Edita: CEDER Merindades Realiza: Soleta PRO 09500 Medina de Pomar BURGOS Director: José Ángel Varona Bustamante Consejo de redacción: Iván Varona Ruiz José Ramón García Sánchez-Montañez Ana Irazabal Escribano José Román Miguel Martínez Juan Gonzalo Miguel Martínez Representantes CEDER Merindades en el consejo de redacción: Juan Esteban Ruiz Cuenca
Javier Mardones Gómez Marañón
Asesor científico: José Ángel Andrés Abad
Diseño y maquetación: Iván Varona Ruiz Cartografía: Soleta PRO
Archivo fotográfico: Soleta PRO
Colaboradores: Mª Nieves Ruiz Berasategui Ignacio Sáez Hidalgo Jesús Arce Garmilla Ernesto de la Peña Cuesta Ricardo Pereda Peña Imprime: Imprenta García
QUEDA PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL SIN
AUTORIZACIÓN ESCRITA DEL
CEDER MERINDADES.
Depósito Legal: BU.453-2010
PARALELO Número 10 - AGOSTO 2015
SUMARIO
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LAS MONTAÑAS QUE NOS DIERON NOMBRE. Varias décadas de práctica de montañismo, con miles de fotos centradas en las llamadas Montañas de Burgos, dificultan la selección del material adecuado para un reportaje en el que el autor y director de esta publicación presenta una reflexión personalista y absolutamente subjetiva acerca del valor paisajístico y la experiencia que aporta el contacto directo con el medio natural más hostil de Las Merindades.
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DESTINO: NORMANDÍA. Escenarios de guerra. Paralelo 43 regresa a Europa
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ARQUITECTURA TRADICIONAL. El sabor de un pueblo. Sin duda la
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y lo hace a un escenario que contribuyó de un modo definitivo a la conclusión de la II Guerra Mundial. Un viaje que también nos aproximará a Le Mont-St-Michel, uno de los lugares más conocidos y emblemáticos de Francia y nos aportará una visión general de sus atractivas tierras atlánticas.
arquitectura popular es una de las manifestaciones más características y que mejor definen a un pueblo. En Las Merindades, la arquitectura expresa sus esencias, sus relaciones con las regiones próximas y las necesidades de sus vecinos.
secciones Reportaje El reto se llama cumbre Galería de Las Merindades.
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Reportaje Cata de flores Senderismo PRC-BU 33 Canales de Dulla
EDITORIAL
Saludos desde Paralelo 43, una referencia geográfica y una revista que pretende referenciar geográficamente Las Merindades en el lugar que le corresponde, por historia y naturaleza.
El número que tiene en sus manos nos devuelve a los orígenes. Me refiero a los orígenes de muchos de los que componemos esta redacción y/o colaboran con ella. Y es que casi todos procedemos de la montaña. Nacimos entre montañas, vivimos entre montañas y practicamos montañismo. Las Montañas que nos dieron nombre es un reportaje con cierto aire de melancolía: nunca volveremos a tener veinte años, y tampoco volveremos a realizar las ascensiones que ya hemos realizado y que jamás olvidaremos. Pero es, quizás más, un sincero ho-
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LAS MERINDADES
La Toscana Perugia Lago Trasimeno Split Sarajevo Berkovitsa Majachkalá Karatau Almaty Bisket Mori Barkol Lago Painner Changchun Ussuriysk
Artem Asahikawa Sapporo Bandom Oregón Idoho Wyoming Sioux Falls Michigan Lago Michigan Toronto Lago Ontario Portland A Coruña Oviedo
menaje a unas montañas que han marcado nuestro camino, nuestro estilo de vida y que nos han convertido en lo que somos.
Un segundo reportaje nos lleva directamente a la más arraigada tradición de Las Merindades: su arquitectura. La arquitectura de nuestros abuelos, y yendo más allá, de todos nuestros antepasados. Una arquitectura que, en esencia y como todo lo tradicional, es de la tierra para el hombre y de vuelta a la tierra. Otro tema que nos apasiona y sobre el que hemos escrito mucho. Estoy seguro de que seguiremos haciéndolo, por respeto a nuestros ancestros y porque nos parece que de ella se pueden extraer muchas conclusiones de futuro. Además, es una invitación a viajar a lo más profundo de nuestras raíces.
La sección Más allá de la Frontera nos conduce en esta ocasión a otro lugar con el que nos une cierta vinculación emocional. Nuestro diseñador-jefe nos lleva a uno de sus destinos favoritos: Normandía.
Una ruta dedicada a los amantes de la caminata, en esta ocasión a través del paraje de los Barrancos de Dulla, entre Las Merindades de Sotoscueva y Valdeporres, nos introduce en uno de los lugares más emblemáticos de Las Merindades. Cántabros, romanos, peregrinos y carboneros transitaron por sus senderos con distintos fines. Ahora los senderistas pueden contemplar un lugar que aún conserva cierta magia.
Todo esto y algunos apuntes más para aportar color a esta tierra completa este número de Paralelo 43 que, como siempre, esperamos sea de su agrado.
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EL RETO CUMBRE SE LLAMA
El britรกnico George Leigh Mallory escalando en los Alpes franceses.
Lo distinto y ajeno produce extrañeza. Por ello es habitual la pregunta del profano acerca del porqué de poner en riesgo la propia vida subiendo altas montañas. Fue Mallory quien mejor ha desentrañado el enigma. Poco antes de su tercera expedición al Everest, ante la insistencia de un periodista sobre el porqué de tal obsesión, contestó con cierto enfado “because it is there”. Esta misteriosa explicación está cargada de sentido. Supone un “por qué no”, que en el fondo no es sino “por qué un porqué”. Ocurre que las preguntas condicionan las respuestas, y la pregunta por el porqué de algo conlleva un sinfín de presuposiciones metafísicas de enorme profundidad. Efectivamente, el porqué
nos sitúa de antemano en la creencia de que los fenómenos tienen unas causas o razones que los explican y determinan su acontecer. La motivación de esta creencia humana tan arraigada no es otra que nuestra pasión por el control, síntoma de debilidad que se suele traducir en imposición. Por eso sólo se le ocurre a un ser descontrolado y frágil donde los haya. Más aún durante la infancia, etapa en la que no quitamos el por qué de la boca. Pero no sólo deliramos con nuestra capacidad para explicar y comprender todas las cosas, sino que mistificamos causas, razones y leyes atribuyéndoselas a la propia realidad. ¡Fantasías animadas de ayer y hoy! Mallory lo sabía, y por eso contestó a la gallega. EL RETO SE LLAMA CUMBRE
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¿Es que acaso sabe alguien por qué... vivimos? ¡Dios sabrá! No se me ocurre otra cosa que esperar a ver cómo termina la película. Es decir, vivimos porque estamos aquí, porque ya estamos viviendo. Un adolescente al uso, que poco o nada sabe todavía de la vida, diría que vivimos o subimos montañas para disfrutar. Pero con esa mentalidad no se hace cumbre ni en el llano. No poder respirar ni dar un paso más poco tiene que ver con el placer. La respuesta es más simple. La montaña, como el afrontar la vida, se sube por lo mismo que no se sube: porque la tienes delante. Te provoca e incita, incluso te amenaza. Y el montañero asume el desafío. El reto, como la vida, es consigo mismo, la montaña es sólo el escenario. Mallory, con su enigmática contestación, preludiaba el misterio que envolvería su tercera intentona de subir el Everest en 1924. Desapareció junto a su compañero de cordada, Irvine, a más de 8000 metros de altitud en la cara noreste de la montaña. En su última anotación dejó escrito que avanzarían hacia la cima “en busca de la victoria o la derrota final”. El cuerpo de Mallory no fue localizado hasta 1999, a unos 520 metros de la cumbre. Todavía hoy no sabemos si subían hacia la cima o bajaban de ella. De haber coronado, se habrían adelan10
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tado 29 años al primer ascenso oficial. Pero lo que sí podemos asegurar es que con su “because it is there”, Mallory hizo cumbre, sin pretenderlo, en uno de los grandes temas de la filosofía contemporánea. Sabido es que el filósofo alemán Martin Heidegger definió al ser humano como Dasein (ser/estar ahí), indicando con ello la constitución ontológica propia de la existencia humana: apertura (Da) al ser (sein) mediante la interpretación de su sentido. Quiere ello decir que estamos abiertos al mundo, viéndonos envueltos en una constante interacción con las realidades que nos salen al encuen-
tro, mediante la que vamos dotando de significado a lo que nos acontece. Por ello, la cima que para un montañero supone un reto que le estimula y desafía, para el común de los mortales no significa más que un lejano e insignificante punto en el horizonte. Cierto es que el montañero puede perecer en el intento de coronarla o de vuelta al campo base, pero tampoco en el llano se vive eternamente. Además, en busca del cielo, quizá el montañero asuma con mayor conciencia su ser para la muerte (Sein zum Tode): “en busca de la victoria o la derrota final”. Porque, en última instancia, darse cuenta del carácter insustancial y efímero del mundo es el gran reto de la existencia, la cima del Everest de la
vida humana, que convierte al hombre en un ser humilde, al igual que la montaña empequeñece al montañero. Y sólo desde la humildad compartimos cordada y tendemos la mano, mucho más importante que hacer cumbre. Mallory era consciente de ello, y por eso asumió el reto aunque le costara la vida. Gracias a estos grandes hombres, arriesgados, aventureros y valientes, se abren nuevos caminos. No sólo en la montaña, sino en el pensar y el vivir. Y las cimas de las montañas dejan de ser lejanos puntos en el horizonte y se convierten en retos que nos desafían. Sin misteriosos visionarios como Mallory no sólo no hubiésemos llegado hasta allí, la cumbre del Everest, sino tampoco hasta aquí, en realidad a ningún lugar.
EL RETO SE LLAMA CUMBRE
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GALERÍA
Bosque de las Pisas. Valdebezana. Olympis E3 ISO 100 - F 8 V 1/20 segundos Fotografía: José Ángel Varona
DE LAS
MERINDADES
GALERÍA DE LAS MERINDADES
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LAS que
MONTAÑAS nos dieron nombre Texto de José Ángel Varona Bustamante. Fotografía de Iván Varona Ruiz y José Ángel Varona Bustamante
Cada valle de la montaĂąa pasiega esconde rincones idĂlicos.
