Orígenes Mineros de Tegucigalpa y Alrededores a Través de la Literatura Hondureña

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Selección y notas por Carmen Yadira Cruz Rivas


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También, este trabajo no hubiera sido posible sin el apoyo de Rolando Kattan quién me abrió las puertas de su biblioteca personal. Fotografías Arturo Sosa Alberto Sosa Foto de portada “Minas de Guazucarán” Diseño y diagramación Erick Zelaya

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Un agradecimiento especial para la Biblioteca de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán por permitirme revisar la colección general de literatura hondureña así como la colección privada de Don Ramón Oquelí, custodiada ahora por esta Universidad.

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Contexto histórico social. Selección de ensayos ..................................................... 2.1 Descripción de las minas de Tegucigalpa, S. XVI. Anónimo. .......................... 2.2 Nombramiento de comisión para fomento de la minería. Francisco Morazán ... 2.3 Estampas de Honduras. Doris Stone ........................................................ 2.4 Nuestra riqueza mineral. Adolfo Zúniga .................................................. 2.5 Historia mínima de Tegucigalpa. Leticia de Oyuela .................................. 2.6 Estado liberal y desarrollo capitalista en Honduras. Guillermo Molina Chocano

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Selección de textos literarios ................................................................................. Desde el Cerro de Hule. José Joaquín Palma ................................................ Tierra de Tesoros. Dionisio de Herrera .......................................................... El Campo. José Cecilio del Valle ................................................................... El mineral de Cedros. Rafael Heliodoro Valle ............................................... Nuestra Señora de Suyapa. Rafael Heliodoro Valle ....................................... Claveles de Santa Lucía. Rafael Heliodoro Valle ............................................ La casa de las amatistas. Rafael Heliodoro Valle .......................................... Ciudad amada. Rafael Heliodoro Valle .......................................................... El mineral de Santa Lucía. Máximo Soto ....................................................... Tegucigalpa. Rómulo E. Durón ...................................................................... El Cerro de Hule. Adán Canales ..................................................................... Canto a Tegucigalpa. Claudio Barrera ........................................................... A Tegucigalpa. Primitivo Herrera .................................................................. Cerro de Plata. Enrique Peña Barrenechea ................................................... El dolor de la Montaña. Carlos Izaguirre ........................................................ La Tegucigalpa de Francisco Morazán. José Ángel Zúniga Huete ..................... Amanecer en Tegucigalpa. Guillermo Bustillo Reina .................................... Encuentro de amor. Manuel José Arce y Valladares ..................................... Víctor Cáceres Lara ..................................................................................... La Tegucigalpa de mis primeros años. Marco Antonio Rosa .............................. Jacinta Peralta. Ramón Amaya Amador ....................................................... Poema a Tegucigalpa. Antonio José Rivas .................................................... El Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa. Ernesto La Orden ................... Soneto a Tegucigalpa. Oscar Acosta ............................................................. Tegucigalpa. Roberto Sosa ...........................................................................

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Bibliografía ...........................................................................................................

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Introducción ..........................................................................................................

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/ Minas de Guazucarán

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INTRODUCCIÓN ORÍGENES MINEROS DE TEGUCIGALPA Y ALREDEDORES A TRAVÉS DE LA LITERATURA HONDUREÑA


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El presente trabajo versa sobre un tema específico de la historia de la literatura hondureña: la influencia de la minería en el quehacer literario. La investigación en Honduras no es tarea sencilla, uno de los mayores conflictos con el que nos encontramos a la hora de realizarla, en este caso particular de literatura hondureña, es el hecho de que no contamos con bibliotecas completas que reúnan colecciones de todas las épocas. No se trata de una pobreza de producción literaria, al contrario. Tal como lo expresó Mariñas: “Resulta trabajo en extremo difícil realizar un estudio de la literatura hondureña, no por su inexistencia o raquitismo, como cabía esperar de un país relativamente pequeño y sin contactos directos con las corrientes de la literatura universal, sino por darse precisamente el fenómeno contrario, la proliferación de escritores y el cultivo, con mayor o menor intensidad y con más o menos fortuna de todos los géneros literarios (…) Y lo que hace más difícil aún el estudio, no ya exhaustivo sino de índole muy general de las letras hondureñas, es que toda la inmensa producción de sus escritores se encuentra dispersa en la efímera prensa diaria, en revistas literarias y en unas pocas antologías. (…)” (2009, p. 23) La recopilación de los textos que aquí presentamos fue difícil. No hay ningún libro o capítulo completo con textos literarios al respecto de la minería en el departamento de Francisco Morazán que haya sido publicado en la etapa de mayor auge de las minas en esta zona. Todos los textos con esta temática se encuentran dispersos en la literatura hondureña en el transcurso de un siglo aproximadamente: en los escritores de finales de 1880 hasta la década de 1970. Para los escritores más jóvenes, las generaciones posteriores a la década de 1980, ha dejado de ser un tema importante en su oficio como escritores y no se menciona en lo más mínimo. Los temas recurrentes en los jóvenes escritores que dedican poemas o que hacen mención a Tegucigalpa son más bien de carácter existencial, entre otros puntos de vista, temas que se podrían analizar en otro posible estudio. A pesar de todo, logramos presentar hoy una selección de autores con sus respectivas obras literarias: narrativa, poesía y ensayo que tienen como tema fundamental la minería. Como veremos, en algunas ocasiones es el tema central; en otras, se menciona como un rasgo que da origen a la ciudad de Tegucigalpa y en otras, se habla más bien de las consecuencias que la minería provocó en las formas de vida de los pobladores. Cabe recalcar que únicamente se tomaron textos de autores que hablan de las minas del departamento de Francisco Morazán por ser el área geográfica de nuestro interés a estudiar.


No hemos encontrado textos que hagan mención del tema de la minería en la época colonial en Honduras, por lo tanto la selección de textos inicia a partir de la fecha en que se edita el primer libro de poesía en Honduras: 1882, al imprimir en la Tipografía Nacional de Tegucigalpa el libro Poesías de José Joaquín Palma con prólogo de Ramón Rosa. Antes de esa fecha, en Tegucigalpa, únicamente se imprimían algunos periódicos, entre ellos la Gaceta Oficial, gracias a la preocupación de Francisco Morazán por traer la primera imprenta al país en el año de 1830, es decir ya en la etapa pos colonial. La selección de textos continúa por las generaciones de escritores del S. XX. El orden de presentación es cronológicamente de acuerdo a su año de publicación. No incluimos obras completas sino fragmentos de obras que sirven para poner en contexto sobre el hecho histórico que hizo poblar a esta región, al punto de convertir a la ciudad de Tegucigalpa en la actual capital del país, hecho ocurrido en el S. XIX gracias al auge y al movimiento minero. Consideramos necesario iniciar el trabajo con un recorrido por ensayos que nos sitúan en el contexto histórico – social específico de la época. Es importante señalar que a nivel de estudios históricos sí se han hecho investigaciones importantes y se encuentran varias ediciones con mucha mayor facilidad, tal es el caso de los historiadores de los cuales aquí presentamos resúmenes: los extranjeros William Wells y Doris Stone y los hondureños Leticia de Oyuela, Adolfo Zúniga y Guillermo Molina Chocano. Estos son sólo algunos de los autores más importantes que han trabajado los hechos históricos sobre la minería en Tegucigalpa. Hemos incluido artículos de escritores que también se les conoció no sólo por su trabajo literario sino también por sus reseñas históricas, por ejemplo: Adolfo Zúniga y Rafael Heliodoro Valle, consideramos estos documentos de gran valor histórico – literario, hecho reconocido por Don Rómulo E. Durón en Honduras Literaria, Tomo I, cuya primera edición fue en el año de 1896. De los fragmentos de ensayos históricos incluidos, el más antiguo es la descripción que hace un autor anónimo sobre las minas de “Tegusigalpa” que data del S. XVI. Luego, copiamos un documento firmado por el Jefe de la Federación Centroamericana, en 1824, Francisco Morazán. Este documento es un nombramiento de una comisión para el fomento de la minería. Posteriormente está el texto de Doris Stone, su trabajo, más que un trabajo riguroso histórico, se trata de una escritura textual de los relatos orales tradicionales del surgimiento de Tegucigalpa.

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Esta selección no pretende ser exhaustiva de autores y de textos porque más que enumerar una larga lista se quiere poner en evidencia cómo el hecho histórico de la minería que se desarrolló en esta región fue un tema que influyó el quehacer literario de la región. Al final de cada texto, incluimos unas breves líneas biográficas de su autor para aquellas personas que lo desconozcan.

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Con el texto de Adolfo Zúniga veremos que él intentaba hacer reflexionar sobre cómo a las minas apenas se les había sacado provecho económico para finales del S. XIX. Él invitaba a crear estrategias de negociación internacionales más inteligentes con el fin de que las minas se convirtieran en el mejor medio de desarrollo económico nacional. Leticia de Oyuela hace más bien un análisis del proceso de desarrollo cultural de Tegucigalpa desde su origen minero. Para ella, ésta era la raíz de la identidad tegucigalpense. Para concluir la sección de ensayos históricos, presentamos el punto de vista de Guillermo Molina Chocano, con una análisis meramente histórico – económico. En el apartado de textos propiamente literarios, damos a conocer poesía, prosa poética y narrativa. En menos medida presentamos narrativa, escasos ejemplos como el de Marco Antonio Rosa y de Ramón Amaya Amador. Iniciamos con el poema de José Joaquín Palma, por tratarse de un poema que formó parte del primer libro poemario que se publicó en Tegucigalpa y dedicado a la misma ciudad, como hemos mencionado antes. Aunque no se toca el tema de la minería sí se hace mención de la majestuosidad de la naturaleza de la ciudad y sus alrededores en la época que nos interesa contextualizar aquí. Los siguientes textos son de nuestros héroes nacionales: Dionisio de Herrera y José Cecilio del Valle. Herrera habla del enorme potencial de Honduras y sus riquezas. Por otro lado, el 10 de febrero de 1822, José Cecilio del Valle escribió El Campo, un breve ensayo en el que podemos ahondar en los conocimientos que el Sabio Valle poseía en ciencias naturales, biología, geología y el gozo que le causaba admirar los paisajes verdes y las montañas. En un artículo que publicó Rómulo E. Durón refiriéndose a este texto que él incluye en Honduras Literaria, se confirma que fue escrito por Valle en uno de sus viajes a Honduras y hace referencia específicamente a las riquezas naturales de las tierras del centro del país. Con un lenguaje pulcro y con un vocabulario propio de un científico de la época, Valle manifiesta su asombro y amor por la naturaleza. Por supuesto, no podíamos olvidar varios textos de Don Rafael Heliodoro Valle: artículos de historia, prosa poética y poesía. En palabras de Don Ramón Oquelí: Rafael Heliodoro Valle es el más grande polígrafo hondureño del siglo XX porque fue un historiador, periodista, cronista, crítico, ensayista, narrador, poeta, diplomático, funcionario y docente universitario que se destacó en toda América. Sigue la selección de autores, entre los cuales están Rómulo E. Durón, José Ángel Zúniga Huete, Víctor Cáceres Lara, Antonio José Rivas, entre otros. Cerramos la selección con los consagrados poetas contemporáneos: Oscar Acosta y Roberto Sosa.


Un poco antes de cerrar la selección de textos literarios, incluimos un fragmento de Jacinta Peralta de Ramón Amaya Amador, como un claro ejemplo de las consecuencias que trajo la decadencia de las zonas mineras aledañas a Tegucigalpa. Jacinta Peralta es una novela que narra las vicisitudes a las que se ven sometidas las jóvenes que inmigran a la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Tal vez aquí entreguemos hoy solo una mínima muestra de literatura que tiene signos presentes de las minas de Tegucigalpa y sus alrededores, pero puede servir como la pieza de inicio para las personas que quieran ahondar en este tema. Esta es también una aportación a la recuperación de ese tangible e intangible rico patrimonio literario hondureño. Nuestro único interés es que todas las personas se enteren del alto valor de la historia de Tegucigalpa y de la literatura que surge a partir de una realidad dada. La literatura no es sólo un sistema de pensamientos, sino también una realidad en sí misma; un universo estético y real con el que los escritores, en este caso hondureños, se han identificado plenamente; esto es lo que le da ser y existencia a sus obras. No podemos dejar de mencionar la inigualable manera con que cada escritor que aquí presentamos, utilizan las palabras para describir la Tegucigalpa de sus recuerdos y logran mostrar ese movimiento interno dentro de cada texto literario. Gracias al quehacer literario conocemos desde un punto de vista diferente sobre los orígenes de una ciudad: Tegucigalpa.

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Veremos cómo algunos poemas hablan del “Cerro de Plata” literalmente pero a medida que avanza el S. XX el tema de la minería se toca solamente como un recuerdo del origen de la ciudad, y se habla de los tesoros que se guardan en las montañas que rodean a Tegucigalpa pero ya con un tono de melancolía.

