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ARTEY FASCISMOII
Somosmásquecarne
Mi generación está por siempre infatuada con la irrealidad, como si desde niños hubiéramos presentido el duelo inminente que nos causaría la verdad de las cosas. Cuando niños vivimos la democratización de la televisión y cuando adolescentes la del internet, nos formamos con una idea ambigua e incompleta del resto del mundo, de manera quizá muy imperfecta fuimos la primera generación de identidad global. En un mundo caótico que se muere poco a poco a manos del hombre, gobernado por la riqueza y el privilegio, que sangra inocencia gracias a la tradición, los millennials nos derivamos siempre hacía la fantasía, inhalamos escapismo para exhalar ansiedad.
Al crecer una de las fantasías que más atrapo a mi generación fue el mundo hechicero de Harry Potter, una historia simple y fantasiosa de unos jóvenes enfrentándose a la perversidad que representa la discriminación y la supremacía mientras maduraban poco a poco junto con su audiencia. Harry Potter mediante sus libros y películas definió a una generación de criaturas, muchas de ellas tímidas e introvertidas, cuando niños los dotó de distracciones, emoción y esperanza, cuando jóvenes adultos los dotó de interacción y comunidad. Nunca fue mi fantasía predilecta, pero la tengo muy presente, como si por osmosis su presencia se ha vuelto ineludible en mí.
Es una franquicia que hasta la fecha se mantiene imposible de ignorar a través de la nostalgia de una generación completa, el éxito masivo del reciente videojuego Hogwarts Legacy es prueba de su enorme influencia cultural. Y, sin embargo, este es un éxito a la vez marcado por una controversia inescapable, el legado ideológico de su creadora, J. K. Rowling. Hasta hace unos años, gracias a su vocal oposición a Donald Trump, a sus trabajos de caridad y una lectura generosa de sus textos que habla de una lucha contra la discriminación, J. K. Rowling gozaba de una reputación como una mujer feminista, abierta y tolerante. No sé si el dinero, el poder o la influencia corrompen al ser humano, pero por lo menos revelan lo que escondemos muy dentro, nos hacen apáticos ante las opiniones de los otros y por lo mismo, hostilmente sinceros, escépticos de toda verdad distinta a la nuestra.
Algo que para mí no está a discusión es la esencia del discurso político de Rowling. Es un discurso transfóbico, enfocado en pintar a las mujeres trans como hombres perversos y depredadores, que invaden espacios femeninos y quitan la voz a las “verdaderas mujeres”, como infiltradores del patriarcado. A los hombres trans los retrata como mujeres confundidas que buscan huir de la vulnerabilidad de su propia femineidad para alcanzar el privilegio masculino, carentes de agencia propia, infantilizados cuando no son ignorados en su totalidad. Es un remanente ideológico del lesbianismo político de la segunda oleada del feminismo, y de sus ideas de determinismo biológico que suponen a todo hombre como agente inevitable del patriarcado y enemigo inherente de la mujer.
Uno de los problemas más grandes de un feminismo trans-excluyente es que se centra en la pureza del individuo, reduce a la mujer a sus genitales y su aparente femineidad. Aunque tiene sus orígenes en el feminismo de segunda oleada, sus tintes esencialistas y autoritarios encierran a sus proponentes en una fantasía fascista, dónde el enemigo son supuestos hombres infiltrados en lo femenino, y que deben ser expulsados a toda costa. Es una ideología que retrata a los hombres como abusadores sexuales, monstruos sádicos o tiranos controladores, incapaces de actuar de otra manera. El problema de tratar a los hombres como monstruos, fuera de que pueda ser discriminatorio, es que nos absuelve de la culpa cuando violentamos a otros, porque describe nuestras acciones como una realidad inevitable de nuestra naturaleza, no como un contenido de nuestro valor o carácter. También infantiliza a las mujeres, porque las describe como incapaces de prosperar en presencia de los hombres.
La ideología “crítica de género” motiva a unas mujeres a juzgar a otras, a calificar que tan femeninas se ven porque siempre están en busca de estos supuestos hombres que infiltran sus espacios. Cualquier mujer que sea identificada como demasiado masculina es violentada, independientemente de ser trans o no, porque juzgar mediante la apariencia es una solución carente de sentido que proviene del privilegio patriarcal que otorga la belleza, cuyo verdadero propósito como toda ideología adyacente al fascismo, es crear a un enemigo, aunque sea imaginario, con tal que justifique una violencia de cinesia constante. El esencialismo, la identidad de grupo, el determinismo biológico, la pureza estética y la búsqueda constante de un enemigo que justifique todo lo anterior son elementos comunes de cualquier movimiento fascista como el nazismo y su supremacía racial, son los elementos fundamentales de cualquier forma de opresión, ya sea racial, cultural, económica, sexual o de género.
