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Pensamientos apocalĂ­pticos de cuarentena sobre la fotografĂ­a


Recopilado por Cecilia Estalles foto de tapa y contratapa: María Ruido - La voz humana Foto de interior: Lorenza Böttner s/t , Polaroid Buenos Aires, 05/06/2020 #2 - NADIE ESTÁ A SALVO


#2 NADIE ESTÁ A SALVO

Introducción............................................................................................................................p. 4 Por Ceci Estalles

Nadie está salvo; micro relato paranoide desde la óptica del supuesto saber............................................... p. 6 a 11 Por Cecilia Saurí

Periferia, prácticas, y abusos del sistema.............................................................................p. 12 a 16 Por M.C.

Premio y desconsuelo............................................................................................................. p.18 a 21 Por Isis Milanese

Relato de Mag de Santo..............................................................................................................................p. 22 La Mala Educación.................................................................................................................p. 24 a 29 Por Violeta Capasso


Introducción Los textos que leerán a continuación son experiencias de colegas dentro de los talleres o clínicas de fotografía. Estas prácticas que vivimos como cotidianas y que nos causaron daños ya irreparables, nos dieron a la vez ganas de construir o repensar un lugar nuevo. En estos relatos, vamos a ver que no siempre el opresor es un varón cis heterosexual. En una apreciación puramente personal, creo que las estructuras de poder instaladas en el arte, hay que destruirlas por completo. Me atrevo a enunciarme en contra de todo lo aprendido y en contra de todos estos mecanismos que atentan contra nuestra libertad, por mínimos y camuflados que estén; esos tejeríos (gracias travesits y trans por el vocabulario) que se dan en un taller, en una galería, con colegxs o en un concurso pedorro. No necesitamos jerarquías, no necesitamos juradxs de concursos que nos acepten o nos bajen el pulgar, no necesitamos una voz autorizada para endiosarnos o hundirnos. Necesitamos transitar nuestras propias experiencias de un modo amoroso, necesitamos equivocarnos mil veces sin miedo, hacer amigxs sin competir, exponer nuestra obra como parte del entrenamiento, armar nuestro propio círculo de cuidados y no ser complices ya de todo esto. Que hablar nunca signifique quedar afuera de nada. En este nuevo lugar que propongo/nemos, escucharnos es una práctica habitual que nos lleva a construir espacios imaginarios posibles (y muy pronto reales) en los cuales podemos jugar a ser un poco más libres.. Ceci Estalles.



Nadie está salvo; un relato autobiográfico desde el refugio *Por Cecilia Saurí

Reflexionar sobre los maltratos, los abusos de poder o las malas intenciones en el campo de la fotografía en Argentina, más específicamente en Buenos Aires, no es nada sencillo. Es un ejercicio que indefectiblemente nos retrotrae a un otro lugar o a una otra identidad que no ya habitamos. En mi caso particular, esta marcha pasos atrás me traslada al “ser alumna” o lo que yo ahora considero en mejores términos como “latente potencia receptiva de conocimiento iluminada”. Ya no creo en la lógica pedagógica–muchas veces autoritaria o jerárquica¬–del aprendiz receptorx vs. maestrx portadorx de información o determinadas tendencias educativas que fomentan la dialéctica de un sistema de representación basado en la distribución policíaca del saber y la competencia. Hoy estoy segura que el conocimiento es algo que se comparte en un ida y vuelta constante de apoyo mutuo. Si esta operación no se da, no hay nada que valga la pena conservar. Siguiendo los lineamientos de esta propuesta apocalíptica sobre escrituras y lecturas corrosivas para las almas hermosamente amargadas de la fotografía, sumo mi dulce veneno a modo de desahogo. Tal vez desde la desesperanza compartida sobreviva alguna partícula amiga que ayude a alguien a tomar vuelo en otro tiempo-espacio-forma análogo virtual. La mayoría de las veces, mis prácticas y estudios en torno al arte fueron de forma independiente. Me forme como autodidacta desde mi casa o en la calle; es decir, mi hacer en torno a la fotografía tuvo que ver con la creación de mis propias fotos y videos, el estudio en torno a las imágenes de otres artistas y proyectos artístico-afectivos en lo cuales me involucre. Hacia 2016, luego de varios y reiterativos maltratos simbólicos–aunque intensos–deje de confiar en determinadas voces del ámbito fotográfico local. Aquellas personas que me expulsaron totalmente de un universo de la fotografía al cual ya no me interesa volver no sólo fueron varones heterocis (hace tiempo existe el TOMO I: “Chongos egocéntricos en todos los lugares de poder” y el TOMO II “Mi obligo o nada”) sino también mujeres. En mi caso¬¬–obviamente porque era difícil dar con compañeras que impartan talleres en las últimas décadas en Buenos Aires–el destrato o la falta total de empatía también se dio entre lo que yo autodefino como “colegas aliadas”. Desde mi perspectiva, alguien que se inicia en la fotografía o por lo contario, quien tiene varias capas de experiencia en la misma, tienen la misma relevancia. Todes trabajamos de distintos lugares y momentos en específicos en torno a las imágenes. Nadie es más importante que otre (ni porque haya ganado un concurso aleatorio o sea influencer en Instagram). A la vez, me importa muy poco la trayectoria/el currículum vitae y tampoco creo en la meritocracia. Lo que si valoro mucho son los recorridos personales. Cuando una persona tiene recorrido personal refleja una buena aura rosa invisible–aunque perceptible–de sensibilidad, potencia en la mirada y sobre todo empatía. Esto aplica para cualquierx colega trabajadorx del arte (sea artista, marquerx, montajista, modelx vivx, docente, curadorx, filósofx, activista, o cómo le venga en gana a cada une autopercibirse). Entre 2009 y 2011 asistí al taller de una ¿prestigiosa? fotógrafa argentina que se había formado en el exterior (eso aparentemente le daba un crédito irrevocable). Ella no sólo me mostró la cara mas desleal del mundo de la fotografía, traducida en una versión mezquina y avara de los cono-


