Creada en 1118 con el fin de proteger a los peregrinos que se dirigen a Jerusalén, recién ocupada por los cristianos tras la Primera Cruzada, la orden de los Caballeros del Templo no tardó en convertirse en una eficiente red financiera que, además de erigir importantes fortalezas defensivas a lo largo del Mediterráneo, atrajo el dinero de la aristocracia europea, fascinada por la imagen y las honestidad mostrada por estos modelos de guerreros santos.