigas lanzándose al vacío. Las excrecencias estomacales de aquellos seres sepulcrales hirieron las paredes del viejo hospital, niños desamparados, sin destino. El camino no conducía a parte alguna. La voz de Ñito era pesarosa, la garúa le trajo al alma malos presagios. En el corralón encontraron una mano enterrada. Alguien dijo que sería el último amanecer de Petra Sánchez. Los ancianos enfermos no resisten el cambio de luna. Cuando nos percatamos los años se habían deslizado entre las chamizas, las veras de la casa estaban recurtidas por el tizne del fogón, no había nada que hacer. La luna seguía gruesa, de invierno, el canto de los pájaros asomaba la tempestad. Las oficinas del correo cerraron temprano, los goterones nos abrían surcos en el alma. El alféizar de las casas tenía un bruñido para nunca olvidar.

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Cuando conocí las ciudadades medievales supe de la importancia que tenía del viejo río vecino a las calles de mi niñez, para entonces era tarde, los caballitos valientes no estaban, el palo ensebado era una ficción, fue entonces cuando hundí mis ojos entre aquellos hierbazales, en las mañanas pasaba rumbo a la carretera roja, recuperaba los caracoles enterrados que en algún momento el mar había arrastrado.

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Laudos de los días

En la incertidumbre apreté tu cuerpo contra los / balaustres. La réproba mirada dio cuenta de mí, no te creí cuando me dijiste que de la soldadesca que nos había visitado sólo unos pocos quedaban con vida. Amarré la ruana a mi cuerpo, el frío de los glaciales / descendía entre las nevadas, los animales salvajes resistían. Tu piel de mujer me convocó a rememorar los trinos de / pájaros perdidos Me negué a seguir existiendo entre los recuerdos de días / exasperados. Yo sólo pude atinar a desear tu cuerpo, tus olores a pócimas milagrosas enhebraban mi dicha. De niño te perseguí entre las sábanas que dejaban al / descubierto tu desnudez. Tu cuerpo de melocotón exasperaba mis sueños, quise / poseerte en las olas de la mar. Vida de fisuras, canto cerca de las estrellas más / próximas. Sin vergüenza aspiro tus tardes, en el frescor de tus mañanas satino los brocados de tus / ropas,

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s贸lo queda enarbolar, aclamar tu nombre, saber que no me has borrado de tus emociones, contin煤o entre los riscos de tu lenguaje improverbial.

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Cerros fisurados

Los cerros fisurados anunciaban cataclismos. Los gatos relinchaban en el suspenso de aquella atolondrada noche, todos se reclinaron alrededor de la cama de Valdemar, allí estarían hasta que amainara la lluvia. El cielo sonaba como si se fuera a desbarrancar, yo estaba preocupado por el destino de las hormigas, venían merodeando la noche entre las ventanas. En la sala el pickup sonaba como si no fuese a amanecer. Las matas de coco bordeaban las carreteras, pájaros de distintos plumajes socorrían la monotonía con sus gorgojeos. Yo debía arrancar de mi alma la idea del último día y de la finitud. Tantas horas bordearon las tristezas que no tenía razón evocar a aquellos personajes que vieron las pelotas de goma de los niños perderse entre las paredes. El agua salobre era el recato de las horas muertas. Soñé con las arenillas de las paredes encaladas, los pisos guardaban una poesía incierta. Emira sólo era un vocablo de amor venido desde lejos. Mi demencia me acompañó hasta las noches enhebradas de espantos. Los días de las lluvias estivales fueron quedando borrados, estuve envuelto en situaciones que no pude descifrar. La edad de las peonías y los sueños infinitos habían aruñado el firmamento, desatinado e inconcluso

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decidí guardar las evocaciones, para entonces estaba convencido que el pasado emergería de nuevo. Borrascas de vientos se agrupan entre los árboles de mi vieja ciudad, desde entonces no he podido saber de las historias de las que me hice heredero. Las cortinas se fueron imponiendo en los cielos, eran el anuncio de sueños reveladores y de lluvias torrenciales. Lo sabía, los diques serían desbordados en esas tinieblas, entre esos mantos de sueños grávidos y perentorios sólo quedaban los rocíos. Éramos limo del olvido, olas salobres del mar infinito, de ese en el que nos hundiríamos.

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Los faros

Los faros nos llenan de espera las aves bostezan entre las olas El día ha caído del plomo El aguacero zigzaguea entre las aguas Los colores se degradan en el silencio cada uno es su orfandad La majestad de tus evocaciones conturbó mi alma No soy más que frenesí mirada desvanecida y ensenadas de espantos. Estuve cuando los días se apoltronaron, Cuando nada se podía hacer clamé perdón a los cielos La conciencia era inútil daba llorar igual en la iglesia de San Bartolomé o en la / de San Eustacio Me iría al lupanar a apretar las rosas de otras tardes Nos se anunciaban emociones Las bandadas de aves torturaban los sueños

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El olvido

Tu voz me dijo que en ese antiguo edificio divagaban los / leprosos. Las aguas del mar sólo eran un pequeño solaz, nadie / albergaba esperanzas. Los barcos que navegaban entre las espumas se / encaminaban hacia el final. Comencé a saber que sus almas estaban llenas de / cicatrices. Las rocas comenzaron a resquebrajarse, la herrumbre / demolía a pausas aquellos bloques de arcilla. Figuras reaparecidas reclamaban sus galeones. Los viejos soles petrificaron las voces. Los piratas dinamitaron aquel lugar En los días de brumas y cataclismos reaparecían las / ruinas de los castillitos. Mis añoranzas amainaban los soles que abrazaban la / tierra.

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Pasión oceánica

Nadie quiso seguir apasionándose, las tierras estaban sembradas de tragedia. En la bruma las miradas lograban divisar los acantilados, esas rocas terciarias que se habían quedado para siempre en mi memoria. El mar redoblaba por las noches su responso. No se volvió hablar de ti, el charco invadió los manglares, olía fétido, intuimos que aquella sería la última vez. Los tahúres tamborilearon los naipes sobre la mesa, la embarcación seguía sufragando de su vientre aguas verdosas, llenas de limo. En aquella geografía sin rumbo, sólo lograba calmar mi espíritu el giro de los alcatraces. Tú habías dicho que el tiempo nos sobraba, yo corroborada cada día que sólo los lamentos de las arenas eran nuestro porvenir. Los moluscos buscaban asustados sus cuevas, los bloques de aquella fortaleza fantasmal nos hablaban con propiedad. Éramos pruebas silentes de una época. Los espasmos estomacales de mis tíos seguían hablando de una ebriedad infinita, en aquellos días eternos los almendrones eran mi única potestad. Cuando busqué en los pueblos perdidos del litoral mis trazas, me percaté que el oleaje había dado cuenta de mí. Las orillas estaban repletas de cocoteros, las uvas de playa nos preparaban para rumbos nuevos.

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Sólo debíamos resignarnos a soportar las constelaciones, no habría otra resignación, ni otro paraíso que aquel lugar poblado de chatarras de mar y de aves extrañas que flotaban sin rumbo.

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MIEDOS ANCESTRALES



Eternidad

No supe qué me perturbó los ensueños. Cuando apareciste las alacenas se desvencijaron, mi madre me recordó que ya era muy tarde, la noche nos mostraría sus capuchas. Yo debía disolver la pintura que había manchado mi cuerpo, el caserón con sus mesas rejuveneció por mi empeño, las nuevas épocas comenzaron a aproximarse. Aunque Luisita no lo sospechaba pensé todo el día en ella. El tiempo terminó por extraviarla entre las borrascas. A Guate E’ Gallo las tinieblas le traían recuerdos horrorosos, tan malos que las paredes retenían la tristeza de aquellos fragores y recordaban las batallas. Las peonías golpeaban el cemento de nuestros sueños. No habría otro mañana que esta ebriedad. Cuando Pichilinga abrió sus baúles la adolescencia nos había sorprendido, de sus cofres emergieron los papeles del Barbudo y el origen de las manías de Simón el Loco, desde ese instante comencé a saber que esa ciudad no podía salir de mí, busqué verdades que estaban prestas en los rincones, en los zanjones, en las brumas del mar encapsulado, el tiempo había tardado en mostrarlas. La langosta iba a acecharnos, los golpes de la erupción del volcán de Guadalupe, sus chamizas teñían nuestros patios. Los miedos nos invadieron, frente

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a nosotros estaban los pequeños cerros caprichosos recordándonos que posiblemente no habría eternidad, éramos hijos de un barro cenagoso, de una ciudad condenada donde el viento se arremolinaba en angustias. Un día sospeché que desapareceríamos con el responso de los capuchinos.

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Los asaltos del tiempo

Noche profusa, en tu vientre se disipa la bruma, las aves se empinan en los altos torreones. El mar es canto poderoso donde emergen coléricas antiguas deidades devastadas. Yo te evoco desde el cielo ladrillado del golfo de Cariaco. Para ti sólo existe el trinar del universo. Las laceraciones se enconaron, los hombres olvidaron sus destrezas y nadie más supo de sus cadencias. Rió entre las soledades de las sabanas. Las voces extinguidas de aquellos hombres nos llaman cuando cambimbeamos por las calles horadadas de sol. Juramos al costado de los vapores que la vida sería otra. El miedo a veces se aposenta en nuestros huesos, sólo lo saben estas ráfagas de viento. He buscado entre las brumas, en la lajeada tierra no hay sino sol, los límites se han desvanecido. Juego al ayer, entre los recuerdos rueda la borrasca. Los cerros han comenzado a siniestrarse. Nadie ha podido saber de lo efímero. El mar nos salpica, evocamos los sortilegios desparecidos y a nuestros compañeros de andanzas. Los tiempos derruyeron los hilos de fraguas centellantes. Sólo anidamos entre las voces, son las que se han negado a perecer.

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Escombros

Noches perdidas entre los olores de vieja ciudad. Por las calles, al amanecer, los borrachos escuchan el / responso del ancestral río. El tiempo ha estrujado las sombras. Las lunas anteriores prometieron testificar vidas que ya / no responden sino al horadar de tinieblas que han ido agazapándose detrás de / las aguas. En las tardes, cuando la luz comienza su declive, las aves invaden en remolino nuestras almas, todos gritan hasta la saciedad su desencanto con el día, se ha disipando entre las caracolas y el ancho mar. Mi alma deambula entre las dunas y la vegetación / serófila, detrás de las piedras siempre están los cascabeles / acechando. La tarde ha terminado por enseñarme que no somos / más que ventiscas. El polvo ha terminado diseminándose en nuestra sangre. Te prometo que ya no bosticaré más improperios, nada ha sido más insidioso que el canto de estas / extrañas aves de mar,

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nadĂŠ aguas adentro sin encontrarme, tomĂŠ del suelo un cabo de tabaco para terminar de / disiparme, supe que no somos sino una exhalaciĂłn, un momento furtivo.

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Tiempos idos

Los días en que decidiste desaparecer comprendí que / era posible el perdón Desde entonces estos pájaros y las musarañas de los / tiempos ácidos me han hecho comprender que no habrá eternidad. Las calles me dejaron impávido, supe de ti tiempo / después, nada existía. Mi impaciencia me había hecho entender que éramos / otros. No entendía mis pasos, mis vehemencias fueron / pasando. ¡Oh surcos de la tierra!, pálidos rostros que no volveré a / recobrar.

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Mañanas de nadie

No existías, eras sólo el estambre de viejos sueños. Los días de los almendrones fueron volviéndose equidistantes. En la saliva de los antiguos seres vivías garrafalmente perezosa. Rojos techos de casas perdidas denme los mechurrios de las tardes. Yo enarbolaré mañanas que no serán de nadie. Sólo tú te has atrevido a vociferar a los muertos. Para ese entonces yo era como los panecillos del Castillo. A ese condumio de sal, de harina y de hambre los llaman tipos. Las últimas bolsitas de tipos que estaban sobre el mostrador se las comieron los pajarracos. Por entonces supe que existías, los puños de Darío Carrucan pusieron la seriedad esa noche. El edificio Cabrujas no daba sino para hablar de golpes. Ese día yo vi como el Orlando García se enguantó las manos y se cubrió el dedo medio con el viejo anillo de oro cochano de su bisabuelo y vapuleo al distrital Cuando me volví a recuperar no era sino la fragua y el olvido de tu voz. Te amé, te perdí en el silencio de mi voz, no podía pensar. Desde entonces aprendí a buscarte. No existió otro remedio que implosionar los días ultrajados. Esa imagen que me ofreciste me dejaría

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huérfano. Sólo tu voz y los efectos de la áspera calzada me harían comprender para siempre que eras una mujer improverbial.

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Memorial para Orlando Guevara

La tarde rodó presurosa. Como en el pasado cada quien diseminó su verbo. Me percaté de que todo estaba en trance de expirar. Entonces no pude hacer más que reunir los vientos que habían escapado de mis manos, para ese momento la muerte comenzaba a convocarnos. Orlando, tú habías caído en el pozo de los días. La ciudad te devolvió tu penumbra y tu eternidad. Las tejas mostraron su antigua vehemencia, intenté recuperar las fundaciones de los días displicentes, aquel lugar nos dejaba sus muecas en el alma. Los sonidos del órgano de la iglesia Matriz Victoriana nos fueron diciendo que aún vivíamos, no había porque seguir hablando, los instantes se habían quedado allí, sus retaliaciones fueron dadas por la permanencia. Para ese momento escapé entre las brumas, otros tiempos convocaron mis huesos, había quedado raudo, sin más cavilaciones que la de pertenecerme. La luna se fue atornillando sobre nosotros, intentamos burlar las laceraciones del tiempo. Las viejas figuras del pasado merodeaban fantasmales, el eco de una límpida madeja de vozarrones nos hizo notar la melancolía en el rostro, aún no terminábamos de vivir.

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En el alma nuestra se guardaron los recuerdos. La casa antigua de lo que había sido nuestro lugar de solaz quedó flotando en el lenguaje preterido. Somos seres intersticiales, madejas de tiempo. Ya vendrán los días en que sólo seremos ausencias, voces extintas, ramalazos de un tiempo eterno y sin vacilación. En ese instante aguaitaremos la ciudad desde su lado más lejano, el cerro del Calvario.