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“Las Montañas de Burgos” constituye otro de los nombres con los que, a lo largo de la historia, se ha denominado a las tierras del norte de Burgos, a las que más recientemente se han dado en llamar Las Merindades. No se trata de un término excluyente puesto que en Burgos, evidentemente, existen más montañas. Más bien se trata de la extensión del término La Montaña, cuando ésta se refiere a las tierras de Cantabria. En cualquier caso, Las Montañas de Burgos fue un término ampliamente utilizado entre los geógrafos del siglo XX para definir este quebrado y montuoso territorio, caracterizado por la sucesión de valles y montañas que originan una complicada entidad orográfica. En este reportaje, Paralelo 43 pretende aproximarse a esta realidad a través de la experiencia adquirida a lo largo de varios años de ascensiones a las montañas que nos dieron nombre. Hace algo más de veinte años que algunos de los actuales colaboradores de Paralelo 43 fundaron el Grupo de Montaña Cota 1717, un hito que señalaba la altitud de Castro Valnera, la cumbre más
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alta y, sin duda, una de las más bellas del norte burgalés. Una montaña que a muchos de nosotros nos cautivó y a la que estamos enormemente agradecidos por habernos permitido disfrutar de sus encantos y de sus secretos. También por habernos expulsado en ocasiones. Por cerrarnos su acceso cuando, quizás de manera algo inconsciente, hemos intentado romper su intimidad en plena tormenta nocturna en invierno… Y, en todo caso, por habernos permitido, a la vez que disfrutado, aprender a valorar los riesgos que encierra subir allá arriba. De alguna manera, el Castru, como le llaman algunos pasiegos, ha impregnado nuestras vidas a la vez que ha sembrado en ellas la semilla del espíritu montañero tanto en nosotros como en buena parte de los aficionados de Las Merindades. Y de algún modo también, este reportaje pretende constituir un homenaje que, aunque a la montaña de Las Merindades en general, tiene mucho de al Castro Valnera en particular. No podría, ni quiero, calcular las veces que hemos hecho cumbre en las Montañas de Burgos. Tampoco las ocasiones en
las que la cima no era el objetivo. Las noches al raso, esperando el amanecer para captar con nuestras cámaras los primeros y nítidos rayos del sol. Me resulta imposible obviar las emociones: eran el objetivo en sí. Las montañas nos cautivaron y nos facilitaron el enamoramiento de nuestra tierra. ¿Hay algo más emocional? Cuando, desde la redacción, nos planteamos este reportaje pensé que el tema propuesto quizá fuese más propio de una novela con cierta carga autobiográfica. Me niego rotundamente a desvestirlo de la subjetividad que a muchos de nosotros nos ha marcado y nos ha diseñado el modo de vida. Desde la perspectiva que da el tiempo, los vínculos se agrandan y uno no puede dejar de emocionarse al recordar los tiempos en los que encontrarse con un montañero en el Castro era todo un acontecimiento. Era más probable hacerlo con un pasiego. Desde hace varios años, las cosas han cambiado. Ahora ya no quedan apenas pasiegos. Abundan los montañeros. El tacto del aire fresco de la mañana cuando uno se levanta de la incómoda
pero imprescindible tienda de campaña es de difícil descripción. Apenas una sutil caricia que aporta la fortaleza y energía necesarias para la ascensión. Por sencilla que sea. Aunque no tenemos obligación de acampar para ascender a las cumbres de nuestras montañas lo hacemos por pasión. Quizá también por la necesidad intrínseca de tocar la tierra, de dormir sobre ella, al raso, sin burbujas artificiales que nos impidan observar el firmamento. En una comarca característicamente montañosa como Las Merindades debería ser sencillo escribir acerca de sus montañas. Sin embargo no me resulta fácil. La simple enumeración de sierras, montes y cumbres no haría justicia a la belleza, la grandeza y la fragilidad con las que nos asombran. La narración de las ascensiones tampoco me seduce. No me interesan demasiado los nombres ni las altitudes, aunque nos permiten identificar por dónde andamos. Me interesan más las sensaciones que nos generan y que han ido, con los años, diseñando un modo de vida, siempre mirando allá arriba.
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Cada dĂa... una historia. Valle de Lunada.
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Dice un viejo y sabio refrán castellano: “Niebla en el valle, montañero a la cumbre”. Otro dice “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo”. Es el momento, cuando el grajo vuela bajo, de atacar la cumbre. Nieve dura, hielo, cielo raso, ropa de abrigo, crampones, piolet por si acaso, raquetas o tablas de travesía… Y una buena dosis de energía para afrontar el reto. Hacer de ello una aventura va dentro de cada uno y de su capacidad de imaginar. Si la niebla está en la cumbre, es mejor quedarse junto a la lumbre contando historias o rememorando experiencias.
desde su cumbre: es la ubicación, con vistas que se extienden kilómetros y kilómetros, como si de un mar se tratase, sobre una sucesión de valles y montañas, hasta llegar a lugares que el ojo humano tiene dificultades para reconocer. No es de extrañar, por lo tanto, que los romanos instalaran en sus alturas alguno de sus campamentos, como habían hecho con sus poblados los pueblos indígenas. De Dulla llama poderosamente la atención la configuración del relieve. Los barrancos, arroyos y cascadas hacen de este paisaje, a nuestro modo de ver, uno de los más atractivos de la provincia. Y concentrado en ape-
A mí me gusta el ejercicio de la imaginación. También el del recuerdo. Creo que es una buena combinación. El pasado y el futuro de la mano del presente. Por eso trato de describir en este reportaje una experiencia en la que ambas dimensiones son imprescindibles. Una experiencia que comenzó hace casi cuatro décadas cuando un grupo de amigos del colegio decidió, con apenas catorce años, hacer una acampada en los barrancos de Dulla. Aún no sé muy bien cómo se nos ocurrió aquella idea, ni cómo nuestros padres nos permitieron llevarla a cabo. El caso es que, acabado el octavo curso de la antigua EGB, decidimos que la era de una antigua carbonera sería lo suficientemente cómoda para instalar sendas tiendas de campaña. El lugar elegido nos atrajo como si de algo mágico se tratase. Siempre que vuelvo a Dulla recuerdo con nostalgia aquellos momentos. Peña Dulla, por lo tanto, se merece un lugar privilegiado en este relato. Fue el comienzo. A esta montaña la precede su nombre, quizá el nombre de una diosa celta. Además, a poco que uno preste atención se dará cuenta de su singularidad, lo que se confirma definitivamente LAS MONTAÑAS QUE NOS DIERON NOMBRE
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nas unos pocos kilómetros cuadrados de superficie. Por todos ellos se puede transitar. Es más, por todos ellos es un placer caminar. Y por todos ellos se puede acceder a la cumbre, aunque en algunos con mayor dificultad. A pesar de que existen varias opciones para adentrarse en esta sugerente montaña, la pequeña población de Quintanilla Valdebodres nos parece el punto de partida ideal. El mismo pueblo anticipa lo que está por llegar. Desde su plaza el GR 1 nos conducirá, durante los primeros kilómetros a través de un camino que en ocasiones se confunde con el arroyo, casi siempre seco, por el que sólo circula agua en épocas de intensas lluvias. El resto del tiempo, el agua se filtra y resurge en el Pozo del Infierno, junto al pueblo. Los barrancos fueron utilizados como pasos obligados, y únicos, desde tiempos prehistóricos. Más reciente fue su uso por parte de los carboneros que hasta bien entrado el siglo XX trabajaron en la zona. Por ellos acarrearon toneladas de carbón vegetal. Ahora son los cazadores y senderistas los únicos que los transitan.
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A partir de Quintanilla Valdebodres, los barrancos se suceden. Primero el de la Mata, por el que el GR 1 llega hasta cerca de Villamartín de Sotoscueva. Mucho antes, al poco de salir de Quintanilla Valdebodres, aparece el de Dulla (hacia el noroeste) que, a su vez, se bifurca dando lugar al del Campo de la Corza, ante el farallón conocido como del Cable. Allí, en la misma confluencia de estos dos últimos barrancos se encuentra el lugar escogido para aquella ya mítica primera acampada. Y allí, muy próximos, se encuentran los restos de un cable que los carboneros utilizaron para deslizar las cargas de leña hasta la carbonera. Fueron ellos los que construyeron también el sendero que salva el desnivel del barranco de la Coladera, que permite una ascensión directa a la cumbre. Son sólo pinceladas. En esta ocasión no pretendemos guiar sino sugerir, invitar a descubrir… En muchos aspectos, sucede algo parecido con la Sierra de la Tesla, ubicada al sur de los llanos de la Merindad de Castilla la Vieja y Medina de Pomar, entre los ríos
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Nela y Ebro. Por ello y a pesar de su escasa altitud es una de las montañas más conocidas de Las Merindades. Su localización geográfica la convierte también en un completo mirador en el que la vista tampoco alcanza a detallar el horizonte.
Un viejo amigo me decía hace años, “en invierno todas las montañas son hermosas”. Se refería al manto de nieve que las cubre, pero lo cierto es que en Las Merindades las montañas o están blancas o están verdes, no hay transición. Siempre están hermosas.
La Tesla tiene un atractivo singular. Además de que desde el punto de vista geomorfológico constituye un modelo de plegamiento digno de los mejores tratados de la materia, desde sus alturas las vistas son inigualables.
Existen muchas vías para acceder a la Tesla. En realidad, al menos tantas como pueblos se alojan en su entorno. Es la consecuencia del carácter silvoganadero de sus antiguos ocupantes. Algo de ello se trató ya, en profundidad en el número anterior de Paralelo 43.
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No obstante, las rutas montañeras más conocidas y atractivas son las que, por la cara norte, parten de Bisjueces, Barruelo y Quintanalacuesta. La primera cruza bajo el llamado túnel del viento y alcanza el Canto Modorrillo para desde él llegar con facilidad a la cima. Desde Barruelo, el acceso es más directo. También más exigente. Desde Quintanalacuesta un camino histórico asciende, por encima del castillo de Monte Alegre, hasta el portillo Medina, desde donde por la cuerda se llega a Peña
Corba. Entre ellas se puede realizar una interesante y sencilla travesía. La cima de la Tesla, Peña Corba (1329 m) es la culminación de una cuerda de más de diez kilómetros de longitud. Desde ella, pero también desde la mayor parte de la crestería, las vistas vuelven a impresionar. Lo hacen especialmente los Picos de Europa y la Montaña Palentina, con el Espigüete y el Curavacas claramente presentes. También la Sierra de la Demanda, presidida por el pico San Lorenzo. Y por medio el extenso páramo meseteño. El embalse LAS MONTAÑAS QUE NOS DIERON NOMBRE
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del Ebro, el reverso de los Montes de la Peña, murallón que separa los Valles de Losa y Mena. Los montes vascos… el horizonte parece no tener límites. Y los pueblos, más bien pueblecitos… desparramados a lo largo y ancho de la merindades de Castilla la Vieja y de Cuesta Urria, de Medina de Pomar, de Trespaderne, Tobalina…, en gran parte bajo el gran Monte Humión. Incluso nos parece distinguir algún pueblo de Losa y de Montija. Quizás también de Espinosa. En aparente caos las tierras de cultivo dibujan un mosaico de verdes y ocres que culminan en masas boscosas en cuanto el relieve impide los labrantíos. El río Nela, una vez dejadas atrás las estrecheces del valle en Cigüenza, serpentea liberado, aunque también sólo en apariencia. Desde aquí, desde la cima, parece que estemos contemplando una maqueta. Enfrente, como limitando la mesa de juego, y pequeños también desde aquí, algunos de nuestros próximos retos: Peña Lusa, la Cubada Grande, El Nevero del Poyuelo y, sobre todos ellos, el Castro Valnera, el Castru. La Tesla ha sido y es el destino favorito de multitud de niños y jóvenes de Villar-
cayo, Medina de Pomar, y Trespaderne. Se sea o no aficionado a la montaña, su ascensión es como un rito iniciático. Para los primeros es por la ruta del Canto Modorrillo. Para el resto, por la de Quintanalacuesta. Además esta montaña, incluso para los que tenemos cierta experiencia, permite sentir, en la cercanía, sensaciones propias de lugares más alejados, e incluso remotos. Me ocurre cuando me asomo a los vallejos de Barruelo, casi bajo la misma cima, y me enfrento a pendientes extremadamente pronunciadas que la senda evita por medio de un trazado relativamente suave. Hay momentos en los que uno está rodeado por montaña, solo ve montaña… Es cuando la montaña se hace sentir y te impregna de su esencia. A veces no es necesario ir muy lejos de casa para que eso ocurra. Quizá la necesidad de esa sensibilidad esté en el trasfondo de ese rito iniciático al que me refería en el párrafo anterior. Lo cierto es que según uno va ascendiendo por cualquiera de sus sendas, el mundo parece más pequeño. Y nosotros más grandes. Y también más libres. Una búsqueda que
No siempre han existido los selfies. En la Tesla, Valnera, o en los Alpes, esta era una forma de autoretratarse.