cimientos, sino que siempre se las rebuscó por transmitir a les participantes de sus talleres un claro e inmutable rol de “estudiante inmóvil”, algo así como el lugar que ocupa la estrella polar. Dicho de otro modo, la docente fomentaba la construcción de unx estudiantx que sólo existe para oír lo que habilita la voz autorizada y estar de acuerdo con las sugerencias, formas y tendencias estéticas del profesorx a cargo. Para mi buena fortuna, con el paso del tiempo y la experiencia, advertí que la esencia de los proyectos personales radica en la propia autorización. En este caso puntual, cada vez que unx alumnx mutaba en su devenir artístico, se percibía como la envidia de esta docente la corroía por dentro. A duras penas, también descifre su total incapacidad de generar un poco de cuidado (o dulce mimo tranquilizador) a modo de autoestima para les participantes. Nada más frívolo y menos tierno que la imagen de una docente que “no abraza” a quien supuestamente quiere ayudar. Pasaron algunos años y yo no sólo hui de aquellas personas y espacios, sino que como buena ascendente en Aries que soy, volví a caer en las mismas trampas o en los mismos malos hábitos. Siempre me preguntaba: “¿Soy yo? o ¿Acaso el ámbito de la fotografía en Buenos Aires está totalmente descompuesto y huele a cloaca?” Recuerdo que era noviembre de 2016, hacia un calor espantoso, yo tenía la mente y el cuerpo bastante cansados del traqueteo de todo el año, y tuve el magnífico impulso de inscribirme en un workshop intensivo de 3 días. Dude mucho en anotarme porque no tenía la plata para hacerlo y tenía cierto resquemor por las experiencias pasadas. De todos modos, lo hice pidiéndole plata prestada a mis viejxs y alentándome internamente por tener la energía de arrancar algo nuevo llegado el fin de año. Arrancó el primer día, fui la primera en presentarme y mostré mis fotos. Durante la presentación de mis fotos la docente nunca miró hacia la pantalla o bien lo hacía “de reojo”. Miraba su celular o hablaba con otra persona. Me sentí un poco extraña, pero intenté ignorarlo. Durante el primer encuentro, cada vez que esa persona se me acercaba, el cuerpo “se me volvía todo chiquito” (les que me conocen saben que soy físicamente muy pequeña, y en ese momento de destrato me convertí en una mezcla entre oruga y bicho bolita). Mi sentimiento hacia esa mujer no era producto de la inhibición, sino más bien un total rechazo por sus formas de dirigirse hacia y con les demás. El segundo encuentro me dio la pauta que no tenía ningún motivo para estar ahí. Les compañeres del taller eran buena onda, pero la docente no fomentaba ningún tipo de intercambio colaborativo entre pares, sino que ella y sus socies se paseaban por el salón, de trabajo en trabajo, dando su opinión a modo de voz autorizada sobre la obra de cada une: horrible secuencia, espantosa escena. Cuando converse por primera vez cara a cara con ella, prácticamente me insultó. Me infantilizo a mi y a mis imágenes. Me trato de inocente, caprichosa, poco profesional y rebelde “sin sentido”. A lo largo de mi carrera estudié 5 semióticas. Contrariamente a lo previsto, pude felizmente no aferrarme a la absurda y constante búsqueda de sentido permanente en todas las cosas. Sin embargo, además de ser ascendente en Aries, tengo mi sol en Cáncer. Como buena canceriana que soy, luego de finalizar la primera jornada de taller, me subí al auto, manejé hasta el trabajo, pero al momento de bajar preferí quedarme llorando durante una hora reloj. Todo encajaba perfectamente: yo no tenía ni idea que hacer con mis fotos y tenía un grado de inseguridad que rozaba la incoherencia (emoción totalmente subordinada a la completa falta de empatía producto de mi infeliz desencuentro). Cuando logré abrir la puerta, decidí caminar un rato para matar la angustia. No entendía bien del todo porque lloraba: no sabía si yo le caía mal a ella, si mis fotos eran una mierda, o si yo era una nena caprichosa como ella insi-


