¿ HA MUERTO EL CONSENSO DE WASHINGTON ? Deepak Lal Es James S. Coleman Professor Emeritus de Estudios Internacionales del Desarrollo en UCLA y Profesor Emeritus de Economía Política en el University College de Londres. Traduccion al español autorizada por editor de The Cato Journal En los años de la post guerra, la mayoría de los países del Tercer Mundo voltearon sus economías hacia adentro en respuesta a lo que ellos pensaron que fueron las desastrosas consecuencias de su integración en el siglo XIX dentro de la economía mundial cuando colapsó la economía global en la Gran Depresión. El aparente éxito de la planificación central bajo Stalin también persuadió a los dirigentes de estos nuevos países independientes a cambiar el mercado por el plan. Había un furor en planificar, mediante el Estado intentando controlar las cúspides de la economía. Más aún: muchos teóricos crearon una aparente “nueva economía del desarrollo” sustentando
las bases intelectuales para un complejo sistema de controles dirigistas sobre
“cualquier cosa que se moviera” (como uno quisiera) en una economía de mercado. En los inicios de los años 80, escribí un pequeño libro La miseria de la economía del desarrollo (Lal, 1983) el cual intentaba resumir los argumentos lógicos y la evidencia empírica en contra de lo que yo he denominado el “dogma dirigista” el cual ha hecho tanto daño a las posibilidades de los pobres en el “Tercer Mundo”. Este libro que tuvo alguna celebridad, si no fama, marcaba la neoclásica insurgencia contra el dogma dirigista en tanto muchos países en desarrollo comenzaron a adoptar (al menos parcialmente) el paquete de políticas liberales clásicas conocido con el nombre de Consenso de Washington1. El reverso del dirigismo en los años 1980 y comienzos de los 90, particularmente en China y la India, pero también en muchas otras partes del 1
Un árbitro ha indicado correctamente que este paquete de políticas agrupadas por John Williamson (1989) consisten más que todo en prescripciones macroeconómicas, no todas consistentes con los principios liberales clásicos. Así, por ejemplo, argumenta el manejo de tasas de cambio, y aunque enfatiza en los derechos de propiedad, no dice nada sobre el tamaño del gobierno. De hecho, Williamson se ha distanciado el mismo de los puntos de vista recomendados por Mont Pelerin Society, el cual considera un engaño llamar a su paquete de políticas “liberal clásica” (Williamson, 2002). Sin embargo, es suficientemente congruente el referirse al paquete de políticas liberales clásicas como el Consenso de Washington.
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Tercer Mundo, dirigido a subir los ingresos per cápita y a la más grande reducción en la pobreza estructural en la historia de la humanidad El Consenso de Washington El Consenso de Washington es el patrón de economía clásica liberal , consistente de libre comercio, finanzas glastonianas, y dinero estable. También exige un buen gobierno que promueva la “opulencia popular” a través de la promoción de la libertad natural estableciendo leyes de justicia que garanticen el intercambio libre y la competencia pacífica. El igualitarismo se rechaza como norma de la cual se derivan principios de políticas públicas , en vista del hecho contingente de lo que un ingreso “justo” o “correcto” debería ser, a pesar de los esfuerzos de los filósofos morales para justificar sus prejuicios por ser dictados de la razón. Pero los liberales clásicos, desde Smith hasta Friedman y Hayek, también han reconocido que el Estado debería aliviar la pobreza absoluta a través de beneficios dirigidos a los indigentes e incapacitados. A través de varios bienes primarios (merit goods),
salud, educación, y
posiblemente viviendas-
a través de
transferencias en especie mediante alguna forma de ticket (“voucher”). Últimamente, en las pasadas dos décadas ha habido un movimiento contra el Consenso de Washington. Gerald Meier, un partidario de la nueva economía del desarrollo , la cual parte de modelos con información imperfecta, fallas en coordinación, múltiples equilibrios, y trampas de pobreza, afirmando que “ con información imperfecta y mercados incompletos, la economía está restringida en el sentido de ineficiencia paretiana- esto es, un conjunto de impuestos y subsidios existentes que se pueden mejorar” (Meier 2005:119-20)2. Esto refleja una afirmación similar hecha por Greenwald y Stiglitz (1986). Meier (2005:124) encomia a Rodrik (1995) por enfatizar las “fallas de coordinación” y por demostrar “cómo los gobiernos de Corea del Sur y de Taiwán han intervenido correctamente”. El establece este punto de vista, y el modelo de Murphy, Shleifer, y Vishny (1989) del “gran impulso”, valida la vieja economía del desarrollo de Nurkse (1953) y de Rosenstein-Rodan (1943). El apoya la creencia de Krugman (1993) que su primera formalización no fue persuasiva porque sus ideas no fueron expuestas de forma matemática. Pero como Stiglitz ( discutiendo a Krugman) ha notado correctamente: “que podamos elaborar un modelo de un fenómeno no prueba casi nada. No hace que la idea sea correcta o equivocada, importante o no importante”.
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Véase Lal (2007) para una revisión de Meier.
