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de Maritza BuendíaJugaré contigo
Jugaré contigo, de Maritza M. Buendía
Alberto Ortiz
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Para el bien de la historia cultural, el juego de la renovación generacional —a propósito del título que se reseña— implica la admisión de diferentes presencias. Hoy, más que nunca, la creación literaria está dotada de polifonía, aspira a la tolerancia y al grito abierto que revela secretos ayer acallados; de vez en vez un autor nos asalta con su discurso novedoso, y luego descubrimos que no está solo, se trata de una legión, son inteligencias reveladas en voces abiertas, en propuestas estéticas viables, en búsquedas que van del experimento al encuentro del estilo reconocible.
Gracias a la diversidad de temas y experiencias que la literatura contemporánea ha abierto, no sin cierto denuedo en la batalla contra las resistencias, el canon y los conservadurismos, los lectores hemos podido desembarazarnos de prejuicios rancios y de dobles morales para abrazar, besar, palpar y comprometernos con las fantasías y las realidades narradas desde diferentes puntos de vista. Efectivamente, la literatura contemporánea nos ha enseñado a amar, cuando se requiere, pero también a fornicar con el libro, si el acuerdo es mutuo.
Claro que no se trata de una novedad en la historia de la literatura, desde las comedias de Aristófanes, pasando por Boccaccio hasta la narrativa licenciosa de la Francia ilustrada, existen sofocones eróticos que alimentan la necesidad de inspeccionar la manera en que jugamos a ser entidades sexuadas. La noticia consiste en la posibilidad de que sea la obra literaria la que esté aleccionando al lector para que se despoje de convencionalismos y gazmoñerías frente a la fascinación del secreto contado. Es decir, la obra actual que versa de estos principalísimos asuntos, seduce y prepara el cambio de sintonía en las apreciaciones sociales y sus presiones eróticas.
Abrir los sentidos para leer Jugaré contigo, de Maritza M. Buendía, constituye un ejercicio sano de apertura, diría, incluso, que exige embozo y luego descaro,
reclama justamente las habilidades del escucha, el lector debe disponerse a inmiscuirse dentro de un juego de secretos, las sensaciones que le esperan van de la incomodidad moralina al regusto erótico. Puede parecer perverso, pero igual la poética voz que cuenta tales opciones sexuales llegará irremediablemente a la conciencia.
Esta vinculación, en el sentido descrito por Giordano Bruno, representa un enigma a resolver, el planteamiento detrás de la arquitectura narrativa nos conduce de la identidad del ser que juega a la del ser que erotiza, a tal grado que tal binomio constituye su más profunda caracterización ontológica. Luego, el resultado puede ser apreciado en un escenario dentro de una vitrina heterodoxa, en la cual, la que está dentro juega a seducirse en la consolidación de sus fantasías al tiempo que seduce al espectador.
La historia narrada se desgrana en tonos bajos, se susurra al oído, parece uno de esos mensajes de audio que escuchamos escondidos dentro de la habitación más alejada de la casa, como si participáramos de las revelaciones inusitadas de los otros y fuésemos embargados por el placer culpable de enterarnos del sudor de la piel ajena. Algo de morbo habrá, claro, página tras página es posible detectar el prurito emocional y mental que pone calor en la piel del bajo vientre.
El discurso narrativo en cuestión contiene capas y subcapas de estructuras en balance, trabajo calmo y estricto alrededor del lenguaje, historias derivadas y antecedentes clarificadores, empero, en este comentario se quiere destacar dos aspectos inusitados, no necesariamente los principales o los más visibles, pero inquietantes y definitivos para poder escuchar la articulación de este atisbo a la intimidad, de esta mirada subrepticia al través del hueco de la cerradura.
La autora construyó este susurro mediante una técnica robada a los alquimistas; está claro que ha sopesado cada palabra, cada frase, cada escenario, cada secuencia, y también parece claro que sabe de lo que habla, no en balde, como parte de su faceta académica y crítica, ha analizado autores y textos de fuerte corte sicológico vinculado con las pulsiones sensoriales.
Escritora y agrimensora al tiempo, Maritza B. Buendía revela las supuestas alternancias pasionales de los otros; sin embargo, como se indicó antes, este tipo de narrativa suele enseñarnos a abrir la mente obnubilada por los resquemores pecaminosos y a liberar los complejos, a fin de participar en el nuevo esquema de libertad, inclusión y tolerancia que los discursos artísticos pretenden; en realidad, lo que cada episodio revela es la necesidad de reconocernos como actores de un gran espectáculo sexual, en otras palabras, las fantasías descritas, en tanto realidades al interior de la trama, recorren los velos de nuestras propias pulsiones, las que eventualmente se liberan por gracia literaria; sin duda una opción disponible para doblegar el interdicto moral.