nuaba sutilmente como una buena militante pasivo-agrevisa. Recuerdo que tenía que tener si o si una hipótesis afirmativa sobre mi obra para el día siguiente. Yo estaba rota y no se me caía una idea. Sin embargo, como buena estudiante que soy, hice un lindo pastiche con mis propias palabras copiando las líneas de un fragmento sobre un ensayo de una artista española que admiro mucho: María Ruido. Unos meses atrás había realizado un taller gratuito con ella, y además de ser una artista increíble, es una persona generosa. Esto último aplicado a la pedagogía suele transformar a las personas en grandes docentes. Mi idea de tomar las ideas de María y hacerlas propias me daba entre risa y lástima por mi misma, pero a la vez tenía tanto terror por la hipótesis que tenía que entregar que me importó poco y nada encontrar consuelo en las escrituras de otra artista. En mi cabeza sólo latía la presión de tener que cumplir con la tarea que tenía que darle a esta mujer. Cuando logré entrar al trabajo estaba mi amiga Lía, que también es artista visual, le conté un poco de la situación y me dio un gran abrazo. Su consuelo fue todo. Al día siguiente me quedaba el último encuentro del taller, al cual por razones obvias ya no quería asistir, pero no suelo no cumplir con las tareas ya que resulta que también tengo la luna en Capricornio. La primera mitad del encuentro me quedé callada, no emití sonido. Paso la mañana y llegado el mediodía, después de almorzar todes juntes (yo no probé bocado) me acerqué a la docente y con la voz casi quebrada le dije a ella y su socia que me tenía que retirar temprano. Cuando termino el taller, volví a mi casa, me sentí aliviada de empezar a disfrutar el calor del verano, y rompí todas las fotos e ideas que había llevado inocentemente a los encuentros. Desde ese momento ya no tomo clases de fotografía con nadie. Sin embargo, seguí estudiando. Terminando mi licenciatura en curaduría artes (1) en la universidad pública tuve una profesora que se llama Fernanda. Ella me enseño muchas cosas hermosas que hoy práctico cotidianamente: la importancia de los procesos escriturales, el borramiento de los supuestos para sobreentendidxs, la escucha sincera, la devolución continua como ejercicio nutritivo para impulsar la singularidad de nuestra propia voz, los círculos, la lectura en voz alta para comprender nuestras pausas y las bibliografías cruzadas. Esa última mala espina en el pie me dejo esta dulce consideración personal: “Valora tu trabajo como artista, elegí con quienes compartir y sobre todo con quienes no.” La famosa responsabilidad afectiva no sólo aplica a nuestros vínculos sexuales; también es parte del entramado de cómo nos posicionamos frente y con otres en el campo artístico, ya seas estudiante, profesorx, directorx de una institución, archivista autónomx, galerista, etc. Desde el año pasado con mis compañeras del Archivo de la Memoria Trans comenzamos a dar una clínica de formación intensiva sobre prácticas archivísticas personales. A la vez, cuando comenzó la vorágine de la pandemia, empecé a dar de forma individual y virtual un taller sobre fotografía contemporánea y curaduría donde acompaño procesos artísticos de otres. Todo el tiempo me pregunto cómo no replicar esas formas y patrones que tanto me hicieron daño como estudiante. Me da terror saber que puedo transformarme en ese tipo de personas que se la juegan de docente y sólo transmiten inseguridad a quienes tienen cerca como mecanismo de defensa (propongo urgente hacer una vaca para que este tipo de personas puedan acceder a un taller de defensa personal feminista, ¡creo que les haría bárbaro!). Me da pánico sentir que puedo lastimar a otres con mi mirada, mi desdén o mi falta de empatía. No me creo una santa y lejos quiero ser la figura de la madre de Teresa de Calcuta. Creo que las personas somos nuestras prácticas en determinados momentos específicos. Nadie está a salvo de convertirse en una hada hipócrita, o en el mejor de los casos, en un hermose mons-


true de la fotografía. Tal vez esas docentes nunca supieron la fisura emocional que me produjeron. Sin embargo, la vida es extraña, nos pone a prueba todo el tiempo, y nos vuelve a cruzar misteriosamente con personas del pasado de alguna forma u otra. Como admito que soy rencorosa, pero no tanto, y además creo que afortunadamente todxs tenemos fallas en nuestros sistemas, me atrevo a escribir que comprendo–aunque no comparto–la ambición por pertenecer cueste lo que cueste al mundo próximo de la fotografía. Debe haber sido muy difícil abrirse camino en un mundo de machos. A pesar de ello, creo que estas docentes como buenas discípulas de otros “maestros” del antiguo TOMO I y II, no percibieron que lo que tenían frente a ellas mientras pavoneaban su conocimiento, eran personas de carne y Los mundos de la fotografía son pequeños, pero inmensos a la vez. Educar no es llenar un cubo sino encender un fuego2. Les deseo a mis colegas (artistas, curadores, estudiantes, docentes o como quieran multiplicarse) mucho polvo de estrellas, lluvia de corazones y un buen collar de cabezas de ajo fresco para colgarse alrededor del cuello por si en el camino de barro sobre barro que emprendemos les artistas se encuentran con viejos estereotipos de un pasado reciente en decadencia.

*Fotografa, curadora y mil cosas más, forma parte del equipo del Archivo de la Memoria Trans

1 La curaduría es una práctica como tantas otras en el campo del arte. Quien crea que lxs curadorxs se llenan los bolsillos de plata, mantienen un prestigio del que nada sirve para pagar las cuentas u operan por encima de los discursos de lxs artistas sepan que no es culpa de la curaduría. La curaduría, entre otras cosas, es un entramado de alianzas y conocimiento recíproco entre artista y curadorx (ojo! si no es así, tal vez hayas dado con la persona equivocada) 2. Fragmento de un poema irlándés de William Butler Yeahts



Jonson, fotografĂ­a por Cecilia SaurĂ­


Periferia, prácticas, y abusos del sistema Por M.C.

Vivo a 1600 km de Buenos Aires. Un lugar “bucólico”. La representación del paisaje habitual es regla de tercios y colores saturados (otras veces, el sistema zonal). Acá es difícil formarse. A veces viene alguien y da un taller. Si puedo me compro algunos libros. Charlo con amigues. Cada tanto, alguna formación online. Todo es más periférico, no tuve demasiadas situaciones de formación en fotografía. Se arman grupos, movidas, y se desarman.