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/ Minas de Guazucarán

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Tradicionalmente Tegucigalpa ha sido siempre hospitalaria, con clima y agua potable deliciosa; su irregular ubicación sugiere que fue construida negligentemente en la misma aldea de mineros otrora llamada “TAGUZGALPA”, prendida en las faldas de un cerro opulento y misterioso con entrañas de plata, donde la tradición asegura vivía una leona de gigantescas proporciones, pactada con el mismísimo demonio. Marco Antonio Rosa

CONTEXTO HISTÓRICO – SOCIAL


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2.1 Descripción de las minas de Tegucigalpa, S. XVI EN QUE PROSIGUE LA DESCRIPCION DEL DISTRITO DEL OBISPADO DE HONDURAS EN PARTICULAR DE LAS MINAS DE TEGUCIGALPA La Villa de la Tegusigalpa rico Real de Minas de plata, dista de la ciudad de Comayagua al Oriente 16 leguas, está fundada en medio de Grandes pinares, su temple es de primavera todo el año, abundante de trigo, mais, guaruancos, frijoles y otras frutas y semillas assi de la tierra, como de las de España, es muy abundante regalada y varata, tiene en el distrito muchas estancias, y Crias de Ganado mayor menor, y de serda, Crias de mulas, y Cuvallos. Tiene la villa más de 100 vezinos Españoles, y algunos negros, Mulatos y indios de servicio y los que acuden al beneficio de las minas, ay en ella Iglesia mayor, y vn Convento de San Francisco y hospital con otras iglesias y hermitas (…) Esta tierra de la Tegusigalpa es riquissima de minerales, y vetas de plata, tres leguas de la villa, está el rico Serro de Santa Lucía, de donde se a sacado gran summa de plata, ay en el quatro ingenios para moler los metales, y en frente del de Santa Lucía a 5 leguas el año de 621 por industria del dicho don Joan de Espinosa siendo alcalde mayor, se descubrió otro riquissimo serro que le pusieron por nombre San Joan (…) (Boletín de la Academia Hondureña, No. 1, 1955, pp. 57 – 58)


SECRETARÍA DE ESTADO Los Secretarios de Congreso Constituyente de este Estado, han dirigido al Gobierno del mismo, la orden que sigue. En sesión de veinte y cinco del corriente, se sirvió acordar el Congreso. Qué para el fomento del ramo de minería se nombra una comisión compuesta de nueve individuos: tres del seno del Congreso y seis de fuera. El ciudadano Presidente nombró para este efecto a los ciudadanos diputados para Tegucigalpa, Cantarranas y Segovia y que el Gobierno nombre los seis individuos de fuera; comunicando su nombramiento a la Secretaría del Congreso. Y Habiéndo el Poder Ejecutivo decretados su cumplimiento, ha nombrado para la comisión a los ciudadanos Manuel Antonio Vasquez, Esteban Guardiola, Joaquín Espinoza, Franco María Morcilla, Califto Reconco y Mariano Membreño, quienes se entenderán con la Comisión del Seno del Congreso por escrito o de palabra y con la brevedad posible. Lo pongo en noticia de usted con orden del mismo Poder Ejecutivo, para que le comunique a quienes corresponda. Dios, Unión, Libertad. Tegucigalpa. 30 de Septiembre de 1824. Francisco Morazán Ciudadano Jefe Político de Tegucigalpa 30 de Septiembre, 1824 (Morazán, 1992, p. 10)

El General Don Francisco Morazán Quesada nació en Tegucigalpa, Honduras, el 3 de octubre de 1792. Fue Jefe de Estado de Honduras. En 1830 fue elegido como Presidente de la Federación Centroamericana, cargo del que fue depuesto en 1840. Fue fusilado en San José de Costa Rica el 15 de septiembre de 1842.

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2.2 Nombramiento de comision para el fomento de la mineria

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2.3 Estampas de Honduras Texto de Doris Stone. Entre las páginas 150 a la 170, Stone hace un relato del surgimiento de la ciudad de Tegucigalpa en el Siglo XVI. La narración llega hasta el Siglo XIX, exactamente hasta el año de 1812. Entre los hechos más importantes que recoge está la consolidación de la ciudad de Tegucigalpa, la construcción de su catedral, la aparición de la Virgen de Suyapa y algunos cuadros de costumbres muy propias de la población que la habitaba: ORÍGENES Y CONSOLIDACIÓN DE LA CIUDAD DE TEGUCIGALPA Había pocas capitales del tamaño de Nuestra Señora de Valladolid de Comayagua con el número de conventos, templos y cosas de arte refinado. Únicamente la superaba Santiago de los Caballeros de Guatemala. En el siglo XVII su riqueza continuaba en aumento. Ni siquiera el hallazgo de un rico territorio minero en la vecindad de Tegucigalpa, situado al sudeste del valle, afectó seriamente su vida. La ciudad tenía el privilegio de estar cerca de otras minas de oro. En las elevadas montañas que rodeaban el llano y en las poblaciones de Opoteca y Quelepa, se extraía metal. Además, había numerosas comunidades indias, como Ajuterique y Lejamaní, que podían ofrecer tanto trabajadores como comestibles. Los colonizadores habían recibido una lección de las tragedias de Naco y Quimistán, y la población aborigen la había pasado mejor tierra adentro que en la costa. No cabía duda. Comayagua florecía. Incontable era la gente que atravesaba la entrada de piedra del edificio de la Tesorería Real, aun cuando esta sólo había sido comenzada. Pasaban a depositar la parte que les correspondía por impuestos a la Corona. Las iglesias y conventos recibían sus diezmos. Era de allí de donde salín las expediciones para la conversión y la conquista de “Teguzgalpa.” La iglesia de San Antonio, dedicada más tarde a San Francisco, con su gallarda cruz de piedra en el patio contempló a muchos padres fervorosos arrodillarse en oración antes de lanzarse al camino peligroso (…) Pero los hombres siempre se inquietan y particularmente cuando hay de por medio ricas minas. La aldea india de Taguzgalpa o Tegucigalpa descollando en medio de pinares, se encontró casi de la noche a la mañana


El asiento de Tegucigalpa, “montaña de plata” en la lengua india, estaba en un hoyo que parece fue el lecho de un lago. Cierto era que el río Choluteca, que antes formara uno de sus límites, corta a través de murallas montañosas en el norte y continúa en esta dirección hasta que repentinamente vira hacia el sur pasando cerca de la fabulosa mina conocida hoy con el nombre de “El Rosario” para vaciarse en el Océano Pacífico. La verdad es que Tegucigalpa yace en el borde de una cuenca y se adhiere al lado de “El Picacho” como un encantador pesebre de Belén bajo un elevado árbol de Navidad. Sobre su margen oriental, años antes de la conquista, la historia de la lucha indígena por el dominio de esta vecindad fue esculpida por desconocidos artífices en la superficie de la roca estéril de Santa Elena de Izopo, Azacualpa, y puede verse hoy tomando forma plástica sus dos grandes serpientes, la una frente a frente a la otra, una resplandeciendo con sus plumas, y la otra profusamente cubierta de escamas. Nadie conoce el por qué de esta escultura, pero el estilo de uno de los reptiles sugiere un dios mexicano, mientras en el otro evoca las deidades del este de Centroamérica. Los aborígenes no cavaban en busca del oro y la plata, pero los españoles eran todo lo contrario. Surgieron minas por todas partes, ya desde el final del siglo XVII en el hermoso valle de los Ángeles, en los picos más altos de los cerros cubiertos de bosques nublados de Cantarranas, cerca del gran rancho de “El Zamorano.” Doquiera levantara una montaña su testa rocosa la horadaba el español haciendo su chimenea y colocando un horno para separar el metal codiciado. En 1594, el Rey de España envió a cambio del precioso mineral, unas campanas, un cáliz, un tabernáculo y una cruz para la población minera de Santa Lucía que estaba vinculada a Tegucigalpa. En la cruz no solamente las uvas de la Eucaristía estaban trabajadas con arte, sino que fue tan bendecida y venerada que en siglos posteriores, cuando muchos de los habitantes se mudaron a Tegucigalpa, pareció que había aumentado su peso. De todas maneras, no la pudieron transportar o el elemento conservador de la población rehusó cambiarla de lugar, dando por resultado que la procesión que la llevaba tuvo que devolverla a la iglesia de la villa.

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convertida en un suburbio de una población española, tan grande que tenía su propio alcalde y era reconocida como alcaldía mayor. Su auge fue tan rápido que el presidente de la Audiencia de Guatemala al percatarse de esto se vio obligado a dividir Honduras en dos, creando una segunda provincia que fue llamada Tegucigalpa.

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El desarrollo de la ciudad mantuvo el paso con su riqueza. Había casas de techos pajizos de los indios, casas de entejadas cumbreras, edificios públicos de los conquistadores españoles y sobre todo esto descollaba una gran catedral de madera con su roja cúpula extendiendo su quieta invitación para comulgar con Dios. Jazmines, rosas, enredaderas bellísimas trepaban exuberantemente sobre las tapias de adobe que rodeaban los patios plantados con limoneros, naranjos, ciruelos, guayabas y guanábanas, mezcla perpetua de América con España. Tegucigalpa era una población que crecía. Era fácil comprender por qué la provincia meridional de Choluteca con su acceso al mar fue convertida en parte de ella antes de que terminara el siglo, y por qué una envidia enconada crecía poco a poco entre Tegucigalpa y la capital Comayagua. Ya entrado el siglo siguiente, S. XVII, hubo un florecimiento de verdad. Tegucigalpa podía vanagloriarse de sus cinco iglesias, además de una catedral y una ermita: San Francisco, La Merced, El Calvario, San Sebastián y Nuestra Señora de los Dolores. Eran arrogantes, lindas iglesias resplandecientes con el oro y la plata que cubrían sus retablos y por la graciosa línea de las columnas esculpidas que soportaban los variados camarines. Había una tranquilidad que incitaba al reposo y al estudio, turbada por la excitación que viene de la llegada periódica de la gente rica y prominente y el siempre importante metal de las minas. Había vida, interés y cierto estímulo intelectual. La ciudad tenía un ambiente propicio para el valeroso, el filósofo y el productor (…) El movimiento comercial aumentó rápidamente en el territorio. La resina del liquidámbar, la miel y la cera de las abejas nativas, que no pican, y el alquitrán manufacturado que era de importancia vital para el calafateo de buques se recogían o se producían en la vecindad. La población servía como punto de partida para el comerciante o aventurero que buscara el estímulo adicional que ofrecían otras regiones tales como la vasta provincia de Taguzgalpa o la distante Nicaragua. Uno de los últimos parajes seguros para pasar la noche antes de tomar el camino abierto era la gran plantación o estancia de El Zamorano en el valle de Yeguare. De allí provenía toda suerte de productos agrícolas, tales como azúcar con que traficaban en las calles de la alcaldía mayor en un ambiente de vida y movimiento. Con el mismo ritmo acelerado de Tegucigalpa se desarrollaban las aldeas que de ella dependían. No fueron solamente las poblaciones mineras como San José de los Cedros y San Antonio de Oriente


El Siglo XVIII fue una mezcolanza curiosa: nuevas minas, catedrales, un santo patrón, incursiones piratas en el interior y una fortaleza maciza en la costa. Al comienzo del siglo, la famosa mina de San Andrés de Zaragoza en la vecindad de Gracias fue privada de su alcaldía mayor o gobierno independiente y puesta bajo la jurisdicción de Comayagua. Había habido invasiones ocasionales de bucaneros franceses en el sur al final del siglo, pero ahora los británicos atacaban otra vez con intensidad (…) Las cosas fueron de mal en peor en Honduras, la capital de la provincia, Comayagua, sufría una declinación progresiva. Entre 1798 y 1806 dos tercios de la población murió. La causa fue horripilante: las enfermedades. Cosa irónica, el principal enemigo fue una fiebre que también prevalecía en el sur de España a donde se supone que arribara desde el África continental: la malaria (…) Tegucigalpa era más importante, en verdad, que la capital, Comayagua. Era imperativo, sí, que los conservadores utilizaran todos los medios a su alcance para resguardar la ciudad y sus cercanías, incluyendo a la leal Comayagüela. No había excusa mejor que la que presentaba España para asegurar la paz. Nadie quiere al extranjero como a los de su propia carne y sangre. El sargento mayor Pedro Gutiérrez enviado por José Bustamante, el Capitán General de Guatemala, para obtener la pacificación de Tegucigalpa era lo suficientemente vivo para darse cuenta de característica tan humana.