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Profusión de mar

Los ruidos de una noche profusa mostraron tu rostro, estabas allí emergiendo de los Cayates, hija de los disturbios del mar. El fragor de las aguas oceánicas erosionó el hierro de tus naves. Tus barcos son flema de yodo, de disolución y de olvido. Nadie quiso el río zurcido de tus emociones, sin embargo pespunteaste mi alma. Cargo desde ese día magistral tus viejos anhelos. El musgo de las piedras indistintas del planeta lanza sus borrascas a la orilla, desde ese instante tengo vocación de universo, las piedras de los destiladores calman mi sed. Los barcos no quieren atracar existen sólo en la evocación, tu voz me ha dicho que no podemos defenestrar los sueños. Lanzas de tiempos idos han llegado a mis manos, te busqué entre las sombras de mi antigua y extinta casa, estabas en los horcones, en el dislate de las hormigas, comprendí la importancia del olor de los cedros, canteras de duraciones no decididas a abandonarnos han atrapado mis palabras pasionales. La plaza de tu pueblo evoca muchas cosas para mí. No he podido comprender la deshojación de las plantas, mis palabras reclaman para ti el aleteo de las aves, entonces te nombro, desciendo a la ebriedad, mis tinieblas se han ido disipando, nos ata el frenesí, las estrellas hablan a nuestros oídos y sigues allí como

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una estatua emergida de los silencios y forjada en el estruendo de las palabras; te hicieron antiguos dioses que se fueron hundiendo entre las fraguas de nubes y aguas. Debo acampar y abrevar de los temblores de tu corazón. Desde los tiempos desvanecidos intuí que un día vendrías por mí, entre las calles de viejas ciudades europeas sospeché de tu latencia, pero a decir verdad estabas más allá, eres hija de mis voces infantiles. Entre los suspiros del yaque sentí tu trepidar. Nadie más que yo puede reclamar tu destino, los hilos de tu voz toman mis sueños, encuentro entre los cristales de las rocas templos dedicados al furor, no existen sordinas, los aguaceros son capitales. Los ríos cristalinos disipan los lodazales, tomo tus labios frescos, me pertenecen las emociones, adoro diosas que no han sido castradas, las piedrecillas de esos caminos son dúctiles. Las vergüenzas de aquellas mujeres no han sucumbido ante las hojas de parra; sólo son deflecaciones, candores, nostalgias de la brevedad. No seguiré tocando los portones de las noches, me asiste la fuerza, la fragua de antiguas religiones que evocan el amor y la eternidad.

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Tinieblas

Con el escozor del espeso sudor sobre mi piel penetré en esas calles que configuraron las tinieblas, desconcertado descendí a los sótanos poco ventilados e invadidos de una arenilla escabrosa que maltrataba la piel, clamé a los cielos e invoqué tu candor. Los gallos de los vecinos han lanzado su canto al caer la noche, todos coincidieron en que los mechuzos quemaron las paredes sin ninguna otra alternativa, aquellas piedras rodantes y centellantes llenaban de greda las calles. Resistimos estoicamente la invasión de roedores que se habían venido del río por las alcantarillas, quise huir no había alternativa, la ciudad estaba invadida de frenéticos animales, las paredes de las casas fueron cubiertas de un polvillo salobre y horadadas de colores extraños. Nunca quise encontrar entre los baúles las antiguas banderolas del tiempo en que la fe me llevó a tatuarme en mi pecho tu rostro sibilino, supe que no podía soportar las laderas inciertas donde mi vida pendía, eran las disquisiciones los tiempos inciertos.

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Tugurios

Los sobresaltos e injurias me hicieron comprender que los raudos caminos que había recorrido habían sido infames. Tomé el bus hacia un destino incierto, no era posible seguir avanzando, la alta noche me lo impedía, el camino era vidrioso, había llegado al final. Las puertas de las casas dormían en los lomos de la noche cetrina. Los perros se meaban sobre las cortezas de los árboles. Nadie dijo esa noche que otra vida comenzaba para mí. Bartolito no había muerto y Ramón crucificaba las noches de estruendo con sus responsos inesperados.

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DESPENSAS DE LA NOCHE



La memoria

Tus golpes golpearon los barrotes Se desató el sobresaltó No quisimos continuar leyendo los viejos periódicos Habíamos concluido que las tardes escarpadas finalizarían cuando los soldados de aquella guerra disiparan su hastío El sol se iba extenuando en las tardes de golfos perdidos No sé por qué te amé Te quedaste hacinándote en los recuerdos Eras una niña de armadores bruñidos Y de zapatillas que se extenuaban entre los aguaceros La vida me lanzó al sobresalto No quise volver las distancias eran infranqueables Estaban llenas de espantos

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Las despensas de la noche

Amé las despensas de aquella noche que me ofreció tus muslos. Mascullé tu pubis con apretujones siderales. Pasé del éxtasis al asombro. Qué más hacer sino pensar en las ventanas, en los gatos que maúllan tu ausencia. Impávido escogí el sendero de tus ofrendas y te convoqué a la liturgia, al sexo. A lo lejos los eucaliptos señalaban la finitud, nos hablaban de épocas extrañas, en ese tiempo nada supe. Solo aspiré a tener tu aroma benefactor. Tu mirada certera me condujo entre la niebla, de los arrullos emergió el deseo. Sonrisas fenecidas de mujeres épicas convocaron mis ausencias. Tus cabellos se enmadejan en el tronar de los riscos. Para ese entonces nadie pudo saber de tu significación. Soy los poros de Dios. La piedra de sillería calma mis dolores. Cuando la lluvia comience a clamar los lejanos responsos estaré allí, sobaré tu lomo. Aves extraviadas vendrán hasta mí, preguntarán por ti, las uvas de mar atestiguarán con su dulce líquido que no todo es desierto. Las montañas guardan sus silbidos, los peñones de las tierras áridas nos marcan el sendero. Sólo quiero tu frenesí. Tu amor bardo de mujer impía alivia los dolores de este mundo. No merezco el olvido, estoy convencido que pervivirán la destreza de tu voz. Los cantos de sirena han

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merecido la ausencia como una eternidad, por ello asisto al canturreo del polvillo de tiempos fenecidos. La vida predica atardeceres. Los diapasones del espĂ­ritu me darĂĄn las mieses para encadenar tus trinares. El holograma de la tarde me hace desaparecer entre el ronquido de los sueĂąos. No olvides mi voz. Emergiste de luchas que un dĂ­a tuvieron su esplendor.

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Brizna de sueños

El día que te dije que no vinieras recién había llegado de / las profusas montañas. Lupe Balazos se quedó entre las briznas de mis sueños, el carro de su padre nunca regresó a aquellos parajes, en esos días pensamos que nada tenía fin. Jugando entre las arenas y el caliche de los ríos se / fueron levantando nuestras vidas. Cara Cortada había sido solo un instante Sus delirios nos despertaron en el traspatio No sabíamos de los tiempos inéditos Ninguna dificultad había sido más grande que nosotros Nada podría defenestrarnos Entre ovillos de tiempo he vuelto cubierto de las noches / que nunca han debido abandonarme Entre los bazares escucho el vagido de los tiempos Tomo tus zarcillos, huelo tus pulseras Yo sé que sólo pertenezco a una extinta ciudad de mar No has debido desaparecer Te he buscado en los mabiles De ti sólo poseo la ausencia Tomo una copa de un anciano vino Y ya no sé de mí Entro en las tinieblas

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Te busco, te olfateo, sólo encuentro el valle árido no hay trazas, te perdiste entre los musgos de los ríos Yo soy el lamento del tiempo Soy una dulce imprecación de las tinieblas Te busco en el desenfreno de los días que no / conocerán final.

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Deambular

Desde el zanjón la tarde mustia me enseñó las armas de / la ciudad Caminé sin sosiego buscando la bola de fuego de la / noche anterior Pensé que era sólo la incandescencia y el pensamiento Las calles mostraban sus recuerdos Yo no era sino un testigo en las tinieblas Viví en las viejas casonas del centro de la ciudad Sabía que aquella era una tierra imposible quizás sin importancia Fue entonces cuando decidí acorazarme Perderme entre las olas y su cabriolares La arenilla hundía mis pies Jugueteaba con aquel polvillo seco y firme Los orígenes estaban allí dilapidados entre los recuerdos Estas son las tierras del loco Zerpa Deambuló entre las callejuelas amó las matemáticas, relevó la importancia de los / sonidos del piano Hubo muchas historias guardadas en nuestras almas con / desidia Julita su madre nos habló de él y su afición por la / filosofía

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Fue por eso que el pueblo lo guard贸 entre su verbo La memoria suya fue la fundacional Esos fueron los tiempos eternos e irreplicables

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Lajas del tiempo

Los puertos evocaron épocas preteridas. Los dislates de mi razón me hicieron comprender que a pesar de la precariedad de mi voz y de mi soledad silente seguía escuchando los grillos perdidos. Los caminos continuaban siendo de lajas. Los árboles del jardín sevillano de mi casa emergían como vidas rotas. Roberto, mi primo, cazaba las moscas durante todo el día. Las tejas de la vieja casa convocaban a contemplar los goterones de aquellas lluvias que eran cataclismos. Los animales vivían la caprichosa convulsión natural, esos tiempos existieron para no permanecer. Mi vida estuvo hecha del soslayo y enhebrada por las carreras de los bachacos. Sabía que al final habría notoriedad. De noche los tejados temblaban, los gatos huían, los truenos fantasmales anticipaban este presente. Allí quedaron las estancias vacías. Eran las épocas de los cajones atestados de libros, los aguaceros nos dejaron congeladas en los labios muchas preguntas.

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Casas solariegas

En mi casa solariega en las tardes las palometas volaban a ras de tierra. Antiguas visiones se desplazaban en los días invernales, ya nadie estaba, sólo escuché voces. El ruido del mar defenestró el silencio profundo. Las tejas nos ofrecían el solaz, Clara gritó, a mi hermano le faltan el aceite alcanforado y la belladona. La noche había sido larga y profunda. Nadie quiso reivindicar las ideas expresadas en los manuscritos olvidados. Se luchó en Chiclana. La tierra se tasajeó a pedazos. El sol era un dardo siniestro que no podíamos contener. Las tardes caigüireñas habían arañado mi alma. Proclamamos entonces entre las lamparitas de la noche que el mundo no existía. Volvimos al limo de los mares preteridos. Se desenterraron copas con antiguas inscripciones. Reconstruimos pedazos de lápidas tasajeadas de tiempo, expurgamos los sueños de aquellos días en que me prometiste la eternidad.

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Absurdo

Cuando me dijiste que no habría absolución Terminé de comprender el valor de lo absurdo Estiré mis brazos Acentué tu nombre en las pizarras Golpeé certero con mis botines las sombras Estuve más allá de mí mismo Con mis fuerzas derruidas empujé los hondos vacíos Como el fablistán que soy diserté sobre asuntos / incomprendidos Desde entonces halago los responsos de las noches / profundas en mí habitan los residuos de los amaneceres Por eso cuando dijiste que acallarías tu voz te pedimos paciencia y resignación

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Acantilados

Los augurios desenfrenados de tu alma me hicieron / vacilar Navegué en silencio en tu mar proceloso Saltaron los acantilados Los grillos anunciaron nuevos días Por ese entonces murieron las chicharras En el mar de mis sueños tomé el autobús para llegar a / las puertas de la ciudad No había escape Mi miedo rotatorio dio cuenta de mí mismo Vaticiné imprevistos La ciudad no era más que eso oscuranas profundas Cuando regresaste montado en tu alazán evoqué en mis sueños el ungüento de Jesús el cautaro restañaba mis heridas desde ese largo tiempo comprendí que no habría final

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Artificios del tiempo

Nadie quiso comprender que yo era la greda Y el resplandor de una historia que no podía acabar La coquera me obnubiló Viví entre historias que no conocían fin Cumaná encontré en las laderas de tu vientre a tus condenados Zerpa estructuró el tiempo incomprendido Vivíamos acogidos en una lengua que era la nuestra Cuando todos quisieron convencerme que nuestra vida se había extinguido entre las piedras Levanté mi frente con coraje Y evoqué tus rumbos Los crisantemos de nuestro patio fungían como testigos / imprescindibles El huracán estaba a punto de tocarnos las puertas Una veintena de años habían sido suficientes para / trastocar el silencio Por eso, desde acá En tu propio silencio Me contagio del heroísmo necesario Para defender esta plaza No tengo puesto de combate Cuento con mis cauterios para sobrellevar la noche Y alabo tus responsos de piadosa católica

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ESTREMECIMIENTOS



Lupe Balazos

Los tiempos cohabitaban en las viejas fotografías, burdeles extinguidos fabricados de piedras de canteras, cuando quise tu majestad las laceraciones nos hablaron / desde una voz inexistente. Entonces tomé mis bafles, hablé en lenguas lejanas Nadie quiso saber más Aquel encuentro era el último Todos marchamos en el entusiasmo de días que se / sumergían como una eternidad Desde ese momento los amaneceres me mostraron la / escoria de la ciudad La espuma de las cervezas nos haría saber que el / entusiasmo seguía siendo infinito. No volví a preguntar por las noches risueñas Todos seguíamos cargando con nuestro propio espanto. Lupe Balazos calmó la tristeza de las encinas El rojo aladrillado y las ventiscas perdieron mis pasos Sólo en las noches crepusculares he podido encontrarte diciendo que la luna te espera se va extinguiendo tu voz Entre los riscos te traspapelas en medio de los espejos Pensando que las mareas te pertenecen crees en las / metáforas

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La dura delicia de los barcos son el escalón de tus / apariciones El lodazal nos vuelve a recordar que estamos ante los / días, las ciudades se han deshecho lanzo mis voces perdido entre las piedras Entre la ruptura de las piedras calizas pienso Todos tenemos derecho al desconcierto y a saber que sigues rastreando entre las alfombras de la / noche El carro de tu padre me hizo feliz y sufriente Cuando desde el vértigo de madrugadas irrepetibles te / marchaste Para no dejar sino tu aliento y tus visitas inesperadas Como actos irrepetibles desapareces entre las cascadas / de las sombras Cuando las moliendas artesanales comienzan a planchar / la brisa te esfumas Comprendemos que es la mañanita otros estrados seguirán dándote la permanencia a lo / lejos

