Mauro Armiño - Chejov

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DE LA CULTURA Y LA CIENCIA / LIBROS

CUENTISTAS Y CUENTOS PARA FIN DE AÑO Por Mauro Armiño

dría más barato (bastarían dos ráfagas de ametralladora sobre esas cáscaras de nuez) hacer n el interés que ofrecía la apari- naufragar las pateras con oscuridad y alevoción de la Poesía completa de sía –además, estará prohibido sacar fotos de Ray Bradbury (Ediciones Cáte- las hispanas patrulleras–, y asunto concluido: dra), se me quedaron en el tinte- ¿a quién ha de importarle una orgía de dienro algunas premoniciones del novelista por tes y sangre entre las aguas del Mare Nostrum? excelencia de la ciencia ficción; por ejem- De esta forma alimentaríamos bien a los esplo, las que ofrece uno de sus poemas pós- cualos que, una vez pescados, servirían para tumos, ni que pintiparadas para la travesía cebar españolitos. Maldoror tiene todo un surde desvergüenza y muerte en que vivimos: tido de ideas semejantes que, sin duda, col“Cuidado con esas bestias a todas horas dis- marán al vacío (“el vacío es más bien de la frazadas /de hombres mortales /que ergui- cabeza”, Machado) que sobre el tema tiene dos caminan, pero que se sientan a cenar ese Fernández. También se podría adaptar lo /sobre tus dulces huesos y el vino de tu san- que hacen en Lampedusa: fumigarles con una gre”. ¿A quién adjudicar aquí el sobrenom- ducha de arsénico, así morirían de limpieza bre de bestias? Mientras unos rebuscan en y no de salvajada. los basureros, las televisiones nos brindan concursos de altísima cocina, o Miguel Ble- Una Nobel de cuentos. Dada la tendencia al sa, expresidente de Caja Madrid (con el chan- regalo de estas fechas tópicas (papá Noel, chullo de las preferentes debía de pagarse fin de año, reyes ya sin magia), sugiero, enlas cacerías, los maseratis y demás iniquidades) perora por mail sobre la calidad del más fino de los caviares a 240.000 euros el kilo. Y sin embargo, son esas familias que tienen que hozar en los estercoleros para sobrevivir y se alimentan de sobras (muchas veces inmundicias) las que pasan por vivir como animales. Antes de ir a los cuentos del título, citaré un libro que no es novedad, pero ya que al ministro Fernández de Interior y del Opus ha pedido ideas para evitar el asalto al paraíso español –lo es, por comparación–, y a fin de que utilice las concertinas barbadas, según él nada agresivas, para afeitarse (cuanto más dura sea la cara, o más caradura el personaje, rasuran mejor), y disponga de lo que pide, de ideas, le recomendaría contactar con Maldoror: el conde de Lautréamont, miembro de la más alta nobleza, y por lo tanto nada sospechoso, puede enseñarle, para eliminar concertinas y resolver problemas de frontera, alguna de las varias formas de dar de comer carne de emigrante a las 90 especies de tiburones que nos rondan en el Mediterráneo; sal- Chéjov se zambulle en la mediocridad de la condición humana.

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23 de diciembre de 2013–12 de enero de 2014. nº 1045

tre posibles lecturas, algunos títulos de la reciente premio Nobel de Literatura, la canadiense Alice Munro, que, con más de 82 años, ha decidido dejar de escribir por falta de energías, y porque prefiere seguir charlando con las visitas en vez de despedirlas para ponerse a la tarea. Los libros de Munro han circulado en las últimas décadas en español, pero esta escritora canadiense se dedica a un género minusvalorado, el del cuento, también poco socorrido por los escritores españoles pese a que algunas de las mejores páginas del siglo XX pertenecen a ese género: baste citar la obra de Borges; en los últimos años, cierto, se ha producido un incremento en la nómina de cuentistas, pero ¿quién recuerda a Medardo Fraile, fallecido en el pasado marzo, que insistió y persistió en solitario? Tuvo doble consuelo: vivir lejos de esta tierra, y ver al final reunida en Escritura y verdad: cuentos completos (Páginas de Espuma, 2004) prácticamente la totalidad de su obra de ficción. Munro ha explicado de una forma sui generis su dedicación al relato, porque ”mi vida no me dejaba tiempo suficiente para edificar una novela y luego no he cambiado ya de registro”, aunque sí terminó por escribir dos que se suman a sus doce colecciones de relatos. En Demasiada felicidad (Lumen) volvió sobre el asunto: “Un volumen de novelas cortas. Eso ya era en sí mismo una decepción. La autoridad de libro parece disminuida, hace pasar al autor por alguien que se demora en la entrada de la literatura, en vez de estar instalado con firmeza en su interior”. Dejemos esta declaración en falsa modestia, porque, asentada en el relato, Munro ha “edificado” todo un mundo de personajes y referencias reales sobre la vida menuda de la gente: nadie espere de su lectura nudos gordianos ni dilucidaciones filosóficas sobre la existencia: su arte es un juego de sutilezas en que lo inesperado y lo inexorable se funden. Es lo más palmario que resulta de la lectura que acabo de hacer de Escapada (RBA), y de los dos más recientes editados en español: Demasiada felicidad y Mi vida querida (Lumen). Munro no ha necesitado salir de su espacio biográfico, las orillas del Lago Hurón, en el Ontario canadiense; ni alterar un mismo sistema narrativo para ocupar un sitio al lado de los grandes narradores en lengua inglesa.