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todo montañero encuentra en la montaña. La Cordillera Cantábrica se alarga por oriente hacia el norte de Burgos y, aunque modesta, deja su impronta en la que nosotros siempre llamamos cariñosamente Montaña Pasiega. Una montaña con carácter y de carácter alpino, que aparenta ser más alta, más grande y más agreste de lo que en realidad es. Tanto que, sobre todo por su vertiente cántabra, las verticales asustan a los más valientes. Son montañas singulares desde diferentes puntos de vista. Algunos de ellos ya los hemos tratado en Paralelo 43 pues el mundo pasiego nos seduce y es inherente a estas montañas. Su aspecto alpino y su singular poblamiento disperso le valió el apelativo de la Pequeña Suiza con el que fue calificada por un admirado geógrafo de gran relevancia. Jamás olvidaré la primera vez que llegué al Bernacho. Fue una pura casualidad. Pura y bendita, añadiría yo. Apenas unos segun-
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dos de contemplación y la imagen se fijó en mi cerebro. Era otoño y las hayas contrastaban con el verde intenso de los prados potenciado por una luz limpia y nítida filtrada por la niebla que cubría las cumbres. Eran tiempos de diapositivas. La fotografía digital aún no se había ni tan siquiera pensado. Eran tiempos en los que para hacer una foto tenía que tener la garantía de que iba a quedar como quería. Para ello había que poseer el equipo adecuado, estar en el lugar adecuado y tener la técnica adecuada: a esta fórmula la llamé técnica ELT. Una técnica sumamente difícil. Pues bien, el Bernacho se convirtió en el laboratorio adecuado para, durante años y con un equipo que consideré adecuado, practicar y practicar hasta conseguir una técnica que di por adecuada. El Bernacho se convirtió en un lugar casi sagrado para mí. Pero sin duda el Bernacho, la antesala de la gran montaña de las Merindades, El Castru de los pasiegos, el Castro Valnera de los montañeros, es algo más que nuestra experiencia. Es un auténtico
museo al aire libre. Tanto desde el punto de vista natural como antropológico. El Castru aglutina los elementos más significativos de LA MONTAÑA con mayúsculas, el glaciarismo y el karst, con la esencia de un modo de vida ya prácticamente desaparecido: EL PASIEGO, del que no podemos obviar los elementos paisajísticos más importantes, los prados, la tapias, las cabañas… Un modelo de integración absoluta en un medio frecuentemente hostil que nos apasiona desde niños. En realidad, este lugar, cuya magia se dispara en nuestras cabezas durante los inviernos gélidos, fue el que dio nombre a nuestro grupo de montaña: COTA 1717. Y, desde su fundación, hace ya más de dos décadas, hemos paseado orgullosos esta modesta pero arraigada cota por la ancha Europa continental y por muchas montañas del planeta.
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Varias vías permiten el ascenso a la cumbre. Las fuimos descubriendo tirando de mapa, a la antigua usanza. Y explorando, usanza aún más antigua. Estudiando las curvas de nivel y explorando para, al final, toparnos con las sendas que otros montañeros más experimentados ya habían encontrado hacia años. Poco a poco las fuimos haciendo nuestras, poniéndoles nombre, personalizándolas hasta llegar a conocerlas como la palma de nuestras manos. Y poco a poco también, las fuimos compartiendo con amigos y montañeros que anhelaban nuestras experiencias y compartían también las suyas. Se llegue por donde se llegue, desde la cima del Castro Valnera las vistas le dejan a uno atónito. Hay quien dice que incluso en días extremadamente despejados se llegan a ver los Pirineos. Mi vista no alcanza tan allá, pero no me extrañaría. Desde luego, sorprende observar tan próximos y accesibles los lejanos e inaccesibles Picos de Europa, o el mar Cantábrico, con una vista excepcional del puerto de Santander. El pano-
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rama es indescriptible. No hay páginas en Paralelo 43 para enumerar los lugares con nombre propio que se ciernen a nuestros pies. Quizás tampoco para describir las sensaciones que genera la puesta de sol desde tan privilegiado observatorio. Es todo tan subjetivamente atractivo y tan personal que, a pesar de la riqueza de nuestro castellano, las palabras se quedan mudas ante la maravilla con que la naturaleza nos premia. Quizá en este lugar se haga realmente cierto el dicho de que vale más una imagen que cien palabras. Sin duda es la gran montaña de Las Merindades, su mirador y su referencia montañera. No en vano muchos alpinistas de renombre internacional visitan esta montaña con frecuencia. No es de extrañar puesto que, en realidad, el aspecto que ofrece, de manera especial, durante los inviernos, la convierte en una montaña muy sugerente para la escalada invernal y el esquí de travesía entre otras actividades de este tipo. Así, la cima de Castro Valnera se ha convertido en un punto de encuentro.
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El Castro Valnera sobresale en un conjunto de montañas de características similares, entre las que se encuentran Peña Lusa y el Cubada Grande, menos conocido, pero en absoluto menos atractivo. Sus vistas y su propia ascensión no tienen nada que envidiar a las otras dos y en invierno, la ascensión a través del pequeño valle de origen glaciar del Curro es indescriptible. Peña Lusa es la culminación del cordal septentrional del circo de Lunada, una serie de cimas cuyos nombres se suceden desde el alto de la Imunia hasta el Picón del Fraile, el más alto de la vertiente y ocupado desde hace varios años por una base militar. En las proximidades se localiza la pequeña estación de esquí de Lunada. La Lusa, como la llamamos cordialmente, nos permitió, hace muchos años, introducirnos en la técnica alpina. Algunos de sus corredores, sobre los que hace miles de años se asentaron los glaciares situados a menor altitud de toda la península Ibérica, nos sirvieron de escuela y nos propiciaron una accesibilidad razonablemente segura a esas técnicas. Todo ello consolidó un fuerte vínculo hacia esta montaña por parte muchos de los que formamos parte de este grupo y de esta redacción. En la actualidad, cuando transitamos por el puerto de Lunada, nuestros ojos responden gustosos a la llamada de la gran roca que ejerce de cumbre. Es la maravillosa llamada de la montaña, de nuestros orígenes, de quienes nos dieron nombre. Dormir en los sombríos hayedos que cubren sus laderas y esperar a que se eche la niebla, como es habitual durante el ocaso del día, es como desaparecer de la faz de la tierra, como cuando un niño se oculta tras sus manos, pensando que el resto del mundo no le puede ver. Así de sencillo… 44
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La noche invernal es ya toda una experiencia. Absolutamente inolvidable, aunque poco aconsejable si no se está correctísimamente equipado. Huir del peligro no es lo mismo que huir de lo desconocido. En todas las actividades que llevamos realizando décadas tratamos de minimizar los riesgos. A pesar del impacto que muchas de las fotografías, o incluso de las narraciones, puedan trasmitir, la seguridad es una de nuestras premisas y la de la mayor parte de quienes compartimos esta afición. Peña Lusa es una gran roca caliza emergida de la tierra sobre la que actuaron decisivamente los glaciares de finales del cuaternario. No es lo mismo, pero cuando la nieve la cubre, el aspecto, y un ligero ejercicio de imaginación, nos podría hacer comprender algunas de las formas que contemplamos. Formas absolutamente glaciares que sorprenden en estas altitudes y latitudes, pero perfectamente estudiadas y documentadas. Desde la cima, como sucedía cuando el Picón del Fraile era visitable, las vistas sobre
Cantabria son excelentes. También hacia Las Merindades, aunque el cordal formado por el Pico de la Churra, el Poyuelo y la Carrascosa ejercen de importante barrera visual. No en vano son también algunas de nuestras grandes montañas, las que dan continuidad a estas tierras pasiegas hacia la Merindad de Sotoscueva. En ocasiones nos topamos con ganado. Algunas cabras y yeguas pastan en libertad. Y nos recuerdan tiempos pasados. Apenas constituyen un testimonio de la intensa presencia ganadera que hubo en estas tierras hasta finales del siglo XX. No en vano, los pasiegos, de los que se trató exhaustivamente en un número anterior de Paralelo 43, vivieron por y para el ganado. Nos resulta absolutamente imposible separar estas montañas de las gentes que las poblaron. Forman parte de su idiosincrasia. Unas de las otras y viceversa. Lo mismo podríamos decir de la Cubada Grande, otra mole sobresaliente frente a la LAS MONTAÑAS QUE NOS DIERON NOMBRE
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cara sureste del Castro Valnera y que permite una buena panorámica del mismo. Son nuestras montañas, insisto, las que nos dieron nombre. Y los recuerdos, algunos lejanos y otros no tanto, pugnan por aflorar de nuestras cabezas según escribimos. Si el descubrimiento del valle del Bernacho fue providencial, no lo fue menos el del Curro, otro pequeño valle cerrado, que parece sacado de un libro de cuentos infantiles, en el que dos cabañas tienen el privilegio de ser sus protagonistas junto con una pequeña laguna en la que, en alguna ocasión, nos hemos topado con un par de aves acuáticas. Allí, en el Curro, en el límite entre las
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praderas, el bosque y el roquedo se encuentra una de las fresqueras más sugerentes y curiosas de la montaña pasiega. Desde la cima, las vistas son sustancialmente diferentes dado que ésta es una montaña céntrica y rodeada de otras de parecida altitud. En realidad, nos permite una panorámica excepcional del conjunto del que forma parte, del Castro Valnera, que está enfrente, de Peña Lusa, de la Imunia, de la Churra… Y también, en la lejanía, hacia el noroeste, de los Montes de la Peña, con el Peñalba y el Peña Mayor, que serán nuestros siguientes retos.
Sentado, junto al mojón que señala el vértice geodésico instalado por el Instituto Geográfico Nacional, regresan las profundas sensaciones que provoca la proximidad con la tierra. Uno se siente, con frecuencia, pequeño, pequeñísimo ante la inmensidad del mundo que se extiende a sus pies. El viento, a veces muy fuerte, que casi siempre está presente en estas montañas, transmite los murmullos de lejanos y anónimos sonidos que se funden con su
obtener en el entorno inmediato. No hacía falta ir a los Pirineos, a Picos, como habitualmente denominamos a los Picos de Europa ni, mucho menos, al Himalaya, para obtener determinadas sensaciones. Lógicamente sí para conocer nuevos lugares, para plantearse distintos retos y para realizar ascensiones potentes. Nosotros optamos por pasearnos por nuestra tierra, conocer cada uno de sus rincones, de sus pueblos… y de sus montañas. Casi nada fuera del alcance
propio silbido. Y de nuevo las palabras se quedan cortas para describir las emociones. Quizá ese sea uno de los objetivos de los aficionados a la montaña: vivir lo que no se puede describir.
de todos y cada uno de sus habitantes. Y así descubrimos y exploramos sendas y caminos, cuevas y simas, la flora y la fauna… Y, a fuerza de observar, de equivocarnos y de investigar, aprendimos. Las montañas de Las Merindades tienen mucho que ver en ello. Sintetizan buena parte de las cosas que nos interesan y que nos hacen tener
Hace ya varios años que nos dimos cuenta de que muchas de esas vivencias se podían
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conciencia de la identidad de nuestro territorio. Y también de su singularidad. Y singular es, como poco, la crestería calcárea que une el valle de Losa con el de Mena; kilómetros de longitud de un cortado que genera el característico, y casi siempre verde, paisaje menés, valle al que flanquea en su totalidad por occidente. Nos encanta este paisaje porque, entre otras cosas, señala la diversidad de Las Merindades, a la que siempre nos rendimos en Paralelo 43. Este gran roquedo que gana protagonismo según nos aproximamos tiene un aspecto infranqueable. Sin embargo la apariencia da lugar a algunos pasos conocidos seguramente desde tiempos prehistóricos, hasta el punto de que por alguno de ellos transitan caminos y senderos de cierta importancia histórica. Es el caso del llamado camino Árabe, que desde Villasana conecta con Castrobarto y por donde en la actualidad transita el GR 85. También el conocido camino de la Complacera tiene sus implicaciones, aunque mucho más recientes, o la senda de la Complacera, de cuyo uso nos han informado en reiteradas ocasiones viejos estraperlistas. Hay en definitiva varios pasos que hacen de esta montaña, lejos de una frontera, una conexión. Precisamente en las proximidades del Castro Grande (1094 m) se localiza el conocido túnel de la Complacera, construido a principios del siglo XX para 52
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transportar a lomos de los mulos el carbón vegetal fabricado en estos montes hacia la estación de La Robla. Frente al Castro Grande, separado por unos cuantos metros de vertiginoso vacío, se alzan los cuarenta metros aproximadamente del Pico del Fraile, mítico entre los paisanos del valle que, de algún modo, han hecho de él una seña de identidad. Entre los losinos, ese mismo lugar es conocido como el Diente del Ahorcado y, aunque su apariencia invita a la escalada, este espigón desgajado del Castro Grande no resulta, al decir de los propios escaladores, muy recomendable hacerlo debido al estado de descomposición de la roca. Éramos casi unos niños cuando descubrimos que, oh sorpresa, al otro lado del valle de Relloso, se encontraba el de Mena. Y qué decir del túnel. A quién se le pudo ocurrir hacer aquella obra… Lo cierto es que cuando uno llega al Castro Grande siente la necesidad de frotarse los ojos una y otra vez ante las sorprendentes vistas panorámicas que se le presentan. El Valle de Mena se contempla en toda su totalidad pero, como dice un compañero, más allá de Mena también hay vida, y vaya si la hay. Hay tanta que de nuevo, las palabras se quedan cortas e inexpresivas. Y huelga decir que uno se queda atónito tratando de enumerar los nombres de los lugares que acierta a identificar.
