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Memoria de Ignacio Toscano. Conversación con Mario Lavista
Jorge Torres Sáenz
“Nunca tuvo título, trabajó como ingeniero que construía puentes entre los artistas y el público. Fue un gran creador de sueños”, ese es el epitafio elegido por Ignacio Toscano (1950-2020), según la entrevista aparecida en nuestro número de febrero de 2018. 1 En esta ocasión, a manera de homenaje, Casa del tiempo conversa con el compositor Mario Lavista sobre la figura y el trabajo de su amigo Nacho, creador de orquestas, revistas y festivales, uno de los mayores gestores culturales de los últimos tiempos en México.
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¿Cómo conociste a Nacho Toscano?
Mi memoria es malísima, pero yo conocí a Nacho cuando lo nombraron director de Difusión Cultural de la uam-Iztapalapa. Esto debió ser en 1981, más o menos; quizá 82. En ese momento trabajaba con él Francisco Hinojosa —el gran escritor—, el guitarrista Federico Bañuelos y creo que Juan Villoro también estaba por ahí. Lo conocí porque Guillermo Sheridan y yo, en una plática que tuvimos, pensamos en la posibilidad de hacer una revista de música. El proyecto era serio, entonces decidimos ir a la uam-Iztapalapa porque Guillermo conocía muy bien a Pancho Hinojosa; ambos eran escritores. Ahí, justo, tuve mi primer encuentro con Nacho, quien justamente trabajaba para la uam como coordinador de actividades culturales y de extensión universitaria. Le propusimos fundar una revista —revista que finalmente llevaría el nombre de Pauta—. Nacho escuchó nuestra propuesta, le interesó e inmediatamente aceptó el proyecto. Fue gracias a él
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—también a Pancho (Hinojosa) y a Federico Bañuelos obviamente, junto a otras gentes que estaban trabajando ahí— que pudo fundarse la revista Pauta. Nacho era muy cercano al rector de aquella época, apellidado Chapela, si mal no recuerdo. Pero no sólo surge Pauta gracias a Nacho Toscano, también, en ese momento, una serie de músicos le proponen formar un grupo dedicado a la música contemporánea. Ese grupo llevaría por nombre Da capo.
¿Recuerdas quiénes formaban ese grupo?
Al inicio estuvieron María Elena Arizpe —flautista—, la compositora Alicia Urreta en el piano, Álvaro Bitrán en el violonchelo y Leonora Saavedra en el oboe.
¿Cuál fue la reacción de Nacho frente a esa propuesta?
Así como ocurrió con la idea de Pauta, Nacho, al conocer la idea de estos músicos, volvió a decir: “sí, sí me interesa que haya un grupo de música contemporánea”.
Supongo que en el México de aquella época, un ensamble dedicado a la música nueva no era algo muy común.
Era algo único. Fue el primer grupo de música contemporánea apoyado por una institución importante, una institución de la talla de la uam. Fue fantástico, una gran suerte haber tenido a Nacho ahí. Al mismo tiempo, Nacho inaugura el teatro del Fuego Nuevo, en la uam-Iztapalapa, donde se presentaban los conciertos del entonces recién fundado grupo Da capo. Así fue como se comenzaron a escuchar conciertos de música contemporánea en aquel teatro. Ahí estuvo muy involucrado también Juan Villoro; muy involucrado en la cosa del
teatro. Yo creo que fue una etapa estupenda para la uam, justo a principios de los ochentas, que fue cuando sucedió todo esto. Sin embargo, esta situación cambia cuando se va el rector, pues Nacho deja de trabajar ahí.
¿Y qué ocurrió?
El nuevo rector —cuyo nombre no recuerdo— decide que no le interesa ni Da capo, ni Pauta. Sin embargo, para salvar a la revista, yo saqué una cita con él en aquel momento, y consciente de esa falta de interés de su parte, le pido que nos deje sacar a Pauta de la Universidad. En ese momento llevé la propuesta de la revista al inba, y fue entonces que Bellas Artes comenzó a financiarla. Te cuento todo esto porque así conocí a Nacho, en aquel momento él tendría veintinueve o treinta años, no más.
Nacho y tú se hicieron amigos, y esa amistad perduró toda la vida…
Toda la vida… toda la vida.
¿Qué ocurrió después con Nacho, es decir, cuando dejó de trabajar en la uam?
Con la llegada del nuevo rector, Nacho salé de ahí y tiempo después crea uno de los proyectos musicales más importantes que han existido en este país que fue Instrumenta. Instrumenta fue un proyecto en el que se contemplaba la realización de un festival de conciertos, con intérpretes traídos de México y el extranjero. Pero lo interesante y diferente de este proyecto es que Nacho pensó siempre en que debería fomentarse una actividad académica, donde todos los maestros invitados (entre ellos Stefano Scodanibbio, o el primer contrabajo de la Filarmónica de Berlín —vino gente maravillosa—) debían, además de tocar, dar clases a los jóvenes músicos participantes. De esa manera, Nacho aprovechaba la presencia de esos grandes músicos en favor de los músicos en formación.
