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Tras los vestigios de la lengua ORÍGENES
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CASTELLANO
Texto de José Ramón García Sánchez-Montañez y fotografía de José Ángel Varona Bustamante
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El banco o predela es uno de los elementos mรกs interesantes del retablo mayor de la iglesia de Valpuesta. Algunos investigadores lo atribuyen a la mano de Juan Pardo, hijo de Vigarny.
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La actual parroquia de Valpuesta, perteneciente al ayuntamiento de Berberana, está situada en Las Merindades, en el valle de Valdegovía. Fue durante tres siglos (IX-XI) la sede episcopal de Santa María de Valpuesta, heredera de la diócesis de Oca. Extendió su jurisdicción por tierras del occidente de Vizcaya y Álava, norte de Burgos y este de Cantabria. Está profundamente relacionada con el origen del Condado y futuro Reino de Castilla, y en su documentación se encuentran los primeros vestigios escritos del Romance Castellano. Este monasterio-sede episcopal se situaba en lo que mucho tiempo atrás fue la antigua Autrigonia. Los Autrigones fueron un pueblo prerromano de filiación celta perteneciente al área lingüística indoeuropea de la península. El estudio de estos pueblos es muy complejo. No siempre existían límites precisos entre ellos. Incluso el contenido significativo del nombre de las etnias es inestable a lo largo del tiempo porque la relación entre etnias, lenguas y territorios va cambiando con el tiempo. Podemos considerar, siempre con mucha cautela, que los Autrigones limitaban al norte con el Cantábrico; al noreste con los Caristios (muy celtizados pero, posiblemente, de habla vasca); al este también con los Caristios y, en menor medida (sólo en torno a la zona de Treviño), con los Várdulos (igualmente celtizados y euskaldunes); al sureste con los Berones (celtas); al sur con los Pelendones (celtas); al suroeste con los Turmogos (celtas); y al oeste y noroeste con los Cántabros (gran familia de pueblos de antiguo origen indoeuropeo precelta, posteriormente afectados también por los procesos de celtización). Por tanto, la Autrigonia prerromana sería un ámbito sociocultural claramente celta. Altamente emparentado al oeste con poblaciones cuya celtización se asentó sobre un antiguo substrato lingüístico precelta también indoeuropeo (parentesco de primer grado, podríamos decir, que lleva a algunos especialistas a considerar a los Autrigones como uno más de los pueblos cántabros), y en estrecha relación de convivencia vecinal hacia el este con gentes también muy celtizadas pero pertenecientes al área lingüística preindoeuropea vasca. Tras la romanización nunca más se supo de todos esos pueblos y sus hablas. En las zonas más montañosas y arriscadas del espacio comprendido entre el Cantábrico y el alto Ebro se trató de una romanización de carácter rural, pero la latinización fue profunda y generalizada. Las lenguas de aquellas gentes desaparecieron. Todas menos una, el Eus-
kera, que, pese a haber sido enormemente influida por las lenguas celtas y posteriormente por el Latín, pudo sobrevivir hasta hoy en día al amparo del Pirineo occidental y sus estribaciones. El proceso que explica la transformación del Latín y su progresiva evolución hacia el Latín tardío o protorromances viene de muy lejos. Hunde sus raíces en la ruralización que sufre Europa con la debilitación del Imperio Romano a partir del siglo IV y el consiguiente nativismo que generó. Hace décadas que L. Mitxelena, padre de la filología vasca, apuntó que esta ruralización supuso una revitalización de la lengua vasca. Juan José García González explica que el revival indigenista que se produce tras la caída del Imperio supone la reintegración del Euskera a los territorios de las antiguas Caristia y Vardulia. Se habría tratado de un proceso de irradiación lingüística desde las serranías de Urbasa, Andía y Aralar, situadas al este de la antigua Vardulia cerca del pirineo occidental, donde el Euskera habría sobrevivido como habla propia de los silvoganaderos de los altos. La incertidumbre e inestabilidad social que el vacío de poder provocó en el pequeño campesinado del piedemonte hizo que buscaran protección en las mayores posibilidades paramilitares de estos pastores de las grandes plataformas ganaderas. No es que fuesen chicarrones montaraces y aguerridos especialmente preparados para el combate, sino que llevaban una vida sustancialmente distinta a la de los aldeanos, la cual les habilitaba para la milicia mucho más que a sus vecinos: disponían de un tiempo para otro tipo de quehaceres impensable para los pequeños campesinos amarrados a la tierra; conocían los terrenos agrestes, altozanos, caminos, sendas y atajos como la palma de su mano; su seminomadismo intermontano siempre les había puesto en contacto con distintas aldeas y caseríos; la propiedad particular sobre los rebaños les hacía permanecer vinculados a arcaicas formas de organización social basadas
