HISTORICOS Benita Sampedro Vizcaya
A lo largo del período colonial la relación entre España y Guinea Ecuatorial estuvo notoriamente marcada por una metáfora persistente de la enfermedad que imbricaba, de alguna manera, la salud y el colonialismo, el cuerpo y el territorio. Esta metáfora subrayaba la centralidad de la medicina y la salud pública en el proceso de expansión territorial. Los científicos y los estrategas de finales del siglo XIX y primera parte del XX –en España al igual que en otras naciones europeas favorecidas incluso más ventajosamente por el llamado “reparto de África” en la Conferencia de Berlín (1884)—asociaron de manera uniforme la salud del proyecto colonial con las demandas específicas de la gestión y el control de la enfermedad. Luis Nájera Ángulo, un médico colonial con numerosas publicaciones en el campo de la bacteriología y la parasitología, afirmaba en un popular programa de radio de los años cuarenta, titulado “España en África”, que “El siglo XX será el siglo de la colonización africana (…). Pero toda empresa colonizadora es fundamentalmente y antes que todo empresa sanitaria”. En efecto, la morbilidad y la enfermedad fueron una preocupación constante –e incluso una obsesión— para los médicos y científicos coloniales, así como para los administradores, políticos, militares, colonos y miembros de las órdenes religiosas enviados a África. En Guinea, como en otras partes del continente, la medicina occidental se
presentaba generalmente como uno de los beneficios indudables del colonialismo. Los estudiosos de la historia de la medicina colonial, sin embargo, son ahora plenamente conscientes de las implicaciones de estas asunciones al trazar las asociaciones inherentes entre salud y colonialismo, desde la producción colonial de la enfermedad, hasta la medicina y la salud pública como parte de la construcción de la retórica de dominación. El desarrollo de un discurso biomédico como parte de la empresa española en Guinea contribuyó –desde muy temprano en el siglo XX— a la articulación de la entidad llamada “África”, del cuerpo africano como el lugar simbólico de la enfermedad, y de la consiguiente necesidad de la reparación social (de un género o de otro), en un estado eminentemente represivo. Como señala la historiadora alemana Ruth Mayer, incluso cuando los miedos y las proyecciones coloniales han ido desapareciendo poco a poco, “ningún otro continente ha estado nunca tan íntimamente asociado a las connotaciones de peligro como África”. Las tecnologías biomédicas españolas, es decir, la investigación y las ciencias aplicadas a la salud humana, las enfermedades, y la psicología, han servido como poderosos instrumentos del colonialismo (en Guinea como en otras partes del continente), y como fuerzas culturales imperiales en sí mismas, hasta el período de las independencias africanas. Los discursos y las
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