Después de recibir un mensaje privado de Juan Casamayor preguntándome si me apetecía presentar el libro La vuelta al día, quise tomarme tres o cuatro días de recogimiento antes de escribirle un WhatsApp a Hipólito. Cuando vine darme cuenta, el comentario que pensaba enviarle a Poli se me había desmadrado hasta ocupar unas diez o doce páginas, de forma que ya no le vi sentido a utilizar dicho sistema de mensajería telefónica y tomé la decisión de reservarlo para leérselo en este acto. Yo le escribía lo siguiente: Poli, querido, mira lo que me dice tu editor: (aquí le copiaba el mensaje que Juan me había enviado) A continuación le añadía el texto que sigue: Ya ves tú, Poli, lo primero que he hecho nada más recibir la invitación para presentar tu nuevo libro, mi primera reacción, completamente espontánea, a ese ofrecimiento, ha sido acojonarme. Dos segundos después de leer el mensaje de Juan ya le estaba enviando el mío: para mí es un honor, pero no sé si estaré a la altura, le he dicho. Es como si se me hubiera propuesto acompañar a Mónica Bellucci a su baile de graduación. O sea, un acojono, no lo dudes, pero de esos manifiestamente dubitativos que tiran con fuerza hacia un orgullo desaforado.
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Lo segundo, Poli, una vez aceptada la invitación, ha sido tomar conciencia de lo pequeño que puedo llegar a ser. El mensaje de Juan ha actuado como aquella niebla radiactiva que envolvió al increíble hombre menguante. Han pasado pocos días pero mi cuerpo ya se ha ido encogiendo hasta quedar reducido a pocos centímetros de estatura. Cualquier acto cotidiano, alcanzar el asiento de una silla, levantar un tenedor o abrir el frigorífico, se me ha convertido en una montaña. De ahí al temor de que el día de la presentación, en la librería Ramón Llull, sentado a tu lado, tan gigantesco, asome ante los ojos del público dicha insignificancia hay un paso bien corto. Ay, señor, no dejo de repetirme, si disfruto de alguna reputación en Valencia, ésta va a quedar por los suelos. Lo tercero que he hecho, una vez ya dispuesto a coger el toro por los cuernos, ha sido preguntarme de qué manera podría yo explicar quién es Hipólito G punto Navarro, escrito así, con esa G punto entre nombre y apellido que, transcribiendo al personaje de tu cuento Verruga Sánchez, viene a ser “una incógnita venial para que el mundo se entretenga en insustanciales averiguaciones”, “una concesión al espectáculo de las letras, una pueril travesura sin más”. Y es que ahí mismo, justo ahí, en el nombre con el que firmas tus libros, ahí veo yo que empiezan las diabluras a las que eres tan aficionado. Antes de meterme en faena propiamente dicha me he dedicado a hojear el libro, he estado picoteando entre sus páginas, un párrafo aquí y otro párrafo allá, confiando en que algo me ayudaría a coger el tono de mis palabras. He
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llegado al final, a esa fotografía de hombres encaramados a las ramas de un árbol… y entonces se me ha ocurrido ¿a ver tú qué opinas, Poli?- aprovechar esa analogía campesina, eso es lo que se me ha ocurrido, coger el cabo de esa madeja y asimilar tu escritura con una de esas frutas tropicales que, cuando uno prueba por primera vez, uno se empeña en comparar con otras que ya forman parte de su espectro alimentario para hacerse entender sobre el sabor, la textura de su piel o el volumen. Uno echa mano en esos casos de ciertas reminiscencias porque no encuentra las palabras justas con que formular las cualidades y los rasgos que la designen de manera unívoca. Las sensaciones que atrapamos en el paladar son tan desconocidas, tan insólitas, que el lenguaje no nos alcanza para describirlas. Uno le da mil vueltas al asunto, le da cien mil, y al final uno tira la toalla y admite que la fruta tropical de marras es única en su especie, que no se parece a nada, no hay otra igual. Hipólito es uno de los escritores más respetados del cuento en español. Esta frase, así dicha, tan rotunda, es la primera que he anotado en un papelito y con la que pienso abrir mi intervención la tarde de autos. Hipólito es un fuera de serie, eso es lo que quiero decir, lo que diré a quien venga a escucharnos. Ya desde sus primeros tres libros, publicados a principios de los años noventa, se convirtió en un escritor canónico. Todo aquel que quiera saber lo que se cuece en la historia de la narrativa breve española, tarde o temprano tendrá que leer las historias de Poli.