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En cuanto a las consideraciones de Rodrik sobre el inteligente dirigismo en Corea y Taiwán, Litle (1994) convincentemente muestra que las tasas sociales de retorno de la inversión estaban inversamente correlacionadas con el grado de dirigismo. En este artículo, examino las bases de estas “nuevas” teorías curiosas que cuestionan el Consenso de Washington, en tanto son las bases de del consejo ofrecido por los “nuevos dirigistas” para aliviar la pobreza del Tercer Mundo. También brevemente examino el aserto de que el “milagro” económico fue creado no por reemplazar el plan por el mercado, sino por varias formas de dirigismo, el cual ha conducido a un nuevo Consenso de Pekín para reemplazar el difunto Consenso de Washington. Las trampas de la pobreza Tengo un tremendo sentido de “déja vu” leyendo esta “nueva” bibliografía teórica. La visión de la “trampa de la pobreza”, la cual ahora está circulando ampliamente entre los jóvenes, es simplemente una resurrección de los argumentos de los años 50 sobre el “círculo vicioso de la pobreza, excepto que ahora están vestidos de un ropaje sofisticado matemático. La dura crítica de Peter Bauer ([1987] 2009:173) de esta visión todavía persiste: De acuerdo a esta noción, el estancamiento y la pobreza necesariamente se autoperpetúan : los pobres y los países pobres o sociedades en particular están atrapados en su pobreza, y no pueden generar suficientes ahorros para escapar de la trampa. Esta noción se convierte en una piedra angular de las principales corrientes de las economías del desarrollo. Esto fue el tono de los abogados de la ayuda extranjera a través de los años 50… Esto todavía está en conflicto obvio con la simple realidad. A lo largo de la historia, innumerables individuos, familias, grupos, sociedades, y países – tanto en occidente como en el Tercer Mundo- han pasado de la pobreza a la prosperidad sin donaciones externas. Todos los países desarrollados comenzaron como subdesarrollados. Si la noción del círculo vicioso fuera válida, la humanidad todavía estaría en la Edad de Piedra como máximo.
Pero validar el círculo vicioso es precisamente lo que los presentadores de la trampa de la pobreza buscar hacer. Los teóricos han trabajado con el modelo normal neoclásico de crecimiento desarrollado por el Premio Nobel Robert Solow (1970). El presenta cómo con una tasa dada per cápita de ahorro (como una proporción del ingreso per cápita), y tasas dadas de incremento en la fuerza laboral (directamente del crecimiento de la población e indirectamente a través del trabajo aumentando el progreso técnico), una pobre economía que arranca con un bajo acervo de capital por cabeza (y de aquí un bajo ingreso per capita) convergirá a un mayor estado estable de capital per cápita e ingreso 3
per cápita. En el estado estable, tanto el ingreso como el acervo de capital crecerán a la “tasa natural de crecimiento” dada por la suma de la tasa de crecimiento de la población y del trabajo aumentando el progreso técnico, con un ingreso per cápita constante en el estado estable en su nivel más elevado. Pero durante la “travesía” hacia este estado estable desde la posición inicial, la tasa de crecimiento per cápita del ingreso y del capital será más rápida que su tasa natural de crecimiento. Mientras más pobre el país, más rápida será tasa de crecimiento del ingreso per cápita en cuanto alcance el estado estable de del ingreso per cápita y del capital de los líderes en la economía mundial. Esta convergencia en los ingresos per cápita, sin embargo, está condicionada en los países relevantes que tengan una estructura legal e institucional para la actividad económica, tal como Barro y Sala-i-Martin (1991,1992) lo han presentado. Las regiones dentro de grandes unidades económicas como Estados Unidos, Japón, y la Unión Europea cumplirían esta condición, y ahí hay evidencia en las tasas de crecimiento de sus regiones de esta “convergencia condicional”. Claramente, con esta estructura teórica no hay trampas de la pobreza. Ahora entran los nuevos teóricos. Estos encuentran que muchos países, particularmente en África, aunque pobre, no parece estar creciendo más rápido que los ricos, como predicen las principales teorías. Entonces, argumentan que la respuesta está en que existen “múltiples equilibrios” en donde algunos países están atascados en un estado estable con un bajo ingreso per cápita y un bajo ingreso acervo de capital per cápita, en vez de avanzar suavemente hacia el estado estable del alto ingreso per cápita de la estructura de Solow. Gráfico 1 La trampa de la pobreza ingreso per cápita Yh
Y =f(k)
YL
nk sy
0
KL
K*
Kh
4
capital per cápita
¿ Entonces cómo generan teóricamente estos múltiples equilibrios ? Simple, asumen que en lugar de la tasa de ahorros per cápita que representa un proporción fija con el ingreso per cápita, tiene una baja proporción en bajos niveles de ingreso per cápita- y de repente salta a un mayor proporción del ingreso. Los ahorros per cápita como una función del ingreso per cápita se convierte abruptamente en una forma de S con respecto al acervo de capital por trabajador. Los ahorros son bajos en bajos niveles de capital por trabajador, se incrementan sustancialmente en un nivel intermedio, y entonces suben. El gráfico 1 es una simple explicación diagramática del modelo normal de crecimiento de Solow y los múltiples equilibrios que se derivan del mismo por los presentadores de una “trampa de la pobreza”3. La función normal de producción neoclásica (Oy) muestra el producto (ingreso real) per cápita (y= Y/L) como una función del capital per cápita(k=K/L). La línea nk muestra las inversiones requeridas para mantener cualquier relación capital-trabajo constante, cuando la suma de la tasa del crecimiento de la población (p) y el aumento del progreso técnico en el trabajo (t) es igual a n(n= p.t). La función de ahorros (sy) es una constante a una tasa baja hasta que el capital es kL , y luego salta a una mayor tasa constante cuando el capital per cápita es k*. Entonces habrán, dos relaciones de capital trabajo en estados estables. Si el país arranca con capital por debajo de kL , alcanzará una baja relación de capital-trabajo correspondiente a un estado estable y se quedará allí. Esta es una trampa de la pobreza en tanto el ingreso per cápita no puede crecer. Si, sin embargo, la economía comienza con un capital per cápita mayor que k*, terminará con un estado estable mayor de ingreso per cápita YH. Para un país atascado en la trampa de la pobreza en kL un gran donativo de capital proveniente de la ayuda externa lo empujaría a una relación mayor capital-trabajo kH y al mayor estado estable de ingreso YH .