Una segunda cuerda pulsada por la autora permite saborear el tono femenino de los personajes, incluso de aquellos que el modelo masculino quiere de otra forma y la tradición propone que no deberían tener esa sintonía. Lo femenino permea en la novela, lo abarca todo, lo consume, lo hace inteligible. He aquí parte del aporte estilístico de la autora, la perspectiva del secreto, del amor y del erotismo, el mismo que, desde otro tratamiento, está expuesto racionalmente gracias a los trabajos de Irving Singer (La naturaleza del amor), Georges Bataille (El erotismo) y Octavio Paz (La doble llama. Amor y erotismo), descubre para los lectores a la mujer como vocera y símbolo de la pasión.
La complejidad de la trama pasa entonces de la narración omnisciente al cuestionamiento ontológico, somos ese personaje sexual, fantasioso, irredento, que la novela quiere que cuente la historia para olvidar las funciones comunes de la pareja, porque el entendimiento de lo femenino es más abierto, más profundo y liberador. No parece exagerado afirmar que es posible que, después de prestar atención a la secuencia de revelaciones descritas en la novela, el lector olvide sus resquemores, pero, especialmente, olvide su dimorfismo sexual.
Jugaré contigo Maritza M. Buendía México, Alfaguara, 2018, 199 pp.
¿Es posible que la literatura nos enseñe de nuevo a amar? ¿Qué las reticencias sexuales sean minadas por el poder de la narración en cuestión? ¿Logra tal efecto la lectura? Posiblemente sea más prudente afirmar que se trata de un cuestionamiento para otro espacio y momento; no obstante los peligros constantes de la sobreinterpretación, a título personal afirmo que a medida en que prestemos atención a propuestas creativas como la presente, entenderemos mejor cómo pensamos y cómo sentimos, porque nuestra literatura contiene una larga tradición parcial que la carga de un único y patriarcal punto de vista. Mirar el objeto/sujeto de nuestros
deseos desde otra perspectiva, es decir, desde la mejor, la femenina, renueva el goce artístico. Jugaré contigo pertenece a una nueva perspectiva erótica. Insisto, la autora se caracteriza por su inteligencia minuciosa. Esta voz narrativa no expone un tema, propone una doble experiencia liberadora: la posibilidad de apreciar las metáforas del erotismo para reconocernos frente a la piel desnuda y la atención a la expectativa de un mundo revelado por el foco y el horizonte femenino. Con la novela de Buendía en las manos, los lectores estamos ante el eros según la Circe enamorada.
[Tiempo suspendido], de Camilo Vicente Ovalle
David Barrios Rodríguez
Los problemas estratégicos de nuestras sociedades son procesados en temporalidades diversas y en relación a los esfuerzos de distintos actores por traerlos a cuenta o acallarlos. En ese discurrir siguen causes en ocasiones divergentes. Los actos de enunciación y definición pública, su abordaje desde disciplinas académicas y la forma como una sociedad reconoce los procesos traumáticos que la conformaron y modificaron difieren de la confección e implementación de políticas públicas. La ausencia o deficiencia en la articulación entre los distintos estratos hace de la resolución de estos conflictos una tarea compleja en extremo. En el pasado reciente mexicano existen ejemplos elocuentes de ello y están relacionados con fenómenos como el racismo, o el ejercicio de violencias, sean estas de género, económicas o de Estado.
Una de las deudas más importantes en este sentido es el papel que ha cumplido la desaparición forzada en la configuración contemporánea del país, lo cual se relaciona con sus implicaciones institucionales, pero sobre todo sociales. La desaparición forzada es una técnica cuyo objetivo último es permanecer oculta, y por ello, al ser revelada pone en jaque los discursos y su legitimidad. A esto debemos agregar que en el caso mexicano, a diferencia del terrorismo de Estado en el Cono Sur, aún contamos con ínfimas fuentes de información para conocer esa parte de la historia y, por tanto, se halla fuera de lo que reconocemos como nuestro pasado reciente.
La reconstrucción de este proceso emprendida por Camilo Vicente Ovalle en [Tiempo suspendido]. Una historia de la desaparición forzada en México, 1940-1980 contribuye a subsanar esta laguna y posee la virtud de proponer claves de análisis para estructurar algunos puentes con el periodo de violencias que se abrieron a mediados de la década pasada. Tanto la perspectiva empleada, como el abordaje que realiza, permiten conocer los procedimientos llevados a cabo por el régimen priista: procedimientos como la detención-desaparición, la eliminación de disidentes y contrincantes políticos.