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Hala, ahí queda eso ¿Qué te parece? Y eso que no estoy exagerando, ni un pelo. Para nada. Me limito a constatar un hecho. Recuerdo que cuando leí tus cuentos por primera vez hace años me pregunté ¿pero esto qué es? ¿esto es realista, es surrealista, costumbrista, postcuentista, es dadaista? Me haría falta echar mano de tantos “istas” como para destruir la superficie forestal del planeta y ni aún así conseguiría suficiente madera para enmarcarlos. Ay, creo que me estoy complicando la vida, querido Poli. No sé si voy bien encaminado. Total, con decir que Hipólito es Hipólito basta. Ahora que lo pienso, no se me ocurre ningún otro autor español que haga lo que tú haces. Has conseguido lo que todos los escritores pretenden, una voz propia, un marchamo que te identifica como un ejemplar distinto. Por eso creo que tenerte en Valencia será un verdadero acontecimiento. Ya en el prólogo… no, prólogo no, que dices aborrecerlos… Ya en las páginas que preceden a estos cuentos, las notas que nada pretenden explicar ni justificar, nos hablas de tu obra en tercera persona, te refieres a ella como si de un ente con vida propia se tratara. Y estos cuentos que, una vez escritos, ya han pasado a ser independientes, dotados de criterio y sentimientos propios, empiezan a transitar sin mano que los dirija, disponiendo del libre albedrío; y resulta que incluso se enfadan contigo por no haber sido incluidos en alguno de tus libros anteriores. Nos das a entender, pues, que estas historias vienen de lejos y a la suya. Pero es que tu escritura, Poli, corrígeme si me equivoco, por
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mucho que a uno se le antoje a primera vista precipitada y del tirón, se basa en la paciencia, esa cualidad que cimienta el conocimiento de los sabios; tu escritura, como muy bien apuntas y deberíamos apuntar todos porque no es mal consejo, se basa en la técnica del barbecho, en el respeto escrupuloso de los ciclos que en literatura impiden los contagios y los malos vicios. Con este La vuelta al día, Hipólito, te has desmarcado de lo que has venido haciendo en libros anteriores. Sí. Se nota a la legua. “Nada es más peligroso en el mundo que el hombre de un solo libro”, dice el padre del protagonista de La poda y la tala de los árboles frutales, uno de los cuentos más hermosos que recoges en este volumen. Se nota y mucho, Poli, que has hecho caso de esta advertencia y has decidido cambiar de tercio. Por decirlo de una, utilizando una sola palabra para describirla, nunca me ha parecido descabellado afirmar que tu escritura, hasta la fecha, era o es metafórica. Posee una carga considerable de simbolismo que funciona sobre la totalidad de los relatos y actúa de modo inconsciente en el lector. Es una escritura que apela al desconcierto, parece que su intención sea desorientarnos con una engañosa digresión, pero sin llegar al extravío. Improvisada a la manera de una composición jazzistica, aparta al lector del camino lo justo sin que se pierda de vista el horizonte al que el relato se dirige. No obstante, Poli, con este nuevo libro, es evidente que has decidido dar un golpe de timón, has buscado directamente en tu biografía sin dejar de cuestionarte la existencia ni
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suscitarnos las mismas inquietudes, y has escrito estos 21 relatos, como dijo el norteamericano Harold Brodkey, a la manera casi clásica. Esto, para el lector que se decida a conocer tu obra, la de ahora y la de antes, no deja de ser una llamativa novedad. En el cuento titulado Los artistas cautivos, con motivo de narrar la venta de un cuadro, leo que expones una teoría para la creación artística, “cada artista se nutre como puede de su vida, de sus propias experiencias, de las que tuvo y de las que no, de las que le hubiese gustado ser testigo o personaje principal… El oficio a la postre solo sirve para disimular un poco y que no se descubra tan a las claras la autobiografía”. Si en algún momento alguien hubiera podido encuadrarla en el absurdo, tu literatura, Poli, recurre aquí y ahora a los acontecimientos de tu propia historia, se nos muestra sin boatos, en zapatillas de andar por casa, abomina de los pedestales y nos hablas como quien cuenta una historieta graciosa. Porque el humor es una de las herramientas esenciales con que nos explicas la realidad. Eso no puedes negarlo. Ricardo Piglia dice que en todos los chistes hay algo de cierto. Parece, Poli, que algo debes coincidir con el escritor argentino, ya que humor y discernimiento van de la mano en la mayoría de tus historias. Aunque no se trata de un humor apoyado en la caricatura ni en el escarnio. El humor con que tratas a los personajes es elegancia, es pulcritud, garbo, es originalidad. Poco importa que sea verdad lo que nos cuentas cuando el lector está convencido de que lo parece. No
