Las torres
Llegada a la base de las famosas Torres del Paine.
Son un hito de la Patagonia austral chilena y cita obligada de trekkers de todo el mundo. El รกrea protegida que las contiene es una trama de senderos que atraviesan bosques, lagos, glaciares y una vasta estepa. La aventura empieza y termina en Puerto Natales, la ciudad de referencia. P O R C I N T I A C O L A N G E L O. F OTO S D E X AV I E R M A R T I N .
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AQUí Sendero que
atraviesa un bosque de lengas quemado. ENFRENTE Marilyn,
camino a las Torres, y dos mochileros en Laguna Amarga.
C
erca de la cima, cada paso es gigante. Respiro profundo, doy la última estocada sobre un montículo de piedras y me sumo a una hilera de camperas fluorescentes, al borde del abismo. Las tres agujas de granito se alzan enfrente. Siento que ya las conozco de tanto verlas en postales y tapas de libros de la Patagonia. Pero estar acá, debajo de ellas, es pura sensación. Al inevitable “ooooh” del primer impacto, le sigue un “aaaah” casi naïf. Cuando la única nube deja al descubierto la torre central, surge un “woooow” generalizado. Las cámaras no dan abasto. Tenemos suerte. No es fácil ver las tres torres con tanta nitidez y a veces hay que contentarse con una parte de ellas, me apunta un guía mendocino que sube esta montaña tan seguido como yo subo las escaleras de mi casa. Dice que son imperdibles al amanecer, cuando sus paredes se tiñen de un rojo intenso que parece un fuego. Quizás la analogía no sea la más feliz, justo un mes después del incendio que arrasó con 17 mil hectáreas de bosque por la
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negligencia de un turista que quemó papel higiénico. Se pensó que caería el número de visitantes, pero no fue así. Al contrario: el triste capítulo de las llamas relanzó el deseo por las torres y ahora todos quieren asistir a su renacer. La torre Sur es la más alta (2.850 metros), pero engaña la perspectiva porque está atrás. La central (2.800 metros), vertical y abrupta, aparenta tener más altura y es la que arranca suspiros. Y la de la derecha, o Norte (2.248 metros), la más ancha, completa el trío sobresaliente del macizo Paine, la estrella mayor de este parque nacional declarado Reserva de la Biósfera por la UNESCO en 1978. Cinco horas de trekking y ya me olvidé del dolor lumbar, las ampollas y hasta del hambre, mientras devoro mi sándwich como si fuera caviar. Antes, experimenté el tranco mediano y largo, y alterné las tres respiraciones cortitas con la más lenta y pausada. Me abrigué y desabrigué a un ritmo esquizofrénico. Les saqué fotos a desconocidos de todas partes del mundo y, por momentos, me olvidé que estaba en Sudamérica. Más abajo, un grupo de ingleses me invitó a navegar en Manchester. Hice buenas migas con una pareja de turcos mientras mirábamos unos pájaros carpinteros. Tomé agua del arroyo con
La W es el circuito más popular del Paine y cubre sus imperdibles: las Torres, los Cuernos, el glaciar Grey y el Valle del Francés. unos franceses que venían de vivir dos excepciones patagónicas: un desprendimiento del glaciar Perito Moreno y un avistaje de ballenas en la bahía de Ushuaia. En otra cuesta charlé con Marilyn, de Wisconsin, señora de setenti-largos, con pelo canoso hasta la cintura, que parecía un hada salida del bosque encantado. Es impresionante los lazos que se pueden hacer en un mínimo tramo de montaña. Estoy segura de que si me cruzara con esta gente en cualquier avenida de una gran ciudad, ni nos registraríamos. Pero acá nos sonreímos, nos decimos los nombres, la nacionalidad y, a veces, intercambiamos mails. Como si el mundo fuera mucho más chico de lo que parece.