El trabajo acomete una de las tareas más acuciantes para entender los fenómenos regionales contemporáneos pues mediante el trabajo de reconstrucción e interpretación histórica hace inteligibles estos procesos. Un ejemplo de ello es establecer la temporalidad, la causalidad y las expresiones de la desaparición forzada. De esta manera, uno de los aportes del trabajo para la reconstrucción de la política de represión en el Estado mexicano del siglo xx es identificar en primer lugar la existencia de la desaparición forzada como técnica desde la década de los cuarenta hasta la del setenta, y su utilización contra sectores políticos de izquierda y derecha, así como para dirimir pugnas al interior de la “familia revolucionaria”. El autor la identifica como una etapa “primitiva” de la desaparición forzada; mientras que su evolución/actualización en tanto estrategia, cuya expresión más acabada es la contrainsurgencia, se da a partir de la década de los años sesenta. En relación a la manera de enunciar el proceder estatal, no es menor que el autor opte por esta conceptualización (y no por el término equívoco de “guerra sucia”) con el objeto de dar cuenta de una estrategia que centraliza políticas, discursos, programas y acciones que tienen como meta socavar y en última instancia aniquilar expresiones de insurgencia social, reales o ficticias. En tercer lugar se analiza el fenómeno en su articulación/intersección entre el periodo contrainsurgente señalado y su traslado hacia un nuevo enemigo desde los años setenta: el narcotráfico. Esto reviste una importancia mayor para comprender una parte del contexto mexicano actual. Reconocer el tránsito en la manera de concebir la detención/desaparición de personas le permite al autor dar cuenta de la evolución institucional que ha tenido y que implica una cierta sofisticación práctica que, al ser reconvertida en estrategia, potenció la eficacia de su materialidad. Esta incluye tanto la infraestructura que sustenta el complejo contrainsurgente (casas de seguridad, centros de detención-desaparición) como un discurso que Vicente Ovalle reconoce como dispositivo de verdad, como verdad de Estado. Además de establecer antecedentes con alto valor historiográfico, el autor dedica la mayor parte del trabajo a dar cuenta de la conformación del periodo contrainsurgente (1971-1978), por ser en el que se cierra el circuito de la desaparición forzada y se establecen sus mecanismos, formas de funcionamiento y prioridades. A partir del análisis histórico en tres estados de la república —a saber, Oaxaca, Guerrero y Sinaloa—, se establecen usos diferenciados entre el objetivo de desarticulación y/o aniquilamiento de las organizaciones político militares, además del ya referido en torno a la intersección entre contrainsurgencia y la guerra contra el narcotráfico. Esto no obsta para reconocer que el centro del proceder represivo fue la tortura como mecanismo para la colecta de información con propósitos “tácticos”, pero cuya finalidad última era el socavamiento y destrucción de los sujetos.
En el caso de Oaxaca la investigación ayuda a comprender las rutas comunicantes de los objetivos represivos del Est ado mexicano y su utilización contra distintas formas de organización social. En cambio, Guerrero permite ob servar la densidad de procedimientos contrainsurgentes militares sin parangón en el periodo y de los que se extrae la identificación de una lógica compuesta por a) concen tración y selección de integrantes de la insurgencia y b) identificación y desar ticulación de la misma. Además de ello, uno de los presupuestos comunes sobre el proceso es objeto de crítica: la participación exclusiva de las Fuerzas Armadas y la Dirección Federal de Seguridad (dfs) en los ámbitos rural y urbano de manera respectiva. Esto resul ta desmentido de manera contundente al establecer que to dos los interrogatorios de los detenidos desaparecidos correspondientes a los estados del sur del país (llevados a cabo en instalaciones militares locales o en el Campo Mi litar n°1 de la capital) fueron realizados por integrantes de la dfs. Con ello queda demostrada la conformación de una estructura articulada dentro del Estado para llevar a cabo estos crímenes.
[Tiempo suspendido]. Una historia de la desaparición forzada en México, 1940-1980 Camilo Vicente Ovalle Prólogo de Lorenzo Meyer México, Bonilla Artigas Editores, 2019, 359 pp.
El tercer momento general es el de la contrainsurgencia que se redirige a la construcción de un enemigo político cambiante: el narcotráfico. Se da cuenta de cómo una estrategia de gobierno, el Plan Cóndor, permitió “mejorar las condiciones” para la represión de la disidencia y la insurgencia. Sin embargo, este proceso también permite apreciar una continuidad que en los años recientes se hizo masiva en el país, la generalización de zonas grises o de indeterminación en que se superponen espacios públicos y clandestinos del funcionamiento represivo. Se trata de una de las mayores y más peligrosas herencias de un proceso que es escasamente conocido en México: el establecimiento de un solo complejo contrainsurgente apoyado en “el adelgazamiento de la frontera entre lo legal y lo ilegal, creando un campo (político, social y militar) de licitud para el ejercicio de la violencia”. A partir de ese entramado se combinan los estudios de “caso” con las modalidades de la desaparición: Guerrero, Oaxaca y Sinaloa permiten aproximarnos a un proceso complejo pero discernible. “La implementación de la desaparición forzada por parte del Estado mexicano fue a través de una estrategia diferencial, no homogénea, pero general.”
En suma, el trabajo de Camilo Vicente Ovalle ofrece una rigurosa mirada de conjunto sobre una historia fragmentada y negada del México contemporáneo con la intención no sólo de arrancarla del olvido institucional o para contribuir a restaurar —volver a poner de pie— las memorias sociales de quienes ingresaron en el circuito de la desaparición, sino para tender los puentes de continuidad con el pasmo que producen las violencias actuales y que resulta tan urgente comenzar a desbrozar.