SOLĂ RIUM
y otros poemas
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Mercedes a Luneta Parroquia Altagracia Apdo. 134. Caracas. 1010. Venezuela Telfs: 0212-562.73.00 / 564.58.30 William Osuna Daniel Molina Ánghela Mendoza ©Gabriel Jiménez Emán Caracas, Venezuela 2015 Jennifer Ceballos Ximena Hurtado Yarza Ánghela Mendoza
Fundación Casa Nacional de las Letr as Andrés Bello
Presidente Director Ejecutivo Coord. de prod. Editorial
SOLÁRIUM Diagr amación Corrección de textos Diseño de colección Dep. Legal: lf60520158001609 ISBN: 978-980-214-340-5
SOLÁRIUM
y otros poemas Gabriel Jiménez Emán
A los poetas, amigos y familiares que se despidieron muy lejos, pero que siempre andan cerca A la memoria de mi madre Narcisa
Advertencia preliminar
Los textos que componen este pequeño libro se fueron agrupando con el tiempo en las gavetas de mi escritorio y fueron vertidos –como me imagino serán los de la mayoría– en hojas, servilletas, libretas, cuadernillos. Poco a poco fueron transcritos y archivados en la memoria del computador, con los accidentes propios del proceso de la escritura: imprecisiones, correcciones, enmiendas, supresiones, y el posterior ordenamiento que le otorgó la forma de libro. No poseen una unidad temática ni de estilo. Viéndolos desde afuera, debo decir que no competen a un ejercicio intelectual, sino más bien a un ejercicio de la exaltación familiar o amorosa, al sentimiento filial, de la amistad y de los asombros cotidianos que se originan ante la contemplación de un jardín, un patio, un perro fiel, un atardecer en el mar, un paseo con la mujer amada, el nacimiento de un nieto, el cumpleaños de la madre. Pertenecen casi todos al ámbito íntimo y del sentir individual. Otros van dirigidos a la solidaridad humana con los oprimidos, el apego a la patria, a la reconstrucción memoriosa de la infancia o a los momentos álgidos de la soledad o la nostalgia existencial, como es el caso de la serie intitulada “Soledumbre”.
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En todos ellos está en mayor o menor grado la presencia del sol de nuestro trópico –”Solárium” es el texto central en este sentido– bajo cuyo dominio se teje la vida colectiva y la vida interior en un espacio público de plazas, bares, fiestas, alegría bohemia, o recorridos por las habitaciones y corredores de la casona materna de mi infancia y adolescencia, o a los despejados paisajes de la geografía de mi país. Se agruparon por sí mismos y ni siquiera pude organizarlos por partes. Pertenecen estos textos a fechas muy distintas, muy alejadas unas de otras. No he querido ponerles fechas a todos y cada uno de ellos para no abusar de la cronología. En todo caso, fueron escritos entre los años 2004 y 2014, dato que quizá pueda tener algún interés para quienes se ocupen de estudiar los peculiares laberintos por donde se mueven los hilos de esa experiencia de indagación interior, a la que hemos dado el nombre genérico de poesía.
G.J.E.
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Soledumbre A Eleazar León, in memóriam
I el ojo arroja sus garfios a la tela del día el rostro deletrea las sílabas de la plaza mientras los pies asaltan la calle de los nervios al atardecer las dalias se hinchan en el temblor del pecho mientras el cielo caza nubes para el hambre de espíritu ah hermético sosiego no apareces sino al final del callejón al fin del túnel que conduce a la noche sumergida en vasos quejumbrosos tiritando en el vientre del agua en el océano de hielos que bajan hacia un oasis de sed
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II cuándo va a llegar el regreso cuándo empezamos a bajar por la escalerilla de las costillas hacia el horizonte cuándo va a gritar el silencio en la arena de esta playa que bate mis sienes hacia esa otra orilla donde pastan las sílabas del arrepentimiento ora por nosotros señor de los murmullos ora por nosotros señora de los abismos entraremos al templo a segar ilusiones no será muy tarde entonces será la ardorosa mañana de la simiente tierra abonada para hacer llover lágrimas hacia arriba hacia los párpados del cielo
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III ven a mí amore ven acércate a la lejanía de mi latir entra al portal del laberinto bienvenida seas al abierto cerrojo que ofrece su herrumbre como una opción de abrir de dos tajos la nube interpuesta entre tus ojos y el sueño entre tu sueño y los delicados lirios de la conciencia la luna se estaciona junto a una estrella celosa que lanza su saliva invisible hacia los heliotropos terrestres y alcanza la interrogación sin fin del existir
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IV quĂŠ bien se urde todo esto sin mi permiso licencias prohibidas para asaltar las calles y romper las vidrieras del santuario donde gimen los obreros se labran los surcos muertos y las banderas chamuscadas penden en el aire del campo de batalla para anunciar el definitivo triunfo de las derrotas luminosos fracasos inventados en la esquina del insomnio en el alcohol que salta en la punta de las almohadas y martilla una estaca en la cresta de las mareas para un banquete de mendigos ah delicioso mendrugo del tiempo
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V el alma que brilla en el alma de la rana el pensamiento del brillo en lo negro el relincho del potro en el presentimiento el pajarito y su piar trascendental la mariposa casada con sus alas la hormiga concienzuda y perpleja con sus tenacitas tan bien dispuestas a morder la eternidad la araña que teje su tela en mi memoria mi perro que ladra a la teja y mi gato cuya mejor opción es la luna son mis compañeros de soledumbre mis hablantes secretos mis conciencias los bendigo con mis cejas los unjo con mis ojos cerrados que expían hacia adentro mis pecados mis animales reyes de mis deseos vigilantes de mi respiración les bendigo desde mis venas que arden en mis brazos como leños dormidos
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VI increĂble mujer la soledad
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VII quién inquiere en el profundo hueso quién desea descender al abismo de la cima aquel que pretende absolver de pecados termina absorbiéndolos al edificio de la noche al sol que con todos sus rayos nos quema y nos deja aciagos para envolvernos en la madrugada quién quiere entender el destino incomprensible quién desea penetrar la puerta sin bisagras quién por Dios quiere llamar a la puerta de la bóveda y descubrir que el anillo sagrado y el erial secreto son dos maneras de encender el cirio que arde sin pecado en la grama de la tumba
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VIII alguien se ha mudado a la casa del coraz贸n alguien ha tra铆do un pan al horno de la boca alguien ha acercado el agua a la sed de la tierra insaciables intraducibles inescrutables los seres van y vienen por este corredor del sentir abierto infinitamente tienen el coraz贸n como coraza un peto de guerrero para cada llamarada un taller de Vulcano para el hierro que debe atravesar el campo abandonado en nieblas y el bosque de las dichas que se precipitan al vac铆o sin que podamos remediarlo
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IX en la barra el hielo del vaso asiste a la cita entre lo real y las visiones entre la palabra presentida adentro que por obra del trago profundo ejecuta el rito donde el fantasma acude con arrojo a la sien bebedora lengua dialĂŠctica idioma otro armando vĂnculos con la nada con la punta del idioma herido en el centro de su ser aromado alcohol que buscas en el otro tu asombro para nombrar de nuevo al mundo en el laberinto presentido de lo efĂmero que cae al hueco del presente y va a toparse con el aire y la tempestad del pecho buscando acomodo entre los beodos entre las gargantas heridas por la discusiĂłn entre el vaso y los ojos los vidrios y los hielos 21
los alcoholes atizados por preguntas secretas todo impregnado del enigma bebedor donde licores zigzagueantes marchan al ritmo de una risa con tos es el recuerdo atizado por la brasa de la memoria donde cada uno asiste puntualmente a su recuerdo
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Visita del cangrejo
El cangrejo de ojos asustadizos vino a visitarnos. Llegó a la casa por un escondrijo y nos contempló mientras veíamos las estrellas. Sentados en el diván hundidos en la densidad de la noche cariñosa nos levantamos llenos de asombro con el libro de Lezama en las manos. Recordé que Lezama tenía el cangrejo en su trono de playa y lo envió a trepar por el tiempo para saludar las lágrimas en las almohadas dichosas. El silencio se instala en el cuarto cerrado y nos resguarda del pasado.