Harry Potter es una ficción que le pertenece a los marginados, a aquellos que tuvieron una adolescencia difícil o que poseían cierta torpeza social, a los ñoños y a los parias, a los raros o los rechazados.
No exactamente a mí quizás, pero sí a gente como yo, por lo menos esa es mi experiencia. Y justo por eso no es raro el darse cuenta de que muchos adolescentes torpes e inseguros se convirtieron en adultos valientes, sensibles, carismáticos y seguros de sí mismos, y quizá sólo fueron torpes en su momento porque estaban descubriendo su sexualidad o su identidad de género en un mundo hostil ante esas posibilidades. Y no es raro el descubrir que ahora esos millennials cuir o LGBTQ, se encuentren decepcionados y heridos por la retórica de Rowling, cuando se convencieron de que esos libros los escribió alguien cuya prioridad luchar contra la discriminación y la aceptación de aquellos que la sociedad juzga diferentes.
He escuchado a mucha gente, que apelando nebulosamente a La Muerte del Autor de Roland Barthes sin siquiera haberlo leído, asegura que debemos separar al arte del artista, que podemos consumir sin culpa cualquier producto cultural mientras no pensemos en sus creadores, por más crueles y dañinos que sean. Que ningún consumo es ético bajo el capitalismo y por tanto podemos ignorar nuestros principios y valores siempre que sea conveniente, pero yo me niego a creer que esa es la solución.
Alejandro Gonzáles Iñárritu dijo alguna vez cuando estaba promocionando Birdman, que los superhéroes son violentos y de esencia derechista. Alan Moore, escritor de cómics y autor de Watchmen y V for Vendetta, en una entrevista con The Guardian aseguró que los filmes de superhéroes son precursores para el fascismo.
Es una idea interesante la de las películas de Marvel y DC, la de que sólo ciertas personas privilegiadas, que poseen poderes exclusivos pueden acabar con el mal, que sólo ellos pueden decidir el eje moral de los mundos que habitan, donde los poderes sobrenaturales o incluso la violencia enfocada ofrecen soluciones simples a problemas complejos. No considero que Iñárritu o Moore se encuentren equivocados, es cierto que los superhéroes, sobre todo cuando se utilizan sólo como vehículo de entretenimiento tienen muchos elementos proto-fascistas. La pregunta relevante entonces no es si hay elementos fascistas o no en nuestro entretenimiento, arte y demás productos culturales, sino más bien qué debemos hacer al respecto. Como generaciones jóvenes buscamos constantemente escapar de un mundo que nos oprime mediante la fantasía y el escapismo, pero quizás la respuesta no es escapar a través de las fantasías que provienen de ese mundo opresor, por lo menos sin juzgarlas de manera más crítica y consciente.
Harry Potter es una historia cimentada quizá en el folklor mitológico británico y la idealización de la estética preindustrial europea, pero más que nada en la autoritaria sociedad inglesa y su eterno status quo. Harry vive en un mundo jerárquico e intolerante, segregado entre una raza superior y una inferior, una que posee magia y una que no. Muchos de los brujos en Hogwarts son abiertamente racistas, pero son sólo los mortífagos, que arriesgan el exponer el mundo secreto de los brujos mediante sus deseos genocidas los que son abiertamente repudiados hasta dónde el decoro inglés lo permite.
Harry es un espectador pasivo ante la mayoría de las injusticias del mundo en el que vive, sólo actuando contra ellas cuando lo afectan directamente a él o a sus amigos, o para buscar sobrevivir, nunca para crear cambio. Su sueño es volverse un auror, y por lo mismo volverse parte del sistema que creó a monstruos como Voldemort en primer lugar. La muerte del mismo Voldemort no es resultado de la revolución, sino la consecuencia de un procedimiento burocrático no realizado, de una tecnicidad. Al morir Voldemort por su propia mano, argumenta en contra de la necesidad de cualquier movimiento de cambio o revolución. Voldemort primero perturba y luego repara el status quo por sí mismo y Harry es solo un participante involuntario en la historia de Voldemort.