La periferia Un encuentro, al sur. Una artista llega con herramientas para que pensemos el feminismo. Puede ser interesante. Con mi amiga R. tenemos ganas de hacer alguna, vamos, alquilamos en un hostel barato porque no tenemos mucha plata. Mi amiga es mucho más densa que yo (a nivel crítico), así que sé que tengo que contenerla (todo lo cae mal, y la quiero por eso), la onda también era hacer un viaje juntas, aunque no es muy lejos, y pasarla bien. Hojeamos la bibliografía digital con un cafecito, pero finalmente apostamos al “encuentro”. Ahí estamos, empieza. Es curioso, porque en definitiva es como ponerse al día con los “discursos” del feminismo en Buenos Aires (tengo un mambo con ver-detectar-identificar discursos-fuentes-corrientes y procedimientos). Como disertante no se pregunta, y no nos pregunta, qué onda acá, tan al sur, en qué estamos, qué nos pasa, si alguien agitó algo, qué movidas hay, etc. Finalmente, hacia el final, casi sin querer y con una sonrisa tira un “vamos a fundar una biblioteca feminista acá” (¡Ohhh, colonialismo porteño!). Bondi y vuelta. Charla sobre los límites de los discursos y las prácticas. Más allá de cierta historia del arte revisitado desde el feminismo (y en algún aspecto, ya legitimado) … ¿Cuáles son entonces las prácticas feministas en el arte y en la fotografía “hoy”? ¿Cómo pensar lxs feminismos desde un sentido plural, actual, urgente? ¿Por qué perderse la oportunidad de preguntar por las prácticas de estos feminismos en los lugares que va transitando y recorriendo? ¿Hay un feminismo cristalizado en “temas” representables? ¿Hay un “cliché” fotográfico del feminismo? Después, como siempre, terminamos charlando de otros tres o cuatro temas más, a la vez. Del deseo, de lo que nos pasa con las historias que no contamos, de los amantes, de los límites, del amor, de las parejas, hijes, del trabajo, de la poesía.

Te visibilizo Participo en una muestra en otra provincia, sobre disidencias y feminismos. Me invitan a participar de un debate. Las preguntas son en torno a lo político y a la imagen; al feminismo; a la representación ; sobre qué representamos ; sobre qué decidimos visibilizar/representar. Aprovecho para meter algunos temas. Ahora, para este texto, de paso, lo extiendo. Siempre me parece interesante pensar aquello que como fotógrafxs decidimos fotografiar, como lo que decidimos no fotografiar. El gesto, levantar la cámara, la decisión de hacer una foto, mostrarla y cómo, me parece tan importantes como el debate de si la foto es “punchi” o no. También me parece que a veces tenemos que tener cuidado. Quiero decir, si yo (mujer cis, heterosexual) decido fotografiar para “visibilizar unx otredad” quizás no está bueno, porque


por ingenuidad puedo estar reafirmando mi propio lugar de “poder” (de “clase” privilegiada: media, hetero, etc.). Hay un discurso en el que caemos con facilidad, ése discurso podría resumirse en: “yo te visibilizo”, y entonces “te doy derechos” y, por ende, me pongo en una situación de poder/de privilegio. Acá estamos en una microfísica del poder, en cómo ejercemos y decidimos ejercer esos pequeños lugares de poder que la cámara, los medios o las redes sociales habilitan. Sinceramente prefiero pensar y accionar en un “te doy herramientas para que pienses tu auto-representación”, aunque sea más lento. O si queremos abordar “el tema” hacer la crítica desde el lugar de cada unx. Supongamos, reflexionando terminé encontrando más acorde para un trabajo el “critico la occidentalidad desde mi propia occidentalidad, con las herramientas de la occidentalidad”.

Abusos emocionales Entiendo todo el bardo de abusos de chabones cis, pero me parece que también hay muchas mujeres reconocidas en fotografía (y su extensión, las artes visuales) que también generan situaciones de abuso, de otro tipo. Clínica online. Necesitaba trabajar con más confianza en lo que estaba haciendo, sentía que me bloqueaba emocionalmente ante mis propias imágenes. Activo. Le escribo a una artista con quien una amiga está haciendo en Buenos Aires una clínica. Hay al menos dos series de ella que me encantan, tengo, además su libro (no se lo digo, claro). Le mando unas fotos, empezamos. “Te voy a llevar por lugares incómodos” (¡genial!, pienso). Tengo un lado muy teórico, entonces necesitaba laburar desde otro lado. Unx proyecta en definitiva una suerte de “valores” en sus profes, del tipo confianza, emocionalidad, entrega (reforzado por su propio discurso como docentes, y los “soltate”, “confía [en mí]” y otros). Yo estaba contenta (me cuesta tanto mostrar, poder hablar de lo emocional y lo conceptual a la vez). A los dos meses le conté de una beca del FNA que había ganado, de un proyecto sobre un libro en el que estaba trabajando, alguna cosa más. Hizo un elogio de que estaba activa, y me dijo (quizás al encuentro siguiente) que tenía ganas de dar un seminario o laboratorio intensivo por acá. Me propuso que lo organice. Tenía que conseguirle pasajes, alojamiento (en un lugar privado), el lugar para el seminario, las personas que participarían , etc. Me dio no sé qué decirle que no… me cuesta decir que no… Hice un silencio y le dije que por ahí le podía decir que posibilidades reales había acá. Pensé que por ahí podía gestionar algún lugar para que se quede a dormir, decirle los pocos lugares que hay acá como salones, y tirarle alguna onda, sin mucho más, y que después se fije. Empecé a preguntarle a algunas personas, cómo lo veían. A los días me envió un mail con más detalles de la propuesta, fechas puntuales, valor -importante- del laboratorio intensivo... que sería para un grupo de entre 14 y 20 participantes, tenía, además que tener todo cerrado en 20 días. Producir el evento, a cambio de una participación. Le conté a un par de colegas, estaban contentas de que tal artista podía llegar a venir… Le escribo a X., una amiga de una amiga, que tiene una residencia, para ver si la artista podía “parar” eventualmente allí o a quiénes le podíamos preguntar por el salón. El día que finalmente nos juntamos a charlar con X. por la posibilidad de que se quede en la residencia (¿a cambio de un trueque de participación? -imaginé-) yo ya no veía las cosas tan posibles, de hecho, fuí con desgano, cero energía para convencer a nadie de nada. Me sentía presionada, me acordaba de