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La casa de las palabras A Celsa
1 en la casa de las palabras hay un nadie que murmura sĂlabas sedosas intenta pronunciarlas en las pausas del ocaso las sĂlabas huyen de la voz se internan en precipicios abandonados se posan en matas y pĂŠtalos tristes que les dejan caer en la ciĂŠnaga muda luego rebotan hacia el techo de la casa para posarse en la garganta de una mujer esperando
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2 los oĂdos salen al campo a pescar silencios un grillo minĂşsculo duerme el horizonte en la tarde ahuecada por las manos campesinas de abuelas que juegan taimadas entre sus arrugas y el pan los nudillos de sus dedos cosen el pasado al presente y lo entregan hecho una masa que canta calladamente en el interior de la lengua
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3 los abrazos que nos dimos en la distancia se abrieron en un cielo que editaba gaviotas para el libro del mar se internó en un hueco minúsculo de arena cada grano se hundía y buscaba anclarse en los muros de las playas de repente surgió en medio de nosotros un agujero blanco para despertar los adioses de aquella tarde en el puerto el ojo ya ebrio de tanto azul de tanto índigo se refugió en tus manos
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4 me quedé parado como un árbol contemplando el camino marcado por tus piernas en el anochecer que andaba hacia delante y hacia atrás como aquel cangrejo de concha azul que tocaba el violín con su tenaza blanca y con la otra saludaba las diminutas presencias ocultas entre los corales caracoles y conchas saltando entre las olas de la playa luego me fui a hundirme en tu ostra dulce donde nadé toda la madrugada para donarle un sentido al paisaje
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5 el padre se fugó de su hamaca la dejó colgada vacía junto al mecedor de mi madre que también se fue a acompañarle con su bastón al seno del paraíso el chinchorro hace bambolear el tiempo del patio de lirios los malabares de mi madre huelen a luna en esta casa que respira por todos sus poros como un sagrado animal cuya calma respiración se funde a la noche
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6 tantos amigos se fueron antes se marcharon sin avisar como animales cautelosos como tĂmidos niĂąos nos dejaron trozos de escarabajos morados para jugar en los mediodĂas arrugados donde el sol chorrea su luz por las tejas y el patio de los limones duerme en el regazo de la /grama por la noche trozos de vela y espermas encendidas nos saludan para iluminar la soledumbre
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7 qué tierra es ésta que nos deja ahítos y solos en un convento del desierto donde los frailes han huido hacia los abismos de arena con sus biblias aporreadas las mujeres pasan hacia ninguna parte con oraciones mudas entre los dientes mulas locas patean el viento chivos sin ojos se beben la brisa allí vamos todos a perdonar a Dios por habernos traído aquí sin nuestro permiso
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8 hiéreme con tu aliento lengua mía apodérate de este pecho corazón desbocado hazme callar siémbrame una espina por toda la piel para sentir toda la majestad del dolor y quedar mudo anestesiado en la quietud de este pálido mundo
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9 la noche tiene dentro un tĂŠtrico silencio el cosmos grita inĂştil hacia el centro de las estrellas y nadie escucha rebotan cosas mudas haciendo rodar ecos mi perro le ladra a su sombra ĂŠl ya no puede verse ni verme clama por sus seres nocturnos y ellos sacan sus hocicos antes de respirar los aromas vacĂos adonde todos vamos a sembrarnos
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10 alumbre solo sola urdimbre ardiente sombra en el umbral que pone su leña la enciende y alumbra con su aliento continuado el alambre separa los muros de la conciencia está alerta para escuchar el crepitar en la lumbre de un fogón urde su red sin que lo sepamos sin conocer el sentido último de su llama que se apaga única y solamente en el alba del umbrío bosque anochecido
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Solárium
Cae el rayo sobre la tierra, sobre el pavimento reseco, el cielo se despierta de sí, cuaja su azul como una /mermelada entre palmeras, se va abriendo paso entre el follaje de colinas y /alborotando pájaros, lagunas, iguanas, ríos descabellados, aves migratorias. Se ensaña el sol en derretir cualquier presencia, destellar en los espejos de agua, produce el parpadear imposible /de las culebras, imanta con su amarillo las cuerdas /vocales del turpial, y al caer en el mar revuelve las olas con sus manos, busca los ojos del pez para volverlos tornasol, saca chispas de los mástiles de los barcos, inunda con su saliva de oro el átomo de los metales, se introduce poco a poco en el maderamen de la materia /viviente para hacerla crujir adentro, en su fibra última, en el dialogo que tiene con sus semejantes vivientes, llámense hojas, llámense piedras o palos, flor, cauce, ulular de vientos. El sol dilata la pupila del caballo y las ubres de la vaca, despierta a los asnos al borde de los precipicios, alborota a los insectos que se cuelan por los intersticios /terrosos, 34
resguarda a las hormigas y a las larvas que se cocinan en /el caldero de la mañana, y les ofrece alas. Por la tarde sale a vigilar huertos y fincas, los árboles despiertan con cada aletazo del follaje, con cada rebote en la materia, con cada cuchillazo que clava en el corazón de la tarde. Ahí va el astro rey a asumir su imperio, a apoderarse de su reino antes de que llegue la noche, la sombra que arropa lentamente la tarde para volverla /tiniebla. Todavía el sol reposa en su cama de nubes pegajosas, nubes que se adhieren a su piel de leopardo, a su ojo ciego que parpadea en la penumbra y quiere ver más allá, penetra con su pupila enorme el centro de lo desconocido y ahí descubre tantas cosas, tantos enigmas solitarios. La tierra del solárium se abona para la visita del alba, al mediodía cae como una navaja depredadora sobre el /ecuador, inventa el verano y el sudor de la canícula, mata de sed a los animales en el llano y la pampa, quema y reseca los arbustos y los convierte en charcos, en ciénagas nauseabundas que tragan pantanos y pozos, ejecuta esqueletos de animales muertos hasta calcinarlos y volverlos amasijos de moscas que luego se vuelven /cenizas, que son sopladas por el viento hasta convertirse en /paisaje,
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incorporadas al aliento de las bestias, de caballos que bufan bajo la fusta de los jinetes y éstos las arrean a corrales o al borde de los ríos para /que beban agua, sorban el néctar cristalino antes de ser sacrificadas, y luego esa carne desangrada y tierna se abra con sal /gruesa atravesada por varas de madera, carne suculenta color crepúsculo que va a dar a la boca de humanos que la esperan para /saciar su hambre y recobrar la fuerza que le donarán al espacio, al campo /abierto, al celofán de la amargura, a la dicha de existir sin /saberlo. El sol se ha metido en cada válvula del paisaje, en cada forma viviente para transfigurarla, para hacerla brillar desde su potencia sagrada. El solárium regado por el espacio iluminado, el trópico atravesado por sus diminutas hojillas que hieren la piel del firmamento, y se quedan allí /sembradas para decirnos lo que somos o fuimos, lo que deseamos ser, aquello que buscamos a la vuelta /de los cielos, al otro lado del amarillo que ruge para volverse /llamarada, fiesta de incendio, devastación maravillada de todo lo /existente.
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Los dĂas se agrupan en el solĂĄrium como rajaduras /cegadoras, de sĂşbito abiertas al asombro de las noches y dĂas, rodando por los desfiladeros del mundo.
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Este hombre Cristo
este hombre llamado el Cristo me ha donado su imagen desde que yo era niño ha instalado su bondad en medio de mis ojos me ha soplado sus palabras al oído palabras tan delicadas como esos murmullos de algunos pétalos /en tardes solas este hombre Cristo me ha dado de beber un agua fresca que calma mis agobios e ilumina a veces mi tiniebla va con su túnica de pastor de cabras a ver las nubes de este desierto se queda mirando el horizonte hasta hacerle brotar centellas este hombre llamado Jesús me ha mirado desde el fondo de su capucha oscura con esos ojos que descifran tinieblas 38
ellos me han dejado un poco /mareado y también sin embargo me han regalado una esperanza este hombre Jesús llamado el Cristo ha venido a pasear esta tarde por la tierra de mi alma esta alma mía que a veces es como una playa donde él dejó un día sus sandalias olvidadas yo corrí a devolvérselas y él me hizo una seña para que le dejara dibujar unas palabras en la arena palabras que después las olas espumantes borraron y él contempló con alegría cómo eran depositadas en el cielo este hombre Jesús tiene buenos modales y un burrito que le sigue a todas partes un burro de pelambre gris amigo de un pequeño pájaro juguetón que se pone a cantar sin permiso de nadie a la felicidad el sol tuesta el rostro de Jesús la brisa saluda sus jóvenes oídos que buscan palabras en las piedras
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este hombre me ha llenado de palabras dichas frente al mar en esta tarde minada por un salitre que come costras de barcos esas palabras como pequeñas gotas de agua se sostienen en las nervaduras de las palmeras revelan mundos allá adentro mundos que se abren como constelaciones cariñosas estaba yo en medio de un letargo aquella tarde en que él vino de lejos a invitarme una soda en la pulpería del pueblo para pasar luego a tocar mi corazón como a la espina de una /flor se adentró en él y yo le dije: pase señor Jesús pase usted adelante y él lo hizo con una pequeña reverencia aceptó y se sentó en la más flaca de mis sillas dio un largo suspiro como agradeciéndome aquel trago de agua me hizo una seña de acercarme colocó su mano en mi cabeza y me dijo hijo mío te bendigo tienes una magia solitaria en esa cabeza tuya no la desperdicies hijo mío en cosas tontas
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luego me dio un beso en el pelo y desapareci贸 de mi casa sin darme tiempo a despedirme
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Flores A mi tía Leticia, mi hermana Elisa y mi madre Narcisa
En mi casa las flores casi ni me miran, andan ocupadas en su oficio de dar belleza. En el jardín la malvarrosa cambia del blanco al rosado Y luego al malva tan naturalmente, que tiene asombrada a mi madre. Por allá, debajo de un tronco seco cuelga con sus colores de un rojo intenso un ave del paraíso, saluda a mi ojo el /riquirriqui. Mi tía da un grito de asombro con el olor de los claveles que acaban de abrir y mi hermana señala las pequeñas orquídeas volando encima de mi cabeza como diminutos aviones. Mientras tanto, la gran orquídea del patio sigue ahí, como siempre, como un símbolo cuida nuestra /casa. Miro las humildes florecillas silvestres casi a ras de suelo, con sus pétalos tímidos hablan a la soledad de mi /corazón, me consuelan de la grisura de esta tarde lluviosa, en que mi espíritu ha volado de mata en mata y de tristeza en tristeza.
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En mi casa las flores casi ni me miran, están ocupadas dando trabajo a tres mujeres que cuidan de ellas como a su propia alma, yo las entiendo y hablo en secreto con sus pétalos, les hablo desde mi silencio, desde mi corazón cortado a /tajos, en la extraña tarde de este abril.
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Genealogía de una niñita
maría auxiliadora vino de ariadna que vino de rosa maría con natiana hermana niña recién nacida con nombre de abuela paterna y de su tía yoya las abuelitas dellas vuelan ahora en el cielo saludan y bendicen nuestras vidas el papá martín vino de maría auxiliadora la dulce que también tuvo a monche amigazo mío que /acaricia los cerros de jobito yo vine de narcy que hizo llover ausencias en la boda de ariadna y nació otra vez el mismito /día en que murió y se presentó en la fiesta vestida de aurora su hijo gabriel tiene hija claudia con sonrisa que alimenta sus ojos cada día y la de ari tiene un clavel nacido todo el año y ahora las tres sonrisas cultivan un jardín en mi pecho 44
la tocaya hermana maría auxiliadora tiene esposo pepe que a su vez tiene a klara y maría angélica e israel y lía con laura y fabricio y su primo dieguito el cara de ángel le acarició la mano /a la criatura “ñiña inda ñiña inda” decía su mamá la susana y la abuela ermila que nos crió a /todos nosotros estallamos en sabroso llanto todos tenemos ahora a maría la boronita esta que acaba /de nacer un 4 de marzo de 2008 “aún no ha abierto los ojitos ¡pero ya los abrió!” deja caer gotas dulces en las cabezas nuestras para auxiliar con su mirada a todas estas familias atónitas esa niña se las trae parece decir un pajarito aquí en la rama de este árbol de montaña y al recién estrenado abuelo gabriel le ha nacido otra esperanza
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Emiliano
Dónde andabas tú, muchachito, que te andaba buscando desde hace tanto tiempo. Por qué ríos andabas de paseo antes de llegar aquí con nosotros, te alimentaste de fervor y de música en el vientre de Claudia, te alimentaste ahí de fluidos mágicos, y antes de cosmos y estrellas, venías por las nubes, Emiliano, tenías la cabeza en una almohada del cielo. Al fin llegaste a este planeta, muchacho, a abrir los ojos al asombro de la tierra, aterrizaste en Caracas en pleno mundial de fútbol, el mismo día en que se celebra la batalla que selló la Independencia de este país, justo entre mi cumpleaños y el de Jorge tu papá, cabecita de pluma, te veo ahora en la cuna y te pareces a un pájaro acurrucado entre algodones, pero fíjate, Emiliano, también te voy a decir que te pareces a nuestra esperanza. Anda, corre, Emiliano, no dejes que nadie te alcance 46
en tu vuelo rasante juguetón, toma mi mano, tómala /fuerte para ir contigo a la aventura del porvenir, Emiliano, sopla en mi cabeza, sopla en el cabello de los /años, sopla también en mi corazón y en el de tu prima María Auxiliadora la pelirrojita y en el de Claudia y en el de Ariadna, y en el de todos nosotros, instalados en estas ciudades /calientes olorosas a plátano, a piña, a guayaba y guanábana, a dulce simiente de corazón de fruta, para que nos digas en un susurro en donde tienes escondido el tesoro. Emiliano, muchachito, qué bueno que llegaste, así nos harás más livianas las horas en este mundo maltratado, este bendito mundo.