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La fragua

Perduran en el borde de nuestros abismos viejos cantos desaparecidos. He ido buscando el grito de los grillos y la fronda de días que nunca han debido extinguirse. Cuando dijiste que las salobres aguas destruirían aquellos bloques de arcillas comencé a enrojecer y a comprender que ya la noche residía defenestrada. Los perros nos han asaltado en los caminos. Víctima de las ventiscas se peló el matapalo. En la playa se consume el tiempo que le habíamos concedido a nuestros fantasmas. Los espectros se reúnen en viejas noches pretenciosas. Los postes nos dispensan sus fraguas. Aquel soldado que me pidió el agua cayó abatido en nuestra puerta. Estaba degollado, imploró el consuelo. Supe de la frivolidad, de estos castigos torrenciales que nos merman y que van condenando nuestros cuerpos a las cenizas y a las noches derruidas, oscuras, sin residuos. Cuando decidí apertrecharme con tu voz hasta el infinito, Dios estaba exhausto de su creación y del trepidar de lugares frondosos. Las aguas se desbordaron, nos hicieron comprender que el mañana era una simple ilusión. Desde entonces te veo, te olfateo, desapareces entre las sombras. Los trozos de mí se esparcieron. He

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vivido en las sombras padeciendo tus nostalgias. No he empuñado las armas. Mi voz ha sido el cavilar Engullo el tiempo. Todas las mañanas del mundo tomo el rancio vino de vasijas. Dionisos me atrapa, es la vid, el esplendor, la reverberación de los dolores, Por ello te evoqué en mi silencio, cavilé con mis fantasmas, regresé a los viejos corredores. Las lámparas y las cortinas me hicieron comprender que aquello pertenecía a otras fraguas, a viejas ciudades desaparecidas. Nada me pertenecía me había diluido en mis recuerdos impropios. Decidí pronunciar nuevamente tu voz para recuperar la calma.

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Vericuetos del destino

Impropio cancelando los celajes de los fantasmas emergí entre las dunas Los promontorios de arenas se agruparon desde allí avisté los navíos que venían para la guerra Deambulé preterido De la Copita al centro de la ciudad había una eternidad En los cielos danzaban las aves sin destino Coseché tu estancia Descubrí en los parelones insignias que pasaban / desapercibidas La equidad de los piratas era un misterio La mar azul se cubrió con los vestuarios de tu noche / y la mía A los lejos los cocuyos convocaban al miedo Los cañonazos sobresaltaron la noche Ustedes vivían la oscuridad eterna de haber estado / desde siempre Los árboles arropaban la tierra La placita conducía todo el tiempo hacia el mismo lugar Nadie quiso dispensas evocamos dolores distintos Nos habían surcado pensamientos siderales

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Era la ciudad andante sufragada en festejo Entrometidos en los vaticinios estábamos armados de luceros de navíos de guerras de orfandades Temí a los almanaques y a sus días Nuestra vida era inveterada Yayo Fouryoner Ofrendaba sus días a presencias extrañas Lleno de caducidad Entre gritos de guerra escapé entre los yacales No había más que el mar profundo Los torrentes de estrellas Y este chubasco de luces que no nos abandonan

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El Cariaco

Allí sigues en el mar espectral ladeando sueños. El crispar de la resolana te presenta de nuevo ante mis ojos, chispea el viento. El cerro nos muestras sus heridas marinas. Evoco a tus marineros distantes. Campean hoy las regiones del tiempo. Desde el vetusto Castillo de San Antonio te avisto. Cuando la mar está calma me sorprendo entre las regiones de mi tiempo. Las filigranas de la voz de los siglos parpadean en un duro responso. Bailan los eunucos junto a ti. Lo sabes bien, para ese entonces no existirá el perdón. Todo habrá desaparecido.

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Destino de los condenados

Perturbados por la luz de la mañana caminaron en / silencio El cabriolar de las horas fijó un destino prisioneros de tu tiempo y el mío estuvieron invocando episodios destemplados Sus vidas era un arcano Guerrearon hasta el último amanecer después de muertos se negaron a abandonar la ciudad sus navíos invocaban puertos y eternidades Sus embarcaciones estaban hechas de tiempo acumulado de aguas fosfóricas de espantos y de laceraciones Los muros de la ciudad primogénita estaban derruidos Extintos Entre el cartapacio de sus cartas bostezaban sus destinos De los condenados Natividad Velázquez evocaba sus días de gloria Los adoquines en este hoy lo espantaban Tiempo sagrado Ulular del viento Olor a sal y a arenas Mustio sin atinar a comprender divagó por sus adentros

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Iz贸 la bandera de la vieja casa de Gobierno sin ninguna / esperanza Ese fue su 煤ltimo d铆a entre aquellos jardines Las trinitarias reconfortaron sus olvidos Su deambular hostig贸 al tiempo fenecido

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Espantos

Los erizos daban cuenta del grueso tiempo de las costas. No presté atención a la muerte de Urbano. La ciudad vaciló ante el cataclismo que la asolaba. Ríos subterráneos buscaron su cauce. En el pie de cerro estaba la fragua, ya no quedaban sonrisas. Vacilé entre buscar la verdad o seguir visitando los templos perdidos. Por eso cuando estallaron los cerros, no teníamos otra alternativa que el grito de los espantos. El lamento de la naturaleza nos decía que nada debía fenecer. De esos tiempos no quedaban sino las fortalezas, sin embargo nadie quiso comprender que se habían perdido los pasos. No tuvimos más sentido que el canto de los grillos, o los caminos exasperados de nada poder decir. En las noches desperté con el miedo de las tinieblas. Jugueteé entre mañanas que parecían noche. Mi barrio estaba perdido entre las brumas, fue por eso justamente que quemé mi verbo, blandí mi espada para decirte que todo debía comenzar. Por ese entonces todos hablaban del término. Sospeché que nuestra muerte ocurriría entre voces y espantos.

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Imprecaciones

Difumino la certeza de mi voz, termino nombrándote y / reconociéndote El viento inclemente fisura tus añejas figuras En el dique clama la tempestad En tus cerros del terciario se deslizan serpientes / sagradas Los ríos van perdiéndose entre la montaña Retozo mi cansancio sobre una piedra caliza Seres espectrales retoman sus historias El agua de manantial restaña las heridas Entre imprecaciones nos presentan sus pasiones El frenesí señala el final

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La huida

Tu presencia quedó exhausta entre las aguas. Rayos y torrentes vinieron del cielo. El celador resguardó las tumbas sagradas. La ciudad cayó inopinada en medio de la tempestad. La lengua disciplinar y tus dicterios envolvieron la tarde. Supe de mí cuando todo había dejado de tener significación. Naufragaron los deseos, los hombres huyeron al infinito. Los cautines nos regalaron su presencia. La bella lumbre de la lámpara Plymouth nos hizo comprender que habíamos zozobrado entre los pantanos. El tigre, la mariposa anunciaron una vida distinta. El celador resguardó las sagradas tumbas de las hordas, buscaban asaltar el desván de la noche. Por eso entre el incendio huimos con frenesí hacia extrañas laderas presentidas.

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La voz

En vilo su voz rodó escapó por las ventanas Quedaste exhausta la preterida intención se perdió en el tormentoso mar las dunas penetraron por las hendijas la única alternativa que tuvimos fue tu voz autoritaria A empellones volvieron nuestros dioses En mi sombra y en la tuya residió tu voz de institutriz En el antiguo convento nos presentaron consideraciones testamentales No quise volver mi vista al pasado Para ese entonces tiros de máuseres horadaron los / infiernos Las pasiones sobresaltaron los espíritus Nada se había perdido Entre flores silvestres comprendimos vivíamos en el sinsentido Desde el sobresalto volvimos a reencontrar nuestros / hábitos La espuma se ladeó para que emergiera nuestro cuerpo Con voz estruendosa conquistamos los sueños fui rapsoda de tus dolores

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extendí tus épicas por el mundo Nadie dejó de hablar de ti La floración y los días torrenciales Nos volvieron espectrales Agazapados Apretamos los dientes para contener el frenesí Los trenes se desbocaron y se ocultó tu angustia Ese sería nuestro último día La víbora, la arpía y las lechuzas fenecieron en el playón

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SACUDIDAS



Noche profunda

Esa noche profunda, de angustias, de tinieblas cálidas, de responsos, y de profundidad tus cabellos revolotearon en mis sueños. Los carmines, las hojas sólidas y mi infancia perdida te trajeron en las brumas y en los anhelos. Sólo hoy supe que te había avistado en el pasado. Me enteré que yacías extraviada en la memoria. Cuando te volví a encontrar en el canto de los gallos y en mi lenguaje. Yo soy un cantor frugal, los amaneceres estropean el remanso de mis ilusiones. La otra vez te dije que habría eternidad. Aquí estoy desgarbado en la historia. No será posible olvidarte. Todo tiene su destino

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Los sueños

La repisa sostiene los sueños Confundidos entre exhalaciones de amor comprendimos los tatuajes La noche conturbada espera los silencios En el vórtice de los sueños me defenestro Las viejas utopías rodaron en el manglar Revoqué tus actos Las condecoraciones dejaron de interesarme Ese día comprendí que nada tenía autoridad Los tiempos eran los mismos Los cristales de la noche me hicieron entender Que estábamos a las puertas del fin del camino Por eso evoqué las voces raudas de los difuntos Estábamos atrapados de tiempo La inequidad asoló el camino Fuimos a los mercados de calles desconocidas para que / nos ayudaras A comprender todo había colapsado

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Borlas

Dejé mis borlas en los viejos caminos Los monasterios guardaban olores fantasmales Mitigaba la sed en la pila de agua bendita Del fondo de la tierra provenían insectos desconocidos Las sacudidas del tiempo fueron suficientes Me abandoné a la ebriedad Dejé de anotar el tiempo Las tórtolas y los cristofué dejaron de importarme Poseí una casa de grandes alacenas Presentí el futuro Recogí las frutillas de la mata de baba de perro hice el engrudo y maceré los días No hubo rencor Tu muerte acaeció una tarde de lluvia el ruido de las bisagras atolondró nuestro juicio

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Tiempo abrasador

No habrá tiempo para la plegaria el tiempo cavila en la incertidumbre Nadie pudo apreciar la extenuación de los árboles en el / invierno Batuqueé la radio contra las tinieblas las voces se tornaron exhaustas La noche con sus responsos anunciaba el final Comprendí mi finitud Nadie quiso hablarme de los broqueles de los / atardeceres Desgarbado en mis emociones despedí con rubor las viejas butacas del cine Paramount Tiempo abrazador dame el vestigio de tus noches Calmaré mi sed Lavaré mis máculas en las pilas de las aguas Errante espero entre los callejones infinitos Estoy seguro reencontraré mi vieja sapiencia Por eso cuando todo comienza a devenir negro hundo mis manos en el rostro para recordar que la última palabra no se ha dicho

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Testamentaria

Entre días exhaustos se fue desvaneciendo la noche Comprendí el significado de los viejos juramentos Atornillé en mi piel el ruido de las mariposas Quise olvidar las sentencias de los pichigüeys Sólo el cielo desgarbado subsistiría para dar fe de las / maldiciones Detrás de los tabiques maullaban los gatos Nadie comprendió nuestras derrotas Aquellos seres extraños partieron Y quedó el viejo faro Los bostezos de los vapores nos llevan a comprender la vuelta inclemente de un tiempo que se levantó en poemas extraordinarios en soledades feroces Las piedras de sillería no son más que eso Orfandad Por eso ante tanto patíbulo se erosionaron las montañas de los mares Los juglares desaparecieron con sus borlas se fueron rumbo a inhóspitos caminos Del cine Paramount nos quedaron los presagios Los letargos vividos alrededor de la llamita de los santos viven en la memoria Los gatos han festejado los sepulcros

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El aire se ha hecho espeso Inmarcesible el silencio Las telarañas señalaban el vacío Por eso al lado de los tanques del cementerio Entre olores de nardos y azucenas voy atestiguando tu / destino Te perdiste entre los cardos La chatarra marina se extinguió Los sótanos de los barcos se hicieron macilentos tú seguiste sencillamente siendo Toña Testamentaria hasta el infinito

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Noche mortuoria

Esa noche nos dejó su desespero, nos envolvió. Fuimos balaustres de calabozo, carne de cañón y desenfreno. Mortuorios en el desparpajo de nuestra vida, al sorbo del café comenzamos a añorar la bruma de la mar encolerizada. Cuando entendí que todo era evanescente empuñé mi pipa, entre islotes de humo canté mi ebriedad, corrí por laderas rojizas, no había nada que entender, las bestias transportaban el caliche de los ríos, todo era pausado en mi vida. Los reclinatorios me envolvían. Esa arena pesada atascaba nuestros carros espectrales en las lejanzas. Con las manos entre el rostro suplicábamos ante el cielo. Las duras rocas de las montañas esculpieron nuestra vida. Nos curábamos con agua boricada, con árnica. No quise seguir tejiendo los sueños, todo se cinceló para perecer. Los canes caminan y ladran a la nada, sus oídos atacados por el ruido de las campanas pailadas visionaron esta noche irreal.