Pero si hay un sector de esta gran montaña que nos atrae de esta crestería a la que nos estamos refiriendo es el formado por la Peña Hornilla (1253 m), el pico San Mamés (1187 m) y el Peñalba de Lérdano (1244 m) que, junto con la Peña Mayor (1259 m), coronan el cordal. Se trata de una montaña que llama la atención tanto desde el valle de Losa, a la altura de Villabasil y Castresana, como desde el de Mena, desde donde aparenta ser infranqueable. Ambas vertientes tienen sus correspondientes vías de acceso. Y ambas son absolutamente distintas, y por tanto recomendables. Desde Mena una antigua senda que cruza bajo las vías del ferrocarril de La Robla – Bilbao ha permitido tradicionalmente las comunicaciones entre ambos valles permitiendo el acceso a las cimas desde un collado que recibe el nombre de Portillo del Lérdano. El estado actual de dicho sendero puede provocar algún despiste. En todo caso, este collado, donde se halla la cueva del mismo nombre con una de las salas subterráneas más grandes de España, fue paso, por sorprendente que pueda parecer, de estraperlistas y viajeros hasta bien entrado el siglo XX.
buen momento, tan bueno como cualquier otro, para hacer un merecido tributo a quienes cazaron por necesidad de supervivencia, a quienes trabajaron para llevarse algo de comer a la boca o a quienes fabricaron el carbón vegetal necesario para una sociedad que comenzaba su desarrollo industrial. Sin olvidar a los pastores que también dejaron sus huellas, sus refugios… Somos conscientes de que nos dejamos en el tintero muchas montañas de Las Merindades, de estas Montañas de Burgos, de La Montaña. No por ello nos olvidamos de ellas, del Coteru la Breña, ya casi más conocido como el Cotero, del Zalama, del Revillallanos, del Cielma y de otros muchos, de menor altitud quizá, pero no de menor vinculación con nuestro nombre, con nuestro pasado y esperamos que con nuestro futuro. Es solo una mera cuestión de espacio. Hemos querido que sean las imágenes las que hablen por sí y esperamos que las retinas que las capten sean capaces de trasladar al cerebro las emociones que tratamos de trasmitir.
Desde Villabasil otra senda, a veces más intuitiva que real, también se aproxima a la cumbre. Pasa cerca de una antigua lobera, una de esas trampas para cazar lobos que tan frecuentes son en Las Merindades, hoy desgraciadamente en lamentable estado de ruina absoluta. La cumbre es un buen lugar para observar, pensar y repasar. Túnel, carboneo, lobera… forma parte, todo ello, de un testimonio antropológico, de un pasado que impregna, se quiera o no, todas nuestras montañas de humanidad. Ahora, que subimos por deporte, por afición, por curiosidad o por un reto con nosotros mismos, es un LAS MONTAÑAS QUE NOS DIERON NOMBRE
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Hay una llamada. José Ángel, el director de esta publicación, me pide escribir una aportación en un número dedicado a “Las montañas que nos dieronn nombre”. Me parece un título precioso y tremendamente sugerente… de lo que cada uno quiera imaginar. Esas montañas son las montañas pasiegas. Esa sierra que separa el norte de la provincia de Burgos con Cantabria, y que es la cuna de nuestra afición al montañismo, pero también a la espeleología, al senderismo… y desde ahí a otras muchas cosas, como la Educación Ambiental, el esquí, el barranquismo, la bicicleta de montaña o tantas otras actividades relacionadas con la naturaleza. E incluyo la Educación Ambiental (que a más de uno le llamará la atención) como algo que reúne en una sola práctica, aquello en lo que puedo resumir todas y cada una de actividades. Poco me importa el medio: un arnés, una bicicleta, unos esquíes o lo que queramos. El denominador común es el disfrute y el respeto por la naturaleza. Empecé a salir al monte siendo un chaval. Cuando los compañeros de club me preguntan cuántos años llevo haciendo espeleo, y les digo que más de 35, echan cuentas y es muy fácil: mi primera cueva fue teniendo 13 años. Pero ya mucho antes había empezado a salir a buscar fósiles, a hacer cabañas a la orilla del río y a hacer excursiones, ya sea a pie o en bicicleta. Realmente fue fácil, ya que estar rodeado de esta explosión de naturaleza nos lo ponía en bandeja. . Después de un tiempo, me dí cuenta de que me importaba poco lo que hiciera, pero que siempre, en el fondo, había una necesidad de transmitir las emociones que me provocaba el hecho de estar en contacto 54
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directo y profundo con la naturaleza. Y, claro, nada más profundo que en el fondo de una cueva. Chiste fácil aparte, la sensación de encontrarse cara a cara con un bosque, una pared que trepar o simplemente un río en el que bañarse, me ha generado siempre unas sensaciones inigualables. No vamos a descubrir ahora lo que ha supuesto con los años la necesidad de respetar la naturaleza. El expolio que hemos hecho de sus recursos nos obliga a una serie de restricciones, que ahora vivimos como tales porque nos son impuestas, pero que desde siempre han tenido otra lectura. Los que viven de la explotación de los recursos naturales, del contacto íntimo con la naturaleza, saben bien que es necesario hacer las cosas de una determinada manera para que esos recursos sigan estando ahí y que nos procuren, año a año, todo lo que necesitamos para subsistir. Por desgracia, al tener un estilo de vida más urbanita y consumista, hemos perdido el sentido de lo necesario que es esto para que cada vez más seres humanos podamos desarrollarnos y sobrevivir como especie, y que haya sido necesario regular y prohibir determinadas prácticas. Pero mi sensación, siendo jovencito, no tenía nada que ver con el hecho de que la pervivencia de todo esto estuviera en peligro. Simplemente sentía la necesidad de respetarlo porque sí. Sería su belleza, sería la paz que me transmitía o a saber qué. Últimamente, a raíz de mi trabajo como naturópata, estoy leyendo cada vez más textos en los que se insiste en la importancia que para el desarrollo de una persona tiene el contacto permanente con la naturaleza: desde los beneficios consabidos de tomar el sol (prudentemente, que con lo malita que
tenemos la capa de ozono hay que tener un cuidado que antes no era tan serio), hasta abrazar a un árbol de vez en cuando, hay toda una gama de situaciones en las que el contacto con lo natural nos aporta cosas intangibles y sin embargo fundamentales para nuestra vitalidad e incluso para nuestro sentido de la espiritualidad. Para mí, la máxima expresión de todo ello es la montaña. Habrá quién se plantee el eterno dilema entre montaña y playa a la hora de elegir sus vacaciones. Que conste que me gusta la playa (y de hecho practico otros deportes relacionados con el medio marino, como el buceo o el windsurf ). Pero como la montaña, nada. La sensación de verla allá arriba al comenzar a caminar, y de poder darle la vuelta a la perspectiva cuando estamos en lo alto… El sabor entre dulce y agotador de contemplar el paisaje desde la cima, después de una buena caminata o ascensión, con el viento en la cara… Quién no lo haya experimentado se pierde una parte bien importante de la vida.
porque es como el primer beso: no se olvida nunca, es el que más te marca. Hay un dato innegable. En el Registro Civil figura quiénes son nuestros padres. Figura nuestro nombre, entre otros muchos datos. Pero hay algo que no está escrito más que en nuestro corazón. Aunque estas montañas no nos han puesto nuestro nombre, han contribuido a que nuestra identidad y nuestra personalidad se refuerce. Que seamos más Jesús, más José Ángel, más Iván, más Jorge o más Nacho. Porque no seríamos los mismos sin haberlas conocido, vivido y disfrutado. Por eso también podemos decirles gracias, porque han ayudado a que nuestros nombres tengan sentido y hayamos llegado a ser lo que somos hoy en día.
Y claro, no puedo dejar de pensar en las montañas que me han llevado a esta afición. Iván, el editor de esta publicación, no para de repetirme que las montañas de Burgos son el súmmum del montañismo. Y realmente le entiendo, porque él, que ha mamado las rutas por aquí desde que a sus 6 meses sus padres le sacaron por primera vez de acampada, o potenciado desde los 8 cuando subió por primera vez con su padre y conmigo al Valnera, tiene ese concepto de las montañas pasiegas. Puede haber otras más altas, más escarpadas, con mejores vistas o más bonitas (sabiendo que esto último siempre es una apreciación totalmente subjetiva), pero ninguna que le (nos) haya marcado tanto, LAS MONTAÑAS QUE NOS DIERON NOMBRE
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Texto y fotografías de Iván Varona Ruiz
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La fortaleza de Le Mont-St-Michel da la bienvenida a Normandía a los visitantes que llegamos desde el sur. Sea con luz, o sin ella, no te deja indiferente.
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Arromanches fue uno de los lugares seleccionados para la construcci贸n de los puertos Mulberry. Puertos construidos con bloques de hormig贸n preformado trasportados desde Inglaterra a trav茅s del canal de la Mancha de forma r谩pida y efectiva.
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Cementerio Estadounidense de NormandĂa.