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Claudia
Esta mujer que está parada frente a mí alguna vez fue niña la vi correr por los parques y plazas persiguiendo pájaros e insectos las olas la seguían por la arena hacia el otro lado /del mar y una gaviota le sonreía desde el cielo Solía dejarle libre de mi mano para que se acercara a los ríos y los fondos turquesa de las piscinas a donde el sol se zambullía a saludarla con su loco ademán Esta mujer que está parada frente a mí con sus grandes ojos castaños y el pelo rizado y las cejas llenas de asombro un día fue tan pequeña como una hoja se llama Claudia cada vez que ríe yo recojo en mis manos un suave trozo de cielo que me sirve para alumbrarme en días amargos la he visto crecer en los claros patios caraqueños y los inviernos de /Europa
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Próxima y lejana es y no es mía va a la Universidad con novio y me lanza besos que dan en el blanco algún día tendrá hijos y yo podré mirarles de cerca y tocarles los dedos tendrá quizá una hija a la que yo me acercaré para mirar a los ojos y descubrir en cada uno una luna y un sol
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La hormiga invasora
El corredor se aroma con el agua que ha chispeado de los tejados la hamaca y el mecedor reciben nuestros cuerpos para el diálogo de las fábulas letras e ideas cruzan de lado a lado por piernas y brazos se apoderan de la piel y la voz mientras del patio nocturno de los nardos entre pétalos muertos y hojas secas de tabasca surge la hormiga invasora a trastear por el piso entre los periódicos del domingo y las cuartillas del /proyecto que une el intelecto a la imagen y unge de olores esta tierra donde la selva feraz de Yaracuy y el mar de Falcón se anudan como nuestros cuerpos desnudos en el percal amarillo. La hormiga invasora busca la ambrosía en lomos de libros y revistas y es regresada por mi dedo al patio de donde vuelve una y otra vez a presentarse como alegoría del trabajo que día a día hace para que la tierra no se salga de su eje. 50
Pasa a travĂŠs de nosotros con su redondo vientre cafĂŠ y sus tenazas nerviosas grande y corpulenta se hunde en la noche del patio y luego de dos dĂas libre por el laberinto del jardĂn amanece ahogada en un charco verde.
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Plegaria A los caídos palestinos en la franja de Gaza
El rostro de la niña muerta en la calle ciega el rostro de la niña ciega en la calle muerta el rostro de la calle muerta en los ojos de la niña viva la niña viva abre los ojos a la calle para ir a la escuela el niño abre sus ojos en la mañana lava su cara muerde su pan y bebe su leche para ir a la escuela y luego sueña con tocar su violín tiene una esperanza este niño tiene una esperanza tatuada en los ojos quiere ser feliz en la escuela quiere aprender a tocar /violín quiere conocer a una niña y enamorarse de ella la niña viva tiene otra esperanza quiere sembrar flores en los prados y tener una floristería en su calle para vender flores a los enamorados en sus ojos se abren capullos de siemprevivas y geranios ella también quiere enamorarse y formar una familia tener niños que vayan en paz a la escuela las bombas caen a pocos kilómetros destruyen la calle donde queda la escuela destruyen los violines y las flores 52
entierran la esperanza en el Líbano en Siria en Gaza los ojos de los niños explotan arden con un combustible de sangre los ojos de los niños grandes se llenan de odio los ojos de los hombres de las madres y de las abuelas que parieron todos estos pueblos cambian ahora la dulzura por la amargura cambian los sueños por llamas que incineran la fe incineran a un Dios que ya no puede más Dios avergonzado cae de rodillas a implorar perdón por la humanidad y se pone a rezar en las zanjas en los despeñaderos y en las calles bombardeadas donde las almas de los niños van a visitarle para llorar por todo este horror por toda la miseria del mundo ahora concentrada en la garganta del Oriente Medio
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Rapsodia cubana
Viendo a la brisa tocar arpa en una playa de Varadero oyendo el mar dentro del corazón de un caracol peinando la costa con la mirada desde el autobús pasaba el horizonte de cañas bananos café y tabaco /guiñándome el ojo contemplé desde la ventana el rostro de la alegría y lo guardé en el bolsillo para más tarde. En Holguín nos detuvimos a oír la orquesta Aragón después en Cienfuegos le dimos de beber al alma que daba de beber el Che a Camilo a Fidel a los nobles barbudos que tomaron por asalto al /Moncada desde la Sierra Maestra y también nuestros sueños amasados con el sacrificio del pueblo en la casa de la trova en Santiago allá en la Bodeguita /del Medio nos derramamos cobre las cuerdas de guitarra y el /Habana Club dejando las voces tatuadas en la memoria del aire de esta isla que dibuja su cocodrilo enamorado en aguas del Caribe y desde ahí escribe en honor de /Martí en honor de Guillén en honor de Julián del Casal para luego ir a desembocar en el delta Lezama Lima 54
el dulce asmático que conocí en su casa de Trocadero donde vine a inquirir su ser y a narrar mis correrías /secretas con Simón Rodríguez y Bolívar por calles de Caracas donde se han convertido en /surtidores en fuentes de agua de libertad erectas como obeliscos. Aquí en el malecón encendí el cigarro aristotélico junto a Lezama que me invitó al laberinto de la hormiga bajando la escalera y a descifrar los números trenzados en medio del crepúsculo de este cielo habanero que /recorre el pulso de mi sangre. Señor Hemingway, venga usted también y tome un mojito conmigo para celebrar todo esto bébase un trago en esta barra y fume conmigo y /hablemos de este país Virgilio Piñera y Calvert Casey y Gastón Baquero /vendrán de relevo para ir al cabaret a oír el piano de Rubén González /alisando los bordes de la tarde cálida a la Lupe a Celia a Omara hacer el dúo con Ibrahim antes de ir de paseo al malecón del sueño eterno. Búscame aquí Severo búscame Alejo búsquenme en estos callejones de la Habana Vieja
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ustedes halan mis recuerdos de juventud en esta isla en este caimancito custodiado por la barba y la boina /del Che por las gloriosas botas guerrilleras empapadas de tierra /cubana por donde descendemos al túnel donde la primavera se /consagra en los acordes de Cachao y Portabales el son de este pícaro juego que se cocina en la llama de /la gracia. El santerío sale de las guaruras sale el sol sale el olor a /mercado el olor a congris a boniato y cerdo asado la papaya y la guayaba se unen al concierto de olores que bajan como música a los sentidos de este pueblo que llevó en hombros la revolución la cargó en procesión por las calles como un santo /patrón y la sembró en la conciencia de la gente que buscaba otro camino de /convivencia. Por ese pueblo va esta rapsodia que quiere ser fuego /social vínculo para el abono futuro que dona semillas al árbol que extenderá su frondoso ramaje por todo el /continente para hacer la esperanza.