El abecé de la vida trekker
La W, esa letra poco usada en español, es en Paine la más popular de todas. Así se llama su circuito principal, algo así
como el sueño del caminante que permite descubrir en unos cinco días un popurrí de estepa, lagos, bosques, glaciares y los principales hitos del parque: la base de las Torres, el Valle del Francés, los Cuernos, el lago y glaciar Grey. La forma masiva y económica de lograrlo es la de los mochileros: dedo o bus desde Puerto Natales hasta la portería de Laguna Amarga (una de las entradas del parque), pagar el pase y caminar hasta encontrar un refugio o camping donde pasar la noche, sin muchas pretensiones. Pensar en un hotel es situarse en el otro extremo de la propuesta, y casi no hay grises. Porque decir “hotel” en Paine es ser recibido con pisco sour y un masaje en el spa, dormir en una cama mucho más cómoda que la propia, tener un staff de guías a disposición y la agenda de actividades escrita en una pizarra, y nada más decidir entre la centolla o el cordero para la cena.
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AQUÍ Los domos
geodésicos del
EcoCamp, con vista a las Torres. ENFRENTE El confortable interior de los domos.
Esta versión la experimento en el hotel Tierra Patagonia, el nuevo lujo del parque. Construido en madera de lenga de punta a punta, el imponente edificio de forma ovalada se camufla con la estepa, frente al lago Sarmiento. Abrió en noviembre de 2012 y tuvo que cerrar un mes después, a causa del incendio. Como el arca de Noé que simula su estructura, éste también se salvó, pero de las llamas. Y reabrió a pleno, con sus 40 habitaciones ocupadas y la vista intacta a los Cuernos del Paine. Hacia ellos vamos con un grupo de turistas en la primera salida programada. Es un trekking corto, ideal para aclimatarse. En el camino bordeamos el lago Nordenskjöld y visitamos el Salto Grande del río Paine. Una subida ligera nos deja plantados en un mirador con vista a los cuernos más fotogénicos del Paine. Muchos se los confunden con las torres. Estos también son tres y forman parte del Macizo o Cordillera Paine, que está separado de la Cordillera de los Andes como una masa solitaria de piedra en medio de la estepa, desde hace doce millones de años. Lo que más llama la atención es su aspecto bicolor de granito (gris claro) y sedimento (gris oscuro). ¿Cuernos o torres?, le pregunto al guía, y lo pongo en un
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aprieto. Pero se la juega: “Los cuernos se ven apenas se ingresa al parque. Las torres, en cambio, hay que llegar hasta ellas”. Ver las torres y los cuernos, en Paine, es equivalente a conocer el Arco de Triunfo y la Torre Eiffel en París. Con un poco menos de cartel, el tercero más buscado es el cerro Paine Grande: sus 3.050 metros lo convierten en el pico máximo, casi omnipresente, del macizo.
Paso de la Guitarra
Christopher Purcell, el gerente del Tierra Patagonia, mitad chileno mitad gringo, está cansado de ver cómo los huéspedes entran y salen a explorar el parque, mientras él sólo lo ve a través de los ventanales del hotel. Hoy cumple años y decide festejarlo sumándose a la excursión del día, el Paso de la Guitarra. Nos acompaña la guía Kineret, chilena hasta la médula, y una pareja de mieleros españoles de Córdoba, cuya única preocupación es ver “gauchos”. Bordeamos el lago Maravilla, que hace honor a su nombre, y más adelante el lago Porteño. Ni aparecen en el mapa oficial del Paine. Ventajas de la vida VIP: no sólo vamos con el gerente,
Ni camping ni hotel de lujo: los domos ecológicos conectados a través de pasarelas son una variante de alojamiento en alza. sino que encima descubrimos un sector exclusivo en la parte sur del parque, ubicado dentro de una propiedad privada. Es probable que seamos los únicos humanos que caminamos por acá y que los próximos sean nuevos huéspedes del hotel. Atravesamos bosques de lengas, coihues y canelos. De pronto, se imponen las aguas turquesas del lago del Toro. Es el más grande de la región y le pone color al Macizo Paine que se extiende detrás. En un recreo ventoso en la playa de la bahía Maitenes, me cuenta Kineret que, como casi todos los guías del lugar, llegó por amor a la naturaleza, sin un centavo y con un fuerte deseo de descubrir el parque. Lo conoció trabajando, y así lleva ya unas cuantas temporadas, alternando con otras en el desierto de Atacama, los dos extremos más turísticos de Chile. Pasan rápido las cinco horas de caminata. Al final nos espera una mesa improvisada de cumpleaños, con quesos, frutos secos
y un vino espumante, en el puesto La Duda. El propio Chris lo descorcha y el brindis se prolonga en el hotel, a la vuelta, frente al lago Sarmiento y con jazz de fondo.