Si el umbral de la relación capital-trabajo k* a la cual la
función salta a la izquierda de kL, inclusive si el país arranca con un acervo bajo de capital per cápita convergirá al elevado estado estable de relación capital-trabajo kH, e ingreso per cápita de YH. ¿ Por lo tanto, cuál es la evidencia en la forma de la función de ahorro para los países pobres africanos y de ahí la probabilidad de que estén capturados en el bajo ingreso per cápita y “trampa de la pobreza” en un bajo acervo de capital per cápita? Aart Kray y Claudio Raddatz (2007:316)
han examinado la evidencia y encontrado que “la verdadera relación de datos
transversales en los países entre tasas de ahorro y capital per cápita observados en los datos, está de 3
Siento decir que mucho de este alto no sentido ha sido perpetrado por mis colegas economistas matemáticos en UCLA. Véase por ejemplo la génesis de este género en Azariadis (1996) y Azariadis y Drazen (1990).
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cumplir estas condiciones. Si algo, como las tasas de ahorro aparentaran estar incrementándose en bajos niveles de capital por trabajador, planas
en un nivel intermedio e incrementándose
nuevamente en altos niveles”4. Una vez más, tenemos una curiosidad teórica. Pero, como en el pasado, está siendo utilizada por los académicos urgiendo lo “grande y lo bueno”
para que
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Occidente apoye una masiva oleada de ayuda para salvar a África . El Gran Impulso, “nueva” teoría del comercio, y política industrial En los años cincuenta la economía del desarrollo había diseñado muchos conceptos tales como el “Gran Impulso” y “eslabonamientos hacia atrás y hacia adelante” los cuales se apoyaban en la importancia de rendimientos crecientes y economías externas pecuniarias. Estos conceptos fueron formalizados y constituyen la base de una nueva dirigista bibliografía que revive el caso para la política industrial (PI).
Están todos vinculados al envejecido debate sobre libre comercio y
proteccionismo. La moderna teoría del comercio y el bienestar ha provisto un respuesta teórica a estos acertijos6. La mayor parte de estos argumentos a favor del proteccionismo, tienen su origen en los de Hamilton y List en el siglo XIX, están apoyados en algunas distorsiones en el funcionamiento del mecanismo de los precios internos, de tal modo que los precios de mercado no reflejan los verdaderos costos de oportunidad (verbi gratia valores sociales) y un arancel podría emplearse para proveer un resultado que mejore el bienestar. Este argumento ha conducido a un dogma dirigista que tanto el “libre comercio” como el “laissez faire” son dañinos. Esta teoría del comercio y del bienestar desarrollada en los años cincuenta y sesenta se desentendían del caso del comercio libre por el “laissez faire”. Mostraban que la mejor forma de tratar con una distorsión en el mecanismo de los precios internos era tratarla en su origen, por algún impuesto interno conveniente y algún instrumento de subsidio (de aquí se sale del laissez faire). Pero el libre comercio debía ser mantenido.
Los aranceles y las restricciones cuantitativas eran comúnmente los peores
instrumentos posibles para tratar con estas distorsiones internas y podían llevar a una pérdida de bienestar (véase Corden 1997).
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Kraay y Raddatz (2007) también han presentado cómo otras fuentes de propuestas teorías sobre trampas de la pobreza (verbi gratia, bajos niveles de tecnología en bajos niveles de desarrollo o en un bajo nivel de consumo de subsistencia) no tienen apoyo empírico. 5 Véase Sachs (2005) y el informe cuya autoría es de Nicholas Stern de la Comisión para África (2005). Easterly ha argumentado por ayuda para romper la trampa de la pobreza en África, pero claramente cambio su opinión en Easterly (2009). 6 Esta bibliografía fue recopilada y ampliada para los lectores en general en Lal (2006).