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las que con lentitud ascendieron a la opulencia. Hacia el fin del siglo, las aldeas indias, por ejemplo Ojojona en el sur, comenzaban a mostrar el ritmo de progreso de Tegucigalpa. Las casas de ésta estaban adornadas con majestuosos capiteles de madera, una contribución colonial al arte americano, pese al hecho de que la mayoría de sus habitantes continuaban siendo indígenas (…)

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LA CONSTRUCCIÓN DE LA CATEDRAL DE TEGUCIGALPA Los cristianos medievales de Europa habían comprendido el poder de algo que evocara permanentemente la grandeza de sus instituciones religiosas. Comayagua, la capital hondureña, tenía muchas iglesias y una catedral, pero Tegucigalpa iba cada día creciendo en importancia. En lo que se refería a la riqueza y las actividades comerciales acaso la nueva ciudad la aventajaba. Su popular cura párroco, José Simón de Zelaya, aprovechó rápidamente la oportunidad. Habían apenas cesado de humear las cenizas de la vieja iglesia cuando los principales ciudadanos comenzaron a oír llamar a las puertas de sus casas. Diez años de ardua labor duró la acumulación del material necesario para iniciar la nueva construcción. Ladrillos quemados, hermosos y firmes, de los hornos de Tegucigalpa, brillantes tejas verde oro para el techo, arena especial, cal, leche de vaca y yemas de huevo para el estuco, oro de las minas cercanas para revestir el púlpito y los retablos, y planos y más planos hechos por diestros arquitectos de la Antigua Guatemala y Comayagua (…) Tegucigalpa se transformó en ciudad. El dinámico padre José Simón de Zelaya con la tarea que él mismo se impusiera para construir la iglesia había construido inconscientemente el embellecimiento de aquella. Pero su esfuerzo, las fatigas y las muchas horas gastadas en pedir, planear y colocar, terminaron con un tañido fúnebre, que anunció su muerte acaecida en noviembre de 1775. El trabajo duró siete años más bajo la superintendencia del presbítero Juan Antonio Márquez, quien terminó el edificio. Sus columnas almohadilladas y las pilastras, tan típicas en la Centro América colonial y en cierto sentido reminiscentes de la decoración barroca del primer mobiliario norteamericano, habían brotado de las manos diestras de los trabajadores para adornar la fachada y las puertas laterales. Había ángeles y sirenas, santos y volutas esculpidas en madera o en los ladrillos revestidos de yeso. El adorno estaba a menudo delicadamente cubierto con finas hojas de oro para despertar todavía más la imaginación hacia las glorias del Paraíso. Ni qué dudarlo, la iglesia de San Miguel se elevaba apuntando a la bóveda celeste con inequívocos signos de belleza. No causó gran estupor que el populacho comenzara a pensar en ella no como una iglesia sino como una catedral. Se escogió la fiesta de San Miguel para dedicar el templo al patrono, y en 1782, el Obispo de Comayagua cabalgó hasta Tegucigalpa para consagrar la nueva “catedral” que había sido construida con un costo de 117,200 pesos de oro, más el sudor y la destreza de los mejores artífices de la capitanía real de Guatemala.


Era 1747. Anidada en una barranca en las cercanías de Tegucigalpa, había una aldeíta habitada principalmente por trabajadores indios y mulatos de las haciendas vecinas poco productivas, pero ricas en minas. La noche sorprendió a un hombre y un muchacho que volvían desde los campos hacia el caserío humilde. Estaban cansados y no traían con qué alumbrarse. La senda que seguían era pedregosa y empinada con ciertos pasos resbaladizos y traicioneros, que en la oscuridad se volvían difíciles para los hombres, pero peligrosos para un niño de ocho años de edad. No quedaba más por hacer que dormir bajo los pinos. El muchacho, Lorenzo Martínez, se tiró al suelo y segundos después dormitaba apaciblemente. Su compañero, Alejandro Colindres, tardó más en acostarse, buscando, como lo hacen los adultos un lugar como fuera posible en el terreno disparejo. Cuando finalmente se extendió al lado de Lorenzo, sintió que algo duro y rígido le tocaba el pecho. Estaba cansado y medio dormido. Dándose vuelta, agarró lo que pensaba que le estaba molestando y lo lanzó lejos. Al acostarse de nuevo, le espantó sentir la misma presión de algo duro. Esta vez, medio muerto de fatiga, Alejandro puso el objeto perturbador en la servilleta en que había envuelto sus tortillas para guardarlas en la mochila el día anterior, y pronto, bajo los altos pinos fragantes, experimentaba el sueño del que está verdaderamente fatigado. Por la mañana, se olvidó de los sucesos de la noche anterior, y recogiendo lo poco que llevaba consigo, continuó su marcha hacia la casa, en compañía de Lorenzo. La vivienda de adobe de la familia Colindres en Suyapa no era lujosa. Un tanto agotado por sus labores y la escasa alimentación, Alejandro busca una jícara de chocolate o atole caliente de maíz. Su madre, doña Isabel, que atendía el hogar, estaba ansiosa por saber lo que le había acontecido el día anterior. Cuando estaba refiriendo pausadamente cómo trabajó en el campo hasta muy tarde, y la oscuridad le sorprendió en el camino, se le vino de repente a la memoria el curioso objeto que lo perturbara cuando iba a dormir. La madre puso poca atención a Alejandro al desdoblar éste la servilleta. Su murmullo de asombro, sin embargo, hizo que volviera a ver: un espectáculo casi increíble se presentó ante sus ojos, pues en su humilde casa había una imagen diminuta de la Virgen de la Inmaculada Concepción.

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LAS APARICIONES DE LA VIRGEN DE SUYAPA

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Doña Isabel era devota. Se santiguó con reverencia mientras su hijo la imitaba. Examinó la figura cuidadosamente y decidió dejarla sobre la mesa grande como el más visible y apropiado lugar para una reliquia tan sagrada. Alejandro le aseguró una y otra vez cómo fue la aparición de la imagen, quedando convencida de que se trataba de un don divino. Poco antes de que la voz se regara en toda la aldea, doña Isabel, temerosa de las visitas frecuentes a su casa modesta, trasladó la imagen a un pequeño camarín que estaba fijado a la pared del aposento. Allí permaneció y fue venerada por los habitantes de la localidad durante muchos años, pese al hecho de que la fama milagrosa de la imagen crecía, crecía. En verdad las cosas habían cambiado. Aun la pequeña aldea de Suyapa se transformaba. Rápidamente iba tornándose en el centro de un culto devoto y en 1780 podía alardear de contar con una ermita delicada a la imagen encontrada por Alejandro Colindres en 1747. Ella había de llegar a ser la protectora de Honduras y una de las tres imágenes sobresalientes más milagrosas en la América Central, pues iba adquiriendo cada vez mayor veneración (…) (Stone, 2007, pp. 150 -170)

Doris Stone, hija de Samuel y Sara Zemurray. Internacionalmente reconocida como experta en arqueología latinoamericana. Nacida en New Orleans. En 1930 se trasladó a Costa Rica, donde se desempeñó como investigadora de la Arqueología Centroamericana para el Museo Peabody de la Universidad de Harvard. Estampas de Honduras, en palabras de su prologuista Rafael Heliodoro Valle, viene a presentar la Honduras que ella siente y ama; la Honduras de la humildad orgullosa y la que ha mezclado al llanto con la alegría. En estas páginas ha estilizado los perfiles de su geografía y las pericias esenciales de su historia (…)


Por Adolfo Zúniga Su rol civilizador Casi todas las poblaciones que caen del lado del Pacífico se han formado en Honduras en derredor de sus ricos minerales. Díganlo Choluteca, el Corpus, Sabanagrande, Ojojona, Yuscarán, Cantarranas, San Antonio, Santa Lucía, El Valle de Ángeles, Cedros, Minas de Oro, Opoteca y Tegucigalpa mismo, cuya etimología, y sus funciones durante el Gobierno colonial, explican suficientemente sus orígenes y las causas a que debe su existencia. La plata y el oro, pues, de nuestros minerales detuvieron evidentemente a la población conquistadora en las crestas de nuestros cerros, formándose la mayor parte de lo que hoy llamamos República de Honduras. Hay que fijarse, y llama mucho la atención, que la parte más árida y más inaccesible del país sea relativamente la más poblada. Y es porque el europeo buscaba el oro con desconocimiento y absoluto desprecio de cualquier otro género de riqueza. Para los conquistadores españoles, la agricultura y la industria, casi no tenían significación: creían que el metal era la única riqueza, y lo buscaban con avidez. Nosotros estamos recogiendo todavía las funestas consecuencias de ese gravísimo error económico. Si Honduras casi debe su existencia y sus relativos progresos a sus variados y extensos minerales: si nuestros rudos conquistadores atraídos por el oro formaron las poblaciones que hoy nos abrigan y que darán albergue mañana a nuestros hijos: si nuestra civilización, si nuestra cultura ha nacido al lado de nuestras bocas – minas; ¿por qué hoy con mejores elementos, y en contacto con la civilización universal, por medio del vapor y del telégrafo eléctrico, no podremos acrecentar nuestra vida nacional en todas sus manifestaciones, empleando los mismos procedimientos? Nuestros ricos minerales existen casi inexplotados: apenas hemos arañado la superficie de la tierra que nos reserva sus tesoros para los más esplendidos destinos: la ciencia moderna no ha visitado aun este país del oro y de la plata: nuestros trabajos, nuestros procedimientos mineros están inspirados todavía por la tradiciones de la conquista: el espíritu yankee, el espíritu de la raza sajona, que es el espíritu del progreso moderno, no han soplado aun en estas florestas encantadas. Más peguemos el oído a la tierra, como hacían nuestros progenitores, y escucharemos el gran ruido del siglo que viene a nosotros, el gran ruido del siglo que se acerca.

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2.4 Nuestra riqueza mineral

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Honduras no necesita más para llegar a la cumbre de su prosperidad que ser conocido. Por eso, empresas serias, como la del Rosario, tienen que ejercer influencia decisiva en nuestro porvenir. Es seguro, casi podríamos decir infalible, cualquier empresa minera acometida con honradez, inteligencia y capital en Honduras, dará una abundante retribución, Y ya sabes que el exitoso es todo en esta época positivista, y que es un elemento tentador. Nuestros minerales que detuvieron al conquistador español, son los llamados a traer hoy a nuestro cielo los grandes conquistadores del siglo XIX, el capital y el trabajo: nuestros minerales, en cuyo rededor se han formado nuestras actuales poblaciones, escasas, indolentes y atrasadas como sus fundadores, son los llamados a renovar nuestra vida y nuestra sangre, por medio del contacto estimulante de razas emprendedoras, y que están en posesión del maravilloso secreto de improvisar el progreso: nuestros minerales, en fin, están llamados más que en los oscuros tiempos de la conquista á dar vida y á aclimatar grandes é industriosas poblaciones, haciendo desaparecer el desierto, que es el formidable enemigo que debemos combatir y vencer. La emigración europea y americana vendrá solamente á nuestras poblaciones mediterráneas atraídas por la tentación del oro. De otro modo no vendrá. Nosotros mismos, hace dos o tres años, discurriendo desde las columnas de este período, sobre nuestra mala situación económica é impulsando el espíritu de empresa a la agricultura, decíamos: “Y no se crea que nosotros pensamos que la minería no es un gran, un poderoso elemento de riqueza. Muy al contrario creemos que nuestros minerales tienen que producir cuantiosos tesoros cuando son explotados con inteligencia y capital: creemos más, que esos minerales son el único agente capaz de atraer á nuestro suelo la población, la migración industrial de que estamos tan necesitados. Es una ley histórica que solo el oro tiene el suficiente halago, el suficiente poder para atraer súbitamente grandes masas de seres humanos: testigo de ello toda la América de la conquista y en nuestros tiempos California.” Si para el caso la empresa del Rosario, la empresa de Santa Cruz, tienen éxito completo, como es perfectamente seguro, vendrán otras mas y mas empresas, y con esas empresas, masas de hombres, nuevas industrias é ingentes capitalinos. Lo que se necesita de toda necesidad es el primer éxito. Las primeras grandes remesas de oro y plata de nuestros minerales, serán los más activos y poderosos agentes de inmigración que podamos emplear en Europa y en América del Norte.


“El oro es el único seductor bastante poderoso para arrancar al hombre de su hogar y excitarlo a la expatriación. Ofrece, en efecto, al colono, una riqueza inmediata que reembolsa en poco tiempo el doble de lo gastado en la emigración, para los primeros gastos de transplantación de la raza civilizada en medio de la raza aun sumergida en la barbarie, y acumula la población esparcida alrededor del cráter abierto de sus minas. Siembra por todos lados centros de productos, de cambios, fomenta el comercio y por el la cultura; coloniza, en fin, en toda la acepción poderosa y múltiple de la palabra. “El tesoro escondido de México ha servido a la humanidad menos por sí mismo, menos por su riqueza, que por su influencia y por su atracción. Ha invitado y ha detenido a la raza europea con la hospitalidad de la América.” Concluimos, pues, como hemos empezado: nuestra gran riqueza mineral labrara nuestra ventura y grandeza en un porvenir no lejano. Nuestra vecindad con los Estados Unidos de América casi explica el enigma de nuestro destino. (Durón, 1996, pp. 372 – 374)

Adolfo Zúniga, abogado, diplomático y periodista, nació en Tegucigalpa en 1836 y fue de los intelectuales que colaboraron con el Dr. Marco Aurelio Soto en el proyecto de nación que la historia registra como la “Reforma Liberal”.- El Dr. Zúñiga junto a Ramón Rosa lograron sustentar las bases de un sistema progresista que transformó a la República, ideales que defendió con valentía frente a los conservadores desde las páginas del periódico “La Paz” que se editaba por los años ochenta del siglo XIX en la capital de la República.- A la edad de 64 años, al iniciarse el siglo XX, en 1900, su llama intelectual se apagó en la misma ciudad que le vio nacer.

