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¿DÓNDE APRENDISTE ESO? Por el Obispo
La Casa De Mi Infancia Me Parec A Grande Cuando Era
PEQUEÑO. Por supuesto, yo era sólo un niño, y todo parecía grande en aquel entonces - al menos en mi memoria. Nuestra casa tenía dos plantas, en realidad tres si incluimos el sótano, pero era igual que todas las casas de nuestros vecinos. Se llamaban “fila de casas”, porque estaban unidas, una a la otra, nueve en una fila, separadas por un muro contra incendios de ocho pulgadas. Las casas eran alargadas y angostas, con una planta baja (el primer piso) donde todo parecía suceder, y la planta de arriba, con tres habitaciones y un baño. Era perfecta desde el punto de vista matemático y estructural; los nueve estábamos divididos: las cuatro chicas en la habitación de delante, los cuatro chicos en la de en medio y mis padres con el bebé en la de atrás. Había un pasillo en el piso de arriba que se extendía desde la habitación delantera hasta la trasera, y fue allí donde tuvimos nuestras primeras lecciones de oración. Al final del día, después de que nos hubieran acostado, mi madre se sentaba en su silla en el piso de abajo y rezaba sus oraciones en silencio. Arriba, la escena era diferente: mi padre se paseaba de un lado a otro del piso de arriba rezando en voz alta, mientras nos daba instrucciones sobre cómo rezar. Sus palabras se convertían en nuestras palabras, y sus oraciones en nuestras oraciones. Rezábamos el Padre Nuestro, el Ave María, el Memorare y una oración especial llamada: “Toma mi Cuerpo, Jesús”. Hasta el día de hoy, casi 70 años después, sigo rezando las mismas oraciones cada noche. Todavía oigo la voz de mi padre: “ ¡Francis, no te oigo desde aquí!”. Pero además de aprender estas oraciones y hacerlas una parte natural de mi manera de cerrar el día, aprendí que en ellas se menciona una y otra vez a nuestra Santísima Madre. Cuando mi padre terminaba sus oraciones, entraba al cuarto donde, sobre una cajonera, había dos Estatuas: una del Sagrado Corazón de Jesús y la otra de su Santísima Madre. En la oscuridad, podía ver que se paraba ante cada imagen y rezaba en voz baja, y después besaba la cabeza de cada estatua. Conocí, y llegué a apreciar con los años, su amor por Jesús, y también aprendí a invocar el nombre de María, nuestra Santísima Madre, al final del día.
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El mes de María siempre me trae recuerdos de mi infancia: el aprendizaje de la oración y, sobre todo, la importancia de María en mi vida, y en nuestras vidas. Y para quienes no tienen este tipo de recuerdos o prácticas, no es tarde para empezar. En el “Memorare” se encuentran las palabras: “que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando tu auxilio, haya sido desamparado”. Ella ha sido eso para mí toda mi vida, gracias a mi padre. Ahora se los paso a ustedes en este mes dedicado a ella. Empiecen a rezar esta oración con su pareja y, sobre todo, con sus hijos, y sientan la gran presencia llena de gracia de nuestra Madre celestial.
Obispo Malone