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El único argumento favorable a la intervención en el comercio que sobrevive en esta moderna teoría es el del arancel óptimo de John Stuart Mill. Si un país tiene un poder de monopolio o monopsonio en su comercio exterior, puede conseguir una ganancia de bienestar imponiendo un arancel óptimo si tiene poder de monopsonio en sus importaciones, o un impuesto a las exportaciones si tiene poder de monopolio en sus exportaciones. La razón porqué la intervención comercial es requerida es debido a que la distorsión se encuentra en el comercio externo. Pero, dado el peligro de retaliación, este argumento no tiene mucha relevancia práctica excepto en el caso de los países productores de petróleo en el cartel de la OPEP. Más aún, una vez que se toma en cuenta el proceso político y el fenómeno ubicuo de buscadores de rentas, incluso la recomendación de emplear impuestos y subsidios para corregir una distorsión interna colapsa (véase Krueger 1974). Si los productores saben que el gobierno está en el negocio de los subsidios, lo más probable es que hagan “lobby”
pidiendo un subsidio para
compensar una distorsión interna en el funcionamiento del mecanismo de precios donde de hecho ninguna existe. Si tienen éxito, se quedan para obtener rentas de productores. Estarán deseosos de gastar recursos (hasta el límite de estas rentas) buscando subsidios, lo cual representa una pérdida neta de bienestar para la economía. En la práctica es virtualmente imposible determinar si una distorsión interna existe. La incertidumbre sobre el tamaño de la distorsión y el subsidio requerido estimula la búsqueda de rentas. Esto implica que la solución impuestos y subsidios para tratar con las distorsiones internas no conducirá a un mejora del bienestar. De aquí, que la mejor política puede ser dejarse solo, esto es, seguir un enfoque laissez faire. Incluso dentro de la estructura de la teoría de las distorsiones internas en el funcionamiento del mecanismo de los precios internos, debido a estas consideraciones sobre la búsqueda de rentas, la rueda aparentemente ha dado la vuelta total, libre comercio y laissez faire, como los liberales del siglo XIX lo vieron tan claro, manejarlos juntos (Lal 2003). Mientras aparentemente existe una aceptación general de este punto de vista en lo que concierne a las intervenciones directas
en el comercio exterior en la forma de aranceles y
restricciones cuantitativas, existe una banda creciente de “nuevos economistas del desarrollo” alabados por Meier (2005), quienes están argumentando a favor de la intervención gubernamental en la forma de política industrial para tener en cuenta varias externalidades. La exitosa industrialización de Japón, Corea del Sur, y Taiwan se le atribuye al empleo de política industrial que internalizó externalidades marshalianas. Los fundamentos para esta “nuevo” programa dirigista se suponen que están en la “nueva” teoría del comercio la cual ha emergido incorporando varios aspectos de la teoría de la organización industrial, tales como competencia imperfecta y política 7
estratégica comercial. Baldwin (1992) ha presentado
que mucha de esta “nueva” teoría es
simplemente una variante del viejo argumento de los términos de intercambio, el cual es válido si no hay retaliación. Si hay una guerra comercial, el país iniciador puede ser el perdedor. De ahí, aunque teóricamente es correcta no tiene mucha relevancia práctica. Las bases para las políticas industriales dirigistas son variantes del argumento de la industria infantil basado en la presumible existencia de lo que se ha denominado externalidades pecuniarias. Estas deben diferenciarse de las denominadas externalidades tecnológicas empleadas por los ambientalistas para exigir la intervención gubernamental. La segunda, es como el humo que sale de una fábrica que afecta a una lavandería vecina. La acción gubernamental puede hacer que la fábrica internalice estos costos externos impuestos a la lavandería. Estas externalidades existen y sus beneficios y costos relevantes no se derivan del mecanismo de precios. En contraste, las externalidades pecuniarias reflejan la interdependencia a través del mecanismo de precios. Por ejemplo, si un productor nuevo de whisky abre una destilería, incrementando la oferta de whisky y reduciendo su precio, los beneficios de las destilerías de whisky declinan pero el bienestar de los bebedores de whisky se incrementa. Este resultado es supuestamente una deseconomía pecuniaria para los productores de whisky. Pero como Buchannan y Stubblebine (1962) lo presentaron, estas externalidades no son relevantes en el sentido de Pareto, y no debería intentarse su anulación. La pérdida de los productores es menor o igual que la ganancia de los consumidores. Similarmente, si hay una innovación que reduzca los costos por un productor que reduce el precio e incrementa la producción a la expensa de otros productores, se demuestra rápidamente que las ganancias de los consumidores (en términos del excedente del consumidor) anula cualquier pérdida de renta de los ahora ineficientes productores. Estos cambios en una economía dinámica se efectúan a través del mecanismo de precios y mejoran la asignación de recursos: no se requiere ninguna acción gubernamental para esto. ¿Entonces, cuáles serían las externalidades pecuniarias propuestas por la política industrial la cual dice que requieren de una acción gubernamental? El mayor es el que presenta el argumento del Gran Impulso desarrollado por Rosenstein-Rodan. Supongamos que se instala una fábrica de zapatos en un país en desarrollo. No mucho de la demanda que resulta de los gastos en hacer los zapatos serán gastados en zapatos, haciendo que la fábrica no sea rentable. Si, sin embargo, un gran número de fábricas que hacen varios bienes de consumo se instalan al mismo tiempo, entonces, funcionará la Ley de Say – la oferta crea su propia demanda- operará, y el complejo industrial resultante será viable. Esta idea puede ser llamada de “demanda complementaria”. Pero como Little (1982:38) correctamente ha señalado: “ el argumento de la demanda complementaria 8
aparentemente exige una economía cerrada”. Para una economía abierta, el productor de zapatos puede puede siempre exportar sus zapatos si hubiese insuficiente demanda interna, y ganar en tanto la fábrica sea viable a precios mundiales. Murphy, Shleifer, y Vishny (1989) reconocen esto, y en su modelo de dos bienes, la fuente de presuntas fallas del mercado se basa en un bien moderno el cual es producido con rendimientos crecientes (economías de escala) y alta productividad en un ambiente de competencia imperfecta, es comparado con un producto elaborado mediante rendimientos tradicionales constantes a escala de baja productividad bajo la competencia7 perfecta. Esto conduce a dos equilibrios en la economía abierta: uno bueno, donde como resultado de la intervención gubernamental la economía se especializa completamente en producir el bien moderno; y uno malo, donde (sin la intervención) la economía se especializa completamente en producir el bien tradicional.
