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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO RECTOR Manuel Pérez Rocha COORDINACIÓN ACADÉMICA Miguel Breceda Lapeyre

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Palabra mestiza utilizada para nombrar la reciprocidad en las comunidades indígenas. Forma parte de la filosofía mesoamericana sobre el trabajo como medio de comunicación, medio de vida. Encuentra sus equivalentes en palabras como: tequio, guelaguetza, gozona y fajina.

COORDINACIÓN DE PROYECTOS DE ENLACE COMUNITARIO Iván Gomezcésar REVISTA MANOVUELTA DIRECTOR: Iván Gomezcésar EDICIÓN: Elsa Fujigaki CONSEJO EDITORIAL: Ernesto Aréchiga Iván Azuara Verónica Briseño Rosina Conde Eduardo Mosches José Luis Gutiérrez Teresa Romero Guiomar Rovira CONSEJO DE COLABORACIÓN Armando Bartra (Instituto Maya) Catharine Good (ENAH) Jorge Legorreta (Metrópolis) Andrés Medina (IIA-UNAM) Genovevo Pérez Espinosa (Xochimilco) María Ana Portal (UAM-I) Agustín Rojas Vargas (Culhuacán) Samantha Ruiz Hernández (Tláhuac) José del Val (MNMPU-UNAM) Teodoro Villegas (Sogem) MESA DE REDACCIÓN: Jordán Gabriel Treviño DISEÑO: Marco Kim

MANOVUELTA Revista para las comunidades es editada y publicada tres veces al año por la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE LA CIUDAD DE MÉXICO, División del Norte núm. 906, Col. Narvarte Poniente, Delegación Benito Juárez, C. P. 03020, México, D.F. COORDINACIÓN DE PROYECTOS DE ENLACE COMUNITARIO, San Lorenzo núm. 290, Col. Del Valle, Delegación Benito Juárez tel. 5488 6661 exts. 5252, 5253 y 5254


MANO Reportaje: La Guelaguetza: la recuperación del espíritu en la ciudad Jordán Gabriel Treviño 3 Presencia Indígena: Migración Indígena en Iztapalapa Pedro González Gómez 14

VUELTA Revista de la UACM para las comunidades Iztapalapa año 2 núm. 5 2006

Crónica Cinco Close-ups de la lucha libre Magali Tercero 23 Las comunidades: La Asunción Aculco: el pueblo Jaime Ramírez Campos

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El pueblo de Aculco tras el paso del tiempo mantiene viva la fiesta patronal Asunción de María Gabriela Pérez Peralta 34 Itacate: Si te dijera, Miguel Teresa Dey

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Tetzahuitl Santos de la Cruz Hernández

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Archivo Histórico del Agua Jorge A. Andrade Galindo 46 A pie, de foto Iván Gomezcésar

Tercera de forros

En portada: Fotografía de Iván Gomezcésar


Reportaje

La Guelaguetza: la recuperación del espíritu en la ciudad Jordán Gabriel Treviño

Foto: Jorge Lépez Vela

En las calles y avenidas desbordadas de las Ciudad de México, el contacto humano se limita a los pitidos impacientes. Y si no tenemos auto, de vez en cuando platicamos a gusto con algún taxista a quien jamás volveremos a ver. Nos subimos al metro, y nuestra mirada divaga ausente, mientras tenemos cuidado de esquivar cruces con miradas de otros—quienes también se empeñan en ausentar su presencia. De esta manera, la ciudad más poblada que el mundo ha producido, quizá reúna al mayor número de solitarios, solitarios que sólo se acompañan con pitidos y miradas resbalantes. Pero sin duda esta visión no es el todo de la Ciudad de México. Tiene que haber más que viajeros enjaulados en el tráfico, más que familias que cenan tras muros en colonias privadas. La Guelaguetza que se lleva a cabo aquí en el Distrito Federal en el mes de julio nos brinda una muestra de algo que quizás hemos descuidado en las grandes ciudades y centros urbanos: el espíritu comunitario de la reciprocidad. La Guelaguetza tiene sus raíces en las comunidades indígenas de Oaxaca, y se celebra como fiesta institucionalizada todos los años desde 1932 en la capital de ese estado. MANOVUELTA

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Foto: Jorge Lépez Vela

La Guelaguetza llega al Distrito Federal con los migrantes oaxaqueños, que dejan atrás su tierra pero no sus costumbres o sus valores, en busca de empleo y oportunidad. Sin duda esta migración no ha ocurrido repentinamente, sin embargo, la Guelaguetza celebrada cada mes de julio empieza en la ciudad de México en el año 2000—producto de un largo fortalecimiento de redes y comunidades oaxaqueñas. Sin embargo, dos crecientes conflictos sociales han perturbado la celebración de la Guelaguetza tanto en el lugar de su primera institución en 1932, la ciudad de Oaxaca, como en el Distrito Federal. En Oaxaca el enfrentamiento entre el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y el gobierno estatal han hecho probable la cancelación de las fiestas. A sólo diez días del inicio de los festejos en Oaxaca, los hoteles permanecían al 20% de su capacidad, lo que es muy por debajo del 95% acostumbrado para las fiestas de julio. Como afirma Javier Pérez Cavaría en La Jornada, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Restaurantera y de Alimentos Condimentados, las protestas magisteriales “han impactado en forma preocupante, pues inclusive las propias empresas de turismo recomiendan no visitar la entidad. Lo que pierde Oaxaca con este desprestigio es incalculable.” Por otra parte, Enrique Rueda Pacheco, secretario general de la sección 22 del SNTE, explica que el movimiento no apoya la fiesta, porque ésta “representa un derroche de recursos económicos que sólo beneficia a los grandes empresarios de hoteles, restaurantes y agencias de viajes, y no al pueblo”. La Guelaguetza en el Distrito Federal no se critica por representar un “derroche de re-


cursos económicos que sólo beneficia a los grandes empresarios.” Sin embargo, su inicio planeado para el sábado y domingo 15 y 16 de julio en el centro capitalino se perturba por la marcha de simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador en la contienda política. El domingo vio a más de un millón de personas llegar al centro histórico (SSP), cantando “voto por voto, casilla por casilla,” algo que no permite que las fiestas se lleven a cabo en el centro histórico y en su tradicional mes de julio. Además, quizá sea algo simbólico que la fiesta de la reciprocidad y de la comunidad no se celebre sino hasta que la contienda se haya acabado y las divisiones sociales hayan sanado. Por esa razón se pospone la Guelaguetza para el mes de octubre, con fechas tentativas del 21 al 29 de este mes. La Guelaguetza así con mayúscula, se refiere a la fiesta folklórica ya institucionalizada en la ciudad de Oaxaca, y se celebra los dos lunes siguientes al 16 de julio. Pero guelaguetza no sólo se refiere a una fiesta anual, sino también a un elemento importante de la vida comunitaria y del modo de vida agrícola. La palabra viene de la lengua zapoteca y se refiere a participar cooperando, es decir, a la reciprocidad. La gran Guelaguetza ya famosa toma su nombre de las prácticas de reciprocidad que son parte esencial de la fiesta: el compartimiento de tradiciones y costumbres, la buena fe de sus participantes, y sus ofrendas de comida. Como aclara el maestro Lázaro González Domínguez—migrante zapoteca y Secretario General de la Alianza de Pueblos y Organizaciones Oaxaqueñas por la Guelaguetza y la Diversidad Cultural—la fiesta de hoy es MANOVUELTA

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La Guelaguetza tiene sus raíces en las comunidades indígenas de Oaxaca

Foto: Jorge Lépez Vela

producto de una unión de las diferentes etnias y culturas prehispánicas de Oaxaca, y la cultura católica proveniente de España. A pesar de que esta fiesta se ha secularizado y folclorizado, tiene sus raíces más profundas en la fiesta de la fertilidad de los pueblos agrícolas. La Guelaguetza consiste en el agradecimiento religioso de la comunidad agrícola a los dioses, cuya bendición año con año vuelve a permitir una cosecha abundante, y en consecuencia vuelve a darle vida a la comunidad. Aquí se sitúan las comunidades en un mundo recíproco donde la vida se sostiene a base de una entrega mutua entre dioses y pueblo. Afirma el maestro González que el pueblo “comía del producto de toda una convivencia, un ágape común.” Asimismo, la reciprocidad es la base fundamental de la vida y de la actitud comunitaria. Pero la guelaguetza va más allá de la reciprocidad como una simple forma de intercambio de bienes. Se refiere a una ofrenda de amor, un intercambio no por motivos de codicia, sino por amor a la comunidad. Aunque la Guelaguetza es una fiesta propia de Oaxaca, muchos pueblos agrícolas expresan una visión del mundo parecida. Una comparación evidente es el día de acción de gracias celebrado en los Estados Unidos, fiesta ya comercializada, pero que también proviene de pueblos indígenas en agradecimiento por la vida y la cosecha. En sus orígenes comunitarios, podemos entender la Guelaguetza como una ofrenda de amor a los dioses por un lado, y un intercambio comunitario formativo del gozo de la comunidad—amor que une y fortalece a la comunidad en si misma. El Maestro Lázaro González resalta tres elementos religiosos


de la Guelaguetza en las comunidades: la guerra, la fertilidad, y finalmente la palabra. Esta triada se honra a través de sus dioses particulares, a los que se rinde ofrenda. El primer elemento de esta triada es Huitzilopochtli, dios de la guerra. Es honrado por haber permitido la conquista de un territorio para acoger y alimentar a la comunidad. La guerra es sin duda nómada, huella de un pasado sin hogar. La guerra permite asentar la comunidad, y esto da lugar a los frutos de la tierra, principalmente el maíz. Por eso se rinde ofrenda a los dioses de la fertilidad, dioses agrícolas ya sedentarios. Se honra a Tláloc, dios de la lluvia que alimenta y hace que la tierra florezca. Entre los dioses fértiles, también se rinde ofrenda a Centéotl y Xilomen, la diosa del maíz y el dios de la agricultura, para pedir y agradecer una abundancia en la cosecha. Centéotl por tradición es la diosa más importante de esta celebración, ya que su fertilidad posibilita la ofrenda de amor. Finalmente también se reconoce a Quetzalcóatl, quien es asociado con la palabra y la sabiduría—dios que permite que la comunidad se hable a sí misma y pueda reflexionar. En los pueblos de Oaxaca, todavía se celebra la Guelaguetza año con año más en el sentido de las fiesta de la fertilidad, que en la del folclor de la ciudad de Oaxaca. Aquí en las comunidades, se organiza la fiesta por medio de las famosas mayordomías—sistema de cargos por el cual se le otorga la responsabilidad de aportar la comida y la organización principal a una persona. Sin embargo, comenta Lázaro González, “todos ponen para las fiestas.”

