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LA VELA
Aquella noche, durante la madrugada, se dio cuenta de que se había quedado dormido sobre la cama tendida. La luz de una vela puesta sobre el bureau, que portaba la imagen de San Juan Bautista, iluminaba tenuemente la recámara, mientras que la cera languidecía casi al ras del vaso. Del mismo modo, yacía sobre los pies de la cama un libro a medio cerrar que había dejado “ a medias”, antes de rendirse a sus sueños. Su vista ya no le permitía leer a altas horas de la noche, mientras que su cansancio corporal durante tantos años de trabajo no le dejaban erguirse para tener una posición cómoda durante la noche. .
Aún así leía lo que podía. Como todo mal comerciante, era un sentimentalista, lo que le permitió conservar durante décadas infinidad de piezas antiguas de relojería, de cuando su padre y el padre de su padre aún vivían. Del mismo modo, tenía algunos artilugios convenientes que utilizaba para reparar ejemplares en su puesto en el mercado. Sin embargo, año con año, debido a la “modernización”, fue testigo de cómo los clientes perdían el interés en sus servicios; gradualmente, comenzó a chocarle la conjunción de adjetivos como “digital” o “inteligente” puestos delante de sustantivos como “reloj” y “teléfono”.
Fruncía el ceño cada vez que sus nietos le intentaban enseñar a usar la tecnología. Su rechazo hacia lo nuevo evitaba que estuviera al tanto de las noticias recientes, y como uno de aquellos pocos que aún compraban el periódico, constantemente se irritaba al notar que los filtros ortográficos ya no eran tan rigurosos como antes. Cuando terminaba de leerlos, utilizaba las páginas que le parecían menos interesantes o las que consideraba insultantes, según su ideología política, y cubría objetos valiosos y delicados que le habían heredado. Las ocultaba como un tesoro dentro de unas cajas que ocultaba en el interior de los cajones inferiores del mueble con vitrinas, aquel que permanecía intacto en una casa más vieja que él. Especialmente, pensó en aquellas nimiedades durante su posterior trayecto hacia la cocina. Como un selvático recorrido, se sintió vulnerable ante la oscuridad del pasillo, el cual siempre permanecía de esta manera, al carecer de bombillas en las habitaciones.
Al llegar, se sirvió un vaso de agua y colocó la vela en el centro de la mesa de la sala. Se sentó en silencio durante algunos minutos y al recargarse en el respaldo, se acordó de la vez que visitó a su hijo en su departamento de la capital, cuando tuvo que estirar sus piernas para comer debido a la altura de la barra. Allí, pensó en cómo la arquitectura de los nuevos espacios ha desplazado a la gente vieja: “ ya no están pensados para la familia”, dijo en voz alta, a sabiendas de que nadie más que él escuchaba sus palabras. Cuando regresó a su cuarto, destendió la cama y se acostó. Postrado, apagó la vela y la colocó, quizá sin darse cuenta, la imagen del santo de cara hacia la pared. Luego de esto, se persignó y suspiró con los ojos abiertos, y sostuvo el techo con la mirada durante algunos minutos hasta quedarse completamente dormido, sin saber que aquella había sido la última noche de su vida.