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Revuelta a la patria
Luego de recorrer noches viudas en Francia y España desandar mapas de hielo y ciudades de ritmos extraños de haber cruzado puentes neblinosos teniendo a la nostalgia como única compañera y la nariz remojada en el gris océano glacial luego de deslizarme por bulevares tristes donde árboles viudos alzan desconsolados sus garras al /cielo descubrí que muy lejos allá adentro en la simiente donde las nubes nadan boca abajo en el fragor del trópico estaba mi país estaba esta tierra donde el musgo perdido y el río de la infancia bañan rocas desnudas allí donde las cenizas se disuelven en volteretas por el viento ahí mismo te llevo país voy pegado a tus ubres blancas a tus rosadas tetas de madre salvaje me has hecho un nudo en la garganta con tu sol país desquiciado que suda navajas de oro sobre los campos 57
y los verdores sufren en nuevas ciudades donde los edificios recogen la última gota de piedad tierra mía arrástrame en tus cauces revueltos y en tus matas locas y voladoras llévame en el corazón del aguacate y siémbrame una nube en la raíz de la cabeza lava mi sed en campos de trinitarias sálvame de tus calles de estrépito donde borramos nuestros rostros en el vaho cotidiano y en los retrovisores de los carros a toda velocidad. de tus cerros ha bajado mi alma a verse en el espejo de avenidas iluminadas ahí en tus playas donde mojo mi deseo para salir otra /vez a recibir al nuevo pájaro que canta en mi pecho todos los perros del día han venido a contarme tu historia, país mío piso que me has visto descender por la escalera de la /angustia y me has dado a tomar píldoras en madrugadas verdes has presenciado mi caída en medio de tus palmeras y tus matas de mango has visto mi resurrección en las cruces cansadas de los /peladeros de chivo en el mediodía que arde como un gran bombillo /doloroso
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ese sol implacable donde los frutos salvajes se pudren en el horizonte del olvido porque aún llevo el rocío de tus mañanas aquí dentro en mis pestañas tibias justo cuando abro mi par de órbitas para enfocar aquel país donde sufrí y amé y canté hasta reventar hasta dejar mi voz tatuada a la piel de la noche de la noche viuda y derramada sobre el tiempo que me mira ahora desde este vaso de anís donde descubro el oscuro secreto del mañana y la broma colosal que me has jugado país mío te llevo en el interior de las uñas y ya no podré olvidarte ni siquiera si tomo el avión más veloz en dirección directa a ultratumba
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Sobre la piel del mar
Sobre la piel del mar la luz azul del amanecer recoge los restos de la noche y los envía a la alcoba donde los amantes se han llenado cada uno en el cuerpo del otro y caminan sigilosamente en la penumbra de la habitación en busca de agua y de silencios acurrucados en rincones afuera las palmas comienzan su diálogo con el viento mientras voy en busca del dulce pezón de donde salgo limpio a buscar los horizontes del día a pescar delicias marinas para mi boca 60
para mi labio inquieto de sueĂąos llevo tatuadas en la espalda caricias de la amada la brisa entra al espĂritu como rĂĄfaga milagrosa que detiene el tiempo en la palma de mi mano
(para Celsa)
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Un hombrecito anda por la casa
A Dieguito Nunes
Del otro lado del mar llegó un hombrecito de ojos azules camina por la casa entre el asombro de las matas y los ojos de perros y gatos le sonríe discretamente a la tarde y del cielo recoge algunos pétalos para sembrarlos en el corazón de nosotros sus tíos deslumbrados por este pequeño milagro que vino a mojar de dulzura nuestras pieles en esta vieja casona donde hemos vivido y muerto y resucitado de las cenizas de la poesía con este niño que tiene rayitos dorados en el cabello y nos mira desde la pureza de sus ojos para recordarnos cuán cerca podemos a veces estar de la inocencia o del paraíso perdido
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El bosque de viento
La carretera es una hendidura en el paisaje por donde atravesamos un bosque de viento que quema los penachos de las palmeras Recostados tú y yo de un tímido crepúsculo de rosados índigos grises y ocres la luna se ofrece amarilla cubre la creciente de su rostro con una nube los cangrejos trepan por el acantilado bate la brisa con sonido de sábana mojada se introduce en los oídos para abrir la conciencia para buscar respuestas en el cielo arriba las constelaciones vigilan la noche con sus cuajos de estrellas a ellas miramos buscando figuras y sólo hallamos historias de infancia de cuando nuestros padres nos llevaban de la mano y apretando tibiamente nuestras palmas nos decían algo así como “hijo, nosotros venimos de allá arriba” Nos sentamos a contemplar la bóveda de astros mientras hablamos de cualquier cosa humana 63
pasa un fugaz meteorito saltando de una estrella a otra para maravillarnos de la pasajera existencia
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Enamorao
El cielo me regala nubes borrachas el mar me envía mensajes a través de estas palmeras las gaviotas alimentan fantasmas al romper las olas la brisa marina me estampa en la cara la imagen de tus ojos con su bandolín mi padre me dedica un valse triste desde una barcarola una pareja joven pasa ante mis ojos derrotada por el amor y un niño le pone un lacito de algas en la tenaza a un /cangrejo. Allá adentro en la cocina de la casa tú murmuras una canción marinera mientras las botellas de vino refrescan la nevera y los pescados crepitan en el aceite para excitar a los /gatos y acrecentar nuestro apetito de existir. Un mosquito atraviesa la piel de mi brazo con su dulce /pinchazo 65
para confirmarme que estoy vivo te llamo para que veas pasar la próxima edición de /gaviotas las ruinas del pobre pasado de este pueblo me deslumbran con sus muertos desconocidos que pensaban en un /futuro qué fortuna poder vivir este presente contigo enamorao como estoy de tus piernas de majarete del /trópico de tus brazos de durazno joven y de tus ojos que me miran desde una distancia turquesa pues la muerte aquí no tiene recuerdo perdió la memoria siendo niña con un cabezazo que se dio distraída con la bóveda del /cielo abre tus brazos allá voy como un meteoro a cobijarme en tus pechos y a regalarte mi aliento enamorao metido en este atardecer bondadoso que se ha dedicado a hacerme feliz con todas sus fuerzas y con todas sus lágrimas.
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Galileo
tu pelambre crema me acompañó en tibias madrugadas tus ojos me miraban comprensivos con las pupilas de la especie ibas y venías viejo Galileo por los corredores del patio ladrando a los gatos o meando en los pilares para marcar el territorio de tu afecto la zona cariñosa de esta vieja casona donde todos envejecemos dulce e inesperadamente olías el mecedor de mi madre los libros de mi padre los adornos de mi hermana ida los viejos ceibós y las patas del piano
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acompañaste nuestras tardes de bohemia saltando de alegría y ladrando roncamente con tu triple vejez de perro sabio Galileo aquí tengo tu partida de nacimiento pelambre mía cálida y sedosa como una nube nos dejaste una lección de resistencia y dignidad ante el paso del tiempo que al final aplastaba tu delgado cuerpo contra la grama del patio donde tantas veces dormías acurrucado en tu rincón de almohadas ancianas o paseando bajo la sombra del limonero adiós perro sabio por aquí flotas aún en el recuerdo de nosotros
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Guayasamín A Eddy Gómez Abreu
En la entraña de la tierra el fuego sana con lavas la quietud de los tormentos los ardorosos labios de las piedras los ríos zigzagueantes de ira donde el calor presta sus lenguas crepitantes a los volcanes el magma ascendente sopla en las fisuras de los agrios guijarros amontonados en el corazón de la tierra. En la superficie el dios Guayas trasmutado en río saborea las costas de Quil donde saurios gigantes pasean por laberintos de cobre y lamen los huevos de la madretierra para calmar sus lenguas ávidas de asombro. Arriba las nubes hacen tormentas que escupen moléculas eléctricas sobre lagos ríos y mares formando tornados en la garganta de la lluvia. Aves negras 69
invaden el cielo en tozudas bandadas viajan al allá de sus párpados congelan su sed en el instante en que un hombre descubre desnudo la voz del paisaje sembrada en sus venas procede entonces a arrancar un manojo de cerdas a un animal salvaje que pigmentadas y vertidas en un lienzo interpretan el universo de los dedos ellos hablan por sí solos de los cuatro elementos el fuegoaire visita la tierragua el fuegoagua habla con el tierraire para crear al hombre Guayasamín él deletrea esas sílabas miles de años después aquí en latitudes incógnitas en las secretas veredas del gran continente que pasaría a llamarse América por extraños y oscuros designios. Cumplidos los ritos de dolor la sangre india se derrama sobre los amargos frutos del día demoledor que abrasa las vísceras del ser con su implacable rugido.
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Guayasamín se yergue desde su frente cumplida en el desaliento de la especie para nombrar tales humillaciones e iluminar las angustias anegadas los alaridos rotos de la tiniebla puños de dedos suplicantes manos desgarradas manos contritas manos huesudas manos implorantes manos imprecadoras manos trabajadoras manos cultivadoras manos arrulladoras manos mágicas manos que rasgan la tela del día y toman al sol en sus dedos como a una moneda manos que arañan la piel de la noche manos que exprimen las ubres del cielo y reconocen con sus yemas cuarteadas las identidades perdidas con ojos cuyas pupilas se siembran en la mirada del otro manos que amasan el maíz de América y alimentan sueños de otro renacer para el nacimiento del hombre nuevo por quien tanto ha luchado el dolido pueblo
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hasta el absurdo sacrificio de la nada para fundar con ello la melancolía de esta especie que nos cubre a todos con su manto de estrellas inmóviles pegadas al cielo del desolado corazón adheridas al grito último de este mar ecuatorial donde bañamos por dentro y por fuera nuestra alma vapuleada nuestro desgarrado espíritu.
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Misiva a Osuna En memoria de la bohemia de Sabana Grande
“Vamos a conocer al poeta que ganó el Ramos Sucre”, me dijo una tarde de los años 70 Eleazar León, “es sobrino de nuestra Yolanda Osuna”, y yo pensé en aquella escritora entrañable que había conocido en Mérida paseando entre los pinos. Así que fuimos a ver al hombre de aquellos ochenta y un poemas y casi no hablaba, sólo miraba, callado, hacia el cielo de Caracas desde un edificio de diez pisos. De ahí nos dimos cita con él en calles de Sabana Grande, donde no paramos de libar cervezas por quince años seguidos, acompañados de la gran señora Utopía, del béisbol, la lucha libre y los topetazos que nos dábamos con poetas cómplices que dibujaban sus sombras en los callejones, dejaban pedazos suyos apostados a las barras o allá en Tierra de Nadie, en los patios de la UCV, bebían melancolías en cada jarra e inhalaban humos de ilusión, mientras usted, Osuna, atónito, nos descubría instalados en el frenesí y el fulgor que las palabras emitían desde la otra realidad, desde la alianza secreta de la vida asumida desde un verbo desnudo de todo artificio, bebíamos el ron revelado, el cacique mayor ordenaba el cuerpo para la lucha del espíritu hasta el límite de las madrugadas donde las musas, los boleros, las mujeres invictas, el jazz, el rock, Roque Dalton, el Chino Valera y Juan Gelman llenaban nuestros músculos de fuerza, bautizados en el nuevo día. 73
Pepe Barroeta y el Caupo Ovalles, Pérez Perdomo y Elí Galindo, José Vicente Abreu y Aquiles Valero, compañeros de aquel cálido laberinto, nos mostraban los distintos lados de la lealtad. Panitas burdas, así nos decía Buonaffina con su sonrisa de niño, Luis Camilo y Acevedo se dejaban ir por los lados del Vecchio Molino y nosotros aguardándolos en La Bajada, William, ¿recuerdas?, y Adriano haciendo barra en el Franco, el Chino Valera en la Lara y Marcelino Madriz, Mary Ferrero y David Alizo fumando y libando en las mesas del fondo, mientras la otra la artillería de vanguardia de la República se apianaba en El Camilo con Eleazar León, Pancho Massiani, Manuel Alfredo Rodríguez y Jorge Nunes, Douglas Parra, Humberto Castillo Suárez dándole sabroso al piano, y el gran Orlando Araujo como músicos invitados, de relevo en las voces para entonar rancheras. Más tarde en el Callejón de la Puñalada nos aguardaban los Beatles, Jack Kerouac, Bob Dylan y la Beat Generation, Ginsberg y compañía nos custodiaban de las miserias de la realidad, de la pacatería y el populismo, y de todas las traiciones perpetradas al pueblo y al erario público. Pero no podían con la belleza, William, no podían. De ahí nuestro ideal, nuestro sueño por esta nación que ahora vemos mejor con estos ojos nuestros. Nos fuimos de auroras, deliramos al borde del viaje, amanecimos con la palabra poesía en el centro de la boca, Cortázar, Onetti, Rulfo y Palomares, Teófilo Tortolero y Pepe Barroeta, todos se nos venían en un dulce alud de hermandad, y tú Osuna, esperabas con nosotros y tu fresco vaso de birra en la mano, con la conciencia abierta para continuar ese sueño. 74
Veinte años después nos volvimos a encontrar en Medellín cantando un blues en la barra de un hotel donde aquellos poetas colombianos, buenos compinches, por más que lo intentaron, no pudieron destronarnos. Defendimos la faja, William, dimos la talla, no nos dejamos arrebatar el título porque le dimos bonito hasta el sudor con aquellas canciones que de tan alegres nos dibujaron de pronto una tristeza en la cara. Al otro día salimos por Medellín a comprar unos zapatos: tú elegiste unas botas camineras que te traerías a Caracas para trotar y dar vueltas por las esquinas de esta ciudad tan tuya, tan terrible, tan entraña dulce que vuela por este Ávila que nos mece en su regazo. Espéranos, William, no te muevas de esos cerros coronados de penachos morados, de esos terrenos azarosos donde la poesía bebe de las cañadas turbias y se funde a las voces de la calle y huele a los sótanos de la memoria, nace de los recuerdos amamantados por el humo y el sol de esa urbe donde los huesos del día traquetean como máquinas aceitadas con urgencia. Toma William, recibe este puño convertido en mano abierta tocando la guitarra, recibe esta misiva al pie del muro de esta patria mía, de esta patria nuestra, que ahora abre su pecho nuevo al cielo de este valle donde mi madre la Narcisa y el viejo Elisio el bandolinista bohemio eligieron para traerme a este mundo hace sesenta años, y aún no he podido recuperarme del asombro.