Este modelo
de
externalidades pecuniarias es más correctamente llamado el de rendimientos crecientes y protección de la industria infantil. Ha sido empleado para justificar intervención gubernamental selectiva en la política industrial (ver Pack y Westphal 1986). En lo concerniente al argumento de la industria infantil, Baldwin (1969) demostró que es preferible una intervención impuesto subsidio a intervenir en el comercio exterior. Para que cualquier intervención se justifique, una condición necesaria es que los insumos por unidad de producto decrecen más rápidamente tanto relacionadas con los competidores externos como otras industrias externas. Pero inclusive, esta condición no es suficiente. En adición, es necesario que la tasa de descuento del valor neto presente de las pérdidas incurridas durante la fase de altos costos se recuperen durante la fase de la post infancia, para que ganen al menos la tasa social de rendimiento de la inversión en la economía. ¿Entonces, cuál es la evidencia de la política industrial que se basa en el argumento de la industria infantil ? Ann Harrinson y Andres Rodriguez-Clare (2009: de ahora en adelante HRC) han revisado numerosos estudios empíricos que analizan esta cuestión. En primer lugar, son pocos los estudios de industrias que han logrado una respuesta empírica correctamente planteada. Estos encuentran que “ la protección podría conducir a un
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Pero continúan el enredo creado por la definición de Scitovsy’s (1954) de externalidades pecuniarias, las cuales no fueron las definidas por Buchanan y Stubblebine (1962) y Viner (1931), pero si concernían rendimientos crecientes e imperfección de mercados (particularmente los de futuros). Así Murphy, Shleifer, y Vishny (1989:1004) escribió: “ En todos los modelos descritos en este trabajo, la fuente de multiplicidad de equilibrios son las externalidades pecuniarias generadas por la competencia imperfecta con grandes costos fijos”.
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mayor crecimiento pero resultaría en pérdidas netas de bienestar…Estos casos estudiados sugieren que el diseño de políticas que incrementen el bienestar es muy difícil” (HRC 2009:32). En segundo lugar, tenemos los estudios transversales. Desde estos, HRC (2009:34) concluye: No hay evidencia que sugiera que la intervención por las razones de PI (Política Industrial) en el comercio exista. Si la intervención fuera motivada por razones de PI, podríamos esperar un patrón de intervención sesgado hacia las actividades en donde existan externalidades positivas o grandes fallas de mercado. Más que todo, la evidencia sugiere que la protección es motivada por consideraciones de aranceles óptimos, por la generación de ingresos, o para proteger intereses especiales. Sobre la evidencia de externalidades marshalianas (verbi gratia: los beneficios de la concentración geográfica) encuentran que “la aglomeración puede ser necesaria por no suficiente para incrementar
la productividad… Para ponerlo crudamente, subsidiar el
sector de la
programación (“software”) puede no generar un Valle de Silicio en un país en desarrollo (HRC 2009:35-36). En tercer lugar, a partir de los estudios de datos transversales de países HRC (2009:38) encuentra que “a finales del siglo XX, en contraste con el último siglo cuando los países industriales protegían las industrias emergentes, parece que las barreras comerciales frecuentemente se emplean para proteger industrias en declive en lugar de animar a las industrias nacientes. Finalmente, sobre la voluminosa bibliografía, principalmente econométrica, sobre la relación entre apertura comercial y crecimiento HRC (2009:3) concluyen que “ no hay ninguna relación significativa de la segunda mitad del siglo XX los niveles de protección y el crecimiento” . Sin embargo, había “una asociación positiva entre volumen y crecimiento”. Esto sugiere que “cualquier estrategia exitosa de PI debe terminantemente incrementar la participación del comercio internacional en el PIB”. Finalmente, “el hecho de que tantos países no han tenido éxito en contrarrestar el sesgo anti-comercio de sus intervenciones puede explicar porqué tantos han fallado en ser exitosos en la PI”. Murphy, Shleifer y Vishny (1989:1005) destacan que su modelo que sirve de apoyo al Gran Impulso también está a favor de “ inversiones coordinadas a lo largo de sectores líderes en la expansión del mercado para todos los productos industriales e incluso que ninguna empresa esté en el punto de equilibrio cuando invierta ella misma”. Esto es lo que se denomina coordinación de los planes de inversiones -que por supuesto no significa nada sino el síndrome de la planificación- que es la búsqueda de una planificación centralizada de las inversiones que tome en cuenta no 10