todas las lecturas sobre los abusos en el sistema del arte (abusos para con estudiantes, para con asistentes, etc.), me resonaban las frases sobre entregarme, confiar en ella, y después el mail con la exigencia de tener todo resuelto en 20 días. Hago un paréntesis. Vamos a delimitar la palabra abuso. Porque ejercer abuso no es sólo de hombres-cis a mujeres. Se ejerce abuso de muchas formas. Acá hay un abuso de poder. Hay una ruptura del contrato estudiante-docente. Ella SABE que me estoy formando; ella SABE que no soy galerista; ella SABE que estoy tratando de construir un trabajo, un corpus; ella SABE que voy a exponer localmente con un grupo; ella SABE que no vivo del sistema del arte, que tengo un laburo formal de otra cosa; ella SABE que tengo inseguridades; ella SABE que está trabajando con mi emocionalidad, con mis debilidades; ella SABE que no laburo en producción de eventos aunque termino en diversas cosas. Entonces charlamos con X., y de entrada le conté la secuencia, mi desgano, mi sensación de abuso, y que en realidad le iba a escribir a la artista que no, bajo alguna excusa. Pensamos. Charlamos entonces sobre las prácticas que se reproducen permanentemente, y sobre qué hacemos nosotrxs, en qué queremos participar, qué practicas habilitamos y legitimamos, y qué decidimos entonces no hacer… A quienes sí les abrimos las puertas y los bancamos para que se queden unos días, etc. ¿Pero por qué te pidió eso a vos? Me dicen (porque ella es tan “a otro nivel” y yo tan (“¿?”). Claro, no tengo la estructura. (Igual, cuando me dicen esto siento como si preguntaran por qué me fui a la casa de un chabón de noche, es como si tuviera yo de movida la culpa de algo). Quizás, me pide eso a mí como se lo pide a todo el mundo. No tengo idea. Es difícil de explicar bien, tampoco sé si quiero tirar una molotov (pero lo estoy haciendo). A lo que voy, es que los abusos suceden en multiplicidad no sólo de parte de chabones, y por supuesto que la matriz es de alguna forma la misma (sistema del arte). En definitiva, después de dos gastroenteritis pensando en el tema, me “fuí” de la clínica con alguna excusa bien estúpida. Antes le escribí un mail medio formal diciéndole por las elecciones se venían cambios en gabinetes nacionales, provinciales, locales, y que no se podía proyectar un evento así con la brevedad de los tiempos que estábamos manejando. Me dijo que no me haga problema, que era entendible, que retomábamos el 15 de diciembre, luego de los cambios. (¡!) Ella además quería venir en temporada alta, después tenía otros compromisos. Se lo conté con lujo de detalles a algunos amigos y amigas, la mayoría no entienden bien qué les quiero decir, o por qué no se lo dije a ella directamente. Siento que cuando el abuso viene del lado del “enrosque emocional” , y te dicen “tenés que soltarte”, “confía” y después detectás una situación así...(que después verifico como manejo habitual con otras personas) ¿Cómo creo en esa persona? ¿Cómo vuelvo a mostrar obra y hablar de sentimientos y procesos? Y entonces ¿es necesario seguir ahí? ¿para qué? ¿acaso lo necesito? ¿necesito lidiar con la sensación de que me puede pedir “otra cosa” por fuera del contrato estudiante-docente en algún otro momento?. Bar, birra. Hace mucho que no nos vemos con L., y es verano aunque estamos con abrigo. Nos encontramos un rato solas. Le pregunto qué onda la clínica con esta artista, a la que concurre personalmente. Me cuenta algunas cosas que terminan de confirmar mis sensaciones.


Pero en definitiva, se repite un patrón en relación a la emocionalidad y solicitudes de “trabajos”; asistente, ponele. Me enojo, la corro a mi amiga por el lado del feminismo (porque sé que está re enganchada), entonces hablo de sororidad, etc. ¿Qué estás haciendo ahí?. Me dice que igual le sirve, que cree que puede manejarla, que sabe a qué no darle bola, que le dijo a alguna cosa que no (pero me parece mal situaciones que le pasaron cuando le dijo que sí). Me re enojo, puteo a la artista, le digo que claramente no está bueno que se maneje así. Trato de tener una discusión sobre por qué nos bancamos determinadas cosas, le digo que creo que no es necesario, que para “estar” [¿que es “estar”? ¿”estar” en qué?], no deberíamos bancarnos esas cosas, esos abusos. Si fuera un chabón sería tan claro que es un abuso…. Me habla de otro artista con el que proyecta hacer clínica, le digo que escuché que bardea a sus alumnos [yo prefiero estudiantes, pero en fotografía con todo el mambo de la luz y los egos parece que todos somos a-lumnos, sin luz].