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Fisiología de los ojos
El ojo izquierdo me dolía por detrás el ojo derecho me dolía hacia delante un frío horrible se había instalado en toda la extensión de mi cuello una bofetada me cruzaba la cara al despertar un escalofrío ardiente me recibía antes del desayuno en fin todo yo era un cuerpo caminando en otro cuerpo un cuerpo falso inocuo neutro flotante dirigido escrupulosamente hacia la zona del abatimiento el patetismo era por entonces mi conducta más fértil y todo por tu culpa mujer todo se debía a que te habías marchado lejos abandonándome dejándome aquí como un animal atado al tronco del árbol de la miseria y convertido en este absurdo saco de lágrimas
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A Narcy en sus ochenta
Narcy es un ángel con bastón, se ha caído en su cuerpo y roto una costilla, una costilla que le duele en la tarde. Se asusta, lanza improperios contra el calor y siempre está en guardia, lista a enfrentar las batallas del día. Prodigó a su familia sus blancas pieles y ubres, está informada del precio de la leche, y de la fórmula que mueve al universo. También a veces se siente presa, como yo, en este /pueblo, en la casa donde la noche derrama sus orquídeas, sus nubes gordas y felices. Narcy tiene la memoria de estreno y voluntad de acero, le grita a los remedios, nos receta la vida para que resistamos el dolor, nuestra existencia de cometas y nuestro frágil destino de seres esencialmente solos. Nos narra historias de antes con su voz cantarina y cercana a las flores, se apiada de los gatos y se desvive por su perra Gala. Esta mujer ha nacido para ser un desafío a la mañana: en la noche toma su pastilla para espantar fantasmas y duerme serena hasta que el primer ruido 77
o la primera luz del dĂa le ordenan preparar el cafĂŠ. Adivinaron: es mi madre.
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Mi alma
Mi alma lee a veces poemas para calmar su sed ingenuamente cree que puede ir más allá. Mi alma disfruta de placeres efímeros para recordarlos después como cosas inmensas. A menudo se enamora de una mujer y yo se lo permito también a veces dona un clavel a un anciano en el parque y se aleja sola a caminar entre los árboles. Mi alma está habitada de pequeños pensamientos ilusos y de faroles que se encienden calladamente al fondo de sí misma. Mi alma solicita un permiso para dormir junto a mí se despierta antes que yo a preparar el día abriéndose paso entre las cosas reales. Yo le sonrío y la llevo conmigo le agradezco en secreto todo lo que hace para salvarme me lleva a la cama me arrulla y le habla a mis sueños pero mis sueños no hacen caso de ella mis sueños siempre le huyen a mi alma y ella triste se refugia en mi cuerpo mientras yo le digo alma mía ten paz que algún día 79
estaremos tĂş y yo nada mĂĄs pasaremos de largo entre las cosas reales y despuĂŠs tranquilamente saldremos a dar un paseo entre las nubes.
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Sustancias de la noche A José Lezama Lima
Veo descender la noche con los ojos anegados de sombras, con voz ronca y forma de mujer me susurra al oído palabras en clave, siento que atraviesa mi cuerpo como una seda gris, advierto cómo cubre poco a poco mi cabeza y luego desciende por mis miembros hasta los pies; percibo cómo mis poros se llenan de sustancias impregnantes. La piel de las matas en el jardín se crispa al recoger el aire nocturno, las hojas ejecutan una danza sosegada, y desde sus bordes vuelan insectos minúsculos, mosquitos y abejas tejen su complot para sorber néctares, y arañas y salamandras para atrapar hormigas que serpean tácticamente por los terrones del patio o las paredes de la vieja casona. La noche sopla con su música el borde de mi nervio, intercepta con sus finas agujas el campo de mi audición, exhala signos inquietantes sobre mi piel. En el interior de los músculos crepitan pequeñas brasas que inducen simultáneamente al ardor y al sosiego, un sosiego que abre su boca al deseo: el deseo, ese lecho de infinitas almohadas dispuestas al placer, que se tornan movimientos de la carne sobre el tejido de las sábanas, las apasionadas quejas multiplicadas como espasmos gozosos por el aire de los cuartos; las cortinas de las ventanas danzan en los balcones con los impulsos del viento, que entra a las alcobas como una ráfaga robada a la pulpa de la noche,
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como un tajo de carne arrebatado a la piel de la ciudad, la ciudad que se sumerge allá abajo en sus luces y avenidas, en sus sonrisas y desvelos, en sus ilusiones y sustos, en sus coartadas enigmáticas donde seres merodean en las bocacalles por un mendrugo o un amor; mujeres solas en cafés o en esquinas lucen sus piernas y cabelleras como un maravilloso bocado, hombres escriben cartas o ríen o sollozan en los departamentos, sumergidos en una soledad musical; mientras los niños buscan el peligro en parques abandonados, o se rinden a las promesas del sueño doméstico. En la pleamar de los suburbios, hombres y mujeres inician su danza erótica al ritmo de una música fugaz; otros tejen ardides para matar o robar, para apoderarse de fortunas con un golpe de suerte. Juegan a la baraja, a los dados o a la ruleta buscando articular una última esperanza: todo se teje en el recodo último de la noche, en el culo de las botellas ambarinas, en el sobresalto de cervezas y vinos espumeantes, empinados en secretos recintos que invitan a saciar la sed de la vida. Heme aquí dulcemente hechizado por el conjuro de las sombras, abrazado a mí mismo, refugiado un día en un cuarto de hotel y otro en un patio donde se fragua la soledad sonora. Heme aquí presto a compartir mi vaso de angustias, con la lengua traspasada por el sabor de las sustancias de la noche, la noche madre que nos ha parido haciendo un tajo en el manto de estrellas, la noche nos ha dejado caer desde su vientre que es el cosmos y nos ha atrapado en este planeta terrestre por un desconocido azar del universo, surgido del negror interminable del 82
espacio, compuesto por el concurso de cuarenta mil oscuridades que aportaron su brillo en el instante justo del estallido en el gran hueco. Aquí, atravesado por los enigmas de la gran madre oscura, haciendo a medias mi papel de pájaro, deseando remontar el vuelo hasta el centro de una inefable clarividencia. Dios y sus criaturas invisibles, con todo su séquito de seres esparcidos por la eternidad, nos aguarda allá en el seno del negror –menos terrible que la nada blanca– para perdonarnos una vez más. Aquí absorto en la contemplación del espesor abismal, donde el espíritu revienta contra los acantilados de un mar olvidado, o profiere un grito de pavor en medio de la calle sola, o se refocila para siempre en la compañía de su frágil y único amor, o se desdibuja entre los signos que surgen de las esquinas del cielo, de las constelaciones de astros que nos espantan con su belleza. Todo nos conmina a aceptar el pacto de la noche y a prepararnos para su antítesis: la luz del sol que estrena un nuevo día dividido en semanas o meses o años, pero que ciertamente no es más que una intermitente madrugada. La madrugada viene hacia mi ahora como un suave manto que perdona mis triviales pecados, con sigilo aterriza lenta y piadosamente sobre mis errancias y mis sentidos, atraviesa los puentes de mis ríos y nombra uno a uno a mis seres queridos, hace un cómputo de desengaños y recuerdos, de aciertos y derrotas, recoge a mi espíritu que yace tirado en el suelo para consolarle de sus tontas amarguras, exprime mi alma para lavarla de 83
sus sue単os rotos, y finalmente me carga y lleva sobre sus hombros para que cumpla mi destino.
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Playa santa
una hoja de palma roza el cielo de soslayo acaricia un buque con el recuerdo de tus ojos irisa el mar entre los escombros de este coraz贸n un albatros bebe cielo y los ojos del pez solicitan asombro de los vecinos para urdir las tramas de recuerdos mojados tus manos de lluvia aten煤an la soledad en esta isla con nombre de domingo que abre el pasado y arde en el mar de los sentimientos guardados como joyas en la gaveta infiel de la memoria
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Un hermano cruzando los cincuenta Para Ennio
La vida se ve más clara cruzando los cincuenta, le dije a mi hermano en la mesa del bar, mientras brindábamos con espumosas cervezas y mirábamos hacia la calle. Él pestañeó, un poco distraído, y sonrió a la llovizna mojando las aceras mientras tomaba su trago. Sí, cruzando los cincuenta y bien vistos y compartidos todos estos años entre libros, viajes, asombros y amaneceres, entre músicas y mujeres, entre desayunos y madrugadas, entre risas, sollozos y despiadados abandonos, la vida se ve más clara, hermano, parecía usted decirme, mientras pulsaba la guitarra o alzaba la dorada jarra. Sí, hermano mío, este es sólo el inicio de esta brisa nueva que sopla en nuestros pechos, el comienzo de esta hermandad indestructible.