Lázaro González enfatiza también el cariz religioso de la Guelaguetza en las comunidades indígenas y afirma que este año se propone dar algo de este sentido religioso a la Guelaguetza en la ciudad de México. Y pese a que la concepción original de las fiestas provenga de una religiosidad agrícola con los tres elementos ya mencionados, se debe señalar el sincretismo que ha habido entre elementos prehispánicos y católicos. Por eso mismo “las danzas son distintas,” aunque “en el fondo hay continuidad.” Uno de los momentos en los cuales se unieron las dos culturas, fue el nacimiento de la fiesta a la Virgen del Carmen ahora conocida como los Lunes del Cerro. Los Lunes del Cerro se llevan a cabo en lo que llamaban los zapotecas “Daninayaloani,” que quiere decir Cerro Bella Vista. En su cima había una guarnición azteca, y a sus faldas estaba el asentamiento indígena “Huaxyacac”, precursor de la actual ciudad de Oaxaca. En la antigüedad el Cerro Bella Vista servía de centro de fiestas donde cada julio se le dedicaban los festejos a Centéotl para propiciar una cosecha abundante. Había danzas y ofrendas, y por consecuencia la Guelaguetza, como ofrenda de amor, tenía un rol importante en las fiestas. La celebración culminaba con el sacrificio de una doncella a Centéotl, joven elegida como la encarnación de esta diosa en las fiestas. Aquí se daba la ofrenda máxima, la de un ser viviente. Al llegar los padres carmelitas alrededor de 1521, aprovechan el lugar y la fecha de las fiestas indígenas para promover la religión católica. Construyen su convento en este mismo cerro, llamándolo el Cerro del

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Foto: Jorge Lépez Vela

Fortín. Los padres institucionalizan las fiestas a la Virgen del Carmen los dos lunes siguientes al 16 de Julio, y así aprovechan las festividades a Centéotl, y la antigua diosa es reemplazada por la Virgen del Carmen. Así comienza la aculturación católica que va transformando la antigua fiesta agrícola en una fiesta católica, al menos en la superficie. La antigua serpiente tarasca que se usaba por los indígenas como símbolo de la fertilidad se prohíbe, ya que representa el mal en la concepción católica. En su lugar se introducen los monigotes, muñecos gigantes de papel o de tela. También se introducen las marmotas, grandes faroles esféricos que representan escenas bíblicas. A través de las transformaciones por las que pasa el país, la Guelaguetza termina por secularizándose como una fiesta de índole folklórica. Esta Guelaguetza moderna se institucionaliza en 1932, cuando para la celebración del cuarto centenario de la ciudad de Oaxaca, se formaliza la fiesta de los Lunes del Cerro. Aquí, partícipes de etnias de las ocho regiones de Oaxaca llegan a la capital del estado a exponer y ofrendar su riqueza cultural. En esto se transforma sin duda la fiesta. La Guelaguetza recibe el rol de puente entre las comunidades indígenas con sus tradiciones agrícolas, y el centro urbano, centro del poder institucional. En esta transformación pierden las ofrendas algo de su significado religioso, y se vuelven ejemplo de la pluralidad en el gran centro urbano. En este contexto urbano, los antiguos dioses se quedan al margen—se vuelven símbolos del folclor, más que autoridades divinas. Y de cierta manera, los nuevos encargados de

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paloapam, del Istmo, la Costa, la Sierra Sur y la región Mixteca.

La Guelaguetza en la ciudad de Mexico La Guelaguetza se organiza en el Distrito Federal desde el año 2000 por comunidades oaxaqueñas en diáspora. Cabe aclarar que aquí nos referimos a la gran Guelaguetza, re-

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Foto: Jorge Lépez Vela

procurar la abundancia son los gobernantes del estado. A pesar de la transformación a una fiesta folklórica, ésta recupera y logra exponer muchos de los elementos anteriormente excluidos por el sincretismo y la aculturación. En Oaxaca en la actualidad, por ejemplo, se vuelve a escoger una representante de Centéotl, joven dama que se selecciona por su conocimiento cultural en lugar de por su belleza o buen atavío. Afortunadamente para la escogida, ya no termina sacrificada como en antaño. Además, se incluyen en las festividades algunas obras que dramatizan elementos de la cultura oaxaqueña y su transformación a través de la historia. Las dos obras principales son el “Bani Stui Gulal,” y la Leyenda de la Princesa Donají. “Bani Stui Gulal” quiere decir la repetición de la antigüedad, y expone cómo se han ido transformando las fiestas de los Lunes del Cerro a través de las diferentes épocas. La Leyenda de la Princesa Donají narra el cuento del arquetipo de la mujer oaxaqueña—bella princesa zapoteca que se sacrifica por su pueblo y termina degollada por los españoles. Pero quizá lo más conocido de la Guelaguetza en su celebración actual es la Calenda famosa en donde desfilan los representantes de las ocho regiones de Oaxaca. En la Calenda se exponen los atuendos, la música, los bailables de las variadas etnias de los Valles Centrales, la Sierra Norte, la Cañada, Pa-

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cordando la institución comenzada en el año 1932 en la ciudad de Oaxaca. Asimismo, cada organización de oaxaqueños organiza en el transcurso del año sus propias guelaguetzas. Y sin duda, estas fiestas exponen lo que sustenta a las comunidades oaxaqueñas en la Ciudad de México, su carácter de reciprocidad. En otras palabras, la guelaguetza se vive en la comunidad, y no sólo en las fiestas. Este año la Guelaguetza se pospone al mes de octubre. Los ocho días comienzan el 21 con una ceremonia a los dioses, para darle un poco del sentido original a la celebración. Sin embargo, también se hace la famosa Calenda folclórica, partiendo de Tacuba con Eje Central hacia el Zócalo. Se presentan los bailables, así como las danzas tradicionales en los atavíos de costumbre. Ya habiendo empezado la semana, se expone y ofrece la cultura oaxaqueña región por región—explicando los atuendos, los bailables, la música, y además ofreciendo una muestra gastronómica y artesanal. A la par, se hace un ciclo de conferencias en la Casa de la Primera Imprenta en la calle Moneda, a una escasa cuadra del Zócalo. El año 2006 además coincide con el bicentenario del nacimiento de Benito Juárez, distinguido oaxaqueño y zapoteca. Y por tal motivo, el ciclo de conferencias finaliza con una mesa el viernes, donde se discutirá sobre el Benemérito de las Américas, su vida y su relación con los pueblos indígenas. Todo esto nos lleva a confirmar las palabras del Maestro Lázaro González, quien explica: “Para nosotros la Guelaguetza es un concepto integral: Si no hay comida, no hay Guelaguetza; si no hay artesanía, no hay Guelaguetza; si no hay 10

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Foto: Jorge Lépez Vela

pensamiento, reflexión del pensamiento indígena, tampoco hay Guelaguetza.” Entre los propósitos de la Guelaguetza en la ciudad de México están la difusión de la cultura y el folclor de Oaxaca. Sin embargo, nadie puede acusar que la fiesta esté motivada por razones monetarias. Aquí en el Distrito Federal, la fiesta no es el evento turístico y económico que se ha convertido en la ciudad de Oaxaca. Son las organizaciones oaxaqueñas en la ciudad las que unen fuerzas y juntan recursos para ofrecernos la Guelaguetza, y ofreciéndola, reviven un poco de su espíritu—no sólo para mostrárnoslo, sino principalmente para preservar la identidad entre los oaxaqueños que aquí radican. Éste es el motivo principal de su celebración en la ciudad de México, como lo anuncia el ingeniero Luis Armando Aguilar Hernández, Secretario General en el 2004 de la Alianza de Pueblos y Organizaciones Oaxaqueñas por la Guelaguetza y la Diversidad Cultural en la Décima Tercera Sesión Ordinaria del Consejo de Consulta y Participación Indígena del Distrito Federal. El ingeniero dice que la Guelaguetza es un proyecto que “ha nacido de las bases del pueblo, fue convocado por las mismas bases, por los mismos pueblos, en donde veíamos la necesidad de expresar nuestra cultura, nuestra identidad indígena por medio de la danza, de la música, de las conferencias, artesanía y gastronomía.” A diferencia de la Guelaguetza de Oaxaca, enfatiza el ingeniero Aguilar que en la capital “para todo este evento, ningún miembro, ningún bailarín, ningún danzante, ningún músico recibió alguna aportación económica, todo lo estamos haciendo por nuestra MANOVUELTA

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identidad cultural.” El maestro González aclara que “los que vamos a bailar, somos de aquí. Cuesta mucho traer nuestra gente. Lo que interesa es conservar nuestra identidad aquí. La gente allá, esos tienen, viven la identidad.” Sin embargo, la exitosa organización de la Guelaguetza es un proceso que no sólo surge del entusiasmo de las bases oaxaqueñas en la ciudad de México, también recibe apoyo de parte de diversas organizaciones. En la Guelaguetza del 2004, menciona el ingeniero Aguilar, se recibió apoyo de parte de la Secretaría de Cultura, la Secretaría de Seguridad Pública, la Secretaría de Salud y Secretaría de Desarrollo Social. Además, la UAM-Xochimilco aportó el diseño y la impresión de 6,000 carteles, y Seguridad Pública desvió el tránsito para asegurar las calles en la procesión de la Calenda. El Metro dio audio-difusión a un spot de publicidad. Además, Atención a Indígenas consiguió entrevistas en Radio Bienestar, y Radio Chapultepec que sirvieron para una mayor difusión del evento. En cuanto a la participación que recibe la Guelaguetza, el maestro González comenta que en el 2005 hubo 900 participantes, entre “entre niños, jóvenes, adultos y mayores.” Además hubo “siete bandas de música, 11 grupos de danza, cuatro trovadores, 10 conferencistas, así como 30 personas de la organización para el seguimiento, planeación, ejecución y evaluación del proyecto.” La asistencia llegó a 40 mil personas durante toda la semana. Inclusive tuvo asistencia internacional, ya que se invitó a gente de Bolivia, Guatemala y Ecuador. Por motivos de visa, dice el maestro González, sólo 12

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pudo asistir el líder de “una de las organizaciones fuertes indígenas de Ecuador” Marco Murillo. Él escribió una reseña en la revista Quito, revista que se difunde en América Latina, Europa, Estados Unidos, y el Caribe. Comenta el maestro Lázaro que espera que la Guelaguetza siga permitiendo a las comunidades formar y fortalecer lazos tanto entre oaxaqueños del Distrito Federal, como entre otros habitantes de la ciudad, y pueblos solidarios en las Américas. La Guelaguetza también puede ser un vínculo entre los migrantes indígenas y los pueblos originarios de la ciudad de México, como recalcó el señor Genovevo en la Sesión del Consejo de Consulta y Participación Indígena del Distrito Federal, en agosto del 2004. Aquí Genovevo dice: “ojalá estos compañeros que presentaron la Guelaguetza aquí en el Zócalo, pudiesen acercarse a los pueblos originarios.” Menciona que en los pueblos originarios está la disposición de cooperar para traer la Guelaguetza “porque también la Guelaguetza es nuestra identidad.” Y esto se entiende en el sentido que tanto migrantes como integrantes de pueblos originarios comparten experiencias hermanas de la vida comunitaria y la reciprocidad en un cuenca urbana que por mucho tiempo ha propiciado la pérdida y disolución de la

...la guelaguetza se vive en la comunidad, y no sólo en las fiestas.