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“Cuando Dios, dice Mr. Pelletan, quiere atraer la civilización hacia otras regiones, oculta en ellas un tesoro. El eterno argonauta del progreso atraviesa el abismo para conquistar el misterioso vellocino…

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2.5 Historia mínima de Tegucigalpa. Textos tomados de Historia mínima de Tegucigalpa de Irma Leticia Silva de Oyuela, pp. 19 - 30 De mano de una de las historiadoras más importante de Honduras a través de su libro Historia mínima de Tegucigalpa, resumimos los puntos más relevantes recopilados por ella sobre el surgimiento y consolidación de Tegucigalpa alrededor de la producción minera. En palabras de la autora, Historia mínima de Tegucigalpa busca colocar a la capital en un proceso más que histórico, cultural. Por eso es que apunta a las raíces mismas de la identidad tegucigalpense, removiendo la memoria histórica de todos aquellos que, en algún momento, han sido protegidos por el Arcángel San Miguel. SURGIMIENTO DE TEGUCIGALPA En 1878, más de trescientos años después de que se genera la minúscula concentración demográfica que le dio origen, la ciudad de Tegucigalpa fue declarada capital de Honduras. Los eruditos aun discuten si fue fundada o no. Lo cierto es que la primera constancia histórica de su existencia data de 1578, año en que la Audiencia nombra Alcalde Mayor a Don Juan de la Cueva. Esto nos permite inferir que es muy probable que ya existiera un poblado, pues “la primera ocupación de los fundadores de nuevas poblaciones y de los trasformadores de las aldeas o ranchos indios era el nombramiento de autoridades, y al mismo tiempo la formación de un cabildo (Consejo o Ayuntamiento) que gozaba de completa libertad en lo tocante a los intereses locales¹.

El elemento central para apoyar el criterio de una conformación previa del poblado puede ser el informe que el gobernador Alonso Contreras de Guevara envía al Rey de España, en el cual dice: “En términos de jurisdicción de esta ciudad de Valladolid de Comayagua se descubrieron pobladores de quince años a esta parte de las minas del cerro de Guasucarán y después de ellas las minas del cerro de Agalteca y otra más de seis años a esta parte, y hará tres años y medio se descubrieron y poblaron las minas de Tegucigalpa².


En 1573, Don Diego de Herrera pasa con la caja y fundición a vivir a Comayagua, 30 leguas tierra adentro de San Pedro Usula. La razón o pretexto que esgrimieron Herrera y el doctor Villalobos, presidente de la Audiencia, fue el descubrimiento de unas minas ubicadas a 17 leguas de Comayagua. El ambiente que conforma el entorno de estos sucesos es sin duda la intranquilidad y miedo. Para 1579, Willian Parker incendia y saquea el puerto de Trujillo en la costa del Atlántico, generando una migración de los pobladores de Trujillo hacia el interior, que buscan despavoridos lugares más seguros para reasentarse. En ese mismo año, el corsario de la reina, Francis Drake, llega el golfo de Fonseca, después del saqueo que realiza en Panamá, sembrando el terror en toda la costa sureña. En el ínterin, los frailes mercedarios desarrollaron su política misional, estableciendo en el valle de Comayagua las estancias – granjas del Tenguax, San José de Miraflores y el Naranjal, las cuales fueron entregadas a manos de particulares, peninsulares recién llegados y reconocidos por el Ayuntamiento de Comayagua como pobladores. La orden de San Francisco ya se había instalado en Comayagua, en el convento llamado de San Antonio, de donde partían frailes que participaban en la catequización de los aborígenes. Aun cuando no conste documentalmente, se puede advertir una sorda rivalidad entre las dos órdenes mendicantes ya establecidas, los mercedarios y los franciscanos. Para finales del siglo XVI, se descubren las minas de Agatelca y se nombra Alcalde Mayor a Alonso de Cáceres. Los franciscanos fundan inmediatamente el convento de San Jerónimo en dicho mineral. Entre 1578 y 1579, se descubren las minas de San Marcos, Santa Lucía, Apasapo y Tegucigalpa, siendo sus dueños, por registro, los españoles Alonso de Esguaza, Agustín de Espíndula, Doña Leonor de Alvarado y otros más. Ya en la última década del Siglo XVII, fray Alonso de Vargas y Abarca notifica al Rey “el descubrimiento de un gran tesoro en oro finísimo que tiene 23 kilates” realizado por Juan Gómez Carballo, “natural de las montañas de Burgos que casó a su hija con Bartolomé Carache Cotolán, asociándose en el laboreo de dicha mina, de manera que el que allí trabaja obtiene por espuerta de 8 a 10 castellanos de oro facilísimo de sacar por ser oro de entre arena, y sin necesidad de masas ni ingenieros.”

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Este documento nos obliga a inferir que el poblado de Tegucigalpa se fue formando en el marco de una política de expansión de la gobernación en Honduras, cuya base de operaciones se fija en la ya fundada ciudad de Comayagua.

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El obispo nos deja constancia en su texto de cómo Gómez Carballo y Carache Cotolán edificaron “en lo alto de una loma una iglesia dedicada la Madre de Dios con sus propios fondos”, así como “crecía con la fama de la mina y del oro la gente que había llegado de todas partes, teniendo el pueblo al día de hoy mas de 4,000 personas provenientes de todas las provincias de la Nueva España, del Perú y de España también muchos, con lo que también creció la codicia y nacieron los pleitos que atajaron la prosperidad, porque vino un letrado de Guatemala llamado Don Fernando de la Fuente Arriaga, hombre de buenas letras según dicen, pero de agudeza e inquietud como sesero presto.” El documento en referencia es el mejor retrato del mineral de El Corpus que se conoce hasta hoy. No se explica la intervención del Alcalde Mayor de Tegucigalpa, Don Juan Alonso de Cordero, como tampoco el paisaje humano, del cual nos dice que “hubo muchos robos por ser mucha gente vagabunda, quemaban las casas y por tener ocasión de hurtar cometían tantos atropellos como fuese posible. Fue necesario tomar todas las providencias necesarias para el desagüe de unas minas y quietud del mineral, prohibiendo los juegos excesivos y echando a los vagabundos y gentes del mal vivir.” Nos explica además cómo sucedió al oidor Valenzuela un Don Felipe Caballos, que asociado con Juan Antonio Galindo, Juan Ortega de la Cueva, José del Corral y Juan de Bustamante se han apropiado de otras vetas sin tener indicios de legalidad sobre ellas³. ETIMOLOGÍA Y REALIDAD En la mayoría de los documentos del S. XVI se habla de “Tegucigalpa” al referirse al sitio original donde se asienta el poblado de aborígenes. Algunos de nuestros filólogos han valorado la etimología de “Tegucigalpa” como lugar de las “Piedras Pintadas”, lo que coincide con la descripción geológica de la zona que ocupa la actual capital de la República. Para el caso, Don Manuel Maldonado Kordell dice: “Basamentos de piedra relativamente joven del cuaternario superior se caracterizan por estratos superpuestos de piedra caliza coloreada en rojo y verde, que cubren las capas de yacimientos metalúrgicos en arenas subestratales…” Reyes Mazzoni,

3- Martínez, M. (1973) El obispo de Comayagua y el descubrimiento de un tesoro. Tegucigalpa: El Día.


Puede verse aquí una correspondencia entre etimología y geología en cuanto a que los estudiosos de la geología y la antropología coinciden en que el sector se caracteriza por sus “piedras rojas y verdes”, y la voz etimológica de “Tegucigalpa” significa “Piedras Pintadas.” Lo que no se ha podido detectar hasta hoy es cómo se inicia la relación social con los ibéricos cuando éstos, en su plan expansionista, comienzan a denunciar las tierras del sector. Como tampoco se ha podido precisar el sitio exacto del asentamiento demográfico de mayor densidad en el período pre-hispánico en el área4. (Oyuela, 1989, pp. 19 – 30)

Irma Leticia Silva de Oyuela nació en Tegucigalpa el 20 de agosto de 1935. Realizó estudios de Derecho en la Universidad Nacional Autónoma. Posteriormente, viaja a España, Italia y México para especializarse en historia del arte. Al regresar a Honduras, se incorpora a su alma máter para hacerse cargo de la Dirección de Extensión Universitaria. Por muchos años se dedicó a la docencia universitaria. Al retirarse como catedrática, funda la Editorial Nuevo Continente y la Galería de Arte Leo. Su ininterrumpida labor la convirtió, con el paso de los años, en merecedora de numerosos reconocimientos nacionales e internacionales. Fallece en Tegucigalpa el 23 de enero de 2008.

4- Maldonado Kordell, Manuel: “Descripción Geológica de Honduras”, zona central, Vol. II. O.E.A. Multh. Tegucigalpa Honduras, 1967, pp. 43. Reyes Mazzoni, Roberto: “Introducción a la Arqueología de Honduras.”Edit. Nuevo Continente, Tega. Honduras, 1971, pp. 11.

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al explicar el proceso formativo de la zona central, dice que “en el paleozoico, se había producido tierra firme sobre mantos rocosos rojos que se prolongaban de este a oeste…” y añade: “…una sedimentación del tipo Valle de Ángeles continuó durante el ciclo mexicano en varias partes de Honduras. Sin embargo, los mantos rojos fueron interrumpidos por rocas exclusivamente terciarias, y las más jóvenes contienen tobas y escombros volcánicos redepositados.”

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2.6 Estado liberal y desarrollo capitalista en Honduras Texto tomado del libro Estado liberal y desarrollo capitalista en Honduras de Guillermo Molina Chocano. El presente documento resume la actividad minera en Honduras desde el punto de vista de la economía. (pp. 71 – 91) En el desarrollo de la actividad minera en Honduras puede distinguirse una primera etapa (1530 – 60), caracterizada por la obtención de recursos inmediatamente disponibles como es el caso de las corrientes fluviales que contenían oro que podía ser extraído en cantidades lucrativas si se dedicaba una considerable fuerza de trabajo a las tareas de colar y lavar pepitas del preciado metal. Se produjeron cuantiosas y alentadoras exportaciones hacia España, sobre todo entre 1539 y 1542. Luego de la corta pero severa recesión de 1560, que había movido a los españoles a la búsqueda de productos de exportación alternativas tales como la zarzaparrilla, bálsamo y pieles, se produce hacia fines de siglo, el descubrimiento de la gran riqueza mineralógica del altiplano hondureño, configurándose la segunda etapa de la minería colonial. Se inicia la explotación de los grandes depósitos de roca mineralizada situados en las tierras altas de la región central del país, que da origen a la industria minera de los S. XVI – XVII alrededor de Tegucigalpa. El complejo minero estructurado alrededor de Tegucigalpa actuó como centro de la vida económica colonial y determinó las pautas de asentamiento poblacional y de ocupación del espacio agrícola. Durante el S. XVIII, la producción minera de Honduras se va caracterizar por estar sujeta a grandes altibajos debido al frecuente agotamiento de las vetas mineras o a barreras tecnológicas que hacen atravesar a la economía épocas de gran prosperidad y períodos de aguda crisis. Tras el apogeo que sobreviene al descubrimiento de las minas de la región de Tegucigalpa, la producción casi cesa a principios del S. XVIII, por la permanente escases de mano de obra. A finales del S. XIX, un balance indicaba que se habían constituido en los Estados Unidos y Francia seis grandes compañías con un capital en acciones de US$ 21,300,000 para efectuar inversiones en explotaciones mineras de Tegucigalpa, Yuscarán, Santa Bárbara y Juticalpa.


Para los años 1888 – 1889 la producción minera integrada fundamentalmente por plata, broza mineral y oro, representa alrededor del 55 % de las exportaciones nacionales de acuerdo a los datos del Primer Anuario Estadístico del Padre Vallejo. (Molina, 1982, pp. 71 – 91)

Guillermo Molina Chocano, sociólogo hondureño. Ha sido catedrático universitario y funcionario de gobierno.   Ninfa reclinada en un óvalo custodiado por cerros invadidos por esmeraldinas coníferas que, de tanto quererse apretujábanse más. Al poniente norte, el desfiladero enseñaba sus entrañas de granate, zafiro, topacio… De donde extraíase la piedra a colores que ha Tegucigalpa ha dado el sobre nombre de “Ciudad de las Canteras.” Marco Antonio Rosa

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Las minas de plata de la Rosario Mining Company, ubicadas a 30 km de Tegucigalpa y con una elevación o altitud de unos cinco mil a siete pies sobre el nivel del mar, llegaron a constituir, probablemente, los yacimientos más ricos del país.