Reproducir el sistema En la periferia, entonces, cada movida, cada muestra, es celebrada, porque en definitiva, hay mucho de voluntarismo y autogestión en todo. Hacemos todo, y le agregamos el (generalmente horrible) zócalo municipal al flyer del evento, porque nos dan la sala. Pero también reproducimos. Supongamos que estás en un grupete, hacen muestra. Supongamos que obvias el descuido de la mala colocación del epígrafe, aunque lo comentás, y cierra la muestra y sigue mal puesto. Bueno, lo pasás. Estarán en otra. Después aplican, aplican (porque ya sabemos que el mambo es “aplicar-aplicar algo quedará”). Surge lugar más “top”, más reconocido. Corazoncitos y otros emoticones celebratorios por whatsaap. A la hora de los bifes, te dicen que hay que confirmar la participación, nuestras célebres curadoras/organizadoras/aplicadoras/pares no podrán ir y hay que viajar 500km para montaje. Eso implica traslado de obras (no entra todo en un auto), nafta, bondi, quedarse un día, morfar, pedir licencia en el laburo. Y te apuran, porque si no podemos ir nosotrxs, entonces van a tener que decir que no. Ojo. Una cosa es plantear “gente, tenemos un problema y pensemos cómo lo solucionamos” y otra cosa es apurar un grupo. No es lo mismo. Son los tratos que reproducimos, nuestros “egos” que se ponen en juego por exponer en el lugar “más en serio”. Finalmente llega la covid-19, y ya sabemos que todo queda suspendido. Ahora esta lleno de discursos sobre una humanidad más forra o más copada pos pandemia. ¿Podremos reformular qué prácticas queremos transitar y reproducir -o abandonar- en relación al “sistema del arte”?

Otras prácticas Pero a veces salen otras cosas. Pinta “clínica” con amigues. Pinta laburar en un proyecto, y decido cómo trabajar con el resto. Pregunto mil veces si está todo ok. Debo ser re densa, pero la política del descuido, del des-afecto, me descoloca. Charlo con mi pareja, que no es fotógrafx, y me señala que es una boludez un compilado de “series” sobre un tema se ordenen por el nombre del autor y es tan cierto… ¿que pasaría si ordenamos por título?.


J. Me manda un fanzine de Chile (aunque no me llega), y yo le mando a R. -que está en Rosario- por mail un fanzine y un abrazo. Y ella me dice que le llegó el fanzine y “el abrazo”, y me siento tan contenta… Una política de los gestos, y las prácticas, aunque sean pequeñas. PD: (Ninguna inicial corresponde a la realidad).



Premio y desconsuelo *Por Isis Milanese

“En estos tiempos en los que todo el mundo ansia tener éxito y vender, yo quiero brindar por aquellos que sacrifican el éxito social por la búsqueda de lo invisible, de lo personal, cosas que no reportan dinero, ni pan, y que tampoco te hacen entrar en la historia contemporánea, en la historia del arte o en cualquier otra historia. Yo apuesto por el arte que hacemos los unos para los otros, como amigos.” Jonas Mekas

AG fue parte del jurado de selección, era el invitado de honor, el que vino de la gran ciudad. Asistí a una clínica/charla con él como premio consuelo por no haber ganado el concurso. AG no me interesaba como fotógrafo, ni su obra, pero era el “premio” por mi buen trabajo y por no haber sido elegida. Éramos pocos, tal vez 10 o 12 de los casi 120 que nos presentamos. Teníamos que llevar imágenes de lo presentado y elegir 2 fotógrafos que nos gustaran. AG se presentó y habló de su carrera profesional. Luego, despotricó contra las producciones aburridas de muchos de sus alumnes. Un comienzo incómodo. Armamos una ronda y fue el orden en que fue “viendo” los trabajos de cada uno. Yo estaba en la mitad, o sea, lo suficientemente lejos como para saber lo que me esperaba y lo suficientemente cerca como para no poder irme. En el grupo de trabajos no había una homogeneidad en cuanto al grado de producción (había cosas muy principiantes y experimentales hasta trabajos consolidados donde se notaba que había un mayor recorrido) y si bien esto suele ocurrir o suele verse en los talleres, nunca había tenido la oportunidad de ver como eso era usado para burlarse, reírse, y ridiculizar lo fotografiado y a quien fotografiaba. He asistido a muchos talleres con distintos fotografes y, para mi suerte, encontré maestros que además de tener una buena Obra son buenas personas. Parecía que para AG la única forma de dirigirse a otre (indistintamente de que su trabajo fuera mejor o peor) era con una soberbia sostenida en la grandeza de su carrera y, por consiguiente, descalificando. Tal vez les alumnes que eligen formarse con semejante sujeto necesiten un castigador, una especie de docente/punitivista. Volviendo a la charla/clínica el aire se cortaba con un cuchillo, la tensión (¿miedo?) hacía que nadie o muy pocos quisieran decir algo (a pesar de que AG invitaba a participar pero… ¿Quién iba a querer apedrear a un compañere? ¡No volaba una mosca! ¡Si hasta a algunos lloraban! A nadie se le ocurría responder a esos modos tan despóticos. A pesar de todo esto, la confianza que tenía en mi trabajo me retuvo. Creía que conmigo iba a ser más amable. Ilusa de mí. Hice grandes esfuerzos para no llorar y lo logré. Angustiarse en público es horrible y, más aún, cuando el “docente” pareciera alimentarse de ese malestar. Escribo esto desde la más profunda indignación. Indignación por tener que soportar el maltrato. Por no poder irme, no poder cuidarme. Me vi allí, invitada con un premio consuelo, creyendo que, a pesar de no ganar, merecía que AG “el que vino de la gran ciudad” viera mi trabajo y, sin embargo, viví una situación horrible. Una donde el que ejercía el poder, ese que estaba sostenido porque era el Jurado de la selección, porque tiene obra, porque había vendido no sé qué foto de a no sé qué museo de europa, parecía tener el derecho de decirte que tu trabajo y (por ende) vos eras una mierda.


¿Con que derecho? Todes somos personas antes que artistas o fotografes independientemente de si es bueno o malo lo que hacemos. El Ego de AG no puede valer más que el respeto por el otre.

