Desarrollo ético y moral del niño e importancia de las primeras experiencias

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DESARROLLO ETICO Y MORAL DEL NIÑO E IMPORTANCIA DE LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS: ROL DE LAS TEORÍAS PSICOSOCIAL, COGNITIVA, MORAL Y DEL APRENDIZAJE SOCIAL.

CRISTIAN DAVID RODRÍGUEZ MIRANDA.

UNIVERSIDAD DEL QUINDÍO FACULTAD CIENCIAS DE LA SALUD PROGRAMA DE MEDICINA OBSERVATORIO DE BIOÉTICA EN LA ATENCIÓN AL NIÑO Y AL ADOLESCENTE ARMENIA, QUINDÍO 06/10/2013


DESARROLLO ETICO Y MORAL DEL NIÑO E IMPORTANCIA DE LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS: ROL DE LAS TEORÍAS PSICOSOCIAL, COGNITIVA, MORAL Y DEL APRENDIZAJE SOCIAL.

CRISTIAN DAVID RODRÍGUEZ MIRANDA.

Dra. Diana Marcela Curtidor Gutiérrez.

UNIVERSIDAD DEL QUINDÍO FACULTAD CIENCIAS DE LA SALUD PROGRAMA DE MEDICINA OBSERVATORIO DE BIOÉTICA EN LA ATENCIÓN AL NIÑO Y AL ADOLESCENTE ARMENIA, QUINDÍO 06/10/2013.


DESARROLLO ETICO Y MORAL DEL NIÑO E IMPORTANCIA DE LAS PRIMERAS EXPERIENCIAS: ROL DE LAS TEORÍAS PSICOSOCIAL, COGNITIVA, MORAL Y DEL APRENDIZAJE SOCIAL.

El desarrollo ético y moral del niño es la consecuencia de una dinámica de interrelación continua entre los factores biológicos del individuo, las experiencias del mismo y la influencia externa de pulsos sociales derivados en parte de los responsables de la crianza de la persona en crecimiento. La dimensión moral del ser humano constituye un aspecto diferencial de la naturaleza humana que se encuentra íntimamente ligada al potencial cognitivo del individuo. Así mismo, existen influencias de índole afectivo-emocional que inciden en la evolución y consolidación ulterior de la estructura moral del hombre. No obstante, dichos factores psicológicos se encuentran regidos en parte por los modelos de crianza, interacción y experiencia externos, especialmente aquellos hechos y situaciones que se presentan durante las primeras etapas del crecimiento, esto es de las primeras experiencias del neonato, lactante e infante. Por lo tanto, el desarrollo del sistema nervioso central constituye un determinante fundamental de la consolidación del eje psicológico y moral del ser humano, incidiendo directamente en el patrón de comportamiento y la personalidad del mismo en la etapa adulta. Durante las primeras etapas del desarrollo psicosocial, la interacción del hijo con su madre constituye el primer encuentro entre el recién nacido y su entorno. El apego y el dualismo madre-hijo adquirirán después un rol esencial en la obtención de la confianza psicológica según la teoría Ericksoniana, la cual facilitará el desenvolvimiento del individuo en su medio, promoviendo la experimentación con su entorno a través de sensaciones y la manipulación del ambiente que lo rodea. Esta primera manifestación de su capacidad cognitiva suscitará el desarrollo de una consciencia propia como ser que existe, con impulsos y particularidades propias del yo. Sin embargo, en los primeros años de vida, no existe una consciencia de diferenciación externa; sumado a esta situación, la necesidad de autosatisfacción exige una demanda externa que puede atentar contra el orden social hasta ahora ignorado por el propio individuo. Los impedimentos y límites impuestos de manera exógena se manifiestan en forma de castigos. El narcisismo propio de esta etapa, favorece la percepción y asimilación (acorde con el desarrollo cognitivo y capacidad de simbolización) de los primordios morales socialmente imperantes, hecho que facilita la adopción de los mismos con el objetivo de evitar el castigo y satisfacer su egocentrismo. Así, la primera fase de la etapa pre convencional de la teoría moral de Kohlberg, se encuentra representada en la moral heterónoma, reflejando la importancia del orden externo en la formación de la ética y moral del individuo. De manera similar, durante los próximos dos años (2-3 años de edad), la necesidad de afirmar su autonomía en el mundo (en contraposición a la vergüenza y duda), aunado por un mayor conocimiento de su medio y reconocimiento de algunos caracteres propios diferenciales (sexo, gustos) favorece la identificación de lo externo y el conocimiento de lo