¿Recuerdas algún momento en particular, cuando participaste en Instrumenta? ¡Cómo no! Recuerdo que Nacho organizó un concierto en el Templo de Santo Domingo —Stefano Scodanibbio estaba ahí—, y el Cuarteto Latinoamericano tocó Reflejos de la Noche. En ese ámbito, en ese lugar, con esa acústica… fue de una de los mejores experiencias que he tenido, porque yo adoro esa iglesia. Escuchar una obra mía, en ese espacio sagrado, fue algo inusitado. Todo gracias a Nacho. Y sé que continuaron realizando muchos proyectos en Oaxaca a instancias de él.
¿Qué relación tenía este tiento de Nacho con el proyecto educativo de Eduardo Mata?
Mucho. En realidad, Eduardo Mata era también muy cercano a Nacho, y evidentemente Nacho apoyó en todo lo que pudo a Solistas de México, grupo que Eduardo Mata había fundado. Nacho intervino ahí y siempre lo apoyó. Yo creo que las dos artes más importantes para él fueron la música y la danza. Adoraba la música y amaba la danza.
Recuerdo que organizó un homenaje en vida a la maestra Guillermina Bravo.
Sí, en Bellas Artes. Y Guillermina estuvo ahí, en la función. Recuerdo que varias compañías participaron; entre ellas estaba Delfos, la compañía de mi hija, para rendir homenaje a la maestra. Pero bueno, todo este asunto de Instrumenta del que hablábamos, siempre me ha parecido uno de los proyectos académicos más importantes de México. Duró varios años. Cambió de sede, era en México al principio, después se fue a Puebla, luego a Oaxaca, donde Instrumenta vivió una época maravillosa. Finalmente se acabó, porque ya no hubo financiamiento. Recuerdo que en algún momento Nacho invitó a músicos como José Luis Castillo, quien dirigía con frecuencia en Instrumenta.
Pero no sólo eso. Gracias a Nacho, Instrumenta comisionaba constantemente obras a compositores de todas las generaciones.
Claro. Encargaba obras, las estrenaba, y cuando se podía, las grababa. Es decir, Nacho es una de las mejores cosas que nos han pasado en este país, sin lugar a dudas.
¿Cómo es que Nacho se convierte en director del inba?
Fue Sari Bermúdez quien lo invita en aquel momento a hacerse cargo del Instituto, y mientras él
estuvo, no sólo como director, sino incluso antes, ocurrieron cosas formidables. Por ejemplo, se estrenó en México The Rake’s Progress, de Stravinsky, dirigido por Ludwik Margules. Se presentó también una Salomé, de Richard Strauss, extraordinaria y polémica, dirigida por Werner Schroeter, en 1986. Fue muy impresionante. De gran calidad. Se presentó La voz humana, de Poulenc, y óperas de compositores como Nino Rota. No deja de sorprenderme que Nacho, sin ser artista, sin ser propiamente músico o bailarín haya estado tan involucrado con la contemporaneidad. Eso siempre me maravilló. Cuando tú le proponías las cosas más inusitadas, él accedía, pues tenía un instinto, una intuición sobre las cosas que valían la pena. En ese momento, lo más inusitado era precisamente la modernidad, y era justo lo que Nacho apoyaba.
Es extremadamente raro que, en las esferas del poder cultural en México, habite un personaje como Nacho.
Efectivamente. Además, Nacho no pensó nunca en términos de interés económico o de mercado; aún menos en términos de aceptación del público. Porque incluso el público, curiosamente, lo aceptaba, y de manera extraordinaria.
Nacho promovió algunos concursos de composición importantes en México, ¿no es así?
Efectivamente. El Concurso Rodolfo Halffter en Instrumenta. Y en la década de los ochentas, el Concurso Alicia Urreta, que en aquel momento ganó una jovencita compositora: Gabriela Ortiz.