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/ Minas de Guazucarán

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DESDE EL CERRO DE HULA Por José Joaquín Palma I Bella, indolente, garrida, Tegucigalpa allí asoma Como un nido de paloma En una rama florida. Hoy aparece vestida Con traje primaveral, Como una dama oriental; Porque viene en son de gala Una flor de Guatemala* A prenderse en su cendal. Cual brilla entre verdes hojas De un sol a los reflejos Parece, vista de lejos, Ave blanca de alas rojas. Notas de dulces congojas Le da el agreste ciprés, De ondas de luz a través. Ostenta altiva, esplendente, Diadema azul en su frente, Sandalia blanca a sus pies. Entre gasas de colores Muellemente recostada, Semeja una desposada En su tálamo de flores. Pabellón de albos vapores. Tejen los vientos livianos Que aduladores y ufanos Le besan la frente hermosa, Mientras ostenta orgullosa La verde obra en sus manos.


Gertrudis de Rosa (Acosta, 2003, pp. 37 – 38)

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Yo, de soberbia desnudo, Yo, de humildad siendo ejemplo, En silencio la contemplo, Y en silencio la saludo: Cubierto con el escudo De una noble aspiración, Palpitante de emoción De tierras lejanas vengo A ofrecerle lo que tengo, Mi lira y mi corazón.

35 José Joaquín Palma, 1844 – 1911, es uno de los más apreciados orgullos de Cuba, Honduras, Guatemala y en general, las Antillas y toda América Central. Poeta, educador, patriota, velador de la justicia y la juventud se esmeró por crear una base sólida desde la cual los jóvenes del mañana pudieran alcanzar un próspero futuro. Debido a su participación en la guerra del 1868 tuvo que salir de Cuba. Recorrió América, estuvo en Honduras durante una época y se estableció finalmente en Guatemala, donde aun se le considera el “...más predilecto de sus hijos adoptivos.”


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TIERRA DE TESOROS Por Dionisio de Herrera Ved esos campos en que parece que la naturaleza ha querido ostentar su poder ya en la variedad de producciones, ya en la fuerza y vigor de su vegetación. No necesitaríamos que los dominadores de las orillas del Indostán nos trajesen el té, la canela y la pimienta, arrancándola allá por la fuerza, y dándola a nosotros por el engaño. Nuestros campos bastan para surtir al África de aromas y perfumes, al Asia de plantas medicinales, a la Europa de tintes y de frutos que no deben temer la concurrencia de ningunos otros. Nada nos falta más que brazos y fomento; lo uno y lo otro puede proporcionar la legislatura. Ved nuestras montañas, que parecen creadas para mitigar los ardores del sol. Ellas son el depósito de todos los minerales. El oro y la plata son, respetivamente, entre nosotros, más abundantes que en el Perú y en México. Nuestras inmensas masas de hierro harán buscar al sueco y al vizcaíno otra clase de industria. Nuestras minas de cobre son abundantes y nuestro cobre tiene mayor precio en los mercados por la mucha cantidad de oro y estaño y de plomo: se han descubierto de azogue; son conocidas algunas de varios semi – metales y llegará el tiempo en que el sexo hermoso de Europa se adorne con nuestros diamantes y piedras preciosas. El amianto y tierra sellada de nuestros minerales, que sirven, el uno para el lujo de opinión y la otra para aliviar a la humanidad, no serán la posesión exclusiva de los poderosos, porque Honduras los producirá en tanta abundancia que perderán el prestigio de la rareza. Brazos, conocimientos y caudales son los agentes que sacarán de las entrañas de la tierra tan grandes e inmensos tesoros. (Acosta, 1975, pp. 243 – 244)

Dionisio de Herrera, nació en Choluteca en 1781 y murió en El Salvador en 1850. Fue Secretario del Ayuntamiento de Tegucigalpa. Fue organizador de tertulias donde se comentaban los sucesos de España, México, las luchas de Bolívar y San Martín. Fue electo Jefe de Estado por cuatro años por la Asamblea Constituyente reunida en Cedros. Nombró a Francisco Morazán Secretario General. Juró la Constitución Federal. Dividió el territorio hondureño en 7 departamentos. Creó la primera Corte Suprema de Justicia y el primer Escudo de Armas. Promulgó la primera Constitución Política del Estado de Honduras. Fue uno de los autores del acta de independencia.


Salgo de la ciudad donde, unidos elementos tan contrarios, estremecen en su choque estrepitoso. Huyo del ruido pomposo del orgullo, de las vanidades del lujo, de las artes de la sociedad. Vuelvo a ti, campo venturoso, mansión del alma paz, fuente de goces, centro feliz de lo dulce (…) Pero ¿qué son las obras del hombre comparadas con los originales de la naturaleza? ¿Dónde hay voces para expresar o pinceles para retratar esta fecundidad asombrosa que brota vidas a millares en cada punto de la tierra, esta escala aun más prodigiosa de instintos, tantas clases de estupidez, tantos grados de inteligencia, la multitud de caracteres en tantos individuos de tantas especies, la variedad de formas desde el insecto mínimo hasta el elefante colosal, los esmaltes, los matices de esos plumajes donde brillan en mil combinaciones los colores de las piedras? (...) ¿Y la creación mineral? Estas otras colecciones de seres distintos, estas montañas, depósitos inmensos de fósiles tan diversos: estas canteras de minerales pintados por la naturaleza: estos prismas, cubos, pirámides y figuras labradas por el Geómetra, autor de ellas: estas masas de rocas asentadas por la mano omnipotente de su Creador: los cuarzos, los jaspes, feldspatos, granitos, talcos, lavas, basaltos, pomes, yesos! Tantas tierras, sales, vidrios y betunes ¿podrán ser reducidos a clases, numerados ó descritos? (...) No bastan los sentidos para tantos goces. Variadas a lo infinito las formas de la hermosura: poblado de innumerables seres cada uno de los tres reinos: un mundo entero en cada ser: inmensa la fecundidad de la naturaleza que en cada instante produce maravillas, mis sentidos no alcanzan a gozar tantos mundos de bellezas (…) (Durón, 1996, Tomo I, pp. 47 – 50)

José Cecilio del Valle (Choluteca, 1780 - Guatemala, 1834) Político y escritor centroamericano. Ocupó diversos cargos en la administración colonial. En 1820 fundó el periódico El Amigo de la Patria, desde donde defendió la independencia de Guatemala, proclamada en 1821. Liberal moderado, defendió el federalismo centroamericano y se opuso al Partido Aristocrático de Iturbide, aunque no impidió que ocupara el cargo de ministro de Relaciones Exteriores al final de su mandato, en 1823. Cuando se produjo la separación de México, formó parte del Consejo Ejecutivo. Candidato a la presidencia de la Federación en 1824, resultó elegido en 1834, pero murió antes de tomar posesión. Sus escritos fueron recogidos en sus Obras completas (1929-1930).

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EL CAMPO Por José Cecilio del Valle

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EL MINERAL DE CEDROS Por Rafael Heliodoro Valle “Diez y seis leguas al Noroeste de esta capital, se halla la ciudad de Cedros, lugar famoso durante la colonia por su riqueza mineral e histórico por los hechos que ha presenciado. Esta cabecera de distrito, tiene al Norte el cerro de Yaquigüire, poblado de ocotes; al Sur las alturas de la Plombosa y el Maromero, cubiertos de vegetación; al Este el cerro de la Peñita, notable por el hecho de armas que ocurrió allí en 1893, entre las fuerzas del Doctor Policarpo Bonilla y las del General Don Domingo Vásquez. Nace allí un riachuelo que surte de aguas potables la localidad; y al Oeste La Cruz. En esta ciudad se reunió el primer Congreso Constituyente de la República, declarado legítimamente constituido e instalado por su primer presidente, Don Pedro Nolasco Arriaga, el día 29 de agosto de 1842. También en este mineral celebró sesiones una Asamblea Legislativa, durante la administración Lindo (1849). Allí nació Álvaro Contreras, el primer orador centroamericano y una de las figuras más excelsas del Partido Liberal. Otro hecho de armas, digno de citarse, es la capitulación del General Ponciano Leiva, ante las huestes del de igual grado, Don José María Medina (1876). Posee un modesto cementerio, un bonito templo católico y un cabildo municipal, casa de dos pisos. Carece de alumbrado público, tiene buen clima, fértiles tierras, propias para cultivar frutos y cereales y más de 7,000 almas. Se halla a 3,200 pies sobre el nivel del mar.” (Este artículo apareció en El Fígaro, No. 26, de Tegucigalpa, el 8 de julio de 1906 y fue encontrado por Doña Emilia Romero de Valle entre los papeles del poeta y reproducido en la Revista Interamericana de Bibliografía, diciembre de 1959, Washington. “El mineral de Cedros” es el primer artículo publicado por Rafael Heliodoro Valle.) (Acosta, 1981, p. 173)


Muchos domingos, antes de que amaneciera, íbamos a visitar a Nuestra Señora de las Lluvias. Desde la víspera, las bestias descansaban en el establo, y aquella noche, que no era de dormir, la luminaria en la cocina donde mi madre aderezaba la comidilla, era el gozo de la casa; y la claridad de la luna nueva inundaba el corredor, dándole una gracia que suavizaba los contornos de las cosas. Y luego la peregrinación que alegraba el claror matinal; el agua, el río vadeado, los cuchicheos de los pájaros holgazanes, el vaho que ascendía de las sabanas verdes donde brillaba el frescor de las églogas. El cura parecía uno de los capellanes conquistadores que dijeron la primera misa bajo los árboles de la costa. En el tabernáculo, flores rojas y moradas daban su alegría y sobre uno de los altares chisporroteaban las candelas de los peregrinos que llegaban desde tierras lejanas. ¿Qué fue de aquella Virgen del monte que, como los Cristos que los monarcas españoles regalaron a los reales de minas, se inmoviliza a la puerta de su templo cada vez que quieren trasladarla de su santuario humilde para que se hospede en otro? La veo cada vez más borrosa en su ermita, al pie de una sierra poetizada por los manantiales, bajo un cielo de nácar al medio día y de oro lúgubre en la noche. (Acosta, 1981, p. 174)

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NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA Por Rafael Heliodoro Valle

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CLAVELES DE SANTA LUCÍA Por Rafael Heliodoro Valle Atrás quedaban el camino en el polvo dorado del sol, las casitas que nos dieron blancas buenas tardes y la cruz de la Mina Grande, ante la que es costumbre de los caminantes rezar tres credos, Santa Lucía se apareció, vestida de pinares, cándida en la luz patriarcal del día, como una novia saliendo a recibirnos al balcón de sus montañas. Todo lo de aquel pueblo me era familiar: su Cristo de las Mercedes, su incensario de plata antigua, sus claveles que huelen desde antes de reventar, sus muchachas bonitas. En aquel tiempo la brisa arrastraba esencias, hablaba quedamente al oído… y hasta las calandrias viudas se asomaban entre los follajes para sacudir en el aire el azul del cielo montaraz. Pero nada que pudiera compararse a la gloria de sus claveles; quizá su leyenda me dejaba más alucinado que el negro purpúreo de sus pétalos, doloroso color que ahora mezclo en torrente devoto a la sangre del Cristo que regaló aquel monarca “siempre de luto hasta los pies vestido.” (…) (Acosta, 1981, p. 175)


Madre Tegucigalpa: a ti regreso diariamente en nostalgia que me quema, mi corazón engarzo en tu diadema, beso tus ojos y tus sienes beso. ¡Que azul el de tus ojos!, ¡que embeleso ver el airoso arcángel de tu emblema! Tu campana mayor es una gema Y en su ambiente de nácar estoy preso. ¡Tu catedral es una equilibrista paloma que se fuga hacia el morado cíngulo de tus cerros de amatista! Ciudad de amor azul y de alma mía: soy el novio más fiel que te ha besado y te besa en el plan de cada día. (Acosta, 2003, p.43)

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LA CASA DE LAS AMATISTAS Por Rafael Heliodoro Valle

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CIUDAD AMADA Por Rafael Heliodoro Valle Silencio siglo XVI envuelve la ciudad de los tejados, amada Tegucigalpa, con neblina en los cerros; el río que pasa debajo del puente, arrastrando estrellas en la noche; y las calles lavadas por el aguacero, mientras la niebla pone en la ciudad un íntimo calor de nido. Al instante, solo se oye el toque de las horas en el reloj vetusto, el monorritmo del alcaraván que se azora al ver las nubes en el agua. Los fanales eléctricos suavizan su vaguedad luminosa en la penumbra, y al difundirse en la lejanía fantástica, se hacen más inciertas las cosas, más diáfano el ambiente, el río canturreado… ¡Cuántas veces, a las salidas de los bailes, el transeúnte rezagado en la quietud nocturna un rumor de mandolinas alegres que van, calle arriba, hacia un balcón en lontananzas!