TRAS LA FRONTERA La noche del 6 de junio del año 1944 el Comandante Supremo Aliado, Dwight David Eisenhower, ordenó el comienzo la denominada, en clave, Operación Overlord, la Batalla de Normandía. Todo comenzó con la Operación Neptune, más conocida como el desembarco de Normandía, o día D: el momento en que las fuerzas aliadas tomaron tierra en las costas normandas con el firme propósito de recuperar el control de Europa. Aquella noche, 1200 aviones, 5000 barcos y 160 000 soldados cruzaron el Canal de la Mancha desde Inglaterra. Los historiadores calculan que durante la operación Overlord fallecieron 4314 vidas de los 153 245 soldados que desembarcaron en las playas normandas el 6 de junio. Para entonces las fuerzas aliadas habían recuperado el control de Francia. La reconquista de Europa había comenzado. La libertad de Europa estaba en camino gracias a las fuerzas militares de los Estados Unidos de América, Inglaterra y Canadá. Desde aquel acontecimiento histórico todos los soldados que han caído en combate han sido tratados como héroes de guerra: personas que lucharon por la libertad de Europa y que, sabiendo que iban directos a la muerte, lucharon por sus naciones y por la libertad de sus familias y sus países vecinos. En la actualidad, uno de los mayores atractivos de esta región histórica de Francia son los escenarios de aquella guerra que aún hoy, 71 años después, se conservan en perfecto estado. Monumentales, y nunca mejor dicho, cementerios provocan en quienes los visitan un profundo amargor ante los resultados de tal barbarie: 9389 tumbas sólo en uno de ellos. Sean bienvenidos a la crónica de un viaje que además de pretender ser un homenaje a los soldados que fallecieron por Europa, pretende exponer un territorio increible y atractivo. ¡Bienvenue en Normandie! 63
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a región francesa de Normandía no existe como tal. En realidad son dos regiones: la Basse-Normandie y la Haute-Normandie. Están situadas en la costa noroeste de Francia, lindando por la costa, al norte con Picardie, y al sur con Bretagne. Es la región donde desemboca en el 0céano Atlántico el parisino río Sena. Caen y Rouen son las capitales de sus respectivas regiones: Caen de la Basse, y Rouen de la Haute. Apenas a 200 y 100 km respectivamente de la capital de Francia, Paris. Pero empecemos por el principio... La llegada oficial a Normandía se hace por la parte más sureña de las regiones, a la vez que probablemente una de las más conocidas internacionalmente, Le Mont-St-Michel. La península de Le Mont-St-Michel, convertida en ocasiones en casi una isla, es el tercer lugar más visitado de Francia. Solo por detrás de la Torre Eiffel y el castillo de Versalles. El viaje comienza al ocaso… Cuando el sol cae en el mes de abril. El primer objetivo está a casi mil kilómetros: Le Mont-St-Michel. Revisamos haber cargado todo lo necesario para pasar un par de semanas en el norte (y por lo que llevamos, un mes) y arrancamos. Cambiamos a modo viaje. Velocidad de crucero, tranquilidad, un cuaderno en blanco donde anotar cualquier anécdota y gasto. Miranda de Ebro, Vitoria y San Sebastián. Primera parada, repostamos por eso del miedo al precio del gasóleo en Francia y cruzamos la línea imaginaria que separa a España del país galo. El último “buenas tardes” en unos cuantos días. Los teléfonos empiezan a pitar advirtiéndonos del susto que nos espera como uses la tarifa de datos o abuses de llamadas a casa. En unas decenas de kilómetros ya estamos centrados en la
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E5, la autopista que va al norte, a Bordeaux, a Paris: la nuestra. Kilómetros y kilómetros de pinos nos acompañan por la región des Landes. Ya entrada la noche cruzamos Bordeaux y continuaos hacia Niort. Los kilómetros caen y las horas también. Hemos rodado más de la mitad del viaje. Toca descansar. Al día siguiente, adentrada la mañana, el sol invita a continuar el viaje. En pocos kilómetros los carteles nos advierten de que estamos entrando en Bretagne, protagonistas de viajes pasados, y probablemente, de algún futuro reportaje de Paralelo 43. Tras circunvalar sin contratiempos Nantes y Rennes empiezan a aparecer en los carteles Dinan y St-Malo. Nos tienta su cercanía y sus maravillosos recuerdos, pero debemos mantener el rumbo y continuar hacia Le Mont-St-Michel. Su silueta rompe el horizonte a medida que nos aproximamos. La carretera secundaria avanza entre verdes maizales y zonas de cultivo a veces interrumpidas por granjas que parecen sacadas de los Playmobil. Una fortaleza en la costa francesa. Kilómetros de arena quedan a la vista cuando las mareas bajan, incluso cuesta trabajo ver el agua a lo lejos, pero la imagen más imponente acontece cuando sube la marea. Apenas unas decenas de metros unen el islote con tierra firme, con La Caserne. Puertas y murallas medievales. Empinadas cuestas para llegar a la parte más alta, la abadía presidida por la capilla de Notre-Damesous-Terre. Hoteles, restaurantes y tiendas de recuerdos perfectamente adaptados al medio reciben a los más de tres millones de visitantes anuales. La vista diurna sorprende, pero la nocturna, conquista.
Desde esta ciudad hacia el norte, una larga playa ocupa toda la zona oeste de Normandía. Dividida por pequeñas desembocaduras y algunos acantilados puntuales no muy altos. Viajamos paralelos a la costa. Un acceso a la playa nos invita a detenernos para comer. Nos separamos unos kilómetros de la costa para visitar Coutances, su catedral y las cuidadas calles de su casco viejo. El guión de nuestro viaje lo marca la línea de costa. En esta ocasión, una vez en Normandía, los kilómetros diarios de coche no van a ser muy elevados. Los días ya son largos y las carreteras secundarias, ligadas a la gran cantidad de señalización turística, nos hace dar vueltas a derecha e izquierda de nuestra ruta-guión.
Hasta aquí estaba planificado el viaje. Así es. De aquí en adelante, acontecimientos, lugares y demás zonas visitadas fueron improvisadas día a día, guiándonos por señales viarias, información de las oficinas de turismo locales, y tal vez algo de instinto para encontrar rincones apartados y pueblos costeros olvidados por las guías turísticas. Partimos, muy adentrada la noche, de Le MontSt-Michel rumbo norte para continuar por la costa normanda. Vamos hacia Grandville. Un pequeño pueblo que nos servirá de cobijo durante unas horas. Mientras avanza la mañana paseamos por sus calles. Como siempre, ciudades con una estética muy cuidada, limpias, y silenciosas a pesar de ser pleno día. La parte alta ofrece unas bonitas vistas de la ciudad, de su puerto vacío de agua por la bajamar y de un pequeño faro que domina el otero donde esta la parte alta de la ville.
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En Barneville-Carteret hacemos la siguiente parada significativa. No exactamente en la localidad, sino siguiendo la rue du Cap, hacia el faro de Carteret. Un pequeño faro de base cuadrada con dos casas en su retaguardia, apenas elevado una decena de metros sobre el nivel del mar. Normandía, sobre todo la Basse, es prácticamente llana.
A pesar de contar con buen tiempo, el viento nos recuerda constantemente donde nos encontramos. Casi todo los días es necesario abrigarse para evitar que la brisa nos deje helados. En pocos kilómetros por la costa nos topamos con la central nuclear de Flamanville. La imagen impresiona. Una de las cincuenta y nueve que Francia posee (y alguna más en proyecto). En los alrededores de Biville una pista sin asfaltar nos conduce a través de inmensas dunas hacia el mar. La zona nos permite estar protegidos del viento y poder preparar una cena sabrosa alejados de la civilización.
En cuanto cae la tarde no hay coches ni gente. Aprovechamos para descansar. Ahora sí, y tras echar una ojeada al mapa de Europa, tenemos un próximo destino claro: Goury, el faro de Goury. Y su pequeño pueblo. Cuando llegamos quedamos sorprendidos: seis casas recogidas en una pequeña ensenada vacía por la bajamar y el faro en una zona pedregosa, unos metros mar adentro. Todo rodeado de verdes pastos… en un ambiente húmedo, fresco y brumoso. A pesar de estar algo alejado de los centros de visita de esta región, hay turistas. Aunque apenas un par de coches y dos autocaravanas. Un pe-
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queño paseo por la costa, para intentar fotografiar el faro de cerca, nos permite ver cómo una cuadrilla marítima repara una baliza entre rocas que indica el acceso al pequeño y recogido puerto. Dejamos atrás el cabo de Le Hague y continuamos el camino. Ahora hacia el este. Pasamos por una zona vallada, con vigilancia, que por la noche, repasando la ruta y buscando en internet, descubrimos que es el centro COGEMA de La Hague: una planta de reprocesado de combustible nuclear situada en la península de Cotentín. Por la costa y tras sortear varias carreteras cerradas al tráfico por obras, llegamos a Cherbourg-Octeville. Decidimos pasear y dedicar el resto del día a esta ciudad. Primero visitamos la Place Napoleón, y después la Plage Verte. Esta última traducida al español, playa verde. Un enorme parque con todo tipo de instalaciones deportivas donde los más jóvenes acuden, incluso en horario escolar, a hacer deporte. Aunque lo más llamativo de esta ciudad, al menos para quien escribe este relato, fue La Cité de la Mer. Un museo, centro de interpretaciónb muy atractivo hasta para los más pequeños. Se recrean historias de las exploraciones marinas, de barcos míticos como el Titanic, y de los submarinos y mini-submarinos que desde hace años se dedican a explorar el fondo marino, y los pecios más misteriosos. Con el nuevo día continuamos recorriendo la costa de la península de Cotentín hacia el este. Pasamos junto al Cap Leví y nos dirijimos hacia otro destino marcado desde los primeros días de estancia en Normandia: Phare de Gatteville. No hacen falta señales que indiquen su ubicación. Su perfil se deja ver en el horizonte a varios kilómetros desde 1824 cuando fue construido tal como se conserva en la actualidad. Setenta y cinco metros de altura y más de cincuenta y cuatro kilómetros de alcance (rango).
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Toca cambio de rumbo. Viajamos hacia el sur y hacemos una visita a Barfleur. Otro pequeño pueblo costero con un puerto bien protegido de las aguas abiertas. Tenemos otro punto marcado en nuestra ruta: visitar en Quettehou la casa de unos amigos. Unos amigos singulares. Viven en Versailles pero aquí, en Normandía, tienen su casa de veraneo, y ahí va lo curioso: los conocimos porque descienden de Las Merindades, exactamente de Valdebezana. Todos los años pasamos unos días juntos y aunque no se encuentran en Normandía, nos proponemos hacer una visita a su casa. Un cartel turístico nos conduce a Le Vast y La Pernelle, donde aprovechamos para refugiarnos y pasar otra noche. El viaje llega a una de las zonas más significativas y que más recuerda al título del mismo: escenarios de guerra. Hasta este momento nos hemos encontrado con algunas zonas donde bunkers y puestos de vigía se destacan entre verdes praderas, increíbles faros y bonitos pueblos costeros, pero ahora llega lo más increíble: cartel que nos indica: Batería Alemana de Crisbeq.
Pintoresco. La batería que te sumerge en cualquiera de las películas de la II Guerra Mundial. Cañones y un pequeño hospital bunquerizado… indudablemente un escenario de guerra. La cercana localidad de Sainte-Mère-Eglise es conocida por la anécdota ocurrida durante la noche del 5 al 6 de junio de 1944: una lluvia de paracaidistas cayeron esa noche sobre el pueblo, y uno de ellos quedó enganchado y colgado de un saliente del tejado de la iglesia. En la actualidad, hay un muñeco colgado en recuerdo del soldado John Steele. Cerca de la plaza se encuentra el museo de las tropas aeroportadas Airbone y en las afueras, la batería de Azeville. Es imprescindible e inevitable acercarnos a uno de los lugares más reconocidos, por historia y películas del desembarco: la playa de Utah, tal vez más reconocida como Utah Beach. El 6 de junio se produjo
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Vamos conduciendo nuestro viaje adaptándonos a señalización, folletos… Y esto nos conduce a un lugar ineludible, y se nota en el tráfico: es la Pointe du Hoc. Una zona elevada unos treinta metros sobre el nivel del mar que albergaba seis cañones capturados de la I Guerra Mundial, modelo GPF 155 mm K418 colocados en fosas abiertas. Su posición entre las playas de Utah y Omaha obligó a que los cuerpos de élite del ejercito estadounidense a atacar la batería de cañones del ejercito alemán para asegurar el éxito de la operación Overlord. Todavía hoy, cuando se visita la zona, se pueden observar los cráteres provocados por los bombardeos los días anteriores al ataque definitivo.
el desembarco en esta playa, la más occidental de todas las usadas para el ataque con el que se inició la reconquista. Monumentos, memoriales y museos se aglutinan junto a los parkings. Americanos, canadienses, británicos, alemanes y turistas de todas las naciones visitan la zona. Siguiente destino: cementerio militar alemán de La Cambe, cerca de Bayeaux. Más de 21 000 militares yacen en el mayor cementerio militar alemán de Normandía. Cuando cruzas las puertas… se hace el silencio. Miles de lápidas en el suelo en torno a un gran monumento central. Decenas de personas fotografían, reflexionan y visitan a sus antepasados caídos en combate hace más de 60 años.