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en el linaje, ya desaparecidas en llanos y valles... A cambio de la protección requerida, los pastores tenían la posibilidad de enseñorearse no sólo sobre sus bestias, sino también sobre sus circunvecinos establecidos en vados, terrazos y llanos intramontanos. Esta comunión de intereses posibilitó la aparición de jefaturas extramontanas basadas en el linaje y la progresiva expansión de su habla silvoganadera hacia valles abiertos y grandes llanos, investida ahora como lengua de un nuevo poder emergente. La situación no es nueva: en ocasiones ya los romanos les habían considerado pervasores montanos (perva-
El ilustre lingüista y filólogo Emilio
Alarcos Llorach, que fue miembro numerario de la Real Academia Española de la Lengua, echa un órdago a la grande afirmando que el Castellano no es otra cosa que Latín puesto en labios de vascos. dere=atravesar, caminar por medio de, saltarse los límites...) porque, haciendo mal uso de la independencia de que gozaban debido a su seminomadismo pastoril de altura, se extralimitaban en las posibilidades que el estado les permitía. Ahora, sin estado, la vía quedaba abierta. La configuración de elites en torno a la posesión de ganados es algo que los antropólogos conocen desde hace mucho tiempo, así como la existencia de una correlación entre la difusión lingüística y la vinculación de una lengua con la clase dominante. En este sentido, no es por casualidad que en Euskera rico, adinerado, opulento, se diga aberats, que etimológicamente significa abundancia de ganados. Pero, ¡qué casualidad!, lo mismo ocurre en Latín con pecus y pecuniosus. ¡En cuestión de pasta parece que todo el mundo se pone de acuerdo! Sea como fuere, lo cierto es que el proceso fue profundo, porque contra estas jefaturas indígenas de silvoganaderos continuarán luchando los
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visigodos cuando aparezcan los musulmanes. La llegada de los godos en el 409, que habían cruzado el Rin tan solo tres años antes, empieza a poner fin a la Hispania Romana. La acomodación de los bárbaros a la Península no fue fácil. De hecho, desde que penetraron, anduvieron de aquí para allá como un elefante en una cacharrería. Las aristocracias terratenientes esclavistas hispanorromanas querían seguir aferradas a la tierra. A cambio de la seguridad de una estructuración institucional precisa del poder y de la posibilidad de seguir manteniendo su modo de producción esclavista ofrecieron su desarrollo cultural, capacidad de gestión y las competencias fiscales a la fuerza militar bárbara. El entendimiento estaba servido.¡Todos contentos, todos hispanogodos latinoparlantes y todos católicos! El programa político de los visigodos hasta sus último días consistirá en la construcción de un estado latino centralizado y teocrático. ¡Típico de recién llegados tanto a la península como a la fe católica! La concepción patrimonial del territorio, sus bienes y gentes, terminará por amarrar a la hacienda regia hasta el polvo de los caminos. Centralismo, teocracia, fiscalidad esclavista... ¡Pintan bastos! Diseñado el plan sólo quedaba llevarlo a cabo. En lo que respecta a la zona que nos interesa, Leovigildo somete en el 574 el piedemonte sur de las antiguas Cantabria y Autrigonia y lo llama Cantabriam, y en el 581 el somontano meridional de las antiguas Caristia y Vardulia bajo el nombre de Partem Uasconiae; en el 613 Sisebuto somete el septemtrión de la nueva Cantabriam llamándola Rucconia; y Wamba se hará con el norte de Partem Uasconiae hacia el 673 como Spanoguasconia. Pero el control de los vascos fue más un deseo que una realidad. Sólo en época tardovisigoda pudieron configurar como provincia ducal la parte latina de la cordillera cantábrica (Cantabriam y Rucconia) pasándose a llamar Ducatus Cantabriae con capital en Amaya Patricia. En el ámbito de habla vasca no lo consiguieron. Únicamente llegaron a gestionar, a través del comes Casius, la medialuna que forman la llanada alavesa y el somontano prepirenaico desde