Foto: Jorge Lépez Vela

identidad en las mareas de la llamada modernidad. A pesar de la distancia de las comunidades oaxaqueñas en diáspora de la realidad agrícola que dio nacimiento a la guelaguetza, la ofrenda de amor encuentra un significado apropiado y contundente para quienes han dejado su hogar antiguo por el nuevo territorio urbano. El cariz religioso de la celebración original vuelve a entenderse. Regresan Huitzilopochtli, Tláloc y Quetzalcóatl. La triada de las fuerzas religiosas sobrepasa a lo folklórico y adquiere una nueva vitalidad en la ciudad de México. La guerra permitió el asentamiento de aquellos que han luchado para establecerse en la ciudad. La fertilidad de su esfuerzo les ha permitido poner familia y cosechar el sustento. Y finalmente, la palabra les permite recordar y revivir las costumbres que nun-

ca dejaron atrás en Oaxaca—las ofrendas de amor que hacen de la vida un proceso sagrado y no meramente económico. Ojalá el fortalecimiento de estas tradiciones, la inclusión de los pueblos originarios, de náufragos ciudadanos en la marea de la ciudad, y de pueblos solidarios en el resto del mundo, algún día nos dejen construir lo que el maestro Lázaro llama, “otra forma de vivir la sociedad, donde la cultura sea lo más importante, no el dinero, no la economía. Por eso la Guelaguetza es cultura, pero ahí está todo, la política y economía. Y aunque no tengas recursos, aunque no tengas recursos. Pero ve, porque hay mucho que hacer. No puedes dar dinero, pero puedes hacer esto, puedes hacer algo. Y eso recompensa la falta de dinero.” Participemos todos en esta ofrenda del amor.

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Presencia Indígena

Migración Indígena en Iztapalapa Pedro González Gómez1

“Queremos vivir en la Ciudad, pero seguir siendo Mixe, Mixteco. Triqui, Nahua, Wirrarica, Chontal o Tzeltal,..”

Antecedentes de la migración de los pueblos indígenas a la Ciudad de México La década de los cuarenta marcó para los Pueblos Indígenas un cambio que ha sido ventajoso y a la vez difícil. Las condiciones de industrialización de las áreas urbanas, generaron una repentina y fuerte demanda de mano de obra, aunada al abandono del campo, el crecimiento poblacional y las políticas del gobierno en el medio rural; todo ello dio lugar a un éxodo de indígenas a distintos puntos de la República Mexicana y al extranjero. Si bien es cierto que la migración siempre ha sido una característica de los pueblos, es también a partir de esos años cuando toma una dimensión distinta en tanto migración campo-ciudad, además de la migración rural-rural. La población rural vio la oportunidad de vender su fuerza de trabajo, laborando como jornaleros en los estados de desarrollo agrícola como Sinaloa, Sonora, Baja California. 14

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La Ciudad de México y su área metropolitana se han convertido en los principales centros de atracción de los migrantes indígenas2, debido a su gran concentración de industrias y comercio, así como, por la centralización de los poderes federal y local. Le siguen en importancia Monterrey y Guadalajara por motivos similares. Los migrantes indígenas se han sumado a las pocas ofertas que ofrece la ciudad, entre las que podemos mencionar: trabajadores (as) domésticos (as), trabajo en la industria de la construcción, y más recientemente, comercio ambulante, vigilancia, subempleo como jardinero, carpintero, artesanos, etc.

Miembro del Pueblo Mixe. Migrante a la Ciudad de México desde 1985. 2 Migrantes indígenas son aquellas personas que radican temporal o permanentemente fuera de su comunidad, pero poseen una conciencia de pertenencia e identidad étnica que se refleja en su participación comunitaria y organizativa en las zonas de atracción. 1


En esta nueva vida como migrante, la pertenencia étnica fue un elemento que siguió manifestándose, traducido en la organización comunitaria, sistema de cargos, reconocidos por las comunidades de origen, redes de ayuda mutua, mayordomías, participación en las comunidades de origen, difusión y práctica de la lengua materna, además de la recreación de la música, la comunalidad, trabajos manuales (artesanías), gastronomía, que les sirvieron como estrategia de sobrevivencia cultural heredados por sus comunidad, padres y sus propios pueblos de origen. En la actualidad los migrantes indígenas que viven y trabajan en la Ciudad de México han desarrollado una serie de experiencias individuales y colectivas, desde aquellas que tienen que ver con las experiencias laborales y educativas hasta los mecanismos de reproducción y continuidad cultural. De esta forma construyen una vida urbana comunitaria de acuerdo a sus nuevas condiciones de vida. En lo individual, incorporan oficios, hábitos alimenticios, de vestimenta, estrategias de sobrevivencia en un ámbito distinto a sus comunidades de origen que muchas veces no compagina con lo aprendido en un espacio comunitario-indígena.

La ubicación geográfica de los indígenas en Iztapalapa Según un diagnóstico realizado por la Secretaría de Salud del Gobierno del Distrito Federal, en el 2000, los indígenas viven en diferentes colonias, barrios y pueblos

Foto: Jorge Lépez Vela

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de la Ciudad de México. En el caso de la demarcación de Iztapalapa, se pueden ubicar mayoritariamente en los siguientes: San Andrés Tetepilco, San José Aculco, Barrio Santa Bárbara, Barrio San Ignacio, Estrellas del Sur, Fuego Nuevo, Granjas Esmeralda, Ampliación Veracruzana, Quetzalcoalt norte, Presidente de México, Ixtahuacan, Lomas de Zaragoza, Pueblo Acahualtepec, San Miguel Teotongo, San Francisco Apolocalco, La cañada del potrero, Ampliación Emiliano Zapata, Lomas la estancia, Consejo Agrarista, Lomas de San Lorenzo, San José Buenavista, Buena Vista, Lomas Santa Cruz Meyehualco, Jardines de San Loren-

Delegaciones Iztapalapa G.A. Madero Cuauhtémoc Tlalpan Coyoacán Álvaro Obregón Xochimilco Venustiano Carranza Otras TOTAL

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Los indígenas en números en la demarcación Se cuenta con distintos datos para una estimación de la población indígena en el Distrito Federal y las zonas conurbadas, el conteo de Población de 1995, reporta un total de 218,739 indígenas3. Las delegaciones que tienen una presencia mayor a 10,000 hablantes de lengua indígena, son las siguientes:

Número de ocupantes de viviendas particulares donde el jefe (a) de familia o cónyuge habla alguna lengua indígena 61,294 29,143 15,737 15,057 14,720 13,239 12,624 10,222 46,703 218,739

Delegaciones Políticas con mayor Número de ocupantes de viviendas particulares donde el jefe (a) de familia o cónyuge habla alguna lengua indígena. Fuente: INEGI-INI. Conteo 1995. 4 INEGI, Conteo 1995, INI-IBAI, Área Metropolitana, Estimaciones 1995-97. 3

zo Tezonco, José López Portillo, Barrio San Antonio, Pueblo San Lorenzo Tenzonco y otras colonias más.

Mientras que las lenguas4 de mayor presencia en el Distrito Federal, son de aquellas regiones indígenas que se ubican en el sur y centro del país. Los datos del Censo del 2000 del INEGI, y a partir de los Indicadores Socioeconómicos de los Pueblos Indígenas del INI, 2000, arrojan un dato similar con un total de 339,931, distribuidos en las diferentes delegaciones.


Lengua Nahua Otomí Mixteco Zapoteco Mazahua Mazateco Totonaca Maya Mixe Purépecha Tlapaneco Chinanteco Huasteco (Tenek) OTROS TOTAL

Entidad Distrito Federal Población por delegación Azcapotzalco Coyoacán Cuajimalpa de Morelos Gustavo A. Madero Iztacalco Iztapalapa Magdalena Contreras Milpa Alta Álvaro Obregón Tlahuac Tlalpan Xochimilco Benito Juárez Cuauhtémoc Miguel Hidalgo Venustiano Carranza Total

Población total 8 605, 239 Población total 441,008 640,423 151,222 1, 235, 542 411,321 1773,343 222,050 96,773 687, 020 302,790 581,781 369787 360,478 516,255 352,640 462,806 8605, 239

Número de ocupantes de viviendas particulares donde el jefe (a) de familia o cónyuge habla alguna lengua indígena 58,365 36,406 31,244 29,634 17,109 9,283 6,573 4,692 4,546 3,430 2,418 1,984 1,157 11,898 218,739

Población indígenas 339,931 Población indígena 11,967 23,600 4,497 42,o51 12,988 86,813 8,933 11,173 20,353 11,144 25,756 21,896 10,387 21,101 10,671 13,601 339,931

Lenguas que hablan Lenguas que hablan Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Mazahua Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco Nahuatl, Otomí, Mixteco, Zapoteco

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Foto: Jorge Lépez Vela

En el cuadro se observa que tiene una variación del 36% con respecto al Conteo de 1995, de la población total indígena, y esto es muy importante porque responder a diferentes situaciones. En el Censo del 2000, introducen la variable de autoascripción para que las personas se definieran como indígenas, independientemente de que hablen la lengua o participen directamente en la comunidad. También existe una variación de la población indígena en Iztapalapa en estos dos censos que corresponde al 30%, ya que existían 61,294 indígenas en 1995, mientras que en el

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2000, se reportan 86,813 indígenas, siendo la delegación con mayor presencia indígena. Cabe mencionar que estos datos son conservadores, ya que las propias comunidades indígenas proyectan más de un millón de indígenas para el Distrito Federal. El censo del 2000 reconoce 1,724 Purépechas, siendo un pueblo indígena con tradición migratoria. Los propios purépechas reconocen que viven en la Ciudad de México, alrededor de 120 mil hermanos purépechas, y así, cada pueblo reprueba los números de los censos, que no responden a la existencia real de los indígenas. Es una tarea pendiente que tiene que responder a los mandatos jurídicos internacionales como el Convenio 169, que marca una serie de exigencias para el pleno reconocimiento de los indígenas, pero sobre todo, porque así lo están lo reclamando las propias comunidades5 de migrantes y se refleje la existencia real de los pueblos y comunidades indígenas. Otro elemento que no favorece estos datos, es la discriminación que enfrentan los indígenas, no sólo por parte de la sociedad sino también del Estado, que se refleja, muchas veces, en la negación de su identidad para confundirse como individuo sin raíces y sin cultura.