* Fotógrafa de corazón, psicóloga de profesión, amante de la siesta y de comer mandarinas al sol, madre de dos niñes


Zulema Ayala Foto por Isis Milanese



Relato de Mag de Santo En ese tiempo era mujer y trabajaba como modelo en clases de fotografía amateur. Me había pasado el trabajo otra chica mucho más experimentada, una actriz que desplegaba erotismo pese a sentirse fea por su nariz aguileña y baja estatura. Carola ademas de ser sexy en esos tiempos -ahora se inclinó por la maternidad con cierta ortodoxia judía- sabía llevar ropa, maquillaje, armar el espacio, calentar el ambiente para proyectar imagenes de sí misma,a veces juntas. Yo me limitaba a quedarme quieto en algún aulita helada en un estudio escuela inhospito de diagonal 80, sin sentir nada, mietras que estudiantes disparaban y aprendían a jugar con su diafragma. Yo, mudo. Yo, un cuerpo inherte. Me pagaban bien y con sesiones dos veces por semana me alcanzaba para solventar los estudios universitarios de La Plata. Carola me pasa otro dato, otra escuela, de un viejo prestigioso en el centro, frente a la plaza San Martín. La escuela de Yuyo Pereyra. Me pidieron que lleve una bata, y yo con la costumbre de siempre, fui un poco despreocupado. Me encontré un ambiente bucólico de paredes bordó y cortinados dorados. Un montón de estudiantes con musica de opera, tomando vino, apelotonados en la puerta con la expectativa en los ojos como si amasaran la llegada del mesías. Yo, en ese tiempo que era mujer de veintitres, con un aborto reciente en un escritorio de un departamento, me abren las puerta y ofrecen una espera cálida en la biblioteca llena de libros de arte. Yuyo por fin aparece con sus botitas, ropa ajustada, pelo blanco y barba dando alaridos ante la presencia de la supuesta musa. Me sirve en una copa vino y empieza a la cháchara. Aristóteles, Man Ray, Halsman. Empina mas vino. Sube el volumen, más ópera. Carmina Burana y elogios a mi juventud, a mis tetas de mierda y me acompaña detras del biombo. Hace entrar a los estudiantes ansiosos a la biblioteca y me ofrece la mesa de madera para echarme con las piernas abiertas. Salí totalmente en pedo y con mucha menos plata de lo que hacía los sabados a la mañana en el centro barrial, y las fotos, por suerte, nunca las vi. Tiempo mas tarde, me invitó a poner las tetas, solo las tetas, por la lucha contra el cáncer. Fui porque necesitaba la plata, pero esa vez, no me pagó. Era por una causa noble.



La Mala Educación *Por Violeta Capasso

“Con esa pollerita podés tener un accidente de trabajo”; Inmediatamente me miré las piernas y vi mis medias térmicas sobre las que caía una pollera de jean que se terminaba justo antes de la rodilla. éramos el y yo, profesor y alumna en el galpón donde buscábamos los equipos para filmar. Hacía un frío gélido, más en esa zona de Constitución y en esa escuela de cine que decían que estaba construida arriba de un ex frigorífico. Siempre fui demasiado pobre para la FUC ni lo suficientemente inteligente para aguantar la presión de los ingresos de ENERC, terminé haciendo un combo de estudios alternativos sobre la luz y el movimiento mientras el plan Progresar para estudiantes sin ingresos fijos me ayudaba a pagar las fotocopias y la tarjeta Sube. En 2015 un tipo me señaló el largo de mi pollera en un espacio cerrado-lejano de la escuela y me pareció que tenía que decírselo a mi única docente mujer: una mina precursora, graciosa, progre, tenía un tatuaje en la cara, filmaba con película y creía en ese soporte ciegamente. La admiraba profundamente, como pasa cuando tenés un docente referente, querés sus secretos y consejos, que te llame un día a trabajar, que sepa que existís. Pero ella también miró mis piernas y me dijo El cine es así mamita, hay que ganarse el lugar, el derecho de piso, esto es así, no podés vestirte como querés, yo no le voy a decir nada a el, pero te entiendo si hablas de esto con la rectora. Con el mundo del cine no quise tener nada que ver. El planteo era ese: si querés entrar, vas a tener que fumarte un montón de mierda. Yo no tenía amigxs de la industria ni contactos y además mi novio de ese momento había sepultado mi autoestima artística. Mis conocimientos los puse en una bolsita y la guardé en el cajón más recóndito de mi cerebro. Mi sueño era ser foquista. Me dediqué a hacer foto fija. Hice moda, books, eventos, restaurantes, recitales, producto, casamientos. Y un día me invitaron a dar clases. No tenía computadora portátil, ni proyector. Eran 6 personas en un centro cultural de Villa Crespo mirándome hablar sentada entre ellos, tocando cámaras de rollo y anotando datos en un pizarrón. Salió bien y me iba sonriendo. Quise hacer más. Seguí haciendo más. Mientras avanzaba con foto analógica también me uní a dar talleres de foto en villas. Era la más joven y no tenía ningún marco teórico para defenderme. Me iba de las clases cansada y angustiada. En esa experiencia me di cuenta de que soy una esponja: chupo todo lo que sucede. En las clases me pasó de todo: una alumna confesó haber sido violada / un alumno vino re puesto y se robó una cámara, quiso pegarle a la coordinadora del espacio/ chicxs que lloran y te cuentan algo terrible / chicxs que no vienen más y te imaginás por qué. En el barrio y sus talleres aprendí a no dejar que mi cara cambie – ¿cuántas veces quise llorar y abrazar, o hacer algo más? No estaba permitido. Mi tarea era dar clases. Fui amable y concisa pero no me