solamente los cambios en el presente sino también todos los futuros cambios de la oferta y la demanda de una miríada de bienes. También es sabido que ninguna economía de mercado puede alcanzar el inter-temporal nirvana prometido por la construcción utópica teórica de Arrow-Debreu. Pero tampoco los planificadores, como han señalado Hayek y Mises en el debate inter-guerras acerca de la eficiencia de la planificación central tipo soviética (Lal 1983). El colapso de este sistema es una confirmación empírica concluyente de la validez de la visión austríaca, que en el mundo real los mercados imperfectos son superiores a la planificación imperfecta. ¿Entonces, cuál de los éxitos reportados de la política industrial en el Este asiática, pueden ser acreditados por la rápida industrialización de Japón, Corea y Taiwan? Noland y Pack (2003) han examinado los numerosos estudios que han tratado de responder esta cuestión. Sus conclusiones son particularmente valiosas debido a que comienzan con el supuesto de que funciona la PI. Sobre Japón, el pionero de la política industrial, Noland y Pack (2003: 36-37) encuentran que “ los estimados empíricos…no revelan evidencia robusta que las intervenciones selectivas hayan mejorado el bienestar o el crecimiento en el período de la reconstrucción de post guerra”. Este desempeño “puede ser debido a la inhabilidad de los decisores de política en identificar fallas de mercado y diseñar apropiadas intervenciones”. Sin embargo, la más plausible conclusión es que “las consideraciones políticas pueden haber sido centrales en este resultado” debido a que “la mayor parte de los recursos fueron en demasía, a sectores atrasados influyentes en la política”. Esta conclusión está conforme con la tradicional teoría del comercio y del bienestar, que incorpora consideraciones de “economía política” (Lal 2003). La política industrial de Corea a mediados de los años setenta fue empleada a favor de la industria pesada y de la química (IPQ), dirigida a impulsar la producción industrial en los sectores intensivos en capital y tecnología. Los resultados fueron decepcionantes. Así, los estudios de Kim y Yoo encuentran que la política no fue exitosa. Kim (1990:42) encuentra que la IPQ “tenía como resultado predecible de generar capacidad en exceso en sectores favorecidos mientras sectores no favorecidos estaban necesitados de recursos, como también contribuyó a más inflación y aumento de la deuda externa”. Yoo (1990:43) encuentra “que en términos macroeconómicos la economía coreana podría haber estado mejor sin la política de la IPQ.” Su análisis de tasas de rendimiento para la IPQ, industria ligera, y toda la manufactura a través del espejo de Little (1994) encuentran que las tasas sociales de rendimiento en Corea estaban inversamente correlacionadas con el grado de dirigismo.
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Sobre el papel de la política industrial promoviendo la productividad de todos los factores, tal como la exige el argumento de la industria infantil, Lee (1996) encuentra que para el período 1963-83, las medidas proteccionistas disminuyeron las tasas de crecimiento de la productividad del trabajo, y la productividad de todos los factores, y las políticas de subsidios e impuestos no tuvieron ningún impacto en el crecimiento de la productividad sectorial. El concluye que los datos coreanos revelan la evidencia que la menor intervención en el comercio está vinculada a un mayor crecimiento de la productividad (Lee 1996:392). Sobre el argumento de los enlaces inter-industriales y el potencial bienestar mejorando la coordinación de las inversiones por el gobierno Noland y Pack (2003:46) destacan que “mientras que la intervención intergubernamental pudiera haber reducido algunos costos de transacción intergubernamentales, muchas de las potenciales externalidades fueron presumiblemente tratadas con acuerdos coasianos entre las [Chaebol] firmas”. Finalmente, Noland y Pack (2003:7-8) no encuentran evidencia alguna que apoye el aserto de Rodrik (1995) que la política industrial coreana fue exitosa no por impulsar una auge exportador sino un auge de inversiones. Sobre Taiwan, Noland y Pack (2003:56) concluyen (citando los análisis de la evidencia de Smith 2000) que los estudios empíricos “fallan en encontrar vínculos entre las intervenciones (política industrial) crecimiento de la productividad sectorial de los factores o desempeño en el comercio en los años 80”. Los diseñadores de políticas aparentemente han estado más motivados “por consideraciones de economía política, como empleo sectorial, la presencia de grandes firmas, o el grado de concentración sectorial, más que por las ventajas dinámicas comparativas”.8 Rosenstain-Rodan (1961) también ha añadido una segunda cuerda a su violín, argumentando por un Gran Impulso, el cual fue después tomado por Murphy, Shleifer, y Vishny (1989). Su argumento estaba referido a las indivisibilidades en la provisión de bienes no transables sociales como energía eléctrica y transporte necesitados por todos los productores industriales. Por supuesto esta fue la política recomendada a África en los años sesenta. Muchas donaciones financiaron en el sector público varios proyectos de infraestructura en anticipación a la posible demanda, con poca previsión en su mantenimiento eficiente. África está llena de escombros de los restos oxidados de muchos de estos grandiosos monumentos del último Gran Impulso ahí, del cual el ferrocarril Tan-Zam permanece como un emblema, particularmente ahora que los aparentemente están donando grandes sumas de dinero y experticia 8
Una conclusión también apoyado por Little (1994) y Thorbecke y Wan (1999).