Omaha beach. Playa de Omaha. Ocho kilómetros de playa. Gigantesca. Será por lo que se lee y se ve, pero no cuesta nada imaginarse a cientos de buques desembarcando tanques, militares… Aviones sobrevolando la zona… bombardeando y derramando una lluvia de paracaidistas tierra adentro. Aprovechamos para comer en una zona algo apartada. Los monumentos son una constante y en esta ocasión no iba a ser menos. Es una playa… pero una playa que tuvo un papel fundamental en la operación Overlord.
Tal vez el más grande, vistoso y visitado sea el Cementerio Americano de Normandía. A pocos metros de la playa de Omaha. No es el más grande en cuanto al número de soldados enterrados pero sí en extensión y a efectos monumentales. Un gran edificio de entrada y una fuente precede a las 9387 tumbas de las que 307 no han sido identificadas y una pertenece a la I Guerra Mundial. Sobre un manto verde, y más cuidado que un campo de golf, miles de personas pasean y observan, silenciosos, brindándoles segundos o minutos de silencio a aquellos desconocidos que lucharon por la libertad de Europa. Es una sensación extraña acceder a uno de estos cementerios que visitamos durante el viaje. A fin de cuentas, aunque parezcan parques, no dejan de ser lo que son, campossantos. Todo el mundo guarda silencio. Sólo algunos niños corren por el césped. Algunos algo ya mayores, incluso adultos, deambulan por los pasillos entre tumbas ataviados con pertrechos dignos del ranger americano más preparado para el combate. Bayeux inrrumpe en nuestra ruta costera. Su casco histórico junto con su famoso cementerio nos ocupa buena parte del día. En Arromanches-les-Bains pasamos de la zona de Omaha a la zona denominada en clave para el día D “Gold Beach”. Arromanches fue uno de los lugares seleccionado para la construcción de los puertos Mulberry. Puertos construidos con bloques de hormigón preformado trasportados desde Inglaterra a través del canal de la Mancha para poder construir una zona portuaria de forma rápida y efectiva. Los bloques unidos eran arrojados al mar en su destino. En Arromanches aun se conserva, aunque en mal estado, uno de ellos. El otro fue destruido pocos días después de su construcción por una gran tormenta. DESTINO:
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que se encuentran en primera línea de costa. Los normandos, a pesar de ser abril, esperan las jornadas soleadas como agua de mayo, y siendo domingo, la playa esta llena de gente. Incluso nos sorprende una carrera de cuadrigas en plena línea de costa. Los caballos galopaban sobre el agua salada.
En la batería de Longues las sensaciones fueron algo diferentes. Se encuentra unos centenares de tierra adentro, sobre unos pequeños cantiles rocosos. Pero la niebla había cubierto la zona y no dejaba ver a veinte o treinta metros. Esas siluetas de los bunkers entre la niebla, a plena luz del día, pero apenas visibles, daba para pensar: en posición alemana, en situación de combate, y sabiendo que miles de Aliados están comenzando el desembarco, el estrés de esos soldados por ver lo invisible tuvo que ser terrible. Hasta ahora hemos pasado por alto en el relato un acontecimiento que poco a poco acabaría marcando el devenir del viaje: el día que partimos de Le Mont-St-Michel camino de Granville, o sea, camino de nuestra segunda noche en Normandía tuvimos un problema mecánico. El embrague del coche hizo un advertencia seria… Lo que nos obligó a tener mucho cuidado durante todas las idas y venidas, entradas y salidas a lo largo de todo el viaje… Como acabó la historia lo descubriremos cuando toque… Continuemos… Ouistreham es un pueblo costero que nos da una jornada de tregua, a nosotros y al coche. Decidimos pasear por la playa y disfrutar tanto del día soleado, como de las enormes casas-mansiones
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Con todo el día libre nos acercamos a la oficina de turismo. Nos informamos de zonas de interés visitables. La avería en el vehículo nos preocupa y no vamos a poder llevar a cabo nuestro plan inicial: llegar hasta el Norte-Paso de Calais. Vamos, para variar, improvisando sobre la marcha y con un objetivo: regresar a España sin tener que pasar por un taller... Nos separamos de la costa de nuevo, tierra adentro, hacia el País de Auge, para visitar el pequeño pueblo de Beuvron-en-Auge. Pequeño pero increíblemente cuidado y bonito. Prácticamente todas sus construcciones poseen entramado de madera en sus fachadas. El paseo es un disfrute total y sin duda la visita bien merece la pena. Muy cerca nos topamos con el St-Désir-de-Lisieux War Cementery. Mas pequeño que los visitados hasta ahora (3735 tumbas) pero no por ello menos emotivo. Apartado, y con apenas plazas de aparcamiento, nos permite estar en soledad un rato. Sentados, tomando fotografías e incluso echamos un garabato y tres palabras en el libro de visitas que está en el edificio de entrada. Pasamos la noche en Deauville. Pero antes, para coger el sueño, paseamos abrigados por
Trouville, ambas villas separadas únicamente por el río La Touques. Damos una vuelta por el casino Barrière, por los pocos restaurantes que aún permanecen abiertos… Y en un sitio apartado, cerca del puerto pasamos la noche. La línea de costa nos conduce irremediablemente hacia la desembocadura del parisino río Sena en el océano Atlántico. Pero antes nos topamos con Honfleur. Detenemos la marcha sin duda. Una ligera brisa que trae algunas gotas no nos hace dudar. El pequeño puerto esta rodeado de edificios que bien merecen una fotografía. Un ambiente portuario, alegre a pesar del día nos permite pasear tranquilamente y encontrarnos con la iglesia de Santa Catalina. Una más, pero curiosa. Llama la atención que haya madera por todas partes: el entramado exterior, y prácticamente todo el interior: suelo, vigas, techo…
Aunque algo distante, vamos a Le Bec-Hellouin. La Torre de San Nicolás, en la abadía de Le Bec, es nuestro objetivo. Cuando llegamos, el pueblo nos sorprende, pero como casi
todos: cuidado y limpio, y sin duda atractivo para la cámara fotográfica. El entorno impresiona: jardines y bosques que a veces tapan la impetuosa planta de la torre.
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Aparece el imponente Pont du Normandie. Un puente con una imagen increíble, impresionante. Es la segunda vez que lo atravesamos, la anterior fue en el 2002. Sigue igual… igual de increíble. Más de dos kilómetros de longitud y 200 metros de altura. Es gigantesco. En el peaje, un área de servicio nos permite pasear y cruzar de lado a lado andando. En la otra orilla… Le Havre. Una ciudad que posee el segundo puerto marítimo más grande de Francia y cuyo sobrenombre es Puerta Oceánica. Después de unos cuantos viajes nos hemos dado cuenta que de nada sirve querer ver todo. Me explico: por mucho que intentes ver, por mucho que corras o muchas horas que callejees… nunca vas a ver todo, ni tan siquiera lo imprescindible. Así que, con calma, nos damos un paseo por la zona portuaria y la playa, y aprovechamos para visitar la iglesia de SaintJoseph du Havre. Radicalmente diferente a las comunes, curiosa por ello. Cuadrada, con el altar en medio, y un gran campanario… Todo construido en hormigón. En el anterior viaje también lo visitamos, pero qué importa visitar un sitio dos veces… si es de tu agrado. Vamos hacia Etretat. Otro de los lugares reconocidos internacionalmente. Playas de canto rodado, y unos arcos naturales increíbles en sus acantilados hacen las delicias de fotógrafos y turistas. Amanecer o puesta de sol, bien de día, incluso de noche, la vista de los blancos acantilados es asombrosa. Llegamos avanzada la tarde, pero aún de día, y nos ponemos a pasear por la playa en dirección a los “agujeros”… Pasamos uno… llegamos a otro… y a pesar de estar vigilando la marea, nos sorprende y nos pone en problemas para regresar al pueblo. Tenemos que meter cámaras, teléfonos en la mochila, quitarnos los pantalones y chamarra, y… probar el agua del Atlántico. La mochila en las manos… manos arriba… y… toca mojarse. Tenemos que bor-
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dear un pequeño arrecife que apenas treinta minutos antes estaba completamente seco. En el relato consta como una mera anécdota pero en aquel momento fue una decisión determinante: pasar la noche en una playa pedregosa, cerrada por acantilados, y sin saber cuánto subiría la marea… o tomar la decisión que tomamos: casi nadar. Un rato después y ya secos después de habernos cambiado vimos que había habido una llamada a los servicios de emergencia de una familia con un par de niños que no habían retrocedido a tiempo como nosotros, y… tuvieron que ser evacuados en una zodiac del servicio marítimo. Las ambulancias esperaban en la playa… todo quedó en un sobresalto, lo nuestro, y lo suyo. Salimos de Etretat hacía el último destino que nos sigue alejando de España: Fecamp. Aunque a mitad de camino encontramos en Yport un buen parking donde cenar antes de buscar alojamiento para dormir. Fecamp nos recibe al amanecer… un pueblo costero, portuario, con unas pasarelas de madera sobre el puerto que nos permiten tener unas vistas muy diferentes de la ciudad. El vehículo sigue advirtiéndonos de que el embrague esta a punto de no dar más de sí. Llevamos seis días desde la llegada a Normandía y la verdad es que nos tiene preocupados. Desechamos seguir hacia el norte y tomamos de la decisión de retroceder. Con calma y relajados analizamos opciones. La opción ir a casa del GPS marca 1095 km por la ruta más corta. Tenemos París a poco más de cien kilómetros. Toca pensar y decidir… Valoramos opciones: París ya lo hemos visitado un par de veces, y… nos da miedo callejear con el coche con el embrague en un estado tal. La guía de viaje que llevamos nos da opciones: retroceder dando un pequeño rodeo y visitar un par de pueblos caminos de España…
DESTINO:
NORMANDÍA
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recuperando terreno poco a poco. La decisión está tomada. Viajaremos hacía el este por Lyons-la-Forêt hasta llegar a Les Andelys. Y después, dejando París a menos de cincuenta kilómetros y ya con claro rumbo sur, visitaremos Saint-Céneri-le-Gérei. Ya tenemos plan. Atravesamos extensos y frondosos bosques de robles para llegar a Les Andelys. Alguno de ellos lo aprovechamos para comer a la sombra y soledad del bosque. Llegamos a uno de los meandros del río Sena y a su orilla se encuentra el pueblo. Seamos claros… llevamos siete días y encontrar pueblos cuidados, mantenidos y con una estética cuidada ya no nos sorprende... O sí: el castillo de Gaillard en lo alto del cerro: Más de 800 años ejerciendo de vigilante del río Sena y del tráfico que sube y baja… río arriba París… río abajo el oceano Átlántico.
se convierte en una odisea. De quinta marcha a punto muerto... Y para salir… segunda, acelerar a fondo, y volver a la quinta. Cuanto menos usemos el embrague, mejor. Todas estas historias leidas en una revista como Paralelo 43 en el sofá de casa, o en una terraza, pueden resultar entretenidas, pero quien escribe este relato ha de reconocer que cuando vimos, por fin, el cartel de “España” suspiramos aliviados pensando… “hemos librado”. Tan justos, tan justos, que, en Villasante, el embrague dijo basta y tuvimos que acabar el viaje en tercera. Sin poder cambiar… hasta el taller.
