Por Samuel
Andres — Filipinas
ES TIEMPO DE ESTAR SANO Y DE SANAR EL MUNDO
VIERNES, 11 DE DICIEMBRE, 2020
Q
ueridos hermanos, somos el pueblo que vive en esta última generación de la historia de un mundo lleno de aflicción, miseria y muerte— pero tenemos el desafío de ser como Cristo, el sanador del mundo. ¿Cómo se puede lograr esto? Según la mensajera del Señor describiendo una escena de la resurrección, “aquellos que vivieron antes del diluvio, salen con su estatura de gigantes, más del doble de la altura de los hombres que ahora viven en la tierra, y bien proporcionados. Las generaciones posteriores al diluvio fueron de menor estatura. Hubo una continua disminución a través de las sucesivas generaciones, hasta la última que vivió en la tierra. El contraste entre los primeros hombres impíos que vivieron en la tierra y los de la última generación era muy grande. Los primeros eran de gran estatura y bien proporcionados—los últimos surgen así como 20
bajaron a la tierra, una raza enana, débil y deformada.”1 Como la raza humana en su conjunto se ha debilitado, no es solo nuestra estatura física la que ha sufrido degradación. Nuestra salud física y moral también lo ha hecho—así que todo nuestro ser necesita ser sanado para poder disfrutar de la bendición otorgada a nuestra creación y extenderla a nuestros semejantes.
EL PLAN ORIGINAL No es el plan de Dios que la humanidad sea infeliz en su existencia, porque “Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la hermosa tierra no tenía, al salir de la mano del Creador, mancha de decadencia, ni sombra de maldición. La transgresión de la ley de Dios, de la ley de amor, fue lo que trajo consigo dolor y muerte.”2 No podemos ni siquiera imaginar cuánto nos habríamos desarrollado como hombres y mujeres
según el plan de Dios en nuestra creación si nuestros primeros padres no hubieran cometido pecado. “El propósito de [Dios era] que, cuanto más viviera, más plenamente revelara esa imagen—más plenamente reflejara la gloria del Creador. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y su vigor debían aumentar continuamente. Vasta era la esfera que se ofrecía a su actividad, glorioso el campo abierto a su investigación… Habría cumplido cada vez más cabalmente el objeto de su creación; habría reflejado cada vez más plenamente la gloria del Creador. “Pero por su desobediencia perdió todo esto. El pecado mancilló y casi borró la semejanza divina. Las facultades físicas del hombre se debilitaron, su capacidad mental disminuyó, su visión espiritual se oscureció. Quedó sujeto a la muerte.”3 La obra del pueblo de Dios es la curación del cuerpo, la mente y
The Reformation Herald, Vol. 61, No. 6