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Victoriaco hasta Pampilona, es decir, no consiguieron integrarlo totalmente como una provincia ducal más del reino. Es por esto que tampoco en esta ocasión la latinización, ahora hispanogoda, se consumó en las serranías de la antigua Vardulia (Urbasa, Aralar y Andía) y el pirineo occidental, auténtico refugio histórico de la lengua vasca. La retaguardia de las conquistas visigodas fue afianzada con la creación de una serie de sedes episcopales: Auca y Pampilona (589), Uxama (597), Amaya y Alesanzo (673). Se puede adivinar en la localización de estos enclaves un intento de adaptación a la realidad sociocultural y lingüística de las gentes de cada zona para su mejor adoctrinamiento y control ideológico. En nuestro ámbito se aprecia cierta correlación, que no ha de ser casual, entre el espacio diocesano y la antigua distribución de lo que fueron los pueblos indígenas prerromanos: Amaya con Cantabros, Auca con Autrigones, y Alesanzo con Caristios y Várdulos. El largo período transcurrido desde que Leovigildo conquistó el piedemonte meridional cantábrico (Cantabriam y Partem Uasconiae) hasta la caída del reino visigodo, más de un siglo, dio lugar a una estabilidad que explica el eje horizontal de desarrollo socioeconómico generado en el somontano cántabro, autrigón, caristio y várdulo, basado en el afianzamiento y expansión del modo de producción propio de la pequeña explotación agroganadera familiar. A partir del siglo VII en toda esta zona se está produciendo un fenómeno de síntesis sociocultural que tendrá enormes consecuencias. Una de ellas va a ser, precisamente, el asentamiento y difusión del protorromance castellano como lengua del común. Existen unas pizarras escritas en las que queda constancia de que la lengua hablada había sufrido ya transformaciones muy profundas con respecto a lo que había sido el Latín antiguo. Según la inTodo parece indicar que fue el francés Felipe de Vigarny quien, a principios del siglo XVI, esculpió almenos algunas de las talles más representativas del retablo mayor de Santa María de Valpuesta. El que trabajara en el retablo de la catedral de Toledo, en la de Palencía o en la propia capilla de los Condestables de Burgos, junto con Diego de Siloé, también lo hizo en estas tierras de Las Merindades.
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vestigadora de dichas pizarras, Isabel Velázquez, en la pizarra 104, que es del siglo VIII y apareció en Carrio (Asturias), el texto es casi romance. Es un escrito que parafrasea otros textos literarios que tratan sobre las pasiones de San Cristóbal y San Bartolomé, y lo más significativo es que la persona que los lee da enormes muestras de que apenas comprendía lo que leía. No se trata de que se equivoque cuando fija por escrito el texto que acaba de leer, demostrando así su impericia como copista, sino que está leyendo y escribiendo desde una lengua demasiado distinta para sus propósitos. La caída del más poderoso reino germánico de occidente arrastrará consigo la función institucional del Latín, lengua oficial de la administración goda. La llegada de los musulmanes a la península en el 711 sorprende al último rey godo dando palos a los irredentos descendientes
Fueron pocos los que en Hispania lamentaron la caída del estado godo. Para las clases desfavorecidas fue más bien una liberación. La población asistió con indiferencia al hundimiento del régimen, sin que se produjeran reacciones sensibles ante el cambio. La tributación mercantil universal, como modalidad fiscal homogénea y pactada que impusieron los musulmanes, fue recibida por muchos como una bendición frente al atosigamiento fiscal sobre personas y bienes del sistema esclavista de época visigoda. Es muy significativo que en el XVI Concilio de Toledo el régimen godo proponga, como penas para todo aquel que hiciera maquinaciones contra el Rey, la excomunión y la servidumbre perpetua a la hacienda fiscal del osado y todos sus descendientes (¡muy germánico!). El nuevo modelo de tributación, más que la fuerza de las armas, fue lo que convirtió la conquista musulmana en un paseo. Los encuentros y desencuen-
Esa lengua, que hoy podemos rastrear en los documentos de
Valpuesta, Oña o Santoña, se fue expandiendo hacia las tierras centrales de Burgos al ritmo en que lo hacían los primitivos colonos castellanos, dejando a un lado el dialecto leonés y a otro el
navarro-aragonés y riojano. de aquellos silvoganaderos vascos que, tras la caída del Imperio Romano, habían vuelto a sembrar la semilla del Euskera más allá de sus montañas sin habérselo propuesto (¡lo que realmente buscaban era pastorear gente!). No se llevaban bien ni con los francos del norte ni con los visigodos del sur que, a decir verdad, eran primos hermanos (todos germanos). Rodrigo tuvo que salir pitando hacia el sur dejando el tema de los vascos para otro momento. Pero ya no volvería. Su sentencia de muerte no la firmaron ni los vascos del norte ni los musulmanes del sur. ¡Lecciones de la historia! Fue traicionado por los suyos en plena batalla de Guadalete (era un vicio que arrastraban de antaño, ¡les ponía mucho matarse entre ellos si había expectativas de poder por medio!).