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Claras noches de amor, éstas en que el alma se baña en la claridad del plenilunio. El cielo bordado de neblinas anticipa el resplandor del porvenir. Aquí cerca, la juventud es un repique de campanas divinas. Estas calles que envuelven tiniebla invernal; este río que, bajo la luna, parece desperezarse sobre un lecho de arenas preciosas; este punto antiguo cuyos barandales vieron quién sabe cuántos idilios… Vamos entre el silencio exquisito de la noche, hacia el balcón sombreado de madreselvas de la vieja casa, que de día es humilde, y parece a la luz de la ilusión un mágico alcázar, porque en ella vive la novia… Tierras de Pan llevar, Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1939. Rafael Helidoro Valle (Acosta, 2003, p. 377) Rafael Heliodoro Valle. 1891 – 1959. Poeta, narrador, historiador, periodista, diplomático. Ramón Oquelí, refiriéndose a la figura intelectual de Valle, lo describe como “el más grande polígrafo hondureño del S. XX.” Realizó estudios de Ciencias Históricas en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1948. Fue cónsul de Honduras en Mobile, USA (1914) y en Belice (1915). En 1949 fue nombrado embajador de Honduras en los Estados Unidos, cargo que desempeñó hasta 1955. Mientras residió en Washington fundó el Ateneo Americano de Washington siento su primer presidente y además director del boletín que esa institución publicaba. En Honduras fundó el Ateneo de Honduras (1912), y fue miembro fundador de la Academia Hondureña de la Lengua. En México además de ejercer como catedrático en la Universidad Nacional, tuvo a su cargo la sección de bibliografía de la Secretaría de Educación Pública. En 1940, la Universidad de Columbia, Nueva York, el confirió el Premio Marie Moors Cabot, de periodismo. Fue colaborador de diarios y revistas a nivel continental. En México, lugar donde murió, ha sido instituido un premio que lleva su hombre y que sido ganado por muchas personalidades del mundo intelectual iberoamericano.


El mineral de Santa Lucía es notable por la riqueza, la abundancia y la variedad de sus metales, y si no hubiese gran dificultad en dar con el conveniente beneficio, se explotaría más provechosamente (…) “El Valle de los Ángeles” fue descubierto en 1862 por un pobre campesino que hizo allí un desmonte para sembrar una milpa: después de quemado aquel, encontró en las cenizas unos pedazos de metal negro que llamaron su atención: fue a examinarlos y resultó que era de plata. Esparcida la noticia se hicieron varias denuncias por vecino de Tegucigalpa y de otros pueblos inmediatos que emprendieron sus trabajos y pusieron en el valle sus ingenios. Las platas de este mineral han sostenido el comercio de Tegucigalpa y si aquellos empresarios se hubiesen dirigido con tino, inteligencia y economía, habrían alcanzado mayores ganancias. El mineral de Cedros es célebre por sus minas de oro, las cuales están sin explotar por falta de recursos y de inteligentes. Lo mismo decimos de los otros minerales inclusive el de Jacaleapa, donde parece que también hay minas de ozogue. En todos ellos abunda el agua, la madera y los brazos. Sólo falta la concurrencia de capitalistas que organicen una administración y hagan en una palabra lo que se practica cada día para las empresas industriales de una especie. Se sabe que por los años de 1822 y 23, los minerales de Santa Lucía, San Antonio y Yuscarán, produjeron en platas brutas, sobre un millón de pesos (…) (Valle, 1947, pp. 50 – 51)

Máximo Soto (1871 – 1944). Fue un importante escritor, diplomático y político guatemalteco. Se le recuerda, entre otras obras, por su novela El problema publicada en 1899. Nació en Guatemala pero su vínculo con Honduras se debía a que era hijo del Hondureño Marcelo Soto.

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EL MINERAL DE SANTA LUCÍA Por Máximo Soto

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TEGUCIGALPA Por Rómulo E. Durón Tegucigalpa, mi nido de águilas. Ramón Rosa Cerro de Plata; mi ciudad querida! eres altiva y a la vez piadosa. Si de entusiasmo arder te hace una cosa, un instante después tu alma la olvida. Eres, al par creyente y descreída, firme y voluble, seria y caprichosa; adoras el laurel y amas la rosa, y es ser libre el secreto de tu vida.

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Que en tu espíritu libre están fundidos la austeridad de Valle, los latidos del corazón de Herrera y de sus greyes, de Morazán el ideal grandioso, de Cabañas hidalgo el gesto airoso y la risa y bondad del Padre Reyes. 10 de marzo de 1923 (Acosta, 2003, p. 348)

Rómulo E. Durón. (1865 –1942) Historiador, poeta y biógrafo. Durón reconstruye, en el S. XX, la trama de la historia hondureña en su sucesión cronológicamente e historiográfica, habiéndola dotado de una armazón interpretativa. Durón tiene el privilegio de ser el primer hondureño que publicó una antología en prosa y verso. Además, en 1905, rescató y publicó las Pastorelas de José Trinidad Reyes. Como periodista, fue director de la revista de la Universidad desde 1909 hasta 1913. En 1914 dirigió el periódico político Paz y Unión y, en 1917, la revista la Lectura. Formó parte de la Academia Hondureña de la Lengua.


Una bóveda enorme, una iglesia sombría como aquellas que al culto consagró el mahometano, semejas, oh doliente triste viejo ya anciano, en la línea rugosa de los montes que un día dejarán su solemne, fatal melancolía. De tu cúspide he visto el dorso del océano; y deseos tuviera de llamarte tu hermano si en tu seno encontrara, como mi alma quería. Otro mundo, otros hombres, otra vida, otra suerte que despreciando el mismo sarcasmo de la muerte, fuéranse tras la lumbre de los vastos ideales para llegar en una apoteosis la gloria al palacio de mármol de la trágica historia coronados de mirtos y de rosas triunfales. (Acosta, 2003, p. 156)

Adán Canales nació en Comayagüela en 1875 y falleció en 1925. Se destacó como escritor y periodista del S. XX. En 1910 publicó su obra “Horas que pasan”, poemas románticos, y en 1912 fundó el diario El Cronista del cual fue su primer director.

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EL CERRO DE HULE Por Adán Canales

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CANTO A TEGUCIGALPA Por Claudio Barrera Esta ciudad es isla, sin senda hacia en ensueño. Sonámbula entre esperas donde se balancean cansados lo recuerdos, donde cada tristeza camina cabizbaja sin poderse ausentar y hasta parece que aumenta la aridez de la nostalgia. Esta ciudad se duerme cada vez que amanece. Cuando cruzan sin alas las nubes en los cerros y que se han desprendido, para llenar de verde su paso aventurero. Hasta el mar en un solo paisaje loco de soledad, quiere romper el horizonte, irse sin huellas de palabras humanas y familiares, aunque fuera a la sombra salvaje de algún monte y que nos recordara otros lugares. Nos llaman las visiones de mareas lejanas… Y nuestras manos trémulas, tendidas, vanamente, sienten como hasta el peso de un clima oscurecido, cae lento y pausado; más pesado y más lento que la muerte. Esta ciudad es isla, con un trajín de colores desvanecidos, como barcas abandonadas en las riberas del mundo. (Acosta, 2003, p. 359)

Claudio Barrera. (1912 – 1971) Poeta y periodista. Su verdadero nombre fue Vicente Alemán h. hermano del también escritor Adolfo Alemán. En 1949, fundó la revista literaria Surco. Durante muchos años fue responsable de la página literaria del diario El Cronista. Fue uno de los más relevantes miembros de la llamada Generación del 35. En 1954 se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa.” Murió en Madrid, España.


Tegucigalpa colonial y añeja como un filtro divino de ambrosía con algo evanecente de conseja y mucho de romántica hidalguía… En tu cálido ambiente se refleja nuestra raza de heroica rebeldía: laboriosa y sutil como la abeja y vencedora siempre en la porfía. Cerro de Plata… lampo de la aurora, yo te saludo bajo el sol que dora deliciosa languidez ambigua. Y te quisiera perpetuar ufano como la efigie de un jardín romano ¡en el reverso de una gema antigua! 1932 (Acosta, 2003, p. 88)

Primitivo Herrera, escritor nacido en Santo Domingo (1888-1953)

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A TEGUCIGALPA Por Primitivo Herrera

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CERRO DE PLATA Por Enrique Peña Barrenechea (Tegucigalpa, 1939) A Jorge Fidel Durón y en él a todos los amigos de Honduras. (…) LA CASA Es una casita blanca allá por Tegucigalpa… Camino del cerro voy de prisa por las montañas, y cuando llego a la cumbre desaparece la casa. Que yo no sé si es el aire el que la lleva en sus alas, o me la ocultan los árboles de florecillas doradas. Es una casita blanca, allá por Tegucigalpa… JUEGO Se está elevando la luna tras las azules montañas, con varas de nardos ángeles harán de ella una piñata. Y para que tú te alegres en la noche enlucerada vendrán a rondarte flores y golondrinas de plata. (Acosta, 2003, p. 145) Enrique Peña Berrenechea. Escritor peruano, 1904. Entre sus obras más reconocidas están: El aroma en la sombra (Lima, 1926), Cinema de los sentidos puros (1931), Elegía a Becquer y retorno a las sombras (1936).


La montaña. La montaña que es un himno de perpetuas oraciones a las nubes… La montaña que se viste de ignoradas añoranzas por la tarde, envolvía con maternas suavidades la cabaña que en su falda diminuta, silenciosa, solitaria, se elevaba. Esa tarde la montaña ni reía ni soñaba. Esa tarde la montaña, recogida en un mutismo se agachaba sobre el rancho que al reflejo del crepúsculo se diluía en el oro audaz y fuerte de la nada, del silencio, de la muerte… Sobre el lecho tosco y duro enmarcado por paredes todas llenas de agujeros la aldeíta bella y sola extasiada en lejanías que en sus sueños escondieron, se alejaba para siempre tras el claro de la tarde que en el valle silenciosa agonizaba (…) (Boletín de la Academia Hondureña, No. 3, 1956, pp. 19 – 21)

Carlos Izaguirre. (1895 – 1956) Poeta, narrador y diplomático. Fue uno de los ideólogos del régimen del Dr. y Gral. Tiburcio Carías Andino. Realizó estudios de magisterio y tuvo mucho éxito como empresario. Su novela Bajo el chubasco, obtuvo premio en un certamen nacional en 1945. Murió cuando se desempeñaba como embajador de Honduras en Washington, EE.UU. Su obra ha sido motivo de numerosos estudios.

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EL DOLOR DE LA MONTAÑA Por Carlos Izaguirre

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La Tegucigalpa de Francisco Morazán Por José Ángel Zúniga Huete Tegucigalpa principió por ser asiento de un mineral donde se explotaba una veta de oro llamada Mina Grande. La entrada del túnel o bocamina se describe y localiza a ochenta y cuatro metros al oeste de la confluencia del río Oro o Chiquito con el Choluteca. Pero la importancia de la población, durante la colonia, radicó en ser el centro metalúrgico de oro y plata, de mayor interés, distribuidos, en torno a la incipiente Villa, tales como Sabanagrande, Tatumbla, Villa Nueva, San Antonio de Oriente, Valle de Ángeles, Santa Lucía, San Juancito, Yucarán y otros. El casco de la población constaba posiblemente por la fecha en que nació Francisco Morazán, de unas 150 casas, alineadas en cuatro o cinco calles tiradas de oriente a poniente, y de unas siete u ocho avenidas, de norte a sur, arrimadas a las faldas de la Leona, sobre un terreno arcilloso y pétreo hacia la sierra de coloración rojiza u ocre, principalmente por el rumbo oriental y ámbar hacia el norte. Por el sitio donde hoy se encuentra el Barrio Abajo y el de las Delicias se contaban esporádicos ranchos de aborígenes. Ambos poblados estaban y continúan metidos en un hemiciclo o anfiteatro de graníticos cerros, a veces cortados a tajos, en forma inaccesible y profunda. Le hacen guardia tres centinelas de piedra: El Picacho que está al norte, separado de El Cerro Grande y El Berrinche, que se encuentran al oeste por profunda hondada a la que refresca el plateado hilo de agua del Choluteca, deslizándose murmurante sobre la rocallosa geología de su lecho. Con vista hacia el sur y el oriente, la herradura del anfiteatro se amplía abarcando entre sus ramas, pedregosos riscos y a veces ondulantes collados que suavizan la aspereza del paisaje, frente a los abruptos y desnudos cortes de la sierra. Más allá, por los rumbos de Toncontín y de Suyapa, el ojo observador avizora el cordón azul de las montañas. La flora del valle es eminentemente tropical: en la playa riberana crecen los amantes y el higuerón silvestre, ofreciendo sus ramas generosas hospitalidad al zopilote, inspector sanitario de la zona, y al halcón que asecha su cotidiana presa. Los mangos, el naranjo, el aguacate, los platanares, y el guanijiquil salvaje entrecruzan y reflejan su follaje sobre la transparencia líquida del río.