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Viejas cartas
La otra tarde me puse a revisar viejas cartas que tenía guardadas en un escaparate, y cuando abrí los sobres para leerlas, las cartas comenzaron a despedir olores recónditos y a adherirse entre ellas, como resistiéndose a revelarse, pero a medida que iba abriéndolas y leyéndolas ellas se apoderaban lentamente de mis manos y piel, y finalmente llegaron a meterse dentro de mis ojos y oídos y a hablarme en una lengua que yo estaba a punto de haber olvidado, de no haber sido por la sonda que arrojaron hacia mis orejas y fosas nasales, para penetrar por ellos hasta apoderarse de mi cabeza, llenándola, por una parte, de nostalgias, y por otra sembrando recuerdos en cada uno de mis sentidos, mientras que una cantidad considerable de esperanzas empezaban a pelearse entre ellas para albergar en los músculos de mi pecho; algunas de ellas hasta bajaban por mi abdomen y después se devolvían amenazadas por recuerdos imborrables, que se iban moviendo desde las palabras escritas hacia recintos insospechados de mi cerebro. A decir verdad, las cartas me habían tomado por sorpresa, y cada vez que abría una, halos entristecidos se iban escurriendo hacia mis ojos para convertirse en pequeñas lágrimas que no terminaban de caer; se quedaban contenidas en los párpados formando diminutos lagos que a la postre me producían alegrías independientes, como 87
si cada año al que pertenecían se disparara hacia espacios de mi recuerdo para hacerme ver momentos pasados como si los estuviera presenciando en un cine. Los elegantes sobres viejos, las estampillas maltratadas por el paso del tiempo, las páginas amarillentas, la tinta que traducía el pulso real de remitentes, amigos, familiares, mujeres o conocidos ya fallecidos, mi padre y mi madre idos, una hermana ya fugada al otro mundo y otros amigos que amaba o se habían marchado antes de tiempo, detonaban en mi garganta a la manera de un eco, y otras veces se volvían un nudo amargo que yo debía desatar con un sollozo. Las iba sacando de los sobres y poniéndolas en carpetas específicas, y al poco rato las carpetas ya estaban convertidas en fajos de recuerdos, bultos inflados de memorias robadas a los relojes. Besos de mujeres, anhelos de hijas y padres, solicitudes de amigos contrariados que querían hablar otra vez conmigo: todo pasaba a través del filtro de las letras manuscritas de aquellas viejas cartas hacia ese alguien que era yo balanceándome en una hamaca, y volcado a refrescarme con eventuales sorbos de licor que tenía a mi alcance. Todo el día lo pasé llevando cartas de aquí para allá, de carpeta en carpeta, soplando sobre viejos envoltorios y desdoblando cuartillas de papel blancuzco, amarillento o manchado, de hilo o cebolla, suave o poroso, todas ellas olorosas a madera de baúl antiguo; después de colocarlas en carpetas, llevé aquel precioso montón de consideraciones sentimentales de vuelta al antiguo escaparate,
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me regresé al mirador a contemplar la hilera de montañas y exhalé un suspiro hacia el paisaje de la tarde que por poco me saca todo el aire de los pulmones. Para salvarme del pasado, –que me buscaba como un animal nervioso– tuve que dirigirme al patio a dar vueltas entre los árboles y a recibir la brisa, para que las frescas ramas me liberaran de las distintas personas que había sido yo en otras épocas; ellas no podían concurrir en el tiempo presente para abrazarlas y decirles cuanto las extrañaba. Llegado un momento me pareció que las palabras de las viejas cartas estaban más vivas que las de la gente viva, expresaban más, tenían mayor peso anímico y estaban más cargadas de sentido, por lo cual los sonidos y voces externas, los susurros o canciones que se oían a lo lejos, me parecían vacíos o molestos al lado de aquellas palabras recién rescatadas por la memoria aferradas a mi interior como ínfimos anzuelos, hiriéndome los músculos y huesos como si fuesen diminutas cataratas frías ardiendo en la penumbra del cuerpo, tratando de detener su envejecimiento. Las cartas de mi madre las leía como si ella estuviese viva y me hiciera pequeños reproches y consejos para manejarme mejor en la vida y el futuro, y ahora que ya estaba en el futuro, ellas me volvían a instalar en un nuevo devenir que se desplazaba hasta mis noventa años y luego rebotaban hacia mi presente de sesenta y dos años recién cumplidos y se quedaban allí, como un pretérito acurrucado en un espacio presente que me hacía ver claramente
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la cara de mi madre y su voz cantarina, colgadas dulcemente de mi piel y mis cabellos, como caricias inefables. En cambio las palabras de mi padre eran sobrias y elegantes y en ellas siempre me hablaba de algo literario, de un autor o libro que él ansiaba que yo le enviara desde la ciudad de Caracas o desde alguna de las ciudades europeas donde viví por un tiempo. Él alimentaba el espíritu con aquellos volúmenes de viejos escritores donde se develaban misterios literarios o se producían nuevos enigmas de la poesía, y a su vez nuevas claves para descifrarlos y luego volverlos oscurecer. A mí siempre me parecieron maravillosos estos juegos interminables con que nos envolvía la poesía a mí, a mi padre y a uno de mis hermanos; yo siempre alimentaba el juego enviando más y más libros, para que no se agotara nunca entre nosotros aquella extraña magia. Mis amigos me saludaban desde las misivas con una frescura que competía con la brisa de la tarde, tan frescas se presentaban aquellas ráfagas pequeñas llegadas desde los cerros de la cordillera que parecían acunarme en su regazo y susurrarme canciones; hacían lo posible por arrullarme en la hamaca como si yo fuese un gigante idiota o un viejo infantil, que deseaba ir detrás de cualquier mariposa o de cualquier iguana o lagartija; en el fondo yo anhelaba dar grandes saltos para correr por los montes, dar brincos para llegar hasta las nubes y quizás hubiese podido hacerlo, efectuando un gigantesco rebote que me permitiese hacer una hendidura en el enorme firmamento para vagar en el interior del azul y nadar y
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alcanzar un cierto trecho de eternidad o de inmortalidad, no lo sé bien. Ahora había quedado tan acostumbrado a leer cartas que empecé a extrañarlas una vez estuve incorporado al mundo donde los correos electrónicos sustituían a las cartas y las computadoras a los buzones o apartados postales, y a aquellos señores llamados carteros que iban en bicicleta a repartir misivas personalizadas, paquetes o sobres, los cuales sacaban de un maletín de cuero y luego entregaban personalmente si eran certificados, o si no, los lanzaban certeramente debajo de las puertas. Era un acto tristísimo ponerse a imaginar el tiempo en que las personas abrían las cartas en andenes, oficinas, bares, parques, salas, cafés o dormitorios para leer noticias íntimas o sentimentales, o informar de aconteceres privados que servían para aclarar o desazonar el espíritu; las viejas cartas tenían esa expectación, ese roce, esa textura, ese olor de papel con tinta de pulso directo, estampillas y matasellos, y nosotros íbamos a abrir luego con una tijera, hojilla o a desbaratar el sobre con las manos, de acuerdo al grado de expectación o nerviosismo. Quedé en un estado de alelamiento interno en cuanto me percaté de que después de leer aquellas viejas cartas no iba a poder reincidir en la lectura de otras similares, por lo cual me dirigí a una oficina postal en la ciudad con el fin de solicitar un apartado y sopesar la posibilidad de recibir misivas, libros, folletos, cupones, postales, cualquier cosa que contuviera un matasellos o unas palabras manuscritas. Después me perdí en una serie
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de consideraciones inútiles acerca de la futilidad de mi época y la miseria del maquinismo que no me condujeron a nada, excepto a hacer el ridículo ante mí mismo. De cualquier modo fue un día memorable aquel, es cierto, pero también fue un día en el que estuve a punto de ingresar en un túnel de palabras escritas que ya no podrían repetirse jamás, un túnel a través del cual podría disolverme por completo en medio de aquella tarde que, para más señas, parecía ser perfecta para desaparecer definitivamente por alguna rajadura del cielo.
La Sierra de Coro, julio de 2012
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Inmaculada, por siempre
Esta mañana, mientras desayunaba con mi hermano Israel, sentí que un trozo de soledad se depositaba en la mesa, entre nosotros. Miré la frente de mi hermano, noble y desvelada; miré hacia las matas del patio y estaban tan tristes; el agua de lluvia brillaba en los corredores y mi madre sollozaba en uno de ellos; la cara de la perrita Gala nos miraba con un asombro tierno. Estamos solos, pero Macu no querría que estuviésemos así. Su alegría, su afán por mantener limpia y bonita la casa, sus manos de artesana llenas de devoción por los bellos detalles, la pulcritud de su existencia –siempre fue para mí la mejor confidente– y sus palabras tan certeras para las cosas del sentimiento, estarán siempre con nosotros. Fuimos testigos de su larga lucha con la enfermedad, pero los designios de Dios y los errores de los hombres se unieron esta vez, se unieron para que no sufriera más, para que estuviese tranquila y descansada, feliz en una dimensión distinta. Nunca nuestra familia estuvo tan unida; nunca médicos, enfermeras, amigos, familiares, y esos otros familiares de pacientes que agonizaban en las salas del sufrimiento fueron tan afables con nosotros. Ellos también cuidaban de sus enfermos y sollozaban, derramaban sus lágrimas en la noche; de cuando en cuando sonreían con las nubes y con el sol de las mañanas, como nosotros. 93
Hermana delicada, presencia fragante, latido hondo y pozo de los afectos, tú no te has ido del todo. Los objetos de nuestra casa se han convertido en almas, las canciones de bossa nova y los pájaros y los perros y los gatos se han vuelto más cariñosos y amables. Las naricitas frías de ellos, tan inocentes, nos saludan y consuelan. Hermanas y hermanos míos, adorada madre, tíos y tías y primos y sobrinos y niños y amigos sinceros, yo les envío el amor de mi hermana en esta tarde y desde esta tierra que la recibe. Yo hago el papel de triste mediador entre quienes la amaron y el cielo que la espera con el Todopoderoso Señor Jesús a su lado, el Cristo que ahora mismo debe estar recibiéndola y acompañándola en las alturas. Mientras tanto aquí abajo renacerás entre las hojas verdes, entre los claveles y los jazmines que rodean el árbol de tabasca, y en cada olorosa esencia. Luego, los fines de semana irás a los ríos y a ese mar que tanto amas, correrás por la playa y Carlos te recibirá, abrazará y servirá un refresco bien frío. Mirarás al horizonte del mar y allá detrás estaremos nosotros, sonriéndote por siempre.