Una estadía eco-friendly
Despertar dentro de una esfera de plástico y ver tres torres anaranjadas a través del techo no es lo que se dice cualquier mañana. Lo único que me preocupaba era que las “paredes” de mi suite geodésica soportaran los vientos de 160 km por hora, nada infrecuentes en esta zona. Miedo superado: dormí con más confort que en muchos hoteles urbanos, y eso que estoy en el alojamiento más eco-friendly del parque. El EcoCamp es una sucesión de domos conectados a través de unas pasarelas suspendidas en medio del bosque. Tienen piso de madera, camas, baño, ducha, cortinas y hasta una pequeña
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AQUร En la arquitectura apaisada
del Tierra Patagonia se luce la madera de lenga. ABAJO La piscina de ese hotel. ENFRENTE Bomberos del parque. El lago Nordenskjรถld y los Cuernos.
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AQUÍ El lago Pehoé. Enfrente Pájaro
carpintero. Estar del hotel Altiplánico, en Puerto Natales.
terraza. Está construido con el mínimo impacto ambiental: si un día hay que levantar campamento, no quedaría aquí ni una huella. Así ya lo hicieron una vez, cuando se mudaron desde la Estancia Cerro Paine hasta su lugar actual, en la base de las torres. Sus políticas amistosas con el medio ambiente incluyen paneles de energía solar, calentadores de propano para el agua, reciclado de basura y un innovador sistema de baño de compost. Pero no todo es ecología en este campamento de alta gama. Hay una vida social muy activa que se da en los domos comunitarios, los tres más grandes del complejo. Los huéspedes confluyen alrededor del fuego, comparten un aperitivo y comen cosas ricas, mientras los guías despliegan mapas para contar las actividades del día siguiente.
Lago y glaciar Grey
El plan es salir temprano desde el EcoCamp y poner rumbo hacia el oeste del parque. Coco, el chofer, le toma el pelo a uno de los guías por cómo ceba el mate: “Éste no sabe porque es chileno”. Como buen local, Coco nos ilustra sobre la esencia del ser magallánico: “A diferencia del chileno (léase, habitante de la
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ciudad de Santiago), acá tomamos mate, hablamos más cantado, usamos dos veces el afirmativo y el negativo, tenemos nuestra propia bandera y nos sentimos más argentinos que chilenos”. La República Separatista de Magallanes, así le llaman algunos. A esta altura, creo que el viento inclemente también podría ser un distintivo magallánico. Así lo sentimos cuando llegamos a orillas del lago Grey, tratando de que no nos tumbe. La playa es de piedras negras y hasta acá llegan cientos de témpanos que se desprenden del glaciar Grey, una de las lenguas del Campo de Hielo Sur. Caminamos por su orilla y nos acercamos a esos bloques helados, que pasan de azul a celeste según cómo se filtre la luz y sólo de cerca se ven transparentes. Superada esta instancia, viene la parte más cómoda: ponerse el salvavidas, esperar en el muelle, subir a los Zodiac y ser trasladados hasta el catamarán. En menos de una hora, el barco nos acerca hasta el frente del glaciar, que tiene seis kilómetros de ancho y más de 30 metros de alto. El capitán da luz verde para subir a cubierta. Lo hacemos abrigados como osos, para abalanzarnos sobre las barandas del humilde barquito. Es una aproximación bastante
Los bosques del lago Pehoé sufrieron mucho con el último incendio. La reforestación ya está en marcha y va por el millón de árboles. arriesgada y tengo la sensación de que la masa de hielo me roza las mejillas. En compensación, el whisky ayuda a domar un poco el frío, cuando promedia la tarde y el Paine Grande se divisa azulado detrás del glaciar.