Tal es el panorama y el paisaje agreste que tienen por delante la edad infantil y la adolescencia de Francisco Morazán, y que enmarca el rural poblado en que naciera. Localidad de acantilados, desde donde la mirada, como desde balcones de montañas, se hunde y pierde en lontananza hasta donde el tono turquí del firmamento se confunde con el azul del telúrico monte. Panorama de riscosas lomas y de ásperos barrancos, entre cuyas malezas zumba el crótalo, el gavilán asecha a la pávida paloma y donde lo búhos noctámbulos asustan con sus gritos a los supersticiosos campesinos, bajo el esplendor de las noches estelares. Lecturas Centroamericanas, Antología. Saúl Flores, San Salvador. El Salvador, 1948 (Acosta, 2003, pp. 215 – 216)

José Ángel Zúñiga Huete. (1885 – 1953) Prominente político hondureño.

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Más allá sigue la espinosa y lactescente cagalera, y el carso, el tamarindo y el carbón entre las leguminosas. El corpulento ceibo de refrescante fronda. El matasano, el papayo y el ciruelo indígena ofrecen el suculento banquete de sus frutos al par que el marañón y guanábana regalan sus drupas al solista clarinero y su consorte, a la silbante chorcha de color de fuego y a zorzales concertistas y a sinsontes, mientras en los barrancos en que su nido horada, el zulenco taragón lanza su cántico agorero. En los claros de la sabana y en los cercados de los maizales y frijolares alternan el lechoso y tóxico piñón con la plebeya patagorda, que en la pasca florece con la azul campánula. El tomate, la piñuela y el jecomico junto al agualmeque frágil hacen compañía al caulote y al lustroso “indio desnudo”, que bien merecido tiene el remoquete. Sobre el estéril de alba y caliza epidermis, medran los cactus, el petatillo, variedad de zarzas, esporádicas matas de mezcal, lianas urticantes y el cargo, la plebe de la democracia vegetal en la región. Y en el linde del valle, en las estribaciones de la serranía, se ofrece el festón esmeralda de los pinos que trepan a la altura en confuso tropel con los robledales, el encino y el quebracho, para empenachar la cimera de los acantilados, y formar en el océano de la ondulante lejanía, el índigo de la andina cordillera, coronada de nubes y pinceladas de celajes.

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AMANECER EN TEGUCIGALPA Por Guillermo Bustillo Reina Como un alegre muchacho que canta por la floresta, ha amanecido El Picacho todo vestido de fiesta. Arriba quedan las huellas, pedrería tornasol, que dejaron las estrellas en la antesala del sol. Con su traje de rocío y su candor de chicuela, arrullada por su río despierta Comayagüela. El sol asoma sonriente y tardías colegialas cruzan veloces el puente, como si tuviesen alas… Con su cara placentera, trayendo leche y borona, llegan por la carretera las inditas de Ojojona. Cual pesados moscardones ronronean los aviones… los buses color naranja siguen su ruta habitual: Del Hospital a la Granja, De La Granja al Hospital… De improviso, se conmueve la confiada capital, porque ha ya dado las nueve el reloj de Catedral. (Acosta, 2003, p. 92) Guillermo Bustillo Reina. (1898 – 1964) Poeta, periodista y diplomático. Realizó estudios de Derecho en la UNAH y en la Universidad de León, Nicaragua. En 1918 fundó el periódico Blanco y Rojo, que desapareció en 1920. En esa época se desempeñó como cónsul de Honduras en Nueva York. En 1922 fue nombrado director de la Imprenta Nacional y en 1925 pasó a residir en Nueva Orleans, EE.UU. Allí, en compañía de otro intelectual hondureño, Arturo Martínez Galindo, fundó la revista El Continente. En 1958 se le otorgó el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa.”


(Versos a Tegucigalpa) Yo te llevaba en los ojos desde remotas auroras, presentida en apasibles sueños, como una novia. Así, como tus mujeres -pupilas cordiales y hondas cálidas, manes, la voz que en ternuras se desborda. Señorialmente discreta, tu alba sencillez enjoyas con el cerco de esmeraldas que luces en tu corona. Cíngulo de plata, el río que recios puentes abrochan en torno de tu cintura, suena a caricia y congoja. Caricia de madrigal y ruego de amor que ahonda sus ansias en el murmullo de un requiebro que solloza. ¡Cómo expenden los jardines de tu alcanzar, gran señora, entre murallas de cerros que verdes torres coronan! En raudo batir del viento cruzan bandas de palomas -de cerro a cerro- abanicos que el sol occiduo colora. Vuelan al nidal. Diríase que en sus laderas La Leona concentra los palomares entre el verdor de su comba.

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ENCUENTRO DE AMOR Por Manuel José Arce y Valladares

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Enciende sus luminarias la noche, contra las sombras; las duplican las ventanas que en la cumbre se escalonan y fúndense monte y cielo en visión maravillosa. ¿Son estrellas o ventanas, o son ojos de las novias? Allí trepaste en anhelos de altura, estática, ahora saltas, laderas abajo, dulcemente voluptuosa, y te tiendes en el valle con los ojos a la aurora y en un nuevo anhelo de altura edificas. Te remozas. Hay un impulso de savias ancestral es que se agolpan y hacen trepar la ciudad sobre el pretil de las lomas. Allí aguardas el futuro; allá tu pasado evocas. Ciudad de romance antiguo, ciudad de rezos y coplas; qué atracción la de tus calles viejas, quebradas y angostas, la superstición de aleros entre idílicos aromas, las ventanas florecidas de claveles y de rosas. La Nación, No. 84, Año II, Tegucigalpa, D.C., 15 de febrero de 1953. (Acosta, 2003, pp. 89 – 90) Manuel José Arce nació en Guatemala (1935 – 1985), hijo de Manuel José Arce y Valladares y Margarita Leal Rubio. Poeta, dramaturgo y columnista de prensa. Fue reconocida su columna Diario de un Escribiente, que publicó en el matutino El Gráfico entre 1963 y 1979. Es uno de los grandes exponentes del teatro experimental en Latinoamérica. Por la violencia imperante en Guatemala se fue al exilio a Francia en donde murió.


Alpinista ciudad de las canteras, policroma de pájaros y flores, compendias el amor de los amores y ofrendas clorofilas en tus praderas. Detrás de tu fortín de enredaderas, del pino a los eglógicos rumores, te yergues entre luces y esplendores tremolando impolutas tus banderas. Al recorrer tus calles de leyenda se siente que el pasado da su ofrenda desde el hierro hecho malla en los balcones;

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POR VÍCTOR CÁCERES LARA

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y me inspira el aliento de heroísmo que heredó el encendido patriotismo de tus probos e ínclitos varones. Fechas de la Historia de Honduras, Tegucigalpa, D.C., 1964 (Acosta, 2003, p. 17)

Víctor Cáceres Lara. (1915 – 1993) Poeta, narrador, historiador, periodista y diplomático. Quizás en el campo que más destacó fue en el de historiador. Se desempeñó como embajador de Honduras en Venezuela. Colaboró con los diarios El Comercio y El Trabajo de Santa Rosa de Copán; El Heraldo, El Norte y Diario Comercial de San Pedro Sula y en Tegucigalpa, con el diario La Razón y la revista Tegucigalpa. Fue presidente de la APH y en el gobierno del Dr. Roberto Suazo Córdova, fungió como ministro de Cultura; además fue miembro de la Academia Hondureña de la Lengua. Se le concedió el Premio Nacional de Literatura “Ramón Rosa” en 1976.


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LA TEGUCIGALPA DE MIS PRIMEROS AÑOS Por Marco Antonio Rosa Capítulo V Cuando el siglo balbucía las primeras letras, TEGUCIGALPA, mi ciudad natal, fulguraba luminosa y diáfana… Parecía pueblo santo aislado como comunidad religiosa, entre montañas de misterio, donde se vivía en beatitud que tranquilizaba el alma y echaba a latir de contento el sensitivo corazón (…) Ninfa reclinada en un óvalo custodiado por cerros invadidos por esmeraldinas coníferas que, de tanto quererse apretujábanse más. Al poniente norte, el desfiladero enseñaba sus entrañas de granate, zafiro, topacio… De donde extraíase la piedra a colores que ha Tegucigalpa ha dado el sobre nombre de “Ciudad de las Canteras.”

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Al norte, El Picacho, prominencia de asperidades masculinas que, confundido con la desmesurada turquesa del cielo, se yergue como gigantesco sacerdote, férreo agitador de incensarios que noche y día embalsaman con sus esencias resinosas, la amodorrada ciudad morazánica que descansa en gloria de próceres, de esplendores y linajes (...) Por donde madruga el sol se estira, larga y tupida, de frondoso boscaje, azulina cordillera donde los pinos cantan frescura, coníferas encomendadas para perfumar la paupérrima aldea donde reside la morena y linda VIRGEN DE SUYAPA, que en una iglesia pequeñita como ella, imparte bendiciones del pueblo hondureño, y recibe de los confines del país caravanas de peregrinos que, con desbordante fe, imploran de la PATRONA DE HONDURAS, ayuda para mitigar sus penas, resignación para sus tribulaciones. Al sur, con la ciudad gemela de Comayagüela intercalada, se extiende gran planicie otrora nombrada “Llano del Potrero”. Con el devenir del tiempo gran parte de dicha extensión fue aprovechada para construir el aeropuerto de “Toncontín.” En el resto de la llanura se proyectó una “nueva ciudad” que sigue siendo, como la mayoría de nuestros proyectos, un sueño más (…)


Síntesis de mis contentamientos y desesperanzas; de mis quimeras y realizaciones… ciudad paradójica que, a pesar de sus genuinas dignidades, desconsolaba ver desnuda e indiferente, de espaldas vueltas a la cultura, al progreso, a la natural evolución de los pueblos de América (…)

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Las laberínticas calles de Tegucigalpa, se apretujaban muy de cerca por vetustas casas de adobe y teja que aún conservaban uno o dos patios interiores, sembrados de frutales entre los que decían “presente” el limonero, naranjos agrios y dulce, aguacate, guayabo, granado y otros más, que servían de dormitorio a las aves de corral, y que durante el día convertíanse en lugar de cita de las canoras como el zorzal, el sinsonte y la chorcha, que con su alado trino, alborozaban los enervados espíritus (…) ¡TEGUCIGALPA, centro minado de mí querer!

57 Marco Antonio Rosa. (1899 – 1983) Narrador, pintor y diplomático. En este último campo representó a Honduras en Liverpool, Inglaterra y en San Francisco y Miami, EE.UU. Novelista vernáculo por excelencia de larga y copiosa obra.


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JACINTA PERALTA Por Ramón Amaya Amador Jacinta tiene mucho miedo a que la familia donde hace más de cuatro años trabaja de sirviente, descubra lo abultado de su vientre e investigue su origen. Más no es tanto el temor al simple hecho de ser descubierta sino el de tener que decir la verdad de su preñez, de confesar quién es el padre. Esto le traería serias complicaciones y lo más seguro que la despidieran del trabajo. En algunos momentos se siente optimista pensando en que el hombre que ama y es causa de su embarazo, le solucionará el problema alquilándole una habitación en algún lugar de la ciudad y en donde vivirán juntos maritalmente, pues así se lo ha ofrecido. Otras veces le araña el pesimismo y la desconfianza, especialmente cuando recuerda que Jorge, al principio, le aconsejó el aborto como solución. Cierto que después él ha dicho que la atenderá cuando la hora llegue, aunque lo ha dicho en estado de ebriedad cuando raras veces ha ido a acostarse con ella. Pero… ¿y si fuese engaño? ¿Si sus ilusiones no tuvieran base sólida? Jacinta hace esfuerzos por evitar esos pensamientos torturadores y trata de ahuyentarlos con el recuerdo de su Jorge y de sus palabras cariñosas del comienzo cuando juntos pasaban las noches en su cuarto que da al patio interior en la planta baja de la vivienda Pacheco. Desde el principio de su llegada a esa casa, entre todos los de la familia, había sido Jorge, el estudiante de abogacía, quien más le simpatizara por no tener presunción ni verla discriminadamente como campesina que ella era. El rigor de doña Roberta, la presencia cargada de serenidad de don Honorio, la altivez de doña Amapola eran suficiente para andar y no permitir ni permitirse el más mínimo desliz. Las costumbres de la familia eran tradicionales y cada quien ocupaba su respectivo puesto: el patrón, patrón; el sirviente, sirviente; y ay del que intentara romper esas normas éticas. Sin embargo, allí fue donde Jacinta comprendió que no todo lo que relumbra es oro y de que aquellas personas que ante el mundo aparecen más acrisoladas son, por lo general, las que al tocarlas de cerca demuestran grandes manchones en su conducta personal. Ella tenía buena experiencia. ¡El escándalo que pudo haberse hecho en esa casa de no haber ella sabido callar¡ No tanto por el doctor Justino, que al fin y el cabo era soltero, como por lo de don Honorio, el jefe de familia. Pero todo eso había sido olvidado y perdonado debido a su amor para el hijo menor de la familia. “Siendo yo una pobre muchacha del campo –se decía Jacinta- Jorge no tuvo orgullo de gente engrandecida para quererme. Solo un hombre bueno, de corazón limpio, puede hacer merito de una mujer casi ignorante como yo. ¡Se lo agradeceré toda mi vida! Y le serviré con tanta fidelidad como una esclava, como una perrita a su lado. Yo no aspiro mucho; me conformaré siempre con poco, con lo que de suyo sea su voluntad y cariño.”