El uso del termino de la Comunidad, lo utilizo aquí como todo aquello, que hace funcionar un agregado social, tanto de lo material como de lo espiritual, los principios de organización comunitarios, la identidad expresada en una cosmovisión propia, una proyección de futuro conjunto que les permite estar en comunión, independientemente del espacio geográfico que ocupan. 5

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Formas de vida comunitaria de los indígenas de la Ciudad de México

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Foto: Jorge Lépez Vela

Tal vez la característica más importante de los indígenas en la Ciudad de México, sea su presencia comunal. No son meros agregados individuales sino que poseen una estructura compleja de organización, aprendida desde sus comunidades de origen y refuncionalizada en la Ciudad, de acuerdo a las necesidades y posibilidades que ofrece la misma. Efectivamente, la Ciudad se vuelve hostil y a veces adversa a las prácticas de vida comunitaria de los indígenas. Existen limitaciones en lo jurídico, social, cultural, administrativo y político para una vida intercultural, porque las reglas sociales de convivencia están diseñadas monoculturalmente y no reconocen la diversidad de formas culturales y de autoorganización. Además se ubican en distintos puntos de la ciudad debido a las necesidades de trabajo y de vivienda, lo que limita una vida comunitaria plena por la dispersión que presentan, aunque pese a ello no se autolimitan para fortalecer sus redes familiares, sociales y comunitarias con sus paisanos. A pesar de las adversidades, desde los años cuarenta los indígenas han desarrollado mecanismos para seguir viviendo organizados, seguir perteneciendo a sus comunidades tanto de origen como en las nuevas zonas de asentamiento de la ciudad, y de garantizar a las nuevas generaciones seguir siendo indígenas. Existen distintas formas de organización de los indígenas urbanos, desde aquellas que se refieren al parentesco, de vecinos, de organización con alguna figura legal, hasta


las formas de organización compleja comunitaria indígena. Así, el nivel básico organizativo, son la redes de migración y de reciprocidad que se forman entre paisanos y familiares para ubicarse en empleos y viviendas en la ciudad, pero también para formar la unidad básica de reproducción cultural a través de la práctica de sus lenguas, sus gastronomías, sus trabajos comunitarios, sus artes como la música, la danza, las fiestas que realizan en espacios privados en cada una de las familias. Otros hermanos indígenas se organizan a partir de demandas sociales, por lo que han tenido que registrarse en alguna figura jurídica (asociaciones civiles, cooperativas, sociedades de solidaridad social, etc.) para realizar convenios con las autoridades, ya que los gobiernos no reconocen el derecho público a las comunidades indígenas, éstas no existen como ente jurídico y por tanto encuentran trabas para realizar cualquier convenio con el Estado. Las demandas sociales giran en torno a la vivienda, educación, salud, empleo y derechos culturales. Muchas comunidades de migrantes indígenas, han refuncionalizado su vida comunitaria desde hace cincuenta años, lo que ha provocado la inserción de elementos de práctica comunal en sus organizaciones. Estos se refieren a los sistemas de cargos, de fiestas, de vida asamblearia y participación colectiva, improvisando espacios físicos para el desarrollo de sus proyectos, ya que los gobiernos y sus leyes no están diseñados para ofrecer espacios para la vida y trabajo comunal. Muchas comunidades de migrantes, cuentan en la actualidad con sus propias casas 20

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comunitarias donde realizan sus asambleas, cambio de autoridades, escoletas para la formación de bandas de música, de danza, así como la enseñanza de la lengua materna. Si bien estas expresiones tienen la característica de ser privadas, porque la realizan con sus propios recursos, también es cierto que se han abierto para ofrecerle a la sociedad urbana sus formas de vida y pensamiento como opciones de participación y de visualizar una pluriculturalidad que tiene la Ciudad de México. Tal es el caso de la Guelaguetza que presentan diversas comunidades indígenas urbanas en el Zócalo de la Ciudad de México, cada mes de julio. La presencia indígena en Iztapalapa ha sido significativa, no solamente por los pueblos originarios que se asentaron desde antes de la conquista, sino debido a la presencia de indígenas provenientes de diferentes regiones del país. Se han establecido en casi toda la delegación en forma de viviendas particulares y organizaciones que construyeron casas comunitarias en donde realizan sus reuniones, solfeos, ensayos de danza y convivencias con sus miembros. Además de organizar eventos en espacios públicos como exposiciones artesanales y gastronómicas, eventos musicales, así como presentaciones de programas culturales. En la Delegación Iztapalapa se ubican las organizaciones siguientes: Foto: Jorge Lépez Vela

· Movimiento de Artesanos Indígenas Emiliano Zapata (MAIZ). · Comunidad de Yatzachi el Alto (Tienen su casa Comunitaria que lograron gracias al esfuerzo de sus miembros). · Comunidad de Yatzachi el Bajo. MANOVUELTA

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· Comunidad de radicados de Cozoltepec. · Comunidad de Mazahuas de San Andrés Tetepilco. · Radicados de Mixes de Tlahuitoltepec. · Comunidad de Zoogocho. · Comunidad de Silacayoapan (Tienen un centro comunitario, que construyeron gracias al esfuerzo de todos los integrantes de la comunidad). · Mixes de Totontepec.

El futuro de la diversidad cultural No cabe duda que la Ciudad de México, es una de las ciudades con mayor diversidad de pueblos y de culturas (ver cuadro de lenguas), no sólo de la presencia de los pueblos

indígenas, sino de culturas que han llegado de otros países. Corresponde al Distrito Federal y a la Delegación Iztapalapa en particular, realizar cambios jurídicos, sociales y culturales que signifiquen una nueva forma de convivencia, basada en el reconocimiento, intercambio y complementariedad de colectividades pertenecientes a diversas culturas. Pero también se precisa crear nuevas conductas y actitudes que faciliten el diálogo y respeto, basados en la educación y formación ética de sentimientos y pensamientos pluriculturales de sus integrantes. Con la orientación de la convivencia de los residentes de la ciudad y de la Delegación Iztapalapa, se permitirá potenciar y enriquecer las relaciones sociales y culturales de sus habitantes, para lograr una convivencia más armónica y con mayor cohesión.

Lenguas indígenas que se hablan en el Distrito Federal 1. Aguateco 2. Amuzgo 3. Cakchiquel 4. Cora 5. Cucapá 6. Cuicateco 7. Chatino 8. Chichimeco Jonaz 9. Chinantecos 10. Chocho 11. Chol 12. Chontal de Oaxaca 13. Chontal de Tabasco 14. Cluj 15. Guarijio 16. Suave 17. Huichol 18. Ixcateco 19. Ixil

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20. Jacalteco 21. Kanjobal 22. Kekchí 23. Kikapú 24. Lacandón 25. Mame 26. Matlanzinca 27. Maya 28. Mayo 29. Mazahua 30. Mazateco 31. Mixtecas 32. Motozintleco 33. Nahuatal o Mexicano 34. Ocuilteco 35. Otomí 36. Pame 37. Pima 38. Popoloca

39. Popoluca 40. Purépecha 41. Quiché 42. Seri 43. Tacuate 44. Tarahumara 45. Tepehua 46. Tepehuano 47. Tlapaneco 48. Tojolabal 49. Totonaco 50. Trique 51. Tzeltal 52. Tzotzil 53. Yaqui 54. Zapotecos 55. Zoque 56. Otras lenguas de América y del mundo.


Crónica

Cinco Close-ups de la lucha libre Magali Tercero

Inclinado sobre la cabeza de su contrincante, el Negro Cuéllar –larga cabellera negra, torso desnudo y calzón blanco– encaja los dientes en la sien izquierda de El Apache, postrado a sus pies. Decenas de pares de ojos hipnotizados siguen la acción. Las bocas se abren y emiten un grito sordo. Echando la cabellera hacia atrás con un vigoroso movimiento del cuello, el luchador escupe hacia arriba un chorro de sangre que viaja brevemente por lo aires. Aíslo en la mente su figura y me quedo con una imagen: el cuerpo masculino en tensión, el pecho arqueado hacia atrás, los brazos extendidos con las palmas en actitud de recibir, las piernas semi flexionadas y abiertas, visible el pecho lampiño, el fuerte cuello echado hacia atrás y la cabellera ondulante sobre la espalda. El gesto

de este cuerpo es imperioso. “Los luchadores son como dioses”, dijo alguna vez doña Virginia, la más apasionada de las fieles a la lucha libre, la que tiene en su casa un altar para honrar a sus dioses terrenales: Máscara Sagrada, El Hijo del Santo, Los Ángeles Blancos… “¡Ya déjalo pinche greñudo!”, exclama a mi espalda una mujer enfurecida. “Parecen perros. Esas no son luchas, son peleas callejeras”, completa a grito pelado otra mujer más joven. Por sexta vez El Negro Cuellar muerde ferozmente a su rival. Por sexta vez echa hacia atrás con cierta gallardía hombros y cabeza, y escupe un abundante chorro de sangre. Pienso en Dante, en el mar helado donde un pecador se dedica a roer perennemente el cráneo del que en vida fue su peor enemigo. Un niño

Foto: Jorge Lépez Vela

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Foto: Jorge Lépez Vela

canta por lo bajo: “Había un chorrito, se hacía grandote, se hacía chiquito”. Esta sangre es muy rara. Extrañamente clara y densa. “¿Es pintura?”, pregunta Rocío a mi lado. “Es sangre”, dice tajante la mujer que antes se desgañitaba. “Bueno…. Un poco es sangre, un poco es pintura”, corrige su esposo. “Lo más frecuente son las mordidas y las heridas en la cara”, comenta el doctor Esteban Núñez de Cáceres, médico de planta en la Arena Revolución. Al Pirata Morgan tuvimos que pararle una lucha por una hemorragia fortísima que tuvo al estrellarse con un poste. Se hizo una herida que iba del párpado al cráneo y necesitó 22 costuras”. De pronto El Apache sale corriendo hacia el pasillo más próximo a nuestra fila: lo persiguen dos de los rudos y lo acorralan contra un muro. La mujer vuelve a increpar a los luchadores: “¡Ya déjalo pinche greñudo!” “Soy hippie, soy hippie”, contesta el otro con un sonsonete burlón, sacando, retador, el pecho. Rocío y yo observamos detenidamente los cuerpos de los luchadores que nos quedan más cerca: “¿Ya ves?”, me dice ella después de una revisión minuciosa. “Te dije que Fuerza Guerrera estaba muy bueno, todos los demás están regordetitos”. “Han de comer puro sope”, interviene un muchacho. “Y qué tal las chelas”, dice otro señor. Me sorprende que el luchador cambie tanto visto de este lado de la arena. Es un mortal más, sólo que vestido ridículamente. ¿Pero


cuál es la transformación que ocurre en la escena? Mientras suceden estas cosas el público ruge apasionado. Dos filas más abajo una ancianita vestida con falda café y saco del mismo color con lunares blancos, agita el negrísimo chongo Loreal rematado con un moño color sangre. “¡Déjenlo, déjenlo!”, grita sin cesar Esperanza Rodríguez. Se levanta intempestivamente de su asiento y agita el puño amenazante en dirección a la arena. Sorprende su vigor –en contraste con la fragilidad del cuerpo, la escoliosis pronunciada de la espalda, así como la apaciguada figura del marido, un hombre setentón de cabello cano y anchos hombros. Bajo a comentarle que la veo muy emocionada con las luchas. “Estoy aquí por prescripción médica –contesta con risas– estaba yo muy enferma de los nervios y mi doctor me dijo que viniera aquí para que me desahogara. Él dijo ´vaya a algún lado donde grite, si no puede ir a las luchas agarre un cojín en su casa y grite muy fuerte´. Y ahora hago esto todos los domingos”. “¿Y le ha servido?” “Uy, muchísimo”, dice la ancianita. Mi amigo Carlos Roces me ha contado, a su vez, una anécdota sobre su hermana: “Cada vez que iba a las luchas le cambiaba la personalidad. Ella, que era muy modosita, muy hispana, se ponía a gritar durante el espectáculo: “¡Mátalo, mátalo asesino!” Después llegaba a casa y volvía a ser la misma niña adorable que coleccionaba estampitas de la lucha libre”. Algo paMANOVUELTA