Valle del Francés
Antes de sacar el pañuelo, la buena noticia es que el sector más perjudicado por el último incendio está en pleno renacimiento. Pasó de terapia intensiva a terapia intermedia. Sobre las cenizas y los restos de troncos ennegrecidos se volvieron a plantar miles de lengas, coihues y ñires gracias a la campaña Reforestemos Patagonia (ver Datos Útiles), un acierto publicitario que espera llegar al millón de árboles donados a través de una página web. Y pensar que hasta hace unas pocas semanas este lugar era un revuelo de brigadistas y aviones cisterna; estamos en un sendero de 16 km,
uno de los hitos esenciales del circuito W, su vértice del medio. Para alcanzar el otro lado del lago Pehoé, tomamos un catamarán que sale desde el Refugio Pudeto. El horizonte es siempre el que dibujan los Cuernos y el Paine Grande. Por este sendero se los ve de frente, y más lindos a medida que se avanza. En cambio, si se opta por el que sale desde el Albergue Los Cuernos (desde el este), se les da la espalda. Ganamos altura, bordeando el lago Skottsberg. A mitad de camino cruzamos un puente colgante sobre el río Francés. Apenas pasamos el Campamento Italiano, donde no sobra ni un centímetro de tierra para clavar una estaca, asoma la lengua del Glaciar Francés. Y acá nos detenemos. El tramo que sigue es apto sólo para pocos: empinado y lleno de piedras grandes que hay que sortear con buen estado físico, sube hasta el Campamento Británico, el mirador más espectacular de los Cuernos. Desde
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El glaciar Serrano, dentro del Parque Nacional Bernardo O’Higgins.
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aquí Icebergs del
glaciar Grey, sobre el lago homónimo. Enfrente Turistas
relajados en el jacuzzi del hotel Explora.
ahí, se accede a un valle para poder ver las torres en toda su magnitud. Dicen los que bajan que no tiene desperdicio.
Puerto Natales
A orillas del canal Señoret, el muelle Braun & Blanchard fue construido por la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego, en 1910, y es un ícono de Natales. Hoy quedan sólo sus pilotes, donde los cormoranes se posan puntualmente al atardecer. Cada uno tiene el propio y no dejan que otras aves les roben su pequeña porción de paraíso. Fuera de esta postal tan fotogénica, la capital de la provincia Última Esperanza (bautizada así por el navegante Juan de Ladrilleros que buscó, sin éxito, la salida del Estrecho de Magallanes) es una típica población chilena austral. Ganó fama como puerta de entrada al PN Torres del Paine, tiene una rica historia ligada a la inmigración inglesa y presume de una arquitectura inglesa bien conservada que envidiaría cualquier ciudad del otro lado de la Cordillera. Así lo manifiestan sus casas de techo de chapa a varias aguas, que se pueden apreciar caminando cerca de la Plaza de Armas y a través de una impecable muestra de fotos antiguas en el Museo Histórico.
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Contra lo que su nombre –Puerto Natales– sugiere, no hubo aquí pescadores sino una floreciente industria basada en la ganadería ovina a principios del siglo XX. El frigorífico Bories fue su matriz, hoy devenido en The Singular, el hotel más lujoso de la Patagonia chilena y que significó además un extraordinario rescate patrimonial (ver ZOCO). Propone una experiencia exclusiva, con una cocina de alto vuelo, spa y un menú de expediciones a zonas sólo accesibles para sus huéspedes. Una de ellas es la cabalgata a la estancia Tres Pasos. Como curiosidad, es el lugar donde Gabriela Mistral escribió su último poema, “Desolación”. La excursión más alucinante es la navegación por los fiordos, con paradas en los glaciares Balmaceda y Serrano, ambos dentro del Parque Nacional Bernardo O´Higgings, que colinda con el Paine y lo supera en tamaño. Si hay tiempo y la marea lo permite, los guías reservan para el final una perlita: la laguna azul, una de las más prístinas de la zona. Para los que prefieran la vida citadina con algunas incursiones en el parque, Puerto Natales no defrauda en materia de servicios. A su variada gastronomía suma un repertorio de hoteles design construidos sobre la península.
