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JOAQUÍN CAPELO1

En la última página de la foja de servicios del ingeniero y catedrático don Joaquín Capelo, se lee que concluyó su vida, y su carrera pública, como delegado del Perú ante la Conferencia del Trabajo de Ginebra. Encargo que indica que las preocupaciones y el espíritu de Capelo, pese a las vicisitudes que ponen a prueba en el Perú la continuidad de un hombre, no habían variado en esta última etapa, tan privada, tan ausente —ausente del Perú y su historia— de la biografía del antiguo senador por Junín.

En el elenco del viejo Partido Demócrata, Capelo era uno de los pocos hombres de vuelo reformista y de inquietud social. Dentro de la atmósfera de pesado personalismo caudillista de su partido, conservó cierta superioridad ideológica, cierto estilo personal, que el cronista veraz no dejará seguramente de reconocerle. Billinghurst, Ulloa, Capelo compendiaban las posibilidades vitales del Partido Demócrata, personificaban toda su actitud de continuación y renovamiento. El Partido prefirió morir con su Califa; y con la caída de Billinghurst se acabó la esperanza de que volviera a representar la lucha contra el civilismo, contra la «aristocracia» encomendera y latifundista.

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Capelo tuvo el mérito de apreciar a un hombre como Zulen. Más aún, tuvo el mérito de apreciar sus ideas y sus móviles. Presidió el experimento de la Asociación Pro-Indígena. Como senador por Junín, defendió a los obreros de la región minera contra sus explotadores. Era un hombre de orden que no iba más allá de cierto reformismo. El cansancio y el pesimismo lo ganaron quizá tempranamente. Pero no fue de los que pasan sin dejar alguna huella propia y noble.

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