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tros, pactos y batallas, idas y venidas en que se vieron envueltos los musulmanes no persiguieron otra cosa que el cobro de los tributos. Querían dineritos para poder echarse al sol (¡menos germánico!). Espada en mano, irrumpirán por primera vez en la cuenca valpostana del Omecillo en la última década del Siglo VIII, dejándola casi despoblada. Lo dicho: cosa de perras. Pero ya desde comienzos del siglo IX, y al amparo de gran número de fortalezas construidas a modo de defensas y puntos de control, se volverá a colonizar la zona con aportes poblacionales muy diversos: parte de la población hispanogoda que se habría refugiado en montañas y vallejos, gentes de habla vasca atraídas por la actividad eco-
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nómica y militar, y mozárabes provenientes de territorios situados más al sur que posiblemente fueron los que reconstruyeron, en un primer momento, la iglesia de Valpuesta tras las primeras incursiones musulmanas (quizá algún día lo sepamos a ciencia cierta escarbando entre los escombros porque, al paso que va la burra, y a pesar de los esfuerzos de instituciones y asociaciones culturales, puede acabar arroñándose lo que aún se mantiene en pie del antiguo monasterio). Todo ello explicaría, en gran medida, la peculiaridad originaria del Castellano frente a otras lenguas romances peninsulares. La incidencia del Euskera sobre el background de los protorromances propios de las gentes hispanogodas y mozárabes de la zona, que ya eran desde tiempo atrás latines muy tardíos, irá configurando el caldo de cultivo del protorromance Castellano. Los vasquismos que encontramos en los propios documentos de Valpuesta (Abayza, Ahosta/ Afostarr, Anaiaz, Anderaza/ Anderazo/ Enderazu, Ama, Amunnu, Amusco, Anderguina/Anderkina, Beraxa, Eita/Ega/Agia, Muino, Jaunso, Olakide, Ozoa, Velaza... ) ponen de manifiesto el ya mencionado contacto vasco-románico. Sabemos que la presencia de colonizadores vascos, ligados a desdoblamientos demográficos debidos al desarrollo agrícola, puede detectarse ya a partir del siglo IX y ha dejado algunas huellas en la toponimia del este de Burgos y la zona riojana. Pero es de suponer, que ya desde el siglo VII, el eje horizontal de desarrollo socioeconómico que conecta el piedemonte meridional de las antiguas Cantabria, Autrigonia, Caristia y Vardulia, favoreció el suficiente grado de difusión cultural como para que, sin la necesidad de grandes aportes poblacionales, se produjese un fenómeno de acriollamiento lingüístico muy acusado sobre la base de las hablas romances. Esta dinámica pivotará sobre la antigua Autrigonia. Especialistas de primera talla mundial ajenos a vascofilias y vascofobias acientíficas como Schuchard, Schlieben-Lange, Sturcken, Martinet, Alarcos, Lekuona, Montgomeri... han considerado que la incidencia del Euskera en la
formación y desarrollo de ese Romance primitivo llamado a ser la Lengua Castellana fue importante (por el contrario, sólo conozco un estudio lingüístico de cierta altura que se posicione a favor del separatismo entre Vasco y Romance: Trask, The History of Basque, Routledge, London-New York, 1997), quizá uno de los elementos que le aporten su personalidad propia frente a otros Romances medievales peninsulares (gallego, asturleonés, riojano, navarroaragonés, catalán, mozárabe...). Su huella puede rastrearse no sólo en relación con el léxico, sino también en su fonética y sintaxis. En un calentón, el ilustre lingüista y filólogo Emilio Alarcos Llorach, que fue miembro numerario de la Real Academia Española de la Lengua, echa un órdago a la grande afirmando que el Castellano no es otra cosa que Latín puesto en labios de vascos. ¡Cómo no llevamos malas cartas vamos a jugar con cabeza y proponerle que quede sólo en un amarraco y lo vemos al final de la mano!