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recido debe ocurrirle al niño gordo que tengo al lado. Vestido con camiseta de rayitas, notoriamente más anchas a la altura de la panza, enrojece complacido cada vez que un rudo se encarniza con un técnico. A su lado sus padres sonríen celestialmente. “Venimos porque nuestro hijito se divierte mucho”. El público se agita más. El Apache camina de un lado a otro de la arena señalando su propia cabeza. Está pidiendo al juez la revancha contra El Negro Cuéllar. Todo mundo está a favor de representante de los técnicos y en contra del rudo que lo castigó. “Es la lucha entre el bien y el mal y la gente va a ver cómo triunfa el primero”, me ha dicho el autor de la obra Máscara contra cabellera, Víctor Hugo Rascón Banda. El Apache quiere una lucha en la que se juegue cabellera contra cabellera para que sea rapado el que pierda, pero El Negro Cuéllar se niega al tiempo que recula hacia los vestidores. En esos momentos es un Sansón temeroso. Está claro que no se arriesgará a perder la cabellera. Todos sus gestos indican que ésta es parte de su orgullo viril. Se gana el abucheo general. “Estás muy indio para ser hippie”, le grita a la señora beligerante que hace rato lo trataba de pinche greñudo. La observo y me encuentro con un rostro que podría ser el de la hermana del Negro Cuellar. Cuando quiero entrevistarla sus anchos labios se despliegan en una agradable sonrisa suficiente para olvidar su combatividad de perfecta aficionada a la lucha libre. Las mujeres son mucho más escandalosas que los hombres, los adolescentes y los niños. Algunas muestran sin pudor una enorme violencia interior. ¿Por qué es tan histérica la afición femenina? Las “boquitas de fresa 26

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de las amas de casa”, como las llamó alguna vez José Joaquín Blanco escupen toda clase de sabandijas. Con frecuencia se establecen feroces duelos verbales entre ellas y los luchadores. Como El Mongol, un luchador de unos 50 años con buena presencia escénica. Es un provocador. Gracioso además. “Jálate los ojos para que te crezcan, pinche perro”, le grita otra dama desde la octava fila. Y él contesta gesticulando, airado. ¿Finge? Todo es fingimiento en la lucha libre. Circo, maroma y teatro. Pero igualmente cierto es que todo es real. (Aunque… ¿qué no es teatro en la vida?). “Un 25 por ciento de ficción –dijo un espectador– porque si no… ¿a qué vendríamos?” Cada violencia es anunciada por la víctima con ruidosos golpes en el piso, con gritos y aullidos. Cada vez que alguien logra que el contrario sangre ambos encuentran la forma de que la mancha roja se extienda por sus rostros y cuerpos y los tiña espectacularmente. La peste roja. ¿Cómo distinguir entre verdad y simulacro? Los juegos de los niños comienzan en broma y terminan con madrazos de a verdad. “Juegos de manos son de villanos”, me dijo un día el condiscípulo más serio de la escuela secundaria. “¿Qué es lo que más te gusta de la lucha libre?”, pregunto a un adolescente de cuerpo esbelto y correoso. Me mira hosco. Todos sus músculos están en tensión. “¡Que se sangren”, contesta finalmente.

2. El público está furioso con los jueces. “Oiga señorita, usted que es reportera –me dice el señor que antes explicó lo del “poquito de


Foto: Jorge Lépez Vela

sangre el poquito de pintura” – haga una llamada de atención a la Comisión de Lucha Libre. Los jueces que mandan no conocen ni una finta de lucha, no saben ni qué llave es, no saben nada tocante a la lucha. Estos señores nomás vienen a sentarse para ganar el dinero. Los asientos del señor juez y del doctor están aquí frente a la arena. Vea hasta dónde está: cuidando el baño de las mujeres”. “Y el doctor se la vive platicando con las damas –interviene su mujer. Así ganan el dinero: sentados. Hace un año está arena se llenaba a reventar”. “¡Déjalo Gato! ¡Ya no le ayudes! ¿Y tú qué te traes Fresero?”. Mis vecinas echan fuego por los ojos. “Los réferis también son unos tramposos. Siempre favorecen a los rudos. ¿No vio cómo estaban deteniendo al Apache para que le pegaran mejor? ¿Y qué tal cuando un técnico está castigando a un rudo? No lo dejan. Vea, vea. Ahorita los dos réferis están deteniendo a los dos técnicos para que no defiendan a su compañero de los otros tres”. Normalmente los enfrentamientos ocurren entre una tercia de buenos y otra de malos. Cuando los luchadores son más famosos luchan en pareja o individualmente, de modo que es lógico que los grandes titulares de En esta esquina, la más famosa publicación de la lucha libre, cuestionen a los héroes de la arena: “O chiflas o comes pinole Gran Davis”.

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3. Tercera lucha de la tarde: El Rocambole ha inmovilizado a El Águila Solitaria con un candado a la cabeza. Hace unos minutos este último hizo una entrada espectacular a la arena, acompañado de un águila mansamente agarrada a su antebrazo izquierdo. “Eso es algo bien bonito de la lucha libre”, me ha dicho Alicia Lozano, una señora de tez morena y cabeza completamente blanca. Ella cuenta cómo El Murciélago se presentaba con sus respectivos murciélagos. “Se iban volando, todos ellos muy negritos, hacia el techo. Era una impresión verlo”. Otro era El Cavernario, que siempre traía su víbora. “¡Un día la partió en dos de una mordida! ¿Usted cree?” Eso fue en la Arena Coliseo, hace muchos años. También aparecía El Bulldog con su perrote que luego se ponía a ladrar. Y otro más El Médico Asesino con su maletín negro. Esos fueron los que vi luchar en los buenos tiempos, cuando la lucha libre era de a verdad, hace treinta años”, cuenta el esposo de la señora de cabellera blanca. Volteo hacia la arena y veo a tres rudos sorprendentemente elegantes. Llevan máscaras doradas, calzón dorado, mallas amarillas, tobilleras doradas… Otro es el atuendo de El Águila: calzón plateado, mallas negras, rodilleras plateadas. Jorge Alejandro Mendoza, de 17 años, un joven que quiere ser luchador entrena cuatro horas diarias con Ray Mendoza, “porque para eso soy muy bueno, y no para los estudios”, me dice que hay luchadores especializados en confeccionar estos trajes de fantasía, como Fuerza Guerrera, quien entrena en el gimnasio ubicado atrás del Mercado de Sonora. 28

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La parafernalia que acompaña a la lucha libre surge de un mundo por completo infantil donde todos nos instalamos a nuestras anchas. En varios puntos de la arena se desarrolla una misma escena protagonizada por diferentes actores: los enamorados que entre besos y risas simulan hacerse las mismas llaves que están viendo en escena. Muy cerca de mi hay dos chicos casi púberes. Ella, de mejillas rojas y cabellos rizados, una auténtica “carita sonriente”, se sube a la silla y pega de brincos cada vez que los técnicos triunfan. “Yo les voy a los rudos”, dice Juan Carlos. Carmen interviene dándole un codazo: “Es que él es bien tramposo”. Siempre me dice que ya les va a ir a los técnicos y no es cierto. “Pero qué tal te dio tu ´kiko´ hace rato, le digo. Yo los vi”. La muchacha enrojece aún más y está a punto de taparse el rostro con el extremo de la falda. Se ríe y vuelve a reirse con la carita toda roja, como ha hecho a lo largo de la tarde. Otra pareja se entretiene con el mismo juego de las llaves. Aunque ella está embarazada logra aplicarle un candado al brazo de su marido. Se intimidan muchísimo cuando me acerco.

4 Tres minutos más tarde El Águila se libra de su contrincante. Ahora es él quien se impone sobre los tres rudos. “¡Duro, duro!”, le grita el público cuando logra castigarlos. Sin embargo El Gato declara ganadores a los odiados rudos. Error. El Águila lo lanza al suelo y el público patalea y grita de gusto. Las mentadas de madre contra los rudos se oyen en todos los rincones. “Dale con una silla”,


dice un niño. A continuación los técnicos se autodeclaran ganadores. El público aplaude a rabiar. “¡Vendido! ¿Cuánto te pagaron?” “¿Cuánto vales?”, le gritan al réferi. “Esto es el colmo”, exclama Manuel Mendoza, ex boxeador y ex sargento de la policía. “¡Ese trae chacos en las espinillas!”, exclama alguien del público refiriéndose al Kung Fu, un luchador con aspecto de rufián. Es una especie de payaso karateca con zapatillas de piso y, según una revista de lucha libre, “gusta del pugilismo en estilo tailandés, donde se admiten patadas, rodillazos y lo que se pueda”. Esto último hay que tomarlo al pie de la letra: entre las ropas trae escondidos no sólo los chacos, sino unos boxers que después se colocará en los puños para aplastarle la cara al rival, y unos fierros punzantes. “¡Cámara!, exclama una adolescente a mi lado, ya lo va a picar”. Y efectivamente pica al contrincante muy cerca de los testículos. Este Kung Fu es un cerdo. El otro se revuelca en el piso. Después se levanta y comienza a caminar enfurecido señalándose los huevos. El público masculino abre los ojos desmesuradamente. “Ora sí te chingaron, mano”. En cambio algunas mujeres sueltan la carcajada. Pero el Kung Fu es un diablo. Ahora está muy ocupado agrediendo a otro de los buenos en el cuello. Y el juez, como si nada. Esto es indignante. “¡Juez de pacotilla, haz algo!”, le gritan, mientras, cínico, el Kung Fu se da una vueltecita. Alzando los brazos por encima de la cabeza le indica al público que está limpio. “A mi, que me esculquen”, parece decir achicando aún más los ojillos de oriental... “Tiene cara de chino cabrón”, dice un chico de unos tre-

ce años metiéndose a la boca un puñado de charales con limón y chile piquín. Y qué va a estar limpio. Acaba de meterse el fierrito en los pantalones anaranjados de karateca. Y ahí va de nuevo a la arena, dando saltitos con sus zapatillas. “¿No crees que está borracho, mamá? Mira como zizgzaguea”, señala un joven con cara de pocos amigos. Abandono mi lugar, grabadora en ristre, y atravieso el local en busca del juez. Muy cerca de la salida le pregunto: “Oiga, ¿por qué no ha intervenido usted? Ese Kung Fu está haciendo un montón de trampas: ya sacó unos boxers y un fierro”. –Pero ya le quitaron el fierro- replica. –Sí, pero sigue haciendo trampas. ¿Qué su lugar no es allá?- le reclamo. –Es que vine a la taquilla pero ahorita voy a averiguar cómo está la situación y le informo, ¿eh?, responde el juez para acto seguido desaparecer de mi vista. Segundos después me topo con el Jefe de Seguridad, Francisco Rodríguez, un tipo de aspecto fuerte y expresión dura. “Yo tengo un hermano luchador –comienza–, que es el Rey David, y me tocó por experiencia que lo agredieran. Eso me disgustaba mucho, por eso acepté su puesto. Así podía vigilar. Aquí hay mucha agresión. Mucha gente no sabe lo que es un deporte. Vienen a desahogarse pero haciendo lo que no hacen en su casa. No le puedo contar exactamente anécdotas. Lo único que le puedo decir es que a veces la agresión del público nos hace ser iguales a nosotros. Y entonces se torna muy peligroso, muy duro. Muchas veces hemos tenido altercados en la calle porque la gente lo tiene identificado a uno. Es como los judiciales: siempre hay qué comer con la vista hacia el frente”. MANOVUELTA

