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Gerardo Deniz

Congéneres

Gerardo Deniz

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Anhelaba salir, sin decírmelo. Tanto, que la alcé en vilo y desde el balcón tras la cocina nos asomamos a la medianoche entre escobas, dos lazos de tender y un quemador de gas.

Abrazada a mi cuello, erguía la cabeza para otear lo oscuro, respirar el frescor oloroso a fantasmas recién planchados. Abría grandes ojos pulidos en berilo con pasmo cómplice. Yo sólo le besaba la frente. Me rozaba con orejas cónicas y yertas, pero nada decíamos —hasta que no resistí sin susurrar sus dos sílabas, tres, y al acariciarle la garganta con los dedos sentí vibrar el torno de su dicha. Media hora.

Retorné adentro con ella, cerré el balcón sin ruido. Se posó dulcemente, restregó mis tobillos, cola enhiesta, antes de marchar majestuosa hacia nuestra alcoba.

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