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Tardes

Ostentosas tardes disipadas entre el canto de los grillos Abjurando de la vida me deslicé en el estruendo de los / truenos El cielo centelló entre los cardos Allí estaban los guasabanos inopinados empujando el / destino La férula del tiempo me hizo comprender el tamaño de / la impiedad La calle era un desierto Más allá en el barrio de los árabes cada quien oteaba su / final Se crispaban las maderas ante los ojos ostentosos de los / pájaros Los peniches del Sena nos hicieron entender que / esperábamos el paso del tiempo El aroma de la tierra nos otorgó esperanzas El camino era emblemático La calle Augusto Comte ciño fuerte nuestra espalda Comenzaban las nevadas La soledad nos contenía Nos hizo sonreír la plática sostenida por los / parroquianos Adormilados entre sueños

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nos hicieron comprender que detestábamos los días que se fraguaban para vencernos por eso cuando el certero mar nos aplastó callábamos con incertitud era esto la fragua el destellar de las palomas extraviadas en las altas / noches olímpicas Los parques rugían ante mis ojos Y no atiné a deslastrarme de mí Cargué sobre mis hombros mis antiguas cruces Mi vida debía disiparse Lenta Calmada Nada podría contenerme Las luces de las costas no eran más que sueños

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Sacudidas infernales

Miedos infinitos devastan mis sesos El claror lunar nos conduce hacia escarpados lugares Tu voz se perdió entre las ciénegas Los mangles confunden nuestros pensamientos Ayer se crisparon estas tierras los cascos de los caballos deletrearon inmensas lejanías Supe de ti cuando te vi desde los frontones El miedo que producías a los gatos era evidente te tragaste las noches inexplicables residías inmutable ante las aguas de los aguaceros Los tiempos nos dejaron sus huellas Las paredes estaban llenas de musgo Los días levantaron remolinos Las paredes pintadas de cal nos hablaron de una ciudad / extinta Las piedras de las quebradas estaban recubiertas de limo Estábamos en el cañón de los infiernos Mi perro intentó escabullirse detrás de su imagen Desde las resolanas contemplo el inmenso azul del cielo Los cerros nos muestran sus surcos Al caer la tarde respiramos cautos el alivio del atardecer Me perdí entre las calles Chiclana era un consuelo Busqué la cruz inmemorial

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había sido mudada En las madrugadas entre los ronquidos y el canto de los gallos voces cautas y fantasmales nos revelan que navegamos en una ciudad perdida los peñascos están allí a la espera el mar los arrastrará hacia las profundidades

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MUECAS DEL TIEMPO



MIEDOS INFINITOS



Murmullos

Mis días han llegado a retorcerse. Contemplo el sufragar de tu voz distante. Acudí en tu búsqueda lleno de miedo. Del mediodía sólo quedó el olor a kerosén. El rumbo me lo trajo esta lluvia sapiente.

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Mujer

Tu murmullo hizo el esguince deseado Ayer me dijiste que los días que no alcanzaron su pináculo habían vuelto a fustigarme. Los maullidos desconcertantes de los gatos hicieron la noche más áspera, no tuve otra posibilidad que cobijarme en tus manos hasta el infinito. Los sonidos inesperados siguieron hasta que se vaciaron en tu alma. Después te volví a encontrar riendo debajo del tinglado.

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Días seculares

Cuando tú me dijiste que todo había acabado reconcilié la idea de los días seculares; aquellos que habían pasado acompañados de la majestad de mi propio verbo encontraron cobijo en las estancias de tu voz. Volví, rehice las instancias exhaustas. Durante ese tiempo de ausencia, tus calles empedradas, el frío de tus chimeneas, siguieron seduciéndome, convoqué tu aliento, y las guerras que se habían dado en tu territorio; supe que sólo comencé a vivir cuando se hizo posible el registro de tu mirada, y la niebla del jardín de Luxembourg.

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Días tormentosos

Cuando supe de tu verdadero ser dejé de vaticinar el silencio. Nadie conservó los recuerdos, esperabas el árnica, el bálsamo y los sopores de amor que te había negado la vida. Corriste detrás de mí, y no fueron suficientes las horas para señalarte la inconclusión. Quisiste revolver los excrementos. A lo lejos seguía escuchándose el almácigo de voces, el persistente sonido de los cofres olvidados y de los días que no han debido existir.

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Tiempo inmemorial

Entre tanto continuaba el torrencial aullido de la naturaleza, los olores a amoníaco y a ponsigué restauraron el silencio a que habías renunciado. No supe de ti sino a través de las rendijas de los apolillados postigos. El Tiempo inmemorial huyó de todos mis silencios. Cuando aquel pistoletazo retumbó en el zaguán, ya los días de la prosperidad habían sido clausurados. El higo, el almendrón y tus ojos desorbitados, en penumbras, desaparecieron, no supe más de mí, las pimpinas de kerosén resbalaron entre mis manos en tanto buscaba entre los tersones tiznados de hollín el tornasol del aceite. Me amonestaste en ese momento con tu miedo a los días, efectivamente las tejas tercas continuaron absorbiendo el moho improverbial, ese del cual ya no podíamos huir.

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Miedos metafísicos

Nunca quisiste revelarme nada del fatídico miedo que no te dejaba vivir. Algunas veces soñaste en la reverberación de estaciones que no habían existido. Desde ese momento comencé a aventurarme entre la infinitud de caminos donde debían conducir los subterfugios de las hormigas. Nada podías decir, las palabras huyeron de ti, habías adquirido el sabor rancio, encobrado que ya no sería nunca definible.

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Tu muerte

Dime quien jugueteó con aquellas bocanadas de humo. Yo no estuve para justificar mi insensatez, huí. Los céfiros de abril; los que me aterraron cuando las clavijas de tu antigua pianola comenzaron a parpadear, vinieron a buscar mi olor. La voz de la otra noche me dijo que nada se podía hacer. Hoy me encontré con la noticia de tu muerte, cualquier atardecer prescindió de tu voz, el parque se quedó solo, obnubiladaslas campanas de la iglesia seguían gargareando su responso. Nos quedamos esperando tus últimas utopías, exististe en lugares donde yo no pude estar, cobijaste los ecos de una ciudad que se fue adormilando, contorneándose en el esplendor de unos días que fueron más tuyos que de nadie.

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Balas y muertes

Cuando las últimas balas dejaron de ofuscarse en el sempiterno chaparrón de las aguas decembrinas supimos de la muerte. Los que habían hecho la revolución madrugaron, los proyectiles siquitrillaron a los enemigos. Las balas perdidas del orden dieron muerte al último general de los vencidos; Román Delgado Chalbaub yacía impávido al lado de la botica de Cumaná. Todo finalizó, las tardes seguirían agrupándose sin el peso de conciencia del rústico cavilar del tiempo que nos ha apesadumbrado con sus euforias.

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Tinieblas

Cuando nuestras tinieblas desarrollaron la incandescencia de otras épocas, las luces del golfo comenzaron a pestañear. Anunciaron la hecatombe del mundo que te negaste. Las arenas continuaron sonando cercanas a los acantilados, esa fue siempre una empresa que zozobró. No tuviste un rostro más pleno que el del día en que el último aguacero de marzo tiñó tus crines con agua de tejados. Por las ranuras de los techos se deslizaba un manantial de olores salvajes, se mezclaban con el olor de las guayabas. Deslicé mis palabras al aire. No quisiste que amara las tardes que no te pertenecieron. Creí que los acueductos de la vieja casa desaparecerían mis últimas fuerzas en medio de una búsqueda insensata del camino central, el que contenía los resabios de las gladiolas y el canto matinal de los lirios; éstos no quisieron conservar el frenesí que les había sido asignado por las fuerzas mágicas que no tuvieron más remedio que resignarse a los días de silencio.

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Fin de mundo

Nadie pudo predecir. El tatuaje de mis días se te incrustó en el alma. Ayer mismo supe que éramos sólo un murmullo silente del vivir. Los gatos siguieron contando sus celajes. Las penumbras de tus antiguos y bordeados cabellos de seda me convocaron al sollozo. El más erosionado he sido yo, conservé mi amistad con el mundo, seguía transcurriendo a pesar de mis quejas. Esta tarde tus imágenes comenzaron a aposentarse. El taburete de la esquina, el tuyo, seguía vacío, la ensenada asomaba sus ramales. Los cantos de gallos anunciaron los chubascos de mayo. Las peonías fantasmales rociaban mi alma de festividades, allí apareció tu voz ronca y glacial anunciando el siniestro, el final del mundo.

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Memoria

Aún después de ti, de tus caminos, continué midiendo el trepidar de unas calles horizontales, infinitas, allí se disgregó tu imagen. Los borrachos con sus rondas mañaneras fustigaron la memoria. Tus cabellos de trigos a todos nos abanicaron en la ciudad. Desde la última vez que una sombra dijo que eras la más bella, no he vuelto a escuchar el fuerte susurro de tu voz.

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Calles perdidas

En el camino se quedó el dolor de tu melancolía. De tu lampiña mirada sólo me quedaron tus labios de pulpa. Guardé muy bien el aceite de coco que dedicabas a adecentar las hebras encrespadas de mis cabellos. En verdad nunca se dieron los momentos anhelados, sólo existirían las sonrisas de los sueños. Los instantes se quedarían a la espera. El tiempo, soberbio centinela de cada adiós exigiría de mí la entrega. Te concedí mis polainas, los escudos que había atesorado para realizar las guerras que no tuvieron lugar. Sigo viviendo con el interés de ser tu propietario, el único centinela, y contador del frenesí de las arenas, de las tristezas de las calles; borrachas nos dejarían. Éramos contadores de verdades que no tuvieron existencia.

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Olvido

Cuando todos pensaron que estaba olvidado, que el trino de los ruiseñores había fustigado mis propios tatuajes, tu voz, y el ruido de la alacena me advirtieron que todo había fenecido. Esgrimí mi antigua vida de soñador, pasé de las lluvias incandescentes de abril a sospechar que la vida era irreconciliación, entonces comencé a perseguir mis ancianas imágenes, me restituí en la voz que no había perdido, retrocedí con la sospecha de que ya los días de los sueños, y de los grandes discursos acerados de la emancipación habían muerto. Un cielo tórrido salpicó mi inocencia hasta retratarme el camino. La verdadera mortaja era la muerte, y yo estaba allí burlón contemplando a los míos del otro costado, silentes, embriagados en toda posibilidad decidieron callar para siempre.

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Esperas infinitas

Como dijiste una vez, la vida era indiferente. Los amaneceres guardaron voces que se negaron a desaparecer. Habíamos envejecido, las lanzas de la República continuaban exhaustas. Alguna vez te propuse salpicar de sangre al país, guardaste tu voz, ya había suficientes mausoleos en la Patria. La generación que te acompañó vio defenestrados sus ideales en la Pailita, Puerto Cabello no era un lugar de espera.

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El Salado

Las calles seguían aguantando el olor a azufre, y a pólvora, todos combatieron, sin embargo quedaron abatidos por la argucia y la cólera de la naturaleza. Dos batallones fundados para desolar nuestros hermanos del gran Estado Bermúdez quedarían en la memoria oral de nuestra ciudad. Para entonces los hombres comían al atardecer las empanadas de Papita, las múcuras se mantenían en la danza del viento. En las cabezas de aquellas maromeras de los días empecinados, revoloteaban las viejas ideas de la guerra. Algunas veces entre los vítores de los amaneceres, pretendo encontrar residencia explicativa de aquella bala que se incrustó en el escudo de armas de la ciudad, hasta ese momento todo había quedado vaticinado, menos tu muerte. Guardaré tu mortaja entre mis recuerdos, cuando otros viajeros vengan hasta acá, el Salado será inmortal, entonces habremos recobrado el tenor de la vida.

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Bocanadas de humo

Yo no sé quién pudo predecir el fin. A pesar de tu muerte, comenzaste a rascarte la espalda al lado de la alacena, allí te alcanzó ese tiro, nada te hizo, estabas muerto. Me asombraba el vagido inatrapable de tu voz colosal. Bocanadas de humo dijeron de tu frenesí, entonces comprendí que comenzaría de nuevo, los postigos y los cuentos del cabaret de la ciudad comenzaron a atosigarme, descubrí años después que no eran sino sueños.

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Mundo de errancias

Cuando me di cuenta de que los maullidos de los últimos gatos representaban la ebriedad, y la oscilación de mi verbo, pretendí salir a horcajadas de ese mundo de errancias en donde me había encapillado. Desde que con tu mirada mefistofélica, decidiste maldecir todo hueso humano, todo aquello que mirara sobre la incandescencia de tiempos atornillados al recuerdo comencé a suplicarte, te demandé amor, tu capacidad vació mis alforjas yertas. Desde entonces no he logrado recobrar antiguos alientos, mi sindéresis se aglutinó en torno a sucesos que tuvieron su exigencia en el espectro del pasado.

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El Sena

En este momento en que todo anuncia orfandad, mis pasos apesadumbrados recorren el silencio, y el encanto de esta tierra victoriosa. Los hombres que prometieron el futuro no habían contado con los epitafios que pesarían sobre cada quien. Lacerado de mi propio destino, aun sin haber podido borrar los sonidos y las voces exhaustas de mis mayores, logré evadirme del encanto del Sena, este río grande, borracho, intersticial, testigo de voluntades, y de actos irrepetibles, aglomera sus columnas de recuerdos, para apesadumbrarnos, para fustigar la piel, para recordar – en las noches parisinas– que no ha existido más encanto que el suyo, y que no somos sino copias inmarcesibles, sustancias perdurables del pensamiento. Sólo la voluntad de bohemia indicaba lo que se podía hacer.

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Incineración

Vuelvo al trajinar de estas horas lerdas, pavimentadas de sal y de acero. Estas luces de la ciudad universitaria se han dedicado a pasar. Debo confesar que hoy han comenzado a incinerarse las fantasías que un día tomé como legítimas.

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Naufragios

Cuando los días comenzaron a esfumarse con el trajinar de las últimas gandolas, los sucesos que te habían enarbolado se extinguieron. No quedó sino la rúbrica infantil. Años después intenté evocar tu figura. La vida había sido confiscada. Aquel momento del naufragio de la ballena fue inmarcesible para mí, el sol yodado siguió batiendo sin misericordia sobre los recuerdos hasta que decidieron difuminarse.

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Mentiras

Nunca he tenido la certeza de mi procedencia, cuando me descubrí, los días del fracaso comenzaron a vislumbrar los rostros centellantes; esos que apesadumbrados me perseguirían hasta extenuarme. Sospeché risas de frívolas doncellas; ellas se ocultaron entre las brumas de una heroicidad y de una alcurnia que nunca había existido. Esa historia había sido fraguada en la mentira, dejé de ver tus luminosos ojos azules, en el mismo instante que los descubrí en tu sonrisa de niña. La historia comenzó a reír.