Asentada en el relato, Munro ha ‘edificado’ todo un mundo de personajes y referencias reales sobre la vida menuda de la gente.

Vida cotidiana actual, personajes discretos, protagonistas sobre todo femeninos con sus problemas de divorcio, infiernos conyugales, maternidades, rechazo de la pertenencia a un marido o aburrimiento de rutina que hacen subir a un autobús o a un tren y dejar atrás todo para engolfarse en la vida de la gran ciudad o practicar un retiro casi intelectual en el silencio de los pequeños pueblos, con un objetivo: reencontrarse a sí mismo en un espacio nuevo. Pero la habilidad de Munro no es plana: sabe mantener un suspense psicológico hasta que el desenlace da un giro violento e ilumina el fondo de las ocho protagonistas, por ejemplo, de Escapada. ¿Cómo logra Munro que el lector se engolfe en esa mezcla de realidad e irrealidad? En uno de sus cuentos, ante la idea de que su mujer pueda abandonarle, el marido mata a los hijos para ahorrarles el es-

pectáculo del divorcio; años después, le escribirá desde la cárcel que sus niños están bien, porque ha podido verlos en otra dimensión. Doree piensa que se ha vuelto loco, pero un accidente que ve, la convence de que existe esa otra dimensión entre la vida y la muerte, donde sus niños muertos llevan, seguro, una existencia clandestina. Munro aporta una gran complejidad moral a los protagonistas, con un lenguaje pulido y brillantes ramalazos metafóricos; ese recurso a la realidad como cemento de su mundo de ficción le ganó hace tiempo el título de “la Chéjov canadiense”. El padre de todos los cuentos. Y es que Antón Chéjov y Guy de Maupassant son los dos grandes maestros del relato y la novela corta, delicados retratistas de sus respectivas sociedades. El primero es conocido, sobre to-

do, por sus obras de teatro, que fundan en Rusia y en Europa un nuevo modelo de plantear problemas en escena: La Gaviota, Tío Vania, Las tres hermanas, El jardín de los cerezos, han venido pasando con cierta frecuencia por nuestros escenarios; a partir de ahora, con la cultura esquilmada por la política, desaparecen de escena esos títulos, igual que Shakespeare y los dramaturgos que utilizan demasiados personajes. En cuanto a los relatos de Chéjov, se conocen en España desde las primeras décadas del siglo XX, en antologías más que aceptables, pero nunca se había intentado la publicación de sus Cuentos completos, cuyo primer volumen acaba de aparecer (Páginas de Espuma, 1.076 páginas) en edición de Paul Viejo. Serán cuatro. Este volumen inicial recoge cronológicamente sus primeros 240 relatos, de los cuales entre 70 y 90 eran inéditos –o en caso de que se hayan traducido resultan inaccesibles– en español. Publicados en revistas durante su etapa de estudiante, describen de forma jovial y divertida la vida, los enredos y los pequeños problemas de funcionarios y pequeños burgueses de la época, que por lo general terminan con un rasgo de humor; un ejemplo: en “Una noche de espanto”, un hombre, al regresar a casa tras una sesión de espiritismo, tiene que huir y refugiarse en las de varios amigos, también llenas de ataúdes; esa presencia inexplicable que está a punto de enloquecerlo, tiene su razón y su verdad: un fabricante de esos materiales funerarios ha tratado de salvarlos porque su negocio está a punto de quiebra y, para evitar el embargo, los ha ido ocultando en casas de amigos. Jovial, más irónico que burlón, este primer tomo muestra la capacidad psicológica que va a demostrar en la madurez; el pesimismo y la punzada satírica, más acerada que la ironía, aún no han invadido su visión de la vida cotidiana, como en Munro; y como ésta, Chéjov no necesita héroes, se zambulle en la mediocridad de la condición humana, que no deja de tener, al lado de pequeñas debilidades y defectos, rasgos de luz, de fe, porque Chéjov declaró amar siempre a “la criatura humana” en su totalidad. Y aportó una novedad al género: fue el primero en eliminar datos, detalles o ideas colaterales, para centrarse exclusivamente en la situación que describe el relato. l

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