sumergí ahí. Me tomaba los varios bondis hasta mi casa derrotada. Durante mucho tiempo pensé en cómo unir los mundos de lo sensible con el mundo duro y técnico de la imagen. Fui a un workshop de dos fotógrafas muy importantes de Argentina. Se cobraba en dólares y duraba 8 horas (¿alguien puede pensar en tiempos y precios reales?). Quienes presentaban proyectos para visionar pagaban más y quienes no, un poco menos, y éramos lxs oyentes : nos sentábamos al fondo, mirando desde afuera. Las dos fotógrafas consagradas nos presentaron la modalidad: ellas veían un trabajo, opinaban en voz alta, daban unos minutos a le fotógrafx para explicarse, te hacían mierda unos minutos, nadie podía opinar. Recuerdo que el no-opinar venía explicado con un “para no confundir a quien presenta…” que es básicamente un “no arruines mi opinión profesional consagrada atrayendo un debate estudiantil”. Ah, pero cada vez que volvíamos de recreo hacíamos una respiración grupal con los ojos cerrados. Vi a colegas ser destruidas por estas dos frente a lxs demás, pero ¿qué es ser destruidx en clase? Parece que bajo el manto de la excelencia, la agencia Magnum, el éxito en el primer mundo, la obra vendida y exhibida, los fotolibros en la mesita de café de algunx chetx se puede hablar de una obra sin compromiso emocional. Si quisiera que alguien haga mierda lo que hago le preguntaría a mi viejo. Ah re. Si alguien muestra un trabajo nacido desde lo profundo de su núcleo emocional no creo que esté bueno darle con un caño. Seguramente entre todes quienes damos talleres encontremos maneras distintas de criticar constructivamente un trabajo. A mi me gusta preguntar, entender, ponerme en el lugar del otrx. Si no me gusta hago malabares mentales para encontrar las palabras. Jamás diría con la autoridad de un policía ‘tu título es soso, cambialo’ / ‘esto no me dice nada’ / ‘esta foto es demasiado obvia’. Muchísimo menos en un auditorio frente a 60 personas y muchísimo menos en un encuentro de 15 minutos de revisión de portfolio. Los talleres y las revisiones de portfolio también son productos. Quienes llegan a talleres consultan, averiguan, preguntan referencias y finalmente eligen pagar -con lo que cuesta pagar algo acá, ahora- y confiar en el producto final, que es un buen taller o una devolución constructiva sobre un proyecto en desarrollo. La diferencia es que si te sentís vulneradx, ignoradx o maltratadx no podés calificar mal en una app o devolver lo que compraste. Se trata de tu obra y tu psiquis. Cada tanto a mis talleres cae alguien que fue a los prestigiosos espacios de los prestigiosos fotógrafox varones cis. Hablan de que lloraron por una devolución, o que al unirse al nuevo grupo vieron las sonrisas cómplices de quienes maman el pezón de esos docentes que creen que pueden tener chistes internos “de taller”, se sintieron avergonzadas. Una vez le pregunté a un colega fotógrafo por su taller de retratos. El me dijo: no sé si te va a interesar, es más político que tus fotos que son más…femeninas.


Conozco más tipos de los que quisera conocer, que invitan a sus alumnas a salir. O peor, a trabajar, y después las avanzan. Hace poco un viejo de la fotografía dijo que en sus talleres no se habla en inclusivo. Pienso en mis alumnxs trans, mis alumnxs no binaries y me hierve la sangre. Capaz sí, soy demasiado apegada. Escucho mucho y absorbo todo. Me involucro y me importa. Después de muchas clases semanales me doy baños de limpieza y prendo hierbas en casa, me pongo agua de florida, me curan el ojeo. Todavía tengo que encontrar un punto medio entre meterme demasiado y ser muy fría. Me ha costado el gris y me siguen gustando los extremos. Escuchar historias duras y ver imágenes dolorosas. La vida es eso. Taller de foto tiene que ser un poco de terapia. Tiene que ser compartir y abrirse, que la imagen te afecte, que veas crecer el proyecto del otre mientras el tuyo descansa, espera, y viceversa. Siempre estarán abiertas las puertas de los lugares en los que no te dejan entrar si no pagaste la cuota del 1 al 10. Cuando empecé Suki tuve miedo de competir con lo que considero las altas ligas de los talleres de foto, también dirigidos por mujeres. Recibí apoyo y cariño. Sé que ahí las cosas también son distintas, que hay aguante y empatía. Tenemos alumnes adolescentes, ¡cómo me hubiera gustado tener lugares así cuando era adolescente! Creo que en nuestros espacios hay como mucho 1 docente varón cishetero ¿por qué será? Hace poco un varón cishet me escribió para dar clases en Suki. Pensé en todo el protocolo que debería llevar a cabo para sumar a alguien que no conozco, ¡es más largo que el protocolo anti COVID19! Controlar que le tipx sea confiable. Estar ahí escuchando lo que dice, si habla en inclusivo, si respeta pronombres, si no hace chistes internos, machistas, clasistas, ahhh, la lista puede seguir. A esta altura que solo muestre artistas de la imagen varones o mujeres privilegiadas me molesta. Y pienso: ¡qué chota soy! Debería confiar más. Y me acuerdo: ¿cuántas veces probaron nuestros conocimientos? ¿cuántas veces tuvimos un alumno varón cis que nos desafió en clase? ¿cuántos CVs bien completitos tuvimos que justificar? ¿en cuántos trabajos tenemos que demostrar que sabemos muy bien lo que hacemos? Desde la educación, ahora le toca a ellxs..

* Nació en 1994. fotógrafx y acompañante en talleres de fotografía técnica y curatorial.




FotografĂ­as de Violeta Capasso



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