Hogwarts y la Inglaterra en la que reside no son un mundo abierto y tolerante que lucha contra la discriminación, son un mundo mediocre que pertenece a los privilegiados, un mundo que hace el bien sólo para evitar el cambio súbito de su realidad y evitar las posibilidades aterradoras que traería para ellos el fin de la segregación. Harry no es un héroe, sólo es un joven cuya empatía es ligeramente mayor que la de la gente que lo rodea y que tiene la suerte de pertenecer a la raza que su sociedad fascista ha nombrado superior. Sus logros en su mayoría no provienen de sus principios o sus creencias, sino que son resultado del dinero y el renombre que heredó al nacer o de pura suerte.
Fuera de Dobby no pone demasiada importancia en la esclavitud de los elfos, ni en la discriminación contra los muggles que no es extremista o no afecta a sus seres queridos. Harry nunca actúa, sólo reacciona, es una figura central en la lucha contra el racismo extremo sólo porque es el objetivo de Voldemort, no por convicción propia, es un activista incidental. Hogwarts es el mundo fascista perfecto, dónde la otredad que es oprimida y menospreciada, aquellos que nacen sin magia, no están enterados de su sumisión y parecen no perder nada por vivir discriminados y segregados. Es un mundo dónde la magia, tal como los privilegios de nuestro mundo real, sólo existe para el uso de aquellos que la poseen, no es una herramienta de empatía sino de supremacía justificada.
Disney, Marvel, Star-Wars, Harry Potter, existe toda una generación que se define a través del conformismo de la cultura mediocre que se ha acostumbrado a consumir, me incluyo en ello. ¿Pero cómo esperamos cambiar nuestro mundo si nos perdemos en fantasías tan grises e indiferentes como nuestros contextos? ¿Cómo pretendemos luchar contra el autoritarismo, la ignorancia y la injusticia si consumimos productos que los alimentan? Si nuestros superhéroes idealizan al exceso de poder, la violencia y el machismo y cosifican a la femineidad, si nuestras historias fantásticas se mantienen indiferentes ante el odio y la discriminación, si sólo consumimos la representación artística del marginado cuando nos apetece estética y eróticamente, es imposible argumentar por un mundo mejor. Quizás merecemos mejores ficciones e historias más humanas, un arte más compasivo y abierto. A veces no podemos separarnos de estos productos culturales tan fácilmente, porque es gracias a ellos que soportamos ser un engrane más de una sociedad cruel e indiferente, que soportamos la pobreza, la depresión o el cansancio. Pero tal como en la ficción, no podemos mantenernos pasivos ante la necesidad de cambio de un mundo que pide transformación.
El 11 de febrero de este año, Brianna Ghey, una jovencita trans de 16 años fue asesinada a puñaladas mientras paseaba por un parque en el condado de Cheshire, Inglaterra. Dos adolescentes de 15 años fueron detenidos en relación con el delito y se cree que fue un crimen de odio. A la vez, Hogwarts Legacy rompe récords de ventas y las regalías y la fama sólo aumentan la ya considerable influencia y riqueza de J. K. Rowling. Rowling no es sólo una mujer de opiniones controversiales, es una mujer que dona a organizaciones transfobicas, cuyas palabras son citadas por políticos de ultraderecha, que se alía con personajes fascistas y antifeministas con el sólo propósito de aumentar el alcance de su transfobia. Su enfoque no está en el bienestar de la mujer, sino en la marginación de la gente transgénero y su futura desaparición.
Son voces como las de la autora de Harry Potter las responsables del homicidio de esta jovencita y de la muerte de muchas otras personas. Hubo medios que reportaron la muerte de Brianna como la de un jovencito, faltando el respeto a su identidad incluso en la tragedia de su muerte. Podemos ser más que la carne que nos compone, si nos permitimos nacer otra vez. Añoro el día en que nadie tenga que justificar sus preferencias, su manera de expresarse ni su identidad, que podamos ser y amar a quien queramos sin que nadie nos juzgue por existir de manera diferente, añoro que lo marginado desaparezca y se disuelva en normalidad. En la vida real no hay reglas mágicas convenientes para deshacerse de villanos como Rowling, son ellos los que tienen el poder, la riqueza y la influencia, en la realidad no existen los superhéroes. Nuestra mejor arma en contra de la crueldad y la injusticia es la compasión constante, la generosidad insistente, la apertura a aprender y escuchar y la oposición vocal y perpetua ante humanos inhumanos como J. K. Rowling, die führerin, hasta el día que el desaliento se transforme en revolución.