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Queda para el final el plato fuerte de la noche: Donan el cubano (este sí buenísimo) vs. El Cien Caras. Ambos son anunciados con un mini espectáculo de luz y sonido. El reflector de luz azul enfocado hacia la pista. La música de La Guerra de las Galaxias a todo volumen. Los niños, sobre todo, están a la expectativa. Sus pequeños rostros reflejan un mismo asombro, un mismo deleite. En un momento dado alzan los brazos y abren y cierran las manitas en el aire. “Culero, culero”, le gritan al Gran Davis, que esta noche le ha dado una injusta preferencia al Cien Caras. Termina la función con la victoria de éste último y todos dejamos la arena inconformes. Por los altavoces se escucha la cumbia de los luchadores: “El Santo, El Cavernario, Blue Demon y El Bulldog / Y mételes la ´wilbur´, la quebradora y el tirabuzón. ¡Sácalo del ring!” Al día siguiente nos desayunaremos con la noticia de que el Gran Davis murió de un infarto el mismo domingo. Alguien me comenta que durante una semana no se habló de otra cosa en las cantinas de la ciudad. “¿Supiste? ¡Murió el Gran Davis!”. Pero hoy domingo por la noche Konan es el héroe (aunque vencido). Perseguido por sus fans, apenas puede salir de la arena. Observo las masas

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Foto: Jorge Lépez Vela

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de músculos que saltan por debajo de la piel de su espalda mientras forcejea un poco para librarse de la multitud. Niños, adolescentes y adultos lo siguen ansiosos hasta el auto. Tocan sus brazos, su espalda, su ropa. “El cuarto donde vivimos mi mamá y yo –me cuenta Rocío Lozano, de 21 años, está lleno de fotos de todos los luchadores, máscaras, llaveros, novedades que salen como los pepsilindros y los botoncitos. Cada ocho días compramos Box y lucha y la leemos toda. Yo tengo dos álbumes, porque me he retratado con casi todos los luchadores y a todos les pido su autógrafo”. “Para las fans Konan es su vida, por eso no lo celo”, me cuenta ya en la calle la novia del héroe: una rubia espectacular que conduce un impecable Mustang blanco. Alrededor de Konan hay un enjambre de chamacos. “El pueblo necesita ídolos”, me dijo días antes Víctor Hugo Rascón. “Todos necesitamos ídolos”, dice convencido un hombre de unos sesenta años que cada domingo llega a la Arena Revolución acompañado de su madre, con 85 años a cuestas. “¿Qué es lo que más le gusta de la lucha libre, señora?” La anciana señala con un gesto vago a la multitud de niñitos que sigue a Konan. “Esto, esto es lo que más me gusta”, exclama volviendo a tomar del brazo a su hijo.

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Las comunidades

La Asunción Aculco: el pueblo Jaime Ramírez Campos1

“...por las mañanas poníamos las canastas a orilla de los canales, y para la tarde, ya había acosiles, chinicuiles y charales”...

Con mucha añoranza, vino a la memoria de doña Sabina Rodríguez parte de su infancia en el pueblo de la Asunción Aculco. Pequeña porción de terreno donde la mayoría de sus habitantes se dedicaron al cultivo en la chinampa y a la pesca. Esto a su vez, traerá

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el comercio, mientras que algunos cuantos se dedicarán en darle forma al barro para ser un buen orfebre.

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Habitante del pueblo de Aculco.


La florida, La cebolla o El rincón, eran algunos de los nombres de las chinampas en donde se podía contemplar, además, de una bella vista de la naturaleza, el trabajo arduo del hombre aculquense, con su calzón y camisa de manta sin poder faltar sombrero y machete que le daba una identidad y que al trabajar en la “pizca” del maíz o al corte del ajo y del jitomate, esperaba, pasado el mediodía, a su mujer con las tortillas, los frijoles, la salsa y un buen pulque para disminuir la sed y el hambre provocada por el faena ardua. En algunas ocasiones era necesario ir en canoa hasta el Peñón de los Baños para comprar pato, chichicuilote y cuiles, sobre todo en el tiempo que se escaseaba la lluvia. Cómo sería ver ese tiempo en que por el canal de la Viga, avenida principal de los pueblos mayores Iztapalapa e Iztacalco, circulaban las canoas y chalupas transportaban en sus chicuiloteras repletas de verduras, flores y pescados. Al preguntar a doña Sabi qué recuerdo le traen las siembras en su pueblo, nos dice: “Mi mamá, María Elena Sánchez,

iba con su mercancía en canoa, pasando por canal de Apatlaco, para cruzar el pueblo de Iztacalco y llegar al canal de la Viga, en donde estaban las figuras de los Indios Verdes, uno con orejas de perro y otro con orejas de burro, y que ahora están por la Villa”. Sí preguntáramos ahora a los jóvenes en dónde están los Indios Verdes, creo nos responderían que es la última estación del metro de la línea tres, la cuestión es: ¿qué fueron hacer los indios verdes hasta la Villa?, creo que no tiene caso averiguar. Sin embargo, las imágenes monumentales de los Indios Verdes, ahí estaban, custodiando celosamente el Canal de la Viga, como observando la circulación de las canoas para llegar a los astilleros del embarcadero del mercado de Jamaica, es aquí.

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Las comunidades

El pueblo de Aculco tras el paso del tiempo mantiene viva la fiesta patronal Asunción de María Gabriela Pérez Peralta1

Hoy en día encontramos a los pueblos inmersos dentro de esta gran urbe, entre grandes avenidas, edificios elaborados con la mas alta tecnología, alto crecimiento poblacional, desarrollo en todos los aspectos tanto social, político, económico y cultural; con una gama de tendencias e ideologías, con la rapidez con la que actualmente se vive en esta ciudad y en cualquier otra que avanza con la tecnología y la aplicación de nuevas tendencias. A pesar de esto, la existencia de pueblos en esta gran Ciudad de México se adapta a las adversidades que, por la evolución de la propia ciudad, presentan en su entorno. Así encontramos situado al oriente de la ciudad, Distrito Federal, dentro de la demarcación de la delegación Iztapalapa al pueblo de Aculco, un lugar que se localiza al noreste de la territorial, colinda al norte con las colonias Nueva Rosita y Picos VI b, al sur con la territorial centro, al oeste con la colonia el Sifón y al este con San José Aculco.

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Habitante del pueblo de Aculco.

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Cuenta con las unidades habitacionales Río Churubusco, los Reyes y Predios Churubusco. Es aquí donde parece como si el tiempo


no transcurriera entre los habitantes del pueblo de Aculco, como si las nuevas tendencias, ideologías, costumbres no afectaran su entorno. En la actualidad, en este pueblo encontramos arraigadas las costumbres que observamos en otros pueblos de origen prehispánico y colonial. Ante la urbanización acelerada, el pueblo de Aculco conserva su esencia. Todavía atesora sus tradiciones que varios de sus nativos recuerdan con añoranza y nostalgia pues lo bello que antes era su pueblo ahora ya no lo es. Sus fiestas patronales así como la diversidad de celebraciones que tenían a lo largo del año aún persisten a pesar de los cambios que implica estar en el siglo XXI con la modernidad de las ideologías, con el avance tecnológico y científico, la diversidad de corrientes políticas y religiosas, ante la adversidad económica, y en todo lo que implica la sociedad en la que vivimos y el grupo en el que nos desenvolvemos. El pueblo de Aculco sigue y continua sus tradiciones, la más importante de ellas es la Fiesta Patronal en Honor a la Santísima Virgen de la Asunción, Santa Patrona del Pueblo y a quien se le festeja el día 15 de Agosto con diferentes actividades y con apoyo de todas las mayordomías y comisiones que se originaron para la organización de las fiesta patronal. La imagen de nuestra señora de la Asunción podemos señalar que es antigua, hecha de madera y se divide en dos partes, la primera, es la base con forma de nubes y ángeles, y que a su vez, puede separarse de la segunda parte; aproximadamente hace dos años se restauró. De una imagen anterior a la actual, cabe destacar su origen. La mayoría de los nativos

no saben con certeza su procedencia, ya que mucho se ha especulado: algunos, como el señor Claudio Peña, nos da como referencia que para cuando sus abuelos ya habían nacido, la imagen se encontraba en el pueblo, entre: 1700-1800; mientras, el señor Lucas Rodríguez dice que la traían en una canoa del pueblo de Santa María Aztahuacán para restaurarla en México, porque ya se venían las fiestas patronales de aquel lugar, y que al pasar por Aculco, comenzó a llover, así que tuvieron que meter la imagen a la iglesia. Al día siguiente, cuando vinieron por ella, la imagen se puso tan pesada que decidieron dejarla. A ciencia cierta no sabemos la procedencia de la imagen ni las circunstancias que la rodearon para que se quedara como patrona del pueblo de Aculco, pero lo que sí podemos asegurar es que para la comunidad nuestra señora de la Asunción es su tesoro. En esta celebración aflora la tradición que ha cobrado un matiz diferente, a través, del tiempo. Anteriormente la fiesta patronal comenzaba el día 14 y se le conocía como “vísperas de la fiesta”. Por la tarde, se encontraba a la virgen “paradita”, no se acostaba, se le ponían manzanas, granadas y peras, en

Ante la urbanización acelerada, el pueblo de Aculco conserva su esencia

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sus pies; después de cierto tiempo llegaba la familia de apellido Galicia, nativos de la comunidad de la Magdalena Atlazolpa, los cuales le traían el vestido a la virgen para posteriormente cambiarla en lo que llega36