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El tinglado

Cuando todos renegaban de ti en noches inadecuadas, busqué besar tus cabellos, seguí guardando las ancestrales ilusiones; éstas depositaron su destino en mis ojos. Clausuré los cielos, eran los mismos; añejados habían mostrado que la vida continuaría, entonces salí de las áridas tardes de tempestades buscando, y jugando a los sueños. La historia seguía martillándonos sobre la cabeza. En el tiempo que continuaste apareciendo debajo de la mesa me hice perecedero, busqué profundidades, barcos espectrales vinieron a enarbolarse en detrimento de mí mismo.

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Memorial para Benedetto

Las tardes distantes trajeron de ese tiempo inmemorial el trajinar de tus palabras de fiesta. Las laceraciones de la vida continuaron. Las tinieblas no habían sido rasgadas. Los días conturbados nos dijeron que el mar callaría para siempre, fui taciturno al contemplar tu envergadura, sin embargo, nunca sospeché de tu destino, labraría su mortaja sobre tu risa, sobre tus manos raídas por las luchas intersticiales, y mágicas. Tus manos epistolares de caballero lerdo tenían un dedo medio que apuntaba al cielo, siempre hablaste de épocas y de sueños impostergables. En el lugar de todas las reconciliaciones condujiste tu cuerpo Eran los días del descanso, de la huida, de fustigar el torbellino. Fueron las horas de los traspiés. Nadie pudo sospechar –Benedetto– pues eran los días soleados del firmamento, los cielos alumbrarían en ese momento las historias italianas, o tal vez los cotoperís de mis tierras salinas, de esas de las que te hablé, allí no florecen sino finos granos de arenisca de mares, y pedrazcas, de esas que te hicieron tropezar entre las escalinatas de las brumas. El deambular continúa, los cafés se consumen, la hojarasca de los días tal vez nos regale de nuevo tu

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figura. Espero encontrarte en los amados pasillos de La Universidad de ParĂ­s 8. Nos tropezaremos en el alborotado candor del vino, en los sueĂąos, o simplemente en este maravilloso gesto que se llama la vida.

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HISTORIAS



Días sonámbulos

De los callejones emergieron las voces gruesas que decían que los últimos tiros habían venido del Calvario, me impuse la tarea de recorrer durante la madrugada la ciudad. Nadie había olvidado la gesta, en las ventanas de postigos semiabiertos se escuchaba el cuchichear de viejas, habían vivido entre las sombras. Las historias siguieron destejiéndose, los gallos en los corralones daban la bienvenida a los nuevos días. Las madreselvas continuaban sin desparpajos, las calles llegarían a estar apolilladas, las paredes se escarcharon. Yo estuve allí, la última vez que pintaste la casa al fresco, cargaste la pintura de glicerina para que fuera eterna. Quedaron tus borrascas, y la historia de esos hombres empecinados en el recuerdo, amarrados al largo corredor de los sueños.

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Convencimiento

No quisiste convencerte de que la eternidad sólo existe en las palabras, me dijiste incongruente que seguías entre las telarañas de épocas que habías abandonado sin fustigarlas. Toda la mañana me quedé debajo de la mata de almendrón esperando la recompensa de tus historias. Yo no era sino un retazo de tiempo, emprendería mi camino hacia sus labios de terciopelo, yo viví furibundo en la espera de lugares y voces que no logré escuchar sino al filo de la conversación. Entre las avemarías y el responso de los desaparecidos cerraba los ojos para que aquellos instantes que no se habían desvanecido vinieran a visitarme. Entonces me prometiste el cielo, jugué a la bruma, comí copos de algodón, el parque de atracciones me dejaba impávido, la garúa me taladraba los huesos, apenas parpadeé ya no estábamos. Los años habían rodado entre los acantilados, desaparecí entre los recuerdos de los algodoncitos embadurnados de jazmín que utilizabas en el polvo talco y lo untabas en tus orejas.

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Eternidad

Nos arrancaste de una sola bofetada los sueños que se habían gestado en Pan de Azúcar. Quise la eternidad, sapiente estorbaste las laderas de los sueños, admiré tus ojos esmeralda, coqueteé al viento, entre los raspaderos, al filo de las calles empedradas temí que todo se hubiera evaporado. No lograste encalar la casa, esa no era tu intención, los gatos continuaron bostezando, yo supe que las tinieblas evaporarían todas aquellas voces. Los tejados sufrían el peso reduplicado de los gatos, llovía copiosamente, a qué daba vivir si los zaguanes habían sucumbido, si las pelotas se perdían entre el vientre de aquellas extrañas paredes.

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Brisa

En los días en que la calma se aglomeró viniste con tus rapsodias de amor. No supe nada más, el mundo pasó a tu costado el amor, se conservó, el que sentiste incandescente. Nadie quiso quererte. Me laceré, supe que sobrevivirías, nadie en los montes dormidos evocaría su memoria. La brisa haragana había batido en tus cabellos.

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Sonrisas de mar

Esta noche de desaparecidos acantilados, de borrascas, de tiempo viejo, de horas que no he consumido, pretendo saber de ti. La Ăşltima vez que te vi te empretinĂŠ entre la bruma, los chubascos cayeron y dijeron hasta siempre. Mi gallo viejo, el pinto tuerto, subyace en la memoria, ha alcanzado un estrado que no le corresponde. Hemos escrito sin cesar sobre las lĂĄpidas. Indigentes, engarzados en las sonrisas de mar, nos inquietamos. El olor a clorofila de las plantas enturbia la mirada.

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Sorbona

Las tardes transcurren apesadumbradas. El viejo frontispicio de la Sorbona convoca lejanzas. Las voces del primer día se hicieron etéreas. Yo quise que la bruma, el rocío de las mañanas me reordenaran en tu posibilidad. París cantó, sonrisas desleídas presintieron que todo era efímero. Canto las desemejanzas, la arquitectura de Haussmann. Mi voz ha continuando siendo impertinente. Se han ido apergaminando tus desconsuelos, yo quiero habitar el suelo torrencial, la guerra de estrellas, los horizontes. Sirenas, mares y bostezos de los pájaros, playuelas que han deseado ser felices. Habito un mundo impertinente y glacial. Los quicios han desaparecido, las tejas se llueven. Locuras, alcohol, mujeres, ojos consumidos en su propio llanto. La muerte añoranza de hojas muertas, laderas.

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Arrebato

Los días estelares viciaron su concupiscencia en el arrebato de vidas jamás sospechadas. Apareciste vestida de terciopelo. El velo cubrió tu rostro melancólico, todos supimos que la eternidad no había existido.

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paramount

Esa sonrisa dibujó la incandescencia. Fue imposible continuar maquinando infundios. Restregué en mi rostro antiguas bohemias. Apareció la voz elocuente que dejaría mi testimonio en las noches. Los días siguieron señalando sus calvarios, la evanescencia. Nadie supo de su poesía, vinieron los tiempos de los peneques, cabrioló el aire para enseñarnos las oleadas cubiertas de recuerdos que dejarían en nosotros los borlados días del Paramount.

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Visiones

Habíamos comprendido que la vida era la permanencia de unas visiones. Nos quedamos sueltos, atamos los cabestros a las patas de los gallos, no supimos que vendrían borrascas de tiempo a traernos estas vivencias. El whisky atrajo otros destinos, la incandescencia de los días se borraría rotulando el tiempo. Yo no voy a enarbolar banderas. Sigo acariciando mi argolla en el lado izquierdo de la oreja. Después de todo no habrá nada más.

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Tiempo

Hice esfuerzos para encontrar los lugares donde tu voz había diseñado muecas de tiempo. No era posible vaticinar el destino. Los días se tornaron exangües. Las calles monótonas caracolearon para siempre en el olvido. Cuando ya no existas, no volveré a pronunciar tu nombre, quedaré absorto entre penumbras, entre ríos fantasmas. No fue posible horadar el psiquismo de los otros, sólo seguían sonando en la memoria los ecos de los barcos. Comencé a presentir tu fin, quedarías por allí con tu voz ronca maldiciendo las horas que te confinaron en aquella ciudad que te separó de la vida

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Meretrices

El día que me contaste el poder que tuvieron aquellas apariciones, no tuve otro camino que comenzar a sospechar del mundo. Adquirí la manía de querer encontrarte, tu voz me fue haciendo falta, juré al lado del mar que no perdería un solo instante para repatriarme en tu discurso, sólo tú serías la medida. Recordé entonces que el cavilar y el rumor de otros días habían desaparecido. Los pretiles de las calles se hicieron mudos, los pasos que buscaron la intemperie se desdibujaron, mi amor era de alcobas, había amado sin esperanzas los néctares de deidades para quienes yo jamás existí. Que vivan las meretrices, los tumbos de los días el limbo y la resolana de estas tierras sufragadas en el opio y la resequedad marina.

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Mi mundo

No vengas a decirme que me amaste, sólo pude escuchar de tus labios ofensas, la vez que te dejaste sucumbir a la pasión afloraron sentimientos, y deseos de navegar en las distancias, yo no estaba sólo era un luz intermitente de un mundo que me reclamaba. Ñito murió una tarde irrepetible que auguró guerras, el Golfo de Cariaco nos mostró sus verdores, no fue posible regresar a aquellas tierras que habíamos abandonado en la infancia. El cementerio era una verja donde los muertos lloraban y titiritaban de frío y soledad.

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Voces yertas

Ustedes masacraron al pueblo. No se podía continuar con la farsa, la palabra se fue haciendo perversión. Las pistolas acribillaron al viento, los hombres estaban preparados para la muerte. Nadie quería regresar a los sepulcros, los cofres escasearon como ayer, ustedes aspiraban la catástrofe. Hombres que defendieron el futuro. No queremos sino lo sincrético, aspiramos apretar las gladiolas. La Península de Araya casi apretó su mar contra el cielo, allí volvimos a encontrar nuestras voces yertas.

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Tinieblas

Jugué entre las tinieblas y sospeché que un día vendrías a buscarme No te había convocado jamás volvería a tener tu aliento Fui una figura odiada Fantasmal emergida de los caminos Las posadas se fueron poniendo tristes Los estudiantes no dejaron sus huellas Para entonces nos fuimos quedando exhaustos No quise repetirte mis palabras Era innecesario sumergirse entre los lodazales El agua siguió arrastrando la tierra roja Eran escombros de cerros de caracolas marinas No pude contener el deseo de permanencia la vida son escombros Morigerado busco los espantos Los huesos han quedado como flecos expuestos al / tiempo En esta plaza está el ayer. Ustedes no se perpetuarán en la eternidad

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en la tierra iracunda los crĂĄneos fosilizados cuentan sus historias un dĂ­a dejarĂĄn de ser ciertas

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Acantilados

Los días en que los alcatraces subieron Encontraron en los riscos caracoles adosados, aquellas piedras del terciario se fueron sumergiendo entre las aguas. Los buques del silencio mostraron sus anclas, las lunas fueron avanzando sobre mares calmos. Los luceros indicaron tierras siniestradas, entré con mis bajeles en aguas profundas, las aguas verdosas disipaban viejas risas que habitaron allí. Si alguna vez vuelvo a ustedes reeditaré el ditirambo, erradicaré de mí las tunas, espero no encontrarte empinada sobre las pipas de ron, las bodegas de los buques se van quedando exhortas. Las gargantas de los marineros van mostrando y tejiendo anhelos, no habrá nada qué hacer sino maldecir el tiempo. Muéstrame tu bondad, dame tus carros de fuego, enciende en mí las fuerzas que han de arrancarme del silencio. No pienso tapiarte entre las alacenas. Los hombres que mantuvieron sus puñales en vilo han ido desapareciendo, yo fui atrapado por el silencio y desaparecí entre el espeso sol. Aquellos días en que comenzaste a usar espejuelos me dijiste que el sol podía destrozar tus retinas, callé, era

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extraño para mí ver por encima de los cristales. Las edificaciones antiguas se habían mantenido intactas, allí estaba el río, los perros de aguas ladraban al amanecer, no era menester pedirles que permanecieran, habían decidido enmudecer para siempre.

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Viejona

Al mediodía regresabas envuelta en mis deseos. Quizás nadie te aguardara. Tu carne había envejeciendo, a pesar de tu belleza no habías escapado del tiempo. Las aguas del río me fueron durmiendo entre tus arrullos. Esperé crecer y llegar a tu lado, para ese entonces tu cuerpo estaría descompuesto, definitivamente no pudiste acerarte en mi espera. He reaparecido añorándote no quisiste mis besos, yo era un niño obnubilado y quería desertar de mi edad para capturarte, para guardarte. crecí, las calles se sufragaron ante sí mismas. Pronto comenzarían los días de los voladores, las cometas hundirían sus cadencias entre los aires. Nadie fue más glorioso en ese entonces que yo, soñé la grandeza, quise que me vieras en las batallas, no podía morir, conmigo acabarían todas las mañanas y no podía convocar a tal atrocidad. Necesitaba del testimonio de las hojas de viento, y de las tardes que me hablaran de ti. Caigüire eterno, ídolos míos, estoy entre ustedes anhelando la eternidad.

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La calle El Mamón

Las casas para mí resultaban extrañas, los techos a dos aguas me hicieron comprender que nunca escamparía. La calle estaba pavimentada de asfalto muy negro, el sol iba calentando los días que no tendrían paz ni conmiseración. Era cierto, el mar estaba cerca, me limitaba a verlo. Por las tardes, las gaviotas cabriolaban distantes, era la misma playa, la de siempre, aquella que había dibujado los surcos de la tierra, la que reflejaba el cielo, la incandescencia, las tinieblas. Era el mar de Homero, de los griegos, de Ulises, de los hombres, de las guerras estelares.