El glaciar Grey es una de las lenguas de hielo visibles dentro del Parque. Mide seis kilómetros de ancho y casi 30 metros de alto. El hotel Altiplánico es uno de sus mejores exponentes: combina confort y una meditada rusticidad, una marca registrada de esta prestigiosa cadena chilena. Para construirlo se priorizó el entorno, por eso el edificio está prácticamente enterrado en la ladera (al punto que cuesta distinguirlo desde la ruta) y recubierto con pasto en el techo. Lleno de ventanales, así no hay forma de perder de vista los fiordos, las cumbres nevadas y la estepa circundante.
El milodón, ¿mito o realidad?
Esta especie de oso hormiguero con aspecto de bonachón le dio celebridad a la región mucho antes que las propias Torres del Paine. Lo conozco apenas llego a Puerto Natales, cuando veo su réplica en la rotonda de acceso, y ya me resulta querible. ¿Es un imán para atraer niños? ¿Es la mascota de la ciudad? Nada de eso. Se trata de un herbívoro prehistórico cuya
existencia oscila entre la fábula y la realidad. Sin dudarlo, voy a la cueva donde se encontró este extraño ser, a 25 km de Puerto Natales. Ahí me entero de que un tal Herman Eberhard recorría los campos de su estancia, en 1895, y en una gruta del cerro Benítez dio con un enorme trozo de piel de un animal desconocido. Al no poder identificar su origen, lo dejó colgado de un árbol, en exhibición. El que reparó en esta prueba fue el científico sueco Otto Nordenskjöld, quien determinó que la piel de rojizos y largos pelos pertenecía a una especie extinta, el milodón (Milodon darwini). Se cree que andaba en dos patas y se apoyaba sobre su gruesa cola. La noticia de un ser vivo de esas características conmocionó a la opinión pública mundial. Como los restos encontrados estaban tan bien conservados y hasta húmedos, debido a las condiciones de la cueva, se llegó a creer que aún quedaban exponentes de la especie
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aquí En otoño, las
hojas de lenga se tiñen de rojo. Enfrente La laguna de origen glaciar de las Torres del Paine.
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aquí La cueva del
Milodón. Enfrente El muelle y los cormoranes, clásica postal del atardecer en Puerto Natales.
Como antesala del parque, Puerto Natales reúne nuevos hoteles y reductos gourmet, un muelle histórico y la leyenda del Milodón. circulando por el lugar. Incluso el diario inglés The Daily Express organizó una expedición para encontrar ¡vivo! un milodón. Tiempo después, Otto volvió a la cueva para realizar más excavaciones y notó que el suelo estaba removido hasta la roca viva. Se rumoreaba que había personas que vendían trozos de cuero y huesos en Punta Arenas, y esas piezas llegaron misteriosamente a museos de Londres, Roma, Berlín, Estocolmo, Helsinki, La Plata y Nueva York. El pobre milodón se desparramó por el mundo hecho pedazos, y lo que quedó acá del original es apenas un fragmento de fémur y algunos pelos. Todavía se discute cómo se pudo haber extinguido. ¿Se lo comieron los indígenas? ¿Se lo llevó un episodio volcánico catastrófico? Nadie sabe. La réplica que domina la entrada de la cueva, de 30 metros de alto, no es precisamente una obra de arte, pero sirve de referencia.
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Después, la imaginación se encarga de darle vida a esta enigmática bestia peluda, que parecería haber habitado hace diez mil años en una profundidad donde hoy cuelgan estalactitas.
Vuelta por El Calafate
Para seguir viaje por la Patagonia del otro lado de la cordillera, las opciones son tránsfer (los hoteles ofrecen este servicio con costo adicional) o micro. El cruce de Puerto Natales a Río Turbio es tan rápido que no da tiempo a llenar los papeles de migraciones (ver Datos Útiles): apenas 15 km separan estas dos ciudades fronterizas, vinculadas por el paso Dorotea. Después de la ciudad del carbón, esperan unas cuatro horas (en micro) hasta El Calafate, un trayecto desolado en el que se impone esa constante geográfica tan patagónica, la de las distancias eternas y la pura estepa.
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