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ba la cera escamada que comenzó a traer el señor Lorenzo Saldivar y su esposa, tiempo después las señoras Cruz, Luisa y Julia Rodríguez serían las encargadas de comprarla. Cabe señalar que una replica a escala de la virgen de la Asunción es la que pernocta en la casa del mayordomo durante un año. Cerca de la hora del día de la fiesta, se le daban las mañanitas con un fonógrafo, luego viene la misa de función del día 15, la cual es nombrada de: “tres ministros”, y le decían así porque la celebraban tres sacerdotes, entre ellos el padre Juan y Gregorio, además, de celebrarse de espaldas y en latín. Al final de la misa de función o del pueblo se tronaba toda la cohetería, que comenzaba desde un día antes, la música no podía faltar, así que traían sus chirimías. La comida se empezaba a preparar un día antes, comenzaba por matar hasta 100 pichones, entre gallinas, pollos, patos y guajolotes para preparar un sabroso mole con arroz, acompañados con tamales de garbanza y fríjol, y por qué no, un buen curado de pulque de tuna o granada. Con el paso de los años, se incluyeron algunos juegos que perduran en el recuerdo de los nativos mayores: Nos íbamos a las zanjas largas en Río Churubusco, cuando llegaba la tarde del día 15, se hacía el juego de ‘cabeza del gallo’ o ‘las canoas descabezados de gallo’ y consistía en poner un pollo, con un lazo amarrado en la cabeza, mientras que con las canoas pasaban los competidores y lo reventaban –testimonio de doña Sabina– y él que lograba alcanzarlo, era el ganador. Posteriormente, con el entubamiento del río la competencia se hacia a caballo –testimonio de doña Julia– o el juego de los ‘encostalados’.


Afirma doña Sabina: ya por la noche después de la lluvia, ha porque en esos días siempre llueve, se tronaban los cohetes, y se iniciaba la quema de los primeros castillos. Dentro de los primeros encargados del siglo XX podemos señalar a el papá de Javier Rodríguez y el señor Francisco, quienes en cada momento invitaban al señor Margarito Rodríguez, a que fuera mayordomo, de este modo la comunidad antigua celebraba a la Virgen de la Asunción, pero hay que señalar, que a los ocho días de la fiesta, nuevamente, volvía haber festejo. Asimismo otros encargados fueron Tomás Vicenteño, José Ávila, Enrique Flores, Miguel Rodríguez y Claudio solo por mencionar algunos. Años más adelante, se formarán las primeras comisiones, en las que uno de los miembros recibirá el nombre de encargado. Algunos de estos, pasarán a la historia de la comunidad, por su empeño en las labores religiosas, sociales y políticas del pueblo, y que a pesar de que ya murieron, sus nombres todavía son recordados durante las festividades, como es el caso del señor Guillermo Rodríguez, para unos Don Memo, y para otros “tío Memo”, el cual se caracterizó por organizar las fiestas de Agosto, a mediados del siglo XX, y se encargó de dar un mayor realce a las mañanitas, además, de ser el iniciador de invitar a las señoritas a los ensayos previos para “cantarle bien” a la virgen. Aquí ya se nota un cambio pues la señora Elena Rivas, nos menciona que el 14 de Agosto se bajaba a la virgen por la mañana, y a las siete de la noche se acostaba, ya después llegaban las madrinas, con las manzanas y se rodeaba a la virgen con este fruto. A las nueve de la noche entregaban el vesti-

A las nueve de la noche entregaban el vestido para vestir a la virgen do para vestir a la virgen. Tal es el caso que actualmente la lista de espera para donar el vestido a la virgen cubre hasta el año 2010. Instrumentos como el violín y la guitarra, eran tocados por el señor Lucas, Luciano y Guillermo, a los cuales les pusieron el conjunto los “canarios”. De la misma forma el “tío Memo”, se encargaba de adornar el altar, con sus ángeles y nubes, ya a las doce de la noche se daban las mañanitas con las señoritas, las cuales, tendrían que estar vestidas de blanco. Otras personas nativas del pueblo y que también colaboraban con las festividad eran las encargadas del enflorado que se esmeraban por entregar “las cuentas claras” y llevar a cabo su ministerio sin ningún lucro, de esta comisión podemos citar a las señoras Juana Rodríguez, Dolores Rodríguez, Margarita Cedillo y Cruz, que a su vez, fue encargada de la comisión de la función –Asunción–, y del Rosario, juntamente con la señora Concepción Rodríguez, asimismo otros encargados, por citar, en los últimos veinte años, desde “tío Memo”, como Rodolfo Rodríguez, José Ávila, Benito Cifuentes y Jaime Ramírez. Dentro de las comisiones que aparecieron tenemos la del castillo, la banda, los toritos, y la portada. Las cuales han tenido algunos cambios internos como MANOVUELTA

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externos, por ejemplo, en la del castillo podemos citar al ya fallecido Manuel Arroyo, Juan Alba, Mario y Salvador Rodríguez, señor Juan Castillo y actualmente está al frente el señor Joaquín Zamora. En la comisión de la banda de música, el encargado actual, es el señor Félix Rodríguez, además, por mencionar a don Pablo Rodríguez, quienes se encargan de recaudar con los habitantes del pueblo. Por lo que respecta a la comisión de los toritos, funge en lo que se conocía como octava, ahora ya se le llama cierre de fiestas patronales, y al parecer los que iniciaron esta comisión, fue el señor Francisco López, y su señora esposa Nicolasa Cruz. La octava como se le conocía, corrían; por el medio pueblo, esto es de la calle de Sonora hasta eje 5 oriente. El actual encargado es don Lucas Rodríguez y su hijo Alfonso Rodríguez. Finalmente encontramos que al paso del tiempo se ha transformado la fiesta patronal adaptándose a las nuevas variantes que con lleva esta vida actual y moderna, pero conservando siempre la esencia y no dejando que se pierdan estas festividades ni sus tradiciones a pesar de las adversidades que en ocasiones se llegan a presentar, siempre con el afán de rescatar sus raíces y que han sido cultivadas generación tras generación y que hoy en día nos hacen participes a todos nosotros, jóvenes, adolescentes y niños. De este modo, la gente nativa como no nativa, “presume”, su mas valioso tesoro; ya que es este tesoro el que mueve a la comunidad para que se siga oyendo, en los albores de este siglo, el tronar de los fuegos artificiales, así como el vuelo de las esquilas y las campanas que con su sonido anuncian

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la apertura de la fiesta, para el pueblo y todas las colonias aledañas, que rodean a Aculco, así como de las competencias, ya no el descabezado de gallos, sino torneos de fútbol o de las luchas o el sonido de las bandas de música, en medio de los autos que corren en las vías de Río Churubusco o eje seis sur. En otros casos el cierre total de las avenidas por la algarabía de sus procesiones con sus santos, en medio del incienso y los cirios, que al portarlos tanto nativos como habitantes en general, manifiestan a la modernidad de este siglo, que Aculco existe.


Itacate

Si te dijera, Miguel Teresa Dey Para Omar

Si te dijera, Miguel cuánto te he extrañado... Rodrigo Solís

Cuando las luces del auto iluminaron la entrada, enmudecí. Es cierto que Fernando me rondaba desde hace tiempo, pero su postura desgarbada, sus silencios largos, su mirada

huidiza detrás de los lentes y el peinado engominado de niño de primaria, me estimulaban a bostezar. Esa noche fue distinto, habíamos estado bebiendo en la fiesta. Fernando se me

Foto: Georgina Medina

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Foto: Augusto López

acercó, se quitó las gafas, me miró directo a los ojos y me besó. Me tomó por sorpresa y acepté. Eran casi las dos de la madrugada. El hombre del motel señaló un garage abierto con su lamparilla de pilas. Cuando el tenue rayo portátil apuntó al número veinticinco, mi estómago dio un vuelco, las manos comenzaron a sudarme y un ejército completo inició el combate dentro de mi pecho. Fernando estacionó el auto, habló con el vigía y cuando éste se retiró, me ayudó a bajar. En ese momento debí haberme negado a salir del coche, pero no lo hice. Algo me impulsaba a seguir adelante. Las paredes co-

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lor mostaza, el jacuzzi descolorido, la colcha y las cortinas con dibujo de flores otoñales, me miraban inmutables. No había cambiado el color café-gris de las alfombras, ni el olor a desinfectante de pino. Busqué con la mirada la quemadura larga de aquella tarde, tres años atrás, cuando entre besos, olvidamos apagar el cigarrillo y resbaló del cenicero. Allí estaba. También estaba él, con sus ojos verde olivo y sus brazos extendidos, allí estaba él y su olor a tabaco oscuro y alcohol, allí estaba él con el te-deseo pegado a los labios y su voz ronca que me sonaba como el recorrido de todas las notas de su guitarra. Un escalofrío me cubrió con cien agujas que punzaron mi silueta para concentrarse en la garganta. Apenas podía tragar saliva. -...que te decidiste -alcancé a escuchar a Fernando -, ven aquí preciosa, ¿quieres que pongamos el jacuzzi? Ya pedí algo más de beber... yo sé que no estás acostumbrada... Me tomó de la mano, yo seguía con la lengua pegada al paladar. Fernando lo interpretó como un síntoma de timidez, me besó los cabellos, la nuca y el cuello, subió hasta mis orejas y comenzó a susurrarme cosas ininteligibles, bajito, muy bajito. Yo levantaba los hombros como para oponerle una barrera, hasta que logré articular un débil, no. -¿No te gusta? Dime qué te gusta preciosa... dime y te lo hago, eres tan linda, no quiero romper la magia, guíame preciosa... Preciosa, preciosa, preciosa, pensé alterada, ¿no se sabrá otro adjetivo? Allí, en el rincón, seguía él, él y sus manos callosas y su tarareo constante, él y sus caricias de músico. Pero yo había llegado con Fernando y ya no sabía si había accedido a acostarme con