Del siguiente punto que visitamos se dice que es uno de los pueblos más bellos de Francia. Con un encanto que atrajo a pintores conocidos como Corot, Courbet y Harpignies. El río bajo el pintoresco puente, mansiones de piedra, la iglesia románica o la capilla gótica del Petit Saint-Céneri son algunos de los puntos que pueden servir de guión para visitar este pequeño pueblo. En esta localidad decidimos dar por terminadas nuestras andanzas por Normandía. Un halo de tristeza… De dudas por la avería mecánica… ¿Aguantará si continuamos? Demasiadas dudas… demasiadas advertencias… Aprovechamos un parking de autocaravanas apenas a cien metros del hotel de ville para pasar la noche, recoger y descansar para de nuevo poner “modo viaje” y… regresar a España. Tratamos de coger la autopista lo antes posible para no hacer sufrir al embrague más de lo imprescindible. La A28 nos lleva en pocos kilómetros a Le Mans… Tours… y ya circulamos por la E5 que no deberemos abandonar hasta la frontera. Los problemas aumentan y pasar los peajes
En resumen: un viaje completo y aconsejable. Un viaje melancólico. Fuertes dosis de historia junto con parajes mágicos. Acantilados de película y pueblos de ensueño. Así es Normandía.
ARQUITECTURA TRADICIONAL Texto y fotografテュa de Josテゥ テ]gel Varona Bustamante
El sentir de un pueblo
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Según el Instituto del Patrimonio Cultural de España, la Arquitectura Tradicional comprende el conjunto de estructuras físicas que emanan de la implantación de una comunidad en su territorio y que responden a su identidad cultural y social. Por tanto, el patrimonio vernáculo construido constituye una parte sustancial de nuestro patrimonio cultural, ya que su naturaleza se basa en una serie de principios que le otorgan un valor relevante para la memoria colectiva del hombre. Deriva directamente del ser humano y de la comunidad que lo creó y que lo habita. Los diversos aspectos y manifestaciones de este patrimonio están directamente, o muy inmediatamente, elaborados por el propio usuario. La arquitectura tradicional, como legado de nuestros antepasados y retrato de la personalidad de todo un pueblo, muestra aquí, en Las Merindades, una amplia diversidad, propia obviamente de la pluralidad de factores que intervienen en sus diferentes zonas.
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La arquitectura tradicional se caracteriza, entre otros aspectos, por determinadas particularidades que la hacen sostenible, efectiva y funcional. La utilización de materiales del entorno más inmediato (piedra, madera y barro básicamente) es, en primer lugar, lógico, además de barato y contribuye indefectiblemente a la integración de las construcciones en el paisaje. Igualmente contribuye a la sostenibilidad la correcta orientación de las viviendas, algo en lo que los constructores fueron expertos. Sin duda fueron la necesidad, y probablemente el conocimiento empírico de nuestros antepasados, las encargadas de fomentar la optimización de las horas de luz y de gestionar las temperaturas lo más adecuadamente posible. Así, vemos como las fachadas septentrionales son recias y carecen de vanos o, en su caso, son extremadamente reducidos. Mientras, al este y al sur, se abren las ventanas, los balcones, las galerías… las solanas. Ellas recogen la luz, y sobre todo el calor. Poco o nada se deja al azar, todo tiene una explicación; se trata de una arquitectura largamente pensada. Los pueblos ganaderos acostumbran a compartir sus espacios habitacionales con los animales que, al fin y al cabo, constituyen su medio de vida. Además, son fuente inagotable y barata de calor. De ese modo, las cuadras se construyen en los bajos de las viviendas. Sobre ellas, y con un simple forjado de tablas de madera, a través de cuyas frecuentes fisuras existe un contacto visual directo, la sala de estar y las habitaciones. A veces, también la cocina, normalmente ya con el forjado de mortero por medio.
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Como decíamos, una de las características más importantes de la arquitectura tradicional es la lógica distribución y planificación de los espacios. Esto resulta obvio si tenemos en cuenta que la funcionalidad es prioritaria. Llegado este punto, habría que aclarar que las construcciones tradicionales carecen de todo aquello que no sea imprescindible para la vida cotidiana en las condiciones y en los tiempos en que se construyeron. Por el contrario, se puede observar como todas las actividades económicas que se desarrollan están presentes en las unidades habitacionales de sus propietarios; es la funcionalidad en su más pura expresión. Y, evidentemente, es una funcionalidad al servicio de la autosuficiencia económica vigente en el mundo rural hasta bien entrada la segunda parte del siglo XX. Cuadras, pajares, desvanes o payos…, todo ello forma parte de la vivienda, en plena interdependencia. Cuadras que conectan con los pajares, desde donde se suministra la hierba o el heno directamente a los ganados a través de trampillas o huecos. Pajares a los que se accede directamente desde las eras donde se trillaba el cereal, a menudo por vanos elevados sobre el nivel de las mismas. Desvanes o payos conectados directamente con la zona habitacional para facilitar su acceso dado que constituyen almacenes de alimentos, frutos secos y frutas en general, miel, etc. y que, a su vez, ejercen de secaderos de legumbres, pimientos…. Un lugar muy mimado por la mayor parte de las familias, que en muchos casos instalan en él los dujos o colmenas para obtener la cotizada miel cuyo aporte energético resulta fundamental en determinadas épocas históricas.
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Cualquier pueblo de Las Merindades contiene un elenco de elementos arquitectónicos asociados a una funcionalidad imprescindible que marca toda una historia. Esto es así, en parte debido al abandono al que se vieron sometidos como consecuencia del éxodo rural, que se produjo a finales de la cuarta década del siglo XX, tras la Guerra Civil. No obstante, a nuestro juicio, existen algunos lugares donde, bien por su especial singularidad, bien por su estado de conservación o bien por su diversidad, merecen ser tenidos en cuenta. En este sentido, y a sabiendas de que nos dejamos muchos en el tintero (el espacio es siempre un handicap) cabría destacar los casos de San Zadornil, Santa Gadea de Alfoz, Cillaperlata, Quintanilla del Rebollar, Bedón, Entrambosríos, Artieta, La Quintana de Rueda, Tudanca, Ahedo de Butrón, Robredo de las Pueblas… En una comarca tan extensa como ésta la tipología de su arquitectura denota múltiples influencias. Pero también elementos comunes. Uno de ellos, quizá el más importante, es el uso generalizado de la piedra como material constructivo. En su mayor parte se trata de material calizo (sin duda el más común en Las Merindades) aunque en las zonas más occidentales, la presencia de areniscas hace que esa sea la piedra utilizada. Los aparejos utilizados señalan a menudo la calidad de las construcciones, bien se utilice en forma de mampuesto, sillarejo o sillería. No obstante, en la arquitectura tradicional, la mampostería es la técnica más generalizada mientras que la sillería se asocia a cons-
trucciones más propias de la arquitectura señorial y más distinguida. En general, y a pesar de que también se observan albarradas, o paredes en piedra en seco, lo habitual es la utilización de morteros de cal y arena. También se observar morteros de barro, aunque en menor medida, y más localizados en el sureste de la comarca. En este sentido, cabe destacar el uso masivo de las lastras o losas de caliza gris en los valles de Losa y Mena en construcciones que Madoz, en su diccionario, califica en varias localidades, de mala calidad, con lo que no podemos estar más en desacuerdo. Es una caliza extremadamente dura, difícil de trabajar manualmente y muy frágil. Sin embargo es una piedra que se exfolia con cierta facilidad lo que facilita su utilización como losa. En buena parte del valle de Mena se utiliza este mismo tipo de material, cuya extracción en la cantera existente en las proximidades de Vivanco aún se realiza, aunque últimamente con poca proyección para la edificación. En su conjunto, el aspecto grisáceo de la mayor parte de las edificaciones viene determinado por este tipo de material. De peor calidad nos parece, sin duda, la construcción existente a lo largo de la cuenca sedimentaria de los ríos Trueba y Salón, donde los codones o cantos rodados constituyen la materia prima fundamental. En muchos casos se utilizan sin más, tal cual fueron extraídos de los cauces de los ríos o sus proximidades. En otras, para edificaciones más exigentes, se carea una de las caras para ofrecer una mejor vista.
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Es posible que la caliza más valorada para la construcción tradicional, y también muy demandada para la elaboración de sillares, sea la caliza, más clara, con tendencia al amarillo, extraída de diversas pequeñas canteras locales situadas en la zona central de Las Merindades, en la Merindad de Castilla la Vieja y en Valdivielso, de donde se extrajo buena parte de la utilizada en dichas merindades, y más recientemente en Medina de Pomar. Se trata de una caliza más blanda y por lo tanto menos frágil y más trabajable. Más al noroeste, hacia tierras campurrianas, afloran las areniscas, lo que supone en sí un cambio paisajístico, tanto en lo geomorfológico como en lo botánico. Asoman frecuentes cubos de esos materiales, más difíciles de trabajar pero con resultados muy regulares y de alta calidad arquitectónica. La generalización de su uso en el Alfoz de Santa Gadea, en Arija o en el extremo occidental de Valdeporres y Valdebezana (Ahedo de las Pueblas, Robredo de las Pueblas, Busnela o Munilla son buenos ejemplos de ello) determina una arquitectura sensiblemente diferente a la del resto de la comarca. La adaptación de las construcciones al territorio no sólo es una constante necesaria sino que establece un vínculo entre éste y el habitante del mismo. La madera, que es un material muy apreciado por los constructores a lo largo de la historia, establece otra relación fundamental entre el medio y el fin. No se puede decir que la madera haya sido un material complementario en las construccio-
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nes tradicionales de Las Merindades. La madera es un material fundamental y con un papel absolutamente protagonista en ellas. Vigas, techos, forjados, entramados estructurales y no estructurales, escaleras, aleros, puertas y ventanas y todo tipo de remates han sido tradicionalmente realizados con madera. Al igual que en el caso de la piedra, por su accesibilidad inmediata, por su facilidad para ser trabajada, etc. Uno de los ejemplos más significativos y singulares de la comarca es el empleo de madera de tejo en la construcción de cabrios y vigas de algunas viviendas del Alfoz de Santa Gadea. No obstante, lo habitual para estos usos es la madera de roble, que goza de elevado prestigio. Sin embargo, la tabla de chopo es también apreciada para las estructuras de tejados por su ligereza y flexibilidad, además de resultar poco apetecible a las temibles termitas. El barro, entendido en forma de tejas y de ladrillos es el tercer material a considerar en la arquitectura tradicional. En realidad, en un territorio como éste, en el que la piedra abunda por todos los lados, la utilización del barro, bien cocido en forma de ladrillos, o sin cocer, en forma de adobe, es muy reducida. No ocurre lo mismo con las tejas, material de uso corriente y fabricado en tejeras locales. De un modo marginal hemos localizado muros y tabiques de adobe, sobre todo en la zona sur oriental de la comarca: Trespaderne, Tobalina… La zona que limita con la Bureba, donde este tipo de materiales son una constante.
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Apenas se conservan los restos de algunas caleras y tejeras de cuantas suministraron los materiales que producían a lo largo de la historia. Sin embargo, posa una conciencia popular, en la memoria de nuestros mayores, que confirma que el cambio en las técnicas, materiales y procedimientos constructivos se ha producido recientemente. Nuestros pueblos conforman un museo abierto de arquitectura tradicional. Desgraciadamente algunos de ellos permiten contemplar hasta las mismísimas tripas estructurales de los que fueron sus edificios pues se encuentran en absoluta ruina. Aun así, también nos fijamos en ellos, por supuesto, para analizar técnicas y procedimientos.
complementarios, tales como hornos, leñeras, pajares, cuadras y cuantas dependencias fueran imprescindibles para el funcionamiento de la unidad familiar.
Con esos mismos materiales y esas mismas técnicas se construyó hasta hace bien poco tiempo. Así se construyeron las casas de nuestros abuelos y todos sus antepasados. Por eso este tema nos atrae y nos aporta, además de conocimiento, una importante dosis de la esencia de este territorio.