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El Castellano podría haber surgido por un proceso de acriollamiento entre un amplio substrato latino muy tardío o protorromance sobre el que incidirían ciertos elementos del Esukera. Estos acriollamientos, ampliamente estudiados por Schlieben-Lange, pueden detectarse en la aparición de varias modalidades románicas de toda Europa. Siguiendo esta misma línea argumental algunos investigadores han propuesto que los primeros pasos del Romance Castellano bien pudieron haberse dado en forma de koiné a partir de los intercambios entre el Euskera y un Latín muy tardío o protorromances, es decir, como un habla inicialmente instrumental o protolengua franca utilizada por gentes que, en su mayoría, habrían tenido a ciertas variedades dialectales protorrománicas como lenguas originarias pero que por necesidades, deseos e intereses se vieron inclinados al desarrollo de un contexto lingüístico menos ambiguo y diverso. No debe sorprendernos esta relación vasco-románica. También la mayor parte del lexicón vasco actual procede del Latín y el Castellano, e incluso
María Teresa Echenique detecta elementos claramente romances. Comenzará así a germinar la semilla de lo que, probablemente, ya a partir del siglo IX es una lengua hecha y derecha (sólo hablada, aún no escrita) que empezará a mostrar una distancia insalvable con el Latín de los documentos administrativos y eclesiales. Esa lengua, que hoy podemos rastrear en los documentos de Valpuesta, Oña o Santoña, se fue expandiendo hacia las tierras centrales de Burgos al ritmo en que lo hacían los primitivos colonos castellanos, dejando a un lado el dialecto leonés y a otro el navarro-aragonés y riojano. Será allí donde el Castellano desarrollará las potencialidades propias de su idiosincrasia norteña (adivinada por los filólogos en los arcaísmos castellanos de los documentos más septentrionales como los valpostanos), irradiando sus mayores virtudes hasta convertirse en la lengua del Condado y posterior reino de Castilla, auténtico paso de rubicón para nuestra lengua que explicará la desaparición de los otros romances medievales del entorno.
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Este documento data de entre 911 y 919 y se refiere a un proceso judicial. De escritura visigótica de buena factura nos interesa especialmente desde el punto de vista filológico y paleográfico. En el aparece la palabra “sapemus”.
Hacia el año 1 100, un escribano anónimo transcribió el documento fundacional de Santa María de Valpuesta. Por medio de este documento el obispo Juan donaba todos sus bienes a la iglesia. Este documento está escrito por la mano más famosa de cuantas intervinieron en el Becerro Gótico de Valpuesta y ha sido reproducido en diversos manuales de paleografía. Sin embargo, los últimos investigadores que lo han estudiado lo consideran una falsificación.
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La distancia entre la lengua real y la tradición latina escrita irrumpe, de facto, en diversa documentación cuando, a partir del siglo X, encontramos elementos romances escritos de un extremo a otro del norte peninsular, e incluso también en al-Andalus con las Jarchas (cancioncillas romances escritas en caracteres árabes o hebreos). Estos elementos romances aislados que encontramos aquí y allá, desperdigados en los documentos, reflejarían las peculiaridades de un habla muy anterior con enormes variantes locales, pero, al mismo tiempo, con cierto parecido de familia. Cabría decir que un campesino castellano se entendería con un payés catalán, pero ambos reaccionarían como las vacas cuando ven pasar al tren al escuchar una lectura bíblica. Menéndez Pidal, auténtico padre de la filología hispana y durante mucho tiempo presidente de la Real Academia Española de la Lengua, tras un análisis documental muy riguroso estableció la emergencia de los romances peninsulares en torno al Siglo X.