él porque quería dormir enconchada en otro cuerpo, darme otra oportunidad o solamente sentir viva la piel. Mi cuerpo tiene necesidades, aunque me cueste aceptarlo, aunque a ratos me sienta piruja, yo sigo viva, carajo. Pero por qué en este sitio, qué clase de perversión del destino me había traído precisamente a este lugar. -¿No quieres hablar? ¿Qué te pasa? No tengas miedo, no voy a lastimarte, si ya te arrepentiste, nos vamos -repetía Fernando. Debí haberle pedido que me llevara a mi casa, pero no podía articular palabra y él ya había pagado el cuarto, además me parecía un buen dobermann, siempre alerta, atento a mis gestos, a mis estados de ánimo. Bueno como un muro blanco. Me dio pena. Nos conocimos en un concierto, Miguel era su amigo, él mismo nos presentó. ¿Cómo fue que llegamos aquí, si la carretera vieja a Cuernavaca está plagada de moteles? Quería sobreponerme, pero las paredes y el espejo me regresaban a sus brazos, a mirar su pecho cubierto por vellos rojizos, a sentir su erección, a escuchar su grito de placer. Yo estaba enamorada de él, gozaba su cercanía, su respiración agitada mientras le besaba el cuello, mientras sentía todo el peso de su cuerpo sobre el mío. Sí, hubiera dado mi vida por él, a pesar de que fui sólo un espejismo, un distractor, un juguete nuevo que le duró poco. Pero yo estaba aquí con Fernando... -No, perdóname, es que estoy cohibida respondí casi inaudible, quería hacer el amor, el recuerdo de Miguel me había humedecido. Fernando me besó, comenzó a acariciarme tierno, revisaba con cuidado cada cua-

drante de mi piel, yo lo dejaba, trataba de concentrarme en los peces que comenzaban a agitárseme en el pubis, por segundos logré olvidar y entré en un estado dulce de languidez, me volví parte de mis propias sensaciones, cerré los ojos y me dejé llevar. Cuando me penetró, el erizo de la garganta comenzó a disolverse, abrí los ojos con una sonrisa y me quedé petrificada. Quien arremetía sobre mí era Miguel con sus rizos dorados, su mirada burlona y su piel rasposa... Recuerdo que quise preguntarle dónde había estado, pero su ir y venir me dominaba, me silenciaba con su lengua ávida, Miguel y su ri-

Foto: Georgina Medina

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sita irónica, Miguel y su amor por Vivaldi, Miguel, Miguel y su palidez, Miguel y su cabeza agrietada, Miguel y la sangre en el parabrisas, Miguel prensado en el auto, Miguel con la boca abierta y el hilillo de sangre seca, Miguel, Miguel está muerto... -¡Miguel! -grité mientras me arqueaba temblorosa como presa de una descarga eléctrica, de terror y de placer. Sentí que me tomaban por los hombros, que me agitaban, que gritaban mi nombre, no quería volver a abrir los ojos, no, no quería verlo. No. Le había pedido que se cuidara, que no bebiera tanto, no me escuchó... Yo seguía gritando, lanzaba puñetazos, me estremecía en un llanto convulso. De pronto me abrazó, me apretó contra su cuerpo, me contuvo, yo oía sus latidos, escuchaba sus sollozos, sentía su mano en mi nuca, su caricia en mis cabellos y me atreví a mirarlo: era Fernando, que con voz apagada me dijo: -Parece que Miguel sigue entre nosotros, ¿verdad? Vístete, mejor te llevo a tu casa... Fernando estaba pálido, tan encorvado que el mentón se le clavaba en el pecho, buscó a tientas los lentes y ocultó de nuevo sus ojos enrojecidos por el llanto. Me dio la espalda. Con los dientes apretados me dijo que prefería esperarme en el auto. Salió sin volverse a mirarme. No respondí, me levanté al baño, me enfundé en la ropa como pude. No quise cerrar la puerta ni apagar la luz. Yo seguía temblando.Durante el trayecto de regreso no pronunciamos ni una palabra. En medio de aquel silencio aplastante, bajé del carro azotando la portezuela. Fernando

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arrancó sin volver la vista. ¿Miedo, culpa, rabia? Sólo sé que esa noche, en el cuarto número veinticinco, Miguel volvió a reírse de la vida, una vez más.

Foto: Augusto López


Itacate

Tetzahuitl

Foto: Archivo Histórico del Agua

Santos de la Cruz Hernández

Topilnantzitzihuan, topilahuitzitzihuan, topilpipitzitzihuan, topilcihuachotzitzitzihuan, ontecaltlahtlachpanilico, ontecaltzetzelhuilico, inipan altepetl.

Nuestras madres, nuestras tías, nuestras hermanas mayores, nuestras hermanas menores, han venido a barrer, ha sacudir las casas ajenas, en esta ciudad.

Topiltahtzitzihuan, topiltlayitzitzihuan, topilmimitzitzihuan, topiltlacachotzitzitzihuan.

Nuestros padres, nuestros tíos, nuestros hermanos mayores, nuestros hermanos menores.

Tehuantin tioncoyotlacatequichihuaco: tehuantin tipilxalzazacah, tehuantin tipilcuahzazacah, tehuantin tipiltlalzazacah, tehuantin tipiltepalcazazacah.

Nosotros hemos venido a hacer trabajo de coyote: nosotros acarreamos la arena, nosotros acarreamos la madera, nosotros acarreamos la tierra, nosotros acarreamos los escombros.

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Foto: Archivo Histórico del Agua

Nican zan tipiltecalquehquetzaquiliah, nican zan tipiltlahpia texochimilla, nican zan tipiltetlacualchihchihuiliah, nican zan tipiltetlacualtehtequiliah.

Aquí sólo construimos casas ajenas, aquí sólo cuidamos jardines ajenos, aquí sólo preparamos comida ajena, aquí sólo servimos comida ajena.

Tehuantin tipilmacehualtzitzin, tecahcaltzalan tinemih, teohotipan tinemih, temahmaco tinemih, tepeixco tiitztoqueh, campa ion atl yolli, cequin calnacazco tiitztoqueh, cequin tlacohcopichco tiitztoqueh, inipan altepetl.

Nosotros los macehuales, andamos en calles ajenas, andamos en caminos ajenos, andamos en manos ajenas, vivimos sobre los cerros, donde no nace ni el agua, algunos vivimos en las esquinas, algunos vivimos en los rincones, en esta ciudad.

Cintohquetl quitl onmopiltlahtlanilico ce tlaxcaltzin, quitl onmopiltlahtlanilico ce ome piltomintzin. ¿tionmoahuilizmatico, tionmocuecuechmacaco?, ¿tionmopilcencahcahuaco?, ¿tionmomiquizcahcahuaco?, nican… ¡Cenca tipilapizmictinemih! ¡ihuan quitl tionpiltezontehtepecuahtohqueh!, ¡nican tipilamictinemih! ¡ihuan quitl tionpilatezcaohonitohqueh!.

El sembrador de maíz, dizque ha venido a pedir una tortilla, dizque ha venido a pedir limosna. ¿hemos venido a prostituirnos? ¿hemos venido a abandonarnos? ¿hemos venido a dejarnos morir? aquí… ¡andamos con mucha hambre! ¡y dizque hemos comido cerros de tezontle! ¡aquí andamos con mucha sed! ¡y dizque hemos bebido un lago!

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Foto: Archivo Histórico del Agua

Tehuantin tipilmacehualtzitzin, nican tionmocinpohpolohtohqueh, tionmotlahcuilolmachyopohpolohtohqueh tionmoicximachyopohpolohtohqueh, tioncuahtlapolohtohqueh, tionmopiltlahtolehelcahuilihtohqueh.

Nosotros los macehuales, aquí hemos perdido nuestro maíz, hemos perdido nuestros símbolos, hemos perdido nuestras huellas, hemos perdido nuestra memoria, hemos perdido nuestro idioma.

Yeica tinontzitzin tinemih, yeica tinacaztapaltzitzin tinemih, yeica tiixpitzitzin tinemih, yeica iyoca tinemih, yeica topilceltitzitzin tinemih, inipan altepetl.

Por eso andamos mudos, por eso andamos sordos, por eso andamos ciegos, por eso andamos separados, por eso andamos solos, en esta ciudad.

¿occepa tipiltlalnonotzazqueh?, ¿occepa tipilanonotzazqueh?, ¿occepa tipiltlenonotzazqueh?, ¿occepa tipilehecanonotzazqueh?, ¿occepa tipilcinnonotzazqueh?, ¿occepa tipiltepenonotzazqueh?, ¿occepa tiquinpilnonotzazqueh topilmihcatzitzihuan?, ¿occepa tipiltonalnonotzazqueh?.

¿hablaremos con la tierra otra vez? ¿hablaremos con el agua otra vez? ¿hablaremos con el fuego otra vez? ¿hablaremos con el viento otra vez? ¿hablaremos con el maíz otra vez? ¿hablaremos con los cerros otra vez? ¿hablaremos con nuestros muertos otra vez? ¿hablaremos con el sol otra vez?

Huelliz inipan ce calli xihuitl, huelliz inipan ce tochtli xihuitl, huelliz inipan ce acatl xihuitl, huelliz inipan ce tecpatl xihuitl, ihcuac cohcoyotlacah, pinotlacah, techonhualmachtiliqui, techonhualnamaquiliqui, in tlahtoltzin tlein tionmoelcahuilihtohqueh nican.

Tal vez en un año casa, tal vez en un año conejo, tal vez en un año carrizo, tal vez en un año pedernal, cuando vengan los hombres coyote, hombres extranjeros, a enseñarnos, a vendernos, el idioma que aquí hemos olvidado. MANOVUELTA

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Foto: Archivo Histórico del Agua

Archivo Histórico del Agua

Mtro. Jorge A. Andrade Galindo

El origen del Archivo Histórico del Agua (AHA) se sitúa en el año de 1994, cuando la Comisión Nacional de Agua (CNA, hoy en día CONAGUA) y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), signan un convenio de colaboración, con el fin de rescatar, ordenar y catalogar aquellos materiales que fueron originados por las diversas instancias que antecedieron a la CONAGUA, con el fin de contar con los elementos necesarios 46

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Foto: Archivo Histórico del Agua

para sustentar y apoyar las políticas públicas que iban desarrollándose en torno al tema del agua. El AHA se ha conformado, con documentación de las dependencias gubernamentales que antecedieron a la CONAGUA, como la Secretaría de Fomento, la Secretaría de Agricultura y Fomento, la Comisión Nacional de Irrigación, la Secretaría de Recursos Hidráulicos y la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, lo cual y por las características de los materiales, nos permite contar con un arco temporal que inicia en el siglo XVII y finaliza en 1994. Debido a esto, es importante mencionar que los expedientes con los que cuenta el archivo, no sólo son documentos en donde está plasmada la larga experiencia gubernamental en el manejo del agua, sino también, contiene las características de los distintos tipos de usuarios, sus formas de aprovechamiento, su tecnología, sus conflictos, sus arreglos organizativos y sus reglamentaciones, así como los antecedentes coloniales a muchas de las solicitudes, concesiones, refrendo de derechos formas organizativas y conflictivas que han rodeado el tema hídrico.

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Foto: Archivo Histórico del Agua

El AHA cuenta con siete fondos documentales que plasman gran parte de la historia social del agua del país. Tales fondos son: Aprovechamientos Superficiales, constituido por 68 775 expedientes Consultivo Técnico con 11 832 expedientes. Colección Fotográfica, con 45 101 materiales gráficos. Comisión del Río Grijalva, conformado con 13 700 expedientes. Infraestructura Hidráulica, con 27 664 expedientes. Aguas Nacionales, conformado con 8 131 expedientes catalogados de 70 000 aproximadamente. Comisión del Papaloapan, del cual se han catalogado 4 000 expedientes de los 40 000 que conforman el fondo. Además, el AHA cuenta con una Biblioteca que se ha especializado en temas hídricos que tiene a resguardo más de 13 000 registros bibliográfico y hemerográficos.

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