La sostenibilidad es otro de los aspectos fundamentales de este tipo de construcciones. Una sostenibilidad que tiene mucho que ver con la experiencia y la observación. De ese modo, podemos elevar a la categoría de rotunda afirmación el peso que en la arquitectura tradicional tiene la orientación de las viviendas. Un modo barato, sencillo y lógico aprovechar las horas de luz y de calor, y de defenderse de las adversidades climatológicas. Nuestros pueblos están llenos de muros absolutamente opacos al norte. En todo caso algún pequeño vano denota la presencia de la fresquera o la cocina… Mientras, al sur, los paños se abren a la luz, mediante ventanas, generalmente abocinadas, y amplias solanas (o galerías acristaladas, en menor medida y más recientemente).
La arquitectura tradicional es netamente diferente a la que se ejecuta en la actualidad. Es, como venimos repitiendo, fundamentalmente práctica y funcional. Y está determinada por la actividad económica de sus propietarios. Por lo tanto, no es de extrañar que, estrechamente vinculados a la propia vivienda, se construyan elementos
Desde todos estos puntos de vista la arquitectura tradicional pone de manifiesto la relación de las personas con el medio, con sus necesidades, con sus prioridades, con sus propias tradiciones y con sus conocimientos. Constata una relación intensa y vital con las raíces antropológicas más profundas del ser humano.
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CATA
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Más vale una imagen que mil palabras. Una exposición fotográfica. Una selección de entre las miles de flores que el autor ha fotografiado a lo largo de los últimos treinta años. Lejos de plantear un reportaje, el autor defiende el tópico de más vale una imagen que mil palabras.
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QUINTANILLA VALDEBODRES VILLAMARTÍN DE SOTOSCUEVA
PR -
BU
RED DE SENDEROS del Monumento Natural de Ojo Guareña
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Los canales de Dulla son uno de los lugares más enigmáticos y sugerentes de Las Merindades. Visibles desde buena parte de ellas, llaman poderosamente la atención por las formas de su relieve y por su aparente inaccesibilidad. Dulla ya es, en sí mismo, un término enigmático que nos recuerda a alguna divinidad celta. Algo que no nos ha quedado del todo claro a pesar de las investigaciones acometidas para su comprobación. El paraje es sugerente. Probablemente uno de los parajes más sugerentes de las Merindades. En esta sección de Paralelo 43 trataremos de explicar el porqué. Para ello, aconsejamos un recorrido que parte del pueblo de Quintanilla Valdebodres, lo que, para empezar no está nada mal. Y es que este pequeño pueblo, situado en una encrucijada de arroyos, no nos dejará indiferentes. Situado en el extremo meridional del monumento natural de Ojo Guareña, Quintanilla Valdebodres cuenta con atractivos de la talla de la cascada de la Mea y con un patrimonio tradicional variado
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entre el que destacan sus molinos, fuentes y eras de trillar. Todo ello bien conjuntado y adaptado al difícil relieve del lugar lo que aumenta su singularidad. Y todo ello excepcionalmente bien conservado. Varias fuentes, arroyos y una resurgencia cárstica por la que ven la luz las aguas subterráneas del entorno, el conocido Pozo del Infierno, hacen del agua el verdadero protagonista de este pueblo. Y también, en buena media del recorrido que proponemos. En la plaza, entre la iglesia de San Miguel, un humilladero que custodia una imagen románica de la Virgen con el Niño, la bolera, un molino y varias fuentes de buen agua podemos situar el comienzo de un recorrido que nos ha de introducir en uno de los paisajes más bellos y sugerentes de Las Merindades y por lo que muchos de los que hacemos Paralelo 43 sentimos una especial vinculación.
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Teníamos catorce años. Acababa de terminar el curso. 8º de EGB. Ya éramos mayores: el curso siguiente pasaríamos al instituto. A nuestro modo de ver había que simbolizar cierta emancipación. Supongo. Así que un grupo de amiguetes, de los que varios seguimos vinculados a la montaña y a esta montaña en particular, decidimos irnos de acampada. No era precisamente lo que se llevaba, pero nosotros lo pusimos de moda. Sabíamos de una cueva, la del Oro, en Quintanilla Valdebodres. Y con una alta dosis de preparación y estrategia para allá que nos fuimos. Nos recibió Zacarías, un viejo pastor, que amablemente nos condujo a través de unos paisajes que nos parecieron asombrosos, hasta la era de una carbonera, en la confluencia de los canales de Dula y del Campo de la Corza donde acampamos. El arroyo de Dulla aún bajaba algo de agua lo que nos permitía asearnos y refrescarnos... Aquella acampada dejó una importante huella en muchos de nosotros. Y siempre que puedo dirijo la mirada hacia aquel paraje que, por cierto, se puede observar desde gran parte de Las Merindades.
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Wpt 1
PK 0 Plaza de Quintanilla Valdebodres. La ruta se inicia por el camino que pasa junto a la iglesia y sale del pueblo hacia el N-NW. Casi de inmediato se introduce en un cañón por el que el camino discurre entre encinas, quejigos y algunos arces. Es de destacar que en esta primera fase del itinerario, este PR coincide con el GR 1, por lo que la señalización predominante serán las marcas blancas y rojas características de los senderos de Gran Recorrido.
Aunque resulte difícil de creer, fue éste un camino muy transitado hasta mediados del siglo XX. Se debió a que estos montes de Dulla tuvieron hasta entonces una intensa actividad tanto ganadera como carbonera. Ambas actividades han determinado la actual fisonomía del paisaje. A lo largo del camino se podrán observar los restos de multitud de eras donde se fabricaba el carbón vegetal. Sus huellas han aportado el color oscuro de la tierra sobre la que se realizó el proceso.
Wpt 2 PK 0,5 El camino cruza el arroyo que
procede por la izquierda del barranco de Dulla. Resulta curioso el modo de salvar el paso mediante lajas verticales, entre las que se precipita el agua mientras la parte aérea permite un paso relativamente cómodo. Este punto es importante en el recorrido.
El sendero señalizado que estamos describiendo continúa de frente, en dirección a Villamartín de Sotoscueva, pero por la izquierda marcha el que accede al barranco de Dulla, con parajes verdaderamente asombrosos que, aunque insistimos, está fuera de toda ruta señalizada, son extraordinarios.
Wpt 3 PK 0,7 Después de un largo trecho en
el que se va ganando altitud progresivamente, el PR llega al collado de Villamartín de Sotoscueva, dando vistas a este pueblo. A lo alto del collado llega una pista que asciende hasta un repetidor de TV. El sendero desciende por ella hasta el citado pueblo.
Wpt 4 PK 3,1 Villamartín de Sotoscueva. El sen-
dero llega junto a la iglesia de San Esteban Protomártir. Ante ella gira a la izquierda, toma la pista de Paño que asciende hacia el SW y sale del pueblo después de cruzar un paso canadiense junto al cementerio.
Wpt 5 PK 3,35 El camino deja a la derecha
un ramal por el que marcha hacia el Ventanón, objetivo de otro de los PR del espacio natural de Ojo Guareña.
Wpt 6 PK 3,55 Pronto, ya en el páramo, el ca-
mino se vuelve a bifurcar. En esta ocasión el PR se separa del GR 1 tomando el ramal de la izquierda. Mientras el GR se dirige hacia Pedrosa de Valdeporres, el PR se dirige hacia la ladera de Peña Dulla. De camino cruza sobre una antigua plataforma de sondeo petrolífero. Mas allá, el sendero se sitúa en la citada ladera y avanza durante un largo trecho sobre una trocha en buen estado y que permite buenas vistas del páramo de Paño, donde algunas paredes de piedra señalan la importancia de la economía pecuaria en el siglo XIX.
Wpt 7 PK 4,3 El sendero llega a la base del
collado de Puerta y gira bruscamente hacia la izquierda para iniciar un severo ascenso para llegar al paso.
Wpt 8 PK 4,3 Collado de Puerta. El sendero
alcanza el collado y continúa por su flanco derecho. Desde este punto se puede alcanzar fácilmente la cima de Peña Lusa, distante apenas unos cientos de metros al este (izquierda del collado en el sentido de la marcha).
Wpt 9 PK 4,3 El sendero continúa de frente e
inicia el largo descenso que le conduce hasta Quintanilla Valdebodres.
Wpt 9 PK 4,3 Quintanilla Valdebodres. CAMINANDO
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El salto de agua de la Coladera es superado por una senda que asciende por el cantil rocoso hacia la cumbre principal de Dulla.
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M ID E
PR-BU 33 CANALES DE
5 h 23 min 623 m desnivel de bajada 623 m distan. horizontal 16,36 km tipo de recorrido circular
horario
DULLA
VILLAMARTÍN DE SOTOSCUEVA Y QUINTANILLA VALDEBODRES
desnivel de subida
Condiciones de primavera a otoño. Horario según criterio MIDE. En determinadas épocas las condiciones climáticas pueden ser adversas y dificultarse el recorrido.
2 severidad del medio natural 2 orientación del itinerario 2 dificultad desplazamiento cantidad esfuerzo 3
Si es usted usuario de GPS puede descargarse los tracks desde la web:
MIDE (Método para la Información De Excursiones) es un sistema de comunicación entre excursionistas para valorar y expresar las exigencias técnicas y físicas de los recorridos. Su objetivo es unificar las apreciaciones sobre la dificultad de las excursiones para permitir a cada practicante una mejor elección. El MIDE ha sido concebido como una herramienta para la prevención de accidentes en excursiones por el medio natural. El método permite clasificar en libros, guías, topoguías, oficina de turismo... los recorridos, para que cada persona elija conforme a sus capacidad y gustos. www.euromide.info
A pesar de la señalización del itinerario, es recomendable tomar precauciones. El recorrido se desarrolla en una zona de baja montaña. Cualquier inclemencia metereológica (tormenas, niebla...) puede provocar un aumento de la dificultad.
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PRÓXIMO
NÚMERO
GENEALOGÍA Y FUENTES DOCUMENTALES DE LAS MERINDADES. FELIPE RUIZ DEL VALLE ES UN EXPERTO GENEALOGISTA E INVESTIGADOR QUE LLEVA MÁS DE UNA DÉCADA DEDICADO A LA BÚSQUEDA DE SUS ANCESTROS EN LA PRÁCTICA TOTALIDAD
DE LOS PUEBLOS DE TENTE.
CADA DATO
LAS MERINDADES. ES
UN TRABAJO SISTEMÁTICO, CONSTANTE Y PERSIS-
ES UN PREMIO Y UNA ALEGRÍA.
EN
ESTE REPORTAJE NOS TRASMITE SU PA-
SIÓN POR ESTA AFICIÓN Y EL INTERÉS QUE LAS FUENTES DOCUMENTALES EXISTENTES AL
RESPECTO PUEDEN TENER PARA CONOCER LOS MODOS DE VIDA DE NUESTROS ANTEPASADOS.
TAMBIÉN...
DESTINO: EGIPTO. REMONTANDO EL NILO. A LEJANDRÍA , E L C AIRO , L UXOR , A SUÁN Y A BU S IMBEL SERÁN , ADEMÁS DE OTRAS , LAS PARADAS IMPRESCINDIBLES EN UN
VIAJE A TRAVÉS DE UNA DE LAS CULTURAS CON MÁS HISTORIA DEL MUNDO .
Y...
LA TRILLA: Esencia de los pueblos de Castilla. MUCHOS HEMOS CONOCIDO ESTA ACTIVIDAD, QUE PERDURÓ AQUÍ HASTA BIEN ENTRADA LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO
XX. PARA QUIENES PARALELO 43 RECOGE UNAS PINCELADAS DE LA RECREACIÓN QUE SE REALIZA EN MOZARES TODOS LOS AÑOS.
NO LO LLEGARON A CONTEMPLAR,