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Por El Obispo

Obispo Francis I. Malone, Diócesis de Shreveport

DONDE FUI BAUTIZADO NO SOLO FUE LA IGLESIA DE MI JUVENTUD, PERO TAMBIÉN DONDE RECIBÍ TODOS MIS SACRAMENTOS, INCLUYENDO DONDE ME ORDENÉ COMO SACERDOTE. Entre mi bautismo y mi ordenación, fue también el lugar donde pasé mucho tiempo como monaguillo. Fui atraído allí más veces de las que puedo contar, pero los recuerdos de aquella Iglesia parroquial dejaron una huella inolvidable en mi vida. Una de las muchas veces que fui ahí fue para servir en misa, no sólo las misas diarias y dominicales, sino también bodas y funerales. Natividad de la Santísima Virgen María era su nombre, y generaciones de mi familia la llamaban nuestro hogar espiritual. Mirando hacia atrás, creo que la frecuencia con la que servía en los funerales marcó la mayoría de mis visitas ahí... verán, la población de la feligresía se acercaba a los diez mil feligreses, y además de muchos bautizos, había muchos funerales. Para ser honesto, no era sólo la belleza de las misas fúnebres lo que me atraía ahí, sino la bendición adicional de salir de la escuela lo que hacía que los funerales fueran tan atractivos. Aún recuerdo muchas cosas de la misa funeral. Era en latín, los sacerdotes llevaban vestiduras negras, las Escrituras y los himnos también estaban en latín. Cuando llegué a octavo curso, creo que podría haber celebrado aquella misa de memoria.

Por supuesto, con las reformas litúrgicas del Vaticano II, todo eso cambió. Los ornamentos pasaron a ser blancos, desapareció el latín y recuerdo cuánto echaba de menos la solemnidad del servicio. Hubo quienes acogieron con satisfacción los cambios, diciendo que ya era hora de que la Iglesia pusiera el acento en la resurrección por encima de la realidad de la muerte, y aunque me encanta la forma en que celebramos hoy la Misa de exequias, creo que hubo quienes confundieron la Misa de funeral de años anteriores con algo demasiado sombrío. En realidad, si se volviera atrás y se mirara el Misal Romano que se utilizaba antiguamente (por cierto, tengo uno de esos), el mensaje era entonces, como lo es hoy, un énfasis en Jesús, la Resurrección y la Vida”. Pasaron los años cuando pude entender (o traducir) el significado de las palabras latinas que se usaban hace tantos años, y me sorprendió que mucho de lo que se hacía en un idioma que no hablábamos, era edificante, como la carta de Pablo a los Tesalonicenses, y la historia evangélica de la resurrección de Lázaro, precedida por el diálogo entre Jesús y Marta, la hermana de Lázaro. Todavía oigo al diácono cantar ese capítulo de Juan: “Ego sum resurrectio et vita”, “Yo soy la resurrección y la vida”. Cuando celebro un funeral ahora como sacerdote, siempre me atrae la presencia del cirio pascual junto al ataúd, del mismo modo que hace generaciones. Ese cirio -esa luz- representa a Jesús mismo, que nos llama de las tinieblas a la luz de la vida eterna. El olor del incienso y el signo visible de su humo que se eleva hasta las vigas de la Iglesia hoy -como entoncesrepresentan nuestras oraciones que se elevan al Señor por el que ha muerto, y simbolizan lo que rezamos en los salmos: “Señor, que mis oraciones suban a Ti como el incienso”.

En mi última parroquia en Arkansas, había cinco mujeres que asistían a todos los funerales, conocieran o no al difunto. Me decían que querían asegurarse de que siempre hubiera alguien ahí para rezar por los difuntos, un signo visible de la obra de misericordia.

Y mientras nos encontramos rezando durante el mes de noviembre, un mes litúrgica y espiritualmente dedicado a levantar a nuestros queridos difuntos, deberíamos recordar las palabras de San Pablo, que nos recuerda que “no lloramos como los que no tienen esperanza”. Tenemos una maravillosa tradición como cristianos de visitar los cementerios -no para continuar un interminable tiempo de luto, sino para recordar que, como aquellos que nos han precedido, también nosotros nos levantaremos de las tumbas- y que los cementerios son lugares sagrados y hermosos donde tantos de nuestros santos parientes y amigos que nos han precedido esperan el día de la resurrección. Tengan presente, queridos hermanos y hermanas, que lo que hacemos como católicos cuando uno de los nuestros pasa de esta vida a la otra, es un signo de nuestra propia esperanza de que nuestras oraciones por ellos son las mismas que rogamos sean elevadas por nosotros cuando ese tiempo, nuestro tiempo, haya llegado. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz. Amén.

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