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Sueño del ojo azul
Desciendo por la escalera del sueño que me conduce a una plaza; en la plaza cruzan de una esquina a otra mujeres desnudas paseando bebés en carritos; en la plaza hay bocas de metro y desciendo por las escaleras mecánicas de una de las bocas hasta una taquilla atendida por un hombre calvo y obeso que, en vez de entregarnos un tique a los pasajeros, nos da una verde hoja de parra; yo atravieso las barras y bajo por una nueva escalera hacia los vagones que se deslizan silenciosamente sobre los rieles aceitados. Al detenerse estos, los pasajeros se dirigen en masa a tomarlos; algunos tropiezan y otros caen en los rieles y quedan electrocutados o descuartizados por las ruedas, pero en vez de salir sangre o carnes destrozadas, de sus cuerpos salen trozos de telas estampadas y algodones blancos; algunos niños recogen las sedosas cabezas degolladas y terminan de sacarle el relleno de tela e introducen sus manos en el interior y las usan como títeres para asustar a cucarachas anaranjadas que andan por el piso tratando de meterse en las grietas de las esquinas del andén iluminado por una luz de neón, que hace cerrar los ojos de los ancianos sentados en butacas de metal fijadas en algunos espacios de la plataforma, ancianos que parecieran no querer abandonar jamás ese privilegiado lugar. Consigo tomar un vagón que va tan rápido que sus ráfagas veloces me impiden ver los rostros de los pasajeros 95
adentro, cuyos cabellos se irisan y alborotan y salen de los cueros cabelludos para ir a taponar algunas de las rendijas de las puertas automáticas. Cuando al fin éstas se abren, salgo asfixiado por la velocidad y el aire de los viejos ventiladores hasta el borde de una escalera, y ahí me detengo a pensar: pienso y pienso y pienso pero no logro atrapar nada con la mente, apenas algunos restos de recuerdos inservibles. Me percato de que a mi lado se encuentra un músico con aspecto de mendigo que toma su violín y parece dispuesto a sacarle algunas notas; en efecto desliza el arco sobre las cuerdas del instrumento y surgen unas notas tristísimas que empiezan a entrar en mis oídos y a inundarme de una tristeza feliz, de una aguda melancolía sublime que me sitúa en los espacios de extraños palacios barrocos, en cuyo interior se desplazan prelados que van rezando o entonando fragmentos de cantos gregorianos. Cuando el violinista toma un nuevo impulso para acometer su violín, e infla su pecho para tomar una nueva bocanada de aire, yo despierto del sueño de los palacetes barrocos y aterrizo otra vez en las escaleras del metro. Intento decirle al violinista que me acompañe con el objeto de no olvidarme tan pronto de su exaltada música. Él al principio está renuente pero yo le ofrezco una buena paga por ello y él acepta. Ahora vamos los dos remontando los peldaños de las escaleras cuando unos vigilantes nos advierten que hay un desvío y debemos tomar nuevamente hacia abajo a internarnos en una nueva boca oscura y terrosa que nos conduce a una interminable galería de estalactitas que amenazan
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herir nuestras cabezas. Al fondo de la cueva, unos pájaros taciturnos vigilan la tranquilidad de las sombras con sus pupilas de llama de vela. De modo que nos largamos de allí con la intención de emprender un ascenso definitivo. El mendigo está temblando y me trasmite su temor. Yo también tiemblo y luego le digo que toque una melodía alegre, y él de inmediato se pone a interpretar una tonada rusa muy vivaz, una pieza de baile donde casi puedo ver a los bailarines y bailarinas que luego de quedar exhaustos de alegría, lanzan sus copas vacías a quebrarse en el piso. El violinista se ha convertido en un músico magistral que puede transportarlo a uno a cualquier país y a cualquier dimensión armónica; el hombre vale lo que pesa en oro y sin embargo anda por ahí arrastrando sus vestiduras de mendigo. Detallo bien su rostro y tiene un ojo pardo y el otro azul, un labio marrón y otro rosado; lleva un zarcillo en el lóbulo de la oreja izquierda y el pabellón de la derecha es diminuto, una parte de su cabello es liso y el otro crespo. El violinista me mira con su ojo azul, y ese ojo es tan sorprendente que ilumina la cueva por donde andamos y nos indica el camino para salir, es una suerte de linterna orientadora para que vayamos hacia afuera. Ahí vamos pues él y yo tratando de ascender, porque ya hemos andado tan profundo en la tierra hacia abajo que huele a aceite, a petróleo crudo que puede inflamarse de un momento a otro y enviarnos por los aires al otro mundo. El violinista por fin habla y me dice que le recite un poema cualquiera. Busco en mi memoria y no consigo sino atraer algunos versos populares que oía en mi niñez
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y que tienen un valor más sentimental que literario; se los digo y él sonríe contento; aparentemente esto lo ha animado a continuar la travesía. Ahí vamos otra vez a tomar la escalera de regreso, hacer el recorrido a la inversa para salir a los bulevares donde el viento pueda azotarnos la cara, la brisa fría nos estremezca y el hambre estimulante nos ponga en los bordes del asombro de la sobrevivencia: añoramos tomar un café espumoso o una cerveza fría, comer salchichas rojas o bebernos un vaso de espeso vino rojo, cualquier cosa menos introducirnos al agujero de un departamento citadino o en una casona de provincias. Me pregunta él si creo que lo lograremos y yo le contesto sí, que todo eso es posible siempre y cuando nos mantengamos unidos, mientras la poesía y la música mantengan su hermandad. Entonces él empieza a tocar el violín y yo a decir unos viejos versos de Paul Verlaine, príncipe de suburbios, majestad de la pobreza luminosa, poeta que yo había leído tanto en mi juventud, y aquel mendigo inclinado sobre su instrumento me recordaba al violín de Felix Mendelssohn pero efectivamente adaptado a las temperaturas sombrías a las cuales nos habíamos acostumbrado en aquellos días en que atravesábamos las ciudades al fin de los tiempos, luego que éstas habían sido devastadas por bombas dirigibles, donde enormes edificios se habían venido abajo, moles derretidas, amasijos humanos de donde habíamos escapado después de la gran catástrofe que nos condenó a existencias errabundas por los bulevares sin nadie; apenas en los sueños conseguíamos algunas claves para continuar, y esta vez yo fui
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señalado por una gran nube barbada dibujada y aureolada en el cielo que me vigilaba de modo omnipresente, me impelió avanzar por este sueño y me ha permitido descubrir estas imágenes, ahora que he despertado y tomado conciencia de estar aquí, luego de haber sorteado una a una las pruebas que me había puesto en aquella casa de salud donde me condujeron luego del último ataque del ejército amarillo. Me recuerdo en una camilla lleno de tubos por la nariz y la garganta. Pero nada de eso importa ahora. Lo urgente es decirle al violinista que continúe pasando el arco sobre el sensible diapasón de las notas, y alumbrando con su ojo azul el camino que va a conducirnos a la despejada superficie de los bulevares donde nos aguarda la otra música de los versos, para irnos consolando el resto de nuestra existencia.
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Yo que me creía
Yo que me creía un gran poeta que me creía un hermoso imbécil con barba que me creía un sol cotidiano ahora me asomo al cuarto cerrado de mi espíritu y veo peces dormidos bajo el agua veo pájaros perdidos en la noche blanca veo mis ojos aparecer en la puerta de mi alma considero también la posibilidad de irme por el cielo a beber cervezas con los amigos al lado de aquella nube que me hace guiños detrás de la mejilla de Dios
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Rasurado
Rasuro mi piel con la maquinilla que ha rasurado tus /piernas en la maĂąana deslizo la hojilla jabonosa por los poros /de mi cara y siento ahĂ la piel de tus piernas suavemente la resbalo y ella narra la historia de mi piel la historia de tus piernas en mi rostro la narraciĂłn de la ternura en mis bigotes en mi barba en mi nuca que se alebresta cuando pasa de nuevo otra vez mojada del agua salada de las lĂĄgrimas de mis ojos que han pasado por la piel de tus piernas
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El día se asoma
El día se asoma a mí a ver un trozo de calma se asoma a mi ventana a cantar con los árboles de la mañana con los pajaritos que engullen pétalos y gusanos tragan sobras de pescado el día quiere devorar toda la música de mi pobre tocadiscos que se ha puesto a cantar como un barítono el día bendito me hace un guiño para que le siga por los despeñaderos de las horas y yo por supuesto acepto esa descabellada invitación
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Bar
En el bar de la esquina la silla traquetea resbala chorreando sol por la boca chorreando claridad por su ojo /memorioso los hilos perdidos en el recuerdo del otoño insomne los ojos masticaban la soledad se atragantaban de un azul dejado por los rincones donde la música salía agazapada dando saltos de rana se inicia de una vez la tenida en la barra donde las /lenguas juegan ardientes con las llamaradas de la costumbre con los pies pegados a la tarde inmaculada especialista en moldear realidades intangibles bar barra bar testigo ciego de todos estos días Dios del ron del aguardiente y de las cervezas /boquiabiertas botellas con los cuellos repletos de sueños amarillos Caracas atolondrada en su cielo borracho París a lo lejos ahogada en su propia alma color vino tralalí tralalá agüita dulce bocanada de sustos /mañaneros desde esta hermosa resaca que juega con la marea de adentro 103
Hola Bukowsky
Dónde aprendiste a boxear así Barfly dónde aprendiste la técnica del insomnio ese delirio conducido al escaño Hemingway al escalón Lowry al rango Dylan Thomas te seguimos como perros fieles Charles te hacemos estallar en la madrugada urbana como el Chino Valera como el viejo Caupolicán o el /atarantado Pepe Barroeta y los despatarrados pintores Edgar Giménez Emiro Lobo /Ricardo Domínguez que nos derribaron a patadas limpias y dulces con un pie en el estribo directo hacia el abismo caídos cada uno con un padrenuestro en la frente la mariposa de Bukowsky en los labios y su verbo feroz cargado de esperanza
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En el bar de la esquina A Camilo Morón
Ahora que no me vengan con el cuento de la escritura elegante o de la musicalidad de la lengua. Que no me vengan con la patraña de los significados elevados y mucho menos con la ultratontería del Premio Príncipe de las Astucias. A mí sólo me conmueven las piernas torneadas de esa mujer en la barra y el humo que sale disparado de su boca atravesando el aire hacia mi corazón. Me interesa también el comentario que hace el barman acerca del grosor correcto del churrasco de ternera a la brasa de la temperatura ideal de la cerveza o la discusión acerca del verdadero autor de un viejo bolero. Desde aquí desde esta barra pulida por los codos beodos les bendigo a todos con gotas de vino 105
que saco de este cáliz de plástico para distribuirlas equitativamente entre vuestros corazones ebrios. Abran, todos, paso al guitarrista que viene a rasguear sus cuerdas y a acompañar una canción añosa que sale de su garganta ronca para estremecernos. Aquí al final de la barra se ubica la mujer más deseada del barrio que escruta todo con ojos diamantinos casi no habla con nadie y mientras fuma y oye la música se sienta sobre una tristeza que se bambolea como un bote en medio de las olas del mar. Por lo pronto les ruego amigos míos que no me llamen desde afuera por favor no me perturben este trozo de inmortalidad déjenme con esta corte de lunáticos del bar de la esquina donde se curan mis penas cotidianas y mi espíritu estalla en el aire como un fuego artificial.