Y ganó con su Cuarteto I, para cuerdas. Lo recuerdo porque fui al estreno de esa obra en 1988. 2
2 Gabriela Ortiz nos cuenta una anécdota respecto a la noche de la premiación del Concurso Alicia Urreta: “Gané ese concurso hace años, pero la anécdota es que, luego de la premiación de Bellas Artes, fuimos a celebrar a un restaurante del centro. Íbamos Nacho, Mario Lavista y otros amigos. Estaba muy emocionada, porque era la primera vez que ganaba un concurso y un premio económico. Me acababan de dar el cheque del premio, pero, justo esa noche lo perdí. Yo estaba ya al borde de la histeria, por no saber dónde había quedado mi cheque, pero una persona que estaba cenando en la mesa de al lado en aquel restaurante —me parece que su apellido
Así es. Esa obra la escribió cuando ella formaba parte de mi taller de composición. Pero Nacho era así. Tuvo la capacidad de reunir en torno a él a los mejores músicos y artistas jóvenes que había. Los ayudaba, los estimulaba en la creación encargándoles obra. Algo que no es común. Es triste estar sin Nacho. Es muy triste, y será muy difícil que surja un personaje de esa talla, de esa naturaleza. Recuerdo que Nacho pensó en formar un conservatorio o una escuela de música en Oaxaca, en honor a Eduardo Mata. Lamentablemente ese proyecto no prosperó, por razones políticas; cambios de funcionarios, de intereses. Pero Nacho teniendo todo el tiempo una cantidad de proyectos enorme —e incluso durante este periplo de sus cargos públicos— nunca dejó de estar al pendiente de Pauta. Si yo tenía algún problema recurría a él, y siempre nos apoyó para lograr dar continuidad a la revista, claro… mientras fue posible.
¿Cómo fue tu relación con él los últimos años?
Siempre fue muy cercana. Nacho siempre estuvo en la casa. Venía a comer una vez a la semana. Éramos vecinos porque él también vivía en la Condesa, estábamos muy cerca. Siempre tuvimos una relación muy próxima, muy cercana. Ya en los últimos tiempos, afortunadamente mi hija Claudia y yo pudimos visitarlo en el hospital, porque estaba a cargo de su cuidado Claudio Valdés Kuri, quien se portó maravillosamente con Nacho y con nosotros. Un gran amigo Claudio Valdés. Mi hija quería muchísimo a Nacho y varias veces se quedó ahí en el hospital por las noches, a cuidarlo. Yo llegaba por la mañana a relevarla para estar con él. En fin, independientemente del bien que le hizo Nacho a la música —no sólo a la mexicana— me hace muy feliz haber tenido en él a un amigo tan cercano, con quien compartí tantas cosas.
era Gamboa—, conocía a Mario. Se dio cuenta de que yo había dejado el cheque de mi premio olvidado, y por la noche lo llamó para decirle que él lo tenía. Así fue como lo recuperé”. Gabriela cuenta que “el estreno de la obra ganadora lo hizo el Cuarteto Latinoamericano, en el Festival del Centro Histórico, en el Franz Mayer, fue un momento muy importante para mí.”
Eusebio Ruvalcaba: él también sentó a la belleza en sus rodillas
José Francisco Conde Ortega
Hace tiempo, “antes, antes, muy antes”de que impusieran su ley en contra de los fumadores, Eusebio Ruvalcaba nos convocaba, a Arturo Trejo Villafuerte, Ignacio Trejo Fuentes, Rolando Rosas Galicia y a mí, para beber y conversar largamente, en alguna cantina del Centro Histórico. Durante algunos años, antes o después de la Semana Santa, compartimos con el autor de Chavos: fajen, no estudien, su armoniosa conversación y su extraña —y certera— sabiduría de la vida. Para cada ocasión, él elegía una cantina distinta. Ponderaba sus virtudes, la atención de los meseros, la botana… Y en todas era festivamente recibido. Y nosotros también.
Es cierto, nos veíamos con frecuencia en otros sitios, particularmente presentaciones de libros y cocteles. Pero él necesitaba de cierta gozosa intimidad con algunos de sus contemporáneos que sabían compartir el gusto por el licor congregatorio y la conversación sin estridencias. Y aducía otro pretexto, con el que no dejaba de inquietarnos. Solía decir que buscaba reunirnos para verificar quién de nosotros seguía vivo. Creo que siempre supimos todos que la vida no es muy seria en sus cosas. Y por diversas sinrazones interrumpimos las reuniones. La extraña fragilidad del tejido social, las distancias cada vez más agobiantes, el encono de los años y las dolencias del cuerpo y esta época oprobiosamente puritana e inquisitorial conspiraron para que, estos últimos años, nos viéramos esporádicamente.
Aldous Huxley escribió en alguna parte que nos duele la ausencia porque, con cierto explicable egoísmo, extrañamos aquellas cosas que solamente el ausente podía hacer. Y que son irrepetibles. Pienso en Eusebio Ruvalcaba y tengo que celebrar su luminosa obsesión por la belleza. Cada cosa, cada objeto, cada situación eran, para él una oportunidad para buscar —y encontrar— la belleza. No pocas veces, en algunas de las cantinas, levantaba su vaso para que advirtiéramos las diferentes tonalidades que adquiría el oro viejo del whisky al ser tocado por las últimas luces de la tarde. O nos apercibía para que afináramos al oído porque las notas melancólicas de un salterio se dejaban escuchar pese al ruido citadino. O cuando sacaba su pluma Wearever, con el logotipo de Jarritos, y de un color ya indefinible. “Es un clásico”, decía. Y estaba seguro de la había canjeado, a finales de los años cincuenta, por diez corcholatas. O cuando acudía a la conversación la música de El Divino acompañada por la ensoñación de una sonrisa de mujer.