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Calle El Mamón, segundo acto

No quise colgar esa noche mi ropa en los balaustres, estaba seguro que desaparecería entre los tropiezos de las sombras. Allí en esa calle amé a cálidas mujeres, mayores todas para mi pasión, quise retozar entre los senos alegres de Liduvina, la vi, contemple su pubis de soslayo, lo acaricié como un fantasma en la noche espectral llena de luceros, no existía, era simplemente el estertor de las tinieblas. Por entonces los responsos del puerto me llamaban, los grandes buques dislocaban mi imaginación, los viajes eran un oficio de siempre, entonces no logré nada más que ladear las riberas de lo imposible, quise amar no lo pude hacer, el amor era una actividad de poetas grandes, y yo no era sino aquel pedacito de cuerpo perdido entre las voces. Yo era el grito y el coro de las aves que no lograron avistarme. Mi cuerpo chatarra marina, de las que se conturban con la sal, con el hambre y el reclamo de los días.

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Calle El Mamón, tercer acto

Algunas mañanas subí a la ciudad anhelada, iba en búsqueda de la felicidad, Caracas me esperaba en el improperio de sus días, las plazas estaban llenas de palomas en desbandada. Mi madre me dijo una tarde: aquí está la plaza La Concordia, aquí se enterraron los sueños de los hombres, pero volverán a retoñar como anhelos, la felicidad se venderá a fardos. Los árboles se fueron crispando, el musgo cubrió la tierra, nosotros éramos testigos ausentes de la insensatez, nunca logré sospecharlo, bien pronto aquellas casas, sus salones yacerían en los suelos. Las hojas se fueron llenando de nostalgia, las Torres del Silencio se ladearon de espanto, la lluvia nos abrazó, no éramos sino tinieblas, responsos de la noche. Nunca sospeché que un día habitaría y retozaría en el vientre de una de aquellas antiguas mansiones, me esperó plácida con sus candelabros, con sus matas de parras en el porche, al frente de mí estaba dibujada la Virgen María desnuda, eran simplemente los tinglados marcados entre los contertulios ocultos, dueños de las tinieblas amaron el mar, el sabor del vino fuerte y las cicatrices que se fueron resecando entre las pupilas

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Fabulaciones

Esa noche fui agrupando tus cabellos entre mis manos, reactivé la mirada, colmé los surcos vacíos, pregunté entre mágicos aromas quién eras, eras el desvarío de los días, una aparición, un espejismo de la noche. París, me inclinó entre las aguas de estas distancias. Comencé a observar la noche de bohemias, sé que he nacido para la libertad, recupero los aires, las fuerzas, encuentro mi mismidad y allí estás de nuevo entre las brumas, inestable, huidiza, no sabré atrapar tus esencias, se han perdido, has firmado tu ausencia en los desvaríos, en la palabra inexistente, y en ti misma.

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París

En estas viejas noches de luna me voy inclinando ante el Sena. No puedo vivir sino entre quimeras, y alrededor de los viejos árboles. Imposible dejar tus calles, la Rue Fleuru. Los rostros acerados de los gélidos transeúntes van emergiendo entre el espesor del largo vivir. Es preferible ratificar los recuerdos, recuperar las andanzas, amar. En la Ciudad Universitaria, abrí las valvas del porvenir, mi huella ha quedado, la ciudad me va solicitando. Entre balancines y cabriolando al viento he necesitado decir la palabra última; París intersticial, sofocada por los furores del mundo.

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Lugares fantasmas

Las aguas azuladas guardaron las quillas de viejas embarcaciones que zozobran de espanto. A lo lejos los ramales, los tucos de árboles enmohecidos de olvido. Aquellos días en que intenté caminar dentro de aquellas aguas mis piernas se iban perdiendo dentro de aquel barro hecho de una arena pantanosa e infernal. Los pájaros eran espantosos, los soles anunciaban largos aguaceros, los días no debían acabar. No quise entonces revelar en la parsimonia de mis palabras tanto silencio, preferí la ilusión de los barcos, a abandonar tus aguas como un timonel sin rumbo. Ansioso de nuevas historias te sorprendí carcajeando el miedo y el sigilo en el tinglado de tu vieja casa, por entonces no conocías el amor, por eso te disfrazaste hasta dejarnos en tu espera. Nos habías lanzado en aquella ensenada de barcos curtidos, de marineros sin rumbos, todo debía nacer de nuevo, las luces perpendiculares del dique, y los faroles de otros tiempos se incineraron en el fragor de vivir. Una mañana silenciosa entre las primeras luces de la ciudad bebí silente el café que le dabas a los chóferes de plaza.

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La derogación

En nuestra eterna maldad nos atrevimos a invocar la justicia, no sabíamos para qué, probablemente en el hocico de los perros se desplace el porvenir. Busqué como único aliciente para calmar mis dolores las tomas de cautáro, eran las viejas bebidas de la ciudad. Las casas antiguas se fueron silenciando hasta derogarnos en nuestras creencias. No hubo otra forma de aspirar a la reconciliación que untar nuestras vísceras con buches de miel de abeja. La hiel, el odio, la falta de probidad nos fueron mostrando tal cual éramos, monstruos de estas regiones infernales. Ningún hombre podría atreverse a mirarnos fijamente a los ojos quedaría allí estirado en ese suelo que múltiples veces habíamos ofendido. Nuestra vida circundaba las aceras, los portales del correo nos llamaban al miedo, no queríamos seguir recordando tu ofendida mirada, tu repetir nos fue encegueciendo hasta que un día desapareciste, eran simplemente las muecas del tiempo y nuestra tarea era olvidarlas.

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Formas infernales

Tu casa eran sólo borrascas, cuadros estampados en bajorrelieve, bruñidos allí por manos desconocidas que inspiraron juegos satánicos, depredaciones de animales y que tuvieron el infortunio de conocer aquel ser monstruoso, que degolló la normalidad para darle cabida a la probidad del mal. Eras sólo un engendro, vestido de negro, deambulabas por aquellas calles pidiendo auxilio en tu locura a algún ángel verdaderamente malo que te llevase a ofender el bien. No hay forma de aniquilarte, te sostenía tu fealdad, la horripilancia de tu joroba y aquel tartamudeo miserable que te confundía con formas desaparecidas del habla. Los niños buscaron ofenderte sin éxito, desaparecías en tu espaciosa casa para reaparecer al mundo en las mañanas cuando los ruiseñores corrían a otros parajes llevando sus armónicas a otros lugares.

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La vida

Perra maldita de afilados colmillos, sarampión de la vida, los lobos han de depredar tus carnes en la compañía de hienas rufianes, sólo quedará tu carcaza. La luna habrá borrado toda posibilidad. Los itinerarios del tiempo han de sucumbir. El Cariaco ha de lanzarte en los manantiales vírgenes donde bestias subterráneas del mar se encargarán de que para ti no existan las mañanas. Desprenderemos del tiempo la mortaja de Catana para que sirva a la sed de venganza. La luna reclama sacrificios humanos, tu ropa macilenta desflecará los aires. Se tapiarán tus recuerdos hasta que quedes como una oscilación.

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La eternidad

Los aullidos de los perros trajeron a mi alma el presentimiento de que la eternidad podía existir. Los aguaceros no lograron amainar mis angustias. En aquel tugurio de fantasmas el mundo había sido cancelado. Los almendrones se mecieron a la medianoche, los gatos montaron como tigres sobre los pretiles que conducían al tiempo inmemorial. Sufrí las exigencias y los embates de mi miedo epistolar, por entonces no supe a quien dirigirme, Dios no había resultado sino una pequeña exhalación épica. La ciudad continuaba mostrándonos sus amarguras, a lo lejos los cerros se fueron tornando rojizos, no había nada que lamentar, aquella tierra no era sino una pincelada obtusa del creador.

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Venganza

Desde la plaza Bermúdez de la vieja ciudad desenfundé mi puñal, quería clavárselo en el corazón a la desgraciada que sorprendí horadando mi honor. Yo no era sino un tiempo que debía evaporarse. Las aguas del río se fueron volviendo turbias, los castaños abrieron sus maracas. Los trapos de la noche debían engolar nuestras voces, no había más remedio que seguir celebrando.

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Vaticinio

Lo supe de antemano, el tiempo advendría con sus prolongaciones de olvido. No quise saberme exhausto. De ti fue emanando el vértigo, padecí el conformismo de no poder encontrarte. Los tiempos fueron dejando de convencerme, el cielo lanzó su resquemor de llanto. No habría remedio los días aporrearían nuestras esperanzas. Un atardecer aparté viejos trastos en aquel cuchitril para perderme entre tus entrañas. Esa sería una historia, una más como todas las mías, anónimas. No pretendo dislocar el tiempo, muchos aguaceros han caído y se han perdido desde entonces. La tierra reseca ha encantado nuestras miradas para dejarnos transitar entre las fibras de la vida, con la única voluntad de volvernos sospechosos ante nosotros mismos.

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Voces de los muertos

Las calles están llenas de vítores Me voy quedando con las banderas engarzadas de / tiempo y de historia Los muertos empinan sus banderolas Que viva la pólvora Los máuseres de repetición dejan sus sonidos. Las voces se vuelven a agilizar, saben de las mazmorras del ayer, y de los peligros del futuro.

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Los fardos del tiempo

En tus labios y en los míos ondearon banderas impropias En estos cielos desterrados hemos jurado que nunca seremos lacerados Los antiguos generales gimieron en el suelo, allí / quedaron exhaustos Los fardos del tiempo simularon olvidarlos Allí están de nuevo las manos soñadoras, desde la / profundidad comenté que el perdón no cesaría. Éramos hombres enviados y derrotados, emergíamos de / nuevo Los caballos siguieron cabriolando, nadie volvería a / derrotarnos, bañados de eternidad insinuamos la historia. La mano se tendió sobre los caminos, nadie volvería a / dar cuenta de nosotros, y de lo que habíamos perdido en los bostezos de las tardes.

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Soledad insospechada

El roce de tus manos abre las tinieblas la soledad macabra e insospechada del pubis da la oportunidad de zaherir lo mĂĄs odiado para presentarse allĂ­ malĂŠvolos intersticios No desciendas las manos a los cofres absorbe la pestilencia de la ciudad habrĂĄ de recompensarnos con su sudor.

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CONTERTULIOS



A mi anciana madre, contertulia al igual que yo de muchos de los fantasmas que habitan en este libro. Para Chebela desde el tiempo futuro



MALDICIONES DE SIEMPRE



Memoria

Su voz quedó exhausta al eco de aquellos pasillos Prometió hostigar Arrancó los hastíos Agachó la finitud… Como siempre carente de destrezas

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La tarde está ofrendada de silencios en hipérboles las gesticulaciones del viento Nadie se atrevió a masticar tus carroñas ataviada de locura naufragaste de espectros Cuando deambulabas cargada de rancios orines los ojos que te condenaron se siniestraron prescindieron de las frías mañanas y del monotemático paisaje pasaron al exilio Están aquí los pasos rotulados al tiempo aunque la diestra los arrancó para olvidarlos han decidido perseguirnos para siempre

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Somos los condenados los lamentos de huesos El aire nos tatuó al galope Nuestra vida-Fétida… los labios tácitos Hace tiempo dejamos de anotar al destino

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En la mesa ruedan los dados las uñas aferran las ranuras de insospechados / calvarios el ruido distrae mi sed Lunas adheridas al farol solitario Río flagrante esta soledad recupero borrosas las imágenes de los sueños del / mediodía

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Danzas hipertrofia de los mĂşsculos Aguijoneados segundos conmiseraciĂłn Alegre vicio sombras irredentas inalcanzables alcohol-locura Sigo pasos desvelo mis cĂ­rculos historias escritas sin querer perpetuadas en los silentes trapos de la noche y llegar al beso entre vidas truncadas

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ANTIGUOS CONTERTULIOS



Adivino los ecos dejados por ustedes al viento Asentados en edades apoltronadas al asfalto recogí la vendimia del Wilson de las pelotas entrapadas las lochas amarillas apostrofaron su identidad en mi iris Jugué silente los gatos se escondieron inatrapables ante el acoso de su mirada senil recogí las metras me las guardé en los huesos de esa ciudad disfruté después de muerta

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Los dĂ­as tuyos fueron al olvido confundidos se juntaron borrados de sueĂąos llegaron a la ausencia

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Calma breve de imprecisos matices adherida al recuerdo la oscilación de las intemporales / lluvias Acopio los espasmos de tu boca risueño ultrajo la dura piel de las gallinas Días cruciales sin horas al tiempo la humedad contorneó los horcones Odio las fotografías la ambivalencia los rostros El almanaque de 1961 está rasgado por la lluvia prendido a mi pupila no logro disolverlo Humedad lerda fantasmas no sospecharon este presente estos pulsos lesionados Soledad me destruyes sin sentido

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En las mañanas en que no estuviste besé las cofias de aves emplumadas Nunca atiné a sospechar que perdería tu presencia Se nos iba a disolver el rostro –estridentes / arrancaríamos a besos amargos el lustre fosfórico de las aguas de sus impactos no soñamos la permanencia Maribel no mueras de tristeza el tiempo no ha logrado confundir las hebras de tus / cabellos Las aguas cristalinas en silencio me han comprometido los sueños En la ausencia y el espejismo del confinamiento ejerzo esperanzas Aquellas sólo fueron edades y verdades amargas y a / pesar del tiempo sigo amándote

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Pasadizos cenagosos cristalinas tertulias Encallecido olfateando la decrepitud no han revivido tus manos Aposentadas palabras elaborados del barro Zumban descalzos los hombres al filo de la navaja Angustiada muerte ojos contertulios de los dĂ­as Recuerdo dispepsias historias negadas a la vida

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ILUSIONES ABANDONADAS



Cuadriculo tu voz en vacíos aposentos Noche ladina –rota en aullidos de perros Llevo un testamento de besos en el alma Formas dan tus manos a los guijarros lúdico bebo tu de vino rompo tiemblo niego la soledad de tus caricias Amo los horizontes de espumas en los caminos Y lo sé sólo tu voz articula el viento

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Amo las calles que no me diste la críptica voz indistinta de un ayer Loco de sueño trataré de concluir el alcohol ha despertado sensibilidades lugares viejos En un tugurio de voces he reído esta insensatez de los días apenas fue ayer el de tu rostro a recuperar en estas sagradas cenizas He masticado estas verdades soterradas en las salmódicas locuras de la memoria no habrá perdón para mí pues las cosas tienen su medida