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chinos
para desarrollar la
infraestructura de África como parte de su endulcoramiento para adquirir minas naturales y pozos. Queda por verse si éstos sufrirán el mismo destino del ferrocarril Tan-Zam. Existe una evidencia empírica más detallada sobre los países que han intentado un Gran Impulso en el pasado. Cuatro fueron incluidos en el estudio de Lal-Mynt (1996) -Ghana, Madagascar, Brasil, y México. Los resultados fueron invariablemente decepcionantes si no desastrosos (como en Ghana y Madagascar). Para promover la consecución de tales malas políticas justo porque algunos teóricos ahora han sido capaces de vestir la curiosa antigua y desacreditada economía del desarrollo con algún álgebra, no es pueril sino malvado -dado el elevado costo y sufrimiento que los pobres pueblos han experimentado. Por lo tanto, mucha de la eficiencia de la política industrial que ha sido promovida por la “nueva” economía del desarrollo, se apoya en una curiosidad teórica. Si los gobiernos del Tercer Mundo escogen seguir este camino avalado por los teóricos encabezados por Meier, será tan desastroso para el futuro de los pobres como lo fueron las economías del desarrollo de sus colegas más antiguos. ¿ Un Consenso de Beijing ? Joshua Cooper Ramo, un analista del Centro de Política Exterior de Londres, ha acuñado el término “Consenso de Beijing” opuesto al de Washington al que busca enterrar (Ramo 2004). El correctamente sostiene que la explosión de crecimiento ha estado basada en una mezcla ecléctica de formas institucionales. El mantiene que el capitalismo de Estado ha sido la forma dominante y ofrece una alternativa atractiva para los países en desarrollo en comparación con el modelo clásico liberal. Yasheng Huang un economista del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusets), ha rechazado la noción de que el Crecimiento de China ha sido uniforme - primero en un libro Capitalismo con características chinas (Capitalism with Chinese Characteristics) (2008) y más recientemente en un ensayo (“paper”) “Repensando el Consenso de Beijing” (“Rethinking the Beijing Consensus”) (2011). Así distingue entre dos períodos de crecimiento en China: el más liberal empresarial modelo capitalista seguido en los años 80 y el más estatista desde los 90. Huang (2011:18) argumenta que muchos estudiosos occidentales de China han sido desorientados al no distinguir estos dos períodos, como han tomado el primer período en el cual el crecimiento estuvo apoyado en las empresas de los pueblos y ciudades (EPC) como siendo dirigidos por estas empresas colectivas.
De esta forma muestra persuasivamente, que es debido a un mal entendimiento
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estadístico.
El término empleado por los estadísticos del gobierno
incluye “tanto las EPC
controladas por los pueblos y ciudades como las EPC controladas por empresarios privados”. Desagregando estos datos por clase de propiedad, Huang encuentra que las “EPC privadas dominan absolutamente el conjunto total de EPC”. Este malentendido estadístico ha conducido a que muchos economistas occidentales han descrito el milagro del crecimiento chino como apoyado en una singular forma de empresa colectiva, la cual abiertamente no estaba (al menos en el período inicial de la reforma). Como Huang (2011:16)
remarca, los nuevos dirigistas
proveen modelos formales que persiguen
“explicar el desempeño de las EPC como un sustituto eficiente dentro de un ambiente débil (institucional)” . Desde su perspectiva, el auge de las EPC desafían cualquier aserto de economía normal que “ los derechos de propiedad motivan a los empresarios a invertir y tomar riesgos” una curiosidad teórica apoyada en arenas empíricas. La segunda contribución de Huang al debate de los dos Consensos rivales está en distinguir entre el crecimiento del PIB per cápita y el ingreso personal(el ingreso que va a las familias). Había una fuerte divergencia entre los dos en los años noventa: el ingreso real per cápita (producción) creció al 8,1% entre 1989 y 2002, mientras el ingreso personal per cápita creció solamente 5,4% en un año. Dada la represión financiera existente, la diferencia entre los dos fue apropiada por el Estado. A pesar de las tasas similares de crecimiento del PIB en los dos períodos, Huang (2011:5) observa que “ el ingreso personal chino creció más rápidamente durante los años 80 y entonces disminuyó su crecimiento durante los años 90, mientras que el crecimiento del PIB no se vió afectado”. El enfatiza que aquellas “tendencias están correlacionadas fuertemente con las diferentes políticas”. China ha seguido las más orientadas hacia el desarrollo del mercado en el primer período y siguió las más estatistas en el segundo. La diferencia entre el crecimiento del PIB y los ingresos personales
ha provisto el
financiamiento de un incremento de las inversiones públicas – no solo en infraestructura como el estímulo durante la reciente crisis económica global- como también en la construcción masiva de reservas internacionales. Yao Yang (2010) de la Universidad de Peking recientemente ha argüido que esta inversión tiene una baja tasa de rendimiento. China ha acumulado reservas internacionales por más de $ 3 trillones, colocadas en su mayor parte en Estados Unidos e instrumentos de deuda pública de la Eurozona, están comenzando a parecerse más a los no rentables superávit de Japón en su sector privado en los años 80. Estos fondos fueron empleados en una juerga de compras desde estudios de Hollywood hasta pinturas impresionistas, las cuales tuvieron que venderse con pérdidas con las subsecuentes caídas de las burbujas bursátil e inmobiliaria. Hoy por hoy, la crisis de la 14