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Déjenme os lo ruego estar más con estos seres casi fantásticos habitantes de este bar y su fiesta en este rincón del mundo.
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Triste
Hasta los huesos triste, patas arriba o como sea, despierto o dormido estoy /triste, cuando miro por la ventana. O simplemente caminando. No hay manera de estar de otra manera, sigo de largo con mi sentimiento negro o amargo, mi cuerpo y mente no pueden liquidar este sentir que me hace descender por los resquicios como si atravesara un laberinto, ahí voy sin embargo, a hacerme trizas en este paracaídas invisible que desciende suavemente en el mar para que me devoren sus creaturas, me despedacen en sus fauces y me devuelvan otra vez a los vivos convertido en guiñapo, en trozo de carne temblorosa. Ya estoy de vuelta y me encuentro más tranquilo luego de haberme encontrado cara a cara conmigo mismo oyendo este valse compungido, este /tango melancólico esta mazurca de nostalgias que me llevará a las playas de otra tórrida saudade. Lloro, gimo, río, mis sollozos rompen el aire y se adentran en la luz para hacerla pedazos, reventarla con su pulso de tiniebla. 108
Las sombras buscan acomodo boca abajo, luego trepan por los muros de la desesperanza, pero no me dejan morir aún, aunque intente /despedirme profiriendo un largo eco de patético llanto. Antes he de llevarme conmigo a la mujer que me dejó en tal estado, la apuñalaré con mis /lágrimas, la dejaré ahogada en una laguna de suspiros tétricos, y luego iré a pasear a la orilla del mar o al borde de las vertiginosas montañas donde pasé mi /infancia, donde mi niñez corrió feliz al lado de lagartijas salvajes, o abriendo los ojos al fondo de los pozos azules donde los peces celebraban mi existir. Por ahora estoy sentado en el centro de mi congoja, agazapado aquí para ver mejor las cosas las cosas que acaecen sin mi culpa, sin la intervención metódica de mi cerebro ni debido a la razón que deshoja los días al borde del /tiempo. Ahí voy a encontrarme conmigo, en el jardín huraño donde estallan cientos de relámpagos desesperados que se apagan al final del camino mientras diviso las altas nubes de la esperanza para reír después como la primera vez, lavado de las culpas de este mundo.
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Esta semana se me ha ido
Esta semana partida en dos se ha quebrado y se ha metido en mi garganta como un aceituna, la toso, la expiro y sólo consigo /derramarla como una lava, como una salamandra antediluviana. Esta semana se ha quebrado en mis manos como una galleta, se ha ido por la ventana como el suspiro de una iguana, se ha roto y han /quedado los pedazos tirados por el piso los recojo para servirme la taza de café y luego han sonado como una botella en la brisa pinchando la nariz de la tiniebla rota como una caja de música en la arena. Ah semana que te fuiste con tu lunes pálido y tu martes patético y tu miércoles como un acordeón aporreado por la brisa ah y el jueves no quiero hablar del jueves, planeta /quebrado y durante el viernes se me ha aplanado el destino se me ha puesto triste el pantalón y el sábado inesperadamente se me ha venido encima, /me ha besado el cabello me ha llorado la uña y la pestaña izquierda se pone a /pelear con una de mis cejas. 110
La semana se me ha roto en las manos y no llego a tiempo para la cena, se me anticipa una /niña en el autobús a ofrecerme una flor un perro me mira en la plaza con un ojo brujo mientras los pajaritos huyen de la jaula buscando cada /uno su verde y las luces se apagan en la sala para dejarme solo como un vaso de leche en la cocina como un tenedor sucio en la mesa y estas ansias de beberme todo el bulevar, y qué ganas, /Dios mío, de hundir mi cabeza en los senos de esa mujer. Semana, semanita, te digo adiós pero te llevaré siempre como una fiebre en el bolsillo.
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Apreciaciones sobre la poesía de Gabriel Jiménez Emán
Los poemas de Jiménez Emán me resultan conmovedores por su profundidad filosófica –aunque ésta no haya sudo su intención—y también por su profundidad lírica. Es difícil encontrar entre nuestros poetas “en prosa” una sensibilidad lírica tan perdurable. Jiménez Emán habla en un lenguaje tan descaradamente poético que se hace difícil calificarlo. Más bien habría que adoptar otra actitud: admirarle. Ludovico Silva
Descubrí en Materias de sombra, colección de su producción lírica desde 1972 hasta 1982, una gran soledad –no social, sí íntima-- y un gran escepticismo ante todo cuanto podría llamar el mito de la vida, ocultos entre estas dos katábasis, no por la sombra del sentido, más bien por lo contrario, por el resplandor estético de la fuerza imaginativa de sus versos. Lubio Cardozo
Se advierte en sus poemas una condición extraordinaria: la severidad y el juego, la fuerza de las expresiones y el propio ritmo que ganan las imágenes, sus combinaciones; todo confiere a dichos textos una creatividad máxima, a tono con la secuencia vital que refleja con energía para comunicarnos el sentido de sus vivencias. R amón Palomares
En la poesía de Gabriel Jiménez Emán la realidad puede ser palpada o sentida como territorio familiar y lejano, cotidiano o formal, épico y lírico. Las cosas del mundo se dicen a flor de alma, la poesía se vuelve balada envolvente, se interroga sobre sí o se duele del amargo partir. Gustavo Pereir a
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Gabriel, más que un amigo, es parte de mi familia, con quien he compartido durante largo tiempo techo, mesa y copas llenas, lo que me otorga el privilegio de pasearme por entre los libros que él escribe como si fueran las habitaciones de un apartamento, repartidas entre ruidos de hijos, sones de ayer repitiéndose en un tocadiscos y letras impresas que entran por las ventanas y nos hablan como si tal cosa. Salvador Garmendia
El doble del bohemio es el poeta, el doble del poeta es el místico, y sabe éste que no todos los santos tienen cita en el cielo. El poeta va de esa página suya a la narración de su doble. Escucha la balada de John Donne y silba la tonada de John Lennon. El bohemio se ha curtido en esos amaneceres en que la sombra se alarga y el sueño pone la casa boca arriba. El bohemio es un pájaro que planea despierto sobre la ciudad y puede leerla en la palma de su mano, llámese Caracas, Mérida, Madrid, Barcelona, Coro o San Felipe. César Seco
Nos encontramos en la poesía de Gabriel frente a una consciencia que actualiza los sueños, el momento de una interpretación del material soñado, de esa empresa restauradora y no del todo feliz, de convencerse de aquello por lo cual se llega a ser médium de ese doble que maneja a su antojo la claridad intuitiva, los recuerdos, el dolor, la infancia, el cuerpo, la mujer, la duda, el amor y la muerte. Julio Borromé
A él concurre la ciudad como lugar en ruinas, inmóvil, radicalmente ajeno, la nostalgia por otros mundos perdidos o desconocidos; el propio cuerpo como espacio a escala reducida donde habita el desconcierto; o una derrota innombrada, pero arraigada como presencia inevitable, fruto de un destino caprichoso y fatal. Y allí mismo la noche, la sombra, el bar y la cerveza, otro cuerpo de amor insatisfecho, la escritura hecha deseo, como refugios cómplices, espacios de dolorosa y lúcida conciencia. Juan Liscano
ÍNDICE
Advertencia preliminar
9
SOLEDUMBRE I
13
II
14
III
15
IV
16
V
17
VI
18
VII
19
VIII
20
IX
21
Visita del cangrejo
23
LA CASA DE LAS PALABRAS 1
24
2
25
3
26
4
27
5
28
6
29
7
30
8
31
9
32
10
33
Solárium
34
Este hombre Cristo
38
Flores
42
Genealogía de una niñita
44
Emiliano
46
Claudia
48
La hormiga invasora
50
Plegaria
52
Rapsodia cubana
54
Revuelta a la patria
57
Sobre la piel del mar
60
Un hombrecito anda por la casa
62
El bosque de viento
63
Enamorao
65
Galileo
67
Guayasamín
69
Misiva a Osuna
73
Fisiología de los ojos
76
A Narcy en sus ochenta
77
Mi alma
79
Sustancias de la noche
81
Playa santa
85
Un hermano cruzando los cincuenta
86
Viejas cartas
87
Inmaculada, por siempre
93
Sueño del ojo azul
95
Yo que me creía
100
Rasurado
101
El día se asoma
102
Bar
103
Hola Bukowsky
104
En el bar de la esquina
105
Triste
108
Esta semana se me ha ido
110
Este libro fue editado por la Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés Bello. Está compuesto con la familia tipográfica Apple Garamond Fue impreso por la Fundación Imprenta de la Cultura, durante el mes de junio del 2015. Año de la conmemoración del centenario del nacimiento de César Rengifo, quien manejó la idea bolivariana de la fuerza de los pueblos para el cambio.
1000 ejemplares