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debe achacarse a la casualidad que los tres primeros relatos sean historias iniciáticas que forman una especie de biografía literaria. No es fortuito que el protagonista del relato El infierno portátil sea un joven curioso que despierta a la vida mientras ayuda a su abuelo en una fragua, ya que tanto en esa fragua como en los recuerdos, los tuyos y los de quien te lea, se forja el amor por la literatura. En La nota azul, siguiente cuento, el protagonista ya no es un niño, ha llegado a la adolescencia y se deja introducir por un amigo de más años en la música psicodélica de mediados los setenta y en esas lecturas que ayudarán a encontrar la nota musical que perseguía Chopin, el soplo, la iluminación, la espoleta que ponga en marcha la maquinaria creativa. Ese mismo protagonista recibe la alternativa por fin como escritor publicado y se le autoriza a codearse en un festejo con otros escritores en plazas de primera categoría. Eso es en el relato Nahir, el autor inminente y el localizador. Cuento este que puede y debe tomarse como un ejemplo de elipsis y género epistolar del siglo XXI, ya que el avance de la acción nos la indicas al tiempo que se van sucediendo varios correos electrónicos. Leyéndote, Poli, no puedo dejar de considerarte un escritor que nunca deja de curiosear en las estructuras narrativas, un escritor que fuerza esas estructuras, que las dobla, haces lazos con ellas, las vuelves del derecho y del revés.
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¿Tú crees que lo estoy enfocando bien, Poli, que eso de hablar de la deconstrucción narrativa es acertado? No sé, estoy dudando mucho. Sigo leyendo y dejo atrás el bautismo literario para adentrarme en un puñado de historias sobre relaciones sentimentales. La verdad es que lo bordas, para qué decir lo contrario, parece que me pases un brazo por sobre los hombros y te acerques para hablarme como si fuéramos viejos camaradas. Si digo en la presentación que tu escritura es coloquial no quiero que se me entienda por corriente. ¿Se entenderá por corriente si digo coloquial? Ay, no sé. Ninguna palabra hay aquí puesta al tún tún. No es nada habitual el lenguaje pero nos suena como si lo oyéramos todos los días. Por ejemplo, Poli, para ti es sencillo y natural describir las maniobras de acercamiento del protagonista de Las estampas del timo hacia un compañero de universidad de esta manera: “culminando algo así como un caballo cinco alfil dama jaque doble”, cuando cualquier otro, yo mismo, utilizaría un lacónico “culminando algo así como una jugada de ajedrez”. O va y en el cuento La vuelta al día nos hablas de “una discoteca que pierde ruido por todas las costuras”, creando una imagen explícita, hermosa, distinta. Así, lo que parece enrevesado se convierte en esclarecedor, elevas tu fina ironía por encima de cualquier retrato, porque en ese tono y ese contexto, un puñado de palabras que hayas escrito vale más que mil imágenes. También pienso decir cuando te tenga a mi lado que eres un mago en esto de crearlas, las imágenes, me
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refiero. Si vuelvo al cuento Las estampas del timo, cuando la amistad surge como algo artificial, fingida, interesada, nos dices que es “parecida a la amistad forzada de los hermanos cuando se van haciendo mayores y se complica el reparto desigual de las herencias”. Cualquier lector entenderá el tipo de amistad a que te refieres, pero a pocos escritores se les ocurre un símil con tanta punta para describir un sentimiento tan falso. Ay, en menudo embolado me he metido. Todavía a estas alturas me sigo preguntando de qué manera podría yo explicar al publico quién es Hipólito G punto Navarro, escrito así, con G punto entre nombre y apellido. Llevo días añadiendo adjetivos a la lista en unos papelitos en los que tomo notas, suponiendo que esta técnica de engorde facilitará la tarea de hacerles entender tus cualidades. Puedo decir también, Poli, a ver qué te parece, que tu escritura es desvergonzada, es audaz, fresca, es de una exquisitez estilística fuera de lo común, abundante en figuras retóricas que la distinguen como algo novedoso. Hasta te atreves a ponerte los recursos literarios por montera, parece que los utilizas sin tener en cuenta los mínimos protocolos. Bueno, la verdad es que lo diré, eso de que tu escritura es desvergonzada, es audaz y fresca, porque para una vez que se me ofrece la oportunidad vale la pena aprovecharla. El cuento titulado La excusa termodinámica me ha parecido una de esas delicadas filigranas que tú bordas con hilos de oro como nadie. Me ha recordado a ese otro