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Quiero prescindir el tiempo aliado mío Lloviznas silenciosas infinitas espumas de color sereno de tu rostro Soberbio busco tranquilidad en tus palabras En mí has amado la tristeza Yo –tu mirada distante en horizontes

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DERROTAS ONTOLÓGICAS



Rutila la imponderable voluntad universal Desaparecida en la línea, das tus formas al tiempo Erudito en palabras sé del final Madre silenciosa en ti recaen las derrotas de las tardes Engarzo aves de estos ásperos golfos reñidos al oleaje fraudulentos a la fortuna Mares perversos –diseco la imagen del hombre que pobló / estas tierras y huracanó en los lechos de las montañas Al final queda en la rúbrica la mentira de Dios y de los hombres

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Recapitulan las sombras los amplios ventanales se adhieren a la noche el espectro de hĂşmedos horcones estrega los suelos vidriosos invertidos Asentados allĂ­ moran sudorosos antiguos contertulios de la noche

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Esa noche hice rodar de una bofetada los juramentos repuesto de los garfios rehíce el camino desabroché las cerraduras a los gatos conquistaron los tejados Mesura –el tiempo ha sido la medida de mi olvido las hojas transparentan a la noche acudo al rostro de los tigres de piedra Nadie se ha percatado de mis tatuajes burlado apreté el duro balaustre ese día la piedra apenas rozó el suelo se hundió

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JURAMENTOS



Se fraguan los sueños para tatuar con barbarie la conmiseración del silencio Reabro las ventanas que no lograron recibir tus / audiencias No quiero embestir contra la capacidad del mármol Ustedes conservan el misterio de las noches no se sospechó de las ventajas del tiempo Nadie se atrevió a afirmar las perpendiculares luces de / la ciudad aquella historia se conservó en secreto las sinuosidades de las aguas la fueron exhumando En las noches altas rechinan las ocultas voces de los / muertos los peñones golpean la esfera de las tinieblas los ruidos nos convidan a la huida en éxtasis descorremos las sospechas se desmembran recurrentes las antiguas pasiones y no nos hemos atrevido a desvencijar nuestras cabezas

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Computo la soledad quiebro sus vidriajes Fantasmas no soporto su estada hieren los dĂ­as con preguntas Un barco en busca de anclaje FatĂ­dicas luces

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Inmenso perdedor en tremolaciones ocultas La garganta no da sino para disfrazar Los días opacan nuestras expectativas No queremos sino olvidarnos de nuestras situaciones Canallesca condición humana que estas flores sirvan para sepultarte para siniestrar una posibilidad A la postre somos la incapacidad la falta de irradiación La conjunción de las horas vuelve estos caminos / volcánicos faltos de terciopelos Iracundo emerjo de la impotencia de un saber que la voz se estropea de comprender que los pasos los míos están condenados a desatinarse a ser perseguidos Ayer fue la ilusión hoy el cautiverio el rodar sin rumbo No me queda más que golpearme rozarme las heridas con la lengua hasta olvidarme

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Reí la soledad acabé la calma Aquellas imágenes bordaron tu presencia En los zaguanes limpié el polvo de las paredes dos puertas se descubrieron el jardín extendió sus sombras

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Tibio opio de vidas su sentido no ha sido escrito se burila en las sombras Huyo –impregno la materia de mí destilo pálidos dolores Por ilusión la destrucción de esta raigambre de huesos donde he soñado las sirenas las ballenas que escuchan el canto del mar No quiero perder estas palabras las largas cúspides de mis sueños Prolongo el cansado pensamiento Sin el resentimiento de sus muecas

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OLVIDOS



Gargareo la sangre del habla oculto mi semblante detrás de las cortinas resbalo por la noche incandescente Los cuerpos putrefactos y llenos de hormigas hilan sus / flores los destiladores al fondo apretujan la noche Ruidos irascibles en las ventanas y el roce del silencio se me escapa dentro de las manos Reabro las puertas selladas Los gusanos extraños persiguen los cuerpos Me cuelgo de las varas descubro las viejas banderas de la guerra los remitolies arañan el cuerpo Soy del tiempo que deambula episódico confín de las largas alturas desde allí las cabelleras del pasado me mecen soñoliento En las faenas de estos sueños aprieto el goce

237


Otra atroz forma de olvido Confino exhausto las miradas turbias Recupero sin vinculación mis revelaciones Tiempo indecente recrudece la exactitud universal en los rodantes papeles desgajados dan de sus risas en los grises excrementos de saber días escleróticos en la caricia sutil de una memoria antigua y rodada,–incinerada en el espesor de los / puertos en aquellos grises lugares sepultados al olvido

238


Elegí este camino sé dónde ir La vida aparece apergaminada en papel y en tinta La ciudad dormita extraña sin lugares que pueden / contenerme Siempre la invención de una nueva esperanza adopción de motivos el suceder Callos tentaculares los ojos vidriosos el parpadeo aboga por la fuerza Se incineró la meticulosidad el juramento del odio se hizo añejo y se olvidó Las horas se truecan dialogan sin perspectivas sin la plumífera ciudad osamentas del recuerdo Ayer y hoy la ausencia de los lugares

239


Perdida e intemperada ilusi贸n Esfinge sin hoy sin vuelta Madera deshilachada en el tiempo con cadencias muertas para mi voz

240


El habla tácita y muda Proscenio recargado de mentiras Chistean los dientes Heredad Amago sin rumbos aglutinados los días aprietan mis encías embozan su silencio en el escupitajo Depredo las alegorías anunciaron este calvario y me resigné a aceptarlo

241


Derrota inĂştil Abofeteado mis hombros caĂ­dos en el hule Palabras agotadas en el trajinar aguardan mis columnas Sereno la mirada para ignorar las sombras Gestos odiados y prescindidos en esta permanencia

242




Rテ:AGAS DE OLVIDO



A Euribides Serrano y José Luis Díaz con quienes compartí los infinitos días y disfruté con fortuna la bohemia



MONÓLOGOS



Mon贸logo de esperanzas perdidas sembradas de barro sus voces ocultas desvar铆an condenando a las noches viejas a aquellas que no habitaste Luces de puntos perdidos all铆 donde todo acab贸 Lugares que se prolongan en el tiempo no tienen muerte habitados por carcajadas lejanas

251


Chimeneas alargadas en el recuerdo de las distancias pasadas de mi vida encenderes de la libertad de cuando las lechuzas decĂ­an de sus viajes por parajes oscuros silenciosos que han desaparecido

252


Materia informe milenaria difunta Juntos sin la sensación de los respectivos látigos condenado a la tierra he sellado historias serán el único motor mi recuerdo Fuerzas internas dislocan asumen la sensatez comienzan a preguntar ¡como si el cuerpo fuera culpable de cargarlas! Estoy loco deambulo hecho pedazos desfilan horribles caras ante mi rostro me doy cuenta del gran irrespeto de la vida.

253


Estancias que recogen las horas barcas perdidas en las regiones del tiempo tsentimientos desgajados en las destemplanzas de la vida se perdieron Se pierden las mañanas ¡nada pasa! La soledad largos días en que se perpetúa el vivir las construcciones cotidianas se convierten en efluvios de angustias los minutos perdidos nos pesan como siglos Sólo queda vivir el momento cuando los días se prolongan siento dolores viejos duermen en mí las tristezas de las tardes

254


Recuerdo

Abrumado de esta sangre soy soĂąador de cĂĄntaros de lluvias glaciales consumidas por la fauce inclemente de gigantescas alcantarillas acababan mi felicidad cuando tragaban los barquichuelos de palos de mi infancia

255


A Yannette Abouhamad No sé si conocí el tiempo que recuerdas para poder vivir razón de tu existencia camino en tus días Emanación tránsfugas de energía una persona hoy otra mañana diferentes motivos para andar en el mundo Existen no son iguales de todo lo vivido veo y siento mi hálito y no sé si es el mismo

256


DESESPERANZAS



Sólo con mi tristeza capturando lo indecible piedra perdida en lo que nada importa Tristeza me enmaraño en tus distancias aquejo mis pasos tras tus huellas te tengo y te pierdo Lucho en lo que no se me parece hipostasiado dibujado sueño extenuado en lo más profundo Malditas moléculas de mi cuerpo Seguir pareciendo destino fatal de los hombres vicio entrompetado en las gargantas Tristeza ir hecho ventanas pisar los suelos de algún día extrañarlos dejarlos atrás

259


Llamas

Tardes aquellas tristes a la oración de la anciana cercanía de rostros que un día pasaron y tuvieron la vehemencia de ser jóvenes sólo una vez Mastico posibilidades de mi vida sin la convicción de que / todo sea cierto Por las noches águilas inmensas emigran de la región de las llamas hacia mi ventana huyen de sus sombras –los lugares de sus vidas / murieron

260


Me voy consagrando las raíces perdidas en vértigos de sombras Disipar la luz enfrentar lo que existe en lo naciente arboledas y espumas en los surcos El mundo Contenido en las cosas Sentirse humano retornar la huerta prolongando la más menudo en lo extenso No importarte en tus propios juramentos eternos circundan el semicírculo el óvalo a lo largo de tu cuerpo y los cargas y sabes que no han muerto Las palabras que arrancaron en las noches de miedo siguen reservándote independencia

261



SOMBRAS LEJANAS



Sombras lejanas

Hábito lejanas andanzas Confines retaliados dispersos Memoria destilas olvidos Amago en sombras borré en los antiguos parelones la procelosa ambigüedad Exhausto de los lejanos días de mi niñez herí salvajes y nocturnos rostros enredé las muecas de los fantasmas El caserón penetró en mi ser

265


Rutila la imponderable voluntad universal Desaparecida en la línea das tus formas al tiempo Erudito en palabras sé del final Madre silenciosa en ti recaen las derrotas de las tardes Engarzo las aves de estos ásperos golfos reñidos al oleaje fraudulentos a la fauna Mares perversos –diseco la imagen del hombre que pobló estas tierras huracano en los lechos de las montañas Al final queda en la rúbrica la mentira de Dios y de los hombres

266


Cuando discurro por entre las rendijas confino la violación de los verbos. ¿Para qué estar cuando el asfalto anda sin corazón? Los años perecen memorizando las distancias. La vida marchitó la amistad, flagelada se encontró en el rumbo para desvanecerse en la tiranía de acciones que no le correspondieron.

267


El roce de tus manos abre las tinieblas la soledad macabra e insospechada del pubis da la oportunidad de zaherir lo mĂĄs odiado Para presentarse allĂ­ malĂŠvolos intersticios No desciendas las manos a los cofres absorbe la pestilencia de la ciudad habrĂĄ de recompensarnos con su sudor

268


Las tinieblas someten los cuerpos nadie ha querido herrumbrarse como yo En una pasi贸n sin rumbo el cuerpo se resiente juego a ser feliz Para qu茅 hilvanar recuerdos nadie debe masticar blasfemias Los pasillos se han vuelto a herrumbrar entonces quebranto mis juramentos

269


Me entrego a la noche sin caricias Hundo las manos en el rostro ya no es tuyo el cielo lo bebió lejano sin palabras Declamo en la mudez hiperbólica del mundo que me negaste Sumerjo mis raíces en otras formas Duermo sordo ante pasadas brisas Las creí mías No existe soberbia un rojo vino inflama el rostro cancela los espectros Vuelvo a amar en el sueño mórbido de exuberantes líquenes apasionados Hacen crecer el cuerpo en su demencia de cuando me instalo en la magia En la vida de otros brazos

270


A Maribel Rendo Orocopey Ladeando las antiguas conmiseraciones me aventuro en los éteres Nada la incandescencia para enceguecernos no hemos sido capaces de abrir las ventanas Rutila el pasado en la retina es un barco de fuego y quema los dedos Se aprietan las encías imprevistos las ideas como siempre confinadas todo prometió eternidad y están allí deshilachándose los trazos de las tardes la cálida mirada de seres rescatados en la mención de las palabras Sí –un fuego ausente en donde nada cierto se contempla somos mármoles vanidosos del pensamiento cavamos a cada instante nuestra ausencia La mirada se apiña sobre las hebras vegetales de tus cabellos decir una palabra más es dejar de usufructuar el silencio el sopor rancio de tu soledad recóndita

271


Fraguó inconstante las medidas de mis torturas en este devenir nadie habrá de ser recordado y lo sé todos me reprochan mi camino el de ustedes sin embargo no deja de ser mejor está allí la misma muerte para todos el azar es el mismo en la historia del mundo nunca ha habido tantas alimañas ocultas aguardan siempre el lugar prometido pues en estas noches sin sueños acercan su propio rostro a las palabras y luego nadie podrá decir que no sospeché este momento aunque en verdad ayer me fue ajeno Todavía me presiento en aquellas latitudes en los sonidos del alma de las calles en las caminatas de los bachacos como si nada hubiera perecido Al final serán las imágenes y hablarán entre sí deteniendo las sombras la terrible desgracia de la extensión

272


Despierto de un largo camino pretendiendo ser oscuras noches llenas de espectros de amigos y lunas claras cuando los dedos se me llenaban de pasta solitaria de correr por las calles en penumbras que recordaban insomnios dilatados en mi memoria antes de poder vivirlos porque la imagen de una palabra tal vez despertará infinidad de rostros en las casas destartaladas y llenas de magia que no fueron sino eso cuando las volví a tener años después siguiendo el pensamiento hasta el más recóndito rincón Sueños Para evaporar los sueños bastan pocas cosas y sin embargo todo sigue existiendo aunque las manos huesudas desaparezcan y será esta vez tu cuerpo el que vaya a llenar algún libro de fantasías los sueños de los niños

273


Importuno trepidar congoja oculta simples risas Reclinado inerme desvalido ante un cielo profundo la angustia en una moribunda plaza destinado el pensamiento a la tristeza

274


Los barcos

Suspendidos burlando los espacios Dilatados En suspenso quedan en el oleaje que no ven mis ojos los voy divisando sin cielo sin mar como colgados en las nubes para quedar allĂ­ Su espera ansias de puertos y muelles olvidados