diferente (no yo) constituyéndose en un factor clave de la trascendencia moral de la persona. El reconocimiento de diferencias, promueve por un lado, el conocimiento de lo ajeno como un nuevo reto necesario para la adaptación del individuo en sociedad, facilitando el desarrollo social del mismo a través de la utilización de estrategias que garanticen la supervivencia y convivencia con lo extraño (teoría de la mente). Por otro lado, estas circunstancias permiten incrementar el grado de funcionalidad moral del individuo, flexibilizando su perspectiva ética. En este sentido, aunque subyace un impulso de autosatisfacción narcisista, los actos y la evaluación de lo “correcto o incorrecto” se fundamenta en la satisfacción de los impulsos propios en función de la no maleficencia contra lo externo (el otro). Este desarrollo se ve impulsado en parte por un mayor dominio del lenguaje y una mayor introyección de las conductas socialmente aceptables para su edad, producto de la interacción con individuos de su edad y su contexto, esto es del aprendizaje social (Bandura y Walters). La etapa preescolar (3-6 años de edad) se encuentra enmarcada en la consolidación de una estructura cognitiva más madura, en la cual, la representación simbólica de la realidad (etapa preoperatoria), afirmación de la inmutabilidad del ser en cuanto a su esencia, mayor conocimiento de su entorno, fortalecimiento de la identidad de lo propio y lo externo y de la capacidad de relación entre dos situaciones, permiten preparar los cimientos para una moral más evolucionada. Paralelamente, la mayor interacción con familiares, y el reforzamiento conductista de actitudes, comportamientos y patrones de personalidad, en función de la necesidad de adaptación de sus impulsos y emociones en su medio cercano, permite identificar conductas socialmente aceptables e inadaptadas a su contexto que se acomodan a su iniciativa y su culpa, promoviendo la constitución de un moral cerrada (espejo de la moral del medio de crianza) y por tanto la introyección e identificación con una moral “propia”. Esta tercera fase de la teoría moralista (expectativas interpersonales), constituye el primer vestigio de una moral “personal” (convencional) que no es otra cosa que un mecanismo de defensa, de adaptación más estable y programado para funcionar en el medio del cual depende. Posteriormente, durante la etapa escolar (6-12 años) el contexto del individuo, embebido en una constante interacción con otros seres humanos con características similares a la suya y bajo una corriente de competencia, desarrollo personal, adquisición de conocimiento y necesidad de destacarse a través del uso de sus habilidades (laboriosidad versus inferioridad), dota a la persona de una capacidad cognitiva más completa que le permite interactuar con su medio con mayor facilidad, defenderse hasta cierto límite de factores desestabilizadores, disminuir su egocentrismo y adquirir una mayor participación social. Aunque aún rudimentario, el concretismo le permite al individuo comprender la moral como un elemento (objeto) pseudo-abstracto que garantiza un orden social y por lo tanto concebirla como un necesidad que debe aplicarse en el contexto de las relaciones interpersonales y la estabilidad de la sociedad. La norma existe como un elemento trascendental que permite la supervivencia del hombre en su medio. No obstante, no existe claridad respecto a la trascendencia axiológica de la moral, debido en parte a la


incapacidad de abstracción. La naturaleza del hombre es entendida por lo tanto parcialmente pero se ignora la dimensión moral y superconsciente de la misma. El individuo alcanza esta cuarta fase (sistema social y consciencia) hacia comienzos o mediados de la adolescencia y constituye la ampliación de la moral nuclear o familiar hacia su entorno social cotidiano. La moral deja de ser heterónoma impositiva y se convierte en heterónoma introyectada, por cuanto pasa de ser una imposición deliberada a una responsabilidad justificada. Finalmente, durante la adolescencia, el individuo adquiere la capacidad de razonamiento y abstracción que necesitaba para comprender su naturaleza humana, fortalecer su moral, personalizar su ética y actuar funcionalmente como individuo adulto en la sociedad. La necesidad de constituir una identidad, desempeñar un rol y convivir adaptadamente, exigen una formación moral que trascienda más allá del “cumplir unas normas”. La concepción de la dimensión moral del hombre, le permiten al individuo vislumbrar el fondo axiológico que encierra la moral misma. Esta moral se interpreta, se interioriza, personaliza y se identifica como ética propia (reflexión de la moral). La ética es ahora autónoma, derivada de una moral heterónoma y se convierte en una herramienta de convivencia e identidad con lo humano, por cuanto las normas y los preceptos se justifican en el marco del contrato social, elemento que vela por la estabilidad de la dignidad humana y que se refuerza en la medida en que cada individuo adquiere principios éticos y afirma su condición de ser social (fase post convencional de la teoría moral de Kohlberg). En conclusión, la comprensión del desarrollo moral y ético del ser humano sólo se adquiere si se logra integrar los diferentes factores psicosociales, cognitivos y biológicos propios de cada fase del crecimiento, enfatizando sobre la fuerte influencia que ejercen los elementos externos (principalmente los relacionados con la crianza y las primeras experiencias) y la capacidad cognitiva en la consolidación de la dimensión moral del ser humano y de su naturaleza social.


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