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No obstante él mismo aclara que se trata de los orígenes próximos, no de los orígenes remotos, y, claro está, estaríamos hablando de los orígenes escritos. Roger Wright niega que antes de la aparición escrita del Romance existiera un período en que coexistieran Latín y Romance como dos lenguas distintas. Se trataría más bien de una sola lengua: un Romance temprano diversificado diatópicamente que adquiría el aspecto de Latín tardío o deformado cuando era escrito, y que, además, era leído en voz alta conforme a las peculiaridades propias de cada zona. De esta forma, lo que encontramos en los primeros documentos hispanos romanceados o con aspecto de Romance, como los más antiguos de Valpuesta, no sería otra cosa que un intento de adaptación del Romance a la lectoescritura latina aprendida por los monjes para el culto y la redacción de documentos. No es un Latín atropellado que tuviese su reflejo en el habla, sino de una escritura latina forzada y retorcida a fin de que pudiera inscribir, o lo intentara, el Romance hablado.
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Para la datación de los textos encontrados en Valpuesta hay que tener en cuenta que se trata de copias de textos anteriores realizadas entre los siglos X y principios del XIII. Los textos llevan una fecha que se supone que es la del original, pero no siempre coincide con el momento de la de la copia. Las copias más antiguas son de fines del siglo X y sabemos, por ejemplo, que los dos documentos más antiguos (supuestamente del 804) son casi con toda seguridad interpolaciones redactadas en el siglo XI. Pero esto, desde el punto de vista lingüístico, no nos importa demasiado. Incluso aunque consideremos que los datos lingüísticos del cartulario valpostano corresponden a la época en que se copiaron y no a la de la fecha referida en los documentos, si tenemos en cuenta que las copias más antiguas son de fines del siglo X, podemos afirmar que contienen los testimonios escritos más antiguos del Castellano. Además, dada la naturaleza arcaizante de la lengua escrita (siempre va por detrás de la lengua realmente hablada), es verosímil que los datos lingüísticos que ofrecen reflejen un estadio de desarrollo lingüístico muy anterior.
Durante mucho tiempo se pensó que las primeras manifestaciones escritas del Romance Castellano aparecían en las Glosas Emilianenses del monasterio riojano de San Millán de la Cogolla. Son un conjunto de pequeñas notas marginales o interlineales que los monjes copistas del monasterio apuntaban en los códices latinos con el fin de aclarar los significados de determinadas expresiones, como quien escribe en un libro de texto puntualizaciones de su profesor (Francisco Rico ha llegado a considerar que quizá no sean más que un ejercicio de traducción de un estudiante de Latín). Del millar largo de glosas que aparecen en el manuscrito la mayoría están en Latín, unas cien en Romance y dos en Euskera medieval. Las glosas (31) y (42), que son las escritas en Euskera medieval, constituyen las primeras frases escritas con que contamos en ese idioma (obviando, por tanto, las fuentes epigráficas).
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documento. Habrá que esperar a los últimos años del siglo XII para que la propuesta lingüística castellana irrumpa en los escritos valpostanos de forma consciente y deliberada en documentos plenamente romances. En el área catalana podemos encontrar fragmentos enteramente romances en el siglo XI; en La Rioja el fuero de las defensas de Matrice (San Millán, 1044) está muy romanceado; y en Burgos el juicio de Fandovínez o Buniel (Burgos, 1100) se nos presenta también enormemente romanceado.