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¿El tren para Irún, por favor?. Si en aquel, publicado hace ya veinte años, encadenas las preguntas a lo largo de más de diez páginas, una pregunta tras otra, aquí es la anáfora “Pero existirá algo peor” lo que concede ritmo al relato, llevándonos hacia un final inesperado y desolador, hacia la toma de conciencia del fracaso. Ahí me he encontrado otra muestra de la variedad de recursos y registros que despliegas en tus libros. Otro atrevimiento a resaltar lo encuentro en el atractivo e inteligente díptico que conforman Tantas veces huérfano y Rifa. En estos dos cuentos, Poli, has demostrado que puedes hacer lo que te de la real gana con las historias, con las estructuras, con las palabras; si hasta has tenido la poca vergüenza de copiarte a ti mismo. Repites en un cuento los cuatro primeros párrafos del anterior y te quedas tan pancho. Eres un gamberro, Poli, un provocador. Tómalo como un halago. Ya, ya se que tú mismo lo has dicho en alguna ocasión, que la escritura es un juego placentero, feliz y un poquitín gamberro. Que lo que menos te interesa del mundo es el trabajo de mera redacción en que se convierte la escritura cuando la despojas del riesgo y la irreverencia. Pero ni avisado como estoy deja de sorprenderme el componente lúdico que poseen tus libros. Cortazar, uno de los autores que tú más quieres, afirmaba que pocas actividades hay tan serias como jugar. Y se nota, Poli, eres transparente como el agua, se nota que te gusta jugar, con todo el mundo, con los personajes, con el lector, con el lenguaje, con las propuestas, contigo mismo. Si me parece digna de
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distinguir esa postura juguetona que te gusta mantener ante la literatura, también me apetece resaltar la capacidad que muestras para la sorpresa, la maestría que despliegas para contagiar esa sorpresa, para hacernos partícipes de ella, conseguir que avancemos pasando de una línea a la siguiente y pillarnos desprevenidos con la enésima genialidad. Ya lo he dicho antes, que es uno de los cuentos más hermosos que te he leído. O sea, que durante la presentación de tu libro tampoco dejaré pasar la oportunidad de recalcar lo bueno que me ha parecido La poda y la tala de los árboles frutales, cuento este con un título ya de por sí alegórico a más no poder, porque cómo se consigue una buena historia breve si no es recortando con mucho cuidado las ramas para incrementar el rendimiento y obtener una mayor calidad de producción. Ahí me he encontrado con un homenaje sublime al padre, un texto de los que se escriben para pagar deudas, de esos de abrirse el pecho para dejar al aire los sentimientos, para que el lector vaya apartando vísceras, las vaya haciendo a un lado hasta alcanzar el corazón. Es una de esas historias íntima de las que permanecen en el pensamiento, mezclándose con ese pasado que duele, pero precisamente por eso, porque duele —mira si seré masoquista— me gusta volver a él. Aprovecho el momento para recriminarte, querido Poli, esa reiteración tozuda en hacer de menos la propia obra, ese referirse a ella como un atadijo, como si fuera poca cosa, algo mal ensamblado que sirve no más que para calzar muebles cojos. Tal vez, el día de la
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presentación de tu libro, cuando tomes la palabra, te de por insistir en este discurso. Pero si alguno de los que acudan a escucharte ha tenido la fortuna de leerte, seguro que hace como yo, que no me fío, que no me lo creo ni a punta de pistola. Ya te digo. En tu escritura no se halla dificultad o discapacidad alguna, ningún ángulo desvencijado, ninguna arista cortante. Si por una de aquellas sales por peteneras les pienso aconsejar que hagan como yo, que acepten esa opinión displicente que nos brindas como parte de tu propuesta literaria; que sí, que sí, que tú puedes decir misa, pero que lo tomen como lo que es, ni más ni menos, como otra de tus gamberradas. Bueno, me despido. Ya tengo ganas de que llegue el día 21 y tenerte en Valencia. Abrazos.
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