Eusebio Ruvalcaba siempre supo escuchar a su duende interior. Por eso escribió mucho. Porque buscó en cada letra, en cada frase, en cada párrafo y en
cada sonido una posibilidad para atisbar en ese deseo imposible de los que no tenemos fe: la belleza. Así, no es difícil encontrar en su literatura tres ejes cardinales que le sirvieron como brújula, mapa de navegación y exorcismo perentorio: la música, la obra de Flaubert y el eterno femenino. Melomaniaco irredento —como a él le gustaba ser considerado— fue dejando, para sus muchos lectores, referencias, pistas, anécdotas, impresiones y una amorosa comprensión de la historia de la música. Y el autor de Madame Bovary fue un estímulo y una aspiración. La certidumbre de la frase precisa y la estructura elegante fueron otra música: la del lenguaje en sus posibilidades infinitas. Finalmente, supo creer que en la sonrisa, los ojos, el cuerpo de una mujer —o todas las mujeres— se encontraba cifrada la armonía del universo.
Escribe en Con olor a Mozart:
Y de repente y como de milagro, un niño con un violín hace presencia en la destartalada máquina, y de inmediato una tonada de Mozart escúchase … y la bella melodía con fragancias de dichas y felicidades aplacó a todos el blanco manto de los sinsabores.
Es decir, la música, cierta música, como la única manera de la redención. Del mismo modo que José Revueltas, Eusebio Ruvalcaba encuentra un instante perdurable. Y como un leve guiño al motivo de la inocencia, hay una velada alusión a aquel poema de Guillermo Fernández en el que un niño hace pis en la fuente de la glorieta Río de Janeiro, en su entrañable colonia Roma.
En Pensemos en Beethoven se confirma esta idea de la redención. Pero, lo que es más importante, una idea de la salvación en este mundo, pues, si “Bach es el padre de la música, Beethoven es el hijo pródigo”, porque éste “ha dado alivio a quien se encontraba perdido”, al saber que “cuando un relámpago ilumina el cielo, Beethoven llama”.
En este mismo libro, una línea de Eusebio Ruvalcaba pareciera ser el epítome y la concentración de esos ejes cardinales aludidos líneas arriba. Dice el autor de
Las cuarentonas que “Beethoven nos permite ver, en cada mujer, la belleza vuelta pasión.” En efecto, la pasión como único resorte valedero, para el arte y para la vida. La música para comprender el sentido del mundo, la palabra justa para decirlo y la figura femenina para dotarlo de sentido. No de otra forma se puede aspirar a la belleza. Por eso se explica la admiración que Eusebio Ruvalcaba le profesaba a Flaubert. Sólo por medio del lenguaje es posible descifrar el mundo. Y únicamente la búsqueda de la forma perfecta ofrece la oportunidad de ordenar el caos. De ahí la pasión inquebrantable para aguzar todos los sentidos.
En Una cerveza de nombre derrota escribe:
Hay tanta podredumbre en el hecho de ser hombre. También tanta pujanza, tanta voluntad, tantas ganas de vivir.
Sí, un pesimismo melancólico es el fino tejido de la obra de Eusebio Ruvalcaba. La seguridad de que este mundo es el infierno verdadero es una fatalidad asumida, pues sabemos sus lectores que no parte de un concepto religioso, sino de la dolorosa certidumbre de que aquí, en esta tierra, la única razón para vivir es encontrar de frente a la belleza, aunque sepamos bien que nos puede traicionar; que cuando creemos asirla, se escapa como arena entre los dedos.
Un libro de Eusebio Ruvalcaba me parece central para entender esta idea. Es Desgajar la belleza. Él consideraba que este libro estaba condenado al fracaso. Es un guiño retórico, pues, de muchas maneras, podría verse como un testamento literario: su Ars Poética revelada y develada. Bien podría decirse que es el desbordamiento de la pasión en una forma ceñida y justa. Es el libro de un autor que fiel a sus demonios pudo, por fin, como Rimbaud, sentar a la belleza en sus rodillas, y aunque también la encontró amarga, no la injurió. Siempre supo que vivir una temporada en este mundo bien valía la pena simplemente por ese “orgullo imprudente de ser hombre”.
Ciudad Nezahualcóyotl-uam-Azcapotzalco, verano de 2019.