Son buena prueba del contacto vasco-romance del que ya hemos hablado: /jzioqui dugu/ (31) /guec ajutuezdugu/ (42) Desde el euskera actual no se entienden, y la correlación con el texto latino no está exenta de dificultades. La glosa (31) se anota en la expresión latina jnueniri meruimur (“hemos encendido”); la (42) se apunta en precipitemur (“no nos arrojamos”) y, a su vez, es glosada por el romance /nos non kaigamus/ (43). En cualquier caso, hoy en día sabemos que no son anteriores al siglo XI y que casi con toda probabilidad fueron escritas por un monje bilingüe vasco-románico con formación en Latín escrito (¡menudo follón tendría este hombre en la cabeza!). Además, ya Menéndez Pidal se dio cuenta al estudiar los documentos de que no se trataba propiamente de Castellano. El Romance de las glosas correspondería a una variedad dialectal más suroriental, quizá riojano, navarro o aragonés (no hay acuerdo entre los especialistas), distinta a la que con cierto aire arcaico se adivina en los documentos de Valpuesta y que será la que dé lugar al Castellano documentado posteriormente. No obstante, es cierto que las glosas muestran una decidida intención de explicarse en Romance (y a vuela pluma en Euskera) ausente en los documentos más antiguos de Valpuesta, con la necesaria conciencia lingüística que ello supone de que es necesario traducir el texto latino para poder ser comprendido por los usuarios del
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Ante los primeros textos escritos, ya totalmente en Romance, debemos pensar que lo que ocurrió es que el escriba aproximó al máximo de sus posibilidades la forma de hablar con su expresión gráfica, es decir, que utilizó una ortografía vernácula con la intención de intentar transcribir la pronunciación del habla real. Este fenómeno, que ocurre más o menos a comienzos del Siglo XIII en los distintos reinos hispanos, coincide con la consumación de la reforma del latín y la escritura que provocó el concilio de Toledo de 1080 al decretar la sustitución de la liturgia visigoda por la romana. A partir de entonces los clérigos debían aprender el latín eclesiástico o medieval para desarrollar el nuevo rito y la escritura carolina para sustituir a la visigótica. Pero tal reforma tardó más de un siglo en expandirse por Castilla. Mantuvieron durante mucho tiempo sus ritos y cultura visigótica. Esto explicaría, por ejemplo, la carolinización de los becerros góticos valpostanos a principios del siglo XIII mediante su copia con letra carolina o francesa dando lugar al Becerro Galicano. Este nuevo latín eclesiástico o medieval debe su origen a un procedimiento de lectura de los textos latinos clásicos que fue creado en el siglo IX en Inglaterra. Allí el Latín sí que era una lengua totalmente distinta a la vernácula, y para poder leer los textos latinos se identificó de forma aproximada cada grafía con un sonido. Fue Alcuino de York quien trasladó a Francia la moda anglosajona de lectura en voz alta según el procedimiento señalado. Su generalización dio lugar al nacimiento de lo que se conoce como latín eclesiástico o medieval, una lengua de cultura, de distinto uso a los protorromances a los que habían evolucionado las hablas de las gentes tiempo ha latinizadas. Será al propio Alcuino de York a quien Carlomagno encargue la elabora-
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ción de los nuevos textos litúrgicos oficiales cuando instituya el rito romano en el 787. La distancia que separaba a este latín culto del habla real de la gente, así como el procedimiento de lectura en voz alta adscribiendo sonidos a grafías que está en su origen, explica muy bien la aparición en el 842 de los juramentos de Estrasburgo, el que puede ser considerado como primer documento escrito en Romance. Cuando, al pasar de los siglos, los monjes hispanos tuvieron que utilizar el latín eclesiástico o medieval, la distancia que lo separaba de la lengua hablada era ya insalvable pese a las novedades lectoescritoras que se habían venido introduciendo desde tiempo atrás en la cultura gráfica para posibilitar su aproximación al habla real. Había llegado el momento del cambio, que en Valpuesta ocurre sin lugar a dudas a finales del siglo XII con el documento 178, primer texto amplio que es Romance en fondo y forma (hasta esa fecha sólo encontramos términos aislados y pequeñas frases): In Dei nomine. Esto sea sabudo a los que son y a los que seran: que Fortun Sangez de Butrana dio una
tierra al molin de rriba por anneversario a los chanonigos de Valposta et metio? (hay quien lee vendio) ena tierra a domino Garcia, maestro de Valposta: testes Enego Lopez de Fresneda, Sancho Ortiz de Orruno, G. Garçiez de Butrana, Enego Lopez, Sancha Alvarez, M. Sangez, M. Belaz de Butrana, B. abad d’Azevedo, I. Garçiez La aparición del Romance escrito no debe llevarnos a pensar en una realidad lingüística homogénea. Los documentos encubren un fondo complejo, transversal y caleidoscópico. A. Varvaro ha llegado a comparar la situación con lo que ocurre actualmente en la India. En un núcleo urbano centro-septentrional del siglo XII, como por ejemplo Valpuesta, podríamos encontrar el habla castellana del pueblo, la koiné castellana propia de la clase militar y aristocrática, el Latín del culto cristiano y de los documentos oficiales, los dialectos románicos de los comerciantes francos, el Árabe hablado por la población hispanoárabe, el Árabe coránico del culto, el dialecto románico de los inmigrantes mozárabes, el Hebreo hablado por los judíos, el Hebreo propio del culto, y el Euskera de los colonos vascos. ¡Casi nada!
TRAS LOS VESTIGIOS DE LA LENGUA: VALPUESTA
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