El edificio tiene presencia aristocrática. De los balcones en la planta alta se puede contemplar todo el extenso paisaje de las dos ciudades gemelas, Tegucigalpa y Comayagüela, que forman la capital hondureña. Y no solo de los balcones sino de la planta baja y del pequeño jardín que da a la calle de la que le separa una verja de hierro y una línea de laureles. Un viejo sirviente también de origen campesino cuida este jardín. Esta aporcando unas matas de magnolia cuando ella entra. Él le dice con enronquecida pero familiar palabra: -Jacinta, ni porque subes la Leona día tras día tu no botas carnes, antes bien, parece que engordas más. -Es la buena conciencia, tío. Y la Jacinta sonríe mientras intenta con una aspiración profunda hacer menos visible la gordura de su vientre. ¿Dirá el jardinero esas palabras con segunda intensión? ¿Se habrá enterado de su oculto embarazo? Pero el viejo jardinero le habla con tono paternal y sin malicia. (Amaya, 2001, pp. 14 – 16)

Ramón Amaya Amador. (1916 – 1966) uno de los novelistas y periodistas más importantes de Honduras. De origen obrero, trabajó durante mucho tiempo en los campos bananeros de la costa norte hondureña, de donde era originario. Sus obras: Prisión verde, Los brujos de Ilamatepeque, Destacamento Rojo, entre otros.

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Así piensa Jacinta Peralta caminando por las calles de Tegucigalpa indiferente al ir y venir de vehículos y gentes, impasible ante el panorama tan conocido que a sus ojos se presenta así el noreste y hacia donde dirige sus pasos. Allí está el cerro la Leona con su hermoso parque y las casas en sus faldas que parecen unas colocadas sobre otras y con un colorido sugestivo. Y al fondo, más distante, el cerro El Picacho, enorme y agreste, como un centinela eterno de la ciudad, imponente con su belleza de paredón rocoso y de verdeante pinar. La muchacha asciende por una calle pedrada que parece una zeta mayúscula pintada con tinta gris en la Leona, lugar donde está ubicada la casa de la familia Pacheco.

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Poema a Tegucigalpa Por Antonio José Rivas 1971 I Antes de deshojar yo entre en mis parpados tu antigua flor rupestre, trepadora, y adelgazar las manos hasta el pétalo para cubrir tu cuerpo de palabras, moja su paz mi labio, intensamente, en el cálido y hondo rumor de mi sangre para poder hablarte y retenerte cuando te sueño. Tegucigalpa: ya todo universo alado empieza en tí, en tu altar mar de roca y de sonido. Tu geografía mínima divide el pasto del cordero y de la nube. Te sobrepones a tu pétrea orilla, a tu minero corazón de gruta, y te asomas al filo de los muros o trepas por la escala de los días a limpiar los vitrales de la aurora, a desnudar el aire rumoroso donde hundes el latido y con la frente cortas trozos de un cielo -cielo puropara las profecías de los pájaros y el sueño de tus ángeles nocturnos. (…) (Acosta, 2003, pp. 410 – 411) Antonio José Rivas. (1924 – 1995) Poeta. Nació en Tegucigalpa, ciudad en la que su padre, de origen nicaragüense, desempeñaba funciones diplomáticas. Vivió en Nicaragua, desde donde se trasladó para radicarse en Comayagua de manera definitiva. Vinculado tardíamente a la generación del 50, su obra obtuvo varios premios y reconocimientos.


Allá arriba, entre pinos, esta Tegucigalpa, o simplemente Tegus, como dicen los pequeños autobuses campesinos, cargados de mestizos de oscuro color. Tegucigalpa es una ciudad casi inverosímil por lo quebrado de su emplazamiento, entre barrancos y lomas, que hacen poco aconsejable el acceso por avión. ¿Cómo se les ocurrió a los españoles fundar una ciudad en aquellos: andurriales? ¿Cuestión de minas, como en tantos otros lugares de América, desde Zacatecas hasta Potosí. Tegucigalpa quiere decir “montaña de plata”, y el mineral precioso comenzó a aflorar en 1578 con tanta riqueza, especialmente en los cerros de Santa Lucía y San Juan, que el simple campamento o real de minas se convirtió primero en villa y luego en ciudad, hasta recibir la capitalidad de la República fines del siglo pasado. La primitiva iglesia de madera ardió en 1742, pero el cura párroco, don José Simeón Zelaya, supo movilizar la riqueza de sus feligreses para construir antes de 1765 una magnifica “iglesia minera”, digna hermana de las de Guanajuato, Taxco, La Valenciana y tantas otras de México. El maestro guatemalteco Ignacio Quirós trazó una fachada barroca gallardísima, cuyo primer cuerpo luce dieciséis pilastras almohadilladas que, en frase de González Galván, parecen un acordeón que invita a la danza a los arcángeles de las hornacinas: San Miguel, San Gabriel, San Rafael y otros cuatro ortodoxos que se llaman Uriel, Baraquiel, Hehudiel, y Saltiel. Los mismos siete arcángeles rodean a la Inmaculada en el retablo mayor, que es una gran máquina de plata y de madera cubierta de oro, ricamente acompañadas por otros dos retablos del mismo primor y por un púlpito fastuoso que se me antoja único en su género. Como dice el citado arquitecto mexicano Gonzáles Galván, “el tornavoz de ese púlpito remata en un carrito rococó, con aspecto de orfebrería, que parece una salsera, o parte de un servicio de mesa, y lleva en su peraltado respaldo la paloma del Espíritu Santo guiando e indicando el rumbo a doce llamitas, sin duda los Apóstoles”, ¿Será que en aquellas tierras interiores la imagen de la Iglesia como un carro era más eficaz que la de la barca de San Pedro, utilizada en la Europa mediterránea? Lo cierto es que en la vecina iglesia de la Merced hay otro carrito barroco encima del púlpito.

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EL REAL DE MINAS DE SAN MIGUEL DE TEGUCIGALPA Por Ernesto La Orden

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Hermosa es la catedral de Tegucigalpa, con torres que demuestran que allí hay pocos terremotos, y con recortados atrios, puertas y balaustradas. En tono menor, también es bellas la iglesia de los Dolores, cuyo frente está cuajado de brillantes aplicaciones de cerámica, guardando restos de un soberbio artesonado barroco-mudéjar y dos buenos retablos de oro y rojo. Las Merced y San Francisco conservan también reliquias mudéjares, porque es obvio que en los primeros tiempos las iglesias hondureñas se cubrían con hermosas labores de la madera de sus pinos. ¡Lástima que no hayamos podido visitar muchos pueblos –Santa Lucía, Ojojona, Suyapa y tantos más-, en los que estamos seguros de que habrá mucho que ver! Alabanza de Honduras. Antología, Oscar Acosta. Madrid, 1975 (Acosta, 2003, pp. 137 – 138)

Ernesto La Orden. Escritor ecuatoriano. Algunos de sus obras más importantes: Elogio de Quito, Noticia de España.


Me haces falta, ciudad, ya que tu aroma debe haber impregnado mis sentidos. En el recuerdo tu estandarte asoma y en mi pecho se escuchan tus latidos. Tus pobladores con el mismo idioma te dieron lo amoroso de sus cuidos y del ambiente tu habitante toma el aire limpio de los robles idos. Eres hecha de piedras y de sonidos, de repetidos vuelos de paloma, de jardines con ángeles dormidos. En tu huerto creció la mejor poma y de tener los climas confundidos con la lluvia tu cielo se desploma. (Acosta, 2003, p. 58)

Oscar Acosta. (1933) Poeta, narrador, periodista, editor y diplomático. Fundó la Editorial Nuevo continente. Y las revistas Extra y Presente. Posteriormente fundó la Editorial Iberoamericana especializada en narrativa. Fue jefe de la Editorial Universitaria. Galardonado con múltiples premios literarios.

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SONETO A TEGUCIGALPA Por Oscar Acosta

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TEGUCIGALPA Por Roberto Sosa Vivo en un paisaje donde el tiempo no existe y el oro es manso. Aquí siempre se es triste sin saberlo. Nadie conoce el mar ni la amistad del ángel. Si, yo vivo aquí, o más bien muero. Aquí donde la sombra purísima del niño cae en el polvo de la angosta calle. El vuelo detenido y arriba un cielo que huye. A veces la esperanza (cada vez más distante) abre sus largos ramos en el viento, y cuando te pienso de colores, desteñida ciudad, siento imposibles ritmos que giran y giran en el pequeño círculo de mi rosa segura. Pero tú eres distinta: el dolor hace signos desde todos los picos, en cada puente pasa la gente hacia la nada y el silbo del pino trae un eco de golpes. Tegucigalpa, Tegucigalpa, duro nombre que fluye dulce sólo en los labios. (Acosta, 2003, p. 368)

Roberto Sosa. (1930 – 2011) Se le considera uno de los fundadores de la nueva poesía hondureña. Ganador del premio Adonais 1968 y Casa de las Americas 1971. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán, entre otras lenguas.


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Acosta, O. (1981) Rafael Heliodoro Valle. Vida y obra. Roma: Instituto Italo-Latino Americano. Acosta, O. (1975) Alabanza de Honduras. Antología. Madrid: Anaya. Acosta, O. (2003) Elogio de Tegucigalpa. Tegucigalpa: Litografía López. Amaya, R. (2001) Jacinta Peralta. Tegucigalpa: Guaymuras. Boletín de la Academia Hondureña. Tegucigalpa, 1955, No. 1, Imprenta Atenea. Boletín de la Academia Hondureña. Tegucigalpa, 1956, No. 3, Imprenta Calderón. Castañeda, O. (2008) Panorama de la poesía hondureña. Tegucigalpa: Editorial Cultura. Durón, R. (1996) Honduras Literaria. Tomo I. Tegucigalpa: Editorial Universitaria. Durón, R. (1996) Honduras Literaria. Tomo II. Tegucigalpa: Editorial Universitaria. Gonzaléz, J. (1997) Diccionario de literatos hondureños. Tegucigalpa. Editorial Guaymuras Mariñas, L. (2009) Acercamiento a la Cultura de Honduras. Tegucigalpa: Litografía Iberoamericana. Martínez, M. (2009) Temas inéditos de Honduras. Tegucigalpa: Litografía López. Molina, G. (1982) Estado Liberal y desarrollo capitalista en Honduras. Tegucigalpa: Editorial Universitaria. Morazán, F. (1992) Obras. Volumen I. Tegucigalpa: Litografía López. O´Connor, J. (1987) San Juancito ayer y hoy (su pasado y su presente.) Tegucigalpa: Editorial Universitaria. Oyuela, L. (1989) Historia mínima de Tegucigalpa. Tegucigalpa: Guaymuras. Oyuela, L. (2003) Esplendor y miseria de la minería en Honduras. Tegucigalpa: Guaymuras. Rosa, M. (1972) La Tegucigalpa de mis primeros años. Tegucigalpa: Imprenta Calderón. Saavedra, D. (1935) Bananos, oro y plata. Tegucigalpa: Tipografía Nacional. Stone, D. (2007) Estampas de Honduras. Tegucigalpa: Editorial Cultura. Taracena, L. (1998) Ilusión Minera y poder político. La Alcaldía Mayor de Tegucigalpa Siglo XVIII. Tegucigalpa: Guaymuras. Turcios, F. (1931) Flores de Almendro. París: Editorial “Le Livre Libre.” Valle, R. (1957) “Ciudad Amada”. Repertorio de Honduras, No. 194, Año VIII, 4ª Etapa, Tegucigalpa. Valle, R. (1947) Semblanza de Honduras. Tegucigalpa: Imprenta Calderón. Wells, W. (1982) Exploraciones y aventuras en Honduras. 1857. San José: Editorial Universitaria Centroamericana.

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