deuda soberana, hace que estos títulos se parezcan a los de las hipotecas subprima que mantenían los bancos norteamericanos antes de la Gran Depresión, con las espantosas consecuencias para el uso de los ahorros del pueblo chino por parte del Estado. Finalmente, la gran expansión monetaria en China durante la crisis financiera global ha conducido a una burbuja en el mercado de propiedades, otra vez anunciando el preludio del estallido de la burbuja como ocurrió en Japón. ¿ Entonces, es este el último adherente al modelo “asiático” con probabilidades de padecer el mismo destino de sus padres ? No lo creo. China todavía está en la etapa de crecimiento económico, y con tasas de ahorro que siguen elevadas hasta que termine el “dividendo demográfico”9 en el 2025, con una oferta laboral flexible en relativos mercados libres de trabajo, y abundantes oportunidades de industrialización para la expansión más allá de las costas, China debería ser capaz de mantener elevadas tasas de crecimiento en las próxima década. Los peligros se encuentran en el largo plazo, una vez la fase de crecimiento termine. Huang (2008,2011) ha argumentado que el modelo capitalista dirigido por el Estado que China ha seguido desde los años 1990 es inferior al modelo indio (el cual se acerca más al Consenso de Washington). Esta inferioridad se debe al tamaño reducido del sector privado indígena chino y a la continua dependencia en la represión financiera. El más alarmante descubrimiento de Huang es que hay un marcado descenso en la productividad total de los factores en China desde los años 90. En India él argumenta, ha progresado en la liberalización financiera, y su modelo de mercado privado de desarrollo desde 1991 ha impulsado a un empresariado indígena mientras que China está todavía dominada por monopolios gubernamentales altamente rentables. Esto significa que la India ha generado tasas de crecimiento cercanas a la de China en los años 2000 con menores inversiones. En la supuesta falla del Estado indio en proveer infraestructura para estar a la par de China, Huang destaca que, en 1980 China empezó con menos infraestructura que la India, e incluso tuvo espectaculares tasas. Como la India, hoy en día, la inversión extranjera directa y la inversión en infraestructura
tuvieron un papel menor en el despegue económico inicial de China (Huang
2008:268). Estos han seguido más que dirigido el crecimiento. Su conclusión es que la India tiene una mejor probabilidad de mantener elevadas, y sostenibles tasas de crecimiento que China. En tanto el Consenso de Beijing siga reemplazando al Consenso de Washington.
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Nota del traductor: “dividendo demográfico” es una situación en la población de un país donde crece más la parte de la población económicamente activa (laboral) que la dependiente (niños y ancianos) por lo tanto es favorable al crecimiento económico.
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Conclusión
Mis conclusiones serán breves. La economía “nueva” del desarrollo, la cual se alega ha derribado al paquete clásico liberal identificado como precisamente la “antigua” economía del desarrollo,
el “Consenso de Washington, es restaurada con bombos
y platillos
matemáticos. Sus “trampas de pobreza” son exactamente los “viejos” círculos viciosos de la pobreza. Los variados argumentos a favor de la política industrial son exactamente los viejos argumentos a favor de la protección basados en el “Gran Impulso” dependiendo de la irrelevancia de las externalidades pecuniarias o las externalidades marshalianas de la aglomeración y los incrementos de los rendimientos. Como pasa con la “antigua” economía del desarrollo la evidencia empírica particularmente para Japón, Corea y Taiwan no apoya estas curiosidades teóricas. Similarmente, el aparente éxito del Consenso de Beijing en generar el crecimiento de China post-liberación está basado en un mal entendimiento de las estadísticas chinas. Las empresas de pueblos y ciudades en el primer período eran privadas no empresas del Estado. De ahí que tal período estuvo caracterizado por políticas cercanas al Consenso de Washington. En los años 90 un modelo más estatista fue seguido, con las empresas del Estado financiadas por la represión financiera y una gran sequía del consumo interno, implicando menores incrementos en el bienestar comparado con los años 80. El descenso de la productividad de las oleadas de inversiones desde los años 90 ha conducido a un marcada reducción en la productividad total de los factores desde finales de los 90. Por contraste, la India después de la liberalización a partir de 1991 basada sustancialmente en el Consenso de Washington ha generado tasas parecidas a las del crecimiento del consumo interno, en costos menores en términos de ahorro e inversión, y tiene mejores perspectivas de mantener elevadas tasas de crecimiento que el actual modelo chino estatista.
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