275


Quiero saber de ti del miedo por los gatos los has visto trepar por las ventanas y beberse las noches de las casas solitarias Midiendo el espesor de las tejas viven en las viejas casonas en las que se diluyen en las noches oscuras donde diste a luz tu Ăşltima hija y soplaban los vientos de los muertos por ellos se lamentaban las corolas de estos ĂĄrboles Hoy se me antojan tus angustias de planchadora joven el arrugado rostro de tu esposo como cargando con todas las penumbras de esta noche con los escupitajos de los muertos

276


Pasas sin recompensa Impoluta materia hace falta la mano que te dĂŠ ruedas salpicada de imposturas te das desafiante para condenar al recuerdo beber lĂĄgrimas distantes en el sigilo de noches interiores haciendo las exequias sin esperanza de encuentro sĂłlo barcas de navegar dilatado prisioneras en el mar

277


Errante grito tus tardes doy la palidez a los mares deshago cristalino el corazón Insensato trepidar requiero tallos faltos de prosodia Felicidad plumas silvestres alacenas gigantes perfume de los días ahogados en tu llanto espesor de cuerpos faroles y son ancianas las voces chirrían desgarban la ensoñación sin séquitos y prerrogativas blanden el acero disipan las ausencias Condenada yo sin poder darte raquítico recuerdo espeso de marítimas noches derretidas en cuanto ha sucedido

278


IMÁGENES



Viaje con retorno

Abro peque帽os surcos libo su calentura en la alta noche viajo por las paredes a las constelaciones me pierdo diviso puntos rojos a lo lejos siento en mi cuerpo el calor de mil luces desgastadas se cierran mis ojos me deshago los huesos se hielan ... el miedo las piso las pulverizo vuelven a nacer soy hombre entre los astros destrozo lo que ha sido ando sin pies regreso Al amanecer me encuentro vivo Silencio rotundo el de las altas noches soplo marino cuajado en las rendijas de los barcos Ilusi贸n esperas a las aves consumo la parte que me toca Puertos nocturnos

281


sueñan los barcos aguas extrañas Derrotero el sol el mar las estrellas el amor henchido en cada pecho ¡y tú! Ilusoria abstracta sin existencia real caverna transitada en estos tiempos jardín de estas sendas

282


Quiero verme

Suelas taciturnas palabras que te quieren decir cantor solemne de las borracheras descampado en mis visiones quiero compartirme en mil vasos de vino correr en las elegantes venas de los sabios franceses que beban mi sudor los descarriados los que no tienen mundo aquellos cuyos amigos son los libros y por Ăşltimo verme en las telaraĂąas de las turbias visiones de los borrachos

283



ENSUEテ前S



Sombras lejanas II A Pedro Llopis

Aguas que se acongojan por no poder acariciar tu cuerpo son voces distantes que en remotas lejanĂ­as quisieran ser hoy nuevamente diĂĄfanas para decir de la vida de estos lugares despiadados en su pasar De noche cuando son alumbrados nacen los lamentos de las hojas secas sonrisas borradas de cuando fueron hermosas tan solo las cerraduras crujen en esas noches solitarias intensas la llave de mi puerta suena y deja su eco amargo

287


en las sombras distantes de la noche que peina tus cabellos pues quiere ser hermosa nuevamente Cuando ya no existas se borrarán los sufrimientos el recuerdo será tenue luz pervivirá algunos años hasta que todos mueran o se muden Esta generación no sabrá de tus bohemias de tus pasos cojos por las calles oscuras ¡Ah desgracia de vivir alguna vez!

288


No puedo más que admirar la desemejanza / urgida de una corola destinada a imprecar la urdimbre que no le dará / comprensión, y seguirán desflecándose tus mejillas con el color sanguíneo de quién sabe cuáles pensamientos abotonados / de cinismo enrolados es ese destino elegido ciegamente. Ayer se irguieron los vozarrones, llovió fluido desmelenándose instantes cuyo destino ha sido la tumba / incesante de rostros que se han descristalizado en el sigilo de las / agresiones No volverán a tener referente

289


Desmedro tus felonías, agoniza el sueño, da cumbres Pisadas destrozas el vacío sin quererlo Adioses, tantos –inmerecidos Ciego –desfallezco duermo lo que se me ha negado De un golpe de luz la tierra calcina tus tentáculos Sapiencia de lugares días lluviosos oxidan los miembros cada quien se pertenece sin angustias Candidez del rostro, lugar tibio, de arenas siempre historias mecer los días recuperarlos sin asteriscos sólo las luces cobijadas en la espesa noche Soledad llena de días no han quedado grabadas las huellas Siembro luces sin esperanzas te tengo en la palabra irrecuperado, irredento, sin nadie que sea capaz de vengarte

290


Mon贸logo de esperanzas perdidas sembradas de barro sus voces ocultas desvar铆an condenando a las noches viejasa aquellas que no habitaste Luces de puntos perdidos all铆 donde todo acab贸 lugares que se prolongan en el tiempo no tienen muerte habitados por carcajadas lejanas

291


Duermo el improvisado sueño de mis monólogos tertulias implacables con mi pasado con mi presente En el arrinconado musgo de esta prisión nacer y vivir abotonado a la tierra Líquenes soberbios enlodadas raíces amo la madre virgen de los otoños las peregrinas nubes de los aguaceros El universo fuerte garganta de insólitas cosas mundo que no admite otra forma y no quieren ser felices los solitarios cauces sus quebradas Pertenezco a la naturaleza en mi sangre la dilatada lluvia su ardor seco como todo lo guardado en la memoria arropo cuentas sacadas en papeles de estrazas en estos tengo escrita mi vida la de los hombres

292


Viejos arrabales de cuando yo soñaba con el hoy entonces era más puro las sombras eran para mí misteriosas edades Oratorios de luz de las distancias compulsión de momentos de los que se requiere la fecha cuando nos dieron el adiós Misteriosos silenciosos de ayeres hojas de viento que pasan sin cesar Sonidos misteriosos lugubridad de calles construcciones sin tiempo Cuentos de fantasmas borrascas de luces miedos infinitos Hay tiempos que parecen sombras

293


el pasado Soy como soy mi estado anĂ­mico zumbidos de espera algo que no llega

294


RASGOS



En las noches insomnes...

En las noches insomnes hábito en un espacio lejano y fugaz en esas soledades de mi psiquis está una eternidad durmiendo sin saber cuál es el porvenir de sus vidas Ojos lacerantes ruidos de grillos noches de tormentas / somnolientas debaten mi espíritu en el fuego de una estancia dormida Esta noche siento la soledad del transeúnte lejano sin saber quiero encender lo inverosímil lo eterno de esos amigos lejanos que son mis sueños Al despertar siento al mundo se desvanece lo eterno y de una sola manotada vuelve el aletear de lo insensato Tumultuosa soledad de mis órganos independientes del mundo y de sí buscan prolongarse en la eternidad adoloridos por ser descendientes de otros iguales a ellos

297


No sé

Me sigo toco mi cuerpo me parece extraño Sensaciones algo muy mío me van pareciendo hastíos Mis miembros una palabra van pesando tanto Me oigo no creo ser yo sin paralelo, sin prisma órganos sensaciones diferentes a los míos y sin embargo existo Cuando termino de creerme igual que todos me doy cuenta de mi muerte entonces me avergüenzo cierro los ojos me pesan los sitios las horas se me hacen sin preguntas sigo andando

298


Secuencias

Este año empieza otro lugar de mí me abotono en secuencias imprescindibles pesadillas tranquilizadas a través de los años sólo voces distantes irrumpían en mi silencio las disipaba en los incensarios ¡ya no cabe la carga! Caen las hojas las viejas voces me llaman a lo lejos Clareo Rompo resucito de una muerte que nunca he tenido y sin embargo todo me rodea huyo despavorido descarrilo mis alas todo acaba No me reprocho mis propios actos me tranquilizo al contemplarme sano no me importan ya ni tinta ni los tinteros retrocedo ante la horrible imagen de mi rostro me incorporo al mundo junto a mis miembros

299


Bebo en las flores de mayo el chirrido de las Ăşltimas chicharras, las otras fueron en busca de ciudades desaparecidas, detenidas

300




ÍNDICE



La pasión oceánica de Nelson Guzmán, por José Carlos de Nóbrega

7

CIUDAD DEVASTADA Herrumbres Ausencias

29

Sacudida

30

Aguaceros

31

Barcos sepultados

32

Borrascas

34

Buques

36

Caprichoso mar

37

El Porteñazo

39

Cenizas exhaustas

40

Ciudades muertas Espesura

43


La crispación

45

Tiempos de dolores baldíos

46

Visiones

48

Recuerdos

50

El terremoto

51

Tempestades

52

Babazas espesas

53

Escombros

54

Espantos y días perdidos El escape Estrellas fugitivas Anich Desafueros de la memoria Laudos de los días Cerros fisurados Los faros

57 58 59 61 63 65 67


El olvido

68

Pasi贸n oce谩nica

69

Miedos ancestrales Eternidad

73

Los asaltos del tiempo

75

Escombros

76

Tiempos idos

78

Ma帽anas de nadie

79

Memorial para Orlando Guevara

81

Profusi贸n de mar

83

Tinieblas

85

Tugurios

86

Despensas de la noche La memoria Las despensas de la noche

89 90


Brizna de sue単os

92

Deambular

94

Lajas del tiempo

96

Casas solariegas

97

Absurdo

98

Acantilados

99

A rtificios del tiempo

100

Estremecimientos Lupe Balazos

103

La fragua

105

Vericuetos del destino

107

El Cariaco

109

Destino de los condenados

110

Espantos

112

Imprecaciones

113

La huida

114

La voz

115


Sacudidas Noche profunda

119

Los sueños

120

Borlas

121

Tiempo abrasador

122

Testamentaria

123

Noche mortuoria

125

Tardes

126

Sacudidas infernales

128

MUECAS DEL TIEMPO Miedos infinitos Murmullos

135

Mujer

136

Días seculares

137

Días tormentosos

138

Tiempo inmemorial

139


Miedos metaf铆sicos

140

Tu muerte

141

Balas y muertes

142

Tinieblas

143

Fin de mundo

144

Memoria

145

Calles perdidas

146

Olvido

147

Esperas infinitas

148

El Salado

149

Bocanadas de humo

150

Mundo de errancias

151

El Sena

152

Incineraci贸n

153

Naufragios

154

Mentiras

155

El tinglado

156

Memorial para Benedetto

157


Historias Días sonámbulos

161

Convencimiento

162

Eternidad

163

Brisa

164

Sonrisas de mar

165

Sorbona

166

A rrebato

167

Paramount

168

Visiones

169

Tiempo

170

Meretrices

171

Mi mundo

172

Voces yertas

173

Tinieblas

174

Acantilados

176

Viejona

178

La calle El Mamón

179


Calle El Mam贸n, segundo acto

180

Calle El Mam贸n, tercer acto

181

Fabulaciones

182

Par铆s

183

Lugares fantasmas

184

La derogaci贸n

185

Formas infernales

186

La vida

187

La eternidad

188

Venganza

189

Vaticinio

190

Voces de los muertos

191

Los fardos del tiempo

192

Soledad insospechada

193

CONTERTULIOS Maldiciones de siempre


Memoria

201

La tarde está ofrendada de silencios…

202

Somos los condenados…

203

En la mesa ruedan los dados…

204

Danzas…

205

antiguos contertulios Adivino los ecos dejados por ustedes al viento…

209

Los días tuyos fueron al olvido…

210

Calma breve de imprecisos matices…

211

En las mañanas en que no estuviste…

212

Pasadizos cenagosos…

213

ilusiones abandonadas Cuadriculo tu voz en vacíos aposentos…

217

Amo las calles que no me diste…

218

Quiero prescindir…

219

derrotas ontológicas Rutila la imponderable voluntad universal… 223


Recapitulan las sombras…

224

Esa noche hice rodar de una bofetada los juramentos…

225

Juramentos Se fraguan los sueños para tatuar con barbarie…

229

Computo la soledad…

230

Inmenso perdedor en tremolaciones ocultas…

231

Reí la soledad…

232

Tibio opio de vidas…

233

olvidos Gargareo la sangre del habla…

237

Otra atroz forma de olvido…

238

Elegí este camino sé dónde ir…

239

Perdida e intemperada ilusión…

240

El habla tácita y muda…

241

Derrota inútil…

242


RÁFAGAS DE OLVIDO Monólogos Monólogos de esperanzas perdidas…

251

Chimeneas alargadas en el recuerdo…

252

Materia informe milenaria difunta…

253

Estancias que recogen las horas…

254

Recuerdo

255

A Yannette Abouhamad

256

Desesperanzas Sólo con mi tristeza…

259

Llamas

260

Me voy consagrando…

261

Sombras lejanas

Sombras lejanas

265

Rutila la imponderable voluntad universal…

266

Cuando discurro por entre las rendijas confino la violación de los verbos…

267


El roce de tus manos abre las tinieblas…

268

Las tinieblas someten los cuerpos…

269

Me entrego a la noche sin caricias…

270

A Maribel Rendo Orocopey

271

Despierto de un largo camino…

273

Los barcos

275

Quiero saber de ti…

276

Pasas sin recompensa…

277

Errante grito tus tardes…

278

Imágenes

Viaje con retorno

281

Quiero verme

283

Ensueños

Sombras lejanas II

287

No puedo más que admirar la desemejanza urgida de una corola…

289

Desmedro tus felonías, agoniza el sueño, da… 290


Duermo el improvisado sueño de mis monólogos…

292

Viejos arrabales…

293

Rasgos

En las noches insomnes

297

No sé

298

Secuencias

299

Bebo en las flores de mayo el chirrido de las últimas…

300



Este libro fue editado por la Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Está compuesto con la familia tipográfica Apple Garamond Fue impreso por la Fundación Imprenta de la Cultura, durante el mes de junio del 2015. Año de la conmemoración del centenario del nacimiento de César Rengifo, quien manejó la idea bolivariana de la fuerza de los pueblos para el cambio.

1000 ejemplares



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